ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 11

Ajustes de texto
Ya ha pasado un mes y medio desde “el gran acontecimiento”, como lo llamaba la gente, y aunque todo se ha calmado por fuera, por dentro no siento lo mismo. Karol aún no me habla. Cada vez que me la cruzo en el pasillo, finge estar ocupada o simplemente me ignora. No he tenido oportunidad de explicarle nada… o quizá simplemente ya no quiere escucharme. En la oficina, el morbo duró poco. Como Patrick y yo no le damos a nadie el gustazo de alimentar sus chismes, dejaron de rondar mi escritorio a la semana siguiente. Perdieron el interés. Aunque sé que algunos aún hablan a mis espaldas, ya no me importa. Lo único que me pesa es Karol. Y que me siento completamente sola. Patrick y yo apenas nos vemos. Lo cruzo de vez en cuando en la oficina, pero es como si fuéramos dos desconocidos compartiendo una casa, entiendo de que lo somos pero aun así duele un poco. Nunca hemos sido de conversar mucho y, sinceramente, tampoco estaba en el contrato. Nadie dijo que debíamos convivir, y eso es justamente lo que hacemos: cohabitar. Sin más. En las mañanas, lo escucho hacer ejercicio en el jardín. Al principio, lo espiaba desde la ventana, pero luego me pareció patético. Una acosadora casada. Además, siempre hace la misma rutina y se levanta tan temprano que prefiero quedarme durmiendo. Los fines de semana casi siempre viaja por trabajo. Supongo. A veces ni lo escucho salir. Me deja un mensaje tipo: “Voy fuera del país, regreso el miércoles”. Y ya. Así que la casa, con todo y su piscina de revista, se vuelve un eco. Este fin de semana no iba a ser la excepción. Así que decidí hacer algo distinto: llamé a mi familia. Les propuse una visita sorpresa, una fiesta informal en la piscina. Todos aceptaron encantados. Según ellos, una casa así hay que “usarla”. Llegaron temprano, nunca antes visto: trajes de baño, bloqueador, hielera, comida y muchas ganas de pasarla bien. —¡Qué dicha que llegaron! —les digo desde la cocina, contenta de tener finalmente algo de ruido humano en casa. —¡Claro que sí, no nos perderíamos algo así! —grita Ben mientras se lanza de bomba a la piscina. Niego, pero de alegría de verlos a todos. Mi á entra de ultimo.  —¿Cómo has estado? —pregunta mi mamá dejando bolsas y recipientes sobre la isla de la cocina. —Bien, aquí… normal —intento sonar casual, aunque la verdad me muero por contarle lo sola que me siento, lo poco que veo a Patrick y lo mucho que extraño hablar con alguien de verdad. Pero no, respiro y me callo. —Te ves cansada. —Ah… no, no. Es que me levanté temprano para llevar a Patrick al aeropuerto — miento. Patrick se fue a las tres de la mañana. Me dejó un mensaje seco diciendo que volvía el martes. —¿Quieres que te ayude con algo? ¿Limpiar la casa o arreglar los cuartos? Ay, mi mamá. Siempre con su instinto de limpieza a flor de piel. No importa si estamos en una boda, un velorio o en la NASA, ella va a querer limpiar algo. No me sorprende que aquí ofrezca lo mismo. —Ay, mami, no. Por favor. Ven a disfrutar la piscina, el sol. El día está lindísimo. No te vas a poner a limpiar. —De verdad, no me molesta —dice mientras ya empieza a buscar el producto multiusos bajo el fregadero. —Mami, por favor. —Bueno, al menos puedo hacerles la cama. Seguro está todo desordenado… La cama. ¡No! No puede subir. Si ve que dormimos en cuartos separados, va a sospechar. Va a empezar con las preguntas y ahí sí se desarma todo. —¡No! —me sale más fuerte de lo que esperaba. Ella se queda congelada.—No, mami. De verdad, no hace falta. Una señora viene todas las semanas a ayudarnos. Y ya arreglé todo, ya está todo limpio. Las camas… digo, la cama está bien. Todo está en orden. Tranquila, de verdad. Me mira raro. Esa mirada de mamá que atraviesa cualquier fachada. Dicen que engañar a tu mamá es como mentirle a Dios. Siempre lo sabe todo, aunque no diga nada. —Bueno, está bien. Solo porque no está Patrick y no puedo preguntarle a él… porque sé que él sí me dejaría ayudar. Me voy a poner a tejer o algo. —Sí, si por favor —respondo con una sonrisa culpable. Termino de colocar algunas cosas en la cocina y salgo al jardín donde todos se están divirtiendo. Es reconfortante verlos ahí. Reír. Gritar. Sentir que hay vida en esta casa silenciosa. Me gusta la soledad, pero no así al extremo. Este tipo de soledad no es la que se disfruta. Es la que te acompaña incluso cuando hay alguien más viviendo contigo. Ponemos música. Las niñas se tiran al agua. Y yo no resisto más. Me meto con ellas, juego, río, me olvido de todo por unas horas. Cuando cae la tarde, mis papás deciden irse. Poco a poco los demás también se despiden. Hasta que quedamos solo Melissa y yo. —¿Está bien si me quedo a dormir? —me pregunta mientras recoge su toalla—. Es que necesito un momento lejos de Kenneth. —Claro que sí, quédate —respondo sin pensarlo. La verdad, me alegra que quiera quedarse. —Gracias. Voy a sacar mi bolso del carro —ríe mientras se dirige a la puerta principal—. Solo lo traje por si acaso. —Obvio. Es que me conoces, sabias que no te iba a decir que no. —Es verdad —dice mientras sale con una sonrisa. Vuelve, se va al piso de arriba y cuando baja ya viene con el pijama puesto y con una media cola despeinada. Se lanza al sillón como si fuera su casa. Porque lo es, de alguna forma. Y nos ponemos cómodas. —¿Quieres comer algo más? Aún es temprano. —Le digo aun desde la cocina. —Tal vez algo dulce —dice, se levanta y abre el refrigerador como si viviera aquí—. ¿Tienes helado? Saca un tarro casi lleno y dos cucharas. Nos sentamos en la sala, descalzas y en silencio por unos segundos, comiendo directamente del tarro. Sin juicio. Solo comodidad. —¿Me vas a contar que paso? …—le digo —. Todo el mundo que come helado así es porque algo anda mal. —No, de verdad no es tan grave —me responde—. Kenneth quiere comprarse un Nintendo Switch y yo no quiero, el departamento debe estar libre de esos artículos modernos y ahora estamos en medio de la gran discusión. Levanto una ceja. ¿Ese es el gran drama? —Wow. Las peleas de pareja son todo un universo que todavía no entiendo. —Se encoge de hombros como haciendome entender que ni ella lo entiende. —¿Y tú qué? —pregunta mientras se acomoda mejor—. ¿Cómo te va con el rollo de “casamiento falso”? Porque la boda fue todo un éxito. Las fotos quedaron increíbles, por cierto. —Obvio, fuiste la fotógrafa, toda una profesional —respondo rodando los ojos. —De nada —dice con una sonrisita orgullosa. Nos reímos. Luego, me encojo de hombros y señalo a mi alrededor. —Pues… creo que todo bien. Solo un poco sola, como ves. No es que me moleste…solo que no estoy acostumbrada. Naga es buena compañía pero es raro. —¿Patrick nunca está? Niego con la cabeza, tragando el siguiente bocado con algo más de esfuerzo. —Pero está bien. No es como que tengamos que convivir ni nada. No lo pusimos en el contrato. Así que técnicamente todo va como se supone. —Ya… pero, aun así —dice mirándome con atención—. No sé, me parece raro. O sea, se casaron, viven juntos y ni siquiera se ven. —Lo veo a veces. En la mañana cuando se va a correr, o en alguna reunión. Pero no más. Él vive en su mundo y yo en el mío. Como dos inquilinos. Creo que solo debo acostumbrarme. —¿Y eso no te hace sentir… no sé… desconectada? Dejo soltar un gran suspiro. —Sí, un poco. Supongo que pensé que sería más fácil. Pero a veces siento que me estoy acostumbrando a estar más sola que antes y no sé si eso es bueno o malo. Melissa se queda en silencio. Me pasa el tarro de helado. Me mira con esa expresión suya de “no te voy a presionar, pero quiero que hables”. Y me dan ganas de decirlo todo. Pero solo suspiro. —Por lo menos hoy no estoy sola —le digo—. Y eso ya es ganancia. —Y mañana tampoco, porque pienso quedarme hasta después del desayuno. Y quiero panqueques. —Exigente. —Soy tu invitada VIP. Trátame con cariño. Nos reímos otra vez. El helado se acaba y ponemos una película tonta en la tele. No hablamos más, pero tampoco hace falta. A veces solo se necesita a alguien que se quede, que esté. Y hoy, Melissa está. Eso me hace sentir mucho mejor. A la mañana siguiente le hago panqueques con chispas de chocolate porque son sus favoritos. Comemos en pijama, reímos como adolescentes y hablamos de cualquier tontería, lo cual me hace sentir más ligera, como si por fin hubiera soltado un poquito de todo lo que me pesa. Pero ya al mediodía decide irse. —Ya me voy, pero quiero que sepas que estoy aquí si me necesitas, ¿está bien? —Claro que sí, lo sé —la rodeo con un gran abrazo, de esos que uno necesita y no sabía cuánto—. Gracias por escucharme y no juzgarme. Te quiero mucho. —Yo también te quiero mucho —dice mientras se aparta—. Cuídate, y si Patrick llega y se vuelve romántico de repente, me llamas de una. —¡Tonta! —le saco el dedo del medio mientras se va riéndose hacia su carro. Cierro la puerta con una pequeña sonrisa, justo cuando empiezo a recoger la cocina, escucho el sonido de un mensaje en mi celular. Lo reviso. Es Karol.                          Karol: ¿Podemos vernos hoy? Mi corazón da un pequeño brinco. No lo pienso mucho.                          Sofia: Claro. ¿En dónde nos vemos?                          Karol: En la cafetería que nos gusta.                          Sofia: Muy bien. Llego ahí en una hora. Subo corriendo a mi cuarto, me alisto sin pensarlo dos veces. Me da nervios, no voy a mentir. Karol ha sido mi amiga durante años y no hablar con ella este mes ha sido una especie de castigo silencioso. Me veo al espejo una vez más antes de salir. Hoy solo quiero remendar lo que se rompió. Cuando llego, Karol ya está ahí. Sentada en nuestra mesa de siempre, la que da justo frente a la terraza, con dos cafés en la mesa. Me está esperando. Me acerco con cautela siento que si hago movimientos briscos puede que salga corriendo.  —Hola —le digo con una pequeña sonrisa, insegura. Tomo asiento. —Hola —responde, sin tono de enojo, pero tampoco con demasiada calidez. Me siento frente a ella en silencio. —Gracias por escribirme. — Digo por fin. —Sentí que ya era hora de hablar. No quiero que esto se quede así. Nos conocemos desde hace años, y me dolió. Me dolió que no me dijeras nada. —Lo sé. Y no tengo excusa. Solo que… todo pasó tan rápido y, la verdad, yo tampoco sabía cómo manejarlo. —¿Estás enamorada de él? De nuevo esa pregunta. Me toma por sorpresa. Me toma un segundo responder. ¿Siento cosas por él? Sí. Sí las siento. Sé que él no siente lo mismo. Bueno algo que debo aceptar… tengo casi certeza de que no. Un hombre enamorado no actúa como ha actuado Patrick estos días. —No lo sé —le digo con la verdad, porque al menos eso se merece—. Eso creo… o tal vez no. Es complicado, Karol. Solo sé que no fue mi intención alejarme de ti.  Karol baja la mirada, mueve el café con la cucharita. —Es que fue como que un día estábamos riéndonos y fantaseando con el jefe, y al otro estabas casada con él. Me sentí… usada, traicionada. No porque me moleste que te casaras con él, sino porque no me lo dijiste. —Entiendo… —suspiro. Es más complicado de lo que parece. No puedo contarle nada del contrato; lo firmé, y si se rompe el trato, estaría en problemas—. A veces ni yo lo entiendo, pero de verdad te necesito. Eres mi mejor amiga, y siempre has estado para mí, como sabes que yo siempre he estado para ti. —También te he extrañado. —Me mira con sus ojos casi llorosos — Montones. Es raro verte ahora en la oficina y no acercarme a hablar contigo, o comer juntas. Además, es más que obvio que el jefe está enamorado de ti. Cómo te observa cuando estás concentrada en el trabajo… te mira con unos ojos de amor que hasta a mí me sacan una sonrisa. Ese comentario sí que no lo vi venir. Nunca me había puesto a pensar que Patrick me observa cuando estoy trabajando. Sé que su oficina está frente a la mía, pero como siempre estoy enfocada, no le prestó atención. —Ah… —muevo las manos un poco nerviosas, restándole importancia—. No, no. Él no es así. Es más sereno y reservado. —Pues no desde donde yo estoy. Ahora que me cambiaron de lugar —dice riendo ya más alegre—, que, por cierto, espero volver este lunes a mi antiguo, si no te molesta… —¡No me molesta para nada! Más bien me emociona. —Bueno, desde donde estoy ahora, puedo ver toda la oficina de él desde otro ángulo, y es muy evidente. Lo noto cuando te levantas a tomar agua o a hablar con algún compañero. Se tensa… de celos. Es bastante cómico. Te sigue todo el rato con la mirada. Y cuando te vas por más de veinte segundos, créeme, ya lo conté, se levanta y sale a deambular por la oficina, como si no supiera qué hacer, hasta que vuelves a tu lugar… entonces él también vuelve al suyo —se ríe—. Es un poco molesto, a decir verdad. Debes tenerlo loquito, amiga. Ese fue uno de los motivos por los que decidí llamarte. Primero, no es posible que estés casada y yo no sepa nada: cómo están viviendo, qué cosas nuevas estás aprendiendo —me guiña un ojo y yo pongo los ojos en blanco—. Y segundo, no es tu culpa que un hombre de ese calibre se haya enamorado de ti, y que yo me pusiera celosa por eso. Fue infantil, porque sé que, si fuera al revés, tú estarías muy feliz por mí. Si supiera que todo es actuación… Que Patrick solo hace eso por… ¿por qué lo hace? ¿Por qué me observa mientras trabajo? ¿Por qué me sigue como si quisiera que nos crucemos “por casualidad” en el pasillo? No tiene sentido. Vivimos juntos y casi no lo veo en casa. O tal vez él está marcando distancia… no lo entiendo. Patrick no es así. Sé que no lo conozco mucho, pero no parece alguien que se ponga en esas situaciones incómodas a propósito. —Claro que estaría feliz por ti —le digo, con el corazón encogido. Le sujeto las manos—. Perdóname, de verdad. Nunca quise que esto escalara tanto y mucho menos perder tu amistad. ¿Me disculpas? —Claro que sí, amiga. Siempre juntas, ¿lo recuerdas? —Siempre juntas.
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)