ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
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3
Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
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Capítulo 12

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Hoy me levante antes del despertador. Es 15 de septiembre, Día de la Independencia de Costa Rica, y aunque hace años que no participo en actividades cívicas, hay algo en mí que quiere vivirlo como cuando era niña. Las bandas del colegio, los faroles en la noche, el olor a tamales y el bullicio de la gente caminando por las calles. No sé... tal vez es la nostalgia. O tal vez es porque, por primera vez en mucho tiempo, tengo un día sin tener que correr a la oficina ni revisar correos desde la cama. O quizá sea porque mis sobrinas desfilarán hoy, vestidas con trajes típicos, y yo solo quiero disfrutar. Voy a la cocina a preparar café y, cuando escucho a Patrick bajar, ya estoy cocinando un desayuno típico costarricense: gallo pinto, plátano maduro, huevos y pan casero que me dio mi mamá la noche anterior. Todo huele delicioso. Quiero que pruebe algo más de nuestra cultura. Tal vez así se suelte un poco, tal vez se permita disfrutar. Volvió de Panamá hace unos días, y desde entonces no hemos podido hablar bien. Quizá hoy, que ambos estamos libres, podamos pasar un buen rato. —¡Buenos días! —le digo con una sonrisa mientras volteo los plátanos en el sartén—. Feliz Día de la Independencia. Él solo asiente con un leve "buenos días" y se sienta en la mesa, revisando su celular. Me contengo. Tal vez solo necesita café para funcionar y un buen desayuno. Le sirvo un poco. Hoy me siento muy feliz; no puedo permitir que me arruine el día. Vivimos juntos creo que debo dar de mi parte para que él se sienta incluido también. —Hoy hay un desfile en el centro del pueblo, podríamos ir —le propongo mientras me siento frente a él—. Hay música, niños con disfraces, bandas, comidas típicas… se que aun no has probado los tamales. Es lindo. Podrías conocer algo más del país, ya que… bueno, ahora vives aquí.— digo con un poco de duda en mi voz. Patrick alza la vista de su celular, pero su expresión es completamente neutra. —No creo que pueda. Tengo cosas que hacer. Reuniones, llamadas.— vuelve su mirada al celular.  —¿En día feriado? Patrick, es 15 de septiembre. Nadie trabaja hoy —insisto, pero ya puedo sentir cómo mi emoción se desinfla como un globo pinchado. —Yo sí trabajo, Sofía. No todos podemos tomarnos el día para desfilar con niños y comer tamales —responde. No con rudeza, pero con esa frialdad suya que utiliza en la oficina y que me hiela los huesos. Nunca me había hablado así. Me quedo callada por un momento. Mi tenedor rebota sin rumbo en el gallo pinto. —No es solo un desfile —digo, más suave—. Es algo importante para nosotros. Es como… como si estuvieras en Irlanda en el Día de San Patricio y no quisieras ni salir de la casa. Levanta su mirada del celular y sus ojos se ven dolidos hasta enojados con el comentario que acabo de decir. —No es lo mismo —resopla, apartando el plato—. Allá están mis raíces, mi gente, mis recuerdos. Aquí solo estoy… por negocios. Ahí se rompe algo dentro de mí. ¿Por qué dice eso, está molesto? ¿por qué no habla conmigo no hay necesidad de ser grosero.? —Pues qué bien que lo digas tan claro. Porque yo estoy aquí porque esta es mi casa, mi país. Y sí, firmamos un contrato, lo se, pero si vas a vivir aquí, al menos podrías tener un poco de respeto por lo que significa para mí, por mi país ya que si te interesa conquistarlo, ¿verdad?—levanto la voz un poco más de lo necesario. No lo planeo, pero no puedo evitarlo. Me duele. Él se queda en silencio. No se disculpa. No explica. Solo se levanta, agarra las llaves del carro y sale de la casa sin decir una sola palabra más. El portazo es suave, pero lo siento como un grito. Me quedo sola en la cocina, con el desayuno enfriándose frente a mí y el corazón apretado. No lloro no hay porque llorar. Pero siento una rabia silenciosa, como esa lluvia que cae tan fina que no la notas hasta que ya estás empapada. Por primera vez desde que empezó esta locura, me pregunto si he cometido un error al decir que sí al contrato. Porque una cosa es fingir ante los demás… y otra muy distinta, fingir que no me duele lo indiferente que él puede ser. Y lo que más me duele no es que haya rechazado el desayuno o el desfile. Es que, por un segundo, yo tenía la esperanza de que quisiéramos compartir este día. De que tal vez, solo tal vez, esto se sintiera menos como un acuerdo y más como un comienzo. Pero no. Decido alistarme y celebrarlo con mi familia. Tal vez para él no signifique nada, pero para mí sí. No me importa si Patrick quiere llevar las cosas así: distantes, frías, calculadas. Yo no voy a dejar de vivir lo que me hace feliz. Me pongo una blusa blanca bordada con flores rojas, un pantalón azul oscuro y me recojo el cabello con una cinta del mismo color. Me miro en el espejo y sonrío con algo de tristeza. No, hoy voy a sonreír por mí. Llego al centro del pueblo, cuando el sol empieza a calentar de verdad. La gente ya está reunida: hay puestos de comida con el humo de las empanadas y los tamales cocinándose, niños corriendo con banderas diminutas en la mano, y en el fondo, las bandas afinando instrumentos. El aire huele a pólvora vieja, a algodón de azúcar, a comunidad. En el parque me encuentro con Elena, que se ve más que ajetreada arreglándole la ropa a las niñas para que empiece el desfile. Se ven tan lindas, como muñequitas con sus vestidos típicos. Cuando me ve a la distancia, me saluda con entusiasmo y me hace señas para que me acerque. —¡Qué alegria que sí pudiste llegar! Pensé que no vendrías —dice mientras le acomoda el cabello a Naomi, que se queja bajito por los tirones. —Hola, guapas —le digo a mis sobrinas, que amo con todo mi corazón. —¡Hola! —responden ambas con el cabello lleno de gel y flores entre las trenzas que Elena les está haciendo. Se ven emocionadas, nerviosas. Me recuerdan a mí cuando tenía su edad y el desfile era lo más importante del año. —¿Y Patrick?— pregunta Elena. —Pues... tiene que trabajar. —¿Hoy? ¿En feriado? —Pues no para él, —digo encogiéndome de hombros — según lo que me dijo en la mañana. Elena frunce el ceño con ligera preocupación. —¿Está todo bien? —Pues sí... supongo que sí —miento, o al menos lo intento. Ella me conoce demasiado bien como para creerlo. La maestra de las niñas las llama para que se formen, y nos deja a las dos solas por un momento. Caminamos hacia una esquina con sombra. —¿Qué pasó? —me pregunta con ese tono entre hermana mayor y amiga de toda la vida. —Nada, solo… siento que él no quiere ser parte de aquí, de todo esto —suspiro, sintiendo cómo esa tristeza se me mete en el pecho como una piedrita que no puedo sacar—. Sé que está aquí por un contrato y por negocios, pero no sé… siento que podríamos llegar a ser amigos. Al menos. No creo que, si vivimos juntos, no haya razón para no serlo. —Ya, entiendo un poco. Claro, Pablo y yo sí nos casamos de verdad, pero entiendo lo que quieres decir —dice, y me mira con cariño—. No le des tanta importancia, Sofí. Sabes que al final te quedarás con la casa, un mejor salario y un buen carro. Solo deberías verlo como un trabajo. No te esfuerces por agradarle a alguien que no quiere tener algo contigo. Ese es el problema. Desde el momento en que lo conocí en Nueva York y empezamos a hablar, me empezó a gustar. No lo planeé, no lo busqué, simplemente... pasó. Sé que ha sido un poco frío estos primeros meses, especialmente cuando estamos solos, pero no sé… hay momentos en los que lo siento cercano. Hay algo en su forma de mirarme, de prestarme atención cuando cree que no me doy cuenta. Siento que no es posible que sea tan buen actor. Debo intentar sacarlo de mi mente. Es cierto lo que dice mi hermana: si sigo por ese rumbo sin sentido, me voy a destrozar el corazón. Y eso va a terminar peor. Dos meses… llevamos dos meses con esto, y ya siento que no puedo más. —Ya van a empezar —me dice Elena, sacándome de mis pensamientos. —Claro. Nos colocamos en el centro del parque para ver bien a las niñas. El desfile arranca con fuerza. Los tambores retumban en el pecho como un latido colectivo. Las niñas pasan saludando con sus manos pintadas de escarcha, y yo saco el celular para tomarles fotos, riéndome mientras intento seguirlas entre la multitud. Por unos minutos me olvido de todo. De Patrick, del contrato, de mis dudas. Después del desfile, vamos a la casa de mis papás. Es como entrar en un refugio conocido: el olor a arroz con pollo, las risas de todos, los manteles de plástico floreados en la mesa. —¡Hola, mis amores! —dice mi mamá con los brazos abiertos hacia las niñas. Elena y yo nos miramos y nos reímos. —Por un momento pensé que hablaba con nosotras.—digo. —Ni me digas —responde mi hermana, dándome un codazo. —¿Y Patrick? —pregunta mi mamá mientras busca detrás de mí, como si esperara verlo aparecer con una sonrisa y flores en la mano. —Tuvo que trabajar hoy —respondo, intentando sonar calmada. Desde que me casé, mi mamá adora a Patrick. Como buena mamá latina, es sobreprotectora con el esposo de su hija, más aún sabiendo que yo era la única sin pareja y que todos pensaban que terminaría sola. En estos dos meses, Patrick y yo hemos venido un par de veces, siempre con la excusa de que él trabaja demasiado. En parte es cierto, pero ahora empiezo a ver con claridad: él también evita estar con mi familia. —Ese muchacho trabaja mucho —dice mi papá desde la mesa de la cocina—. Deberías decirle que aquí no es como en esos otros países, aquí somos más relajados. —Sí, se lo diré —respondo con una sonrisa suave, aunque por dentro no estoy tan segura de qué decirle exactamente. —Puede que aún no esté acostumbrado a nuestras costumbres y tradiciones. Ya pasará, vas a ver que sí —añade mi mamá, mientras hace unas tortillas al aire con la misma destreza de siempre. Ya sentados a la mesa, con los platos llenos, mi papá, se limpia las manos con la servilleta y dice: —Sofía quiero que me escuches con atencion. —Mmmm ok adelante. — Se que hoy Patrick no nos pudo acompañar, y se que eso probablemnte te molesto o te sientes mal al respecto, pero debes saber que aveces uno quiere que la gente entienda lo que es importante para uno, pero no todos vienen del mismo lugar. Hay que darles tiempo… o dejarlos ir si no quieren quedarse. Mi mamá lo mira y asiente con una ternura que me traspasa. —Tú siempre has sido muy sensible.—continua— Pero no todos saben leer lo que uno siente. Y eso no es culpa tuya. No dejes que otra persona, aunque sea tu esposo te robe tu paz.  —Solo cuídate —agrega Elena—. Nadie te pide que no te permitas sentir. Pero sí que te acuerdes de quién eres. Porque a veces una se entrega tanto que se olvida de uno mismo. No logro decir nada, solo logro asentir siento un nudo en la garganta listo para explotar y soltar el llanto que tenia en la mañana. Todos en la mesa me miran como si supieran algo, aunque no saben nada solo mis hermanas. Pero las palabras de mi papá me tocan más de lo que imaginan. Me hacen pensar que, tal vez sin saberlo, me están diciendo exactamente lo que necesito oír. Tal vez ya es hora de dejar de esperar que Patrick me vea. Tal vez es hora de volver a verme yo. Regreso a casa cuando el sol ya empieza a esconderse detrás de las montañas. El cielo se tiñe de tonos naranjas y dorados, y por un momento me gustaría que ese color cálido se pudiera colar también dentro de mi casa. Entro con las bolsas de pan dulce que mi mamá me dio “por si Patrick quiere” dijo, como si fueramos una pareja real, como si lo nuestro tuviera ese tipo de dulzura. Suspiro y abro la puerta con suavidad. La casa está en silencio. Demasiado silencio. El eco de mis pasos me recuerda que aquí no hay niños corriendo, ni risas, ni olor a café. Solo el eco de dos personas que comparten techo, pero no vida. Naga me recibe, pero desde que encontró un espacio en el jardín que es ahora su favorito pasa más en el jardín que dentro de casa. Genial otra que se me deja sola. Patrick está en la oficina que esta justo a mano izquierda de la entrada principal. Esta concentrado en su laptop. Tiene puesto un traje entero que seguramente no se ha cambiado en todo el día por estar trabajando. Me mira apenas levanta la vista, sin una sonrisa, sin un “¿cómo te fue?”. —Hola —le digo, sin esperar gran cosa. —Hola —responde, secamente. Me quito los zapatos junto a la entrada. Por un segundo me ilusiono con la idea de contarle cómo se veían las niñas, cómo Elena casi lloró al verlas desfilar, o cómo mi papá, tan poco dado a hablar, me dio uno de los mejores consejos que he recibido. Pero cuando vuelvo a mirarlo, él ya bajó la vista de nuevo a la pantalla. Voy a dejar el pan en la cocina y empiezo a subir las escaleras, pero entonces su voz me detiene. —Sofía... tenemos que hablar. Eso nunca suena bien. Me doy vuelta despacio y bajo de nuevo, me mantengo en el marco de la puerta de su oficina. —Dime. Cierra la laptop, como si el tema lo mereciera. Se queda unos segundos en silencio, como buscando las palabras correctas. —He estado pensando que... tal vez lo mejor para ambos sea tener algo de espacio en la casa. Frunzo el ceño, sin entender del todo. —¿A qué te refieres con “espacio”?—hago comillas con los dedos.  —A que no intentemos forzar una convivencia cercana. Quiero decir, podemos convivir, claro, pero no... no quiero que sientas que tenemos que pasar tiempo juntos por obligación. Podemos tener rutinas separadas. Mantener cierta... distancia. Creo que así será más fácil para los dos. No sé por qué, pero esas palabras me duelen más de lo que deberían. Tal vez porque yo sí había querido que esto fuera algo más llevadero. Tal vez porque, aunque empecé esto por conveniencia, nunca pensé que me dolería tanto ser tratada como una extraña en mi propia casa. —Entiendo —digo, aunque no lo entiendo del todo—. Solo... me hubiera gustado saberlo antes. —No quería herirte. —No te preocupes, no lo lograste —respondo, con una sonrisa cortante y sin mirarlo. Me doy la vuelta y subo las escaleras con el nudo ya rompiéndose en la garganta. Cuando cierro la puerta de mi habitación, todo el ruido del desfile parece tan lejano, tan ajeno. Me siento en la cama, y por primera vez en todo el día, lloro. No por él. Por mí. Por lo que estoy permitiendo. Por lo que quise y no fue. Y porque, aunque dije que era hora de volver a verme yo, todavía no tengo idea de cómo hacerlo cuando todo a mi alrededor parece estar diseñado para hacerme sentir invisible.
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