ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 13

Ajustes de texto
Ya han pasado varios días desde que Patrick y yo tuvimos la famosa charla. Ahora estoy completamente sumergida en el trabajo. Me di cuenta que he dejado que todo se acumulara poco a poco: los informes, los proyectos, los pendientes que dejé de lado mientras organizaba la mudanza, la boda, la situación con Karol… y todo lo relacionado con Patrick. Intento no pensar demasiado en eso, pero no puedo evitarlo. Saber que voy a vivir un año con un hombre que ni siquiera quiere ser mi amigo me tiene completamente desubicada. Necesito volver a enfocarme. Necesito que el trabajo me salve. —¡Amiga! ¡AMIGA! La voz de Karol me saca de golpe de mi concentración. Parpadeo y levanto la vista de la pantalla. Ella está sentada al borde de mi escritorio, comiendo un paquetito de quién sabe qué, con ese olor artificial a queso que invade todo. —¿Qué pasó? —le pregunto, aún medio ida. —¡Wooo, estás metidísima en el trabajo! Llevo aquí como dos minutos —me dice, entrecerrando los ojos como si estuviera a punto de descubrir un secreto—. Oye…¿no has podido dormir bien estos días? ¿Demasiado sexo, tal vez? —Tú y tu tema favorito —respondo, rodando los ojos. Desde que volvimos a hablar, Karol ha querido sacar ese tema cada vez que puede. Me lo pregunta inderectamente o directamente ya en realidad ni le importa. —¡Pues sí! ¿Para qué te digo que no, si sí? —dice riendo—. ¡No me das nada, amiga! Estos tres meses han sido una tortura. Soy tu mejor amiga y no me cuentas nada. ¡Necesito algo que imaginar! —¿Y qué quieres que te diga? —murmuro, volviendo la mirada al monitor para evitar su mirada asesina. —Detalles, amiga. ¡De.Ta.Lles! —insiste, arrastrando la palabra como si fuera una súplica—. Todos los días te veo y luego veo a nuestro jefecito y me hago mil y una preguntas… ¡y tú nada!. No me das nada de respuestas. —No hay nada que decir —respondo, un poco más seca de lo que planeaba. Patrick ni siquiera quiere hablar conmigo, y ella quiere que le dé detalles… ¿de qué? ¿De su frialdad? ¿De que es un completo idiota? —¿Nada? Por favor… ¿me vas a decir que todo fue "normal"? ¿Tú qué sabes de normal si Patrick es el primer hombre con el que has estado? —me toma la mano derecha para que deje de teclear—. ¿Ya viste esos brazos? No me puedo imaginar cómo se ve sin camisa. ¿Te dolió? ¿Te gustó? ¿Es un sadomasoquista o qué? —Karol… —digo jalando mi mano con suavidad—. Creo que necesitas un nuevo pasatiempo. No sé… ¿hacer origami, aprender a montar una bici? —Ya se montar en bici… Justo en ese momento, Patrick aparece. Como si hubiera sido incovado con la tabla de la Quija. —Buenos días —dice con voz baja, sin mucho entusiasmo. Él, como todas las mañanas, pasa saludando por cada departamento. Según dice, es su forma de recordar los nombres de todos los empleados, pero estoy segura de que no se sabe ni uno. Karol y yo decimos "buenos días" al unísono, aunque la energía en la sala cambia por completo. —¿Se encuentra bien, señorita Romero? —le pregunta, notando que está sentada en mi escritorio comiendo snacks. —Todo bien —responde Karol, con las mejillas coloradas, limpiándose los dedos llenos de polvo de queso en los pantalones. Entonces se vuelve hacia mí. —¿Y usted, Sofía… digo, señora Reggin? Me sorprende. Nunca me había dicho así, ¿Qué le pasa? Me llama por mi apellido de casada según él. Aquí en Costa Rica no es así, no adquirimos el apellido del esposo. Y me dice "señora". ¿Me pregunto si quiere morir el dia de hoy? Asi que lo fulmino con la mirada. —¿Por qué tanta formalidad con su esposa? —bromea Karol, intentando romper la tensión que se hace evidente como una nube gris sobre nosotros. Los ojos de Patrick se abren un poco, como si no esperara ese comentario, y noto que se pone rojo. Tengo que intervenir para evitar que esto se vuelva aún más incómodo. —Estoy bien, Patrick. ¿Y tú? ¿Todo bien esta mañana? No te vi en el desayuno. ¿Saliste temprano? —Sí, salí rápido hoy —responde sin mirarme, al parecer encontro algo muy interesante justo en la pared que tengo detras por que no se atreve a mirarme a los ojos, aun mantiene el ceño fruncido. Luego lanza una mirada severa a Karol, que inmediatamente nota el cambio de tono y se baja del escritorio. Nunca antes lo había visto tan molesto, y sinceramente, no hay razón para que venga a desquitarse con nosotras. —Me gustaría hablar contigo en privado—dice aun mirando a Karol para que entienda la indirecta. Karol, con discreción, se despide con la mano y me lanza una mirada cómplice antes de salir de mi área de visión. Nos quedamos solos. —No tenías que ser tan grosero. — lo miro con el ceño fruncido. —¿Grosero? Solo no quiero hablar de nuestro acuerdo con ella enfrente. — Me dice en tono molesto—Quisiera saber si podemos salir a almorzar hoy. —¿Esta todo bien? — digo —¿Por qué no iría a estarlo — dice grosero y antipático. Levanto mis cejas —¿Sabes que?, no se si estas enojado y sinceramente no me importa; pero no quiero que me hables así entiendes. — digo de manera cortante. Abre los ojos como platos y queda en con la boca entreabierta. —Ah, no, no... no quería... perdona yo… —Nos vemos en el almuerzo, — digo sin dejar que termine y enfocándome en la computadora— tengo mucho trabajo que hacer y me estas atrasando — le hago ademan de que se vaya. Veo que asiente y se aleja a su oficina. Sigo trabajando, pero ya se metió en mi mente. Con lo difícil que se me hace tener que vivir con el sin tener sentimientos en medio. No quiero ser grosera con él, pero no tengo ganas de estar viendo si está enojado o no. Ya lo hablaremos en el almuerzo y veré que es lo que quiere. En especial desde que me dijo que le gustaría tener la distancia en casa pues entonces debemos también tener distancia aquí. Entiendo que no somos nada en realidad y al final todo es por un negocio, pero no hay necesidad a que sea grosero ni conmigo ni con mis amigas. Pongo una alarma para las doce del día, como recordatorio de que debo almorzar con Patrick. El dia transcurre normal y cuando la alarma suena, levanto la vista desde mi cubículo y lo veo salir de su oficina. Está de pie, mirando hacia mi dirección. Tomo mi bolso, respiro hondo y camino hacia él, que ya me espera junto a la puerta. Sin decir palabra, me hace un gesto para que lo acompañe al ascensor. Entramos y, cuando las puertas se cierran, el silencio se instala entre nosotros. Nos miramos solo a través del reflejo en el espejo. Todo se siente tenso, contenido. Me esfuerzo por mantener la compostura. No quiero ser grosera. No hay razón para. Además, debo recordarme que, aunque vivamos bajo el mismo techo, él sigue siendo mi jefe. Y eso impone límites. Al llegar al estacionamiento, se dirige directo a su carro. Lo abre con el control, y el pitido resuena por todo el lugar. —¿Vamos lejos? —pregunto mientras nos acercamos. Mi tono suena más irritado de lo que pretendía—. Tengo una reunión a las dos, necesito estar de vuelta a tiempo. —No, en realidad es cerca. Solo sería más lejos si fuéramos caminando —responde con neutralidad. Me adelanto y subo al carro sin esperar que me abra la puerta. No quiero que entre en “modo caballeroso”. Se queda quieto por un momento, como dudando, y luego se mete al vehículo sin decir nada más. Durante el trayecto reina el silencio. Ni siquiera pone música. Cuando llegamos al restaurante, simplemente se baja y empieza a caminar hacia la entrada, sin esperarme. —No me esperes, no importa —digo con desdén, mientras me bajo del carro y cierro la puerta con un golpe más fuerte de lo necesario. Patrick se detiene y se vuelve hacia mí con una expresión entre sorpresa y fastidio. —¿Tiré la puerta muy fuerte? Ups —digo con sarcasmo, pasando a su lado sin mirarlo. Él no responde, solo me observa unos segundos y luego sigue mis pasos hasta el restaurante. Nos reciben y nos llevan a una mesa. Nos sentamos. Otra vez el silencio se acomoda entre nosotros, incómodo y denso, como si incluso las palabras tuvieran miedo de salir. —Hola mi nombre es Fernando y el día de hoy seré su mesero —dice un chico que reconozco al instante. Fernando era mi compañero de la escuela y uno de mis ex mejores amigos. Hacia tanto tiempo que no nos veíamos. Sigue teniendo esos ojos alegres y su cara regordeta, aunque ya se ve que la edad le ha dado algunas arrugas sigue teniendo su hermosa sonrisa y esa alegría que emanaba cuando llegaba a un lugar. —¿Fernando? — digo con cara de sorpresa. — ¿Cómo has estado?, Soy yo Sofía. Bueno Soso. ¿Me recuerdas? De segundo de la escuela. —Soso —le brillan los ojos—claro que si ¿cómo estás? —Muy bien y ¿tú? —Aquí me ves, trabajando, cumpliendo sueños... aunque no como tú, que te veo muy bien acompañada —dice con una sonrisa, lanzando una mirada curiosa hacia Patrick. —Pues me alegra muchísimo que estés bien. Y no digas eso, no sabes cómo va mi vida —digo entre risas—. Pero debo decir que te ves muy bien. Patrick se aclara la garganta, recordándonos que no estábamos solos. Tiene los brazos cruzados y su mirada salta entre Fernando y yo. —Ah, disculpen —dice Fernando, un poco apenado, mientras nos ofrece el menú—. Estaré cerca por si necesitan algo más. —Se retira con una sonrisa amable. —¿También vas a ser grosero con Fernando? —le suelto a Patrick, que aún sigue viendo como Fernando se aleja de la mesa. Él sigue sin decir palabra —. Podrías, de una vez, decirme para qué querías hablar conmigo. Suspira hondo, bajando la mirada por un segundo. —Quiero disculparme —dice finalmente—. Sé que no he sido un buen compañero de casa. Y no es tu culpa, pero te lo he hecho sentir como si lo fuera. Como si tú no tuvieras que adaptarte también a esta situación. No ha sido justo para ti. Levanto una ceja, sorprendida. No esperaba eso. —No es excusa, —continua— pero… dejar mi país, mis amigos… e incluso a mi… “prometida”—hace comillas con los dedos—. Todo por la empresa y lo que representa para mi familia. Ha sido más difícil de lo que pensé. Estoy todo el tiempo pensando en Irlanda, en el trabajo allá, en cómo adaptarme aquí: el idioma, las costumbres… en… en ti —me señala suavemente—. Y no porque seas un problema. Para nada. Es solo que no sé cómo manejarlo. Se pasa una mano por el cabello, nervioso. —Lo siento, de verdad. Me he comportado como un idiota. Tú solo intentabas incluirme en tu vida, ser amable… y yo, yo no supe corresponder. Me encerré. De verdad lo siento. Me quedo en silencio. Nunca me había puesto a pensar en lo que Patrick había dejado atrás. Él no está aquí por elección personal, sino por un negocio familiar que lo ata a un país, a una casa, y a una esposa que apenas conoce. —Sé que no hay razón para que quieras que seamos amigos… pero quiero que sepas que nunca ha sido mi intención ser grosero contigo, con tus compañeros o tu familia. Se que lo fui y me disculpo. Lo que pasa es que la forma de vivir en Irlanda es muy diferente. Quería hablar contigo en privado por eso, para explicarte… aunque la verdad es que todavía no sé ni cómo ponerlo en palabras. Se que estas molesta y tienes todo el derecho. Suspira otra vez, bajando la mirada. —Perdona. Asiento despacio, procesando todo. —Entiendo —le digo con sinceridad—. Acepto tus disculpas. La verdad, no había pensado en tu lado de la historia. No imaginé que estuvieras pasándola tan mal. Y tienes razón… si vamos a vivir juntos un año entero, lo mejor es hablar, ser sinceros. Puede parecer mucho tiempo, pero creo que podemos llevarnos bien si somos honestos y nos comunicamos. Si alguna vez cruzo una línea o te hago sentir incómodo, por favor, dímelo. Él levanta la mirada y me presta atención con más calma. —Yo también tengo un carácter fuerte, y no me gusta que traten mal a mis amigos, a mi familia o a mi —continuo, sonriendo un poco para relajar el ambiente—. Me disculpo por lo de la puerta del carro… sé que lo amas demasiado. Él suelta una pequeña risa, por fin. —¿Trato? —digo, extendiendo la mano por encima de la mesa. —Trato —responde, estrechándola con firmeza—. A veces también me dejo llevar por mis emociones, así que te entiendo. Y… sí, lo de la puerta no me encantó, pero lo entiendo. —Prometo que no volverá a pasar —le guiño un ojo. Se ríe por lo bajo, y por primera vez en semanas, siento que entre nosotros se rompe una barrera. Tal vez los primeros tres meses no han sido fáciles, pero algo me dice que estamos dando un paso en la dirección correcta. Cuando terminamos de almorzar y nos dirigimos a la salida, Fernando esta justo en la puerta esperandonos, me hace una seña para que pare y lo escuche. Patrick, como si hubiera leído la situación, se queda junto a mí sin alejarse ni un paso. —Antes de que te vayas, ¿podría…? —dice Fernando con su sonrisa cálida. Al mirar de reojo, noto cómo Patrick se endereza y tensa los hombros. —Bueno, esta noche tengo libre… y pensé que, si quisieras, podríamos salir a tomar algo. Me quedo unos segundos en silencio, procesando la invitación, mientras siento cómo Patrick pasa por mi lado sin decir una sola palabra. Sale del restaurante y se dirige directamente al carro. —Ah, Fernando… —digo bajando un poco la voz—. Lo lamento mucho, pero hoy tengo que trabajar hasta tarde. No creo que pueda. —Entiendo —responde, algo incómodo, rascándose la nuca—. ¿Puedo dejarte mi número? Por si un día quieres salir… o hablar, no sé. Saca una servilleta del delantal y me la tiende. Sonríe con dulzura, y no puedo evitar devolverle la sonrisa. —Me alegró mucho verte —añade. —Igualmente. Y gracias por todo, el servicio estuvo excelente. Tomo la servilleta por cortesía y me dirijo al carro. Al sentarme en el asiento del copiloto, noto cómo Patrick tiene las manos aferradas al volante con tanta fuerza que los nudillos se le han puesto blancos. —¿Todo bien? —pregunto con cuidado. —Todo bien —responde sin mirarme. Pero su lenguaje corporal dice otra cosa. ............................................................................................................................................................................................ Cuando llego a casa en la noche, veo el carro de Patrick en el garaje. No sé a qué hora salió del trabajo, pero claramente llegó antes que yo. Miro el reloj del auto y me doy cuenta de que hoy volví mucho más tarde de lo habitual. Para ser honesta, ni siquiera lo había notado.Estaba muy inmersa en el trabajo. Entro en silencio. La casa está en penumbra, excepto por un tenue resplandor que viene del fondo. Naga me saluda moviendo su cola, pero debe de haber jugado mucho hoy porque se queda dormida justo donde esta. Escucho música. Reconozco la melodía al instante, es una canción que me gusta, pero suena distinta… más profunda, más viva. Camino hacia la terraza, guiada por el sonido, y me detengo al verlo. Patrick está sentado junto a la piscina, los ojos cerrados, con un el violonchelo que había visto en su oficina, entre los brazos. Lo toca con una intensidad tan íntima que parece que cada nota brota directamente de su alma. Está completamente inmerso. Cada movimiento es suave, preciso, pero cargado de emoción. Es como si el mundo desapareciera para él en ese instante. Lo observo sin atreverme a decir nada. Hay algo tan real en esa imagen… tan vulnerable. Es una versión suya que nunca antes había visto. Sereno. Humano. Y me doy cuenta de que hay tanto dentro de él que no conozco. Tanto que siente… y no dice. Cada nota es un pedazo de algo que ha estado guardando. Me siento un poco culpable. No sabía que tocaba el chelo. ¿Qué más no sé de él? Pero al mismo tiempo… no puedo dejar de admirarlo. Hay algo tan bello en la forma en que abraza cada sonido, en cómo se deja llevar sin miedo. Es como si, por primera vez, estuviera viendo su alma… y me gusta incluso más de lo que me atrevo a confesar. Cuando termina, no puedo evitar aplaudir. Me siento como una completa fan. Sonrío con admiración, sin reservas. Patrick abre los ojos. Se ven del azul más intenso que haya visto jamás. Me mira con sorpresa. Y miedo. Hay un brillo en ellos, como si estuviera a punto de llorar. De pronto me siento torpe. Tal vez interrumpí un momento privado, tal vez no debí quedarme ahí. —Lo siento —digo, bajando un poco la voz y rapidamente —. No quería interrumpirte. Él se pone de pie, pero sigue en silencio. —No tienes que detenerte. Sonaba increíble. Si te incomoda que esté aquí, puedo irme a mi cuarto —señalo hacia adentro, incómoda. —No me molesta —responde al fin, sentándose otra vez—. Solo… pensé que estarías fuera toda la noche. Que ibas a salir con el chico del restaurante. —¿Fernando? —pregunto, sorprendida. ¿Está… celoso? No, eso sería absurdo. Él dejó en claro desde el principio que entre nosotros no habría nada. Ni sentimientos, ni expectativas. Agradezco que lo dejara claro, de hecho. Así puedo mantener la cabeza fría… concentrarme en otras cosas. No en él. No en lo que podría pasar entre nosotros. —No. Para nada. ¿Por qué pensarías eso? —No sé —dice, bajando la mirada—. Se veían tan… cómodos. Él está interesado en ti, claramente. Y te invitó a salir, así que… supongo que, no sé qué estaba pensando. — levanta los hombros. —No quiero sonar cruel, pero ahora mismo no estoy interesada en salir con nadie —pauso, tragando saliva—. Nadie. —Aparte de ti, pienso… pero no lo digo. Es la idea más descabellada que he tenido en todo el día. Creo que he trabajado más de la cuenta para que estos pensamientos se cuelen por mi mente. Él asiente, aunque no parece convencido. Hay algo en su expresión que no logro descifrar. Trato de cambiar de tema, para aligerar el ambiente. —¿Por qué nunca me dijiste que sabías tocar el violonchelo? —¿Disculpa? —me mira con sorpresa. —El violonchelo —señalo el instrumento entre sus manos—. Lo había visto en tu oficina, pero pensé que era… decoración. Se ríe, por primera vez con algo de soltura. —Practico seguido. No quiero perder la costumbre —acaricia las cuerdas, pero sin formar una melodía—. Lo toco desde pequeño. Siempre que me siento… —hace una pausa, buscando la palabra adecuada—. Cuando estoy tenso, me ayuda a soltarlo. A vaciar lo que tengo dentro. —¿Ira? ¿Estás bien? Si quieres hablar… —pregunto con suavidad. Este podría ser un buen momento para abrir un poco más el puente entre nosotros. —No ira, exactamente —responde. Cierra los ojos unos segundos y, al volver a abrirlos, los tiene cargados de tristeza—. Solo tengo demasiado en la cabeza. Necesitaba sacarlo de alguna manera. Salí a correr, pero no fue suficiente. Tocar el chelo siempre me ha ayudado a… liberar. —Lo entiendo —asiento, sincera—. Sonaba hermoso. Esa canción es increíble. —¿Sabes cuál era? —pregunta, sorprendido. —Claro. Oblivion de Bastille. Son muy buenos, tienen canciones con letras potentes. —Sí, lo son —asiente, bajando la mirada al cello—. Cuando quieras, puedo tocar para ti. Lo dice con una sonrisa suave en el rostro… pero los ojos aún cargan una tristeza que no logro descifrar del todo. —Me encantaría —respondo. Y lo digo en serio. Patrick me mira como si quisiera decir algo mas, pero no lo hace.
3 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)