Capítulo 14
1 de octubre de 2025, 11:42
Notas:
Este capitulo, es un poco diferente, es el mismo capitulo 13 pero desde el punto de vista de Patrick. Soy muy fan del punto de vista de ambos personajes. Por lo que de ahora en adelante encontraran capitulos que seran del punto de vista de Patrick. Espero les guste.
Punto de vista de Patrick:
“Idiota” es la palabra con la que mi hermana siempre me ha identificado. Siempre me molestó porque sé que no lo soy. Pero después de estos últimos tres meses… creo que empiezo a darle la razón a mi estúpida hermana.
Cada mañana me lo pregunto: ¿por qué? ¿Por qué se me ocurrió la brillante idea de apartar a la única persona que quería ayudarme en esta locura? ¿Por qué pensé que, si me alejaba de ella, iba a estar bien? Que podía controlarlo todo yo solo.
Pero siendo sinceros, esto es algo que arrastro desde siempre: querer hacer las cosas a mi manera, sin permitir que nadie me ayude.
Sofia sólo quería incluirme en su vida. Como un amigo. Como alguien que lo estaba pasando mal y que probablemente extrañaba su vida normal. Me invitó a eventos familiares, a actividades de su pueblo, a compartir momentos con ella. ¿Y qué hice yo? Alejarla. Tratarla mal. Convertir su vida en un infierno.
Recuerdo que, los primeros días de nuestro matrimonio, la veía escondida entre las cortinas mientras yo salía a hacer ejercicio. Después de un tiempo, dejó de hacerlo. ¿Y yo qué hice? Ignorarla. Hacerla sentir invisible.
¿Cómo se supone que vamos a vivir juntos un año entero si ni siquiera hablamos? Todo por mi culpa. Debo admitirlo, una vez más: soy un idiota.
Pero hoy… hoy intentaré arreglarlo.
Cuando salgo de mi cuarto, escucho sonar la alarma de Sofia. Bien, eso significa que apenas se va a levantar. Tengo unos minutos para desayunar algo rápido, pensar qué decirle más tarde y salir hacia la oficina. Últimamente casi no coincidimos en casa. Y sé que es porque ella intenta mantener la distancia… justo como yo le pedí. Ni yo mismo me entiendo.
Bajo a la cocina y Naga me recibe, moviendo la cola. Ya nos llevamos mucho mejor. Cuando Sofia llega tarde, salgo a correr con ella; y cuando estoy solo en casa, me acompaña en la oficina. Supongo que también disfruta de mi compañía. Nunca había tenido un perro, pero entiendo que Naga sea así: Sofia la crio bien.
Le sirvo su comida, tomo un desayuno rápido y me voy. Espero poder hablar con Sofia hoy.
.........................................................................................................................................................
En la oficina hago algunas llamadas y reviso correos. Cuando salgo de mi despacho, la veo: Sofia está en su escritorio, conversando con la señorita Romero. La última vez que crucé miradas con Romero fue el día que me sorprendió mirando demasiado a Sofia mientras trabajaba. Ella levantó una ceja y me devolvió la mirada como si me hubiera atrapado viendo algo muy inapropiado en internet. Desde entonces evito sostenerle la mirada. No es que haya hecho nada malo —se supone que Sofia y yo estamos casados—, pero no quiero que ella diga algo, ni mucho menos incomodar a Sofia.
Aun así, debo acercarme. Tengo que hablar con ella, invitarla a almorzar, aclarar las cosas.
—Buenos días —digo con la voz lo más tranquila posible.
Las dos levantan la vista. Me miran con expresión de sorpresa, como si jamás las saludara. No entiendo. Lo hago todas las mañanas. No debería parecer extraño.
—¿Se encuentra bien, señorita Romero? —añado, para demostrar que sí me sé los nombres y apellidos de todos. Ella está comiendo uno de esos paquetes de queso que me provocan dolor de estómago. Horror. Pero debo mantenerme sereno.
—Todo bien —responde.
—¿Y usted, Sofía…? —me detengo. No puedo ser tan informal, menos delante de su mejor amiga. No puedo llamarla “Sofia” así, sin más. Sonaría descortés, poco profesional—. Digo, señora Reggin.
Pero creo que lo calculé mal. La mirada de Sofia es como si quisiera matarme, revivirme y volver a matarme. ¿He dicho algo malo? No era mi intención.
Genial, Patrick, cada vez lo haces peor.
—¿Por qué tanta formalidad con su esposa? —pregunta la señorita Romero con una ceja alzada.
Formalidad… bueno, es mi esposa. ¿Cómo se supone que debería tratarla? De verdad debí haber hecho caso a Sofia y aprender, al menos, un poco de etiqueta y protocolo del país.
—Estoy bien, Patrick. —Patrick. Así quhablarle informal, ok, entendido—. ¿Y tú? ¿Todo bien esta mañana? No te vi en el desayuno. ¿Saliste temprano?
—Sí, salí rápido hoy —respondo, notando cómo mis nervios se apoderan de mí. No sé por qué, pero ella siempre me hace sentir así.
Y la señorita Romero sigue aquí. Quiero invitar a Sofia a almorzar, pero no sé cómo hacerlo mientras nos observa. Bueno, lo diré, no tengo otra opción.
—Quisiera saber si podemos salir a almorzar hoy —digo casi en un susurro que termina en un grito—. Me gustaría hablar contigo en privado.
Por fin nos dejan solos. Bien, justo eso necesitaba. Pero automáticamente Sofia me sorprende:
—No tenías que ser tan grosero —me dice, torciendo los ojos.
—¿Grosero? —repito, intentando mantenerme sereno en una conversación que ya no sé cómo procesar—. Solo no quiero hablar de nuestro acuerdo con ella enfrente.
—¿Está todo bien? —pregunta, genuinamente preocupada. ¿Me veo tan mal?
—¿Por qué no habría de estarlo? —respondo, intentando sonar normal.
—Sabes que no sé si estás enojado, y sinceramente no me importa; pero no quiero que me hables así, ¿entiendes? —dice, cortante.
Lo que acaba de decir me sorprende. Yo no estoy molesto. Es justo lo contrario: quiero arreglar las cosas y, al parecer, solo lo empeoro.
—Ah, no, no quería… perdona, yo…
—Nos vemos en el almuerzo —dice ya sin mirarme y con expresión cansada—. Tengo mucho trabajo y me estás atrasando. —Me hace un gesto para que me vaya.
Muy bien merecido. Me devuelvo a mi oficina sintiendo que, de verdad, lo arruiné todo. Por lo menos acepto el almuerzo. Soy un completo idiota, una vez más. Como siempre, intento arreglar algo y termino destrozándolo.
A veces me pregunto si de verdad lo único que sé hacer es trabajar por y para mi padre, y no sé hacer nada más. Mis “amigos” solo hablan conmigo porque somos compañeros de trabajo en Irlanda. Y mi famosa “prometida” no es más que una farsa estúpida de Jana para que Sofia no intentara nada romántico conmigo. Tranquila hermana que ya yo me encarge de ese asunto. Soy patético: ni siquiera tengo una prometida real como para interesarme de verdad en mi vida. Nada. No hay nada. Y llega Sofia con su dulce sonrisa y su gran corazón… y yo lo hago añicos.
Genial. Ahora no sé cómo voy a concentrarme en el trabajo sabiendo que tengo que disculparme. Es muy probable que Sofia solo quiera darme una patada en la cara.
Llamó a uno de mis restaurantes favoritos de la zona para reservar el almuerzo. Quiero que todo sea perfecto. Encontré una joya cerca de la oficina y planeo llevarla allí, donde podamos hablar con calma.
Al mediodía, salgo de mi oficina y la veo concentrada en su trabajo. Se ve tan linda hoy. No sé por qué me provoca cosas que nunca antes había sentido. Creo que tengo problemas.
Cuando nota mi presencia y se pone de pie, le hago un gesto para que se acerque. Caminamos juntos hasta el elevador. Y apenas se cierran las puertas, siento como si mil partículas de electricidad me recorriera la espalda. Estamos solos en este espacio tan pequeño, tan íntimo. Me atrevo a mirarla en el reflejo del elevador. Sofia se ve tan bella que duele. Su cabello cae con naturalidad sobre un hombro, sus labios entreabiertos parecen invitar a un secreto. Por un instante, desearía que el elevador se detuviera. Imagino volver a besarla, pero esta vez con intensidad, con pasión, inclinándome hacia ella, atrapándola entre la pared y mi cuerpo, besándola con la intensidad que he guardado desde nuestra boda. No un beso de compromiso, sino uno real, capaz de dejarla sin aliento, quiero apoyarla contra la pared, alzarla a mi altura y perderme en ella, quiero…
El “ding” del elevador me devuelve al aire. ¿Qué acaba de pasar? Necesito respirar.
Caminamos hasta mi carro. Dentro, el perfume de Sofia llena el espacio y me enloquece. Quisiera tomar su mano, besar su palma, escuchar su risa hasta quedarme sin historias que inventarle. Quiero que me toque, que me acaricie el cabello mientras conduzco. ¿Qué me pasa? ¿Por qué quiero besarla, por qué quiero que nuestras respiraciones esten entrecortadas, por que quiero tenerla en mis brazos y nunca soltarla?. He estado frente a empresarios, presidentes, hasta reyes. Y sin embargo, con Sofia me siento como un adolescente torpe que no sabe cómo hablarle a una mujer.
Al llegar al restaurante solo quiero bajar y beber un vaso de agua, pero entonces escuchó cómo la puerta del copiloto se cierra con un golpe seco. Me vuelvo y ahí está ella, con el ceño fruncido.
Claro… se me olvidó abrirle la puerta.
—¿Tiré la puerta muy fuerte? Ups —dice con ironía al pasar a mi lado.
Solo pienso una cosa: esta mujer va a matarme.
El mesero nos conduce a la mesa. Para mi sorpresa, parece conocerla. Hablan, se miran de una forma que me incomoda, con esa complicidad que quisiera tener con ella. A él le brillan los ojos; Le gusta, claro que le gusta. ¿Cómo no? Es Sofia.
Cuando el camarero se va, me disculpo con ella. Le digo como me sinto en verdad, bueno no le digo toda la verdad —la mentira de la prometida debe mantenerse—, pero sí lo suficiente para reconocer que he sido un imbécil. Como siempre, Sofia me perdona sin esfuerzo, incluso se disculpa por lo de la puerta. Esa ternura me desarma.
Quise invitarla a almorzar para acercarme a ella. Para arreglar las cosas. Pero verla hablar con ese tal Fernando, me revolvió por dentro. Celos, inseguridad, rabia… no sé qué fue. Solo sé que cuando él la invitó a salir, con su anillo de matrimonio claramente a la vista, algo en mí ardió. ¿Cómo se atrevió a hacerlo delante de mí?
Me siento decepcionado. No por ella… sino por mí. Porque Sofia puede seguir con su vida, sonreír, ser feliz, mientras yo sigo atrapado entre lo que se espera de mí y lo que realmente quiero. Y con todo el miedo que tengo, debo admitirlo: sé lo que quiero. La quiero a ella. Lo supe desde aquella primera vez que la vi en Nueva York.
El día transcurre sin más. En el camino a la oficina, Sofia no dice una palabra sobre la invitación de ese tal Fernando. Yo tampoco pregunto; si hubiera querido compartirlo conmigo, lo habría hecho.
Al final de la jornada, cuando salgo de mi oficina la encuentro aún en su escritorio, concentrada en su trabajo. Me detengo unos segundos a observarla, como si quisiera memorizar cada gesto suyo… pero otra vez siento la mirada de la señorita Romero clavándose en mí. Me atrapa con esos ojos inquisitivos, y lo único que hago es darme la vuelta e irme de allí.
En casa, me siento vacío. No sé qué hacer conmigo mismo. Necesito huir, incluso de mis propios pensamientos. Me cambio de ropa y salgo a correr. corro y corro. Coroo por dos horas. Dos horas enteras intentando dejar atrás esta opresión en el pecho. El agotamiento físico debería ayudar, pero hoy no funciona. Regreso sudando, jadeando, y la casa sigue en silencio. Sofia no ha llegado aún.
Ella nunca llega tarde. La conclusión es obvia: aceptó la invitación. El corazón me late con tanta fuerza que siento que va a estallar. Me repito una y otra vez que no tengo derecho a sentir esto. Que ella es libre de hacer lo que quiera. Que nuestro matrimonio es solo un contrato y nada más. Pero la idea de que ese anillo en su dedo sea para otro… me mata. Ojalá pudiera darle uno real. Ojalá ella quisiera aceptarlo. Pero sé que no lo haría. No después de todo lo que le he hecho pasar.
Intento calmarme, pero ni correr me sirvió. Me baño y más tarde tomo el violonchelo de mi oficina y salgo a la terraza. Mis dedos se aferran al arco como si de ellos dependiera mi cordura. Empiezo a tocar una de mis piezas favoritas, dejando que cada nota sea un grito contenido, una confesión disfrazada de música. Me hundo en el sonido, en el vaivén del instrumento contra mi pecho, en la única forma que conozco de vaciarme sin romperme.
No pensé que me escucharía. Mucho menos que me vería. Pero cuando termino la melodía, ahí está ella. Sofía. En la entrada de la terraza, mirándome. Aplaudiendo incluso. Como si no hubiera presenciado a un hombre roto, sino a alguien digno de admirar.
Esta sola. El corazón me da un vuelco. Su presencia me asusta porque siento que ha visto demasiado, que se ha asomado a una parte de mí que nunca dejo salir.
—Lo siento —murmura, con esa dulzura que la caracteriza.
Y yo… me quedo sin palabras. Quiero decirle que no me molesta, que al contrario, me alivia verla aquí. Que su presencia es lo único que no me pesa. Pero las palabras se me enredan en la garganta, torpes, inútiles.
La verdad es que pensé que había salido con Fernando. La idea me dolió más de lo que debería admitir. Y cuando me lo niega, cuando me asegura que no fue así, algo dentro de mí se afloja. Un alivio extraño, casi prohibido, me invade. Aunque escucharla decir que no quiere nada en este momento con nadie me pone un poco triste. Además ¿que oportunidad puedo tener yo?.
No debería sentir esto. No debo. Porque esto no es amor… es un contrato. Una mentira. Una estrategia.
¿Por qué entonces me importa tanto si ella está con otro? ¿Por qué no soporto la idea de verla sonreírle a alguien más?
Debería confesarle que no quiero fingir más. Que ya no quiero seguir pretendiendo que entre nosotros no pasa nada. Que me levanto de mi escritorio en la oficina sin necesidad, doy vueltas innecesarias por los departamentos o busco la excusa más estúpida para pasar frente a su escritorio. Solo para verla. Solo para que me mire.Que quiero compartir todos los días el elevador con ella para que se dañe en algún momento y poder besarla sin mas. Solo para que exista un instante más entre los dos que no esté escrito en ese maldito contrato.
Porque todo pasa cuando está cerca. Porque cuando me habla, me siento visto. Cuando me mira, quiero ser mejor. Y cuando sonríe... cuando sonríe, quiero que sea por mí.
Pero no puedo decirle todo esto. No ahora. No así.
Porque no es justo. Porque esta historia empezó con una mentira, con un trato frío disfrazado de oportunidad. Y no sé si soy capaz de construir algo real sobre un cimiento tan débil.
Aun así, cuando me dijo que le encantaría que le tocara otra vez… me sentí en casa por primera vez.
Ella es todo lo que no pensé que merecía. Todo lo que he intentado evitar para no arruinarla, para no complicar aún más este caos en el que vivimos. Pero cada día me cuesta más.
Y lo peor es que sé que esta historia, si sigue así, no va a terminar como un contrato. Va a terminar con un corazón roto. Y es muy probable que sea el mío.
Notas:
Les dejo aqui el link de la cancion que esta tocando Patrick en el violonchelo https://youtu.be/iX5tC2Nuqd8?si=IH687pkSZXpmOnyy soy muy fan de esta cancion pero en version violonchelo me encanta, espero les guste.
SI tienen algun consejo o comentario me encantaria escucharlo.