ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
3
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
Descripción:
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Capítulo 16

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Por fin puedo decir que me siento cada día más cómoda tanto en el trabajo como en casa. La relacion con Patrick se ha hecho mas amena y en el trabajo siento que todo esta normal y tranquilo. Todo ha tomado un rumbo como lo era antes de todo el alboroto. Hoy cuando llego del trabajo y aparco en la entrada. Algo me parece extraño. Todas las luces de la casa están apagadas ya es de noche y se que Patrick debe estar en casa ya que su carro esta aqui. Hoy Patrick tenía su día de teletrabajo, lo se por que no lo vi en la mañana, y no fue a la oficina. Él nunca deja de trabajar, así que debería estar aquí… pero todo está en completa oscuridad. Me bajo del carro y enciendo la linterna del celular. Entro a la casa, Naga aparece, corriendo hacia mí como siempre. Le acaricio la cabeza y ella se va hacia la parte de atrás de la casa. Bueno eso es buena señal de que todo esta normal. Ya dentro de casa cerca de la cocina alcanzo a ver una lámpara encendida suavemente en el salón de estar. Me acerco con cuidado. No sé si Patrick está solo. A veces olvido que él podría perfectamente invitar a alguien más a casa… incluso tener una cita. —¿Hola? —digo en voz baja, dejando que mi presencia se anuncie sin invadir. —Hola —responde una voz rasposa, ronca, apenas audible. Me asomo por el umbral y lo encuentro en el sillón más grande de la sala. Podrían caber tres personas ahí con comodidad, pero él está estirado de lado a lado, sus piernas colgando por fuera. Está cubierto a medias con mi manta —esa que suelo usar yo— tiene los ojos cerrados. —No enciendas la luz, por favor… —susurra— me duele la cabeza. —Patrick… suenas horrible —le digo mientras me acerco. Y lo cierto es que se ve aún peor. Y, sin embargo, sigue pareciendo un modelo enfermo, con ese desorden impecable suyo. —¿Ya tomaste algo? —pregunto sentándome en la mesita frente a él. Le acerco la mano a la frente. Está ardiendo. —Mmmm… creo que sí —responde sin abrir los ojos. No se aparta de mi toque. Ni se inmuta. —¿"Crees"? Perfecto. Déjame hacerte algo para que te sientas mejor —me levanto, dispuesta a ir a la cocina. —No… —dice con esa voz ronca que me parte el alma—. No es necesario. Vienes del trabajo, seguro estás agotada. Estoy tomando agua, estoy bien, lo prometo… —¿Tú crees que te voy a hacer caso? No ves que este clima tropical ya te está pasando factura. — respondo ya desde la cocina—. Quédate ahí, no puedes hacer nada al respecto. Ya te llevo algo. En la cocina enciendo las lámparas de arriba de la encimera; no quiero molestar, ya que la luz entraría al salón de estar. Saco algunos ingredientes de la refrigeradora y me pongo a prepararle una sopa de pollo. No hay nada en este mundo como una sopa de pollo casera para combatir una gripe. Mientras cocino todo, voy a mi cuarto y busco en mi pastillero una medicina para que se la tome. Siempre tengo una pastilla contra la gripe, eso debe servir. Estoy segura de que desde ayer estaba enfermo y no ha dicho nada y, mucho menos, ha tomado algo. Bajo y termino de preparar la sopa. Le hago un té de jengibre con miel, busco una charola y coloco todo en ella: la sopa, el té caliente, el vaso con agua y la pastilla. Camino de regreso al salón. Parece que está dormido, pero sé que no lo está. Y, aun así, enfermo, con la nariz roja y un poco más pálido de lo usual, se ve... muy apuesto. —Patrick —digo bajo, casi como un susurro—. Tu medicina. Abre los ojos despacio y se incorpora lento, hundiendo las almohadas que están debajo de él. Se coloca la manta alrededor de la cabeza, como si quisiera hacerse una capa con ella desde la cabeza. —¿Sopa de pollo? —se queda viendo la sopa, el té y la pastilla. —Sí, es para que te mejores. Debes comer y tomar medicina —digo mientras pongo la charola sobre la mesita de centro y me siento en el sillón individual junto a él. Toma la cuchara y prueba la sopa. —Muchas gracias, está deliciosa. De verdad no tenías que… —Tenía —lo interrumpo con una sonrisa suave—. Alguien tiene que cuidar de ti. Y somos compañeros de casa. Amigos recuerdas. Patrick baja la mirada por un segundo, como si esas palabras tocaran un rincón al que no está acostumbrado. Ladea un poco la cabeza, aún cubierto por la manta, y luego vuelve a llevarse una cucharada a la boca. —¿Siempre haces esto por la gente? —pregunta sin mirarme. —¿El qué? ¿Cocinar sopa cuando están medio muriéndose en el sillón? —No —dice con una pequeña sonrisa torcida—. Cuidar así. Preocuparte. Me encojo de hombros. Quiero decir algo casual, pero su pregunta me deja en pausa. —No lo sé. Supongo que sí… cuando me importa —respondo al final, con más honestidad de la que pretendía. Él deja la cuchara sobre el plato y toma el té con cuidado. Sopla antes de dar el primer sorbo. —Gracias —dice de nuevo, pero esta vez su tono es distinto. Más bajo. Más personal. Asiento, tratando de no mirarlo demasiado, pero es imposible no hacerlo. Aun enfermo, con los ojos cansados y la voz hecha trizas, Patrick tiene esa forma de comportarse que es imposible de ignorar. Y no lo hace a propósito. Solo lo hace... siendo él. Me quedo callada. Lo observo tomar otra cucharada de sopa. Por un momento, el silencio no es incómodo. Es tibio, como la manta que tiene encima. Como su taza entre las manos. Como este algo que está creciendo entre nosotros sin pedir permiso. Cuando termina su sopa deja la cuchara, apoya la espalda en el sillón y me mira. Sus ojos están más apagados de lo normal, pero no pierden la claridad que siempre tienen cuando me observa. —No estoy acostumbrado a esto, pero podría acostumbrarme—dice. —¿A qué? ¿A estar enfermo? —A que alguien me cuide. Sin pedirme nada a cambio. Trago saliva. El nudo en la garganta aparece sin avisar. —No todos queremos algo a cambio, Patrick —le digo—. A veces solo queremos estar. Aunque sea así… al lado de alguien medio enfermo y cubierto como burrito en el sillón. Sonríe. Y yo también. —Deberías ir a tu cama, aquí no es muy cómodo para ti. ¿Quieres que te ayude a subir? —me levanto del sillón y me acerco. Le toco la frente suavemente para comprobar su temperatura. Él clava sus ojos en los míos. Tiene una mirada triste. No sé por qué me mira así. Ya tomó su medicina, se va a recuperar pronto. Pero aun así… hay algo en su expresión que me hipnotiza. Y con esa manta envolviéndole la cabeza parece un perro abandonado bajo la lluvia. Uno adorable, enfermo y desprotegido. Justo mi debilidad. —¿Cómo te sientes? —pregunto mientras retiro la mano de su frente—. Aun sigues muy caliente. —Pues me siento mejor. —Dice sin apartar su mirada en la mía. Le tiendo la misma mano que antes estaba sobre su frente. Él la toma con cuidado, como si temiera romper algo. Se pone de pie con mi ayuda y siento cómo parte de su peso recae en mí. Solo espero que no se caiga, porque sinceramente no sé si podría levantarlo. Sin soltar mi mano, caminamos juntos hacia las escaleras. —Gracias, de verdad —dice con voz baja mientras subimos lentamente—. Nadie me había cuidado desde pequeño. Lo aprecio mucho. Sigue aferrado a mi mano, aunque claramente no la necesita para subir. Es más alto, más fuerte. Pero en este momento, a pesar de todo eso, siento que está buscando algo más que equilibrio. Está buscando calor. Presencia. Una especie de consuelo que va más allá de la fiebre. Abro la puerta de su habitación y por fin lo veo por dentro. Es tan grande como el mío, pero totalmente distinto. Cada rincón grita Patrick. En el aire flota su aroma: cuero, algo fresco y cálido al mismo tiempo. Todo huele a él. Su esencia está impregnada en los muebles, en la ropa doblada sobre la cómoda, en la luz tenue que entra desde una lámpara de mesa. La cama, cubierta con cobijas de un verde oscuro, parece demasiado cómoda como para querer arroparse ahí durante días. Me hace pensar que debería invertir en mejores sábanas. Todo está en perfecto orden, con un estilo sobrio y elegante. Más organizado que el mío, definitivamente. Y eso que me considero ordenada. Pero este cuarto parece sacado de una revista de diseño. Incluso las lámparas a ambos lados de la cama, clásicas, armoniosas, no se parecen en nada a las mías, que cambian de color con un control remoto. Patrick se deja caer con cuidado en el lado que supongo siempre duerme de su cama, exhalando un suspiro profundo. Lo cubro con una de sus mantas sin decir mucho. Él solo me mira. No dice nada, pero sus ojos lo dicen todo. Gratitud. Cansancio. Algo más que no sé nombrar. —Gracias —dice una vez más, mientras acomodo la cobija sobre él hasta cubrirle el pecho. —Intenta dormir —le digo en voz baja—. Mañana vas a sentirte mejor. Por suerte es sabado asi que puedes dormir todo el dia. —¿Te quedas… un segundo más? —pregunta, apenas audible. Asiento. Me siento en el borde de la cama, sin tocarlo, sin mirarlo directamente asi que observo con atención su habitación. Solo estamos ahí, compartiendo ese pequeño silencio lleno de todo lo que no hemos dicho. Patrick cierra los ojos. Un minuto. Dos. Tal vez más. —Por cierto, no debes agradecerme — digo para romper el silencio. Aunque el sigue con los ojos cerrados— Sé que si fuera yo... —¿Lo haces solo porque somos compañeros de casa? —me interrumpe abriendo los ojos poco a poco. Su voz suena ronca, pero hay algo más en ella. Algo que me toma por sorpresa. Dolor. Duda. Vulnerabilidad. —¿Qué? —pregunto, confundida. Entonces lo entiendo. Se quedó pensando en lo que dije antes, sobre ser simplemente compañeros de casa. Y ahora lo pregunta como si le doliera ser solo eso. —No, claro que no.... Somos amigos, ¿no? Y los amigos se cuidan. Duda en responder. Me observa un segundo, luego baja la mirada. —Sí... sí, somos amigos. —Bueno, pues ya ves. No me molesta para nada cuidar de ti. Además, necesitas recuperarte. Recuerda que tenemos una reunión importante con la embajada la próxima semana. Y debes estar en plena forma para esa actuación de pareja feliz recién casada —le digo con una sonrisa suave, intentando aligerar el ambiente. Él también sonríe un poco, pero su expresión cambia. Como si de pronto algo le pesara en el pecho. —Y... —empieza a decir, pero duda— ¿Y qué tal si no quiero actuar más? Me mira. No con la mirada débil y febril de hace unos minutos, sino con una intensidad que me deja sin aire. Por un momento, no parece enfermo. Solo parece… decidido. —¿Qué quieres decir? —mi voz suena más baja, insegura. Una parte de mí ya lo intuye, pero no sé si estoy lista para escucharlo. Patrick se incorpora un poco, sin apartar los ojos de los míos. Sujeta mi mano, la que estaba reposando sobre la sabana. —No quiero fingir más, ya no quiero —dice, firme, seguro, como si por fin hubiera llegado a una conclusión después de días, semanas, luchando con algo dentro de él. Nos miramos. Y no puedo apartar la vista. No sé qué decir. ¿Qué se dice en un momento así? ¿No quiere fingir más por que se quiere ir? ¿Ya está harto? ¿Qué significa lo que yo siento?. Yo no quiero fingir pero es por que él me gusta y quiero ser más que solo su esposa falsa. Acordamos que esto sería solo por un año. Un año fingiendo ser esposos. Después él se mudaría, obtendría su ciudadanía, y seguiría con su vida empresarial. Y yo… me quedaría con esta casa, con una mejora económica, un nuevo comienzo. Era un trato limpio. Claro. Legal. Me prometí a mí misma que no me enamoraría. Que no complicaría las cosas. Que esto no iba a salirse del papel. Pero ahora, todo está empezando a tambalear y él ya quiere terminarlo. Él tiene a su prometida real en Irlanda. Esto… yo… solo soy una ficha más en su tablero. No puedo olvidar eso. No debo. —Deberías dormir un poco, ya estás diciendo cosas sin sentido —digo. Mi voz suena tranquila, aunque por dentro siento que todo mi cuerpo tiembla—. Estoy segura de que estás exhausto. Y ya no sabes ni lo que quieres decir. Suelto su mano con cuidado y me levanto. Él no insiste, no dice nada. Solo me mira. Sus ojos siguen los míos como si esperara que cambiara de opinión, como si no quisiera que me fuera. Pero no dice una palabra. —Voy a estar en mi habitación por si me necesitas, ¿está bien? Mándame un mensaje si necesitas más agua. También tengo más medicina, por si te hace falta. Descansa Patrick, de verdad. Él solo asienta. Salgo de su habitación y cierro la puerta con cuidado. En cuanto estoy sola en el pasillo, siento que puedo volver a respirar. No había notado que mi corazón latía tan rápido, ni que la habitación se sentía tan cálida, tan cargada. ¿Qué fue eso? ¿Qué acaba de pasar? lo mejor es hablarlo cuando no este bajo la influencia de la medicina. Camino a la cocina, sirvo un vaso de agua y lo bebo de golpe. Ahora soy yo la que necesita calmarse. Respiro hondo, me obligo a pensar en otra cosa, y me voy a dormir con el celular a un lado, por si Patrick me necesita. Aunque, si soy honesta conmigo misma… soy yo la que ya no va a poder dormir.
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