Capítulo 17
10 de octubre de 2025, 13:12
Notas:
Este capitulo es desde el punto de vista de Patrick. Y la cancion de Maroon 5 "LOVE SOMEBODY " es la que representa mas los sentimientos de él. Muchas canciones son las inspiradas para los capitulos espero poder ponerlos aqui para que puedenas escucharla mientras leen eel capitulo.
Espero lo disfruten.
PATRICK:
Me siento como si me hubieran atropellado. La cabeza me late con fuerza y cada músculo me pesa como si cargara el doble de mi propio cuerpo. No sé si es fiebre o simplemente agotamiento, pero lo único que quiero es quedarme quieto, aquí, en el sillón, donde el dolor parece menor si no me muevo. Desde la mañana que escuche a Sofia irse he estado tirado en el sillon esperanod morir.
Pero ya es de noche asi que la casa está en penumbra. Apagué todo. No soporto las luces. Ni siquiera me molesté en buscar una manta decente. Solo tomé la primera que encontré… es suya. Huele a ella. Cálida, suave. Tranquila. Como ella.
Escucho la puerta abrirse, y luego la voz suave de Sofía.
—¿Hola?
—Hola —respondo, o al menos eso creo. Me cuesta hablar. Sueno como si hubiera tragado piedras y se siente como si hubiera tragado piedras.
Ella entra al salón, con paso ligero, despacio como para no asustarme y al verla, por un segundo, todo el malestar parece alejarse. Tiene ese efecto. No debería, pero lo tiene.
—Patrick, suenas fatal —dice, acercándose.
Me toca la frente sin pensarlo. No me muevo. Su mano está fría. O tal vez soy yo el que está ardiendo. No importa. No me quejo. No me alejo. Es una senciacion calida que hace que mis dolores desaparezcan. Me gusta. No quiero que aparte esa mano de mi frente nunca, pero lo hace.
—¿Ya tomaste algo?— pregunta.
—Mmm... creo que sí —miento.
No quiero que se moleste. No quiero que se preocupe. Pero claro, es Sofía. Me conoce lo suficiente para saber cuándo digo tonterías y se que no se cree nada de lo que le estoy diciendo. Debi ir al medico y ahorrarle molestias.
—¿Crees que sí? Déjame te hago algo para que te sientas mejor —dice, sin esperar respuesta.
Trato de detenerla.
—No es necesario, vienes del trabajo... debes estar cansada...— Pero en ese mismo momento siento como el cuarto empieza a dar vueltas y mi cabeza siente que va a estallar.
—¿Crees que te voy a hacer caso? —responde sin volverse—. No puedes hacer nada al respecto. Tú quédate ahí, ya te llevo algo.
No discuto. No puedo. Me dejo llevar por su voz, me hundo más en los cojines, envuelto en su manta como un idiota, y espero.
No sé cuánto tiempo pasa. Oigo ruidos en la cocina, pasos subiendo y bajando. Luego regresa. Abro los ojos cuando su voz me llama, baja, suave, casi un susurro.
—Patrick… tu medicina.
Me incorporo como puedo. De verdad todo el cuerpo me pesa. Ella se acerca con una charola. Hay sopa caliente. Té. Agua. Una pastilla. ¿Quién hace esto? ¿Quién cuida así a alguien con quien apenas comparte un contrato?. No debo hacerme ilusiones no es sano para mi en especial en este momento.
—¿Sopa de pollo?—digo para verme relajado, cuando en realidad debo verme espantoso.
—Sí. Es para que te mejores. Debes comer y tomar medicina —dice sentándose en el sillón al lado. Sus ojos me observan con un cuidado tan devoto que solo quisiera capturarlos por siempre.
Tomo la cuchara. Pruebo la sopa. Sabe a algo que no sabia que existía: cuidado.
Está caliente, suave… hecha con calma. Con intención. Tal vez hasta con amor.
Levanto la vista. Ella me observa, expectante, como si esperara una evaluación, una nota, una señal de que hice bien en levantarme a comer. Y por un segundo, no soy un adulto con fiebre, ni un jefe, ni un extranjero. Soy solo un hombre enfermo al que alguien le trajo sopa y medicina, y eso se siente… profundo.
De niño tuve trece niñeras. Trece durante diferentes epocas de mi vida. Todas con horarios, uniformes, protocolos. Me cuidaban, sí. Me daban la medicina a la hora exacta, me arropaban cuando tenía fiebre, me servían comida sin una palabra más de la necesaria. Cumplían con su trabajo, pero ninguna me miró como ella lo hace ahora. Ninguna me preguntó si me dolía algo más que la cabeza. Ninguna me habló con esa voz suave que no suena a obligación.
Supongo que por eso nunca entendí cuando la gente hablaba del “cuidado” o del “amor”. Me parecía un concepto sobrevalorado, algo de lo que la gente se llenaba la boca para sonar sensible. Pero ahora, con ella frente a mí, viendo si me gusta su sopa, entiendo que tal vez no era que no existía… sino que nunca lo había sentido.
—Muchas gracias, está deliciosa. De verdad no tenías que…
—Tenía —me interrumpe con una sonrisa suave—. Alguien tiene que cuidar de ti. Y somos compañeros de casa. Amigos recuerdas.
Ahí justo ahí, Se me rompe un poco más el corazón. Eso es lo que soy para ella, solo un compañero de vivienda. Casi un amigo, no hay mas no existe nada más y por que habria de haberlo. Nunca he hecho nada como para que ella no piense lo contrario.
—No estoy acostumbrado a esto, pero podría acostumbrarme—digo para distraer a mi corazón.
—¿A qué? ¿A estar enfermo?
—A que alguien me cuide. Sin pedirme nada a cambio.
Su mirada cambia, esta triste, pero creo que esta triste por mí.
—No todos queremos algo a cambio, Patrick —me dice con calma con ternura—. A veces solo queremos estar. Aunque sea así… al lado de alguien medio enfermo y cubierto como burrito en el sillón.
Sonrió y ella también. Su rostro me llena de una energía que ahora mismo desearía poder besarla, hacerla sentir feliz, que no se preocupe por mí que no necesita cuidar a este hombre que no puede siquiera expresar sus sentimientos.
—Deberías ir a tu cama. Aquí no es muy cómodo para ti. ¿Quieres que te ayude a subir?
Asiento. No tengo fuerzas para discutir. La verdad, no quiero discutir. No cuando es ella quien lo propone.
Se acerca. Me toca la frente de nuevo, y el contacto es más poderoso de lo que debería. Tiene las manos pequeñas, cálidas. Pero su presencia… su presencia llena toda la habitación.
Cierro los ojos un segundo. Respiro.
Si tan solo supiera lo que ese gesto significa para mí.
—¿Cómo te sientes? —pregunta al quitar su mano.
Abro los ojos, la miro. Ahí frente a mí. Siento que el cuarto de vueltas, pero ahora no es por la fiebre, es por su presencia, verla tan cerca de mi tocándome hace que sienta que todo de vueltas. Pero el mismo sentimiento de tristeza hace que me sienta enfermo de nuevo y ahora es una enfermedad que no se cura con sopa ni con medicina. La fiebre de estar cerca de ella y saber que no debería sentir lo que siento. De no poder tocarla. Que no debería desear que se quede aquí, junto a mí, toda la noche.
Pero no digo nada. Solo me aferro a su voz, como si fuera un ancla entre tanta niebla.
Y cuando me ofrece la mano para ayudarme a ponerme de pie, la tomo sin dudar.
No solo porque necesito apoyo. Sino porque es suya. Me ayuda a ponerme de pie. Siento su fuerza, y a la vez, su delicadeza. Me aferro a ella, sin decirlo. Me sostiene, literal y emocionalmente. Me dejo llevar.
Mientras subimos las escaleras, me doy cuenta de algo: esto, este gesto, este silencio entre nosotros… es más íntimo que cualquier conversación que hayamos tenido.
—Gracias, de verdad. Nadie me había cuidado desde pequeño. Lo aprecio mucho —le digo. Es la verdad. Más de lo que debería admitir.
Ya en mi cuarto, ella abre la puerta. Me dejo guiar. Me dejo caer sobre la cama. La habitación me resulta más cálida con ella en ella. Me arropa hasta el pecho, y me siento como un niño. Un niño que no quiere que su madre se vaya. Pero esto no es maternal. No lo es.
—Gracias —repito, con la voz más baja. Le digo que no se vaya ella asiente y se queda a mi lado se sienta al borde de la cama, lo suficientemente cerca como para sentir su presencia.
—Por cierto, no debes agradecerme —empieza a decir— Sé que si fuera yo...
—¿Lo haces solo porque somos compañeros de casa? —le interrumpo. No planeaba decir eso. Pero lo pensé desde antes cuando lo menciono. Y ahora, solo salió.
La pregunta se queda flotando. La veo desconcertada. Me odia por haberlo dicho. Lo sé.
—¿Qué?, No, claro que no —responde rápido—. Somos amigos, ¿no? Y los amigos se cuidan.
No estoy seguro. No de si somos amigos, sino de si puedo conformarme con eso.
—Sí… sí, somos amigos —digo, bajando la mirada. Me duele decirlo.
—Bueno, pues ya ves. No me molesta para nada cuidar de ti. Además, recuerda que tenemos una reunión importante con la embajada la próxima semana. Y debes estar en forma para esa actuación de buena pareja recién casados —me dice con una sonrisa.
No sé si la hace para aligerar la situación o para protegerse. O para protegerme a mí.
—Y... —digo, temblando un poco— ¿qué tal si no quiero actuar más? —La veo fruncir el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Tomo su mano. Ya no me importa. No quiero fingir. No quiero que esto sea solo un trato. Ya no.
—No quiero fingir más, ya no quiero.
Nos miramos. No sé qué está pensando. Pero no se mueve. No retira su mano. Y eso me da un atisbo de esperanza.
Ella está en silencio. Pensando. Tal vez piensa en su promesa. En el contrato. En lo que significamos o en lo que no deberíamos significar. Y la entiendo. Pero duele.
—Deberías dormir un poco —dice por fin. Suelta mi mano y se pone de pie. Su voz suena distinta. ¿Asustada? —Voy a estar en mi cuarto si me necesitas, ¿está bien? Mándame un mensaje si necesitas más agua. También tengo más medicina en mi cuarto por si quieres más. Descansa de verdad.
Solo la observo mientras se va. No puedo decir nada. No tengo fuerzas. Me quedo ahí, mirándola desaparecer.
Cuando la puerta se cierra, todo vuelve a estar en silencio. Oscuro. Pero no como antes. Ahora hay algo más. Algo entre nosotros que ya no se puede deshacer.
Y aunque estoy enfermo, agotado, confundido… no puedo dormir. Porque por primera vez desde que comenzó esto… creo que ya no quiero que se acabe.