ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
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3
Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 99 páginas, 50.002 palabras, 19 capítulos
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Capítulo 19

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Llego corriendo y tarde a la oficina, después de todo el caos de la mañana no pude desayunar y ahora estoy hambrienta confundida y acalorada. —¿Y esa camisa tan elegante? —pregunta Karol en cuanto me ve acercarme a mi escritorio. Me lo dice con una sonrisa pícara, desde el lado de su escritorio, cruzada de brazos, como si ya tuviera el veredicto. Es imposible que lo haya notado. La camisa es exactamente igual a la que llevaba antes del desastre del desayuno. Blanca, formal, sin ningún detalle llamativo. Pero claro, Karol no es cualquiera. Tiene un radar profesional para detectar prendas ajenas. —Es mi camisa blanca —respondo intentando sonar despreocupada, mientras dejo mis cosas justo al lado suyo y me dejo caer en la silla—. Igualita a la tuya, por cierto. —Ja. Me podrás engañar con muchas cosas, Sofi, pero no con la ropa —dice sin moverse, sin pestañear siquiera—. Puedo reconocer tu ropa a kilómetros. Y esa — me señala de arriba abajo— no. es. tuya. —puntualiza cada palabra recoriendome con la mirada —Ni siquiera huele a ti. Le lanzo una mirada fulminante, pero ya es demasiado tarde. Su sonrisa se agranda. Sé lo que viene. —A ver, a ver ¿por qué no dices de una vez que es de tu queridísimo esposo y que se la quitaste mientras tenían un sexo increíble y salvaje de camino a la oficina? Y por eso llegaste tan tarde hoy. —¡Cállate! —le susurro entre dientes, inclinándome hacia ella—. No fue nada así. ¿Qué te pasa? Karol se muerde los labios, aguantándose la risa. —Tienes un esposo que parece modelo de revista, que todas en esta oficina babean con solo verlo, y tú nunca me has contado nada. ¡Nada! ¿Cómo puedes hacerme esto, ah? ¿Cómo puedes tener a ese hombre en tu casa y no contarme cómo es en la cama? La garganta se me cierra. Me revuelvo en el asiento. No he tenido el valor de decirle a Karol la verdad. No porque no quiera, sino porque está prohibido. Y aunque ella sea mi mejor amiga —mi persona de confianza, mi otra mitad en la oficina—, no puedo arrastrarla a este embrollo. A veces ni yo sé cómo terminé aquí. Me duele no poder decírselo. Me cuesta muchísimo porque soy pésima para guardar secretos. Si aún no le he contado a mis papás es porque cada vez que los veo se me hace un nudo en el pecho. Se ven tan felices, tan orgullosos. Me parte el alma pensar en su reacción si se enteran de que vendí mi estado civil. Y que, para colmo... me estoy enamorando. —No pasó nada, Karol. En serio. Solo tuve un accidente con mi desayuno — respondo por fin—. Ni siquiera me lo pude comer. Y Patrick, muy generosamente, me prestó una camisa. Fin de la historia. Karol me observa un momento, con esa mirada suya que lo ve todo. Luego entorna los ojos y sonríe de lado. —Claro, el desayuno. ¿Así le dicen ahora los recién casados a tener sexo sobre la isla de la cocina? Debe saber bien cómo usar esa isla, ¿eh? —¡Por Dios, Karol! —abro los ojos como platos—. ¿Qué estás viendo últimamente en la televisión? Me estás asustando. Ella se encoge de hombros como si nada. —Mira, yo ya estuve casada. Sé de lo que hablo, ¿ok? No puedo creer que, teniendo la casa que tienen, no hayas usado la isla de la cocina. Yo ahí sería feliz todas las mañanas, con ese marido que tienes... —Ok, ya no estamos hablando de "usar la isla" para desayunar, ¿verdad? Karol levanta las cejas, burlona. —Tú lo dijiste. Yo solo digo que, si vas a vivir con semejante monumento de hombre, al menos deberías sacarle provecho a las superficies de esa casa. Me tapo la cara con las manos, entre avergonzada y muerta de risa. —Por favor, deja de hablar. —Cuando me cuentes lo que quiero saber... tal vez. Le podría contar que hoy por primera vez nuestros dedos se tocaron, pero a veces olvido que las personas deben de tener una idea muy diferente a lo que es la realidad. Claro, ven que estamos casados y asumen que somos una pareja feliz, amorosa, apasionada. No es como si estuviéramos dándonos besos en los pasillos o tomados de la mano en cada reunión, pero... saben que, si me casé con Patrick, debió ser por una razón de peso. Por lo tanto, Karol no debe ser la excepción. Seguro en su cabeza ya se imaginó media película romántica, clasificación +18. —Bueno ya —digo bajando la voz y echando un vistazo a los escritorios cercanos—. No es necesario que medio piso escuche nuestras conversaciones. Van a pensar cosas muy raras de Patrick y de mí. Y sinceramente, quiero evitar eso. Karol se inclina hacia mí con una sonrisa conspiradora. —Ya lo piensan de por sí. Ayer estuve hablando con Susan... —¿Susan? —Sí, Susan. La que sí se tiraría a Patrick en la isla de la cocina si le dieras el permiso. Vuelco mis ojos con expresión de fastidio. Ah. Susan. Ya recuerdo quién es. Esa chica que se casó el año pasado con un tipo que juraba que tenía un abuelo portugués. Uno de sus grandes sueños era irse a vivir a Europa y, según ella, el chico le prometió un árbol genealógico con raíces en Lisboa. Aún no estamos seguras de que no haya sido puro cuento. Cuando lo conocimos en la boda, todas nos miramos con la misma duda en los ojos: <<¿Y este se supone que es el europeo?>> —Bueno —sigue Karol con tono bajo y malicioso — Susan me dijo que escuchó a unas chicas en el baño diciendo que tú y Patrick no paran de hacerlo. Que por eso siempre llegas tarde a la oficina. Que son como unos conejos en celo, buscando al heredero de la empresa. —¿¡Qué!? —suelto en un susurro atragantado—. No llevamos ni un año casados y ya me quieren embarazada. Qué horror. —También dicen que usan instrumentos de autoflagelación para "elevar la experiencia". —No puede ser —me cubro la cara la boca con las manos para ahogar un grito—. ¿Qué cosas se inventa la gente? Además, deberían saber que no quiero tener hijos. Con Patrick o sin Patrick. —Ya bueno, ¿qué sé yo? —se encoge de hombros— Es lo que dice la gente. Por eso deberías contarme algo real, algo jugoso. Así yo te puedo defender con argumentos y todo. Mira, me paro en el comedor de la oficina y les digo: "eso no fue con la cuchara de madera, fue con una espátula de silicona de la colección de Navidad". —¡Karol! —me río a pesar de mí misma—. Tranquila, Ka. No hay nada que defender. —Claro... claro —dice, estirando la última sílaba como si no me creyera nada. Luego se cruza de brazos y suspira teatralmente—. La mujer con el esposo más bueno de la oficina y lo único que me da son excusas. Antes de que pueda responderle, escuchamos una voz masculina que se acerca con pasos grandes y energía innecesaria. Nos giramos al unísono. —¡Buenos días! —dice nuestro jefe, abriendo los brazos como si viniera a darnos un abrazo colectivo—. Espero que estén listas para la gran foto del año. Pero qué damas tan guapas —continúa con esa sonrisa encantadora que usa para todos los eventos sociales del año. —Por favor vayan bajando cuando estén todos listos —dice, señalando con el índice hacia el pasillo—. El fotógrafo ya está montando todo. Los quiero radiantes.— Nos dice a todos mientras se va de nuevo por donde venia. Cuando llegamos abajo Karol y yo decidimos quedarnos quietas en un rincón, como dos espectadoras de una pasarela corporativa. Se ve que todos estan muy alegres de estar haciendo algo diferente al trabajo. Varios chicos hablan en una esquina, hay un grupo de chicas acaparando un espejo que pusieron provisional, parecen estar compitiendo por el título de "Empleado del Mes con Mejor Postura", cada uno, girando, alisando su cabello o su ropa, sonriendo y practicando su "sonrisa profesional sin parecer psicópata" y otros solo quieren que esta actividad tome todo el dia para poder evitar trabajar. —¿Quieres ir a retocarte? —me pregunta Karol, alzando las cejas. —No, gracias. Si empiezo a verme en el espejo, seguro me convenzo de que tengo un diente chueco o que mi cara está desbalanceada. —Ah, entonces mejor no, porque ahí sí te lo confirmas —bromea, dándome un codazo. Mientras seguimos esperando, el fotógrafo acomoda unas cámaras con más cuidado del que yo uso para cargar huevos. Es meticuloso, con la precisión de alguien que ama lo que hace y quiere que todo quede perfecto. Eso me da un poco de confianza... hasta que veo que se nos acerca con una gran sonrisa. —Hola mi nombre es David. Vamos a comenzar con los equipos por departamento, ¿quiénes son de atención al cliente? —¡Aquí! —dice Karol con voz animada, jalándome del brazo. Nos colocamos todos los de atención al cliente frente al fondo blanco. El fotógrafo empieza a movernos como piezas de ajedrez: "Tú un pasito a la izquierda", "tú inclina un poco la cabeza", "tú cruza los brazos, pero no tanto que parezcas agresiva". Karol posa como si estuviera lista para salir en una campaña de ropa ejecutiva, y yo... bueno, yo intento no parecer un árbol sin expresión. Logro una sonrisa decente, creo. El fotógrafo toma varias fotos, cambiando de ángulos, bajando y subiendo su cámara con movimientos rápidos. Cuando están listas las fotos grupales nos indica que volvamos a nuestro sitio. —Ahora pasaremos a las fotos individuales... —Señor Reggin —dice Don Mario con la voz un poco temblorosa; suena hasta asustado, como si acabara de ver un fantasma con corbata. Todos volteamos la mirada hacia la entrada del salón y ahí está Patrick, tan elegante como siempre. —¿Qué hace hoy en la oficina central? Pensé que tenía unas reuniones fuera de la ciudad. —continua Don Mario. —Así era —responde Patrick. Siempre que lo escucho en la oficina olvido que es el mismo hombre que vive conmigo. Su voz cambia. Se vuelve más grave, más precisa, más fría. Suena como alguien que da órdenes sin necesidad de alzar la voz. Como el Patrick que conocí en aquella sala de conferencias la primera vez. Tan diferente al Patrick de las películas y los desayunos. Y ahora que lo pienso... es exactamente como sonó en su armario esta mañana antes de irse y dejarme sola. —Pero las pospuse para poder venir aquí —continúa—. Escuché que hoy iban a realizar una sesión de fotos para la página principal de la empresa y me pregunté por qué no me lo habían mencionado. En ese momento, Don Mario gira la cabeza y me busca entre el grupo. Cuando me encuentra, lo noto: se le ha olvidado por completo que yo soy la esposa de su jefe. O más bien, del dueño de toda la compañía. Siempre trato de mantener eso separado. Nunca uso su nombre para ganar nada, jamás hablo de él en la oficina, y me he vuelto experta en que todos olviden —o al menos finjan olvidar— que estoy casada con Patrick. Tal vez lo hago tan bien que hasta ahora mi jefe recuerda que soy, según los rumores, "el espía" de la empresa. Claro que no es verdad. Patrick y yo acordamos que los asuntos de trabajo se quedaban fuera de casa, a menos que se tratara de una emergencia de vida o muerte. —Bueno, señor Reggin —dice Don Mario, tratando de recuperar algo de dignidad en su postura—, sabemos lo ocupado que está y pensamos que sería mejor usar alguna de las fotografías que ya tiene en internet. —En realidad, me gustaría participar en esta actividad —dice Patrick, acercándose a mí, con pasos firmes y seguros, dejando a mi jefe de pie, abandonado en la puerta. Y luego, como si fuera lo más natural del mundo, se coloca justo entre Karol y yo. —Por favor, procedan. Yo esperaré mi turno como todos los demás —agrega con calma. El fotógrafo y Don Mario se miran entre sí. El segundo le hace una seña sutil al primero para que continúe. —Hola —dice Patrick, esta vez en un susurro, tan bajo que sólo Karol y yo lo escuchamos. —Hola —respondo, girándome rápido hacia él, sin saber si sonreír o fruncir el ceño. —Te queda muy bien la camisa.— dice Patrcik, mientras me observa de arriba a bajo. —¿Verdad que sí? —interviene Karol, con su tono usual de entrometida profesional. La miro de reojo. Estoy bastante segura de que es la primera vez que ella y Patrick intercambian palabras más de los saludos de las mañanas. —Ella se ve bien con todo —dice Patrick, con tanta naturalidad que hace que mi estómago se contraiga—. Pero esa camisa se le ve especialmente bien. Lo miro, un poco aturdida. ¿Por qué tiene que hablar así? ¿Como si todo lo que dice estuviera cargado de algo más? ¿Como si cada palabra estuviera atada a la noche que estaba enfermo, al armario, al casi? —Estoy de acuerdo—dice Karol guiñándome un ojo desde detrás de Patrick, como recordándome lo que estábamos hablando hace un momento. —¿Qué haces aquí? —le susurro de nuevo, bajando el tono para que solo él me escuche. Aunque estoy segura de que Karol sigue escuchando. —¿Estás molesta? —pregunta. Su rostro cambia, ya no tiene la expresión serena de hace un momento. Ahora parece... preocupado. Casi dolido—. Esta mañana cuando me fui no lo estabas. Veo al lado a Karol taparse la boca para esconder una sonrisa pícara como si este comentario diera luz verde a todas sus ideas de lo que hacemos o no hacemos en casa Patrick y yo. No estoy enojada con Patrick. No del todo. Pero no he desayunado, me pasó lo de la salsa, arruiné mi camisa, me dejó en visto literalmente en su armario, y ahora aparece aquí, rodeado de cámaras y empleados, dándome cumplidos como si nada. ¿Podría ser más raro? No lo creo. —No, no estoy enojada. Solo que tengo mucho en mi mente —digo al fin, con un suspiro que podría inflar una colchoneta. —Es que aún no ha desayunado. Ella siempre se pone así cuando no ha comido nada —comenta Karol, como si llevara una bitácora médica de mis niveles de azúcar. —Eso no es verdad —respondo, ofendida en tono... ligeramente débil. —Claro que sí —dicen los dos al unísono, como si hubieran ensayado la línea. Ahogo un grito. Genial. Ahora resulta que Patrick y Karol son mejores amigos y tienen un club exclusivo en el que yo soy el tema de conversación y probablemente también la mascota oficial. —Siguiente equipo: Administración —dice David, todos giramos hacia él como si fuera el director de orquesta y acabara de levantar la batuta. —¿Qué tal si pasa el Señor Reggin primero? —propone Don Mario con una sonrisa más falsa que una promesa de campaña, se nota que quiere que se vaya de una vez por todas. Sin darse cuenta de que Patrick no le está poniendo atención a nada de lo que dice o hace—. Señor Reggin, ¿le gustaría tomarse sus fotos? Señala la lona como si ofreciera una salida digna y directa a un torbellino incómodo. —Claro —dice Patrick, acercándose al set con esa calma peligrosa que sólo tienen los hombres que siempre logran lo que quieren—. ¿Quisiera tomarme unas fotos con mi esposa? Quedarían lindas en la página, ¿no crees? La pregunta va dirigida a David. Pero todos sabemos que no es una pregunta. Es una instrucción disfrazada de cortesía. Una orden con corbata. —Claro que sí —responde David, haciendo un gesto nervioso con la cámara en mano—. Es una muy buena idea. ¿Debemos esperar a que la señora Reggin llegue o...? —Ella está aquí —responde Patrick sin siquiera volverse completamente. Solo gira el rostro hacia mí. Y ya. Ese simple gesto me hace sentir como si tuviera una flecha de neón sobre la cabeza. David me mira con nuevas pupilas. Como si acabaran de descubrir que en realidad no era solo Clark Kent si no Superman con gafas todo este tiempo. ¿Una foto juntos? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene? Ya casi termina el contrato y él sigue haciendo —y diciendo— cosas que me confunden. —Ah... disculpe, no tenía idea. No me habían informado —dice David, claramente apenado. Lo entiendo, yo tampoco tengo idea de qué está pasando aquí. —Ven —dice Patrick, alzando la mano en mi dirección. —Ve —dice Karol, empujándome suavemente por la espalda baja para que me acerque más al set de fotografías—. Que todos nos están mirando. Genial. Ahora tengo que posar al lado de Patrick Reggin. Un hombre que ha salido en Forbes, que probablemente ha tenido más trajes hechos a medida que yo camisas en mi vida, y que camina como si el mundo le perteneciera... porque probablemente así lo es. A medida que me acerco, siento las miradas clavadas en mí como alfileres invisibles. Patrick, impecable como siempre, parece recién sacado de un comercial de fragancia masculina: cabello perfectamente en su lugar, postura relajada pero imponente. Yo, en cambio, me siento como una niña en su primer día de trabajo que se vistió con ropa prestada. Aunque me maquillé, me arreglé y hasta usé tacones, a su lado sigo viéndome... normal. Humana. Demasiado real. Patrick levanta su mano, invitándome a tomarla, y yo lo hago. Me acerco hasta quedar cara a cara con él. Siento que mis pulmones se achican con cada centímetro que se acorta entre nosotros. —¿Listos? ¿Cómo les gustaría posar? —pregunta David, con una voz que intenta sonar profesional pero no puede ocultar la ligera vacilación ante la presencia de Patrick. Patrick no aparta la vista de mí. Sus ojos, azules y profundos, parecen buscar algo más allá de mi expresión. —¿Cómo quieres posar? —me pregunta con una suavidad peligrosa. —No... no lo sé. No sé cómo posar. Tú eres el experto aquí, dime tú qué hacer — respondo, con un nudo en la garganta. Hay demasiadas miradas, demasiada atención, demasiado de él. Una sonrisa se forma en la comisura de sus labios. No es una sonrisa pública. Es una sonrisa privada. Solo para mi. —Está bien —dice en voz baja—. Yo te diré qué hacer, te voy a guiar. Tu solo mira a la cámara. Con una delicadeza que casi parece reverencia, me toma por la cintura y me posiciona justo delante de él. Toma mis manos y las coloca suavemente sobre su pecho, luego desliza sus manos sobre mi vientre, sutiles, elegantes, como si me envolviera en algo invisible y las coloca en las caderas. como una pareja de recién casados... reales. Mi mirada esta puesta en la cámara, pero puedo sentir su presencia. Se acerca a mi oído, su aliento me roza la mejilla. Mis sentidos están en alerta máxima. Su olor esta tan cerca que no puedo hacer algo mas que inspirarlo e intentar retenerlo. —Mira a la cámara con tu mirada sexy... como la que me hiciste esta mañana — susurra. Mi reflejo automático es girar la cabeza hacia él. Lo miro directo a los ojos, en shock. Sus pupilas están dilatadas, su rostro tan cerca del mío que puedo sentir el calor de su piel irradiando hacia mí. Él también está algo sonrojado, aunque lo disimula mucho mejor que yo. Hay algo latente en el aire, como electricidad estática a punto de estallar. La sangre me hierve hasta las orejas. ¿Qué mirada? ¿A qué se refiere? ¿En qué momento yo hice una mirada sexy? ¿Fue cuando estaba en sujetador en su armario? Gracias a todos los santos que él me sostiene. Si no lo hiciera, mis rodillas habrían dejado de cumplir su función hace rato. —Muy bien, ahora una viendo hacia el frente, por favor —dice David desde su trinchera fotográfica. Sus palabras me sacuden de mi burbuja y vuelvo a mirar al frente, parpadeando como si acabara de despertar de un sueño. Flash. Flash. Flash. ¿En qué momento empezó a tomar fotos? Ni lo vi alzar la cámara, ni escuché el sonido. Todo en mi cabeza está difuso, como si Patrick y yo estuviéramos en una escena completamente distinta y David solo fuera un narrador de fondo. Patrick no suelta mi cintura. Tampoco bajo mis manos de su pecho. Nos siguen tomando algunas fotos más en esa posición. Abrazados. Cómodos. Como si esto fuera real. —Perfecto, creo que ya estamos —menciona David, revisando la cámara y pasando de foto en foto con el ceño levemente fruncido, como si quisiera asegurarse de que acababa de capturar la portada de la próxima revista de modas. —Muy bien —dice Patrick, soltándome con suavidad y, como si hubiera apretado un interruptor invisible, vuelve a colocarse en su versión formal. Esa distancia exacta, elegante, casi fría, que guarda cada vez que estamos en la oficina. Como si el Patrick que acababa de susurrarme al oído hubiera sido solo un espejismo. —Por favor, continúen con los demás equipos —añade con esa voz de mando que no admite dudas—. Fue un placer ser parte de esta hermosa actividad en grupo. Y sin más, se gira y comienza a alejarse, dejando tras de sí una estela de suspiros, miradas curiosas y muchas, muchas preguntas contenidas en los rostros de nuestros compañeros. —Señor Reggin —lo llama Don Mario, con ese tono nervioso que usa cuando intenta sonar importante pero claramente no lo es—. Nos gustaría saber si podría tomarse una fotografía más, pero con todo el personal esta vez. Patrick ya casi ha alcanzado la puerta. Se detiene apenas un segundo, como sopesando la petición. —Ah, disculpen, pero voy tarde a una reunión —responde con naturalidad, dándose vuelta solo lo justo para que todos lo escuchen—. Creo que David puede tomar alguna de las que hizo y agregarme con Photoshop, ¿no es así, David? —Claro que sí, señor —dice David, asintiendo como si acabaran de ofrecerle un ascenso—. Si tengo su permiso, puedo editarlo en ellas. No se preocupe. —Muy bien, entonces nos vemos luego —dice Patrick, dedicando una última mirada breve pero firme a la sala antes de salir por completo. El silencio dura apenas dos segundos. Luego, el murmullo es inminente. Como una marea contenida que finalmente se desborda. Todos hablan. De lo que dijo. De cómo se paró. De cómo me tomó la mano. De cómo me abrazó. De lo que eso debe significar. De lo que probablemente no significa. Yo me quedo quieta, en medio del set, con las mejillas aun ardiendo, las manos entrelazadas aun recordando el calor de las suyas... y la sensación extraña de haber sido parte de una escena que no era completamente real, pero que tampoco fue una mentira. Patrick acaba de salir... y yo me siento como si aún no hubiera vuelto del todo.
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