Capítulo 24
5 de noviembre de 2025, 18:30
Cuando me despierto, siento como si lo de anoche hubiera sido solo un sueño. Patrick y yo ya no estamos en ese punto de "solo amigos", lo sé. La forma en que me tocó, en que me miró, en que estuvo a punto de besarme... eso no es algo que hacen los amigos. No fue mi imaginación. No fue una lectura entre líneas. Fue real. Pero ahora no sé cómo afrontarlo. ¿Qué se supone que haga?
Mis hermanas me han dicho que lo enfrente. Que le diga lo que siento. Pero me aterra. Me aterra decir algo torpe y arruinar todo. Siempre he sido impulsiva cuando alguien me gusta, y esa misma intensidad ha hecho que se asusten y se alejen. O al menos, eso es lo que me repito para justificar por qué siempre termino sola.
No quiero salir de la cama. No quiero bajar y encontrarme a Patrick en la sala, y que sin querer se me escape un "estoy enamorada de ti" entre el desayuno y el café.
El sonido de mi celular en mi mesa de noche me saca de mis pensamientos. Lo tomo y veo que es mi mamá. Suspiro antes de contestar.
—¿Aló?
—¡Sofí! —dice entusiasmada, con demasiada energía para la hora que es—.¿Estás despierta?
—Sí, ma. Estoy despierta —respondo con voz ronca.
—No los desperté, ¿verdad?
"Los", claro... debe asumir que Patrick está conmigo. Otra vez. Se me revuelven las ideas, pero decido seguirle la corriente.
—No, mami, ya estamos despiertos —miento, sin culpa. No importa. Son cosas que a ella no le importan, no lo digo de mala manera solo que es mejor mantenerlo todo asi.
—Es que tu papá y yo alquilamos un Airbnb para este fin de semana en Guanacaste. Ya sabes algo improvisado. ¡Y estaba pensando que si quieren acompañarnos a la playa! Dicen que es temporada de avistamiento de ballenas, y sería un plan genial para todos.
—Mmm... ¿qué quieres decir con "todos"? —pregunto con cautela.
Patrick ha venido a algunas reuniones familiares. Ya no le incomodan tanto como antes, pero pasar un fin de semana entero en una casa con mis papás, mis hermanos, mis sobrinas corriendo, y conversaciones cruzadas... no sé si está listo para eso. O si yo estoy lista para esa mezcla de mundos.
—¡Todos! —repite con emoción—. Alquilamos una casa grandísima, caben como quince personas. Tiene cuarto para cada uno y una vista al mar increíble. El pobre Patrick se la pasa trabajando, sería bueno que descansara con la familia, estoy segura de que aún no ha podido disfrutar de las bellezas de este país —dice mi mamá—, aparte de ti, claro esta. Que eres la más bella de todas.
Pongo los ojos en blanco, aunque ella no puede verme.
—Gracias, ma. Voy a preguntarle a ver qué dice, ¿está bien?
—Sí, tranquila espero aquí en la línea.
Por supuesto que espera. Ella cree que Patrick está justo aquí, a mi lado. Trago saliva.
—Ahhh, no, no mami... es que... se acaba de meter al baño —digo, intentando sonar convincente—. Mejor le pregunto y te llamo, ¿sí?
—Bueno, espero que diga que sí. Ya todos dijeron que sí. Además, Melissa dice que Naga tiene que ir, y como la tienes tú esta semana, por ende, tienen que ir.
Perfecto. Melissa, la reina del chantaje emocional.
—Está bien, ma. Ya casi les aviso.
Cuelgo. Me quedo un segundo mirando el techo, intentando buscar una excusa coherente, algo que suene lógico, algo que funcione. ¿Y si le miento a mi mamá?
¿Le digo que Patrick tiene una reunión? eso siempre es el mejor plan, pero entonces van a venir a recoger a Naga... y si lo ven aquí, van a saber que mentí. Y yo por otro lado encerrada en el cuarto como una reclusa por que no quiero enfrentarme a niguno de los dos... ¡Ahhh! Qué frustración.
Mejor le pregunto. Total, capaz dice que no, que tiene algo, y asunto resuelto. Sí, mejor claridad de una vez. Me bajo de la cama, me pongo las pantuflas y salgo. Voy a su cuarto, pero la puerta está entreabierta. Me asomo con cautela... vacío. Ya no está.
Uff. Qué alivio. Seguro salió temprano, como hace siempre los fines de semana. Listo todo arreglado. Bajo para hacerme un café, dispuesta a enviarle un mensaje a mi mamá. Pero al entrar a la cocina, lo veo.
—¡Ahhh!—pego un grito
Él se gira, espátula en mano, y sin camisa, claro como si fuera lo más normal del mundo estar medio desnudo, con el pelo revuelto, cocinando tranquilamente.
—Hola —dice con una sonrisa.
Solo lleva sus pantalones de dormir, el pecho descubierto, el cabello rojo enmarañado como nunca se le ve en la oficina. Es... demasiado. No debería ser legal que alguien se vea así de bien en la mañana. No puedo apartar la vista, se que lo he visto muchas veces sin camisa, pero siempre esta haciendo ejercicio no cocinando tan sexy.
Mis mejillas arden de inmediato.
—Buenos días —añade, con esa voz profunda y tranquila—. ¿Dormiste bien?
—Ah... —abro la boca, pero no me sale ninguna palabra. Nada. Ni una sílaba.
Se ríe bajito para sí mismo, y sigue cocinando lo que parece ser huevos revueltos.
—No quiero ponerte nerviosa, me voy a poner la camisa —dice Patrick, notando mi reacción.
—No —respondo, alzando las manos más rápido de lo que debería. Mi voz suena aguda, apurada, ridícula—. Digo... solo pienso que no es seguro cocinar con el pecho descubierto. Te puede caer aceite o algo...
¿En serio? ¿Eso fue lo primero que me salió? ¡Claramente tengo problemas!
¿Desde cuándo me preocupo tanto por la seguridad en la cocina? Solo míralo, parece una escena salida de una película romántica. ¿Y yo qué hago?
Preocupándome por quemaduras.
Patrick asiente con una sonrisa divertida dibujada en los labios.
—Entiendo. Pero no te preocupes, soy cuidadoso. Además, no estoy usando aceite o algo —responde con una calma tan natural que me da vergüenza estar tan alterada.
—Sí, claro. Eso veo —digo rápidamente, intentando recomponerme. Quiero cambiar de tema, rápido, ya ni recuerdo por que fue que baje a la cocina—. Lo que me preguntaste antes... sí, dormí bien. ¿Y tú?
—Mmm... bien —dice, bajando un poco la voz llega hasta sonar un poco rasposa.—. Pero creo que podría dormir mejor.
Me mira con una expresión que me derrite por dentro. Hay algo en sus ojos, un peso, una intención. Como si las palabras se le quedaran atrapadas detrás de la lengua. Pero solo le sostengo la mirada y siento que ya me desmayo.
—¿Quieres desayunar? —pregunta, y su voz es tan suave que parece que teme romper el momento.
—Claro, me encantaría —respondo con una sonrisa que apenas puedo controlar.
—Ok. Siéntate, yo te sirvo.
Obedezco como si estuviera en automático. Me siento en la mesa de la cocina y lo observo, embobada, mientras termina de preparar los platos. No sé ni qué está cocinando, ni me importa. ¿Qué importa? Tiene el pecho desnudo, el cabello revuelto, y parece recién salido de un sueño. Un sueño mío. Uno que ni siquiera me atrevería a escribir en un diario.
En ese momento, vibra mi celular. Es un mensaje de mi mamá.
Mami: ¿Qué dijo? ¿Dijo que sí? —8:15 a.m.
—Ah, Patrick —digo, volviendo al presente antes de que se me olvide y me quede distraída de nuevo con su cuerpo. —. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Lo veo detenerse. Se queda firme como un soldado llamado por la reina. La espalda se le pone recta, solo gira la cabeza hacia donde estoy.
—Sí, claro —responde. Ahora el que se ve nervioso es él.
—No quiero molestarte... ni incomodarte —añado, sintiéndome un poco tonta por cómo sueno.
—No lo haces —dice de inmediato. Entonces deja de mantenerse inmóvil y se acerca con los platos. Coloca uno frente a mí, con cuidado.
La comida huele delicioso. No sé qué es, pero definitivamente no es el desayuno tico típico. Tiene aspecto extranjero, sofisticado. No importa. Podría servirme un plato de piedras calientes y yo igual me lo comería solo porque lo preparó él.
Patrick toma asiento frente a mí, despacio, como si la silla fuera a explotar si hace un movimiento brusco. Lo noto... nervioso.
—Tranquilo —le digo, intentando sonar relajada mientras coloco mi mano sobre la suya. Al hacerlo, siento cómo todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se encienden al mismo tiempo. Retiro la mano, casi tan rápido como la puse.
Estúpidos reflejos.
—Es solo que... mis papás alquilaron un Airbnb en la playa para pasar el fin de semana en familia, y me preguntaron si queremos ir.
Él me mira. No dice nada al principio. Solo me observa, como si esperara que yo le diera la respuesta por él. Trago saliva.
—No tenemos que ir, claro —añado rápido—. No hay presión. Sé que estás ocupado, seguro tienes reuniones o llamadas que...
—Sí.
—¿Qué? —parpadeo confundida. ¿Dijo que sí? No, no, no espera. ¿Sí a qué? A que tiene que trabajar.
—¿No tienes que trabajar hoy?
—No.
Ahora sí lo dijo. No. ¿Qué está pasando?
—Pero...
—Sí.
Me estoy volviendo loca. Solo dice "sí" y "no" y yo no sé a qué responde. Me estoy hundiendo.
—¿Quieres ir o no?
—Sí. Sí quiero ir.
—¿Todo el fin de semana?
—Sí.
Estoy en shock.
—¿Estás seguro?
—Sí —responde con una pequeña sonrisa, como si estuviera disfrutando ver cómo pierdo la compostura.
No puede ser. ¿Qué está haciendo? ¿Por qué quiere venir a pasar un fin de semana completo con mi familia? ¿Sabe en lo que se está metiendo? ¿No le da miedo perder la cordura?
—Está bien —respondo finalmente, tratando de no sonar tan sorprendida como estoy—. Entonces le voy a decir a mi mamá que sí vamos.
—Muy bien —dice, y por fin, por fin, deja escapar una frase que no sea una palabra monosilábica.
Lo miro. Él vuelve a enfocarse en su desayuno, pero la comisura de sus labios tiene una curva leve, como si la conversación lo hubiera divertido. Y aunque intento mantener la compostura, hay una parte de mí que sonríe también. Porque Patrick Reggin acaba de aceptar pasar un fin de semana con toda mi familia.
Y no lo obligué. Lo hizo por voluntad propia.
Vamos en el carro lleno de cosas, con Naga en el asiento trasero actuando como si hoy fuera su cumpleaños. Su lengua afuera, la cabeza por la ventana, feliz con el viento en la cara. Yo voy al lado de Patrick, las ventanas abajo, y mi playlist favorito sonando a todo volumen. El sol del verano tropical se cuela por cada rincón, y hay algo en el aire que huele a libertad.
Canto a todo pulmón, sin vergüenza alguna. No sé si a Patrick le molesta, pero no ha dicho nada. De vez en cuando le acerco la mano como si fuera un micrófono, invitándolo a hacer un dúo en modo karaoke. Su única respuesta es cantar "la, la, la" con su acento encantador, lo que me arranca una risa tras otra.
El calor del tropico lo tiene con las mejillas encendidas, y se ve tan adorable que me dan ganas de tomarle una foto. No se queja, no se mueve incómodo, solo conduce tranquilo. Sé que, si algo le molestara, lo diría. Lo he visto en la oficina levantar la voz cuando algo no le gusta. Pero aquí, ahora... es otra versión de Patrick. Más humana. Más cercana. Más mía.
—Tengo hambre —dice de pronto, sin apartar la vista del camino—. ¿Me pasás una bolsa de papas?
—Claro.
Todavía me cuesta creer que este hombre coma comida chatarra. ¿A dónde se le van las calorías? ¿Tiene algún pacto con el diablo o qué? Hace ejercicio, sí, pero su alimentación no es precisamente la de un atleta. Y aun así, míralo… perfecto. Siento un poco de celos —de los buenos, creo—, pero igual me dedico a buscar algo para comer.
Detrás de los asientos tenemos una bolsa llena de provisiones: papas, frutas, dulces, botellas de agua. Antes de salir a la carretera pasamos por un supermercado y la llenamos como si fuéramos a desaparecer una semana. Rebusco entre los paquetes hasta sacar una bolsa de papas fritas. La abro con cuidado, la giro hacia él para que pueda tomar sin soltar el volante. No quiero que tengamos un accidente por culpa de un antojo.
—¿Necesitas que te alimente o si puedes manejar y comer al mismo tiempo? — pregunto en modo de broma, mientras le paso la bolsa.
Él gira la cabeza un poco, sorprendido, con los ojos bien abiertos.
—¿Qué?
Me echo a reír.
—Toma —le digo, dejándole la bolsa sobre el regazo.
—No me molestaría si me alimentaras —responde con una sonrisa traviesa.
—No creo —me río de nuevo—. Estoy segura de que puedes comer tu solito. Solo Lo decía de broma.
—Ayúdame... no creo poder. —pone voz dramática.
—Patrick...
—Ayúdame, Sofí. Por favor.— hace una cara de niño que necesita ayuda que no puedo resistirme.
—Ahhh, ok.
Tomo la bolsa de nuevo saco unas cuantas papas. Él no aparta la vista del camino, pero se inclina un poco hacia mí y abre la boca como si fuera lo más normal del mundo. Con cuidado de no rozar sus labios, le pongo las papitas dentro de la boca. Las mastica con cara seria sin dejar de ver la carretera, como si estuviera en plena junta directiva y no en plena escena digna de una comedia romántica.
—Gracias, podría acostumbrarme a esto —dice con la boca medio llena—. Mejor servicio que el de primera clase.
—No te acostumbres —le advierto, aunque mi sonrisa me delata.
Y así seguimos, hablamos de nuestra vida, comemos snacks y de vez en cuanto yo sigo cantando. El camino continua con las olas del viento, el sol filtrado entre las palmeras del camino, y esta nueva versión de nosotros dos que se siente increíblemente fácil.
Cuando llegamos a la casa del Airbnb, ya todos están ahí. Es una casa preciosa, de esas típicas de playa: amplia, luminosa, con techos altos, rincones abiertos al aire libre y una vibra relajada que te hace querer dejar los zapatos en la entrada y salir corriendo al mar.
Apenas abro la puerta del carro, Naga salta afuera como si estuviera en una misión de reconocimiento. Corre de un lado a otro, oliendo todo, marcando territorio, buscando desesperadamente dónde hacer pipí.
—¡Hola! ¡Ya llegaron! —dice mi mamá saliendo por la puerta principal con los brazos abiertos.
Nos da un abrazo apretado a cada uno. Cuando le toca a Patrick, se estira todo lo que puede, y aun así apenas le llega al pecho. Él se inclina un poco para que ella lo alcance, y eso me roba una sonrisa.
—Sí. Gracias de nuevo por la invitación —dice Patrick con amabilidad.
—¡Claro que sí! ¿Cómo no iban a venir? Todos estamos aquí, faltaban ustedes dos. Pasen, pasen.
Sacamos las maletas del carro y seguimos a mi mamá hacia el interior de la casa.
El lugar es aún más hermoso por dentro que por fuera. Tiene algo de villa toscana mezclada con lo mejor de Guanacaste: madera clara, paredes encaladas, y un aroma a sal y mango fresco que lo envuelve todo. Por las grandes puertas que conducen a la terraza se cuela la brisa marina, fresca y constante.
A lo lejos veo a Naga lanzándose encima de Melissa, quien intenta apartarla mientras se ríe, pero no tiene éxito: está recibiendo un ataque de lengüetazos.
—Muy bien, Naga —murmuro divertida—, túmbala, que por su culpa estamos aquí.
Mi mamá nos guía por el pasillo. Subimos al segundo piso, donde están los dormitorios.
—Este será su cuarto —dice, señalando una puerta blanca con vistas al mar.
Entro y me voy directa al balcón. Es precioso. La luz entra en cascada por las puertas de cristal, las cortinas se mueven con la brisa, el ventilador de techo zumba suavemente. Todo se siente cálido, cómodo, casi como un escenario de película.
—Cuando estén listos, bajen a comer algo —dice mi mamá, antes de dejarnos solos.
Me doy la vuelta al interior del cuarto pero aun veo a Patrick parado en el umbral, más rojo que antes —aunque no sé cómo es posible—. Tiene la frente perlada de sudor y se ve... incómodo.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Él señala hacia el centro de la habitación, con una expresión entre pánico y resignación.
—Solo hay una cama.
Me vuelvo. Ah, claro. Por supuesto que iba a haber solo una cama. ¿Cómo no lo noté?, que cliché.
—¡Ay, no! —resoplo, llevándome la mano a la frente—. Bueno... no pasa nada. Le puedo preguntar a alguna de mis hermanas si puedo dormir con ellas.
—No creo que puedas —dice Patrick, cruzándose de brazos talvez para verse más relajado, no lo logra —. Elena está con Pablo, Melissa con Kenneth, y Ben con Liz. ¿Dónde vas a dormir? ¿En medio de ellos?
— Puede ser... Mierda... —susurro, mirando alrededor como si de pronto fuera a aparecer una cama plegable mágica—. ¿Y no hay ni un sillón, una banca, algo? Puedo dormir en el suelo no me molesta. Talvez el baño tenga bañera...
—No hay nada. Y no voy a dejar que duermas en el suelo ni mucho menos en la bañera, si no yo duermo en el suelo...yo...yo...
—Patrick...—creo que ahora debo calmarlo, no entiendo por que esta tan nervioso, yo deberia estarlo no él —No pasa nada. En serio. Somos dos adultos. Podemos compartir una cama sin drama. Es solo una noche.
Claro. Una maldita noche que no voy a poder dormir.
—Está bien —murmura finalmente, resignado. Veo como se adentra en la habitación, deja las maletas en el suelo con cuidado —Bajo en un momento.
—Claro te espero abajo.
Salgo y me dirijo abajo, lo que mejor es darle un poco de espacio ahora que puedo. No es la gran cosa. He tenido pijamadas con amigas y todas hemos dormido en la misma cama. Nada pasó. Es algo normal. Que dos personas estén en una habitación... de noche... solos... en la misma cama...Ok. ¡Ok! Saca todos esos pensamientos de tu cabeza. Por Dios, tus papás y toda tu familia están aquí. No te va a dar un ataque de pánico por esto. Es más, si todo se complica, en mitad de la noche bajo, busco a Naga y duermo en el sillón con ella. Fin del drama.
Cuando llego abajo veo que todos están por ahí: unos en el jardín, otros en la cocina, hay música, risas, las niñas corriendo, y todo parece sacado de una postal de vacaciones en familia. Patrick por fin bajo y se ha encargado de jugar con las niñas todo el rato, tanto que me sorprende que no esté agotado. Mi mamá y mis hermanas me lanzan miradas cómplices cuando lo ven sin camisa... y, seamos sinceras, ¿quién no se quedaría mirando? Creo que nadie está realmente preparado para lo que significa ver a Patrick Reggin así de... humano y sin camisa.
Nos ponemos bloqueador, jugamos en la playa, reímos en la piscina. Todo parece perfecto. Después de cenar, nos sentamos todos afuera, en el jardín. La noche es cálida pero agradable, y papi ha hecho una pequeña fogata para darle al ambiente un aire más acogedor, como de campamento familiar.
Cada uno está sentado con su respectiva pareja, así que Patrick y yo compartimos una silla lo suficientemente grande para que quepamos los dos sin tener que estriparnos. No me siento incómoda, y él tampoco lo parece, aunque uno nunca sabe. De vez en cuando, veo a mis hermanas intercambiar miradas, susurrar algo y soltar risitas discretas. Las conozco demasiado bien. Están disfrutando cada segundo de esto. Algún día... me vengaré. Malditas desgraciadas.
—Entonces, Patrick —dice mi papá de pronto desde el otro lado del fuego, con su tono relajado pero directo—. ¿Ya han pensado en tener hijos?
Me atraganto con el jugo que estaba tomando. Casi me ahogo. Patrick, sin perder la calma, me da un par de golpecitos en la espalda para ayudarme a reaccionar.
Fantástico. Literalmente casi muero por una pregunta.
—Papi —lo regaña Melissa, frunciendo el ceño—, ¿quién dice que solo porque estén casados deben tener hijos?
—¿Qué? ¿Y entonces para qué es?
—Ya no estamos en el siglo IX, la gente se casa porque... no sé, se aman, o porque quieren hacer...
—Sí, bueno ya entendimos —intervengo rápidamente antes de que diga algo más comprometedor.
—Ustedes saben que, por mí, yo tendría mil chiquitos —suelta mi papá.
—Lo sabemos —decimos todos los hermanos al mismo tiempo, como si fuera un coro ensayado.
—Su hermana tuvo dos, y vea qué lindas están —añade mi papá, señalando con la cabeza a mis sobrinas que duermen en los brazos de Pablo y Elena.
—Sí, pa —responde Elena con un tono tranquilo—, porque yo quise, no porque fuera mi obligación.
—Pues tal vez Patrick sí quiere —lanza mi papá, mirándolo con curiosidad, esperando una respuesta directa.
Patrick se queda en silencio por un segundo. Luego, sus ojos se encuentran con los míos. Siento mi estómago dar un vuelco. ¿Por que cuando la gente se reúne siempre hace preguntas incomodas?. Deberia meterme debajo de una piedra y no salir nunca. Pobre Patrick siempre tiene que lidiar con estos momentos incomodos.
—No tienes que contestar —le susurro muy bajito, apenas audible para los demás. Él me sonríe, cálido y tranquilo, como si tuviera todo bajo control.
Se vuelve hacia mi papá con una sonrisa.
—Pues yo creo que, en ese asunto, la decisión es más de mi esposa que mía — dice, con voz firme pero amable. Hace una pausa—. Si en este momento Sofía estuviera embarazada, lo aceptaría con gusto y estaría muy feliz. Pero si sus deseos son no tener hijos, también lo respeto. Es su cuerpo y su decisión. Lo digo con todo el respeto, Don Gerardo. Ya sabe que me casé con ella por ella, no para que me diera hijos ni nada por el estilo.
—Hmmmm..... Muy buena respuesta —responde mi papá, asintiendo con una sonrisa sincera— Yo sí quería hijos, pero su mamá también, así que es comprensible.
—¡Aaaaah! —exclama Melissa, rodando los ojos.
Con eso nos deja claro, una vez más, que papi sigue sin entender del todo a "los jóvenes de ahora", como suele decir.
Yo solo me quedo mirando a Patrick. Estoy sorprendida. Esa manera de hablar, tan segura, tan auténtica... cualquiera que lo escuche creería que llevamos años de matrimonio. Él se vuelve hacia mí y me guiña un ojo, como si nada, como si todo esto no fuera una gran y complicada mentira.
Poco a poco, todos empiezan a irse a sus cuartos. Estoy agotada, pero espero un poco más. Espero que Patrick diga que ya se va, y entonces, cuando por fin suba, yo podré tomarme unos minutos, dejar que se duerma y luego llegar al cuarto, acostarme en la cama y quedarme lo más cerca posible del borde de la cama. Respirando despacito. Sin hacer ruido. Sin molestar.
Pero, como era de esperarse, Patrick no se mueve de mi lado. Está ahí, sentado, mirando las llamas con los codos apoyados en las rodillas. Tranquilo. Silencioso. Yo, en cambio, ya no puedo con el sueño, empiezo a cabecear y apenas me mantengo sentada.
—Bueno —dice Kenneth, levantándose y dirigiéndose a Melissa, ya que eran los ultimos apesar de nosotros en qeudar afuera.—. Ya deberíamos ir a dormir. Mañana será otro largo día.
—Sí —añade ella, dándome una mirada directa—. Sofí, ve a dormir, estás cabeceando.
Se paran y se van, así, sin más. ¡Gracias por nada! ¿Cómo es posible que, sabiendo toda la historia, toda la verdad, lo único que hagan sea abandonarme aquí? No me ayudan en absoluto. Ahora que lo pienso estos sillones son muy comodos, me podria quedar a dormir aqui.
—Creo que deberíamos ir a dormir —dice Patrick, poniéndose de pie con esa calma tan suya.
—No tengo... Awwww —el bostezo me traiciona justo antes de terminar la frase.
—Tienes sueño. Se te nota en la cara —responde con una pequeña sonrisa—. Vamos.
—Puedo quedarme aqui de verdad no pasa nada
—Jamas voy a permitir que duermas aqui afuera, tú misma lo dijiste somos adultos, venga es hora de dormir.
Asiente con la cabeza hacia la casa, como dándome permiso para rendirme. Y sí, es cierto. No tiene sentido pelear contra lo evidente. Además, si mañana queremos ver ballenas y no descanso, soy capaz de dormirme en medio del tour. Me rindo, asi que me pongo de pie y me voy con él.
"Es solo una noche", me repito en silencio mientras lo sigo por las escaleras. Solo una.
La casa ya está en completo silencio. Todos duermen. El pasillo está oscuro, iluminado apenas por la luz de la luna que entra por una ventana lejana. Cuando llegamos al cuarto, el simple sonido de la puerta cerrándose me acelera el corazón. El sueño que tenía desaparece como si nunca hubiera existido. Todos mis sentidos se activan. Estoy más despierta que nunca.
Probablemente debería tomar la almohada y bajarme al sillón del jardín.
—Si te parece, me voy a lavar primero —dice Patrick, con tono neutral, como si no supiera lo que causa su sola presencia en este espacio reducido.
—Sí, está bien —respondo, caminando hacia mi bolso para sacar mi pijama y mis cosas para mi rutina nocturna.
Patrick entra al baño. Me quedo mirando la cama. ¿Siempre fue tan pequeña? ¿O es que él es tan grande que va a ocupar todo el espacio y yo voy a terminar durmiendo en la orilla, al borde de una caída?
Después de unos quince minutos, Patrick sale del baño. Lleva puesto únicamente su pantalón de dormir. Su pecho desnudo y aún húmedo me golpea como un ladrillo directo al sistema nervioso. Miro a otro lado, pero es demasiado tarde. Ya lo vi. Y ya estoy sudando, aunque el aire acondicionado esté encendido.
—Olvidé empacar la parte de arriba del pijama —dice, con cierta incomodidad, sin atreverse a mirarme de frente—. Como siempre duermo así, no pensé en traerla.
—Ah... está bien. No quiero que mueras de calor mientras duermes —le digo, intentando sonar natural. Intentando que mi cerebro no colapse por la cantidad de imágenes indebidas que acaba de generar.
—¿Estás segura? Puedo ponerme la camisa que usé hoy si te incomoda...
—No, de verdad —trago saliva—. Quédate así. No me molesta.
Claro que me molesta. Me molesta mucho porque me va a costar dormir sabiendo que ese torso perfecto está a treinta centímetros de mi cara.
—¿Segura?
—Segura —digo con una sonrisa forzada.
Tomo mis cosas y camino al baño, esquivándolo como si fuera una trampa mortal. No puedo tocarlo. No puedo olerlo. Si lo hago, pierdo.
Una vez dentro del baño, me sostengo del lavamanos y respiro profundo. Me miro en el espejo. Mis mejillas siguen algo bronceadas por el sol, y mi cabello está un poco enredado por la brisa marina. Me paso los dedos entre los mechones y trato de enfocarme.
Solo una noche. Solo una. Sobreviví cosas peores. Esto... esto no me va a matar. Me aferro al lavamanos y respiro. Todo va a salir bien. Inspiro... exhalo. Una vez más. Tomo una ducha para dar mas tiempo y termino mi rutina de noche a pasos lentos, intentando que mi corazón no salga disparado del pecho. Cuando salgo del baño, Patrick ya está acostado en el lado izquierdo de la cama. Está sentado contra el cabecero, con las sábanas hasta la cadera, y revisa lo que parece ser un informe o algún documento de trabajo.
Mi lado de la cama está intacto. Las almohadas siguen ordenadas, como si no supieran si iba a quedarme... o a salir corriendo.
Guardo mis cosas en la maleta con movimientos controlados y me acerco a la cama. Cada paso retumba como un tambor en mi cuerpo. No vomites. No te desmayes. Solo es una cama. Solo es Patrick.
Levanto las sábanas y me deslizo dentro. Están suaves, con ese olor a limpio mezclado con brisa marina que me hace querer hundirme ahí para siempre. Él no se mueve. No me mira. Sigue enfocado en sus papeles. Me acuesto de lado, dándole la espalda, y me quedo inmóvil, como si cualquier movimiento pudiera detonar una alarma.
—¿Te molesta si sigo leyendo un poco más? —su voz suena baja, suave, desde detrás de mí.
—No —respondo, y por instinto me doy la vuelta, girando hacia el centro de la cama. Rayos. ¡Rayos! ¿Por qué me moví?.
Ahora estoy completamente de frente a él. Puedo verlo. Su torso descubierto. La luz tenue de la lámpara resalta la forma de sus clavículas, sus brazos relajados sujetando el documento. Levanto la mirada lentamente recorriendo cada musculo, cuando llego hasta su rostro me encuentro con sus ojos. Ya no lee. Me observa.
—Hola —dice con una media sonrisa cuando nuestras miradas se encuentran.
—Hola —respondo, y de inmediato me cubro hasta el cuello con las sábanas. No tengo escapatoria. Estoy atrapada en esta cama y en este cuerpo que reacciona demasiado a su presencia.
—¿Qué lees? —pregunto para romper el silencio.
—Un reporte financiero de las acciones internacionales. Un análisis de las fluctuaciones del mercado y proyecciones de los movimientos de los inversores. Nada emocionante.
—Ah... suena muy complejo.
Él se encoge de hombros.
—Lo es, pero también bastante aburrido. Aunque suene como si estuviera descifrando el código de una bomba, en realidad solo reviso si estamos ganando dinero... o perdiéndolo.
Su tono es ligero, como si intentara que yo no me sintiera tan tensa. Vuelve la vista al papel, y noto que no parece incómodo con que esté aquí, invadiendo su espacio. Eso me da un pequeño impulso de valentía.
—Patrick...
—¿Sí? —responde, sin dejar de mirar los papeles.
—¿Tú... quieres tener hijos eventualmente?
Sus ojos se apartan de los documentos y me encuentran. Puedo ver cómo se abre un poco más su expresión, sorprendido. Un segundo después, caigo en lo que acabo de decir. ¡Dios mío! ¿Por qué lo pregunté así?
—O sea... no conmigo —aclaro rápidamente, sintiéndome una completa idiota—. Con tu prometida, supongo.
Su mirada cambia. Pasa de la sorpresa a la duda, de ahí a la confusión... y finalmente aterriza en la tristeza.
—Bueno —dice con voz suave—, como le dije a tu papá... esa decisión no me corresponde a mí.
—Sí, claro que sí —respondo bajito—. No del todo, pero una parte sí.
Patrick asiente en silencio. Luego toma los papeles, los deja sobre la mesita de noche y se acomoda dentro de la cama, quedando de frente a mí. Nuestras miradas se encuentran. La suya parece escanearme, como si estuviera memorizando cada lunar, cada línea de mi rostro.
—Como le dije a tu papá —continúa—, yo no estaría con alguien solo por tener hijos. Si mi esposa los quiere, los aceptaría con todo el amor que tenga. No tuve padres muy afectivos, así que haría todo lo posible para que mis hijos supieran cuánto los amo... para que nunca les falte eso. Sé que sería difícil. Llevo años viviendo para mí. Pero intentaría hacerlo bien, darles tiempo, ser alguien presente.
Hace una pausa, y sus ojos bajan por un segundo, antes de volver a mí.
—Y si mi esposa no quiere tener hijos —dice con ternura—, también estaría bien. Podríamos tener perros, muchos si ella quisiera. Viajar, vivir, construir una vida de dos. El punto es que, sea cual sea la decisión, quiero que sea compartida, hablada... elegida desde el amor.
Asiento. Tiene sentido. Tiene tanto sentido que me quedo sin palabras.
—¿Y tú? —me pregunta con suavidad—. ¿Tú quieres tener hijos?
Suspiro. No por pesar, sino porque me pesa a veces tener que explicar esto.
—En realidad no. Nunca ha sido algo que desee. La gente suele decir que soy egoísta por pensar así, pero no lo siento así. No creo que la vida sin hijos sea más fácil... solo es diferente. Igual hay preocupaciones, igual hay cargas. A mí me gustaría vivir para mí, para mis proyectos. Quiero viajar, tener libertad, encontrar alegría en lo cotidiano. No me molestan los niños... solo creo que no quiero ser madre. No quiero que eso defina mi vida.
Patrick me escucha en silencio, sin interrumpirme. Cuando termino, solo dice:
—Entiendo.
Nos quedamos así unos segundos, el sonido del ventilador girando en el techo acompaña el momento.
—Deberíamos dormir —añade, bajando un poco la voz—. Es tarde y mañana será un día largo.
—Sí —respondo mientras me acomodo sobre la almohada.
La cama es tan cómoda que me siento flotar. Mis ojos empiezan a cerrarse. Es extraño cómo Patrick logra que me sienta tranquila, segura... yo misma. No me siento juzgada. Ni observada. Solo... acompañada.
Estoy a punto de caer dormida, mis ojos estan cerrado y estoy en ese instante entre el pensamiento y el sueño, cuando siento una mano cerca de mi rostro.
Es cálida. Suave. Sutil. Patrick.
Toma con delicadeza un mechón de mi cabello que debe estar en mi cara y lo acomoda detrás de mi oreja. Me quedo inmóvil, fingiendo dormir, porque no quiero arruinar el momento.
Su mano baja con cuidado y roza mi mejilla. La acaricia con el pulgar. Luego traza el borde de mi pómulo, y sus dedos llegan hasta mis labios.
No me muevo. No respiro más fuerte. Solo espero.
Por Dios, que no ponga la mano en mi cuello. Si siente el ritmo de mi corazón, va a saber que estoy despierta.
Sus dedos se quedan un momento más en mi labio inferior. Luego, con un suspiro casi imperceptible, lo escucho murmurar contra mi piel:
—Fy ngwraig.
¿Qué...? ¿Qué dijo? Suena como un idioma extraño, algo que no reconozco.
Galés, tal vez. No estoy segura.
Quiero preguntarle, pero el sueño me atrapa. Y, aunque no entiendo esas palabras, las siento. Me atraviesan como si mi cuerpo supiera lo que significan incluso si mi mente no lo capta.
Me duermo con su voz aún resonando en mi pecho, como un eco suave que me arropa.
Y por primera vez en mucho tiempo... sueño en paz.
A la mañana siguiente, siento que dormí en una nube. No quiero dejar esta cama. La brisa marina aún baila entre las cortinas, el aire es fresco y el colchón... el colchón guarda el calor de una noche demasiado perfecta.
Cuando me despierto por completo, noto que el lado de Patrick está vacío. Su almohada conserva apenas el peso de su cabeza, y su aroma suave aún flota en el aire. Me estiro, bostezando, sin querer moverme. Pero ya es hora.
Bajo a la cocina en pijama y cabello alborotado, con la intención de robar una taza de café antes de que me vean. Pero cuando entro, me detengo en seco.
Mi mamá y Patrick cocinan juntos. Los demas en el sillon y la mesa, al parecer soy la ultima en despertar.
Todos se mueven con sincronía, como si hubieran hecho esto toda la vida. Patrick revuelve una sartén mientras mi mamá corta frutas. Sus risas suaves llenan el ambiente, y por primera vez, Patrick parece formar parte de algo. De verdad. No es un invitado. Es... parte de la familia.
Sigue sin camisa —como ya parece ser costumbre— y lo más curioso es que nadie reacciona a eso. Ni escándalo, ni chistes. Nada. Es como si todos ya lo aceptaran así, cómodo, libre, y absolutamente encantador.
—Buenos días —digo, acercándome al desayunador y sentándome en una de las sillas.
—¡Buenos días! —responden ambos al unísono.
—¿Necesitan ayuda?
—No, no creo —dice mi mamá sin dejar de cortar la piña—. Este acompañante sabe lo que hace —agrega, dándole un suave golpecito en el brazo a Patrick, como si fuera uno de sus hijos más.
Patrick se ríe y se endereza, orgulloso, como un niño que acaba de ayudar a hornear su primer pastel. Me mira de reojo y me lanza una sonrisa que me hace sentir como si me derritiera por dentro.
El desayuno es delicioso, lleno de sabores tropicales, frutas frescas, y pan recién tostado. Mientras todos comen en el porche, entre risas y planes para el día, escucho a mi papá decir:
—En una hora, nos vamos a la playa a ver ballenas, ¿verdad? Que nadie se quede atrás como ayer, por favor.
Los ojos de todos se posan en Melissa, que solo alza las cejas y continúa comiendo sin decir una palabra.
Patrick se inclina hacia mí.
—¿Ver ballenas? ¿Eso es real? —susurra como un niño emocionado—. ¿Vamos en barco?
—Sí —respondo—. Bueno, en lancha. Es temporada, así que hay muchas posibilidades de verlas. Es uno de los mejores momentos para venir al Pacífico.
Sus ojos se iluminan.
—Siempre quise ver una de cerca. ¿Tú ya lo has hecho?
—Una vez, hace años. Pero era pequeña, apenas lo recuerdo. Tal vez hoy tenga una nueva imagen para guardar —digo.
Él me observa por un momento más de lo necesario. Nuestras miradas se encuentran, y hay algo en su expresión... algo suave, como si deseara que todos los recuerdos que construyamos ahora sean solo nuestros.
Una hora después, todos estamos listos. Mochilas con bloqueador, agua, gorras y cámara en mano. Naga se queda en la casa, aunque nos sigue con la mirada como si también quisiera venir.
En el carro hacia la costa, Patrick no deja de mirar por la ventana con la emoción de un niño en su primer paseo escolar.
—¿Estás seguro de que no eres costarricense de nacimiento? —le pregunto en broma.
—Después de estos días, probablemente ya lo soy honorariamente —responde con una sonrisa, y me da un apretón suave en la mano.
Cuando llegamos al muelle, el sol brilla sobre el mar como un espejo líquido. Nos embarcamos en la lancha junto con el resto de mi familia y otros turistas. La emoción flota en el aire como espuma salada.
Patrick se sienta a mi lado, su pierna rozando la mía. Y mientras la lancha se adentra en el mar abierto, siento que todo, por un instante, está justo donde debe estar.
—¡Vean allá! —grita mi mamá, señalando hacia el horizonte.
Todos dirigimos la mirada en esa dirección y, aunque no es muy común, alcanzamos a verlas: ballenas. Enormes, majestuosas, elevándose fuera del agua para luego caer con fuerza entre las olas, dejando estelas de espuma como huellas celestiales.
Patrick, sin decir una palabra, busca mi mano. La encuentra sin esfuerzo. Como si fuera su norte. Y la aprieta con una ternura que me arruga el alma.
Nos quedamos así, tomados de la mano, en silencio. El mar enfrente. Las ballenas saltando como si saludaran al sol. Un espectáculo que parece de otro mundo.
Entonces, escucho un sollozo.
Vuelvo mi mirada hacia él. Patrick no aparta la vista del horizonte, pero sus ojos están bañados en lágrimas. No son lágrimas amargas. Son dulces, suaves.
—¿Patrick? —susurro, preocupada—. ¿Estás bien?
Él parpadea, sus lágrimas siguen cayendo, y cuando gira el rostro hacia mí, sus ojos ya están rojos. Pero hay una paz inmensa en su expresión.
—Gracias —dice en voz baja—. Gracias de verdad, Sofí.
—¿Por qué? —pregunto, con el corazón apretado.
—Por traerme aquí. Por dejarme vivir esto. Por dejarme sentir —su voz se quiebra, y se ríe entre lágrimas—. No sabía cuánto necesitaba ver esto... ver algo así. Sentir algo que no viniera de una oficina, de un negocio, de una pelea familiar. Esto... esto es vida. Y tú me la estás enseñando.
Suelto su mano y sin pensarlo, me inclino hacia él. Lo abrazo. Fuerte. No se encoje, no se aparta. Al contrario, me envuelve con ambos brazos como si tuviera miedo de que me fuera.
No sé exactamente qué está pasando dentro de él, pero lo intuyo: es más que ballenas. Es la libertad, es la familia, es el calor, es la ternura. Es sentirse parte de algo sin tener que pelear por ello.
—Gracias por quedarte —susurra contra mi cuello—. Gracias por seguir aquí.
Y así, en medio del océano, con las ballenas danzando al fondo y el corazón latiéndome fuerte en el pecho, siento que Patrick, por fin, está empezando a soltar lo que tanto tiempo ha guardado.
Y yo... solo quiero seguir siendo ese lugar donde él pueda descansar.
Notas:
Este capitulo por el momento es el mas largo de todos, pero es uno de los mas emotivos y personales para mi, asi que espero les haya gustado.