ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
En progreso
4
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 184 páginas, 91.426 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
4 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar

Capítulo 25

Ajustes de texto
Patrick y yo hemos creado, sin decirlo, una especie de ritual. Nos levantamos, nos arreglamos y desayunamos juntos. No lo hablamos nunca, no está en el contrato, pero se volvió una constante. Un día él cocina, al otro día yo. Es un acuerdo tácito, uno que me gusta más de lo que debería. Hoy me toca a mí. En la cocina preparo unas tostadas con fresas frescas y crema montada. Algo simple, pero bonito. Cálido. —Buenos días —dice Patrick, apareciendo en la cocina. Su voz es suave, como si no quisiera romper la atmósfera. Viene vestido como siempre: camisa perfectamente planchada, reloj ajustado, cabello en su lugar… Y ese perfume. Ese maldito perfume que llena el aire como si supiera exactamente dónde clavar la daga. —Hola, buenos días —respondo. He puesto un poco de música latina para animarme, es viernes y mi cuerpo lo sabe, pero cuando lo veo me detengo sinceramente no se, me da un poco de pena que me vea haciendo el ridículo. Le doy vuelta a la última tostada con la espátula —. Ya casi termino. ¿Podrías ir montando la mesa? —Claro. Escucho sus pasos tranquilos, casi silenciosos. Abre los gabinetes, coloca los individuales, los platos y las tazas. Sirve el café, pone la crema batida en el centro. Luego se sienta. No dice nada. Solo se queda ahí, mirando hacia afuera por la ventana. Sus pensamientos están lejos, y eso... eso nunca es buena señal. Me siento frente a él, con el plato de las tostadas francesas y durante un segundo ninguno de los dos habla. —Muy bien —digo, intentando sonar normal—. ¿Cuántas quieres? —¿Eh? —parpadea y me vuelve a mirar. Ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaba ahí—. Lo siento, estaba distraído. —¿Todo bien? Le sirvo dos tostadas. Él asiente. Coloca las fresas y la crema encima, con movimientos automáticos. Yo hago lo mismo, pero sin dejar de observarlo. Comemos en silencio, una vez que termino mi desayuno le pregunto. —¿Quieres hablar de lo que sea que te tiene así? Patrick tarda un poco en responder. —Sí… sí, siempre puedo confiar en ti —dice, pero su voz tiene un matiz extraño. Se rasca la nuca y baja la mirada—. Es solo que… —¿Qué pasa? —Hoy no voy a ir a la oficina. Viene alguien de Irlanda. Mi estómago se encoge. No hace falta que diga más. El frío me sube por la espalda como una corriente helada. Todo se vuelve más silencioso de lo que ya estaba. —Y tengo que ir a recogerla al aeropuerto —añade. Ella. Confirmado. Debe ser su prometida. —Entiendo —digo con una voz que no parece mía, mientras corto un pedazo de tostada como si ese simple gesto pudiera sostener toda la dignidad que me queda. —¿Estás bien?— pregunta un poco preocupado. —¿Por qué no lo estaría? — intento sonar lo mas calmada. Él lo nota. Sé que lo nota. La forma en que su ceño se frunce, en que su boca se aprieta apenas. Entonces extiende su mano y la coloca sobre la mía, con suavidad, como si temiera romper algo. — Sofí… no es lo que piensas. Esta persona me llamó, dijo que necesitábamos hablar frente a frente. Y.… sinceramente, creo que yo también lo necesito. —No tienes que explicarte —respondo, retirando mi mano con delicadeza, pero firmeza. Me levanto y recojo los platos, ocupando mis manos y mi atención en el lavaplatos para no ocuparla en él. —¿Quieres que llegue tarde hoy? —pregunto, con la voz más controlada de lo que me siento—. Puedo irme a casa de mi hermana. Dormir allá si quieres privacidad. —No —responde rápido, con una urgencia que me toma por sorpresa—. No quiero que venga aquí. Esta es tu casa también, no tienes que esconderte. Tampoco quiero que vea dónde vivimos. Este… este es nuestro hogar. Yo me quedare en un hotel si es necesario por favor no te preocupes. Me quedo en silencio, con las manos mojadas bajo el grifo. Lo miro. Y por primera vez, veo en sus ojos una grieta. Una disculpa sincera. Una herida abierta. —Perdona —le digo finalmente, apagando el grifo—. No quise reaccionar así. —No pasa nada —susurra. —Creo que es mejor que me vaya ya. Voy a llegar tarde —respiro hondo y me seco las manos—. ¿Nos vemos mañana entonces? —Sí, probablemente nos vemos mañana. Recojo mis cosas con calma, aunque por dentro tengo el estómago hecho un nudo. En cuanto cierro la puerta detrás de mí, la incomodidad se transforma en un dolor leve pero persistente. Tal vez fue el desayuno… o tal vez fue la idea de él recogiendo la ella en el aeropuerto. Porque, aunque no dio detalles de quien era, todos sabemos que esa frase encierra muchas verdades a medias. Lleva más de medio año sin verlo por su puesto iba a querer venir. Que tonta soy, como olvide ese detalle, nunca la nombra, había olvidado por completo que esta comprometido. ¿Entonces por que me confunde tanto? ¿Por que actua asi?. Bueno dijo que necesitaba hablaro con ella. ¿Pero y si la ve y se recuerda de lo enamorado que estaba? Uhhhh... otra vez mi frustracion. Cuando llego a la oficina, Karol ya está sentada con una taza de café entre las manos, como si estuviera preparando su cuerpo para una fiesta. Sonríe de oreja a oreja. —¡Hola, amiga! —dice, rebosante de energía, la cafeína en su sistema ya haciendo su trabajo. —Wooo, amiga, estás feliz, feliz —me río mientras dejo mis cosas en el escritorio—. ¿Qué pasó? —Nada, solo que es viernes y siento que deberíamos hacer algo hoy. ¡Salir, bailar, distraernos! —No lo sé... —me dejo caer en la silla—. Me duele un poco el estómago. Creo que el desayuno me cayó mal. Karol me mira de reojo, bajando la taza lentamente. —¿Y eso? ¿Pasó algo? Hago una pausa. No quiero hablar del tema, pero al mismo tiempo siento que si no lo saco, me va a comer por dentro. —Patrick me dijo que... un familiar lejano viene a la ciudad. —aunque nunca dijo familiar lejano prefiero ponerle ese nombre. Intento sonar casual. Lo dije como quien habla del clima. Como si no acabara de decir "su prometida viene y probablemente me va a romper el corazón". Karol levanta una ceja, alerta. —¿Un familiar lejano? ¿No será alguien que viene a quitarles todo el imperio que han construido con tus desayunos? —¿Qué? No, claro que no. —Me río, nerviosa, aunque el chiste tiene más verdad de la que me gustaría admitir—. Supongo que es alguien que lo extraña. No ha regresado a Irlanda en meses… debe tener primos o amigos que quieren verlo. Nada raro. —¿Y no será su hermana? La intensa esa que conociste en Nueva York... —No. —Sacudo la cabeza rápido, quizá demasiado rápido—. Es solo… un pariente lejano. Karol se queda callada. Me conoce demasiado bien como para tragar eso sin cuestionarlo. —¿Eso fue exactamente lo que te dijo? —Sí… ¿por qué? Ella frunce los labios, como si saboreara una sospecha. —Mmm... suena a red flag. No sé, Sofí , no me gusta. Nada. Y ahí está. Lo que yo no me he atrevido a decir en voz alta. Lo que me ha estado carcomiendo desde que él lo mencionó esta mañana. A mí tampoco me gusta. Nada. Porque sé la verdad. Porque sé que no es un pariente ni un amigo nostálgico. Sé que es ella debe ser ella. —¡BUENAS BUENAAAAS! Karol y yo levantamos la mirada al mismo tiempo. Susan viene desfilando hacia nosotras como si la alfombra roja de los Grammys pasara justo por la mitad del piso administrativo. Lentejuelas, botas altas, labios rojo brillante y un aura de “yo nací para ser famosa”. Hoy definitivamente no vino a trabajar. Hoy vino a hacer historia. Llega a nuestra mesa con un papel en la mano y una sonrisa tan enorme que por poco le cubre las orejas. Nos lo extiende como si fuera el acta de su coronación. —Ok… ¿qué tenemos aquí? —pregunta Karol, tomando el papel. —Bueno, como pueden ver, es mi carta de renuncia —responde Susan con un brillo en los ojos que solo he visto en recién casados y fanáticas de Taylor Swift—. Hoy es mi último día. ¡¡Estoy tan feliz de dejar esta oficina, de dejar todo esto, porque mi esposo y yo… nos vamos a vivir a Portugal! ¡A Europa, bebés! A mi verdadero hogar. —¿Renunciaste? —decimos Karol y yo al mismo tiempo. Pregunta más estúpida, imposible. —¡Pues sí! Ya no podía más. Este trabajo me estaba robando el alma. ¡Pero ahora sí, a vivir la vida real! Vamos a tener nuestra casita cerca del mar, él ya está viendo todo lo de los papeles para nacionalizarme. ¡Ay, no saben! Siento que por fin voy a respirar aire europeo. Claro. Susan y su eterno sueño europeo. Desde que supo que Karol y yo habíamos vivido en varios países del continente europeo por algunos meses hace años en un voluntariado, se nos pega como si fuéramos Google Maps con patas. Se refiere a Portugal como su “patria espiritual”, aunque no hable una palabra de portugués. ¿Como puede decir eso cuando vive en Costa Rica? a mi pensamiento nuesrto país es increible por que iria a cambiarlo. Si, se que otros paises son geniales, pero cuando empieza el invierno es donde me pierdes, la nieve y yo no somos muy amigas. —Y bueno, vengo a invitarlas a mi fiesta de despedida. Es hoy, después del trabajo, en el club ELITE. ¡Vamos a darlo todo! Es viernes y el cuerpo lo sabe, señoras. —Ahh, no sé si pueda ir… —digo, bajando un poco la voz—. Desde ayer me duele el estómago. Creo que comí algo que me cayó mal. No estoy mintiendo del todo. El estómago sí me duele. Lo que no les digo es que me duele desde que Patrick mencionó a su misteriosa visita de Irlanda me está pasando factura. —¡Vamos, Sofí! —dice Karol, dándome un codazo sutil—. Es la última vez que vamos a ver a Susan. Me sorprende que ella quiera ir. Nunca sale con nadie mas que no sean los mismo cinco del trabajo, mucho menos con Susan. La miro, sospechosa. —¿Vamos? ¿Qué más tienes que hacer hoy? Tu esposo tiene su... "reunión familiar"¿no?—hace las comillas con los dedos, agradezco que Susan no lo note— Así que vas a estar sola en casa. ¡No te quedes encerrada con tus pensamientos! Vamos y la pasamos bien. —Pero Naga… —Naga, Naga tiene más campo, comida y seguridad que tú y yo. —Bueno, les mandaré la dirección. ¡Las quiero ver ahí! La vamos a pasar súper bien —dice Susan con el entusiasmo de quien cree estar a punto de protagonizar una película europea. Cuando se marcha con sus botas brillantes y su energía contagiosa, me giro hacia Karol con una ceja levantada. —¿Qué fue eso? ¿Tú queriendo ir de fiesta con Susan? TÚ. Sinceramente no me lo esperaba. Karol rueda los ojos y da un sorbo a su café como si lo necesitara para seguir con esta conversación. —Bueno, para serte sincera no me interesa mucho la idea de salir con ella… pero creo que a ti te vendría bien salir un poco. Te ves mal, amiga. En serio. Es necesario que te distraigas, que recuerdes que casarte no significa que tu vida social se acabó. —Exageras… —¡¿Exagero?! A como eres, estoy segura de que lo único que haces con Patrick es ver quién lee más libros o ponerse a ver películas que nadie quiere ver. Terminas de trabajar y ¡pum! Directo a la casa. ¿Para qué? ¿Para ver otra película tonta con tu esposo perfecto mientras comen palomitas como dos monjes en silencio? —Oye, se ha hecho una tradición. Patrick nunca ha tenido tiempo de conocer el mundo del cine y yo estoy introduciéndolo al mundo del entretenimiento.… —¡Exacto! Lo estás introduciendo. Pero deberías estar introduciéndolo en otras partes también. En partes tuyas. —¡KAROL! —le digo, en un susurro forzado, mirando hacia los lados para asegurarme de que nadie escuche semejante barbaridad. —¿Qué? ¡Es verdad! El tipo es guapo, ardiente, extranjero, como a ti te gustan. Y, además, es tu esposo. —¿Y tú quieres que simplemente me le tire encima y me aproveche? —¡SÍ! — dice exasperada — Eso es exactamente lo que quiero que hagas. ¿Qué parte no te queda clara? Ya llevan meses casados. Es un hombre. ¿No crees que tiene necesidades? Y si no se las das tú, ¿qué pasa si se las da otra? Por eso no me gusta eso del “familiar lejano”. —¿De qué hablas? —Por favor. ¿Quién vuela desde Irlanda solo para ver a un primo? ¡Esto huele a ex con planes oscuros! Y si tú estás ahí, como siempre, con tus películas románticas y tus desayunos saludables, mientras ella aparece en lencería de encaje con acento irlandés, pierdes, hermana, pierdes. Suspiro, frustrada. —Sabes que yo… —Sí, sí, sí, ya sé cómo eres tú —continúa Karol, apoyando los codos en su escritorio y hablándome con esa mezcla de frustración y cariño—. Que no piensas acostarte con nadie hasta que te sientas cómoda. Por eso no entiendo por qué putas te casaste si no has hecho nada con ese monumento de hombre. Porque por lo que me cuentas que o sea que es nada… y por las cosas que te digo y no entiendes, siento que no ha pasado nada. No tengo idea de cómo comparten cama. Es el matrimonio mas extraño que he visto en mi vida. No lo entiendo. —No es como que nunca hayamos hecho nada… —Nunca hemos hecho nada. Pero no puedo decirle eso—. Solo que no quiero compartirlo con todos en la oficina. Karol me ve con una ceja levantada, claramente no se traga la excusa. —No tienes que compartirlo con media oficina, solo conmigo, amiga. Me preocupo por ti. Quiero que seas feliz, y el sexo en una relación es algo muy importante. Si tú no estás feliz… y él tampoco… no deberían seguir juntos. No importa que sea millonario. Me quedo callada. No sé qué decir. Si digo algo más, si me sigo enredando, me voy a delatar. Karol jamás me perdonaría si se entera que desde el inicio no le conté que todo esto es una farsa legal con contrato notariado. Sé que me apoyaría, incluso podría decir que habría hecho lo mismo si se le hubiera presentado la oportunidad, pero… no se lo digo. Y ahora se siente demasiado lejano para decir la verdad. Así que solo bajo la mirada, fijo mis ojos en la pantalla del computador. Tecleo algo solo para fingir que estoy trabajando. No hay nada más que decir. MI estomago ahora se siente incluso peor que antes. A las cinco en punto, Karol termino convenciéndome de salir de fiesta, así que nos vamos al baño a retocarnos el maquillaje y a transformar ligeramente nuestra ropa de “oficina seria” a “vamos-a-tratar-de-vernos-cool-para-la-noche”. Nada demasiado extravagante, solo lo suficiente para no parecer que salimos corriendo directo de la oficina al tequila. Cuando salimos al vestíbulo, nos encontramos con Susan. Está con los ojos llorosos, la nariz roja, y rodeada de tres chicas más que he visto mil veces en la oficina, pero jamás supe sus nombres. Siempre me las topo en el baño, son como parte del ecosistema del edificio. Al parecer, eran el grupo más cercano a Susan, y ahora también ellas están sufriendo la despedida. —Pensé que no sería difícil despedirme —dice Susan en cuanto nos acercamos—, pero fue más complicado de lo que esperaba. —Lo siento mucho —responde Karol con una dulzura que solo usa en momentos especiales. Suena afectada, casi… sincera. Susan se suena la nariz con dramatismo, y luego, como si algo la poseyera: —¡BUENO! No podemos quedarnos aquí llorando, ¡¡ES HORA DE LA FIESTA!! Me sobresalto. Volteo a ver a Karol con los ojos entrecerrados. Solo puedo pensar en cómo demonios me convenció de venir a esto. Pero luego recuerdo qué estaría haciendo si me hubiese ido a casa: probablemente estaría metida en la cama con un bowl de fresas y viendo películas románticas que solo me recuerdan que esas historias no son para mí. Karol me toma la mano y la aprieta con suavidad. —Vamos a estar bien, vas a ver —me susurra al oído, con esa seguridad que solo alguien que no tiene el corazón hecho un lío puede ofrecer. Mientras las demás discuten el plan de transporte, una de las chicas propone: —Yo puedo manejar hasta el club, pero solo caben cuatro en mi carro, así que... —No te preocupes, tontita, Sofí tiene carro puede seguirnos —dice Susan con una sonrisa triunfante, como si acabara de ganar un premio de logística. Nos dirigimos al estacionamiento del edificio. Bajamos las escaleras en espiral y atravesamos el pasillo gris que da al parqueo. Pasamos justo frente al espacio de Patrick. Está vacío. Ya lo sabía. Me lo dijo en la mañana. Iba a recoger “a su familiar lejano”. Pero ver ese espacio vacío... fue como ver mi reflejo en el vidrio de un escaparate roto. Una cosa es imaginarlo y otra es tener la confirmación visual de que no está. No sé por qué duele. Bueno, sí sé por qué. Duele porque por más que intente mentirme, me importa. Duele porque hoy no está. Y porque probablemente no duerma en casa, no puedo sacar de mi mente ese comentario que dijo Karol “Es un hombre. ¿No crees que tiene necesidades?” y yo no puedo hacer nada al respecto. Odio sentirme asi, siempre lo he visto en las peliculas y me enfurece que quieran el afecto de un hombre o pelear con una mujer por un hombre, yo no soy asi por lo que este sentimiento me hace sentir confuza y agobiada. Mi estómago me da un vuelco. Literalmente. Me detengo en seco y me apoyo en la puerta del carro. Me cuesta trabajo respirar. — Sofía, ¿estás bien? —pregunta Karol, de inmediato a mi lado, con el ceño fruncido. —Sí... sí, es solo un pequeño mareo —respondo con la voz baja, aunque yo misma no me la creo. —¿Quieres que maneje yo? —Sí... sí, creo que sería lo mejor —le entregó las llaves con manos temblorosas y camino al asiento del copiloto. Me dejo caer, como si el aire me pesara. —Oye, si te sientes mal de verdad, no tenemos que ir. Podemos decirle a Susan que lo lamentamos y regresarte a casa. —No, no está bien. Es solo un bajonazo. Ya se me pasa. De verdad, no es nada... Karol me mira en silencio unos segundos. Luego asiente y arranca el carro, mientras yo me aferro al cinturón y respiro hondo, tratando de convencerme de que lo único que tengo es hambre. O cansancio. O una mezcla rara de ansiedad emocional, celos silenciosos y un desayuno mal digerido. Ya en el salón de baile unos cuantos chicos estan alrededor intentando bailar con nosotras, yo ya estoy empezando a sudar frío. El calor del club, las luces intermitentes y la música que retumbaba en el pecho hacen que mi malestar se sintiera diez veces peor. Ya han pasado horas por lo que me voy a una esquina para poder respirar un poco. Unos minutos y un chico se acerca y me toma suavemente del brazo para invitarme a bailar. Sonríe, se ve amable, bastante atractivo, pero todo lo que puedo pensar es ojalá Patrick, no esté besando a su prometida en este momento. Qué ridículo. Qué humillante. —¿Quieres bailar? —me dice casi gritándome al oído para que pudiera escucharlo sobre la música. —Ah... no gracias, solo estoy descansando un poco —digo, tratando de que mi sonrisa no se vea forzada. —¿Segura? Solo una canción —insiste. —De verdad, gracias —respondo más firme, intento buscar la salida. El chico suelta mi mano y busca a otra chica que si este dispuesta en bailar con él. Agradezco que no sea de esos insistentes. Karol me observa desde la pista de baila me pone atención. Me conoce demasiado. Se acerca a donde estoy. —¿Qué pasa?, te ves mal. —No me siento bien —le grito cerca del oído—. De verdad, no sé si fue algo que comí o si es algo más, pero no estoy bien. Karol no dice nada, solo asiente. Me toma del brazo y caminamos hacia el baño de mujeres. Hay una pequeña banquita tapizada que nadie parece notar. Me siento ahí, aferrándome al borde con ambas manos mientras siento que el mundo me daba vueltas. Cierro mis ojos. Intento respirar, pero siento que no me llega aire, mi mente es un embrollo y mi estomago tambien, siempre me pasaba de pequeña que cuando sobrepensaba algo me daba un ataque de ansiedad, ya habían pasado años desde la ultima vez asi que intento tranquilizarme. Karol se agacha frente a mí. —Sofí , tu cara está blanca. Literal. ¿Creo que es mejor que nos vayamos? —No quiero arruinar la noche —digo, aunque la voz me temblaba—. Ya casi se me pasa. —Mira, no quiero sonar dramática, pero si esto fuera solo una indigestión, ya se te habría pasado. Estás helada, sudando y pálida. Y te juro que te veo con cara de que vas a vomitar o desmayarte. Vámonos. Ya cumpliste con tu cuota de salir por el mes. —Pero Susan... —A Susan le queda una hora de vida social antes de mudarse a Portugal. Tú necesitas una cama, o un hospital. No hay discusión. Dame tu celular voy a llamar a Patrick Escucho lo que dice, pero suena distante. Dijo que iba a llamar a Patrick. Abro mis ojos. —No, no lo llames Veo que karol está buscando mi celular en mi bolso. Lo tomo antes que ella son las once y media de la noche. ¿En qué momento se pasaron tantas horas? La pantalla me muestra cinco llamadas perdidas y varios mensajes de texto de Patrick. Patrick: No volviste a casa, ¿estás bien? No me dijiste que ibas a salir. —07:01 p. m. Patrick: Sofía, ¿estás bien? Perdona no queria sonar controlador. Tienes todo el derecho de salir solo que no me dijiste que saldrias. ¿Estas bien? se que ya lo pregunte pero me preocupo. —09:30 p. m. Patrick: Tengo rastreado el carro, solo dime dónde estás. —09:31 p. m. Patrick: ¿Sofía? —09:34 p. m. Patrick: Necesito que contestes. —09:48 p. m. Patrick: Por favor. — 09:50 p.m. Patrick: Sofía, por favor dime que estás bien y dejaré de mandarte mensajes. —10:04 p. m. Patrick: Mierda. Tengo la ubicación del carro. Iré por ti. No sé si estás bien, pero necesito que me lo digas de frente. Quedate donde estas.—10:50 p. m. Ese último mensaje me aprieta el pecho. Lo escribió hace ya más de treinta minutos. Me quedo paralizada por un instante. Tengo que llamarlo. Tengo que decirle que estoy bien. Marco llamar, pero justo en ese momento, mi cabeza empieza a darme vueltas y el sudor frío regresa con más fuerza. Me agarro del banquito —Dame el celular — dice Karol —Necesito... ayuda. Todo empieza a desvanecerse. El sudor, el mareo, el peso en el pecho. El celular se me resbala de las manos justo antes de que escuche a Karol pegar un pequeño grito. Oscuridad. Silencio.
4 Me gusta 4 Comentarios 1 Para la colección Descargar
Comentarios (0)