ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
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4
Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 184 páginas, 91.426 palabras, 32 capítulos
Descripción:
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Capítulo 28

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Nos llega un correo con el asunto que todos estaban esperando: la famosa y temida fiesta de la empresa. Todos los años anteriores ha sido... bastante triste. Música baja, bocadillos secos, un brindis forzado y mucha gente mirando el reloj. Pero este año es diferente. Con la nueva administración, todos esperan que sea la fiesta del año. Hay rumores, expectativas y hasta apuestas internas sobre qué tan espectacular será. Abro el correo, y ahí está: una invitación elegante, sobria, bien diseñada. Nada de gifs ni colores chillones. Solo el logo de la empresa y letras doradas sobre fondo oscuro. Le doy clic al archivo adjunto y se despliega la invitación digital:                                                                        Fiesta Anual Corporativa                                                                           Fecha: 27 de diciembre                                                                                Hora: 6 de la tarde                                                           Lugar: Hotel Hyatt Centric San José Escazú Una noche para celebrar nuestros logros, compartir en equipo y disfrutar de un ambiente festivo y elegante. Código de vestimenta: Formal con un toque verde (¡Todos los asistentes deben llevar alguna prenda o accesorio de color verde!) Agradecemos confirmar su asistencia antes del 23 de diciembre.                                                               Esperamos contar con su presencia. —¡Woooow! —dice Karol, que está sentada a mi lado—. Pero qué elegancia… Aunque, ¿verde? ¿En serio? Vamos a parecer pericos. ¡Qué horror! —Bueno, hay tonos bonitos de verde —respondo, tratando de defender un poco la temática—. Además, tengo un vestido verde esmeralda que usé para la boda de mi prima el año pasado. Lo llevé a Nueva York, pero ahí solo estaban Don Mario y Patrick. Y son hombres… así que dudo que recuerden qué llevaba puesto. Karol se ríe como si supiera exactamente de qué hablo. —¡Perfecto! Yo sí me voy a comprar algo nuevo. No es como que me moleste la verdad. —También dice "accesorio", no tiene que ser todo el vestido… —Amiga, por favor —dice llevándose una mano al pecho—. ¿Cómo dices algo así?. Es obvio que me comprare un nuevo vestido. Nos reímos un poco más. —Por cierto... —dice de una manera super emocionada—este fin de semana es tu cumpleaños. ¿Cómo lo vas a celebrar? — continua Karol —. ¿Será que Patrick te lleva a una de esas escapadas a la playa que tanto les gusta hacer? —levanta una ceja y pone su típica cara pícara. Pongo los ojos en blanco. —Ya sabes que no celebro mi cumpleaños con nada pomposo. Además, nunca hemos tenido una “escapada a la playa”. La única vez que fuimos fue con mi familia, así que no cuenta —digo sin apartar la vista del computador—. Y, si no mal recuerdo, Patrick me dijo que va a salir de la ciudad. Creo que tiene reuniones en México con la empresa. —Para ser honesta no le he dicho a Patrick que se acerca mi cumpleaños. No es que no quiera que lo celebremos pero despues de todo lo que paso la semana pasada aun me siento un poco avergonzada por haber vomitado y llorado enfrente de él y se que a como estan las cosas ahora mismo si le digo que es mi cumpleaños este fin de semana cancelara sus reuniones para pasarla conmigo y no se como reaccionar — De hecho, si quieres, deberías venir a mi casa. Podemos hacer una tarde/noche de chicas tú y mis hermanas. Seguro les encantará verte. Hace tiempo que no se ven y sabes cuanto te quieren. —Suena bien, me parece. Nadie debería pasar su cumpleaños sola. Me apunto —dice con entusiasmo. —Entonces quedamos así. Llega el fin de semana, vente a mi casa, la vamos a pasar bien. No olvides tu traje de baño. Cuando vuelvo a casa ese día, noto que Patrick aún no ha llegado. Subo a mi cuarto, me cambio y me pongo ropa súper cómoda. Preparo una cena rápida, me acomodo en mi rincón favorito de mi cuarto y tomo mi kindle. Compré un nuevo sillón que puse en la esquina que lleva al balcón, con una lámpara cálida que le da un aire acogedor, y una cobijita suave que adoro. Nada como una noche de viernes para acurrucarme con un buen libro, buena comida y silencio absoluto. Aunque estoy bastante concentrada en la lectura, una parte de mi mente divaga: ¿Por qué no he visto a Patrick desde el viernes pasado después de la famosa reunión con su prometida, ? Lo he escuchado salir y entrar, pero no lo he visto ni una vez. Me dijo que estaría muy ocupado esta semana, lo he visto súper ocupado, ha sido como vivir sola, justo como al inicio de nuestra convivencia. Aunque debo admitir que un poco de soledad no me molesta en absoluto. Tengo la casa para mí, puedo invitar a quien quiera, y me siento cómoda en mi rinconcito. Debo concentrarme de nuevo en lo bueno que tengo y las cosas positivas. Sigo leyendo hasta que los ojos me arden por la luz de la pantalla. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero un sonido suave me saca del trance. Escucho pasos en el pasillo. Miro el reloj: doce y treinta de la noche. ¿En qué momento pasaron cuatro horas? Unos golpecitos suaves suenan en la puerta. Me quedo en silencio. Luego la puerta se abre lentamente y la cabeza de Patrick se asoma. —¡Ah! ¿Estás despierta? —dice, con sorpresa en la voz—. Perdona, no quería molestarte —empieza a cerrar la puerta. —¡No! —digo con firmeza, antes de que desaparezca, quiero hablar un poco mas con él—. ¿Cómo estás? Patrick se queda quieto, como congelado por un momento, antes de responder. —Omitiendo el hecho de que estoy interrumpiéndote a medianoche… estoy bien. —No me molestas, y lo sabes —respondo. Patrick abre un poco más la puerta hasta quedar por completo en el marco. Se recuesta con naturalidad, cruza los brazos y luego las piernas. Me observa con curiosidad, como si intentara descifrar algo en mi rostro. —Llegaste tarde hoy… o todos estos días. No te he visto en toda la semana —mi voz suena más preocupada de lo que me gustaría admitir. Lo noto. Él también lo nota. Baja la mirada. —Sí… he estado ocupado con cosas de la empresa —dice, como disculpándose—. Perdón. —No pasa nada, lo entiendo. Solo que… no se, es raro estar… —"sin ti", quiero decir, pero me detengo—. Estar sola en la casa —termino, con una sonrisa. No quiero que el ambiente se ponga tenso. No quiero que se vaya. —Sí, mmm… —se rasca una ceja, mira alrededor de mi cuarto, como buscando algo que lo mantenga ahí un poco más—. ¿Y tú? ¿Por qué estás despierta? Es tarde, especialmente para ti. Sé que sueles acostarte más temprano. —Estaba leyendo —le muestro el Kindle—. Se me fue la hora. —Entiendo. Vi que compraste más libros. —¿Cómo?—digo un poco incredula. —Compartimos perfil de kindle … no sé si lo sabías —dice con una pequeña sonrisa—. Supongo que fue cuando vinculamos las cuentas para la casa. —No, no tenía idea —respondo, sorprendida—. Pero sí, suelo leer en digital cuando no estoy segura de si un libro me va a gustar. Si me encanta, entonces lo compro en físico. Él asiente, pensativo, como si de repente esa pequeña confesión mía significara mucho más. —Cosas de lector —agrego, encogiéndome de hombros. —Tiene sentido —dice con voz baja. —Pero sí, es tarde —digo al fin, como recordándome que debería romper el hechizo del momento—. Debería irme a dormir. —Claro —dice. Me levanto de mi sillón y camino hacia el baño. Pero voy en direccion a donde él se encuentra como si un iman me llevara hacia donde él esta.  Veo cómo Patrick se endereza, deja caer las manos a los costados, firme como un militar. Su postura cambia por completo. Me detengo frente a él. No quiero que se sienta incómodo, pero su presencia frente a mí se siente... densa. Lo veo mirar mis labios, apenas por un segundo, y luego apartar la mirada como si se hubiera quemado. Siento mis mejillas arder su reaccion. Abre la boca, parece que va a decir algo… pero no lo hace. —Debería irme también —dice al final, con un hilo de voz.  Asiento. —Que tengas buena noche. Y que te vaya bien en tu viaje a México mañana —le sonrío. —Gracias —responde, con la mirada fija en la mía. Hay algo en su expresión. Una intensidad que me hace contener el aliento. ¿Está a punto de decir algo? ¿O solo lo imagino? —De verdad… te voy a extrañar —dice, al fin. Y su voz tiene esa honestidad que desarma. —Yo también te voy a extrañar. Pero por lo menos… es solo un fin de semana. Nos quedamos en silencio. Un silencio que no es incómodo, pero que me aturde. Siento que el aire se vuelve denso entre los dos.Automaticamente estoy muy cerca de él. Tan cerca, que casi puedo escuchar el ritmo de su respiración.  Tomo su mano. Está rígida al principio, como si fuera la de un muñeco, pero se suaviza apenas siente mi contacto. Ahí está, frente a mí, vestido aún con su traje, el cabello ligeramente desordenado por el cansancio del día, y esos ojos azules tan intensos que me miran como si pudieran ver todo lo que llevo dentro. Como si dentro de mí habitara un océano. Y eso… eso no es nada bueno. Porque no puedo evitar recordar su respiración cerca de la mía el día de su cumpleaños. O aquella vez en su armario. O cada una de las veces en que hemos estado solos y no hemos dicho ni hecho nada, porque ambos sabemos que hay algo entre nosotros… pero también sabemos que, si lo tocamos, podríamos romperlo. Pienso en cómo dice mi nombre, cómo lo susurra cuando me llama, cuando me busca. En las palabras que me dijo aquella noche, cuando creía que dormía. Todo me revuelve por dentro. Sacudo la cabeza, como si eso pudiera limpiar mi mente. En cuanto me doy cuenta de lo que estoy haciendo, de lo cerca que estoy de él, suelto su mano. Tal vez no quiere esto. Tal vez por eso me ha estado evitando toda la semana. Lo arruine todo, desde la noche del club, ¿en que estoy pensando? él tiene prometida, no deberia complicarselo más.  Doy un paso atrás. Estoy demasiado cerca. Me estoy dejando llevar. —Bueno… ya es hora de dormir —digo, forzando un bostezo tan falso que hasta yo me avergüenzo. Patrick se ríe suavemente. —Ya me voy, no te preocupes. Es tarde. Buenas noches. Se da la vuelta y se dirige a su cuarto. Escucho el sonido sutil de su puerta cerrándose. Me quedo de pie, en medio de mi habitación, iluminada solo por la luz tenue de la lámpara de noche. Siento cómo se forma un nudo en mi pecho. Uno pesado. Uno que aprieta. Es por él. Por todo lo que siento. Por cómo lo quiero. ¿Qué se supone que haga con todo esto? ¿Cómo no arruinarlo? ¿Cómo no saltar al vacío cuando tengo la certeza de que él estaría ahí para atraparme… y al mismo tiempo el miedo de que no? Aprieto los labios, frustrada. Me enoja sentir tanto. Me enoja pensar tanto. Porque si me atrevo… si él me corresponde y después todo se termina, ¿qué haré con eso? No quiero arriesgarlo. Pero tampoco quiero seguir así, pretendiendo que no me importa. Me voy al baño, me lavo la cara, me pongo mi pijama y apago la luz. El sueño me arrastra rápido. El cansancio puede más que la angustia. Pero justo antes de quedarme dormida, sus ojos azules vuelven a aparecer en mi mente. Y esa noche… sueño con él. DING DONG —Ahhh… —murmuro medio dormida. DING DONG Escucho el timbre de la casa como si viniera desde otro planeta. —¿Quién es? —pregunto al aire, como si alguien pudiera responderme desde el otro lado de la puerta. DING DONGGGG Ok, eso ya no se puede ignorar. Deben ser mis hermanas. Bajo las escaleras arrastrando los pies, con los ojos apenas entreabiertos, y escucho sus risas detrás de la puerta. Abro, aún medio dormida, y ahí están: Elena y Melissa, con caras de emoción y energía que no deberían estar permitidas a esta hora. —¡BUENOS DÍAS, CUMPLEAÑERA! —grita Melissa justo antes de lanzarse a mis brazos. —¡Felicidades! —añade mientras entra a la casa como si fuera la suya. —Feliz cumpleaños, Sofí —dice Elena con una sonrisa más tranquila, dándome un abrazo cálido mientras cierra la puerta detrás de ella. —Gracias, no las esperaba tan temprano —digo mientras nos dirigimos a la cocina para dejar unas bolsas que traen. —Bueno, es tu cumpleaños —responde Melissa— y según lo que nos dijiste, Patrick se iba en la madrugada. Es cierto, se iba hoy en la mañana. No me pude despedir. Ya lo ha hecho otros días: solo se va y vuelve como si nada. Pero... no sé, habría sido lindo verlo un momento más. Solo uno más después de anoche. Debi haberme despedido anoche. —Así que necesitas un desayuno de cumpleaños —añade Melissa con una sonrisa. —¿Y las niñas? —le pregunto a Elena. —Llegarán más tarde, a la fiesta oficial. —¿Fiesta oficial? —pregunto, entrecerrando los ojos. —¡Claro que sí! —dice Melissa mientras abre la refrigeradora y mete unas bebidas—. Tienes piscina, es fin de semana, y ¿esperabas que no nos aprovecháramos de eso? Además, hay varias cosas que no se pueden decir con todos los demás presentes. —Bueno, punto para ti —digo abriendo las puertas traseras para que Naga salga—. ¡Entonces, a desayunar! Nos ponemos a cocinar, ponemos música, reímos y pasamos un rato increíble. Cuando la comida está lista, servimos todo en la mesa. Cada una con su taza de café, nuestro desayuno cumpleañero delante, y la tranquilidad del día acompañándonos. —Debo decir que haberte casado por conveniencia ha sido lo mejor que pudiste haber hecho —dice Elena, tomando un sorbo de café. —En realidad, sí. Y lo mejor es que ya casi se acaba el año, y esta casita linda quedará toda para ti —añade Melissa, devorando una generosa porción de gallo pinto. —Sí... —respondo, tomando mi taza entre las manos y enfocando toda mi atención en el vapor que sube del café—. La mejor decisión. Elena baja su taza y me mira entrecerrando los ojos, como si intentara leerme el alma. —¿Ya te enamoraste de él por completo? —pregunta de pronto, abro los ojos como platos. Levanto la mirada hacia ella. Mierda. —Verdad que sí te enamoraste —insiste, como si ya supiera la respuesta. —Claro que n… —¡Ni se te ocurra negarlo! —me interrumpe Elena, señalándome con la cuchara—. Te conozco de toda la vida. Y lo vimos. Cuando fuimos a la playa… se veían tan enamorados. —Es verdad —agrega Melissa—. Fue un poco patético… y empalagoso. —La mierda es —dice Elena, dejando el tenedor sobre el plato—, ¿qué va a pasar cuando termine el contrato? —Nada —respondo de inmediato—. ¿Qué va a pasar? Él se va… y listo.—me duele el pecho al decir estas palabras pero es la verdad. —Wooo, tranquila —dice Elena, levantando las manos en señal de paz. —Lo siento… —suspiro, frotándome la frente—. Es que he estado pensando justo en eso, y no encuentro ninguna solución. Patrick debe volver a su país, seguir con sus empresas, con sus negocios. Eso es lo más importante para él, siempre lo ha dicho. Y yo… yo solo soy un obstáculo que ha tenido que aceptar por el momento. —Eso no es cierto —interviene Melissa, tajante—. Recuerdo hace dos semanas, cuando fue a la casa por el cumple de Sara. Estaba como un cachorrito detrás de ti. Literalmente detrás tuyo parecía Naga todo el tiempo detrás. —Bueno… eso es porque aún no los conoce bien a ustedes —respondo, tratando de restarle importancia. —¿Ah, claro? —Melissa arquea una ceja—. Ya fuimos a la playa juntos, y ha estado varias veces en la casa de mami y papi. Pero la forma en que te mira… Sofí , está loco por ti. Solo que tú no lo ves porque no quieres verlo. Quizá tiene razón, o quizás estoy simplemente demasiado asustada para admitirlo. Es más fácil negar lo que siento. Porque si reconozco lo que hay en mi pecho, y él luego se aleja, no sé si podría soportar el golpe. Siento que Patrick se esfuerza por mantener cierta distancia. O tal vez soy yo la que la impone, por miedo. —¿No vas a decir nada al respecto? —pregunta Elena, esperando una reacción. —¿Qué puedo decir? —respondo finalmente—. No es como si pudiera hacer algo. No depende solo de mí. —Pues yo sí creo que él está completamente loco por ti. Eso es todo. —Melissa encoge los hombros y sigue comiendo, como si lo dicho fuera un hecho indiscutible. Ambas siguen desayunando, pero de vez en cuando me lanzan esas miradas inquisitivas que tanto odio. Pongo los ojos en blanco y me hundo un poco más en mi silla. Me siento impotente. Sería tan fácil si pudiera simplemente preguntarle a Patrick qué siente, qué quiere… pero ambos estamos atrapados en este contrato, en esta falsa realidad que construimos y que ahora ya no sé si quiero que acabe. Mas tarde todos están en el jardín de la casa. Karol llego temprano y nos está acompañando también. Las niñas juegan en la piscina, otros descansan en las sillas, Naga corre de un lado a otro y la música suena por todo el jardín. La estamos pasando muy bien. Entonces escucho el timbre de la casa. Me sorprende, no estamos esperando a nadie. Patrick no vuelve hasta mañana en la noche, y aunque fuera él, tiene llaves. ¿Quién será? Camino hacia la puerta con cierta curiosidad. Al abrir, me quedo congelada. Frente a mí, hay una enorme pila de… ¿de libros? Detrás de la estructura de libros decorados con flores se asoma un joven, visiblemente agotado por el peso. —Hola —gruñe—. Traigo un ramo para la señorita Sofía . —Hola… sí, soy yo —respondo, aún sin creerlo. —Genial —dice, y me entrega el ramo, un ramo de libros. Siento el peso en mis brazos. Son al menos quince libros. Sé que usualmente estos ramos tienen entre nueve o diez, pero ¿quince, más flores y decoración? ¿Cómo lograron armar esto? El chico se aleja y cierro la puerta aún en shock. Camino hacia la cocina y coloco el ramo con cuidado sobre la isla, procurando no dañar los libros, que vienen protegidos en plástico. En la parte superior hay una carta, la tomo y la abro. Mi corazón se acelera al reconocer la letra. Mi querida Sofía, Sé que hoy estu cumpleaños, y lo único que realmente quería era poder estara tu lado. Pero, aunque la distancia me lo impida por ahora, quise encontrar una forma de abrazarte con lo que más te gusta: los libros. Sé que prefieres sentir el peso de las páginas entre tus manos, el olor a papel nuevo, y ver los lomos en tu estantería como recuerdos de cada mundo que has visitado. Por eso reuní tus favoritos, esos que ya habías leído en tu Kindle, para dártelos en su forma más real. Como un pedacito de lo que tú eres para mí: auténtica, cálida y llena de historias que me inspiran. No sé en qué momento exacto sucedió, pero comenzaste a convertirte en mi libro favorito. Cada día contigo es una página nueva que quiero leer lentamente, sin saltarme ninguna línea. Aveces pienso que este“contrato” no nos atrapó… si no que nos liberó. Y me cuesta cada vez más fingir que esto es solo un acuerdo. No sé si este gesto es demasiado o simplemente un susurro entre las palabras que todavía no me atrevo a decirte, pero aquí va uno de ellos: me importas…más de lo que imaginé que alguien podría importarme. Me enamore de pies a cabeza de ti. No espero que me correspondas pero si quería que lo supieras. Feliz cumpleaños a mi, lectora de mundos, constructora de paz en mi caos. Ojalá cada página de tu vida te lleve donde más feliz seas. Y si me dejas… quiero seguir leyéndote. Con cariño (y algo más que eso), siempre tuyo, Patrick Reggin. Termino de leer con el corazón latiéndome como un tambor. Mis ojos se llenan de lágrimas. Acaricio la carta como si pudiera abrazarlo a través de ella. ¿Cómo puede hacer esto? ¿Cómo puede mirarme anoche con tanta intensidad y hoy enviarme esto, como si fuera un susurro gritado a través de un océano? No sé qué hacer. Quiero llamarlo. No… no quiero solo un mensaje. Tampoco quiero una videollamada. Quiero verlo, tenerlo frente a mí, abrazarlo, decirle que yo también siento lo mismo. Que también me cuesta respirar cuando él no está. Aun así, tomo el celular. Marco su número. Suena cuatro veces… nada. Miro la hora: claro, debe estar en una reunión. Lo entiendo. Pero no soporto esta sensación en el pecho. Esta necesidad de decirle que lo quiero, que lo estoy eligiendo. Que ya no tiene sentido que sigamos pretendiendo que esto es solo un contrato. Me quedo ahí, en la cocina, con la carta en la mano y el corazón fuera del pecho. Quiero gritar. Quiero correr hasta él. Quiero... decírselo. —¿Quién era? —pregunta Karol desde el jardín. Me sobresalto por la sorpresa.  —Ah... solo una entrega. —Guardo rápido la carta entre los libros y escondo el ramo como si fuera contrabando. Nadie puede verla. Nadie puede leer esas palabras que solo son nuestras. Patrick fue honesto… ahora me toca a mí.—Ya vuevo voy arriba. Tomo el ramo. subo corriendo a mi cuarto, cierro la puerta y tomo aire. Marco su número de nuevo. Esta vez contesta al segundo tono.  —¿Sofía? —su voz suena ronca, apresurada, como si se hubiera salido de donde estaba solo para hablar conmigo. —Hola —respiro profundo—. Perdón si estás en medio de algo, pero necesitaba hablar contigo ahora. —Estoy bien, dime.—suena un poco preocupado— ¿Recibiste...? —Sí —lo interrumpo—. Patrick, ¿tú estás loco?  Silencio. —¿Fue demasiado? —No. Loco en el mejor sentido de la palabra —me río nerviosa—. Loco porque hiciste que me enamorara más de ti con cada línea. Con cada maldito libro. Loco porque lograste decir todo lo que yo he querido decirte desde hace semanas. Suspiro, siento que las palabras se arremolinan y quieren salir todas de golpe. —Patrick… yo también estoy enamorada de ti. No sé desde cuándo. Tal vez desde que te vi tocando el violonchelo, o me cocinaste por primera vez, o desde que te vi jugar con mis sobrinas sin quejarte ni una sola vez. Tal vez desde antes. No lo se. Pero lo estoy. Y no me importa el contrato, ni tu familia, ni el final. Solo quiero que lo sepas. Ya no puedo seguir callándomelo. No me importa lo que venga después, lo que quiero es que sepas que estoy enamorada de ti. Silencio. Solo escucho su respiración al otro lado de la línea. Por un momento me asusto. ¿Dije demasiado? ¿Lo arruiné? —Sofía … —dice, por fin, apenas audible. Su voz tiembla, como si contuviera algo más que emoción—. No puedo creer que estoy a mil kilómetros de ti en este momento y me estés diciendo eso. —No podía esperar más, lo siento —respondo bajito, casi en un suspiro—. Me moriría si pasaba un minuto más sin que lo supieras. Se queda callado, pero su respiración se entrecorta. Lo conozco lo suficiente para saber que está tan abrumado como yo. Como si algo dentro de nosotros por fin hubiera encontrado una salida. —Quiero verte ya —dice con la voz cargada de anhelo. Cierro los ojos. Quisiera decirle que tome el primer vuelo, que lo espero con los brazos abiertos. Pero la realidad se impone. —Te esperaré —le digo—. Mañana nos vemos, ¿sí? Silencio. Luego lo escucho suspirar. Esa clase de suspiro que pesa. —Creo que no… —su voz es casi un murmullo—. Creo que te veré hasta el día de la fiesta en la empresa. Las reuniones se van a extender… y no puedo salir del país todavía. Lo siento. Perdóname. Mi pecho se aprieta. No puedo evitarlo. Pasaremos la navidad separador, seria nuestra primera navidad juntos y ahora no estara. Pero debo entenderlo nada de esto estaba en nustros planes. —Está bien —digo, aunque no lo esté del todo—. Lo entiendo. —Si estuviera ahí contigo ahora… —hace una pausa larga, como si las palabras le dolieran al salir—. Yo...no, no, no sé si debería decir más. Estoy en medio de la reunión y creo que, si sigo por ese rumbo y digo algo más, voy a tomar el primer vuelo sin pensarlo. Me río, y él también. Esa risa que solo compartimos nosotros, donde el mundo entero desaparece y solo quedamos los dos. —Me encantaría que vinieras —digo—, pero también me encanta esto. Hablar contigo así. Sentir que por fin te dije lo que siento. —Yo también, Sofía … no tienes idea de cuánto significó lo que dijiste. Lo estoy guardando en el lugar más seguro que tengo. Nos quedamos en silencio. Pero esta vez es uno cómodo, suave, como una manta que nos envuelve a la distancia. —Nos vemos entonces en la oficina —le digo, apretando los labios para no dejar escapar el suspiro que me ahoga. —Te voy a extrañar tanto, Patrick. —Y yo a ti, más de lo que sé explicar. Pero prométeme algo. —¿Qué? —Que cuando nos veamos… me vas a volver a decir que estás enamorada de mí. Sonrío, con lágrimas en los ojos. —Lo prometo. Y esta vez, te lo voy a decir a los ojos. Cuelgo. Me quedo un momento con el celular en las manos, como si todavía pudiera sentir su voz ahí. Luego miro el ramo de libros. Acaricio el lomo de uno y suspiro. La fiesta continúa. Entre risas, música, las niñas chapoteando en la piscina, y los comentarios divertidos de mis hermanas, el día pasa volando. Karol, como siempre, se convierte en el alma de la reunión, y juntas nos burlamos de todo. Mis hermanas sospechan algo. Lo sé por sus miradas cómplices y las sonrisas que se escapan cada vez que me ven sonreír con el celular en la mano. Pero no preguntan. Y se los agradezco. Esta vez, no necesito explicaciones ni excusas. Este sentimiento, este comienzo, me pertenece. A Patrick y a mí. El fin de semana se siente como una bocanada de aire fresco. Por primera vez en mucho tiempo, lo disfruto completamente. Me río a carcajadas. Cocinamos juntas. Incluso bailamos en el jardín como cuando éramos adolescentes, con la música fuerte y sin vergüenza. Y en el fondo de mi pecho, en lo más profundo de mí, late una nueva certeza: ya no tengo nada que ocultar. Por primera vez desde que comenzó esta locura de matrimonio por conveniencia, siento que todo encaja. Que ya no hay máscaras, ni excusas, ni palabras a medias. Patrick lo sabe. Yo lo sé. Y aunque aún no hemos cruzado esa línea definitiva, esa en la que todo se vuelve oficial y real y para siempre… estamos más cerca que nunca. Mientras cae la tarde y el cielo se pinta de colores cálidos, me recuesto en una de las sillas con Karol a mi lado. Las niñas corren detrás de Naga y Melissa discute con Elena por quién hace los mejores brownies. Es como si el universo hubiera decidido darme un regalo perfecto de cumpleaños: un momento de paz, rodeada de amor, y con el corazón lleno. Cierro los ojos y lo visualizo. Patrick. Su risa baja. Sus ojos brillando al verme. Su carta. Sonrío. Sí. No hay nada más que esconder. Y lo que venga después… ya no me da miedo. Porque finalmente, todo lo que siento, todo lo que somos, es real.
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