ID de la obra: 961

Finjamos un "sí"

Het
R
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4
Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 184 páginas, 91.426 palabras, 32 capítulos
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Capítulo 29

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Después de esta semana que sentí eterna, e incluso navidad que lo pase con mi familia y a decir verdad lo disfrute mucho la oficina me recibe con su bullicio habitual de viernes por la mañana, pero hay algo distinto. Todo el mundo habla más bajo, se mueve más rápido, sonríe nerviosamente. Lo sé incluso antes de llegar al ascensor. Hoy no es cualquier viernes: es el día de la fiesta anual de la empresa, y este año no es una más. Este año, los Reggin son los encargados de hacerla. Respiro hondo estoy nerviosa de ver a Patrick. Cuando llego a mi piso. Mis botas hacen eco sobre el porcelanato, pero no puedo escucharme, porque mi corazón late tan fuerte que tapa todo. No lo he visto desde aquella llamada, desde su carta… desde que le dije lo que siento. Y entonces ahí está. De pie junto a la puerta de su oficina, dándole instrucciones a alguien con una carpeta en la mano. Viste un traje gris oscuro, camisa blanca sin corbata, y el cabello ligeramente desordenado, como suele llevarlo desde que empezó a relajarse en casa. Pero sus ojos… sus ojos me encuentran en cuanto cruzo la entrada, como si ya supiera que estaba por llegar. Como si me hubiera estado esperando. Cuando la persona con la que hablaba se despide y se aleja, me acerco. Él sigue en el marco de la puerta, solo, y su presencia lo llena todo. Me acerco con un poco de nerviosismo, pero al ver su sonrisa me relajo un poco. —Hola —dice con voz baja, grave, y de repente el murmullo de la oficina desaparece. —Hola —respondo, sintiendo que las rodillas me flaquean. No necesitamos más palabras. La tensión entre nosotros es tan palpable que casi podría dibujarse en el aire. Estoy segura de que quienes pasan cerca —con tazas de café o papeles en la mano— pueden notarla. Hay algo en esa forma en la que me mira, como si entre él y yo hubiera una línea invisible que solo nosotros vemos. Sonríe apenas, con esa curva mínima en los labios que solo yo entiendo. —¿Cómo estás? —pregunta mientras me tiende la mano. La tomo. Y aunque lo he hecho antes, ya no es igual. Su tacto me busca, me reconoce. Han pasado apenas unos días desde la última vez que lo vi, pero lo extraño como si hubieran sido meses. —Bien —respondo, sin soltar su mirada. Me observa un poco más, como si quisiera memorizar cada detalle de mi rostro. Sus ojos brillan con una intensidad cálida, como un cielo claro en pleno verano. —Creo que me debes una promesa —dice, sonriendo con ese gesto que mezcla ternura y picardía. Me tenso. No es lo mismo decir lo que siento por celular, a solas, que hacerlo aquí, frente a todos. Siento el rubor subir por mis mejillas. Estoy segura de que algunas miradas curiosas ya se posaron sobre nosotros, y eso solo empeora mi nerviosismo. —¿Ahora? —pregunto, tragando saliva. —Ahora —responde él, divertido por mi reacción. —¿Por qué justo ahora? —Porque llevo una semana sin poder dormir, ni comer, ni casi respirar. Y si no cumples tu promesa pronto… probablemente me muera aquí mismo. Pongo los ojos en blanco, fingiendo fastidio, aunque en realidad lo único que quiero es acercarme más. No quiero hacerlo en medio de la oficina, pero lo prometí. Y soy una mujer que cumple sus promesas. Doy un paso hacia él. Veo cómo sus hombros se tensan, cómo sus ojos se agrandan apenas. No se lo esperaba de verdad. Pongo mi mano en su mejilla y me acerco, ignorando los pocos centímetros que nos separan. Él se inclina un poco, bajando la cabeza para alcanzarme mejor. Y entonces, muy bajito, justo junto a su oído, le susurro: —Estoy enamorada de ti. Patrick se queda congelado un segundo… y luego se pone rojo. Rojo como jamás lo había visto. Sus orejas, su cuello, todo. Me doy la vuelta antes de que diga algo. Camino directo a mi escritorio, dejando el bolso, abriendo la computadora, intentando hacer como si nada. No miro atrás. No hace falta. Siento sus ojos fijos en mí desde el otro lado del pasillo. Y para mi suerte, Karol aún no ha llegado. Menos mal. No sé si habría sobrevivido a su reacción. El día transcurre, pero la fiesta trae tensión, se siente en el aire. Especialmente entre los puestos más altos. Corre el rumor de que la familia de Patrick asistirá al evento, y eso tiene a los jefes de departamento al borde. Afortunadamente, solo trabajamos medio día, y luego nos dan la tarde libre para prepararnos. La oficina parece una pasarela improvisada: tacones en mochilas, alisadoras en los baños y citas de maquillaje cruzando por los chats del trabajo. Yo me encierro en mi rutina como un salvavidas. Reviso pendientes, archivo correos, evito mirar la puerta de su oficina cada cinco minutos. Pero la verdad es que no puedo dejar de pensar en él. En cómo me miró. En lo que dijo en su carta. En lo que yo le dije. Y en lo que pasará esta noche. —Hola chicas —dice Don Mario, asomándose en nuestro cubículo. Y sacandome de mis pensamientos. —¡Hola! —respondemos al unísono, sin dejar de teclear en los reportes. —Sofía , ¿podríamos hablar un momento? —Claro. Me pongo de pie y lo sigo a una oficina cercana. Al pasar por la de Patrick, su cabeza aparece por encima de las pantallas. Me sigue con la mirada como si quisiera asegurarse de que estoy bien. Le lanzo una sonrisa rápida, levantando la mano en señal de "tranquilo, todo bien". Dentro de la sala de conferencias, Don Mario cierra la puerta y me ofrece una silla. —¿Todo bien? —pregunto, al ver su cara medio pálida. —Sí… bueno, no. Siento que voy a vomitar —dice, nervioso—. Pero sí, todo bien. —¿Qué pasa? —Estoy un poco preocupado. ¿Te acuerdas cuando fuimos a Nueva York y conocimos a la hermana de Patrick? Jana... —Sí, claro. Imposible olvidarla. —Bueno, según escuché, viene a la fiesta. Y.…  y bueno ella no es como Patrick. En la conferencia me pareció aterradora. Al inicio no le di mucha importancia, no sabía que iba a ser mi jefa indirectamente. Pero ahora... me da miedo. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —pregunto, aunque ya sospecho hacia dónde va. —Yo pensé… como eres su cuñada… tal vez podrías recibirla en la entrada. Darle la bienvenida. Algo simbólico, nada complicado. —Ah, no no no —me pongo de pie—. Don Mario, con todo respeto, yo estoy casada con Patrick, sí. Pero eso no significa que tenga un rol oficial en la empresa. Ni siquiera tengo un cargo aquí como para representar nada. —Por favor, Sofía . Sería solo un momento. —Lo siento. No me siento cómoda. Perdón de verdad. Su expresión muestra decepción, pero también comprensión. Me mira como alguien que sabe que está pidiendo más de lo que debería. —Está bien —dice al final derrotado —. Gracias de todos modos. Salgo de la sala de conferencias sin mirar atrás. Sé que Don Mario no quedó contento con mi negativa, pero no pienso fingir comodidad con algo que no me nace. Paso nuevamente frente a la oficina de Patrick, y como si me sintiera, levanta la mirada de inmediato. Dudo por un segundo, pero luego toco la puerta con suavidad. —¿Puedo entrar? —digo asomando la cabeza dentro de su pecera. —Claro —responde con una sonrisa que se le dibuja sin esfuerzo. Empujo la puerta lentamente justo cuando escucho a Don Mario salir, murmurando entre dientes como si el mundo se le viniera encima. —¿Qué te dijeron? —pregunta Patrick con un tono entre curioso y protector—. ¿Te acaban de regañar? —Nada importante. ¿Puedo tomar asiento? —señalo las dos sillas frente a su escritorio. —Por favor —dice mientras hace un gesto amplio con la mano. —Ahhhhh —suelto un gran suspiro mientras me dejo caer en una de las sillas. El sillón es tan cómodo que por un momento cierro los ojos, como si pudiera borrar todo el caos de la oficina. Cuando los abro, Patrick tiene las manos cruzadas sobre el escritorio y me mira con una expresión tranquila, contemplativa. —Te ves muy linda hoy. —Gracias —respondo, sonriendo—. Diría lo mismo, pero tú siempre te ves muy bien. —Me alegra. Eso es justo lo que espero que notes todos los días. —Eres todo un… —¿Un qué? ¿Un caballero en su brillante armadura? ¿Un modelo internacional? ¿Un enamorado sin sentido? Me río, no puedo evitarlo. Su voz, su mirada… todo en él me hace sentir segura. —Un tonto. Un tonto gigante. —¡Eres cruel! Muy cruel conmigo —responde fingiendo indignación mientras se lleva una mano al pecho y se reclina hacia atrás. Me pongo a reír aún más. —¿Te estoy distrayendo? ¿Quieres que me vaya? Él se reincorpora rápido, con una sonrisa de medio lado. —¿Qué va? Ya logré dominar el arte de la distracción, o sea de trabajar mientras estás cerca, lo domine desde hace meses. —lo dice con mucho orgullo— Además después de lo que me dijiste en la mañana creo que soy un experto en el control. Nos reímos. Me encanta esta versión de Patrick. El hombre que puede ser firme y tierno, el que me hace sentir como si yo tuviera un lugar real en su vida. —Perfecto entonces. Solo necesitaba un momento para respirar. La oficina está... desbordada. —le digo. —y estar aquí me da paz. Me mira con una sonrisa genuina. —Pues me alegra darte paz y claro que lo noté. Hoy recibí un mensaje de Luis que decía que vamos a “despicharnos” en la fiesta. No entiendo que quiere decir, pero ustedes los ticos son pura vida, a decir verdad. —Bueno, ya casi eres uno oficialmente. Así que espero que también seas pura vida. —¿Como?. Pensé que ya lo era. —Ahhh —hago un gesto con la mano, como quien dice: “ni tanto”. Nos quedamos viéndonos en silencio. Y en ese momento me doy cuenta de cuánto ha cambiado todo. Patrick ya no es solo el jefe extranjero que aterrizó en nuestras vidas; ahora es parte de la mía. De mis días. De mis espacios. —Quisiera besarte ahora mismo.—dice Patrick con una mirada de cariño profundo. Me sonrojo en cuestión de segundos, como si tuviera 15 años. —¿Qué? —Ya me oíste —dice con una seriedad suave, mirando mis labios—. Si esta oficina no fuera de vidrio me levantaría ahora mismo y te besaría. Pero… —suspira— ya me imagino a Recursos Humanos subiendo, regañándonos por una “conducta inapropiada”. —Eres un tonto, Patrick no digas esas cosas. —Sí lo sé. Soy tu tonto. Me pongo de pie, lista para volver al mundo real. Creo que si me quedo un momento más en esta oficina si van a tener que llamar a recursos humanos. —¿Quieres que te espere para ir juntos a la fiesta?— dice antes de que salga de su oficina —Ah, Karol y yo vamos a ir a su casa para alistarnos. ¿Te parece bien que nos veamos en el hotel? —Me parece perfecto —dice extendiendo su mano hacia mí. Me acerco al escritorio, y tomo su mano, lleva mi mano a sus labios. Me da un beso suave en la muñeca, justo donde puede sentir mis pulsaciones, como si sellara una promesa. —Te veo ahí. —Te veo ahí. Le sonrío. Y por dentro siento que esa noche... algo importante va a pasar. ............................................................................................................................................ Karol y yo salimos directo rumbo a su casa, escapando del caos de la oficina como si hubiéramos cruzado una línea invisible entre la rutina y la noche prometida. —Hoy vamos a brillar, amiga —dice ella mientras abre la puerta de su apartamento. Apenas entramos, nos cambiamos la ropa por ropa cómoda para comenzar el ritual de alistarnos. Pone música de fiesta latina, huele a vainilla y a espray para el cabello, y todo se siente como cuando teníamos 18 años y salir era un evento mundial. Karol se acomoda frente al espejo grande del baño y me mira desde ahí. —¿Lista para dejarte en mis manos? Estuve tomando unos cursitos de maquillaje... te vas a ver divina. —Confío en ti. Solo que no me dejes como para una alfombra roja de los 2000 —me río nerviosa—. Ya sabes, demasiado glitter o labios azul metálico. —Por favor, soy una profesional —dice riéndose mientras se pone una brocha entre los dientes. Me maquilla con precisión y suavidad. Se nota que ha practicado: base impecable, sombras en tonos cálidos con un toque de dorado, delineado fino, labios en un tono natural pero elegante. Cuando me veo al espejo me cuesta reconocerme. —Wow —susurro. —Te lo dije. No tengo título, pero sí talento —dice con una sonrisa satisfecha. Ella, por su parte, se pone un vestido verde esmeralda que le acentúa todo: curvas, postura, actitud. Tiene una abertura que deja ver su pierna derecha casi completa, desde el muslo hasta el talón, y unos tacones dorados altísimos. Es imposible no verla como la diosa que es. Nos tomamos fotos. Muchas. De esas que una guarda, aunque salgan borrosas, solo porque recuerdan un momento especial. Luego salimos rumbo al hotel. ................................................................................................................................................................ Al llegar a la recepción del Hyatt Centric, la elegancia se siente en el aire. Todo el mundo luce increíble. Verdes oscuros, jade, esmeralda, verde musgo, incluso algunos en verde limón. El lobby parece sacado de una película. Pero no veo a Patrick por ningún lado. Karol se acomoda a mi lado, observando todo con sus ojos brillando. —Bueno, debo admitir que tu esposo se lució con esta fiesta. Nunca nos habían hecho ponernos tan lindos. Siempre blanco, negro, aburrido. Al fin, ¡color en la vida! —Pensé que no te gustaba la idea del verde… —Bueno, ya viéndolo en la realidad, se ve todo muy bien. —¿Y tú crees que él, con todo lo que tiene en la cabeza, pensó en los colores de la fiesta? —Obvio. Se nota que hay de su mano en cada detalle. Es el tipo de hombre que se fija en todo, aunque finja que no. Nos reímos. Sabemos que, a pesar del glamour, probablemente habrá juegos ridículos o animaciones incómodas. Karol me dice que va al baño y me deja sola, de pie en medio del lobby. Respiro hondo. Me acomodo el vestido. Y entonces lo veo. Patrick. Cruzando la entrada del hotel. Lleva un traje que, a primera vista, parece negro. Pero cuando la luz lo toca, el tono cambia: es un morado profundo, elegante, distinto. Es el único hombre que no está vestido de verde. Se detiene un segundo al verme. Su mirada se queda quieta, como si no supiera si acercarse o quedarse ahí mirándome desde lejos. Pero da unos pasos más y cuando llega hasta mí, sonríe. —Pensé que no podías verte más hermosa de lo que ya eres, pero siempre me dejas con la boca abierta —dice con una voz suave, sincera, como si lo hubiera estado guardando todo el día solo para decírmelo. Alzo una ceja, intentando no derretirme ahí mismo. —¿Morado oscuro? —digo, cambiando de tema, aunque por dentro la frase aún me arde bonito en el pecho. —Sí. ¿Te gusta? —dice con una sonrisa que le alcanza hasta los ojos. —Pues sí… pero pensé que todos teníamos que venir de verde. ¿O solo el personaje principal se viste distinto?  Suelta una risa. —En realidad, el morado es tu color favorito, por si no lo sabías —dice con tono un poco sarcástico pero suave, casi tímido—. Y quería que solo me miraras a mí. Quiero gustarte. Abre los brazos como quien se ofrece por completo. —¿Está funcionando? —pregunta. —¿Cómo sabes que mi color favorito es el morado? —Bueno… omitiendo que todo en tu cuarto y en la casa es de ese color… diría que lo adiviné. Me río, entre incrédula y enamorada. —No me lo puedo creer. De verdad eres todo un… —¿Cursi? —Diría... que un romántico. Me acerco, me pongo de puntillas, y le doy un beso suave en la mejilla. A pesar de los tacones, sigue siendo más alto. Él se queda quieto, como si contuviera el aliento. Luego me toma la mano con firmeza. —Me gustas y mucho.— digo mientras vuelvo a poner mis pies al suelo. —Ven. Te quiero mostrar algo. Me guía hacia el salón del evento. Caminamos tomados de la mano, frente a todos. Y por un momento todo se detiene: hace unos meses éramos dos extraños en una conferencia y ahora estamos así… caminando juntos, él vestido con mi color favorito solo para captar mi atención. Abre las puertas del salón. Y el mundo se vuelve morado. Luces en tonos violeta iluminan todo el techo. Las mesas tienen flores lilas, manteles lavanda, centros de mesa con cristales color amatista. Es el mismo salón clásico de un hotel, pero transformado completamente en mi universo favorito. Me detengo. Siento un nudo en la garganta. —Patrick… Él me mira sin decir nada, como si supiera lo que estoy pensando. —¿Lo hiciste por mí? —Todo —dice sin dudar—. Cada detalle. No puedo decir nada. Solo lo abrazo. Fuerte. Como si tuviera que sostenerme en él para no desmoronarme por dentro. Porque jamás imaginé que un matrimonio por conveniencia pudiera sentirse… así. Todos los demás invitados comienzan a entrar, pasando cerca de nosotros mientras aún estamos ahí, de pie en la entrada del salón, abrazados. Para los demás, debe parecer lo más natural del mundo: una pareja casada esperando antes de entrar. Pero para mí… para mí significa mucho más. Que él haya recordado esos detalles —mi color favorito— sin que yo se los haya dicho directamente, me desarma. Que haya hecho esto, solo para sorprenderme, sin anunciarlo, sin querer presumirlo, me deja sin palabras. Porque hemos pasado de ser completos desconocidos, a aliados, a… esto. Y esto no tiene nombre. Pero lo que sea, es más que una amistad, más que un contrato. Ojalá no esté leyendo señales donde no las hay. Ojalá no me esté contando una historia a medias. Pero… es imposible fingir que esto no significa nada. No después de sus palabras, de sus gestos, de cómo me mira. No después de lo que hemos vivido juntos. Tomamos asiento en una de las mesas principales. Patrick me ayuda a correr la silla antes de sentarse a mi lado. Su mano se posa sobre mi muslo, como si necesitara seguir tocándome para creer que estoy ahí. Sus dedos dibujan círculos lentos sobre la tela de mi vestido. No dice nada. Solo me mira de vez en cuando, y sonríe como si el mundo se redujera a esta mesa y a nosotros dos. Estoy distraída mirando a Patrick cuando escucho un murmullo en el salón. Como una pequeña ola que va creciendo. Giro la cabeza por instinto… y ahí está. Jana. Alta. Impecable. Inalcanzable. Camina como si la alfombra roja fuera suya. Su vestido es elegante, oscuro, no se molestó en seguir el protocolo de vestimenta. Su expresión… es completamente diferente a la Jana que conoci en Neueva York. Ahora se ve como si estuviera oliendo algo desagradable, como si de verdad odiara estar aqui. Veo que no viene sola. Camina junto a una mujer rubia, joven, de mirada inquieta y sonrisa tensa. No sé quién es, pero hay algo en la forma en que Patrick se tensa a mi lado cuando las ve que me pone en alerta. —¿Todo bien? —le susurro. Él no responde de inmediato. Solo asiente, muy levemente. —Al final parece que si vino—dice un poco molesto.—Ella no iba a venir, me lo confirmo esta mañana. La tensión se puede cortar con un cuchillo. Jana se va acercando poco a poco, saludando a uno que otro conocido. La rubia se queda detrás, casi como si esperara una señal. —¿Debo preocuparme por algo? —pregunto intentando mantener la calma, aunque mi voz suena más tensa de lo que quisiera. —No. Pero prepárate. Jana nunca hace una aparición sin una razón clara. Cuando por fin llega a nuestra mesa, sonríe. Se ve falsa. Brillante. Como solo ella sabe hacerlo. Toma asiento en las sillas que aún están vacías a mi lado. —¡Sofía ! Qué gusto verte de nuevo. —Me da un beso en la mejilla que se siente más como una advertencia. —Jana —digo en voz baja. —Y Patrick… ¿ya tan cómodo aquí? Me sorprende. Creí que tardarías más en acostumbrarte a esta… cultura tan tropical. —Sus ojos me recorren, como evaluándome, como si buscara defectos a simple vista No entiendo que pasa, pero se que esta ya no esmla Jana que yomconoci. Patrick se pone tenso. —¿Por qué estás aquí, Jana? Ella sonríe y suelta su bomba con una voz dulce como veneno. —Oh, querido… vine a representar a la familia. Después de todo, es una empresa importante para nuestro legado. No podíamos dejarlo todo en tus manos, ¿verdad? Miro a Patrick. Su mandíbula está apretada. Y entonces, sin avisar, Jana gira hacia la rubia que la acompañaba, y con la sonrisa más grande de la noche, dice: —Sofía , quiero presentarte a Emily. Ella y Patrick… bueno,  como debes recordar ellos tenían ciertos planes antes de que tú entraras en escena, ¿si me entiendes? – me guiña un ojo. El aire se vuelve espeso. Puedo sentir cómo todos a nuestro alrededor intentan fingir que no escucharon, pero las miradas curiosas no se pueden disimular. —¿Planes? —repito, mi voz sale baja, casi como si no fuera mía. Patrick la mira. Por primera vez, con verdadera rabia. —Jana, basta.— su voz suena  argada de odio y enojo. Ella alza una ceja, sorprendida por el tono. —¿Basta de qué? ¿De decir la verdad? Pensé que aquí todos eran muy sinceros. O al menos eso me dijiste cuando decidiste venirte a vivir aqui. Emily, que claramente no esperaba esa presentación tan directa, traga saliva y sonríe, nerviosa. Se nota que no sabe exactamente qué está haciendo ahí. Y eso es lo que me hace mirar a Patrick… con la esperanza de que me lo aclare todo. Me siento como una tonta, claro la famosa prometida que tanto había escuchado, la chica con la que siempre me dije a mi misma que estaba ahí, pero nunca le puse un rostro. Y ahora está aquí delante de mí con su hermosa cara, su cuerpo perfecto y probablemente con ese acento tan europeo con el cual no puedo ni competir —Emily— es lo único que sale de mi boca casi como un susurro. Ya no puedo contenerlo. Él respira profundo, quita la mano de mi muslo, y se pone completamente de pie. —Debemos hablar este asunto afuera. Patrick toma mi mano. Los cuatros nos ponemos de pie y salimos del salón. Todas las miradas nos siguen, pero siento que mis rodillas son de gelatina. Una ves ya afuera Patrick se vuelve hacia mi ignorando a las dos chicas que nos acompañan. —Emily es... es una ex compañera de trabajo. — dice —Nada más. Jana la trajo sin decirme nada. Y lo que acaba de insinuar es una mentira. —¿Una mentira? —Jana ríe, seca—. Patrick, por favor. ¿Ahora niegas que papá tenía planes? ¿Que quiere que te cases con alguien que, si es “de nuestra clase”, para proteger el apellido? —¡Sí, lo niego! —Dice Patrick dirigiéndose por fin a Jana y Emily, levanta la voz por primera vez en lo que llevo de conocerlo. Se escucha más irlandés que nunca, más enojado que nunca—. Niego toda esta manipulación, todo ese teatro que tú y papá armaron desde hace años. ¿sabes qué más? Yo no me enamoré de una estrategia. Me enamoré de una mujer de verdad. De Sofía . El corazón me golpea con fuerza. Me cuesta respirar. Jana parece haberse tragado una espina. —¿Enamorarte? —susurra, como si la palabra la ofendiera—. Tú no sabes lo que significa eso, Patrick. Has vivido toda tu vida bajo decisiones que tomamos por ti. No te das cuenta de lo que estás haciendo. —Sí, sí lo sé. Por primera vez en mi vida, sé exactamente lo que estoy haciendo y lo que quiero. Y lo que quiero es que tu me dejes de una sola vez y yo pueda vivir una vida en paz. Emily, esta incómoda, puedo notarlo da un paso atrás. —Lo siento —murmura posando su mirada en la mia—. Yo no sabía que iba a hacer esto. Jana me dijo que solo era una reunión, que debía acompañarla… Me mira con ojos de disculpa como si de verdad se sintiera culpable, y le creo. Yo también he sido un peón en sus juegos. —Puedes irte, Emily —dice Patrick, sin siquiera mirarla con voz baja pero firme. Ella asiente, y se aleja casi corriendo. Jana se queda cingelada perk al momentomsigue a Emily, me mira por última vez antes de dar media vuelta. Pero antes de alejarse, lanza la última piedra. —Ten cuidado, Sofía . Un hombre que puede traicionar a su familia tan fácilmente puede hacer lo mismo contigo. No te creas tan especial. además no voy a dejar esto así ya vas a conocer el poder que lleva el apellido Reggin. Y sin decir otra palabra se va y nos deja solos. No respondo. No me dejo provocar. Me quedo de pie, siento como la mano de Patrick encuentra la mía y la aprieta como para cerciorarse de que no sali corriendo. —Tenemos que hablar — digo sin perder de visa el trayecto de Jana. Caminamos por uno de los pasillos del hotel hasta encontrar un pequeño balcón que da hacia la ciudad. Está iluminado con una luz cálida, silencioso y vacío. Patrick me deja pasar primero, luego cierra la puerta detrás de nosotros. Nos quedamos un momento en silencio. —¿Estás bien? —pregunta. Me apoyo en la baranda de metal, respiro hondo, y luego asiento. Pero no lo miro. —No lo sé. Una parte de mi sabía que un día tu prometida saldría a la luz pero creo que estoy... confundida. Triste por ti. En shock por todo. —Sofía ... —su voz es baja, cuidadosa, como si temiera romperme—. Lo que dijo Jana, lo que insinuó... Es solo una parte de la historia. Todo eso de Emily, de "la prometida", fue cosa de ellos, no mía. Nunca he estado comprometido con nadie, lo dijimos en el contrato por que no quería que tú… Que tú tuvieras sentimientos por mi cuando claramente yo siempre he tenido sentimientos por ti. Fue una manera de alejarte. Jamás acepté formar parte de eso, sí de lo del casamiento que en realidad nunca me pareció loco. Pero no de lo del casamiento con Emily. Lo miro por fin. No puedo seguir callando. —¿Por qué no me lo dijiste antes? Patrick parpadea. Su expresión cambia de preocupación a culpa. —Porque me daba vergüenza. Porque pensé que si te enterabas… te alejarías. Y no quería perder lo único que no ha sido una mentira en mi vida. —¿Y qué es eso? —pregunto, aun sin soltar su mirada. —Tú —responde sin dudar, como si hubiera estado esperando toda su vida para decírmelo a la cara. Da un paso hacia mí—. Tú eres lo único real que he tenido desde que tengo memoria. Y sé que lo sabes, pero quiero que lo sepas así de frente. Mi corazón se acelera. Lo sabía. Ya lo había leído. Pero escucharlo de sus labios…duele y sana al mismo tiempo. —Patrick… Yo acepté este matrimonio sabiendo lo que era. Un contrato. Algo práctico. Se que también sabes sobres mis sentimientos, pero no me esperaba esto. Jana cree que no somos nada que… que este no significa nada. Sus ojos se oscurecen, no de tristeza, sino de una convicción tan fuerte que me corta el aliento. —No me importa lo que Jana piense. Yo no quiero que esto sea un contrato, Sofía. No desde hace mucho. Lo intento, pero no puedo seguir fingiendo. No dejo de pensar en ti. En cómo sonríes cuando hablas de tus libros, en cómo cuidas a los demás sin darte cuenta, en cómo me haces sentir como si por fin perteneciera a algún lugar. Da otro paso. Está tan cerca que siento su calor. —Estoy harto de medir cada palabra, de actuar como si esto no fuera real. Harto de verte y no poder tocarte. Harto de no poder decir que eres mía, cuando todo en mí ya te pertenece. Su confesión me deja sin aliento. Es cruda, honesta, desesperada. —Entonces… —susurro, mi voz temblando— haz que esto sea real. Si de verdad no fue una mentira… demuéstramelo. Patrick me mira como si acabara de pronunciar la única frase que necesitaba oír. Como si, por fin, tuviera permiso para dejar caer todas sus barreras. Sus manos suben despacio, recorriendo mis brazos hasta posarse en mis mejillas. Me sostiene como si fuera de cristal, como si me temiera y me necesitara al mismo tiempo. Y luego, sin decir nada más, me besa. Y no es un beso suave, no como cuando nos casamos. Es un beso de verdad. Un beso de quien ha esperado demasiado tiempo para tocar a la persona que ama. Su boca busca la mía con una pasión desbordada, urgente, como si necesitara memorizar cada rincón. Me aprieta contra él, y yo me aferro a su camisa, a sus hombros, a su piel, como si eso pudiera anclarme a este momento para siempre. Su lengua roza la mía, y todo desaparece: el contrato, los miedos, su familia, mis dudas. Solo existimos él y yo, aquí, ahora. Y es real. Tan real que duele. Nos separamos solo cuando el aire ya no nos alcanza. Apoyamos nuestras frentes, nuestras respiraciones agitadas entrelazadas en el silencio. Sus dedos siguen acariciando mi rostro. —Eso… —dice, con la voz rota, como si le costara hablar— eso sí fue real. —Sí… —respondo, sintiendo cómo mi cuerpo aún tiembla— lo fue. Patrick abre los ojos y me mira, tan intensamente que siento que puede ver hasta el rincón más escondido de mí. —No vuelvas a decir que no somos nada. Porque tú, Sofía , eres todo lo que he querido desde el primer momento. Yo no digo nada. Solo lo beso otra vez. Y esta vez, no hay vuelta atrás.
Notas:
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