Capítulo 30
5 de diciembre de 2025, 14:37
Cuando volvemos a la fiesta, la tensión y el murmullo se apagan casi de inmediato. Todos nos miran, claro. Como si nuestras caras pudieran contar lo que pasó afuera. Pero nadie se atreve a preguntar nada. Las risas se reanudan, los brindis suenan de nuevo, la música sigue como si nada hubiera ocurrido.
A pesar de que Patrick debe ir varias veces a hablar con personas importantes — saluda a empresarios, conversa con los organizadores—, él siempre regresa a mí. Como si tuviera un hilo invisible que lo halara de vuelta. Y cuando está conmigo, no hay nadie más.
Bailamos hasta que la banda toca su última canción. Nos reímos. Tomamos fotos con Karol y los demás compañeros. Es, sin duda, la mejor fiesta de la empresa que han hecho jamás.
Pero en medio de todo, una pequeña parte de mí sigue rumiando las palabras de Jana. Su amenaza. Esa certeza con la que me miró y dijo que Patrick no iba a elegir quedarse. Como una sombra fría en medio de todas las luces cálidas. Saco ese pensamiento de mi cabeza ya que no sirve de nada ponerme a pensar en eso, asi que prefiero disfrutar del momento.
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Cuando llegamos a la casa, apenas puedo sostenerme en pie. Los tacones me han cobrado la factura de cada hora bailando y posando para fotos.
Antes de que pueda abrir la puerta del carro, Patrick ya está junto a mí. Me extiende la mano, como si hubiera leído mi mente.
—¿Me permites? —dice con una media sonrisa.
—Por favor —suspiro.
Tomo su mano y entramos juntos y, en cuanto cruzamos la puerta, me quito los tacones con alivio. Agradezco que el día de hoy Melissa se llevó a Naga a dormir con ella porque no podría ni sacarla al jardín del dolor de pies. Camino descalza hasta la sala y me dejo caer en el sofá. Patrick me sigue en silencio. Se sienta a mi lado. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el espaldar. Solo una lámpara en la esquina ilumina suavemente la sala. No necesito más. Su presencia lo llena todo.
Al abrir los ojos, me encuentro con los suyos. Esta sentado a mi lado del sofa solo mirandome. Hay una pequeña sonrisa en sus labios, y no puedo evitar devolverle el gesto. Se inclina hacia adelante como si fuera a recoger algo del suelo, pero en lugar de eso, toma mis piernas y las acomoda sobre las suyas.
—¿Qué haces? —pregunto, sorprendida, mientras acomoda mi cuerpo hasta dejarme recostada en el sillón, con las piernas sobre sus muslos.
—Vi que te dolían los pies —responde mientras empieza a masajearlos.
—¿Esto también está en el contrato? —pregunto con una sonrisa cansada.
—Artículo 17, inciso B: “El esposo debe aliviar el sufrimiento causado por decisiones de moda poco prácticas”. —me guiña un ojo y sigue con los masajes.
—Debí leer la letra pequeña —susurro, disfrutando del gesto más de lo que quiero admitir.
Lo miro, tan tranquilo, tan presente, y una parte de mí quiere olvidar lo que pasó. Lo que Jana dijo.
—Solo es un pequeño masaje. No te preocupes.
—No… —intento retirar los pies, pero él los sujeta con suavidad—. ¿No te da asco?
—¿Asco? —me mira sin entender, sin detenerse—. ¿Por qué me darías asco? Son tus pies, Sofía .
—No lo sé… —murmuro, mientras sus dedos presionan justo en los lugares que más lo necesitan. Apenas puedo contener un suspiro. Me dejo llevar—. Bueno… debo admitir que se siente muy bien. Gracias.
Patrick sonríe apenas.
Luego, con delicadeza, levanta mi pie izquierdo y deposita un beso ligero sobre el empeine. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Me quedo inmóvil, sorprendida por lo íntimo del gesto. ¿Cómo puede algo tan simple sentirse tan profundo?
Intento apartarme, pero él sostiene mi pierna con firmeza, sin lastimarme. Sus labios continúan dejando besos lentos sobre mi piel, mientras una de sus manos acaricia con ternura el otro pie.
—¡Patrick!
—Chss… estoy ocupado —responde sin levantar la vista.
—Patrick… —mi voz tiembla, mi respiración se entrecorta.
Sus labios se detienen justo sobre la tibia. Alza la mirada. Sus ojos están brillosos, dilatados, tan oscuros que apenas distingo el azul. Tiene ambas manos sujetando mi pierna, deslizándolas lentamente arriba y abajo.
—¿Cómo podrías darme asco? —dice con convicción—. No puedo imaginar que digas algo así.
Mi vestido se desliza un poco más, dejando al descubierto parte de mi muslo. Patrick baja la vista. Su mirada se detiene en la piel desnuda, y luego vuelve a mí.
—Este vestido… —susurra— es el mismo que usaste en Nueva York.
Agacha la cabeza y deja un beso en mi muslo. Un gemido escapa de mis labios. No está haciendo nada más que besarme, pero la calidez de su aliento, la intensidad de sus labios… todo es demasiado. Deberia decirle que se detenga, pero en este momento, es nuestro y quiero que continue.
—Creí que no lo recordabas —susurro.
—¿Y por qué crees… —dice entre besos— que pedí que todos fueran a la fiesta de color verde? Sabía que lo usarías —levanta la mirada hacia mí con una leve sonrisa—. Si quieres que pare, solo dímelo.
—Lo sé… pero no quiero que pares —le susurro, con el corazón golpeando mi pecho, como si quisiera escaparse.
Patrick se queda inmóvil unos segundos, sus ojos fijos en los míos, buscando cualquier duda, cualquier señal de incomodidad. No encuentra ninguna.
—¿Estás segura? —pregunta en voz baja, con una ternura que me desarma—. No tienes que demostrarme nada. Solo dime si quieres esto, si me quieres a mí… de esta manera.
—Tengo miedo —admito, apenas audible—. Nunca antes lo he hecho, ya losabes…Pero quiero hacerlo contigo.
Patrick cierra los ojos un momento, como si esa confesión le removiera todo por dentro. Cuando los abre, me mira como si yo fuera lo más valioso del mundo.
—Gracias por confiar en mí, Sofía —me dice, su voz es un susurro cálido—. Novamos a correr. Solo lo haremos si tú quieres. No hay prisa… te lo prometo.
—Quiero que seas tú —respondo, y le toco la cara con ambas manos—. Measusta… pero contigo me siento segura. No se lo que hago pero contigo…
No puedo continuar por que lentamente, vuelve a bajar la mirada y retoma sus besos, ahora más abajo, con más intención. Su boca recorre mi muslo con una mezcla de devoción y deseo contenido. Cada beso es lento, profundo, como si le hablara a mi piel.
—Eres tan hermosa… —murmura contra mí, su aliento cálido en mi piel desnuda.
Siento cómo sus manos suben despacio por mis piernas, acariciándolas con una ternura que me hace estremecer. Mi vestido ya se ha deslizado casi por completo hacia arriba. Patrick lo acomoda suavemente, dándome tiempo a detenerlo si quisiera.
—¿Está bien si continúo? —pregunta con la voz grave, con la frente apoyada en mi pierna. —Me gustaría enseñarte algo si me dejas.
—Si, continua —digo casi, sin poder hablar, completamente abierta a él, al momento, a lo que me hace sentir.
—Quiero hacerte sentir bien… solo dime si algo no te gusta, ¿sí?
—Sí… está bien —respondo en un susurro apenas audible, mi voz rota por la mezcla de nervios y deseo.
Patrick me toma de la cintura y, con cuidado, se acomoda en el suelo arrodillado frente a mí. Me recuesto por completo en el sofá, mordiéndome el labio para no temblar tanto. No puedo dejar de mirarlo, sus besos continúan por el interior de mis muslos, suaves, cálidos, anticipando lo que viene.
Sus manos se deslizan hacia el borde de mi ropa interior. Me mira una vez más.
—¿Puedo?
—Sí… —respondo, temblando—. Quiero que lo hagas.
Patrick la desliza hacia abajo lentamente, dejando besos detrás, sin apuro. Sus labios encuentran mi piel más íntima con una dulzura que me desarma. Es suave, cuidadoso, como si cada caricia, cada movimiento de su lengua, fuera una forma de decir “estoy aquí, contigo, para ti”.
Un gemido escapa de mis labios. Me cubro el rostro con las manos, abrumada por la intensidad del placer, por cómo todo mi cuerpo parece responder a él. Patrick no se detiene. Puedo escuchar un gruñido salir de su garganta y aun asi se toma su tiempo, atento a mis reacciones, buscando lo que me hace suspirar más fuerte, lo que me hace arquear la espalda.
—Patrick… —jadeo su nombre entre suspiros.
Levanta la mirada un instante. Sus ojos brillan, su boca, sus manos aún ocupados en seguir dándome placer.
—Estás bien —me afirma entre caricias—. Eres perfecta así…Solo relájate.
Siento cómo mi cuerpo se tensa, cómo algo se enciende en lo más profundo de mí. Mis manos encuentran su cabello y lo sujeto fuerte, mi pecho sube y baja con fuerza. Él lo nota y no se aparta. Me sostiene con firmeza, guiándome, llevándome hasta el borde… y cuando finalmente me dejo caer, lo hago con un grito suave, entregada por completo. Cuando vuelvo a la realidadPatrick sube lentamente hasta quedar frente a mí. Me limpia con dulzura una lágrima que ni siquiera sabía que había caído.
—¿Estás bien?
—Sí… —digo entre risas y jadeos—. Muy bien.
Él sonríe y me besa la frente, como si ese momento hubiera sido más que físico, como si me hubiera visto de verdad.
Entonces me toma de la mano, se pone de pie, y sin romper el contacto visual, dice con voz suave:
—Vamos… quiero mostrarte más, quiero estar contigo. Todo tú. Pero solo siquieres.
Pausa un momento y espera mi reacción
—Quiero —le respondo, ya en este momento no creo poder decir que no, lo quiero. Me pongo de pie con él, aun temblando. Agradezco que él me sostiene porque mis rodillas no podrian solas.
Me guía hasta mi habitación. Pero esta vez no solo voy con él… voy entregándome por completo. Todo el trayecto es una danza silenciosa de miradas, de respiraciones entrecortadas. Cierra la puerta tras nosotros sin dejar de mirarme. Yo me siento vulnerable, pero curiosamente… libre. Como si algo dentro de mí estuviera listo para florecer.
Nos besamos de pie, envueltos en la penumbra. Sus manos recorren mi espalda, mi cintura, mis brazos. Nos vamos deshaciendo de la ropa poco a poco, entre caricias lentas, roces suaves que me hacen temblar.
Cuando estoy desnuda frente a él, Patrick se detiene. Me mira como si no pudiera creer que estoy ahí, frente a él, ofreciéndome.
—Eres hermosa… —dice con voz ronca—. Si supieras cuantas veces te he imaginado así, pero nunca me atreví a soñarlo tan real.
Me besa una vez más y me carga hasta la cama con delicadeza. Me besa el cuello, los hombros, los senos. Su boca me recorre como si quisiera grabarse mi piel. Sus manos me acarician el abdomen, los muslos, el rostro. Todo en él es cuidado, respeto, y un deseo tan profundo que se siente casi sagrado.
—¿Así está bien? —pregunta al acariciar el interior de mis piernas.
—Sí… sigue —le digo, temblando, pero no de miedo esta vez, sino de excitación.
Me susurra palabras al oído, me llama por mi nombre, me dice lo mucho que me desea y lo mucho que significo para él. Cuando finalmente se coloca sobre mí, se detiene una vez más. Observo sus ojos tan fuertes y llenos de deseo.
—Voy a entrar muy despacio. Si sientes dolor, solo dime. En cualquier momento, si quieres que me detenga, lo haré —me asegura, rozando su frente con la mía.
—Estoy lista —respondo, con los ojos húmedos y el corazón abierto—. Solo... quédate conmigo.
Siento su cuerpo acercarse al mío, lento, cuidadoso. Al principio hay una punzada de incomodidad, de tensión, y me aferro a sus grandes hombros.
—¿Estás bien? —susurra, sin moverse.
—Sí… solo… dame un segundo —le digo, respirando profundo.
Él me besa la mejilla, el cuello, me acaricia el cabello con los dedos hasta que mi cuerpo se relaja. Poco a poco, el dolor se va suavizando y es reemplazado por una calidez nueva, por una sensación de unión.
Cuando ya lo siento completamente dentro de mí, comienza a moverse despacio, escucho como gruñe, como se tensa, pero aun sincronizando nuestros cuerpos como si estuviéramos aprendiendo a bailar de nuevo. Mis gemidos salen bajos, sorprendidos por lo que estoy sintiendo. No es solo físico, es emocional. Es él, es Patrick, el chico que toca el violonchelo con los ojos cerrados, el que me besa los pies con ternura, el que esperó por mí.
—No sabes lo que significas para mí —me dice entre jadeos, con la voz rota—. No hay nada más hermoso que tú. Quiero ser tuyo y que tu seas solo mía.
Sus palabras me atraviesan más que cualquier caricia. Me aferro a él, lo abrazo, lo beso con urgencia. No hay nada más allá de este momento. Todo se reduce a nosotros dos, a nuestros cuerpos uniéndose, a los suspiros y las miradas, a la certeza de que esto va mucho más allá del deseo.
—Soy tuya—logro decir.
Mi cuerpo tiembla bajo el suyo, y sé que estoy a punto de derrumbarme. Patrick lo siente, acelera ligeramente sus movimientos, aun manteniendo el cuidado, y me susurra mi nombre justo antes de que el placer me inunde. Gimo contra su cuello, me dejo llevar, y segundos después, él también se derrama dentro de mí, conteniéndose con fuerza, jadeando mi nombre como si fuera lo único que supiera decir.
Nos quedamos abrazados, su cuerpo cubriendo el mío, nuestros corazones latiendo desbocados.
—¿Estás bien? —me pregunta al oído, su voz temblorosa.
—Sí… —respondo, sonriendo—. Estoy más que bien.
Él me besa la frente y me acaricia el cabello.
—Nunca me había sentido tan cerca de alguien… —susurra—. Gracias por dejarme estar contigo así.
Cierro los ojos, sintiéndome completa por primera vez. Me entregué a él sin miedo. No solo a su cuerpo, sino a lo que éramos en ese instante: verdad, deseo, y algo parecido al amor.