Capítulo 32
13 de diciembre de 2025, 11:51
A la mañana siguiente, siento como entran los rayos del sol por mi ventana, olvide cerrar las cortinas, de verdad estaba tan distraída para no haberlas cerrado.
Me acomodo en mi cama y puedo sentir el peso de Patrick detrás de mí, me doy la vuelta y lo veo dormido. Su cara se ve tan tranquila, tan serena, solo quiero acariciarlo, tocar su mejilla quitarle ese mechón de cabello que tiene en su frente, ahora que le pongo atención hace meses ya que no se corta el cabello, lo tiene un poco más largo de lo habitual, hasta su barba de tres días es mucho más tupida, se ve tan bien, tan natural, tan tranquilo, solo veo como su pecho sube y baja con lentitud. Esta completamente dormido. Salgo de mi cama con mucho cuidado de no despertarlo, encuentro su camisa en el suelo así que me la pongo, se siente tan bien encima de mi piel desnuda.
Me dirijo al baño. Mientras me lavo los dientes y me quito los restos de maquillaje escucho el celular de Patrick al otro lado de la puerta, escucho como contesta.
— Hola —su voz suena gruesa casi un poco rasposa, un silencio — Claro…Pero…entiendo.
Salgo del baño y lo veo tan hermoso sentado en mi cama con el torso descubierto. Ahora viendo todo el cuarto con la luz del día puedo ver donde dejamos toda nuestra ropa tirada por todos lados. Él aún sigue en el celular. Vuelve sus ojos hacia los míos y puedo ver como su mirada se suaviza, pero al mismo tiempo se sonroja el verme usando su camisa que me cubre hasta la mitad de los muslos.
—Hare lo que pueda — dice colgando el celular, no suena para nada contento pero su mirada no lo demuestra. — Buenos días — dice suavizando su mirada y viéndome de pies a cabeza, mientras me extiende su mano para que yo vuelva a la cama.
—Bueno días. — Digo mientras me acercó a la cama. — ¿Como estas?
—Eso debería preguntarte yo a ti, no al revés.
—Estoy bien. Dormir muy bien — digo mientras me meto de nuevo a la cama. — hacia días que no dormía tan bien.
Me toma la mano y me hace acercarme a él hasta estar sentada encima de él. Su espalda está en el respaldar de la cama así que coloco mis manos en su pecho. Puedo ver sus pecas que bajan desde su cuello hasta cubrir todo su pecho y sus hombros.
—Con que dormiste bien — se queda pensativo un momento. Con sus manos alrededor de mi cadera — ya veo. Así que voy a tener que dormir contigo todos los días para que puedas dormir bien. — sonríe hasta que puedo ver sus dos hoyuelos.
—Pues parece que si — le digo mientras me acerco a sus labios y le doy un beso suave. — no me molestaría la verdad tener que compartir mi cama con un gigante como tú.
Se aleja de mi beso, me mira a los ojos y me pellizca el bíceps derecho.
—¡¿Gigante?! — dice mientras ahogo un grito falso ante el pellizco, me hace reír. Acuna mi rostro en sus grandes manos y me besa aún más fuerte e intenso.
No quiero que esto termine nunca, quisiera poder quedarme aquí siempre. Poder estar con Patrick todos los días sin importar que pase haya afuera, ninguna consecuencia, solo él y yo. Aquí en mi cuarto o en el de él no me molesta cual sea. Cuando el beso se hace más tranquilo y más suave lo corto y lo vuelvo a ver a los ojos.
—¿Quién te llamo?, sonaba a algo urgente. — Ya puedo diferenciar cuando es urgente y Patrick lo quiere ocultar a cuando algo es urgente para los demás, pero para Patrick no lo es. En este caso de la llamada si sonó urgente. Y después de lo que paso anoche no puedo ni pensar que es lo que va a pasar cuando salgamos de esta casa, de nuestra casa. Su mirada se pone triste, aunque su semblante esta tranquilo.
—Ya sabes, el jefe. O sea, mi padre. — silencio — Quiere que vuelva a Irlanda. Quiere que vuelva ya.
—Pero aun no tienes la nacionalidad.
—Si bueno…
Miro hacia otro lado, sé que debe volver a su país, pero después de lo que Jana dijo anoche no me siento muy cómoda con eso. Como es posible que el único hombre al que he amado deba irse y probablemente no vaya a volver. Ellos tienen mucho poder, sé que Patrick nunca dice tenerlo, pero la cantidad de poder que tienen los miembros de esa familia es inigualable. Me hago a un lado para quitarme de encima de Patrick, pero el me sostiene la cadera para que no me mueva. Patrick me sostiene el rostro para poder verlo a los ojos.
—No voy a permitirle que nos separe. Crees que después de lo que hemos vivido, de todas las cosas que me has dado te voy a dejar. Moriría antes de no volver a verte nunca más.
—Estas exagerando Patrick. Primero sabes que existen muchas más mujeres haya afuera y segundo sabes perfectamente que pueden acabarme con solo una orden.
Se que sueno exagerada, pero el padre de Patrick es básicamente el dueño, líder y jefe de todas las empresas del continente americano, de Europa, Asia y quien sabe cuáles continentes más.
—No pueden.—Vuelve a reafirmar— Estamos casados lo quieran o no. Fue desde el principio su idea, pero jamás pensó que su plan se iba a volver contra a él. — me dice Patrick mirándome a los ojos como si tuviera un plan —Y no me puedo creer que pienses que podría remplazarte. No existe nadie más como tu Sofía y no lo digo solo de manera literal lo cual es cierto. Pero sabes que mi corazón es tuyo, no podría amar a nadie como a ti, sé que sueno cursi, pero es la verdad. No voy a permitir que nos separen y al único al que le voy a permitir eso será a la mismísima muerte. Porque soy tuyo y tú eres mía, quiero que lo recuerdes.
Mi corazón para por un momento, sé que él siempre dice que es un enamorado, pero la manera en que me mira cuando lo dice me hace sentir como si estuviera en un sueño. No es como que no lo quiera claro que sí, quiero tenerlo siempre conmigo aun cuando sé que no todo dura para siempre. También el hecho de que sé que es un hombre que no se abre con cualquiera y que hace lo que sea por el bien de su empresa, por qué es lo que le han enseñado a hacer. Hace que mi corazón tenga un poco de confianza y me haga saber que sí, que puede ser que podamos estar juntos al final de todo esto. Sin duda alguna este ha sidi el año más complicado de toda mi vida. Miro sus ojos azules profundos, me acerco a él y digo en un susurro.
—Te amo. — silencio — sé que es muy pronto decirlo, pero…
Contemplo su rostro mientras sus ojos se abren como platos, mostrando un sentimiento tan parecido a la adoración y al asombro que me deja sin respiración. Pone una mano en mi espalda empujándome hacia él y la otra en mi mejilla dándome un beso tan cálido suave que casi pierdo la respiración. No me permite terminar lo que queria decir. No sé si pasaron días o años en este beso, pongo mis manos alrededor de su cuello, se siente tan bien, tan cálido, tan fuerte, tan Patrick. Seguimos besándonos, me hace rodar hasta quedar debajo de él sin dejar de besarnos, pongo mi cabeza en la almohada, termino el beso para sujetar su rostro quiero poder verlo con la luz del sol de la mañana. Miro su boca, sus ojos, todas sus pecas, miro ese rostro que solo él tiene con la mandíbula marcada y sus hermosos labios. Cuanto lo amo. Lo amo tanto que no sé qué hare si decide irse.
—Te amo —dice al fin. Y lo repite, una y otra vez con besos con cada afirmación—. Te amo, te amo, te amo.
Sus palabras me envuelven como una caricia, suaves y cálidas, como si fueran lo único que necesitara escuchar para saber que todo, absolutamente todo, ha cambiado. Me besa los ojos, la frente, las mejillas, el cuello. Me hace reír con esa mezcla de ternura y necesidad. Nos perdemos entre risas y besos, entre caricias que conocen el camino de memoria, aunque apenas lo estamos trazando juntos. Y una vez más, nos rendimos al deseo. A lo que ahora es inevitable. Natural. Nuestro.
Después de un rato, tal vez dos horas —o una eternidad dulce suspendida entre sábanas y susurros— bajamos a desayunar. A pesar de todo, me sorprendo al mirar el reloj: es temprano. Muy temprano para un sábado.
La casa está en silencio, aún con el eco de nuestra noche grabado en cada rincón. El aroma del café recién hecho apenas empieza a invadir la cocina cuando escuchamos el timbre. Seco. Decidido. Sorprendentemente puntual.
Nos miramos, extrañados. No estamos esperando a nadie. Y mucho menos a estas horas.
Patrick, aun sin camisa solo con sus pantalones de dormir, se adelanta sin decir nada. Abre la puerta.
Y allí está. Alex.
La secretaria de Jana.
Vestida impecablemente para ser sábado a las ocho de la mañana, Alex sostiene una carpeta bajo el brazo como si llevara dentro una sentencia. Su rostro no expresa cortesía ni prisa. Solo determinación.
—¿Alex? —dice Patrick, frunciendo ligeramente el ceño.
—Buenos días, señor Reggin. Disculpe la molestia de despertarlo tan temprano — dice con una sonrisa forzada, asomando la cabeza como si esperara una invitación para entrar. Sus ojos me encuentran a mí, en la cocina, aún con la camisa de Patrick puesta. Vuelve a mirar a Patrick, sin inmutarse—. No será mucho tiempo, vengo de parte de la señorita Reggin y del Departamento de Estado de Costa Rica. Le traigo estos documentos.
Extiende la carpeta con una formalidad innecesaria. Patrick duda un segundo antes de tomarla. Su expresión es contenida, como si tratara de encajar una pieza inesperada en un rompecabezas.
—Gracias —dice al fin. Y le cierra la puerta. No de forma grosera, pero sí con una urgencia clara.
Me acerco desde la cocina mientras él se queda observando la carpeta, aún sin abrirla.
—¿Departamento de Estado? —pregunto, frunciendo el ceño—. ¿Qué dicen?
Patrick no contesta de inmediato. Abre la carpeta, saca los papeles, los repasa en silencio. Yo me detengo a un paso de él, esperando. El aire entre nosotros se vuelve denso, como si algo importante estuviera por estallar.
Cuando finalmente levanta la mirada, sus ojos están cargados de una emoción difícil de leer. Es una mezcla de alivio, desconcierto… y algo parecido a la alegría.
—Ya soy costarricense —dice con una sonrisa leve, casi como una risa que no se atreve a salir por completo.
—¿Tan rápido? —pregunto, sorprendida—. Eso toma años, trámites interminables...
Asiente. Luego me tiende los documentos. Los tomo y los leo en silencio. Es oficial. Una carta de aprobación de naturalización firmada y sellada. Todo parece legítimo. Solo le falta ir al registro y obtener su cédula. Y listo. Todo lo que motivó de nuestro contrato… ya está cumplido.
Estoy feliz por él. De verdad lo estoy. Pero en mi interior algo se contrae. Porque si ya tiene lo que buscaba… ¿qué pasa ahora con nosotros?
Cuando levanto la mirada, lo encuentro con una sonrisa tan amplia y auténtica que me desconcierta aún más.
—Ahora sí puedo decir "pura vida" y que no suene a turista —dice con entusiasmo, antes de acercarse y levantarme en un abrazo giratorio que me arranca una risa sorprendida.
—¿Cómo lo conseguiste tan rápido? Hoy es sábado, Patrick. Las oficinas no trabajan los sábados...
—No lo sé —dice, bajándome al suelo sin dejar de sonreír.
—No quiero sonar paranoica, pero… ¿no te parece extraño que sea Alex, la secretaria de Jana, sea quien te entregue esto? ¿Y no Marc ?
Patrick frunce el ceño por primera vez desde que recibió la carpeta.
—Mmm… sí. Debería averiguar qué pasó exactamente.
Yo asiento, aunque el nudo en mi estómago no se deshace. Algo no encaja. Aunque los papeles se vean reales, aunque todo parezca correcto… hay una parte de mí que no puede evitar preguntarse si acabamos de cruzar una línea sin darnos cuenta. Y si eso significa que lo que tenemos… está por terminar.
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La mañana del lunes, lo primero que hacemos es ir al registro. Decido acompañarlo porque quiero cerciorarme de que todo esto sea real. Necesito ver con mis propios ojos que no es un truco, que no hay letra pequeña escondida entre líneas ni jugadas de su padre o Jana tras bambalinas.
Cuando llegamos a la oficina, todo fluye con una naturalidad desconcertante. El proceso es rápido, directo. Patrick responde con calma cada pregunta, firma donde le indican, y cuando le toman la fotografía para su nueva cédula, la muchacha del registro le pide con amabilidad:
—Por favor, señor, mantenga una expresión neutra.
Pero él no puede. La sonrisa le brota antes de que pueda evitarlo, una que no logra contener ni siquiera en una foto oficial. Cuando salimos, sostiene el documento nuevo entre sus dedos como si pesara más que cualquier otro papel que haya tenido en sus manos.
—Mírame —dice, mostrándome la cédula—. Ya soy oficialmente costarricense.
No puedo evitar sonreír también. Se ve tan feliz. De verdad feliz. Pero una punzada de inquietud me recorre el estómago.
—¿Tú crees que esto fue idea de Jana? —le vuelvo a preguntar mientras bajamos las gradas del edificio.
Patrick guarda la cédula en su billetera con cuidado. Se toma un segundo antes de responder.
—No lo sé. Pero lo parece. Alex no vendría un sábado sin una orden directa.
—¿Y por qué ahora? ¿Por qué justo hoy? —insisto—. ¿No te parece sospechoso que lo obtuvieras así, de la nada?
Patrick asiente despacio.
—Sí. Sí me parece raro. Es exactamente lo que mi padre haría si quisiera asegurarse de que yo no tuviera excusas para quedarme aquí.
Me detengo en seco.
—¿Quieres decir…?
—Que ya no me necesitan —dice, girando hacia mí—. Que ahora que tengo los papeles, el contrato ya no tiene razón de ser.
Sus palabras me atraviesan. No suenan crueles, ni frías. Son solo la verdad. Cruda, directa. Pero eso no evita que duelan. Siento un hueco formarse en mi pecho, como si alguien hubiera tirado de una cuerda que me mantenía firme.
—¿Y tú qué quieres hacer? —preguntó en voz baja.
Patrick baja la mirada por un segundo. Luego empieza a caminar pasos cortos pero controlados, como si necesitara moverse para ordenar sus pensamientos. Finalmente se detiene, con las manos en los bolsillos.
—Bueno. No tengo un motivo legal para seguir aquí, pero… tampoco quiero irme. Ya te dije que no pienso dejarte. No después de este fin, de ayer. No después de ti.
Lo miro. Sus palabras me acarician, pero también me asustan. Porque no sé si habla Patrick, el hombre que me besó con ternura y deseo, o Patrick, el hombre que firmó un contrato sin pensarlo dos veces.
—No quiero que te quedes por obligación —le digo, bajando la mirada—. Ni porque sientas que me debes algo. Solo… quiero que seas honesto.
Él se acerca sin dudarlo. Se pone a mi altura y me toma las manos con firmeza, con esa seguridad que solo él tiene.
—Sofía , no hay contrato en el mundo que me haya preparado para lo que tú eres en mi vida. No te debo nada lo se. Estoy aquí porque te elijo. Porque no quiero estar en ningún otro lugar que no sea contigo.
Quiero creerle. Quiero hacerlo con todo mi corazón. Pero algo dentro de mí aún tiembla. No por desconfianza. Por miedo. A lo que esto pueda significar. A lo que podría romperse si dejo que me importe demasiado.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto, casi en un susurro.
Patrick me acaricia suavemente la mejilla. Su dedo roza mi piel con una ternura que me hace cerrar los ojos.
—¿Qué tal si vamos a desayunar a alguna sodita por aquí, y luego nos escapamos a la montaña a un mirador?
Abro los ojos, sorprendida.
—¿Hoy? Es lunes, Patrick. Tenemos que trabajar.
Sonríe. Esa sonrisa suya que tanto amo, la que parece tener la capacidad de hacerme olvidar todo lo que me preocupa.
—Hoy —repite—. Solo tú y yo. Una pequeña escapada. Porque si mañana el mundo se cae a pedazos… quiero saber que al menos este lunes soy completamente tuyo.
Y sin pensarlo más, asiento.
Porque quizá, por primera vez en mucho tiempo, la vida me está pidiendo que elija sentir. Y quiero elegirlo a él.