ID de la obra: 962

Yakuza Kiwami - El Tigre que Nunca Rugió

Gen
NC-17
Finalizada
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
525 páginas, 169.963 palabras, 21 capítulos
Descripción:
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El peso de una década

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Capítulo 6

“El peso de una década”

Las luces de Kamurocho titilaban sobre el pavimento mojado, reflejos distorsionados que parecían ocultar la miseria que anidaba en cada esquina. Ryohei avanzaba con paso lento, las pisadas resonando en la quietud de la madrugada. Sentía el peso del insomnio sobre los hombros. El humo del cigarro se perdía en la brisa fría. A sus espaldas, la Torre Millennium se alzaba imponente, un coloso de acero y cristal que se desvanecía lentamente en la distancia. No podía quitarse de la cabeza la charla con Kashiwagi. Ni el nombre que ahora cargaba como una condena: Itsuki Murakado. Al doblar la esquina, el Serena apareció ante él como una herida abierta en el corazón de Kamurocho. Su fachada, antes símbolo de estabilidad, ahora lucía desfigurada: vidrios rotos en la entrada, sillas volcadas, el letrero colgando por un hilo. Pero en medio del caos, una figura familiar se movía con firmeza. Reina estaba de pie entre los restos del desastre, trapo en mano y la frente perlada de sudor. Su gesto era estoico, pero en sus ojos ardía una rabia muda, la clase de furia que ni una tormenta podía apagar. Ryohei apagó el cigarro contra la suela antes de entrar en silencio. Tomó una escoba apoyada en la pared y comenzó a barrer. El crujido del cristal bajo las cerdas acompañaba sus pensamientos, arrastrándolo a recuerdos que creía olvidados. Mientras recogía los vidrios, su mente viajaba a otras noches. A los días en que las carcajadas llenaban el local, mezclándose con el tintineo de vasos y las bromas de Kenji y Kyomi, capaces de arrancarle una sonrisa incluso en jornadas agotadoras. Pensó también en su época universitaria, en las maratones de estudio y los profesores que exigían más de lo que uno creía poder dar. Pero entre todos esos recuerdos, dos rostros se alzaban con claridad. Nishiki, antes de que todo se torciera, cuando aún soñaban juntos con futuros imposibles. Y Kiryu, con su risa tranquila, su voz serena. Incluso en silencio, siempre supo cómo hacerlo sentir menos solo. Kamurocho podía ser un infierno, pero junto a él, nunca pareció tan insoportable. Exhaló lento y negó con la cabeza. No era momento para sentimentalismos. La imagen de Nishiki apareció brevemente en su memoria, no como era ahora, sino como el amigo de antaño. Ese rostro había quedado enterrado bajo el peso del rencor y la sangre. —No tienes que hacerlo —comentó Reina sin mirarlo, con voz cansada pero firme. Se detuvo al oírla. —Lo sé. Pero quiero hacerlo. El silencio volvió a caer entre ambos, roto solo por el arrastre de los fragmentos. Su cabeza seguía girando en círculos. ¿Hasta dónde había llegado esto? ¿Cómo permitieron que involucraran al Serena? ¿Fue su presencia la que lo provocó? Los dedos le dolían de tanto aferrar el mango de la escoba. La culpa seguía clavada en el pecho, sofocante. Todo esto… ¿habría ocurrido si él no estuviera aquí? Por su enemistad, por el veneno acumulado, el Serena había terminado en ruinas. Y Reina, que siempre le ofreció un lugar, un techo, sin pedir nada… pagó las consecuencias. Apretó los dientes. —Sabes quiénes hicieron esto, ¿verdad? Ella frunció el ceño, cruzándose de brazos con resignación. —Ryo-chan, no empieces… —Fue la familia Nishikiyama —declaró, sin rodeos. Reina dejó caer el trapo sobre la barra con más fuerza de la necesaria y se giró para encararlo. —No tenemos pruebas. Ryohei soltó una risa amarga, dejando la escoba recostada contra la pared. —Vamos, Reina. Todo encaja: los ataques a la clínica, la presión creciente, los recursos bloqueados. Y tú mejor que nadie sabes quién está al mando de esa familia. Ella apretó los labios. —Nishikiyama-kun no haría algo así. Que su organización haya cambiado no significa que él haya dado la orden. La miró fijamente. —¿De verdad lo crees… o solo prefieres no enfrentarlo? El silencio que siguió fue más denso que el aire cargado de polvo. Ella desvió la mirada, incapaz de responder. Ryohei retomó la escoba, suspirando. —Si de verdad crees que Nishiki no tiene nada que ver… dime entonces por qué sigues limpiando un bar que su gente dejó hecho trizas. Volvió a agacharse, levantando algunas sillas. Luego murmuró, sin mirarla: —Terminemos con esto. Necesitamos cotizar las reparaciones. Aún me queda algo de dinero… podemos empezar por ahí. —Insisto, Ryo-chan, no deberías… —Claro que debería —interrumpió con voz baja, pero firme. Luego suavizó el tono—. Pero no quiero hablar de eso ahora. Siguieron limpiando en silencio. El ruido del vidrio, el arrastre de sillas, el leve crujido de madera, todo componía una música muda que les ayudaba a no pensar demasiado. Hasta que Reina rompió el ritmo. —Oye… ¿escuchaste que van a inaugurar un nuevo club cerca? —¿Ah, sí? —levantó la vista—. ¿Cuál? —El Stardust. Soltó una risa irónica. —Perfecto. Justo lo que necesitábamos. Un nuevo local que nos robe a la clientela. Ella captó su tono y sonrió. —Quizás deberíamos visitarlo cuando terminemos las reparaciones, ¿no te parece? —Claro. Podemos ir a “evaluar a la competencia”. —esbozó una sonrisa—. Después de todo, uno tiene que estar informado. —Y, de paso, relajarnos un poco. —Admito que nos vendría bien —asintió. El trabajo siguió, pero esta vez con una chispa diferente. El cansancio persistía, pero entre los fragmentos de cristal y los escombros, algo parecido a la esperanza volvía a latir. El 5 de diciembre de 2004, el Serena volvía a operar con normalidad, irradiando la calidez de siempre. Tras meses de reparaciones, el local había recuperado su alma, convirtiéndose una vez más en refugio para quienes lo conocían. Al otro lado de la calle, el Stardust también brillaba. El nuevo club de anfitriones atraía a una clientela variada y añadía un nuevo matiz a la vida nocturna de Kamurocho. Ese día, Ryohei celebraba su cumpleaños número 36. Había cerrado temporalmente su clínica en el tercer piso para enfocarse en la restauración del bar, y desde entonces se ganaba la vida como médico itinerante, atendiendo tanto en oficinas de familias como en asentamientos marginales. Donde lo necesitaran, allí estaba. Esa noche, el Serena respiraba tranquilidad. Reina, tras la barra, lo observaba mientras él bebía a solas. —Ryo-chan, el bar está calmado… y es tu cumpleaños. —dijo con una sonrisa—. ¿Qué te parece si salimos a celebrar? Alzó una ceja, divertido. —¿Salir? ¿Tienes algún plan en mente? —Podríamos ir al Stardust. —sugirió—. Como una cita de cumpleaños. Soltó una risa breve, con un matiz irónico. —Reina, sabes que no eres precisamente mi tipo. Ella fingió escandalizarse. —¿Ah, no? Entonces dime, doctor, ¿cuál es tu tipo? Desvió la mirada, sonriendo con picardía. —Digamos que prefiero otro tipo de compañía. Reina rió, captando la indirecta. —Déjame adivinar… te gustan altos, musculosos, y según dicen, muy bien proporcionados. —le guiñó un ojo—. ¿Acaso estoy describiendo a Kiryu-chan? Ryohei se atragantó ligeramente con el trago, sorprendido por el comentario. —Reina, Kiryu está en prisión —respondió, intentando mantener la compostura—. Y además, no es apropiado hablar de eso. Ella se encogió de hombros, divertida. —Solo digo que tienes buen gusto. Negó con la cabeza, esbozando una sonrisa. —Está bien, iremos como amigos —añadió, levantándose del taburete—. Además, tengo curiosidad por ver cómo es el lugar. —Entonces vamos a tantear el terreno —dijo ella, asintiendo. Cruzaron la calle juntos, dejando atrás el Serena. Iban rumbo al Stardust, listos para explorar el nuevo club… y, de paso, celebrar el cumpleaños de Ryohei de forma distinta. Las luces del local brillaban con intensidad, atrayendo a una fila de clientes que esperaba su turno para ingresar. Se colocaron al final, pero una figura alteró la escena. Un sujeto se colaba con descaro, apartando a los demás sin reparo. En su chaqueta relucía el emblema de la familia Nishikiyama, brillando bajo los neones callejeros. —Vaya, vaya… —Ryohei se cruzó de brazos, con una sonrisa cargada de veneno—. No sabía que el emblema venía con pase VIP. ¿O es que la mala educación es parte del uniforme? El hombre se giró molesto, listo para replicar con violencia, pero al reconocerlo, su rostro cambió a una sonrisa arrogante. —Mira quién habla —espetó, con desdén—. ¿Te gustó el trabajo que hicimos en tu clínica? Un lugar patético, igual que ese bar de mala muerte al que te aferras. Deberías haberlo dejado morir, como tantos otros en este distrito. El comentario fue lo bastante alto como para que Reina lo oyera. Su expresión se endureció y tomó aire para responder, pero él se le adelantó con tono irónico. —¿Lo escuchaste? —comentó, provocándola—. Qué caballeroso. Reina chasqueó la lengua, molesta, mientras él volvía a enfrentar al intruso, con la mirada más afilada. —Escucha bien, “campeón” —dijo, con voz baja y cargada de veneno—. Solo quiero celebrar mi cumpleaños en paz. Así que, ¿por qué no te das la vuelta antes de hacer aún más el ridículo? Justo entonces, uno de los empleados del Stardust se acercó, intentando evitar una escena. —Por favor, señores. No queremos problemas aquí. —Tranquilo —respondió Ryohei, en tono sereno, sin apartar los ojos del yakuza—. Solo estamos charlando… ¿cierto? El empleado apenas reaccionaba cuando el agresor sacó un cuchillo y lo tomó del cuello. El joven, en un intento desesperado, mordió la mano que lo sujetaba, pero aun así recibió un corte en el brazo. Reina se movió al instante. Sujetó al muchacho y presionó la herida con un pañuelo. —¿¡Pero qué carajo…!? —exclamó el guardia del club, endureciendo su postura—. Primero te cuelas y ahora atacas a uno de los nuestros… Muy bien, me uno a la fiesta. —Dime algo —intervino Ryohei, ladeando la cabeza con una sonrisa burlona—. ¿Te molestaría si estreno mi cumpleaños con una paliza? Yuya, el guardia, asintió mientras tronaba los nudillos. —Esto ya es personal. Ryohei se encogió de hombros. —Parece que será una noche animada, después de todo. El agresor se abalanzó, pero fue esquivado con facilidad. Ryohei desvió la trayectoria con un giro limpio, alejando la pelea de la fila de clientes. Yuya rodeó al atacante desde el flanco, preparado para intervenir. Mientras tanto, Ryohei analizaba su entorno con calma. —Tiene una base sólida… —pensó, mientras evaluaba—. Si logro romperle la postura, esto termina rápido. Unas cajas apiladas junto a la pared le ofrecieron la solución. Se impulsó con agilidad, giró en el aire y cayó justo detrás del agresor. Una patada precisa en la parte posterior de la rodilla bastó para desestabilizarlo. El hombre cayó con un gruñido, incapaz de sostenerse. Yuya aprovechó. Con una agilidad sorprendente para su contextura, lo sujetó en una llave de cabeza y ejecutó un suplex que sacudió el callejón entero al impactar contra el suelo. La multitud contuvo el aliento. El yakuza, aturdido pero aún consciente, intentó levantarse… pero Ryohei no se lo permitió. Se acercó con pasos firmes y descargó una serie de patadas medidas: uno al torso, otro en el codo, y una patada seca a la rodilla contraria. El cuerpo del hombre se rindió, cayendo como un peso muerto. El silencio cayó. El agresor gimió, volviendo en sí con la mirada desorientada. Parpadeó varias veces y, para sorpresa de todos, murmuró en un inglés torpe: —W-Where... am I? What happened? El murmullo de los presentes se intensificó. Para colmo, una mancha oscura crecía en sus pantalones y un leve rastro de sangre evidenciaba una hematuria reciente. Humillado, intentó cubrirse. El rostro se le tiñó de rojo. Ryohei, dejando de lado la confrontación, se acercó al empleado herido con expresión profesional. —Necesitamos limpiar y suturar esto —indicó—. ¿Tienen botiquín adentro? Yuya asintió, aún recobrando el aliento. —Sí, está en la oficina. —Bien. Vamos —dijo, ayudando al joven a levantarse. Se dirigieron hacia el interior, dejando atrás el espectáculo. La multitud comenzaba a dispersarse, murmurando sobre lo ocurrido. El agresor quedó ahí, tirado, ignorado por todos. En una oficina del Stardust, más silenciosa y cálida, acomodaron al herido en un sofá de cuero. Yuya salió por el botiquín, mientras Reina se ofrecía a ayudar. —Tú dime qué hacer, Ryo-chan. Estoy contigo. Él soltó una risa suave, frotándose la nuca. —Quién lo diría… curando gente en mi cumpleaños. Pero bueno, dicen que un médico no descansa. Luego se inclinó hacia el herido. —Va a doler un poco. ¿Puedes quitarte la camisa? Tranquilo, no muerdo. El chico asintió, algo nervioso. Reina lo ayudó a desabotonarse, dejando al descubierto una herida sangrante pero superficial. Sin embargo, la zona ya comenzaba a hincharse. Ryohei frunció el ceño. Observó con más atención, algo no le cuadraba. —Dime una cosa… —preguntó, con voz más fría—. ¿Ese cuchillo estaba limpio? El joven se tensó, asustado. —N-no lo sé… —Entiendo —murmuró, su mirada endureciéndose—. Si estaba sucio o oxidado… el riesgo de infección es alto. Tétanos, o algo peor. El herido tragó saliva, pálido. En ese instante, Yuya regresó con el botiquín y notó el nerviosismo en el aire. —¡Oye! ¿Qué pasa con esa cara? —exclamó, confundido—. ¿No me digas que el doctor te hizo hablar en inglés también… —No exageres —replicó Ryohei, medio sonriendo mientras abría el botiquín—. No es magia, Yuya-san. Es biología aplicada. Yuya lo miró como si tuviera frente a él a un superhéroe en bata blanca. —Maldita sea… ese tipo terminó orinando sangre y balbuceando en inglés. No sé qué demonios le hiciste, pero Kazuki-san tiene que escuchar esto. Sacó su teléfono y marcó rápidamente. Mientras esperaba que su jefe atendiera la llamada, Ryohei limpiaba la herida con alcohol, provocando un gruñido de dolor en el herido. —Resiste, esto es solo el principio. Si tienes suerte, no tendrás que amputar nada —murmuró con una sonrisa afilada, aunque su mirada permanecía seria. Yuya colgó y se giró con una expresión de entusiasmo contenido. —Kazuki-san vendrá en unos minutos. No podía perderse esto. —¿Qué? ¿Tu jefe quiere verlo también? —preguntó Reina con leve sorpresa. —Obvio —respondió Yuya, cruzándose de brazos—. Se rumoreaban muchas cosas sobre Ryohei Tachibana, pero una cosa es escuchar historias y otra verlo en acción. Mientras esperaban la llegada de Kazuki, Ryohei continuó su labor, asegurándose de que la herida estuviera completamente limpia antes de comenzar la sutura. —Podríamos necesitar antibióticos fuertes para evitar una infección —dijo con tono profesional—. ¿Tienen algo más en su botiquín o debo conseguirlo por mi cuenta? —Tenemos más en la bodega, déjame ir por eso —afirmó Yuya, saliendo con rapidez. La puerta se abrió con lentitud, y una figura elegante cruzó el umbral con la presencia de quien no necesita anunciarse. Kazuki, dueño del Stardust, entró con paso seguro. Sus ojos recorrieron la escena con calma calculada, deteniéndose primero en el herido, luego en Ryohei. —Vaya… así que Yuya no exageraba. Ryohei Tachibana, en mi local —comentó con tono neutro, aunque con genuino interés. Sin apartar la vista de su trabajo, Ryohei esbozó una sonrisa ladeada. Con la precisión de quien ha hecho esto incontables veces, dio el último punto de sutura y soltó un suspiro breve. —No sé qué cuentos te haya metido Yuya-san, pero no soy más que un médico sin licencia haciendo lo que puede en esta ciudad caótica —respondió con ironía, cortando el hilo antes de ajustar el vendaje con firmeza. —Listo. Lo ideal sería llevarlo al hospital para una revisión más exhaustiva. Necesita mejor equipo médico y una vacuna contra el tétanos… No podemos descartar contaminación en la herida. El joven, algo más estable pero todavía tembloroso, se abotonó la camisa con manos torpes, evitando las miradas. —M-muchas gracias… de verdad… Ryohei lo observó brevemente antes de quitarse los guantes con un chasquido. —No tienes que agradecerme —dijo sin entusiasmo—. Solo hice lo que cualquiera haría… aunque no todos lo harían con tanto estilo —agregó con una leve sonrisa, mirando hacia Kazuki—. ¿Pueden llevarlo al hospital? —Por supuesto —asintió el anfitrión con tranquilidad—. Nos aseguraremos de que lo atiendan como corresponde. Yuya, encárgate. —¡Sí, jefe! —respondió Yuya con entusiasmo, aún emocionado por lo que había presenciado—. ¡Lo llevaré de inmediato! Mientras Yuya y Reina ayudaban al herido a levantarse, Kazuki se volvió hacia Ryohei. Su mirada, aguda como una hoja nueva, lo recorrió con atención silenciosa. —He oído muchas cosas sobre ti, Tachibana —dejó que la frase flotara unos segundos antes de continuar—. Verlo con mis propios ojos confirma que no eran exageraciones. Con un leve encogimiento de hombros, Ryohei soltó una risa baja. —Rumores, ¿eh? Espero que al menos algunos me dejen bien parado. Kazuki sonrió con discreción, sin apartar la vista de la puerta por donde el grupo acababa de salir. Luego cruzó los brazos y exhaló con calma. —Quédate un momento. Quiero hablar contigo sobre este asunto. El otro arqueó una ceja, pero no respondió. Reina, que hasta entonces había estado pendiente del herido, miró a ambos antes de suspirar. —Voy a acompañar a Yuya-san al hospital —dijo con tono firme, dejando claro que no aceptaría objeciones—. Quiero asegurarme de que lo atiendan bien. —Claro, ve con ellos —murmuró Ryohei, pasándose una mano por la nuca—. Yo me quedaré aquí, disfrutando de la cálida hospitalidad de nuestro anfitrión. Reina rodó los ojos, pero le palmeó el hombro antes de marcharse. Cuando el silencio volvió a instalarse, Ryohei inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un resoplido cargado de ironía. —Qué gran noche. —Su mirada recorrió el lujoso interior antes de volver a Kazuki—. Justo lo que esperaba para mi cumpleaños: un idiota que pierde más que la pelea, una visita improvisada al hospital y una fila de clientes arruinada. Kazuki dejó escapar una risa breve, luego deslizó una mano dentro de su chaqueta. Sacó una tarjeta negra con un gesto elegante y se la ofreció. —Déjame compensarlo. Considéralo un detalle de la casa. Pase VIP, acceso total al Stardust. Para ti y tu amiga. Ryohei tomó la tarjeta, girándola entre sus dedos con una sonrisa ladeada. —Qué generoso —comentó, levantando la vista con una chispa divertida—. Pero dime, Kazuki-san… ¿esto es un regalo genuino o estás probando si muerdo el anzuelo? El otro le devolvió la sonrisa, enigmático como siempre. —Hablemos y lo descubriremos. Kazuki lo guió hacia la sección VIP. La música era más discreta, el bullicio se amortiguaba bajo una decoración elegante. Luces tenues, destellos dorados, sofás de cuero… todo invitaba al olvido temporal del caos exterior. Al llegar a una mesa reservada, Kazuki se sentó con naturalidad. Ryohei lo hizo con un suspiro, apoyando un brazo sobre el respaldo mientras jugueteaba con la tarjeta. No tardó en acercarse una hostess con sonrisa impecable. Se inclinó sutilmente para captar su atención, pero él ladeó el rostro y exhaló con pereza. —Nada personal, cariño, pero no eres mi tipo. La mujer parpadeó, sorprendida. Kazuki hizo una seña discreta, y en cuestión de segundos, un host de porte atractivo se acercó con elegancia. Su sonrisa profesional no flaqueó al sentarse junto a Ryohei. Este entrecerró los ojos con diversión y miró a Kazuki. —Ahora sí hablamos el mismo idioma. El dueño del local curvó apenas los labios, llevando el vaso a la boca con calma. El host, con soltura y seguridad, se mantuvo a su lado. Ryohei se relajó y dejó que la conversación fluyera. Comentó lo ocurrido en la fila, la actitud prepotente del tipo de Nishikiyama, cómo todo acabó en pelea. Pero al mencionar que ese mismo hombre había destruido su bar meses atrás, Kazuki apoyó su vaso sobre la mesa con un leve “clac”, su expresión tornándose más analítica. No necesitó preguntas. Comprendía el mensaje. Sabía lo que era perder algo propio en Kamurocho. Sabía que esto no era solo un incidente. Y entendía que Tachibana no era de los que dejaban pasar las cosas. El ambiente se volvió más denso. El host seguía allí, profesional, pero la conversación entre ambos había tomado otro rumbo. Kazuki entrecerró los ojos y apoyó un brazo en el respaldo del sofá. —Entonces… —musitó, no como pregunta, sino como invitación. l médico se acomodó en su asiento, girando la tarjeta VIP entre los dedos antes de lanzar una mirada casual a Kazuki. —Para ser sincero, también vine a tantear terreno —dijo con su tono habitual de desgano—. Ya sabes, competencia vecinal y esas cosas. El Serena está cerca, así que tenía curiosidad por ver qué tal les iba. El anfitrión esbozó una leve sonrisa, observándolo con calma antes de tomar su vaso. —Entiendo. Y dime, ¿qué opinas del lugar? Ryohei alzó una ceja y deslizó la mirada por el club. —Bonito, mucha clase, buena música… aunque me da la impresión de que los clientes de aquí no se conformarían con un bar como el Serena. Kazuki dejó su copa sobre la mesa con un “clac” suave. —No creas. Muchos de mis clientes buscan un lugar donde relajarse después de venir aquí. Si quieres, puedo darles un pequeño empujón en esa dirección. —¿Ah, sí? —preguntó Ryohei con curiosidad, sin disimular su escepticismo. El dueño del Stardust inclinó levemente la cabeza, evaluando su reacción. —Puedo hacer que el Serena se vuelva un after para algunos de mis clientes. Gente con dinero que, después de pasar por aquí, podría querer seguir bebiendo en un ambiente más tranquilo. Pero, claro… —sus ojos se afilaron apenas, esbozando su característica sonrisa enigmática—. A cambio, me gustaría verte por aquí de vez en cuando. No solo como cliente, sino con tus servicios de médico. Tachibana soltó una risa por lo bajo, apoyando el codo en el respaldo del sofá. —¿Así que ese es el truco? Y yo que pensaba que solo estabas siendo generoso. —Nada en Kamurocho es gratis —replicó Kazuki con suavidad—. Pero creo que ambos podemos sacarle provecho a esto. El médico clandestino tamborileó los dedos sobre la mesa, pensativo. No era un mal trato, y ya estaba acostumbrado a trabajar en sitios mucho menos refinados. Con todo lo que había pasado en el Serena, un poco de apoyo no le vendría mal. —Está bien, Kazuki-san. Me pasaré de vez en cuando. Pero eso sí… —su sonrisa se ensanchó con picardía—. Si voy a ser cliente, espero trato especial. El anfitrión dejó escapar una risa baja, retomando su copa. —Eso ya lo tienes. Se la llevó a los labios, pero antes de beber, desvió la mirada con un matiz diferente en su expresión. —Y ya que estamos en eso… a partir de ahora, olvídate de “Tachibana”. Llámame Ryo. El empresario arqueó una ceja, visiblemente interesado, antes de esbozar una media sonrisa. —Exclusivo, ¿eh? Como la tarjeta que te di. —Digamos que soy un hombre de trato limitado —respondió con tono juguetón. Kazuki dejó que la risa se escapara en un leve susurro antes de terminar su trago. —Bien. Entonces, Ryo… bienvenido al Stardust. El cumpleañero giró la tarjeta VIP entre sus dedos, apreciando su textura antes de guardarla en la chaqueta. El trato estaba hecho. Mientras el médico avanzaba en su noche, en otro rincón de Kamurocho la atmósfera era espesa, cargada de tabaco y alcohol barato. Las voces se entremezclaban con llamadas inquietas y el zumbido constante de ventiladores viejos. En el despacho principal, Itsuki Murakado hojeaba unos documentos cuando un golpe seco en la puerta interrumpió su concentración. —Murakado-san… hay algo que debe escuchar. El subordinado, un hombre robusto que sudaba más de lo necesario, tragó saliva antes de continuar. —Tachibana… ese maldito doctor sin licencia. Tuvo un altercado con uno de los nuestros en la fila del Stardust. El líder de facciones severas ni siquiera levantó la vista de sus papeles. —¿Y? Déjame adivinar. Le metió una patada y lo dejó fuera de combate. ¿Eso es todo? —No exactamente… —titubeó el emisario, buscando cómo explicarlo—. Verá… después del golpe, el tipo… bueno… cuando despertó… hablaba inglés. El silencio que se generó fue más frío que el acero. El capitán parpadeó con lentitud. Por primera vez, alzó la mirada. —¿Perdón? —S-sí… despertó balbuceando en inglés. Y además… orinó sangre. Murakado lo fulminó con la mirada, sin pestañear. En un rincón de la sala, Shinji Tanaka se apoyaba con calma contra una pared. Al oír aquello, bajó la cabeza lo justo para disimular una sonrisa. El yakuza de mirada afilada exhaló lentamente, dejó los papeles sobre el escritorio y se frotó el puente de la nariz. —Dime que esto es una jodida broma. —No lo es, señor. Yuya, el encargado del Stardust, también lo presenció. Todo el mundo lo vio. El joven de la camisa abierta chasqueó la lengua y se enderezó, sin perder esa expresión de maliciosa satisfacción. —Parece que Ryohei sigue siendo un sujeto interesante. Murakado giró la cabeza en su dirección, los ojos entrecerrados con una mezcla de fastidio y sospecha. —¿Eso crees? Shinji se encogió de hombros con desdén. Antes de que el capitán pudiera dar una orden, otro hombre irrumpió con apuro. —Murakado-san, hay instrucciones directas del patriarca. —¿Qué tipo de instrucciones? —Debemos concentrarnos en la operación con la Alianza Omi. Nada de distracciones. La mandíbula del veterano se tensó. Sabía que contrariar a Nishikiyama no era una opción. —Muy bien. —dijo entre dientes—. Dejen a ese bastardo en paz... por ahora. El subordinado asintió y se retiró. Shinji apenas inclinó la cabeza, satisfecho con el giro de los acontecimientos. Aunque los ataques habían disminuido, las provocaciones no cesaban del todo. El médico errante lo sabía bien. Ya fuera atendiendo en campamentos o en alguna oficina yakuza, siempre había algún imbécil de la familia Nishikiyama intentando interceptarlo. Al principio eran torpes: empujones, amenazas vagas. Con el tiempo, los incidentes se tornaron ridículos. Uno intentó sujetarlo del cuello y acabó balbuceando en francés con la mirada perdida. Otro, tras intentar romperle la nariz, terminó temblando y repitiendo palabras sin sentido en alemán. El último… ni siquiera alcanzó a hablar: se orinó encima antes de que pudiera tocarlo. —Esto ya roza lo absurdo —comentó Reina una noche, sirviendo tragos tras la barra del Serena. Observaba a su amigo, que bebía en silencio con la expresión de quien ya no se sorprende por nada—. ¿De verdad no sabes qué les estás haciendo? El aludido dejó su vaso con un golpe seco. —¿Y qué esperas que diga? ¿Qué tengo poderes sobrenaturales? Solo los golpeo donde duele. Si sus cuerpos se apagan, no es mi culpa. Ella lo miró con suspicacia, pero no insistió. Y aun así, no eran las emboscadas lo que más le molestaba. Era lo otro. Desde hacía meses, Nishikiyama y Murakado habían adoptado una nueva táctica: presentarse en el Serena durante sus turnos, sin previo aviso. Sin escoltas, sin alborotos. Simplemente entraban, se sentaban y pedían un trago. Era peor que si lo atacaran. El bartender del Serena mantenía la compostura, sirviendo copas con la eficiencia de siempre, pero por dentro, deseaba reventarles la cara con la botella más cara del local. —No esperaba verte aquí, Ryohei —dijo Nishikiyama con su voz suave y venenosa—. ¿Cómo marcha el negocio? El bartender improvisado llenó su vaso y se lo deslizó por la barra con una sonrisa pulida. —Próspero. ¿La familia Nishikiyama puede decir lo mismo? Murakado rió por lo bajo, girando su copa entre los dedos. —Nos mantenemos ocupados. Aunque algunos de nuestros hombres… han tenido ciertos "episodios". El exmédico apoyó los codos en la barra y ladeó la cabeza con sarcasmo. —Sí, escuché algo. Parece que andan desarrollando habilidades lingüísticas inesperadas. Fascinante, ¿no? Nishiki respondió con una sonrisa fría. —Muy interesante. El silencio se estiró como un hilo tenso. Luego, el patriarca en ascenso bebió un sorbo sin apuro, reafirmando su control. Tachibana tenía que tragar su rabia. Por eso, cuando el día era demasiado largo y su paciencia mínima, acababa en el Stardust. Kazuki jamás hacía preguntas cuando lo veía entrar y pedir algo más fuerte de lo habitual. Tampoco cuando se refugiaba en un rincón apartado del VIP, perdido en el fondo de su vaso. Pero siempre se aseguraba de que no estuviera solo. Una noche, mientras Ryohei giraba la copa entre los dedos, recostado contra el sofá, el dueño del club se sentó frente a él con su calma habitual. —Asumo que Nishikiyama volvió a hacer una visita. Ryohei dejó escapar una risa sin humor. —Si lo hace con más frecuencia, voy a tener que empezar a cobrarle membresía. El anfitrión del Stardust sonrió con sutileza y tomó su vaso. —Dímelo y puedo hacer que su estadía en el Serena sea menos placentera. El médico lo observó un momento antes de negar con la cabeza. —Agradezco la oferta, pero no. Si le doy la mínima excusa, lo usará en mi contra. Kazuki asintió, comprendiendo. —Entonces quédate aquí el tiempo que necesites. Ryohei alzó su copa en señal de gratitud antes de dar un trago. Ese club era lo más cercano a un refugio que le quedaba. A mediados de noviembre, recibió una llamada inesperada. Kashiwagi le pidió que se acercara a las oficinas de la familia Kazama, y al llegar, lo encontró con una carpeta sobre el escritorio. —Buenas noticias. —Empujó el documento hacia él—. La junta aprobó la libertad condicional. Ryohei entrecerró los ojos, tomando el expediente sin abrirlo. —¿En serio? —Sí. Si todo sigue su curso, podría salir en diciembre… aunque no sabemos la fecha exacta. El médico soltó un suspiro leve. —Dios… ya era hora. Kashiwagi cruzó los brazos, apoyándose contra el escritorio. —Nada está asegurado todavía, pero si no hay contratiempos, Kiryu estará fuera antes de que acabe el año. Ryohei asintió despacio, una mezcla de alivio y tensión recorriéndole el pecho. Había esperado este momento por demasiado tiempo. El Serena mantenía su calma habitual aquella mañana del cinco de diciembre del 2005. La luz del amanecer se colaba perezosa por las ventanas, bañando el interior en tonos dorados. Apoyado en la barra, con una taza de café entre las manos, Ryohei intentaba espantar el sueño. Apenas había dado unos sorbos cuando Reina apareció, llevando una botella de whisky bajo el brazo y una sonrisa cómplice. —No creas que me olvidé. —La colocó sobre la barra con un golpecito—. Feliz cumpleaños, Ryo-chan. Él sonrió con cansancio y tomó la botella con una leve inclinación de cabeza. —Qué madrugadora. Me sorprende que recuerdes estas cosas. —Por favor. —La mujer rodó los ojos mientras se acomodaba en un taburete—. Como si Yuya no estuviera gritando tu edad por todo Kamurocho. Antes de que pudiera responder, la puerta del bar se abrió y el joven guardia entró junto a su jefe. Ambos irradiaban una actitud tan relajada que claramente escondían algo. —¡Ryo, viejo! —exclamó Yuya con una sonrisa amplia—. ¿Listo para la gran celebración? El cumpleañero entrecerró los ojos y dio otro sorbo a su café. —No estoy seguro de querer saberlo. Kazuki, con su elegancia habitual, dejó un pequeño paquete sobre la barra. —Nada demasiado ostentoso, pero pensé que algo exclusivo te vendría bien. Ryohei arqueó una ceja antes de desenvolverlo. Dentro, encontró una nueva tarjeta VIP del Stardust, esta vez grabada con su nombre. Se quedó contemplándola en silencio, girándola entre los dedos. —Te dije que tu exclusividad tenía beneficios —comentó el dueño del club, apoyando un codo en la barra con expresión relajada. —Bien… ¿y ahora qué están tramando? Yuya intercambió una mirada cómplice con su jefe antes de soltar una carcajada. —Bueno… digamos que el Stardust acaba de contratar a un nuevo host. —Un modelo, prácticamente. —añadió Kazuki con una sonrisa tenue—. Y queremos que seas su primer cliente. Ryohei frunció el ceño, desconfiado. —… ¿Por qué tengo la sensación de que esto viene con trampa? —Oh, no hay trampa. —dijo el guardia, apoyándose con descaro en la barra—. Solo pensamos que alguien con "tus necesidades" apreciaría un servicio más… especializado. Reina no pudo contener una carcajada, y el médico se frotó el puente de la nariz con resignación. —Dios… ¿en serio están organizando mi vida amorosa ahora? Kazuki alzó su vaso, como brindando sin brindar. —Solo estamos ampliando tus opciones. Ryohei suspiró, pero al final, una sonrisa cansada se dibujó en su rostro. —Está bien. Me pasaré esta noche. Pero si resulta un desastre, los haré responsables. Yuya celebró con una palmada en la espalda. —¡Esa es la actitud! Mientras la conversación continuaba, Ryohei tomó la tarjeta VIP y la guardó en su chaqueta, preguntándose en qué demonios se estaba metiendo esta vez. Más tarde, el Serena estaba más tranquilo de lo habitual. La luz del atardecer se filtraba por las cortinas, tiñendo el ambiente con una calidez engañosa, como si intentara suavizar el peso en su pecho. Pero ni esa luz podía convertir ese día en un cumpleaños normal. Sentado al fondo de la barra, un cigarro apenas consumido en el cenicero y el periódico en las manos, el médico releía la misma portada una y otra vez. "Masaru Sera, tercer director del Clan Tojo, fallece a los 49 años." El mundo parecía un poco más oscuro. Tragó saliva con esfuerzo. Un nudo se formó en su garganta, apretándole el pecho con una intensidad inesperada. Sera había sido distinto. Nunca lo trató como un simple criminal. Le mostró respeto cuando otros solo veían a un médico caído en desgracia. Y ahora estaba muerto. Se frotó la sien, sintiendo el peso de los años y del silencio. A diferencia de otros que morían por ambición o errores, Sera había sido víctima del juego de poder del clan. No había forma de que su muerte fuera natural. Lo sabía. Y lo peor: no podía hacer nada. No podía asistir al funeral. No podía estar ahí. Nishikiyama asistiría, junto a toda la cúpula. Presentarse sería provocar una escena, arruinarlo todo. Sus días de vínculos con la yakuza estaban contados, y lo sabía bien. Aun así… tal vez había una alternativa. Sus ojos se desviaron hacia el cigarro apagado en el cenicero. Majima. O incluso Kazama. Si hablaba con alguno de ellos, tal vez podrían conseguirle una forma de estar presente. No porque quisiera rodearse de mafiosos, sino porque Sera merecía ser despedido con respeto. Un suspiro bajo lo devolvió al presente. Reina lo observaba desde el otro lado de la barra. No hizo preguntas. Solo se acercó, dejó un paño sobre la superficie y apoyó un codo con gesto sereno. —Ryo-chan, ¿por qué no te tomas la tarde libre? —sugirió con suavidad—. Es tu cumpleaños, al menos por hoy. Él alzó la vista y le ofreció una sonrisa irónica, agradecida, pero sin entusiasmo. —Gracias, Reina… pero ¿para qué? —murmuró, girando el vaso entre los dedos—. Hace años que mis cumpleaños dejaron de significar algo. Ella no insistió, pero la expresión en su rostro revelaba comprensión y cierta pena. —Tienes la tarjeta que Kazuki te regaló esta mañana y dijiste que pasarías esta noche. Podrías darte un respiro y celebrar como se debe. Ryohei exhaló con lentitud, dejando que la idea le diera vueltas. El Stardust tenía recuerdos, buenos y malos… pero tal vez sería mejor que quedarse ahí, hundido en la melancolía. —Tienes razón —admitió con media sonrisa—. Quizá un trago o dos en ese lugar… y ese chico guapo que me prometieron no suene tan mal. Aunque… En ese momento, su teléfono vibró en el bolsillo. El zumbido interrumpió la conversación. El médico lo sacó al instante. Al ver el remitente, frunció el ceño. Un mensaje de Kashiwagi. "Se cumplió lo prometido. Kiryu está fuera. Aún no tengo detalles." El aire pareció desaparecer por un instante. Kiryu estaba libre. Una oleada lo recorrió de pies a cabeza. El alivio se entremezclaba con una ansiedad punzante, provocándole un vuelco en el estómago. Su mente se llenó de preguntas. “¿Dónde está? ¿Por qué no me avisaron antes? ¿Cómo estará después de todo este tiempo?” Reina notó el cambio en su expresión y entrecerró los ojos, preocupada. —¿Todo bien? Él parpadeó, sacudiendo el aturdimiento. Guardó el celular con fingida calma y se puso de pie. —Voy a salir un momento. Nos vemos luego. Ella no insistió, pero lo observó en silencio mientras cruzaba la puerta del bar. En la quietud que quedó tras su partida, el cigarro apagado en el cenicero fue la única huella de su presencia. El aire helado de diciembre lo golpeó apenas salió del Serena. No se molestó en subirse el cuello del abrigo ni en encender otro cigarro. Su mente se había aferrado a una sola frase: "Kiryu está en Kamurocho." El mensaje de Kashiwagi seguía ardiendo en su bolsillo, pero no necesitaba releerlo. La ansiedad ya lo consumía por dentro. Había esperado diez años por este momento. Diez jodidos años. Y ahora que por fin había llegado, su cuerpo no sabía qué hacer. ¿Cómo se vería después de tanto tiempo? ¿Conservaría esa mirada firme, ese porte que imponía respeto sin decir una palabra? ¿O la prisión habría borrado parte de lo que lo hacía único? Tragó saliva con dificultad. No podía quedarse quieto. Comenzó a caminar sin rumbo, dejando que sus pasos lo guiaran a través del laberinto de luces de la ciudad. Recorrió callejones, plazas y bares donde alguna vez compartieron copas, conversaciones o silencios significativos. Nada. Caminó durante horas. El tiempo se volvió relativo. Los minutos se fundían en imágenes conocidas: Tenkaichi vacía, Nakamichi dormida, Shichifuku tan ruidosa como siempre… y sin embargo, todo le parecía ajeno. Cada rincón sin rastro de él aumentaba el peso en su pecho. Finalmente, se detuvo en un callejón y apoyó una mano contra la pared. Cerró los ojos y respiró hondo. —No seas idiota… Kamurocho es enorme. No va a aparecer solo porque lo desees —murmuró para sí. Cuando volvió a abrirlos, lo vio. Al otro lado de la calle, Shinji Tanaka estaba de pie. Solo. Sin acompañantes. Sin los hombres de la familia Nishikiyama rondando, lo que ya era extraño de por sí. Sus miradas se encontraron. El subordinado de Nishikiyama inclinó ligeramente la cabeza hacia un callejón cercano, sin decir palabra. El médico no dudó en seguirlo. El bullicio de Kamurocho quedó atrás al adentrarse en la penumbra. El silencio del callejón los envolvió con una extraña intimidad. Shinji esperó a que estuviera lo suficientemente cerca antes de hablar. —Feliz cumpleaños, Ryo. El aludido soltó una risa baja, cargada de cansancio. —Vaya… hasta el lugarteniente de la familia Nishikiyama se tomó la molestia de recordarlo. ¿Debería sentirme halagado? Shinji sonrió de lado. —Nah. Solo me pareció divertido que sigas con vida otro año más. El hombre cruzó los brazos, relajando los hombros. —Hablando de cosas divertidas… he oído que mis nuevas técnicas están causando sensación. —Oh, sí. Ya sabes cómo es la gente. Unos dicen que manipulas nervios como un cirujano, otros que eres un brujo. Yo solo creo que sabes exactamente dónde golpear. —¿Un brujo? —resopló con fingida indignación—. Si pudiera lanzar rayos o convertir idiotas en sapos, esto sería mucho más entretenido, Shinji. —Sea lo que sea, funciona. Y es entretenido, si te soy sincero. Ryohei sostuvo su mirada por un instante. Luego, su voz bajó el tono. —Escucha… ¿Sabes algo de Kiryu? El rostro de Shinji perdió el brillo irónico. —Recibí el mismo mensaje que tú, de parte de Kashiwagi-san. Ya está libre, pero no hay más detalles. Metió las manos en los bolsillos y suspiró. —No tengo idea de dónde está. Se supone que Nishikiyama lo sabe todo, pero ya sabes cómo es… si no le conviene, no dice nada. Ryohei apretó la mandíbula. —Si él lo localizó primero, eso no augura nada bueno. —No, no lo augura. Hubo un breve silencio. Luego, el joven sacó su celular y lo extendió hacia él. —Si lo ves antes, avísame. Si lo encuentro yo, te llamo. El médico sacó su propio teléfono y asintió, intercambiando números con él. —Gracias por esto. —No tienes que agradecer nada. —Shinji sonrió apenas—. A pesar de todo, seguimos en el mismo bando. Ryohei sostuvo la mirada un segundo más antes de guardar el teléfono en el bolsillo. La noche en Kamurocho se sentía más cortante que de costumbre. Y por primera vez en años, también más incierta. El camino de regreso a su apartamento se sintió interminable. Tal vez por la distancia. Tal vez por el torbellino en su cabeza. Al subir las escaleras, sus dedos rozaron la tarjeta VIP en su abrigo. Se suponía que debía estar celebrando. Debía sonreír. Pero después de lo de Sera… y ahora esto… su ánimo pendía de un hilo. "Kiryu está en Kamurocho." La frase se repetía como un eco sin tregua. Había soñado con este momento. Imaginado qué diría, cómo lo enfrentaría. Si lo acusaría por desaparecer, si lo abrazaría como si nada hubiera cambiado. Y ahora… dudaba. Después de lo de Sera, ¿tendría cabeza para otra cosa? Si seguía siendo el mismo, el Clan iría primero. Nishikiyama después. ¿Y él? Tal vez ni siquiera figuraba en la lista. Exhaló con fastidio y se pasó una mano por el cabello húmedo de sudor. No podía quedarse atrapado en ese pensamiento. Si llegaba a encontrarlo, debía estar preparado. No hecho un desastre. Al llegar, cerró la puerta tras de sí y se despojó del abrigo con un suspiro. Empezó a desvestirse sin pensar demasiado, dejando la ropa sobre una silla. Su reflejo lo observó desde el espejo con la misma crudeza de siempre. Su cuerpo, marcado por el tiempo y la violencia, mostraba un mapa de cicatrices imposibles de olvidar. Pero algo había cambiado. La mirada se le fue a la espalda. El tigre ya no era el mismo. La tinta, antes incompleta, ahora vibraba con una intensidad distinta. El pelaje, los ojos, la postura: todo parecía más vivo. No era solo una restauración. El tatuador había captado algo que ni él mismo sabía cómo expresar. Una parte de su alma había quedado plasmada en esa imagen. Pasó una mano por el relieve de la tinta, sintiendo la piel más áspera. Sus ojos se desviaron al buró, donde descansaba un viejo reloj de bolsillo. Un vestigio de otro tiempo. Lo tomó con cuidado y lo abrió. Las grietas en el cristal se habían expandido y la imagen en su interior casi había desaparecido. Presionó la corona. El crujido seco del mecanismo sonó como un presagio. El tiempo se le acababa, a él y al recuerdo que ese objeto representaba. Pasó el pulgar por la tapa abollada. El reloj tenía los días contados. Tal vez horas. Lo cerró con suavidad y lo devolvió a su lugar, como si soltarlo fuera lo único que aún podía permitirse. Se tomó unos minutos para ducharse, dejando que el agua caliente aliviara parte de la tensión. Luego eligió ropa sobria, sin exageraciones, pero lo suficientemente pulcra como para sentirse digno. Si esa noche se reencontraba con él, no quería parecer alguien que aún no había logrado seguir adelante. "Si Kiryu aparece, al menos me verá como alguien que aún tiene algo de dignidad." Cuando estuvo listo, tomó el abrigo, guardó el celular y salió del departamento, cerrando la puerta con un suspiro. El aire frío del pasillo le golpeó el rostro, tensando los hombros ya cargados de pensamientos. Aún sentía el peso del reloj en el bolsillo, un recordatorio de que algunas cosas estaban destinadas a romperse, sin importar cuánto se intentara conservarlas. En lugar de bajar por las escaleras, se dirigió hacia el balcón. Apoyó una mano en la baranda, y sin pensarlo demasiado, impulsó su cuerpo hacia el primer piso. Aterrizó con precisión, las piernas amortiguando el impacto con la destreza de quien ha moldeado su cuerpo a base de disciplina y necesidad. Se acomodó el abrigo y continuó caminando, ignorando las miradas fugaces de algunos transeúntes. Kamurocho seguía brillando con arrogante indiferencia. Alzó la mano para detener un taxi, mientras su mente vagaba muy lejos de la acera donde estaba. Una vez dentro, se acomodó en el asiento trasero y cerró los ojos apenas. El murmullo de la radio y el zumbido constante del motor se mezclaban con los ecos de memorias viejas, reflejadas en cada luz que parpadeaba tras la ventana. El Stardust no quedaba lejos, pero el trayecto pareció prolongarse como si la ciudad quisiera hacerle sentir cada segundo. Cuando el taxi frenó, pagó sin prestar atención al monto. Bajó con movimientos contenidos, alzando la mirada hacia la fachada iluminada del club. Santuario o celda, aún no lo sabía. Se ajustó el abrigo y entró sin mirar atrás.
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