Capítulo 9
“Donde Resuenan los Nombres Perdidos”
La lluvia solo quedaba en los charcos y el aroma a humedad que se aferraba a las calles como si la ciudad misma sudara recuerdos. Kiryu caminaba con paso firme, aunque más lento de lo habitual. No por cansancio, sino por lo que dejaba atrás. La billetera de Ryohei aún pesaba en su bolsillo. No por su contenido, sino por el gesto. Por lo que significaba que alguien confiara en él de esa forma, incluso después de tanto tiempo, incluso después de todo. Giró por la calle principal, divisando el cartel brillante del Don Quijote, cuyo jingle absurdo chocaba con la pesadez emocional que llevaba consigo. Entró en silencio, ya con una lista en la cabeza: comida para perro, agua mineral, un cuenco decente. Lo esencial para que algo tan pequeño y frágil como ese cachorro tuviera una oportunidad. Y, tal vez, para darle a la niña un motivo para seguir creyendo. Mientras tanto, en el callejón, el médico permanecía sentado junto al bolso y el perro, que dormía ahora con el lomo levantándose lentamente al ritmo de su respiración. Haruka estaba a su lado, en silencio, mirando al cachorro con una mezcla de ternura y preocupación que no parecía propia de alguien tan joven. Tras un rato, rompió el silencio con una pregunta inesperada: —Tus patadas… fueron raras. Ryohei alzó una ceja, girando hacia ella. —¿Raras? —Sí. Uno hablaba raro, otro le pegó a su amigo. Parecían... graciosas. ¿Eso es parte de la técnica? Él soltó una risa breve, ladeando la cabeza. —No del todo. A veces los nervios hacen cosas raras si los tocas bien... o mal. Ella lo miró con ojos curiosos. —¿Tienen nombre? —¿Las patadas? Haruka asintió con seriedad. —Sí. Como “puño del dragón” o esas cosas. Las tuyas fueron diferentes. Deberías llamarlas… Tōbu Shissoku. El médico parpadeó. —¿Tōbu qué? —Tōbu Shissoku —repitió con una pequeña sonrisa orgullosa—. “Caída repentina desde el aire”. El hombre la observó por un momento. Y luego, por primera vez en toda la noche, rió. Una risa baja, pero real. —¿Así que ahora soy una técnica de anime? —¡Podrías serlo! —dijo ella, y bajó un poco la voz—. Aunque… no entiendo algo. —¿El qué? Sus ojos bajaron hasta las manos de él. —Tus manos… todavía están vendadas. Y aun así peleaste como si no doliera. Miró sus propias palmas. Las vendas estaban desordenadas, manchadas de sangre seca. Las flexionó apenas, sintiendo el ardor punzante aún latente bajo la piel. —No siempre se trata de poder… —respondió con suavidad—. A veces, es simplemente que no puedes permitirte caer. La niña lo observó en silencio unos segundos, y luego murmuró: —Eres fuerte, Tachibana-san… Ryohei giró la cabeza hacia ella, esbozando una sonrisa leve. —Llámame Ryohei. Solo Ryohei. Ella lo miró con un poco de duda, como si pedir permiso para algo tan simple la sobrepasara. —¿Ryohei-san? —Mucho mejor. Por primera vez, sus labios se curvaron en una sonrisa sincera. Volvió a mirar al perrito, que emitía un pequeño quejido en sueños. Él suspiró y se acomodó junto al bolso, dejando que el silencio volviera a caer sobre ellos. El chirrido leve de una bolsa de papel fue lo primero que escucharon antes de ver a Kiryu volver desde la bocacalle. En una mano llevaba una pequeña bolsa del Don Quijote, y en la otra, un cuenco de acero envuelto con una servilleta. —Encontré comida húmeda para perro, agua mineral y un tazón decente. También había una cama, pero era de Hello Kitty. No me animé. —Una lástima. Le habría dado clase al callejón —murmuró Ryohei con una sonrisa. Kiryu dejó todo en el suelo con precisión quirúrgica. El de abrigo azul destapó la lata y sirvió el contenido en el cuenco, mientras su compañero abría el agua y llenaba otro recipiente improvisado. El cachorro, que apenas había movido una oreja, percibió el aroma y se arrastró débilmente hacia la comida. Comenzó a alimentarse, primero con torpeza, luego con más determinación. El sonido de la lengua lamiendo el metal y el agua fue, por una vez, reconfortante. Haruka lo observaba con una mezcla de alegría y alivio, las manos juntas sobre las rodillas. —Lo logramos… —susurró—. Va a vivir, ¿verdad? —Por ahora sí —respondió Ryohei con tono suave—. Y por mucho tiempo, si sigue comiendo así. El Dragón de Dojima observó a Haruka. Estaba arrodillada frente al animal, con una sonrisa tenue en los labios mientras lo veía comer. Era la primera expresión de alivio que mostraba desde que la habían encontrado. Pero en su mirada seguían rondando preguntas sin responder. —Antes… —dijo de pronto, interrumpiendo el silencio—. Dijiste que vivías en un orfanato. Ella asintió con un leve movimiento de cabeza, sin apartar la vista del perro. —¿Estás segura de que tu madre está en esta ciudad? —No del todo —respondió con un dejo de duda—. Pero la carta que me entregaron decía que ella estaba aquí. Kiryu entrecerró los ojos. —¿Carta? —Sí —respondió, ahora con voz más débil—. En ella decía que podía encontrarla en Kamurocho… que solo tenía a mi mamá y a mi tía Yumi. El silencio que cayó después fue distinto. Tenso. Afilado. Ambos intercambiaron una mirada rápida. Yumi. No podía ser coincidencia. No en Kamurocho. No con ese nombre. Pero antes de que alguno pudiera preguntar más, Haruka se tambaleó. Su sonrisa se desvaneció en un instante. Intentó ponerse de pie, pero sus piernas flaquearon y su cuerpo cedió hacia adelante. —¡Oye! —exclamó Ryohei, atrapándola antes de que tocara el suelo. Kiryu se acercó de inmediato, y entre ambos la recostaron con gesto medido. El rostro de la niña estaba pálido. Su respiración, entrecortada. Su frente abrasaba como si su fiebre fuera una advertencia silenciosa. —Tiene fiebre… —dijo el ex yakuza con gravedad, palpando con el dorso de la mano. —Deshidratación, estrés, hambre… —murmuró el médico, tomando su pulso con precisión—. Lo raro es que haya durado tanto. Su cuerpo está al límite. Sin dudar, Kiryu la levantó en brazos. La pequeña no protestó. Su cabeza reposó contra su pecho con la suavidad de quien se rinde al agotamiento. —Vamos al Serena. Ryohei se incorporó, recogiendo su bolso de un solo movimiento. —Yo abro camino —dijo, con una mirada fría y lista. Ambos sabían que Kamurocho no iba a ponérselo fácil. Las calles de Kamurocho no dormían, y esa noche parecía que todo lo que ocultaban salía a la superficie. A cada paso, los neones parpadeaban con desconfianza, y los callejones susurraban historias que era mejor no escuchar. El teléfono de Kiryu vibró en su bolsillo. Lo sacó con una mano y echó un vistazo rápido a la pantalla: Makoto Date. Respondió de inmediato. En voz baja, mientras avanzaban por la acera, resumió lo ocurrido: la llegada al Serena, el estado de Bacchus, los cuerpos… y la aparición de Haruka. La respuesta del detective fue breve, cargada de urgencia. —Vuelvan al Serena. No se desvíen. No hablen con nadie. Yo me encontraré con ustedes ahí. Kiryu asintió, aunque Date no pudiera verlo. Cortó la llamada sin agregar una palabra más. Ryohei notó el gesto. —¿Problemas? —Date-san quiere que sigamos al Serena. No perder tiempo. —Entonces a paso firme —murmuró el de abrigo oscuro, ajustando el bolso al hombro y lanzando una mirada al entorno. No habían avanzado dos cuadras cuando un grupo de matones —quizás buscadores de problemas, o simplemente idiotas con suerte— les cortó el paso. —¿Qué tenemos aquí? ¿Una cita doble? ¿O la recogieron de la basura? El Dragón no respondió. Solo los observó con una mirada que cortaba más que cualquier cuchilla, mientras sostenía a Haruka firmemente contra su pecho. Ella ni siquiera reaccionaba. Estaba profundamente inconsciente. Su compañero tampoco dijo una palabra. Dio un paso al frente, los ojos encendidos, la mandíbula firme. Con un giro veloz y seco, ejecutó una Tōbu Shissoku directa al pecho del hablador. El impacto fue tan limpio que cayó de bruces contra el pavimento, soltando apenas un suspiro seco. —Siguiente —murmuró con voz rasposa, sin necesidad de alzarla. Otro intentó abalanzarse, pero el médico rodó hacia atrás sobre los hombros y usó ambas piernas como catapulta. El atacante salió disparado, estrellándose contra una reja metálica que chilló por el golpe. Un tercero emergió desde un callejón lateral. El portador de la niña frunció el ceño, girando apenas la cabeza. —Ryohei… cambia conmigo. —Listo. El Dragón le entregó a Haruka con sumo cuidado. Ryohei la recibió con ambos brazos, los vendajes de sus manos tiñéndose con el esfuerzo. El ardor se trepaba por sus antebrazos, pero no soltó ni un suspiro. —No la sueltes —ordenó Kiryu, ya listo para moverse. —Ni aunque me partan el alma —respondió el médico, retrocediendo unos pasos mientras la resguardaba tras su cuerpo. El último atacante no tuvo oportunidad. La carga de Kiryu fue directa, implacable. El impacto resonó con sequedad y precisión. El cuerpo se desplomó sin entender siquiera qué lo había golpeado. Cuando el polvo se asentó, los cuerpos yacían como hojas muertas arrastradas por el viento tras una tormenta. Ryohei jadeó, acomodando mejor a la niña dormida en sus brazos. —¿Quieres que la lleve yo el resto del camino? —No. Ya casi llegamos —replicó el Dragón, aún recuperando el aliento. La puerta del Serena se cerró tras ellos con un golpe sordo, apenas amortiguado por la lluvia que retomaba su lugar entre los callejones. Kiryu acomodó a Haruka sobre uno de los sofás del local, cubriéndola con su abrigo. La pequeña seguía inconsciente, su respiración irregular. Reina los esperaba tras la barra, brazos cruzados, una ceja arqueada. —Un detective llamado Date me puso al día hace unos minutos. Dijo que llegarían con una niña... y que no estaría en condiciones. Antes de que alguno pudiera responder, ya se dirigía hacia la bodega. —Así que saqué tu bolso médico, Ryo-chan. Está aquí. —Lo dejó sobre la barra con un golpe firme—. ¿Qué necesitas? El aludido se acercó sin vacilar. Aunque los dedos cubiertos por vendas temblaban ligeramente, su expresión seguía firme. Hizo una breve pausa para inhalar hondo. —Guantes. Reina, en el refrigerador del fondo hay un cooler blanco pequeño. Tráelo, por favor. Hay algo más que me servirá. Mientras ella desaparecía tras la barra, él colocó el bolso sobre la mesa y comenzó a abrirlo con movimientos precisos. Extrajo su estetoscopio, gasas, alcohol y el tensiómetro. Luego, con visible esfuerzo, retiró las vendas ensangrentadas. Las heridas seguían abiertas en parte, pero no sangraban con fuerza. Se dirigió al lavamanos, donde limpió con esmero cada palma, aplicando antiséptico antes de colocarse un par de guantes nuevos. En su rostro reapareció la serenidad profesional de quien, incluso herido, nació para cuidar. Volvió junto a la niña, colocó el estetoscopio en su pecho y escuchó en silencio. Luego tomó su pulso, revisó párpados, presionó puntos clave. —Está estable… pero muy debilitada. Necesita más que descanso. Reina reapareció con el cooler en las manos. Ryohei lo abrió, extrayendo una cápsula inyectable y una jeringa precargada. —¿Qué es eso? —preguntó Kiryu, sin perder detalle. —Cóctel vitamínico. Alta carga. Nada ilegal. —Esbozó una sonrisa leve—. Le dará un empujón al cuerpo para mantenerse en pie. Preparó la inyección, limpió con cuidado el brazo de Haruka y aplicó el contenido con precisión quirúrgica, sin que el ardor bajo los vendajes quebrara su pulso. Al terminar, se sentó a su lado. Exhaló con profundidad, observando cómo la respiración de la niña se volvía más pareja. —No debería tardar en reaccionar. O al menos podrá dormir sin forzar el cuerpo. Con Haruka más estable, la tensión en el ambiente se aligeró, aunque el agotamiento seguía colgando de sus movimientos como una segunda piel. El médico volvió a la barra y retiró los guantes con pulso firme. Con una mueca contenida, sacó un nuevo rollo de vendas limpias y un tubo de ungüento desinfectante. Se sentó, apoyando los antebrazos sobre la madera, y comenzó a quitar los restos de su vendaje anterior. Kiryu se aproximó en silencio y dejó la billetera sobre el mostrador, justo junto al botiquín. —Gracias por esto —dijo, sin mirarlo directamente. Ryohei alzó la vista con leve inclinación de cabeza. —¿Te devolvieron el cambio? El Dragón esbozó una media sonrisa que se desvaneció pronto. Bajó la mirada. —No es por eso… Ryo. El silencio que siguió fue breve, pero denso como plomo. Frunció ligeramente el ceño, como si recién reparara en lo que había dicho. Carraspeó. —Ryohei. El aludido no respondió al instante. Lo observó unos segundos, evaluando si valía la pena remarcarlo. Finalmente, desvió la mirada a sus manos y continuó en silencio… salvo por esa mínima curva en los labios, apenas visible. —Lo importante es que ella esté bien —murmuró, mientras aplicaba el ungüento con una delicadeza que negaba el evidente dolor en sus nudillos. El otro lo contempló unos segundos. No hacía falta decir más. Pasaron algunos minutos en un silencio tranquilo hasta que Reina emergió de nuevo tras la barra, brazos cruzados, expresión entre divertida y crítica. —¿Siempre fuiste así de jodidamente eficiente, incluso medio muerto? El médico clandestino alzó la cabeza, sujetando con los dientes el extremo de la venda que empezaba a enrollar. —No es el primer día de mierda que tengo. —No me digas —replicó con una breve risa, caminando hacia el sofá para observar a la niña—. Está durmiendo como un cachorro después de un baño caliente. Un sonido tenue en la puerta desvió su atención. Frunció el ceño y se acercó con sigilo, entreabriendo con cautela. —Chicos… —susurró la mujer, girando apenas la cabeza—. No hagan ruido. Ambos intercambiaron una mirada confusa antes de acercarse. Detrás de la puerta, acurrucado sobre la alfombra de entrada, estaba el cachorro. Empapado, sucio, pero con los ojos abiertos y una respiración estable. Observaba el interior del Serena sin hacer un solo ruido, como si supiera que debía guardar silencio. Reina le hizo un gesto con el dedo sobre los labios. El perrito ladeó la cabeza… y, sorprendentemente, permaneció inmóvil. Solo movió la cola dos veces, como asintiendo. Ryohei suspiró por lo bajo. —Listo para adoptar, supongo. Ella cerró la puerta con cuidado, sin apartarlo. —Kamurocho… a veces me sorprende quién tiene más modales aquí. El Dragón de Dojima cruzó los brazos y se apoyó contra la pared, la vista fija en la niña. El médico, aún terminando de vendarse la mano izquierda, murmuró: —Aunque no ladre, ya eligió con quién quedarse. Reina sirvió dos vasos de agua y los dejó sobre la barra. La tensión se había disuelto, pero el agotamiento persistía. Kiryu tomó uno de los vasos con un gesto mudo de agradecimiento. Ryohei se acercó también, con las manos ya limpias y vendadas de nuevo, aunque con mayor precisión que antes. —¿Le contaste lo que pasó? —preguntó, lanzando una mirada lateral al Dragón mientras bebía un sorbo. —Lo básico —respondió el Dragón—. El Bacchus, los cuerpos… Haruka. Y que estamos buscando a Yumi. Reina asintió, manteniendo la calma en su tono. —Date me dio un aviso breve. Pero escuchar todo de ustedes… cambia la perspectiva. ¿Creen que esa niña esté realmente conectada con Yumi? —Es pronto para decirlo —murmuró Kiryu, sin apartar la mirada de la pequeña—. Pero la carta que recibió, y lo que dijo... no parecen coincidencia. Ryohei apoyó el vaso vacío sobre la barra y se giró hacia ella. —¿Tienes algo para que coma cuando despierte? Algo caliente, simple. —No es un restaurante, Tachibana, pero sí. —Reina cruzó los brazos—. Tengo sopa instantánea, arroz blanco y algo de té. Con eso puede empezar. —Perfecto —dijo con un tono más suave de lo habitual—. Va a necesitar fuerzas. Como si la conversación la invocara, Haruka se movió levemente sobre el sofá. Primero sus dedos se cerraron un poco, luego sus párpados temblaron, y finalmente soltó un pequeño murmullo que rompió el silencio del local. El Dragón de Dojima fue el primero en acercarse. Se arrodilló junto al sofá, manteniendo su voz grave pero serena. —Haruka… estás a salvo. Despierta con calma. La niña parpadeó con lentitud, desorientada, pero sus ojos se enfocaron en él después de unos segundos. Luego giró la cabeza hacia la barra, donde Ryohei le ofrecía una sonrisa tranquila y un gesto con la mano vendada. —Bienvenida de vuelta —dijo. No respondió de inmediato. Solo los observó, uno a uno, con los ojos aún nublados por el letargo, como si necesitara confirmar que todo aquello era real y no parte de un sueño desordenado. —¿Señor...? —murmuró, con la voz todavía tomada, mientras se incorporaba con dificultad—. ¿Dónde estoy? Kiryu se mantuvo a su lado. —Estás a salvo. Este lugar se llama Serena. Reina se acercó desde la barra con una taza de té en las manos y una sonrisa amable. —Y yo soy Reina —añadió con dulzura—. Un gusto conocerte, Haruka-chan. —Es nuestra amiga —aclaró el ex yakuza, con tono suave—. Puedes confiar en ella. La niña recorrió el lugar con la mirada. Las luces tenues, la madera cálida, la música leve… todo le era desconocido, pero no amenazante. Por primera vez en días, sentía una tregua. Entonces, como si un recuerdo se abriera paso con fuerza, levantó la cabeza. —¿El perrito...? ¿Está bien? El médico, que hasta entonces había guardado silencio desde la barra, cruzó una mirada breve con Reina. Luego alzó una ceja y señaló hacia un rincón menos iluminado del local. —¿Por qué no echas un vistazo tú misma? —sugirió, esbozando una media sonrisa. Haruka giró la cabeza, justo cuando el cachorro —como si la hubiera oído— salió de su escondite tambaleándose sobre sus patas cortas. La niña se agachó de inmediato, envolviéndolo con los brazos con extremo cuidado. —Menos mal… —susurró—. Pensé que no lo volvería a ver. Ryohei cruzó los brazos sobre el respaldo de una silla cercana, contemplando la escena con una mezcla de alivio y agotamiento. —Tiene espíritu. Igual que tú. El ambiente en el Serena conservaba una calma espesa, como si el bar aún intentara digerir los eventos de la noche. Haruka seguía en el sofá con el perrito en brazos, acariciándolo con delicadeza mientras este se acomodaba sin reservas en su regazo. Ryohei observaba desde la barra, manos ya vendadas otra vez. Kiryu permanecía de pie, brazos cruzados, con la mirada baja como si buscara armar un rompecabezas cuyas piezas aún estaban ocultas. El Dragón se acercó, tomando asiento frente a ella. —Haruka —dijo con suavidad—, antes comentaste algo sobre tu tía Yumi. La niña asintió, todavía algo adormilada. —¿Te llevaba cartas al orfanato? —Sí —respondió con un leve destello en la mirada—. La tía Yumi es muy amable. Iba al Girasol cada mes. Llevaba cartas y regalos de mi mamá. El comentario hizo que Ryohei frunciera el ceño. —¿Girasol? ¿Ese no es…? Kiryu se irguió, como si una pieza encajara de golpe en su memoria. —¿Estabas en el orfanato Girasol? —hizo una pausa, cuidando el tono—. Y el nombre de la hermana de tu madre es… Yumi. Haruka los miró confundida. —¿Qué ocurre? El médico dejó la barra y se sentó con calma frente a ella. —Haruka —dijo con una voz más suave de lo habitual—, ¿cómo se llamaba tu mamá? Bajó un poco la cabeza, como si escarbara en lo más profundo de un recuerdo. —Mizuki. Un leve suspiro escapó de Reina, quien hasta ese momento había conservado la serenidad. Su expresión se tensó de inmediato. —¿Eh…? La niña notó el cambio repentino a su alrededor. —¿Ustedes conocen a mi mamá? ¿Saben dónde está? Kiryu negó despacio, con tristeza en el rostro. —No… pero lo cierto es que la estamos buscando. A ella… y a Yumi también. El ceño de la pequeña se frunció, y tras unos segundos, bajó la vista. —No sé dónde está la tía Yumi… lo siento. —Ya veo… —musitó el Dragón, casi en un susurro. Entonces, Haruka alzó la cabeza con una decisión inesperada para alguien de su edad. —Señor… ¿le parece si la buscamos juntos? La propuesta los tomó por sorpresa. Kiryu abrió ligeramente los ojos; Ryohei alzó una ceja. Pero antes de que pudieran responder, ella continuó: —Habíamos ido al lugar donde me encontraron a preguntar por el bar de mi mamá, ¿cierto? Pero ya no tienen pistas. —Sí… —admitió él. La niña cerró los puños sobre las piernas. —Yo sí sé dónde está. El bar Ares. —¿De verdad lo sabes, Haruka-chan? —intervino Reina, acercándose un poco. Asintió con firmeza. —Entonces… ¿puedo ir con ustedes? No podré encontrar a mi madre yo sola. Por favor… déjenme ir. Kiryu no respondió de inmediato. Meditó la petición en silencio, pero al ver los ojos decididos de la niña, supo que no podía negarse. —Creo que no tenemos elección —comentó, mirando a su compañero—. ¿Qué dices tú? El aludido bajó la mirada un instante, meditando. —Toda información, por mínima que sea, puede acercarnos a Mizuki… y a Yumi. Deberíamos llevarla con nosotros. Se levantó con calma y se dirigió hacia la barra. Tomó su mochila de emergencia, aquella que siempre dejaba lista en el Serena por si algo se salía de control —y esa noche lo había hecho. La abrió con movimientos automáticos, revisando el contenido como si sus dedos supieran antes que su mente qué buscar. Botiquín reducido, vendas, algo de efectivo... y un par de guantes negros ajustados. Eran tácticos, médicos, reforzados por dentro, flexibles por fuera. Se los colocó con calma, ajustándolos dedo por dedo con los dientes sobre el vendaje. —Si vamos a seguir encontrándonos con idiotas en cada esquina —comentó con media sonrisa—, al menos que no me hagan gastar más vendas. El Dragón de Dojima se incorporó, revisando que la pequeña estuviera lista. Ella acarició una última vez al cachorro, que seguía junto al sofá. Luego se inclinó y lo dejó con suavidad en el suelo. —Te quedarás aquí por ahora… ¿sí? —susurró, como si el animal pudiera entenderla. El perrito alzó la mirada, moviendo la cola con lentitud. Parecía estar de acuerdo. Desde la barra, Reina los observaba con una sonrisa tenue. Luego, más seria, lanzó una última advertencia. —Cuídense ahí afuera. No es la mejor noche para hacer turismo. —Tranquila, solo vamos al Ares… ¿qué podría salir mal? —murmuró Ryohei, abriendo la puerta. Y así, los tres se perdieron en la noche de Kamurocho, una vez más. Las luces del distrito los envolvieron nuevamente al salir del Serena. Cruzaron callejones mojados que aún olían a humo y lluvia. Haruka caminaba entre ambos, con pasos cortos pero decididos. Ryohei mantenía la vista al frente, aunque su mente trabajaba en silencio. —Haruka —dijo de pronto, sin brusquedad—, ¿puedo preguntarte algo? —¿Qué ocurre, Ryohei-san? —Dijiste que Yumi te llevaba cartas, ¿no? Supongo que eran de tu madre. Asintió tranquila. —¿Y en alguna de esas cartas… te habló de trabajar en otro bar? ¿Aparte del suyo? Haruka inclinó la cabeza, pensativa. Tardó unos segundos en responder. —No recuerdo bien, pero creo que sí… decía que trabajaba en las madrugadas. Pero no mucho más. ¿Por qué? Él negó con suavidad, disimulando. —No, no es nada… sigamos avanzando. Mientras avanzaban por las calles iluminadas de Kamurocho, Haruka caminaba entre ambos hombres, lanzando preguntas sin cesar con la curiosidad inagotable de una niña. —¿Por qué buscan a la tía Yumi? —preguntó, mirando de reojo al hombre de traje gris. El Dragón no se detuvo, ni siquiera cambió el tono de su voz. —La conozco desde hace mucho. Solo… quiero saber si está bien. Ryohei notó que evitaba los detalles. No por desconfianza, sino porque incluso ahora, Kiryu seguía sin tener respuestas claras. Antes de que la niña pudiera insistir, una voz los detuvo desde un costado. —¡Un momento! Un policía uniformado apareció a media vereda, levantando una mano para bloquearles el paso. Su ceño estaba fruncido, y los observaba con evidente recelo. —Hmmm… Aquí hay algo muy raro. El médico ladeó la cabeza con una ceja alzada. —¿Raro? El oficial cruzó los brazos, examinándolos detenidamente. —Dos hombres caminando con una niña… eso es lo raro. —Espera… ¿qué estás insinuando? —replicó Ryohei, sin ocultar su incomodidad. —¿Alguno de ustedes es el padre de la niña? Hubo un segundo de pausa. El Dragón de Dojima se tensó, luego carraspeó. —Eh… sí. Yo soy su padre. El agente asintió, aunque su expresión no se suavizó. —Ajá. Qué bueno saberlo. En ese caso… necesitaré que me acompañen a la estación para verificarlo. Haruka, que había permanecido callada, miró a ambos con los ojos muy abiertos. Luego susurró, solo para ellos: —Si nos descubren, me llevarán de vuelta al orfanato. Ryohei se inclinó hacia Kiryu, murmurando entre dientes: —Tenemos que correr… y rápido. —Ya lo creo —respondió el Dragón, sin despegar la vista del oficial. Este dio un paso al frente. —¿Y ese silencio incómodo? No me hagan pensar mal… Y justo cuando la tensión se volvía insoportable, Haruka dio un paso al frente. —Ya basta —dijo con una seguridad que desentonaba con su edad—. Señor policía. —¿Sí? —Por favor, deje de acosar a mi papá y a mi tío. El hombre parpadeó, sorprendido. —¿Tu papá y tu tío? —Sí. Puede que la cara de mi papá asuste un poco, pero es muy tímido. Y usted claramente lo está poniendo nervioso. Me disculpo por ambos… pero deje de acosarlo, por favor. Los dos adultos se quedaron en silencio. El oficial, por su parte, los miró nuevamente, ahora con una mezcla de desconcierto y resignación. —Ya veo… entonces él es tu papá —dijo, señalando a Kiryu—. Y él tu tío —añadió, mirando a Ryohei. —Ajá. —Entonces son… hermanos. Aunque no se parecen mucho. Por un momento pensé que eran… bueno, olvídenlo. —¿Que éramos qué cosa? —inquirió Ryohei con tono afilado, entrecerrando los ojos. El otro levantó las manos con nerviosismo. —Nada, nada. Lamento la confusión. Tienes una sobrina muy inteligente. Pueden irse. La niña hizo una leve reverencia. —Gracias, señor. Mientras se alejaban del uniformado, Kiryu frunció el ceño. —¿A qué se refería con que éramos algo? —Que pensó que éramos novios —respondió el de abrigo azul, sin girar la cabeza—. Y que Haruka era nuestra hija. O que la estábamos secuestrando para… —No quiero saber para qué —lo interrumpió el Dragón con una mueca. Y continuaron caminando, con la pequeña en medio… orgullosa de haberlos salvado. La caminata fue breve, pero no por eso menos tensa. Las luces nocturnas bañaban las calles con su brillo artificial, mientras el bullicio de Kamurocho parecía silenciarse a medida que se acercaban a su destino. Haruka se adelantó unos pasos, señalando hacia arriba con mezcla de entusiasmo y orgullo. —Acá estamos. La Torre Millennium se alzaba frente a ellos, imponente, como una lanza de concreto y vidrio que rasgaba el cielo. Sus luces relucían contra el cielo nublado, proyectando una sombra inmensa sobre el asfalto. Ryohei la contempló en silencio, los puños cerrándose con lentitud. Su compañero notó el gesto, pero no dijo nada. Ambos sabían demasiado bien lo que esa estructura significaba. Avanzaron sin hablar. Las puertas automáticas se abrieron con un suave silbido. El mármol pulido del vestíbulo brillaba como si nada malo pudiera suceder ahí… como si los fantasmas del pasado no tuvieran permiso para entrar. —Desde arriba… —murmuró Ryohei, rompiendo el silencio— debe verse todo Tokio. —O todo lo que aún está en pie —replicó Kiryu, sin rastro de humor. Mientras cruzaban el amplio hall, Haruka se volvió hacia ellos. —Señor Kiryu… antes, cuando ese policía nos detuvo… ¿cómo se le ocurrió esa idea? El Dragón alzó una ceja. —¿La de decir que era tu papá? Ella asintió con una sonrisa tímida. —Solo pensé que, para alguien que no nos conoce, sería algo bastante normal. Un hombre serio, una niña pequeña... Y Ryohei-san tiene cara de tío. El médico soltó un bufido breve. —Ni a mí se me habría ocurrido eso. Kiryu se cruzó de brazos, lanzándole una mirada lateral con una leve sonrisa. —Tú una vez fingiste ser un turista chino perdido para evadir a la policía, ¿lo recuerdas? —Me sorprende que aún lo tengas presente —dijo sin inmutarse—. Y fueron dos veces. —¿En serio hizo eso, Ryohei-san? —preguntó Haruka, divertida. —Hay cosas que uno hace por necesidad —respondió él con naturalidad—. A veces, la verdad solo estorba. El Dragón negó con la cabeza, medio sonriendo. —Lo que no pensé… —añadió, con una sonrisa tensa— es que ya tengo pinta de papá. —Ah, claro… tener hombres a tu cargo como patriarca, sí. ¿Pero una hija? —replicó Ryohei, con sorna. —No, para nada —respondió sin seguirle el juego. Llegaron al ascensor y entraron. El interior era amplio, iluminado por luces tenues y una música instrumental que contrastaba con la tensión en el ambiente. Kiryu presionó un botón… pero no ocurrió nada. —¿Está roto? —preguntó, frunciendo el ceño. —¿Puedo? —dijo Haruka, adelantándose. Antes de que alguno reaccionara, estiró la mano hacia el panel y marcó una combinación precisa. Un pitido sonó, y los botones cambiaron sutilmente de color. —¿Qué estás…? —comenzó a preguntar Kiryu. —Pueden marcar el piso sesenta ahora —dijo ella con toda naturalidad. Los adultos se miraron en silencio. Estaba claro que la niña sabía mucho más de lo que aparentaba. El ascensor comenzó su ascenso, deslizándose suavemente mientras los números ascendían uno a uno. El zumbido leve del motor acompañaba el reflejo de sus rostros en el acero pulido. —¿Un código de seguridad? —preguntó el de traje gris, sin quitarle los ojos de encima. —Mi mamá me lo escribió en una carta —contestó Haruka—. Está muy orgullosa de su bar. Ryohei ladeó apenas la cabeza, pensativo. Kiryu cruzó los brazos, y ninguno dijo nada más hasta llegar a su destino. Con un suave chime, las puertas se abrieron. El aire cambió al instante. La iluminación era cálida, indirecta, y el suelo alfombrado amortiguaba los pasos. Frente a ellos, un bar de lujo se desplegaba como sacado de una postal: maderas nobles, botellas dispuestas con estética perfecta, sillones de cuero oscuro, y una barra que se extendía sin final visible. Todo el piso estaba dedicado a ese espacio, diseñado para impresionar. Haruka avanzó unos pasos, los ojos abiertos como platos. —¡Guau! —exclamó—. ¡Es tan grande como un castillo! Ryohei silbó con suavidad, escaneando el lugar con la mirada. —¿Un bar completo ocupando todo un piso? Realmente impresionante. —Nunca vi algo así —añadió Kiryu, avanzando—. Ni siquiera durante la época de la burbuja. —¿Burbuja? —preguntó la niña, intrigada. El ex yakuza se detuvo, pensando cómo explicarlo. —Fue una época en que la economía iba muy bien. Todos gastaban sin preocuparse. Había dinero por todas partes… y muchos bares como este. —Tanto que parecía que todos eran millonarios —añadió el médico, con tono nostálgico. —¿Y ustedes también fueron millonarios? —preguntó Haruka, entusiasmada. Kiryu esbozó una sonrisa breve. —Algo así. Ryohei lo era cuando lo conocí. El médico negó con una sonrisa resignada. —El millonario de verdad era mi hermano. Yo ganaba bien como bartender en el Serena por esos años, pero el lujo… era de él, no mío. Haruka giró sobre sus talones, admirando el lugar mientras lo escuchaba. Todo a su alrededor parecía demasiado grande para alguien de su tamaño, y sin embargo, no desentonaba. Como si, de algún modo, ella también perteneciera a ese escenario. Kiryu se acercó a la barra y apoyó la palma sobre la superficie. El mármol estaba helado al tacto. Casi demasiado perfecto. —No hay rastros recientes —murmuró, más para sí que para los demás. Ryohei asintió desde el otro extremo del salón. —Si Mizuki venía con frecuencia… alguien debió haberla visto. —O dejó de venir hace tiempo —añadió el de traje gris. El ambiente, aunque elegante, cargaba un peso invisible. Como si las paredes aún susurraran historias de tiempos mejores. Recorrieron el bar en silencio hasta que, al fondo, una fotografía enmarcada llamó su atención. Colgada con buen gusto, mostraba a una mujer joven con una blusa negra sin mangas, pliegues delicados y una sonrisa serena. Ryohei se detuvo en seco. La imagen lo atrapó por completo. —Realmente es idéntica a ella… —susurró, apenas audible—. Si la hubiera visto en persona, habría jurado que era Yumi. Su gemela, incluso… Sus ojos descendieron hasta la blusa. El diseño, el corte, incluso el detalle del escote. Lo conocía demasiado bien. Era la misma que había elegido con cuidado años atrás, un regalo para Yumi en uno de sus cumpleaños, cuando todavía se hablaban con torpeza, pero con cercanía. Tal vez fue un modelo popular. Pero que Mizuki llevara exactamente esa… era algo más que coincidencia. El silencio se hizo espeso. Como si incluso el aire contuviera la respiración. Kiryu fue quien lo rompió, con tono grave y mesurado: —Haruka… ¿por qué te dejaron en el orfanato? La niña avanzó un paso, sin despegar la vista de la fotografía. —No tengo idea —admitió. —Tu madre sabía que estabas en Girasol, ¿verdad? El médico se acercó despacio, sin interrumpir, pero alerta. Ella asintió, luego negó, como si la duda también pesara en sus recuerdos. —Solo sé que… me dijo que no podía venir a buscarme. Yo le escribía, le preguntaba por qué, pero… nunca me contestó sobre eso. —¿Yumi tampoco te explicó nada? —preguntó Ryohei con voz serena, casi fraternal. Haruka negó con un leve movimiento de cabeza. —No… —hizo una pausa—. Pero la última vez que la vi… me dio esto. Llevó los dedos a su cuello y extrajo un colgante de plata, pequeño, gastado por el tiempo. —Tía Yumi me dijo que era de mamá… —susurró—. Lo conservo porque… pensé que nunca la conocería. El ascensor emitió un ding seco. Las puertas se deslizaron. De su interior emergieron varios hombres de negro, pasos precisos y miradas afiladas. La tensión se volvió instantánea. Haruka se refugió instintivamente detrás de los dos adultos, aferrándose al abrigo de Ryohei. Uno de los recién llegados dio un paso al frente. —¿Tú eres Kiryu-san? —preguntó con una sonrisa educada que no alcanzaba sus ojos—. Antiguo miembro de la familia Dojima. Un placer conocerte. El Dragón no respondió. Su mirada permanecía firme, penetrante. —Soy del cuartel general de la Quinta Alianza Omi. Me llamo Hayashi —continuó, con una leve inclinación. Ryohei dio un paso adelante, la mandíbula tensa. —¿Alianza Omi? El otro amplió su sonrisa. —Y tú debes ser Ryohei Tachibana. El médico clandestino. Se habla mucho de ti. Kiryu entrecerró los ojos. —Si la Omi está metida… entonces te envió Nishikiyama, ¿no? Vienes por nosotros. —No exactamente —respondió Hayashi, justo cuando el teléfono de Kiryu vibró en su bolsillo. El tono interrumpió la escena. Sacó el móvil, revisó la pantalla y frunció el ceño. —Contéstalo, no te preocupes. Esperamos —dijo el emisario, como si estuviera en una reunión formal. Kiryu atendió. Al otro lado, la voz de Date sonaba con urgencia. —Kiryu. Descubrí quién tomó los diez mil millones. Los ojos del ex yakuza se agudizaron. —¿Quién? —Yumi. La mujer que estás buscando… ella es la responsable. Un segundo de silencio. —¿Qué? —Había un anillo en la escena del crimen. Uno muy particular. —¿Un anillo? —Sí —confirmó Date—. El mismo que le diste hace diez años. El Clan Tojo también la está buscando. A ella… y a su cómplice. Kiryu apretó el puño. —¿Cómplice? —Hablamos mañana en el Serena. No por teléfono. ¿De acuerdo? —Sí. Colgó. Su mirada se volvió más oscura. Guardó el móvil y se giró lentamente hacia Hayashi. —Ya entiendo… también vienen por Yumi. Y por Mizuki. El otro hombre alzó una ceja, divertido. —¿Nosotros? No exactamente. Solo buscamos a la niña que está junto al doctor. Haruka se encogió al oírlo, aferrándose con más fuerza al abrigo. Ryohei no necesitó más: su cuerpo se tensó como un resorte. —¿Por qué a ella? —intervino Kiryu, firme. —¿Qué dijiste? —susurró Ryohei, con voz ya templada por la rabia. Hayashi alzó los hombros. —Eso no puedo decírselo. Después de todo, soy Omi… no un bibliotecario. Kiryu-san, te pedimos amablemente que nos la entregues. El Dragón de Dojima dio un paso. Su aura cambió por completo: densa, inminente. —¿Y crees que lo permitiría? La sonrisa de Hayashi desapareció. —Entonces permíteme advertirte algo. Matar a dos sujetos como ustedes en un lugar como este… sería una verdadera pena. —¡Ey! —interrumpió Ryohei con su tono más irónico, aunque sus ojos ya eran acero—. No te adelantes tanto. No nos han matado todavía. —¿Te burlas de mí? —Solo digo que para eso… primero tendrías que vencernos —replicó Kiryu, sin pestañear. El silencio se volvió absoluto. Solo el zumbido de las lámparas rompía la quietud. Hayashi chasqueó los dedos. —No esperábamos menos del legendario Kiryu-san… y del infame Tachibana-san. —Su sonrisa se torció—. No nos dejan otra opción. Se giró hacia los suyos. —¡Mátenlos a ambos! —Haruka —dijo Ryohei, agachándose a su lado con voz tranquila pero firme—. Quédate aquí. Cuida mi bolso. No te preocupes… todo va a estar bien. La niña asintió, aunque sus dedos temblaban al tomar el maletín. Sus ojos buscaban seguridad en los de él. Ryohei se puso de pie. Los guantes negros se ajustaban con fuerza sobre sus manos vendadas. El ardor seguía allí, profundo, pero tolerable. No era el tipo de dolor que lo detenía. El Dragón ya estaba listo, erguido frente a él, mirada encendida. Intercambiaron una sola mirada. No hizo falta hablar. Los enemigos se lanzaron. Kiryu fue el primero en moverse. Esquivó el ataque inicial con un giro ágil y respondió con una ráfaga de jabs directos al rostro y torso. Su velocidad fue tal que el segundo agresor ni siquiera vio venir el gancho que lo dejó fuera de combate. Ryohei enfrentó a dos a la vez. Uno cargó contra él, pero el médico giró con agilidad, se impulsó en una columna y soltó una patada directa al rostro. Cayó de pie, aunque el uso de las manos como apoyo le arrancó un tirón agudo. No lo mostró. El segundo atacante blandía una botella rota. Ryohei se agachó a tiempo, giró bajo su guardia y lanzó una patada limpia bajo la axila. El impacto fue tan preciso que el hombre se desplomó convulsionando. —Tócate ese nervio y dime cómo te sientes… —murmuró con sorna. Mientras tanto, el Dragón de Dojima aumentaba su fluidez. Con una barrida giratoria, tumbó a tres de un golpe, y usando su propio impulso atrapó a otro por el cuello con las piernas, lanzándolo contra la barra. Ryohei corrió hacia un lateral, se apoyó en un sillón y se alzó en el aire. Desde esa altura, giró su cuerpo y descendió con una patada directa al hombro de su oponente. El crujido fue seco, rotundo. Al caer, apoyó una mano. El dolor volvió con fuerza, pero lo enterró con su aliento. —No me vas a ganar con un brazo dislocado… pero duele, ¿eh? El Dragón tomó una mesa baja y la alzó con una sola mano. La estrelló contra un adversario que intentaba flanquearlo y, sin perder el ritmo, usó los restos de madera astillada para abrirse paso entre otros dos que se abalanzaban armados con cuchillos. A uno lo sujetó por la cintura y lo lanzó de espaldas contra una columna de cristal. Tachibana giró con precisión y dejó caer la pierna como un martillo sobre la clavícula de su contrincante. El chasquido óseo fue respuesta suficiente. —No me gusta repetir técnicas… pero esa lo valía. Ajustando su enfoque, Kiryu adoptó una postura más contenida, los pies firmemente anclados, cada movimiento medido. Esquivó un puñetazo con apenas margen y respondió con un golpe seco al plexo solar. Luego bloqueó una patada ascendente y conectó una ráfaga breve, tres impactos exactos que hicieron caer al penúltimo rival. Mientras los cuerpos quedaban esparcidos entre muebles rotos y moquetas arrugadas, Hayashi se quitó lentamente la chaqueta. La arrojó a un lado y se crujió los nudillos con deliberación. Su físico era imponente, curtido por años de combate. Más que un yakuza, parecía un luchador de circuito clandestino. —¿Listos para la verdadera ronda? Fue el Dragón de Dojima quien avanzó primero. Hayashi lo sorprendió con un rodillazo directo al abdomen. El impacto lo obligó a retroceder varios pasos, apenas logrando cubrirse. Antes de que pudiera recomponerse, recibió un gancho que bloqueó a duras penas. El golpe se sintió hasta el hombro. El medico clandestino intentó intervenir, pero el enemigo giró y le soltó una patada frontal tan potente que lo arrojó contra una mesa. Cayó mal. Al amortiguar con las manos, una descarga brutal le recorrió los brazos. —Mierda… —gruñó, forzándose a incorporarse—. Este sí sabe lo que hace. —No me digas… —murmuró Kiryu, volviendo a la carga con esfuerzo. Cambiando de enfoque, Kiryu se deslizó al estilo Brawler, girando con agilidad. Pero Hayashi era más rápido de lo que parecía. Bloqueó el ataque con el antebrazo y contraatacó con un uppercut seco que le hizo crujir la mandíbula. El labio del ex-yakuza sangraba, pero no cayó. Tachibana se movía con más lentitud. Las manos le ardían bajo los guantes, cada apoyo una detonación sorda de dolor. Pero no se detenía. Aprovechó un descuido en el giro del enemigo y lanzó una patada giratoria que impactó en la zona lumbar de Hayashi. El mafioso gruñó, pero no cayó. Se giró con furia y atrapó el tobillo de Ryohei. Con un giro brusco, lo estrelló contra el suelo como a un muñeco sin peso. Kiryu aprovechó. Corrió, cambió al estilo Beast, y levantó parte de la barra caída para estrellarla contra el enemigo. El golpe lo hizo tambalear… pero seguía en pie. —Duro hijo de puta… —jadeó el Dragón, escupiendo sangre. Hayashi sonrió, con la boca teñida de rojo… y volvió a cargar. Kiryu, ya exhausto, lanzó un derechazo que apenas alcanzó la mandíbula del rival. Lo suficiente para que este tambaleara por una fracción de segundo. —¡Ahora! —gritó. Ryohei, con el rostro ensangrentado y los guantes teñidos, se impulsó con su pierna buena, giró en el aire y rugió: —¡Tōbu Shissoku! La patada descendió como un martillo. Impactó directo en el pecho de Hayashi, justo sobre el punto donde Kiryu había golpeado segundos antes. El cuerpo del mafioso salió volando, atravesó una mesa entera y quedó inmóvil sobre los restos. Esta vez, no se levantó. Ambos hombres respiraban con dificultad. El Dragón de Dojima se limpió la boca con el dorso de la mano. Tachibana sacudía los guantes, mientras sus manos latían bajo el vendaje. —Me cae mal ese tipo —dijo entre respiros. —A mí también. Detrás del sofá, Haruka seguía abrazando el bolso como si fuera una armadura. Lo había visto todo. Y por primera vez, los comprendía de verdad. La sala quedó en silencio, quebrada apenas por el crujido de muebles destrozados y el eco de los últimos jadeos. Los cuerpos yacían dispersos como piezas rotas de un tablero ya vencido. Ryohei se limpió la frente con el antebrazo, dejando una estela de sangre seca en su piel. Las manos temblaban bajo el cuero, pero aún conservaba la compostura. El Dragón seguía con la vista fija en el cuerpo de Hayashi, como si esperara un último movimiento. Haruka se acercó lentamente, con los ojos brillantes y el bolso aún apretado contra el pecho. —¿Por qué me buscan…? ¿Qué hice? Kiryu bajó la mirada hacia ella. Su expresión, endurecida por la impotencia, se suavizó apenas. —No lo sé… —admitió, con la voz baja y ronca. El médico recorrió con la vista la escena: sangre, vidrios rotos, cuerpos dispersos. Exhaló con fuerza. —No es seguro quedarnos aquí. Tenemos dos opciones: regresar al Serena… o escondernos en mi apartamento por esta noche. Kiryu asintió, aún sin recuperar del todo el aliento. —Date dijo que mañana hablará con nosotros allá. Parece que sabe más de lo que ha soltado. —Entonces es perfecto —respondió Ryohei, ya sacando su teléfono móvil—. Llamaré a Reina. Le diré que se quedarán conmigo esta noche. Que cuide al cachorro. Haruka no se movía. Aún aferrada al bolso como si fuera su única protección. Ryohei le pasó una mano por el hombro con suavidad. No dijo nada, pero su gesto bastó para calmarla un poco mientras hablaba con Reina. La llamada fue breve. Él explicó lo esencial, sin entrar en detalles innecesarios. Reina entendió al instante y aceptó sin discutir. —Todo listo —informó al colgar—. Ella se quedará con el cachorro. Nosotros tomaremos un taxi. Salieron sin mirar atrás. Kamurocho los recibió con sus luces de siempre, su ruido perpetuo… pero algo era distinto. En ellos había un peso que no se quitaba con una ducha ni con horas de sueño. Un taxi los recogió en la esquina. Haruka se acomodó entre ambos, en silencio. El Dragón y su camarada cruzaron una última mirada antes de que el vehículo se internara en la noche, tragando la calle como una herida abierta. Esa noche no traería respuestas, pero al menos tendrían un techo… y con él, la esperanza de volver a empezar.