Capítulo 4
“El Rugido de lo Inevitable”
Los vítores estallaron como una ola contra las paredes doradas del Cabaret Grand. El tintineo de copas, el perfume del licor y el humo de los cigarros tejían una sinfonía decadente bajo las luces tenues. Aquellos reflejos cálidos se deslizaban sobre las mesas de madera pulida, mientras la banda retomaba una melodía animada que devolvía al lugar su habitual atmósfera de lujo vibrante. El conflicto anterior parecía solo una nota dramática dentro de un espectáculo bien ensayado. Majima se irguió sobre el escenario improvisado con su habitual elegancia desbordante, la camisa aún manchada de licor, pero su porte intacto. Alzó una mano y su voz retumbó con natural autoridad. —¡Muchísimas gracias a todos! Estoy profundamente conmovido por la generosidad de esta noche, de todo corazón —anunció con una sonrisa ladina, mientras el aplauso continuaba—. Y si son tan amables… ¡un fuerte aplauso para el coraje de este noble caballero! Extendió el brazo con un gesto casi teatral hacia el hombre derrotado, que apenas lograba mantener la cabeza en alto. El público lo ovacionó entre risas, y con una leve reverencia final, Majima cerró la escena con su carisma intacto. —Ahora sí, sigan disfrutando de la velada. El espectáculo había vuelto a su cauce. Los tres amigos regresaron a sus asientos en medio del bullicio renovado. El cabaret vibraba con energía contagiosa, como si nada hubiera pasado. Pero ellos sabían que algo había cambiado. Kyomi, aún con el corazón acelerado pero la sonrisa intacta, alzó la mano para llamar a un mesero. —Tráiganos el licor más caro que tengan, por favor —ordenó con una chispa de triunfo en los ojos—. Esta noche merece ser recordada. —¡¿Así tan rápido aprovechas la situación?! —rió Kenji, dejándose caer en el asiento—. Aunque… si es gratis, tráeme algo que solo miraría en una vitrina blindada. —Tonto —replicó la chica, burlona—. ¿Cuántas veces en la vida un idiota millonario paga la cuenta y el jefe se luce como protagonista de cine? —Touché… —admitió el joven bromista con una risa nasal, entrecerrando los ojos como si procesara el momento—. Supongo que nunca sabes cuándo te topas con una noche legendaria. Ryohei, sin unirse del todo a las bromas, mantenía la mirada fija en Majima. Lo seguía con la vista mientras volvía a caminar entre mesas, charlando con naturalidad, ajeno al impacto causado. —Insisto ¿Cómo lo hace…? —susurró, más para sí que para sus amigos. Kenji alzó una ceja al ver su expresión ausente y le dio un empujón suave en el hombro. —¿Ryo? ¿Todo bien? ¿Sigues impactado por el “baile del picahielo”? El joven parpadeó, volviendo en sí. Asintió, y su voz salió con un dejo de admiración. —Sí… es solo que… Majima-san manejó todo como si lo hubiera ensayado. Sin perder la calma. Ni un gesto de más. Hasta cuando lo empaparon, ni parpadeó. —Y lo hizo todo con música de fondo —añadió su mejor amigo, como si narrara un anime—. Te juro que por un momento pensé que iba a cantar algo de karaoke. Su amiga de antaño sonrió con suavidad. —Eso fue más que talento. Fue arte escénico. Sabe cómo imponer sin ensuciarse. Una coreografía emocional perfecta… frente a un cabaret entero. El menor de los Tachibana bajó la mirada hacia su copa vacía. —Quiero llegar a ser así —murmuró—. No solo fuerte… sino alguien que domina el caos con claridad. Sus amigos solo intercambiaron una mirada, sorprendidos por la honestidad en su tono. No dijeron nada, pero el respeto en sus expresiones era evidente. En ese momento, el mesero volvió con una botella de cristal tallado. Su contenido ámbar brillaba con promesas de decadencia y sofisticación. —Aquí tienen, señorita. Nuestro licor más exclusivo —anunció con una reverencia. Kyomi giró el tapón con una elegancia casi ensayada y sirvió las copas con pulso firme. —Brindemos —propuso, alzando la suya—. Por las noches que nos cambian. Por las lecciones inesperadas. Y por Majima-san, el hombre que convirtió un desastre en un espectáculo. Kenji levantó la suya de inmediato. —¡Salud! Por el mejor show gratis que he visto en mi vida. Ryohei sostuvo la copa por un segundo más, dudando. Recordó cómo esa noche había empezado con bromas y risas, y cómo ahora todo tenía un peso distinto. Entonces, alzó la copa, lento. —Por el control… y por lo que aún nos falta aprender. Las copas chocaron suavemente. En medio del humo, las luces tenues y la música que seguía flotando como un hechizo, los tres amigos bebieron en silencio. Y mientras el Cabaret Grand volvía a su danza habitual, una certeza crecía silenciosa en su pecho: esa noche había cambiado algo en él. El cristal tintineó, los tres bebieron, dejando que el sabor complejo del licor más exclusivo del Grand se deslizara como fuego suave por sus gargantas. El de traje azul apenas probó el licor. Se quedó con la copa entre los dedos, los ojos clavados en Majima, que seguía desplazándose entre las mesas con su usual dominio. —Ahí viene… —susurró Kyomi, inclinándose apenas hacia sus amigos—. Majima-san. Ambos giraron al unísono, justo cuando la figura inconfundible del “Señor de la Noche” se acercaba con paso seguro. Su silueta aún empapada por el licor, lejos de restarle dignidad, lo hacía parecer un actor saliendo del clímax de una obra impecable. Sonreía, pero sus ojos no dejaban de observar. —Kyomi-chan —dijo, con su tono inconfundible, mezcla de amabilidad y amenaza sutil—. ¿Disfrutando del show? —Muchísimo. El cabaret nunca ha brillado tanto —respondió ella con una sonrisa que mezclaba respeto y afecto. El hombre del parche en el ojo asintió, su mirada ya saltando hacia los otros dos rostros. —Y ustedes, caballeros. ¿Lo están pasando bien? —Sí, señor. Muchas gracias —respondió Ryohei con una reverencia breve, imitada por Kenji. La hostess aprovechó la pausa para intervenir, en tono ágil. —Permítame presentarlos. Ellos son amigos de mis años de secundaria. Él es Kenji Shirakawa, y él —dijo con una leve sonrisa— es Ryo Tachibana. —¿Tachibana? —repitió Majima, arqueando una ceja. Su voz bajó una octava, su tono volviéndose más contemplativo. El aludido se aclaró la garganta, algo incómodo. —En realidad, mi nombre completo es Ryohei Tachibana. Ryo es solo un apodo. —Hmm… —el dueño del Grand cruzó los brazos, pensativo—. Tachibana, Tachibana… ese apellido suena a historia. ¿Debería preocuparme? El joven abrió la boca, sin embargo, su amiga lo interrumpió con una sonrisa diplomática. —Ellos van a estudiar medicina, Majima-san. Así que nada de problemas. Solo buenas intenciones… y sueños grandes. Majima rió entre dientes. Luego, sus ojos volvieron a fijarse en Ryohei. —¿Medicina, eh? Interesante —musitó—. Pero te diré algo muchacho, Ryo suena mejor. Es corto, tiene fuerza. Aunque… —añadió con una media sonrisa—, si me das permiso, yo te voy a llamar Ryo-chan. El joven parpadeó, sorprendido por la familiaridad del apodo. —¿…chan? —Claro —respondió el hombre, con ese brillo en la mirada que nunca deja saber si está bromeando o leyendo tu alma—. Suena más cercano. Más adecuado para alguien que esconde algo interesante. Ryohei parpadeó, sorprendido por la familiaridad del apodo. Por un instante, no supo si debía reír o incomodarse… pero algo en el tono de Majima lo desarmaba. —No me molesta, señor —respondió rápidamente, sin saber bien si sonreír o tensarse. Kenji se inclinó hacia él, sin perder la oportunidad. —Ryo-chan, ¿eh? Eso sí que es un upgrade —murmuró, conteniendo una carcajada. Kyomi lo calló con un codazo certero. —¡Kenji! El del parche en el ojo no reaccionó a la interrupción. Seguía observando al menor de los Tachibana. Entonces, su voz cambió. Más seria. —Tú… tú no eres como los demás, ¿verdad? El aludido frunció el ceño, confundido. —¿A qué se refiere? Majima inclinó la cabeza, como si escudriñara algo detrás de sus ojos. —Tienes mirada de bestia dormida —dijo sin rodeos, bajando un poco más la voz—. Como si algo fuerte estuviera ahí dentro, listo para despertar. El comentario cayó como una piedra en el centro de la mesa. Ryohei sintió el estómago tensarse, como si Majima hubiese rozado una herida invisible. —No estoy seguro de entender… —No tienes que entender ahora —interrumpió Majima suavemente, su tono casi paternal—. Pero cuando lo entiendas… ese momento lo va a cambiar todo. Y luego, con absoluta calma, el hombre se giró. —Si necesitan algo más, pidan lo que quieran. Esta noche es suya. Se alejó con el mismo ritmo despreocupado con el que había llegado. La muchacha bajó la mirada, pensativa. Mientras Kenji se quedó mirando a su mejor amigo, ahora completamente serio. —¿Estás bien? —preguntó. Él no respondió de inmediato. Miraba su reflejo en la copa aún a medio llenar. —No lo sé —murmuró finalmente—. Pero algo me dice que ese hombre vio en mí algo que ni yo mismo entiendo. Permaneció inmóvil, con la mirada fija en la nada. Las palabras de Majima resonaban en su mente como un eco persistente: ¿Un animal salvaje dormido? Había algo en aquella metáfora que le removía las entrañas, como si Majima hubiera alcanzado una parte de él que aún no había aprendido a nombrar. —¿Soy realmente eso? —pensó, mientras un escalofrío recorría su espalda—. ¿Qué hay dentro de mí que aún no se ha despertado? Por primera vez en mucho tiempo, sintió un impulso extraño, una energía latente que se agitaba lentamente, como si algo dentro de él comenzara a moverse. Algo antiguo. Algo real. Un instinto reprimido, una fuerza que no sabía si debía temer o abrazar. El sonido agudo del beeper en su bolsillo lo sacó bruscamente de ese trance. Con un leve sobresalto, lo sacó y miró la pantalla. El mensaje era corto, pero claro. Sus amigos solo lo observaron, notando el cambio en su expresión. —¿Todo bien? —preguntó Kenji, inclinándose un poco. —No estoy seguro—respondió el aludido, sin despegar los ojos del aparato. La inquietud se reflejaba en su rostro, ahora mezclados con la urgencia por el mensaje. Finalmente, se puso de pie. —Tengo que irme. —¿Qué pasó? ¿Tu hermano descubrió que saliste sin permiso? —bromeó su mejor amigo, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa. —Muy gracioso —respondió el otro, aunque su rostro se endureció—. Pero parece que es algo serio. Le mostró el aparato. En la pantalla, el número 0911 parpadeaba. —Es una señal de emergencia. Algo está pasando en el apartamento. Kenji frunció el ceño, sorprendido, pero asintió de inmediato. —¿Quieres que te acompañe? Puedo ir contigo, si no te molesta. —No es necesario. ¿Puedes regresar a Kamurocho por tu cuenta? —Claro. Cuenta conmigo —respondió con seriedad, dejando atrás cualquier intento de broma. Su mirada decía más que sus palabras. La chica intervino, preocupada: —Si no se puede ni parar por la borrachera, puede quedarse conmigo en mi apartamento. Vivo cerca —dijo, mirando a Kenji con una media sonrisa, antes de volverse hacia Ryohei—. Solo ten cuidado, ¿sí? Mejor toma un taxi. El joven asintió. Le dedicó a ambos una mirada breve, agradecida, y tras un gesto rápido con la cabeza, se giró hacia la salida. El cabaret seguía envuelto en música y risas, pero para él, la noche se había congelado. Mientras caminaba hacia la puerta, sus pensamientos eran un torbellino: las palabras de Majima, el instinto que se había despertado, los secretos familiares… y ahora, esta llamada de emergencia. Todo se entrelazaba como un nudo que apretaba su pecho, cada vez más fuerte. —¿Ryo estará bien? —preguntó la hostess, sin apartar la mirada de la puerta por donde acababa de salir. —Claro que sí —respondió su amigo, aunque su voz sonó menos segura de lo que pretendía. Se acomodó en su asiento, cruzando los brazos—. Es más fuerte de lo que aparenta. Pero sí… no puedo evitar preocuparme. Las luces de neón de Sotenbori teñían las veredas de colores irreales mientras el menor de los Tachibana avanzaba con paso urgente. Sentía el pecho apretado, como si cada respiración se volviera un esfuerzo. ¿Qué habrá pasado? El mensaje en el beeper pesaba más que el aire frío que lo rodeaba. Al cruzar uno de los puentes sobre el río, el murmullo del agua mezclado con el eco lejano de la vida nocturna intensificaba su ansiedad. Fue entonces cuando vio una cabina telefónica al otro lado de la calle, solitaria y bañada por una luz amarillenta que parpadeaba como una advertencia. No lo dudó. Corrió hacia ella, abrió la puerta y se encerró, sintiendo el cambio brusco entre el calor de su cuerpo y el vidrio empañado por la humedad nocturna. Sus dedos, temblorosos pero precisos, buscaron una moneda y marcaron el número de casa. Cada tono de llamada era un golpe seco que le martillaba el oído. Hasta que una voz respondió. —Residencia Tachibana, buenas noches —dijo una mujer con tono formal, aunque cargado de tensión. —¿Ji-Yeon? Soy yo —respondió Ryohei al instante—. ¿Qué ocurre? El silencio que siguió fue breve pero denso. Luego, la voz de Ji-Yeon volvió, temblorosa. —Ryohei… menos mal que llamaste. Esto es un desastre. Se irguió, cada fibra de su cuerpo alerta. —¿Qué está pasando? —Un hombre irrumpió en el apartamento. Oda-san lo interceptó. Están peleando… en el salón principal. El joven apretó el auricular con fuerza. —¿Un ladrón? —No lo sé —susurró ella—. Solo oí gritos, golpes… Me encerré en la cocina cuando lo vi entrar. No me atrevo a salir. —¿Y mi hermano? ¿Dónde está Tetsu? —No ha vuelto… —respondió Ji-Yeon, apenas conteniendo el pánico—. Por favor, ven rápido. No sé cuánto más podrá resistir Oda-san. Ryohei cerró los ojos por un segundo. Su mente giraba como un motor a punto de reventar. —Escúchame bien —dijo con firmeza—. Quédate donde estás. Cierra la puerta con llave. No la abras por nada ni para nadie. —Entendido… pero por favor, date prisa —rogó ella antes de colgar. —Espero que el tren se demore poco en esta ocasión. Bajó lentamente el auricular. El zumbido de la línea vacía le pareció ensordecedor. Salió de la cabina a toda prisa. Las calles seguían vivas, pero para él todo era un borrón de luces y sombras. Cada paso que daba parecía arrastrar consigo una sensación de urgencia que le quemaba el pecho. Sus pensamientos se atropellaban: Oda enfrentándose solo, Ji-Yeon encerrada, Tetsu desaparecido... Corrió directo a la estación de Shin-Osaka, casi empujando a quienes se interponían. Compró el primer boleto disponible para el Hikari sin siquiera mirar el reloj. El tren tardaría más de tres horas, pero a él le pareció una eternidad. Sentado junto a la ventana, con las luces de las ciudades fugaces cruzando el cristal, apretaba los puños sobre las rodillas. Cada minuto era un castigo. Al llegar a la estación de Tokio, apenas tocó el andén, salió corriendo nuevamente. Las piernas le dolían, pero no se detuvo. Afuera, un taxi apareció a lo lejos. Levantó la mano con fuerza. —¡A Kamurocho! —dijo al subir, cerrando la puerta de un golpe. Hizo una pausa—. Por favor, lo más rápido que pueda. El conductor, un hombre de rostro cansado y sombrero calado hasta las cejas, giró apenas la cabeza. —Haré lo posible, joven. Pero el tráfico no perdona. —No es el tráfico lo que me preocupa —murmuró Ryohei, más para sí mismo. El vehículo arrancó. La ciudad comenzaba a desaparecer detrás del vidrio, pero él apenas lo notaba. La música tenue del estéreo sonaba lejana, incongruente con el torbellino en su interior. Sus manos, apretadas sobre sus piernas, seguían temblorosas. "¿Oda estará bien?" "¿Dónde se habrá metido Tetsu?" Cada imagen que su mente generaba era peor que la anterior. Cuando al fin las luces de Kamurocho comenzaron a perfilarse en la distancia, Ryohei ya tenía el corazón a mil. Sacó el dinero exacto y lo dejó sobre el asiento delantero. —Aquí está bien. Gracias. —Buena suerte, joven —respondió el taxista. Pero el chico ya había desaparecido entre la lluvia y el asfalto, corriendo como si cada segundo contara. Las calles de Kamurocho brillaban bajo el reflejo de neones, promesas de una noche eterna que no se detenía por nadie. Corría por ellas como un intruso en un mundo que seguía girando ajeno al caos que hervía dentro de él. Chocó con un par de transeúntes. —¡Oye, fíjate! —protestó uno. —Perdón —murmuró sin detenerse, sin mirar atrás. Su respiración era irregular, jadeos marcados por la urgencia. Dobló la última esquina que conducía a su edificio… y se detuvo en seco. Tetsu Tachibana estaba allí. De pie sobre la acera, bajo la luz mortecina de un letrero parpadeante, parecía una estatua. Sostenía un cigarro entre los dedos. El humo ascendía lento, como si flotara a otro ritmo, ajeno al bullicio de la ciudad. Su rostro, sereno pero impenetrable, estaba alzado, los ojos clavados en el último piso del edificio. Su corazón retumbaba contra el pecho. La imagen de su hermano allí, tan inmóvil, tan ajeno al pánico que lo había arrastrado hasta ese punto, lo descolocó. —Tetsu… —musitó, con la voz rasgada por el esfuerzo. Su hermano no respondió de inmediato. Retiró el cigarro de los labios y exhaló, como si con el humo también liberara pensamientos. Solo entonces habló, sin apartar la vista del edificio. —Llegaste justo a tiempo. —¿Qué está pasando? —preguntó Ryohei, todavía sin aliento—. Llamé a casa. Ji-Yeon me dijo que alguien entró al apartamento. Que Oda-san está peleando con él. Que todo era un caos. Tetsu bajó lentamente la mirada hacia él. Sus ojos, tranquilos y distantes, lo escudriñaban con una mezcla de paciencia y algo más difícil de nombrar. —¿Por eso corres así, como si el mundo se acabara? El hermano menor sacó el beeper con brusquedad y se lo mostró. —¿Qué se supone que significa esto, entonces? ¡0911! ¡Una emergencia! ¡¿Y tú aquí, fumando como si nada?! El hermano mayor lo observó unos segundos más, sin alterar su tono. —Está todo bajo control. La frase cayó como una piedra en el pecho del hermano menor. Dio un paso adelante. —¿Qué estás diciendo? ¿Cómo que todo está bajo control? —gritó, sintiendo que cada palabra salía más con el miedo que con la rabia—. ¿Por qué Ji-Yeon está encerrada? ¿Por qué Oda-san está peleando? El mayor apagó el cigarro contra un poste de luz. La brasa murió con un leve chasquido. Luego guardó el beeper, que acababa de sonar, y asintió para sí mismo. —No es un ladrón —dijo con voz firme—. Y esta no es una simple pelea. La atmósfera se tornó insoportable alrededor de ellos. —¿Entonces qué es? —preguntó el joven, la rabia apenas contenida—. ¿Quién es él? Tetsu miró de nuevo al edificio, sus ojos duros como el acero. —Alguien del pasado. Y parte de lo que debes enfrentar si vas a seguir en este camino. —¿Qué camino? —insistió el muchacho, frustrado—. ¿De qué hablas? El hermano mayor se giró por completo, sus pasos resonando sobre el concreto húmedo. —Ven conmigo. Es hora de que entiendas qué significa ser un Tachibana. Y sin esperar respuesta, cruzó la entrada del edificio. Ryohei lo observó alejarse, el pulso aún acelerado, las preguntas acumulándose como una tormenta detrás de sus ojos. Pero algo en la voz de Tetsu, en su calma imperturbable frente al caos, lo hizo moverse. Dio un paso. Luego otro. Y lo siguió. La puerta se cerró detrás de ellos. Y con ella, comenzó otra clase de noche. El menor se quedó inmóvil por un instante, un torbellino de emociones girando en su pecho. Pero algo en la voz de su hermano, en su forma de decir "es hora", le impidió dudar. Con el corazón retumbando en las costillas, lo siguió. Subieron en silencio. El elevador ascendía con una lentitud exasperante, como si el tiempo se estirara a propósito. Intentó hablar. Lo intentó más de una vez. Pero cada vez que alzaba la mirada, el rostro de Tetsu, imperturbable, lo detenía. El silencio entre ellos no era incómodo. Era algo más denso. Algo que parecía estar a punto de romperse. Al llegar al piso, el hermano mayor sacó una llave con movimientos medidos, como si cada gesto formara parte de un ritual. Insertó el metal en la cerradura, giró. La puerta se abrió sin un sonido. Entró un paso detrás. Y se detuvo. Lo que vio al otro lado lo dejó sin aliento. En el centro del salón, iluminado por una luz tenue que caía desde la lámpara del techo, un hombre de presencia colosal permanecía inmóvil. Su postura era firme, el pecho erguido, los puños aún cerrados. La silueta proyectaba una sombra que parecía crecer con el silencio. No necesitó más de unos segundos para reconocerlo. Kazuma Kiryu. A sus pies, Oda yacía sobre el tatami, consciente pero visiblemente herido. Intentaba incorporarse, aunque sus movimientos eran lentos, pesados, como si su cuerpo ya no respondiera con la misma fuerza de antes. —¡Oda-san! —exclamó Ryohei, corriendo hacia él. Se arrodilló a su lado con rapidez, ofreciéndole apoyo. —Tranquilo… chico —musitó el herido con una sonrisa cansada, apoyando el antebrazo en el hombro del joven—. No te preocupes. Solo… necesitaba ver de qué estaba hecho. —¿Qué? —lo miró, confundido—. ¿Qué estás diciendo? ¿Fue… una prueba? El herido asintió levemente. Su respiración era trabajosa, pero sus ojos brillaban con un extraño orgullo. —Este tipo… no pelea. Es como si midiera almas. Lo sabía desde que entró. Solo quería confirmarlo. Alzó la vista hacia el ex yakuza. Su presencia era abrumadora, pero su expresión no transmitía amenaza. Sereno, sí. Intenso. Pero no agresivo. Observaba la escena como si evaluara algo que aún nadie más podía ver. La tensión se le acumuló en el pecho. Giró rápidamente hacia el mayor, que cerraba la puerta con calma. —Hermano… —su voz temblaba entre rabia y confusión—. ¿Tú sabías de esto? ¿De todo esto? ¿Planeaste que Oda-san peleara con él? Mientras ayudaba a su mentor a sentarse en uno de los sillones, alzó la voz, la frustración por fin desbordándose. —¡¿Qué demonios está pasando aquí?! ¡Quiero respuestas, Tetsu! —gritó, fuera de sí. Pero el hermano mayor no respondió. Solo lo observó con una serenidad perturbadora. Caminó lentamente hasta colocarse frente a Kiryu. Los dos hombres se miraron sin decir una palabra. Una mirada larga. Profunda. Como si ambos entendieran cosas que nadie más en la habitación podía comprender. El ex miembro del clan Tojo relajó los hombros. Sus puños se abrieron lentamente. Ya no estaba en guardia. Entonces Oda rompió el silencio. —Ryohei… —su voz era un susurro rasposo, pero cargado de peso—. No tienes idea de lo que está por venir. La frase le cayó como un cubo de agua helada. Miró al hombre frente a él, luego a su mentor herido… y finalmente a Tetsu, que parecía tan tranquilo como antes. Entonces, su hermano habló. Pero sus palabras no iban dirigidas a él. —Ha llegado el momento. Nada más. Ninguna explicación. Solo esa frase. Y sin embargo, la habitación pareció contener la respiración. Como si esas cuatro palabras hubieran activado un mecanismo invisible, una cuenta regresiva hacia algo que cambiaría todo. Tragó saliva. El mundo, por primera vez, le parecía demasiado grande. Demasiado oscuro. Y lleno de cosas que no sabía si estaba listo para enfrentar. El ambiente se volvió espeso, como si la habitación respirara junto a ellos. Kiryu, más relajado ahora, desvió la mirada hacia el joven. Sus ojos, oscuros y profundos, no eran hostiles, pero sí incisivos. Lo observaban con la precisión de quien mide algo que aún no se ha revelado. Y Ryohei sintió que lo estaban viendo por dentro. Entonces, el hermano mayor habló. Su voz fue firme, pero más baja, como si las palabras estuvieran pensadas solo para él. —Hasta ahora solo has visto una esquina de esta verdad. Es momento de que entiendas por qué estamos aquí. Apretó los dientes. Sentía un nudo en la garganta que le dificultaba respirar. —¿Entender qué…? —murmuró, con tono quebrado—. ¿Esto es otro de tus planes? ¿Tiene que ver con él? —Señaló a Kiryu con la cabeza, sin ocultar su frustración—. ¿Todo esto es por el Lote Vacío? Antes de que Tetsu respondiera, Oda soltó una débil risa, ronca, cargada de ironía. —Juegos… —murmuró desde el sillón, la voz tensa por el dolor—. Si supieras, chico… si supieras dónde estás parado. Las palabras cayeron como piedras. El mayor no desvió la mirada. —Lo que viene ya no gira solo alrededor del Lote. Ni de Kiryu-san. Esto es más grande. —Bajó el tono—. Y tus decisiones… ahora cuentan. Silencio. La respiración del muchacho se volvía más pesada. El cuerpo quieto, pero la mente al borde del colapso. Algo en la calma contenida de su hermano lo convencía de que no se trataba de una advertencia. Era un punto de quiebre. Las luces de Kamurocho titilaban como brasas vivas al otro lado del cristal, indiferentes al peso que colgaba en la sala. Con la espalda recta y el rostro parcialmente iluminado, Tetsu permaneció en silencio, como si aguardara el momento justo para revelar algo. —Ryohei —dijo, sin girarse—. ¿Puedes traer el botiquín? Creo que Oda lo necesita. Asintió, sorprendido por el cambio de tono, y salió de la habitación. Al volver, se arrodilló junto a su mentor, limpiando con cuidado sus heridas. El silencio era denso, como si nadie quisiera romperlo antes de tiempo. Entonces Kiryu habló, cortando la tensión como una navaja. —Tachibana. Ya basta de rodeos. ¿Qué buscas realmente? El joven levantó la vista. Su voz salió antes de poder contenerla. —Yo también quiero saber… ¿qué papel jugamos nosotros en todo esto? Tetsu respiró hondo, se giró lentamente y enfrentó a ambos. Su tono era bajo, pero cada palabra pesaba. —Antes de responder, quiero que entiendan una cosa. Se volvió hacia la ventana y alzó la mano, señalando la ciudad. —Kamurocho no es solo un distrito. Es un laberinto con dientes. Una red tejida con ambición, donde los sueños entran… pero casi ninguno sale. El ex yakuza frunció el ceño. —¿Y tú piensas cambiar eso? El hermano mayor no respondió enseguida. Presionó la palma contra el vidrio. Un instante después, las luces de varias calles comenzaron a apagarse en secuencia, como si una sombra caminara sobre Kamurocho. Un murmullo de desconcierto subió desde la ciudad como una respiración contenida. —¿Qué demonios…? —susurró Ryohei, retrocediendo un paso. Kiryu tensó los puños. —¿Cómo estás haciendo esto? Tetsu bajó lentamente la mano, sin apartar la mirada de ellos. —Esto es solo una muestra de lo que se puede lograr cuando se desafían las reglas. Kamurocho es una maquinaria podrida… y estoy dispuesto a detenerla, aunque tenga que quemar sus cimientos. El joven sintió que su garganta se cerraba. —Hermano… eso suena a guerra. El mayor no respondió. Con un simple gesto, deslizó la mano hacia el otro lado del cristal. Las luces comenzaron a encenderse nuevamente, una a una, como si el corazón de la ciudad volviera a latir por su orden. —El dinero es poder… —dijo finalmente—. Y ese poder es lo que mantiene con vida a Kamurocho. Pero cuando alguien empieza a cerrar el flujo… la ciudad comienza a asfixiarse. Un escalofrío recorrió la espalda de ambos muchachos. Las palabras de Tetsu eran precisas, quirúrgicas. Pero la frialdad que las envolvía era aún más inquietante. —Estás hablando de estrangular al Clan Tojo desde dentro —sentenció Kiryu. Fue Ryohei quien respondió primero, adelantándose medio paso. —Eso es exactamente lo que planea. Y no va a detenerse hasta ver cuántos pueden sobrevivir sin aire. Tetsu giró apenas hacia él, como si acabara de ver el entendimiento despertar en su hermano. —Por fin lo ves —murmuró con serenidad—. El caos no es un obstáculo. Es una herramienta. Luego inclinó ligeramente la cabeza, como evaluando si era el momento de revelar más. —Aún no tengo el control total —admitió, cruzando los brazos—. Pero si consigo el Lote Vacío... podré reescribir el destino de Kamurocho. Ryohei frunció el ceño, sintiendo la presión en el pecho aumentar. —¿Reescribir? No estás hablando solo de tierra… estás hablando de enfrentarte a toda una organización. El mayor lo miró con calma. —Lo sé. Y, aun así, estoy dispuesto a hacerlo. Porque esto no es solo por el Clan. Es por nosotros. Por lo que somos… y por lo que estamos dispuestos a dejar atrás. El más joven apretó los puños. Su respiración era agitada. —Entonces dime… ¿qué soy yo en todo esto? ¿Un hermano? ¿O una pieza más en tu tablero? Tetsu lo observó un momento, pero antes de que pudiera responder, Kiryu intervino con una cuchillada verbal. —¿Quién demonios eres realmente, Tachibana? ¿Qué poder crees tener para desafiar al Clan Tojo? El mayor sostuvo su mirada, tranquilo. —Los Dojima no es un bloque sólido, Kiryu-san. Está fragmentado… y en esas grietas florece el cambio. El hermano menor lo miró, cada vez más inquieto. —No me digas que tienes un aliado dentro… Tetsu desvió la mirada hacia la ciudad. El resplandor de los neones bailaba en sus pupilas. —No se trata de confianza —dijo al fin—. Se trata de utilidad. Y sí… hay alguien dentro de la familia Dojima que nos respalda. Es por él que vine a ti, Kiryu-san. El silencio cayó con peso. Ryohei dio un paso adelante. —¿Y estás seguro de que no te traicionará? Tetsu fue claro. —No lo hará, por algo me pidió hacer esto. Se volvió hacia el ex yakuza. —Y tú también tienes un rol en esto… aunque aún no lo sepas. Kiryu no respondió de inmediato. Su cuerpo entero estaba tenso. —¿Quién es? ¿Quién es tu aliado? La pausa mordió el ambiente. Entonces, el hermano mayor dejó caer la respuesta con precisión quirúrgica: —Shintaro Kazama. El capitán de la familia Dojima. El impacto fue inmediato. —¿Kazama-san? —susurró Kiryu, atónito. El menor también se quedó inmóvil, el vendaje aún en sus manos. El nombre había caído como un rayo en la habitación. —¿Qué significa eso…? —murmuró, mirando a su hermano—. ¿No estaba en prisión? Tetsu dio un paso hacia la ventana, sin apartar la vista del horizonte. —Kiryu-san —dijo sin girarse—. ¿No fue Kuze quien intentó que espiaras a Kazama? El ex yakuza frunció el ceño. El recuerdo aún dolía. —¿Es cierto? —presionó el menor, buscando una conexión. Tetsu giró lentamente hacia ellos. —Lo que querían era arrancarle un secreto. Algo que solo él posee: información sobre el Lote Vacío. Kiryu permanecía en silencio, masticando cada palabra. —Entonces… ¿sabe quién lo posee? —preguntó Ryohei, con voz baja, casi incrédula. —Conoce la identidad de quien puede conducirnos hasta el dueño —afirmó su hermano—. Y proteger ese secreto es lo que mantiene con vida a más de uno en este distrito. La tensión se volvió casi insoportable. Fue Kiryu quien la cortó con la pregunta que todos contenían: —Esa persona… ¿eres tú? Tetsu sostuvo su mirada por un momento, luego sonrió apenas, pero no respondió de inmediato. En lugar de confirmar, dejó que sus palabras cargaran una ambigüedad calculada. —Lo sé, Kiryu-san —dijo con una calma que heló la habitación—. Y créeme… esa persona no debería ser arrastrada a este mundo. Kiryu entrecerró los ojos, desconcertado. El joven, hasta ese momento en silencio, levantó la vista lentamente. Algo en el tono de su hermano lo inquietó. —¿Entonces… sabes dónde está? —preguntó, tenso. Tetsu lo miró por unos segundos más de lo necesario. Había en sus ojos una mezcla de dolor, decisión… y una verdad no dicha. —Sí —respondió al fin. Su voz era suave, pero cada palabra pesaba toneladas—. Pero esa información destruiría a quien la lleva. No todos están preparados para cargar con ella. Ryohei bajó la mirada. Un escalofrío recorrió su espalda. No entendía por qué, pero sentía que su hermano le hablaba directamente, aunque no lo dijera con claridad. Tetsu se acercó unos pasos. Su tono se volvió más protector, casi fraternal: —Fue buena idea ocultar nuestra relación en tu trabajo. Cuantos menos sepan de ti, mejor. Hay fuerzas allá afuera que no dudarían en usarte. El menor frunció el ceño, con un atisbo de confusión. —¿Usarme… por qué? Pero el mayor ya había girado hacia Kiryu, como si la conversación con su hermano hubiese concluido en su mente. —Aliarnos contigo no es solo estrategia. Fue un deseo de Kazama-san antes de su encierro —dijo, recuperando ese tono calculado que usaba al revelar piezas clave de su ajedrez. —¿Kazama te pidió eso? —repitió Kiryu, visiblemente perturbado. Tetsu asintió. —Hace seis meses me pidió que te buscara. Que te reclutara. Sabía que te usarían para obtener información… y también que debía proteger al verdadero dueño del Lote Vacío. Incluso si esa persona aún no lo sabe. El silencio volvió a caer, más denso que antes. Fue Ryohei quien lo rompió, apenas en un susurro: —¿Y tú, Tetsu? ¿Quién te protege a ti? El mayor lo miró un instante. No respondió. Solo bajó la mirada, con una sombra fugaz cruzándole los ojos. Kiryu notó el gesto. Por primera vez, algo en su pecho vibró distinto. No era desconfianza. Era… cercanía. Los ojos de Tetsu se detuvieron en su hermano menor apenas una fracción de segundo. Nadie lo notó. Nadie… excepto Oda, que lo miró de reojo, comprendiendo algo que no se atrevió a poner en palabras. Su mente viajaba a un recuerdo no muy lejano. Tetsu avanzaba por los pasillos de las oficinas de la familia Kazama como si caminara entre los huesos de una bestia dormida. Cada paso que daba resonaba con la gravedad de quien no solo carga con secretos, sino con decisiones que ya no tienen vuelta atrás. La penumbra era densa, como un presagio contenido entre las paredes. Los hombres de seguridad no dijeron palabra. No se necesitaban saludos cuando el que cruza la puerta ya viene con la noche sobre los hombros. El despacho lo recibió como se recibe a un cómplice. Shintaro Kazama estaba allí, inmóvil, detrás de su escritorio. La luz tenue de la lámpara dejaba el resto de la habitación sumida en sombra, como si el mundo se detuviera justo allí. —Tachibana. Siéntate. El hombre obedeció. No preguntó por qué lo había llamado. El silencio entre ellos pesaba más que cualquier formalidad. —Pronto seré procesado —dijo Kazama, sin rodeos—. Ya sabes cómo funciona esto. Una celda, un juicio, otro movimiento de los viejos para mantener las piezas bailando. Tetsu asintió una sola vez, sin emoción. —Hay cosas que deben continuar incluso sin mí. Por eso estás aquí. Kazama abrió un cajón y sacó un expediente negro. No se lo entregó aún. Primero, lo miró con una seriedad que iba más allá del clan, más allá del deber. —Quiero que reclutes a alguien. Kazuma Kiryu. Tetsu entornó los ojos. El nombre no era ajeno, pero tampoco lo esperaba. —¿El chico de Girasol? —Ese mismo. Creció conmigo, pero hay quienes ya lo están utilizando. Si no lo sacamos del tablero, alguien lo va a empujar directo a la trampa… y con él, todo lo que protegemos. El patriarca se inclinó ligeramente hacia adelante. —Hay algo más. Su invitado no respondió, pero la tensión se sintió como un aliento contenido. —Sé que tu hermano trabaja cerca. En el Serena. No lleva tu apellido en ese lugar, pero no escapa a mis ojos. Un músculo se contrajo en la mandíbula de Tetsu. Apenas. —Pensé que nadie lo sabría —dijo en voz baja. —Lo sabía desde el principio —replicó Kazama—. Y por eso lo protegí en silencio. Si alguien descubre quién es… quién eres… dejarán de ver peones y empezarán a buscar la sangre que une los hilos. El patriarca por fin deslizó la carpeta sobre el escritorio. El sonido del cartón rozando la madera fue lo único que rompió el silencio. —Léelo. Tetsu tomó la carpeta con una mezcla de cautela y resignación. Sus dedos recorrieron las páginas, deteniéndose en un punto que lo dejó helado. La línea de su mirada se quebró. No dijo nada. No podía. —Así que ya lo viste —murmuró Kazama. El de la protesis no levantó la vista. Sus ojos seguían fijos en el nombre, en lo imposible. Como si acabara de ver un rostro que llevaba años olvidado. —Ahora entiendes por qué eras tú o nadie. El expediente se cerró con un leve crujido. Tetsu lo sostuvo en las manos como si llevara dentro una bomba aún sin detonar. —Él no lo sabe —dijo finalmente, su voz casi un susurro. —No debe saberlo —respondió Kazama—. Todavía no. Tetsu levantó la cabeza. Algo en sus ojos había cambiado. Más allá del deber. Más allá del plan. Algo que ni el propio Kazama pudo leer del todo. —Lo protegeré. Aunque nunca me lo agradezca. Aunque me odie por ello. Kazama asintió. Y durante un breve instante, solo el reloj de pared se atrevió a marcar el paso del tiempo. —Kazuma y él… se cruzarán —dijo entonces el patriarca, como quien lanza una piedra al fondo de un pozo—. Cuando eso ocurra, no intervengas. Sea cual sea el resultado, el camino será suyo. Tetsu no preguntó a qué se refería. Ya no era necesario. Se puso de pie, el expediente bajo el brazo, el peso de lo que sabía hundido en el pecho. Al salir, el pasillo le pareció más largo que antes. Como si el mundo lo despidiera sabiendo que, tras esa conversación, ningún regreso sería igual. Tetsu parpadeó. El pasado se desvaneció como humo entre los dedos, arrastrado por la voz de Ryohei que aún vibraba en la habitación. Sus ojos, que segundos antes estaban fijos en algún lugar lejano, regresaron al presente con una intensidad que solo el silencio podía igualar. Frente a él, el joven lo miraba como quien despierta en medio de una pesadilla sin saber si ya ha salido de ella. —Entonces… ¿fuiste a verlo en prisión? —susurró Ryohei, con un hilo de voz que rozaba la incredulidad. El hermano mayor asintió, sin apuro, midiendo el peso de cada palabra. —Varias veces, aunque no fue fácil —respondió con calma—. Kazama-san sabía que Kuze se fijaría en ti, Kiryu-san. También sabía que, tarde o temprano, tú no seguirías en la familia. El ex yakuza bajó la mirada un segundo, como si intentara contener el vértigo que le trepaba por dentro. —Eso es imposible… —murmuró, cerrando los puños—. ¡Es imposible que alguien pueda predecir todo esto! —Estoy de acuerdo. ¿Cómo pudo adelantarse a cada movimiento, incluso estando en prisión? Tetsu no respondió de inmediato. Una sombra de sonrisa cruzó su rostro. No era burla, sino reconocimiento. —Él no juega al azar —dijo al fin—. Ve más allá. Donde otros ven piezas… él ve desenlaces. Se giró hacia la ventana. En las luces de Kamurocho, buscaba el próximo movimiento. Los neones parpadeaban a lo lejos, proyectando un resplandor cansado sobre su rostro. —No creo que lo haya previsto todo. Pero sabía lo suficiente como para confiarte a mí… y confiar en que harías lo necesario cuando llegara el momento. El silencio cayó como una losa. Ryohei tragó saliva. Las palabras pesaban más que cualquier revelación concreta. —Todo esto… —insistió el menor, más firme, aunque con la misma incertidumbre en la mirada—. ¿Lo sabías desde el principio? Tetsu lo miró con una expresión que oscilaba entre la dureza y el cuidado. —No todo —admitió—. Pero lo suficiente como para entender que nada de lo que vivimos es casualidad. Y que hay verdades que deben revelarse en su debido tiempo. Aunque cueste. Kiryu observó a los dos hermanos. Entre ellos había algo que no terminaba de comprender. Un lazo tenso, sí… pero también una corriente silenciosa, como si fueran parte del mismo río, aún sin saberlo. —Esto es una locura… —murmuró, con el ceño fruncido—. Cada vez entiendo menos, pero siento que no puedo mirar a otro lado. El de la prótesis lo observó con detenimiento. No como un líder juzgando a un subordinado, sino como alguien que intenta medir el alcance de una decisión antes de nombrarla. —Kazama-san apostó por ti, Kiryu-san. No porque fueras el más fuerte… sino porque aún no sabes quién eres realmente. Y eso te convierte en la pieza más valiosa. El joven giró ligeramente el rostro hacia él. Algo en esas palabras le rozó la piel. Algo que no podía nombrar… pero que lo inquietó. —¿Y si no estamos listos? —preguntó, apenas por encima de un susurro. —Entonces no importará. El tablero seguirá girando —dijo Tetsu, volviendo a mirar por la ventana—. La pregunta no es si pueden ganar… sino si están dispuestos a perder todo lo demás en el camino. Kiryu bajó la mirada, cerró los ojos por un instante… y luego los alzó con una resolución naciente. —No sé si estoy listo —dijo—. Pero no quiero quedarme en la oscuridad. Tetsu asintió con discreción, como quien entiende el peso del silencio. La ciudad seguía viva allá afuera. El destino ya se escribía… y ellos acababan de marcar el primer paso.