ID de la obra: 964

Yakuza Zero - El Latido del Tigre

Gen
NC-17
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 368 páginas, 123.958 palabras, 16 capítulos
Descripción:
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Fragmentos de una Verdad

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Capítulo 5

“Fragmentos de una Verdad”

El botiquín temblaba en manos del joven médico, no por su peso, sino por el impacto de la verdad recién revelada. Su mirada oscilaba entre su hermano y Kiryu, tratando de hallar un atisbo de certeza entre tantas preguntas sin respuesta. Fue el ex yakuza quien, al fin, rompió el silencio. —Tachibana-san… —habló, su voz teñida de duda, pero con un respeto palpable—. ¿Cómo sé que tú eres realmente el hombre en quien Kazama-san confió? Tetsu no respondió al instante. Con calma, deslizó la mano en el bolsillo y sacó un reloj de plata. La luz del lugar titiló sobre su tapa metálica cuando lo tendió hacia el joven ex yakuza, dejando que el objeto hablara por él. —Esto debería bastar como prueba —dijo Tetsu, su tono tranquilo pero cargado de intención. Kiryu lo tomó con extremo cuidado, como si un mal gesto pudiera romperlo. Al abrir la tapa, leyó la inscripción en su interior: “Para Kazama-san, de Yumi”. Su rostro mudó de incredulidad a un asombro reverente, incapaz de apartar la vista. —¿Este reloj…? —murmuró, con la voz apenas audible. El estratega permaneció impasible, observándolo con paciencia. —Kazama me entregó este reloj, con la certeza de que llegaría el momento de pasarlo a la persona indicada —dijo, sin desviar la mirada—. Es un símbolo del lazo que los une… y de las decisiones que solo tú puedes tomar. Su hermano menor, incapaz de quedarse callado, dio un paso hacia adelante. Sus ojos se clavaron en el reloj, su curiosidad evidente. —¿Kazama-san te lo dio a ti? —preguntó, su tono lleno de incredulidad y cierto grado de desafío—. ¿Por qué no entregárselo él mismo? La pregunta quebró el aire por un instante, pero el mayor permaneció imperturbable. —El momento no había llegado. Me pidió resguardarlo hasta que fuera el indicado. Y ahora lo es. El ex yakuza contemplaba el reloj, sus dedos rozando la inscripción como si buscara respuestas en ella. —Kazama-san… siempre ha estado varios pasos por delante de todos nosotros, ¿no? —dijo finalmente el ex yakuza, su tono cargado de emociones encontradas—. Aún ahora, siento que no entiendo del todo quién es él. Ryohei frunció el ceño, sus ojos volviendo hacia su hermano. —¿Y si todo esto es solo otro plan que ni siquiera entendemos? —espetó—. ¿Cuánto de lo que hacemos es elección nuestra… y cuánto es de Kazama-san? El mayor giró ligeramente hacia su hermano menor, y aunque su expresión seguía tranquila, había un tinte de severidad en su mirada. —No se trata de comprenderlo todo —replicó—. Se trata de confiar en que sus actos tienen un propósito. Bajó la voz, tornándola más grave, como hablándole solo a su hermano. —Kazama no da un paso sin calcular las consecuencias. Lo que queda es decidir si vamos a seguir el camino que él eligió para nosotros. El joven bajó la mirada, sus labios apretados. Era evidente que las palabras de Tetsu lo dejaban en conflicto, pero no replicó. Kiryu alzó la cabeza, como si hubiera llegado a una conclusión interna. Sus ojos se posaron en el hermano mayor, llenos de determinación. —No sé si alguna vez lo entendí del todo… pero si confió en ti, debió tener sus motivos —susurró Kiryu, bajando la mirada hacia el reloj, como si aún pudiera hallar respuestas ocultas entre engranajes y memorias—. Estoy dispuesto a seguir adelante, incluso si eso significa arriesgar mi vida. El silencio que siguió fue denso de emociones. Tetsu permitió que sus brazos cayeran a los costados, relajándose ligeramente. —Esa es la clase de determinación que Kazama-san vio en ti. —Respondió, con una leve inclinación de cabeza—. Será un honor contar contigo en lo que está por venir. El murmullo lejano de los autos en Kamurocho atravesó el silencio de la habitación como un eco de la ciudad que nunca dormía. En aquel rincón apartado del caos, tres hombres se preparaban para lo inevitable, como piezas dispuestas en un tablero aún incompleto. Ryohei observó el intercambio en silencio, pero sus pensamientos eran evidentes en la mirada que dirigía a su hermano. Aunque no dijo nada, la sombra de la duda aún rondaba en su mente. Finalmente, sus ojos se desviaron hacia Oda, quien permanecía en una esquina, con sus heridas apenas atendidas. —Si vamos a seguir adelante —dijo el aspirante a médico, rompiendo el silencio con un tono más fuerte del esperado—, será mejor que cuidemos nuestras fuerzas. No podremos cargar con secretos y dudas cuando la situación se complique aún más. Tetsu lo observó, una leve sonrisa cruzando su rostro, como si aprobara la actitud de su hermano. —Tienes razón, hermano —dijo con calma, pero con una autoridad que no dejó espacio a réplicas—. Esto apenas comienza, y necesitaremos estar unidos para lo que viene. La calma que siguió estaba cargada de preparación, de decisiones tomadas y alianzas forjadas. Kamurocho seguía brillando a través de la ventana, como un espectador silencioso de una historia que acababa de dar su primer giro decisivo. —En ese caso, llevaré a Oda-san a descansar —dijo Ryohei, su tono tranquilo pero cargado de intención. Sin esperar respuesta, se acercó a Oda, quien intentó incorporarse con dificultad. El joven lo sostuvo con cuidado, apoyándolo mientras lo guiaba hacia una de las habitaciones, sintiendo cómo las preguntas sin respuesta seguían acumulándose en su mente. Mientras atravesaban el salón, las luces tenues y las sombras proyectadas por los muebles parecían acentuar el peso de lo ocurrido momentos atrás. —No necesitas preocuparte tanto por mí, chico —dijo Oda con una sonrisa débil. Pero la debilidad en su voz traicionaba la verdad: estaba agotado, tanto física como emocionalmente. —Mejor guarda silencio, Oda-san. Después de todo lo que pasó, creo que tengo derecho a preocuparme —respondió su acompañante con un tono firme, aunque su mirada revelaba una mezcla de preocupación y cansancio. Lo acomodó con cuidado sobre la cama de una habitación adyacente. Una vez que comprobó que estaba estable, arrastró una silla hasta quedar a su lado y lo miró con detenimiento antes de hablar: —Necesito respuestas, Oda-san. Todo esto… mi hermano, Kazama, Kiryu… Me he visto arrastrado a algo que jamás busqué. Oda soltó un suspiro pesado, dejando que su cabeza se hundiera en la almohada. Durante un momento, sus ojos se quedaron fijos en el techo, como si estuviera evaluando qué tan honesto podía permitirse ser. —No voy a mentirte, chico. Tachibana siempre intentó mantenerte fuera de este mundo. —¿De qué sirve eso ahora? —respondió el joven, frunciendo el ceño mientras apoyaba los codos en sus rodillas—. Estoy aquí, y cuanto más veo, menos entiendo. ¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué no hablarme directamente? La seriedad en el rostro del herido aumentó. Se giró ligeramente hacia él, y su mirada cansada encontró la del muchacho. —Porque este mundo… —comenzó, su voz grave—… este mundo no perdona la inocencia. Tetsu quería protegerte, Ryohei. Y si soy honesto, creo que hasta cierto punto aún intenta hacerlo, aunque eso ya no sea posible. —¿Protegerme de qué? —preguntó, su tono lleno de frustración— ¿Por qué mi hermano no confía en mí lo suficiente como para decirme la verdad? Oda lo observó en silencio por un instante, dejando que sus palabras calaran hondo antes de responder. —No es que no confíe en ti. —Hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Es porque si supieras todo lo que Tetsu ha hecho… todo lo que ha sacrificado por ti… te darías cuenta de que esto no se trata solo del Lote Vacío. El aspirante a médico frunció el ceño aún más, sus manos entrelazadas apretándose hasta que los nudillos se le blanquearon. —Entonces dime, ¿de qué se trata realmente? ¿Qué hay detrás de todo esto que todos parecen evitar decirme? El subordinado dejó escapar una risa seca, carente de alegría, antes de cerrar los ojos brevemente. —Eso… es algo que solo tu hermano puede explicarte. Y cuando lo haga, necesitarás estar preparado. Porque lo que está en juego es mucho más grande de lo que imaginas. El ambiente volvió a llenar la habitación, denso e incómodo. Ryohei se recargó contra el respaldo de la silla, pasándose una mano por el cabello mientras intentaba procesar las palabras de Oda. Sabía que había verdades ocultas, piezas del rompecabezas que nadie quería mostrarle todavía. Pero también sabía que no podría quedarse esperando más. —Siempre es así… —murmuró el joven, más para sí mismo que para el herido—. Todos piensan que saben lo que es mejor para mí. Que no necesito saber, que debo quedarme al margen. Pero ya no soy un niño. Si hay algo que debo enfrentar, lo haré. El subordinado de Tachibana abrió los ojos y lo observó con una mezcla de admiración y cansancio. —Esa determinación… la he visto antes, en tu hermano. Pero, chico… no dejes que esa fuerza se convierta en obstinación. No importa lo que encuentres al final de este camino, recuerda que no necesitas cargar con todo solo. Ryohei asintió levemente, aunque sus ojos aún reflejaban una mezcla de frustración y resolución. —Entendido, Oda-san. Pero no puedo quedarme quieto esperando respuestas que quizá nunca lleguen. El veterano lo observó mientras comenzaba a enderezarse ligeramente, con un esfuerzo evidente. —Bien… Si vas a seguir adelante, primero asegúrate de que estés listo. Nadie espera que enfrentes todo solo, Ryohei. Incluso los hombres más fuertes necesitan aliados. El joven soltó un suspiro, pero se levantó de la silla para inspeccionar las heridas de Oda con mayor detenimiento. Tomó vendas y un poco de desinfectante del botiquín cercano, y se dedicó a limpiar las lesiones en silencio. —No tienes que hacer esto, en serio, estoy bien… —murmuró Oda con una sonrisa cansada. —Calla y coopera, que no quiero verte en peor estado por tu terquedad —corrigiendo el tono sin perder afecto. Sus manos, firmes pese al temblor leve, trabajaban con una precisión nacida de la necesidad. Cada vendaje, cada presión, era un acto de silenciosa resistencia contra la vulnerabilidad que lo rodeaba. El subordinado soltó una leve carcajada que pronto se convirtió en un quejido de dolor. —Vaya, pareces más a tu hermano de lo que crees. Ryohei no respondió de inmediato, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras seguía trabajando. Una vez que terminó, se levantó y dejó las vendas a un lado, observando a Oda mientras este cerraba los ojos, finalmente rendido al agotamiento. Antes de salir de la habitación, el chico lo observó por un instante más. Aunque sus dudas seguían presentes, algo había cambiado dentro de él. Las palabras de Oda y los secretos que aún no comprendía habían encendido algo en su interior: Una determinación clara: encontrar su camino en medio de la tormenta. Al salir de la habitación, sus pasos eran más firmes, cada uno resonando como un eco de la decisión que acababa de tomar. Se dirigió a la cocina, sabiendo que aún quedaba trabajo por hacer y que el personal probablemente seguía alterado por el altercado en el salón. No había respuestas inmediatas, pero estaba seguro de una cosa: no se detendría hasta encontrarlas. Abrió la puerta lentamente, encontrando a Ji-Yeon sosteniendo una taza de té con manos temblorosas mientras intentaba calmarse. El joven se acercó con cuidado, adoptando un tono tranquilizador. —Todo está bajo control —le dijo, su voz firme pero amable—. Fue un malentendido, eso es todo. La persona que entró ya se marchó, gracias a Oda-san. Sé que el salón está un poco desordenado, pero no te preocupes. Mañana, con más calma, lo arreglaremos. Por ahora, por favor, descansa. La chica asintió lentamente, dejando escapar un suspiro de alivio. —Gracias, Ryohei. Tu hermano tiene mucha suerte de tenerte aquí. —Sus palabras, teñidas de gratitud, resonaron en el aire mientras se dirigía a su habitación, dejando la cocina en silencio. El menor Tachibana se quedó unos segundos más, mirando el espacio vacío donde momentos antes Ji-Yeon había estado. Con el peso de lo que estaba por venir apretándole el pecho, avanzó hacia el fregadero. Abrió el grifo, dejando correr el agua fría antes de llenar un vaso. Se lo llevó a los labios y lo bebió al seco, sintiendo cómo el frío refrescaba su garganta y, en parte, aliviaba la tensión acumulada. Luego, inclinó la cabeza hacia adelante y dejó que un poco de agua corriera por su rostro, el frío haciéndolo respirar profundamente. Se secó con la manga y exhaló con fuerza, como si intentara expulsar de su cuerpo la incertidumbre que lo embargaba. Cerró el grifo, tomó un último vistazo a la cocina y salió, caminando hacia el salón principal. Allí lo halló, solo frente al ventanal orientado al norte. La noche se deslizaba sobre Kamurocho como una manta espesa. Las luces de neón parpadeaban tercamente, negándose a apagarse. —¿Y Kiryu-san? —preguntó el menor, con un tono grave mientras se acercaba, sus pasos resonando en el suelo de madera con una calma que no ocultaba su determinación. Tetsu no se giró de inmediato, manteniendo los ojos fijos en el horizonte. —Ya se marchó. Mañana comenzará a trabajar con nosotros. —Hizo una breve pausa antes de añadir—: ¿Cómo está Oda? —Está bien. Ahora duerme en el cuarto de invitados. —Ryohei lo observó con atención, sus ojos azabache llenos de una intensidad que no estaba allí antes—. Si Kiryu-san ya se fue, entonces tú y yo tenemos una conversación pendiente. La voz del joven, aunque calmada, tenía un filo que cortaba el aire, lo que obligó a Tetsu a girarse lentamente. Su rostro permaneció impasible, pero sus ojos delataron una leve sorpresa. Algo en su hermano había cambiado. Esa chispa, esa fuerza que apenas se insinuaba en el pasado, ahora brillaba con claridad, como si algo dentro de él hubiera despertado. —Ryohei… ¿No podemos hablar mañana? Es tarde, y ambos estamos cansados. —La voz de Tetsu era apacible, aunque cargada de una intención clara de desviar la conversación mientras comenzaba a caminar hacia su habitación. Pero su hermano extendió una mano y lo detuvo en seco, un gesto que no solo fue firme, sino casi desafiante. —No… —La interrupción llegó con un peso que detuvo al mayor en su lugar. La mirada de Ryohei era un ancla, cargada de una resolución implacable que parecía atravesarlo—. Te lo dije: tenemos una conversación pendiente, y será ahora, no mañana. El hermano mayor alzó la vista hacia él, midiendo cuidadosamente la nueva fuerza en su hermano. Por un instante, la sorpresa dejó paso a un destello de orgullo mezclado con una inquietud apenas perceptible. —Responderás a mis preguntas sin rodeos. Quiero la verdad, toda, Tetsu. —La voz de Ryohei resonaba firme, cada palabra un martillo golpeando con precisión. El aludido guardó silencio por unos segundos que parecieron extenderse como una eternidad. En los ojos del joven, vio algo que no había visto antes: una ferocidad contenida, un fuego alimentado por años de preguntas y silencios. Aquello que siempre había intentado proteger estaba ahora frente a él, exigiendo respuestas con las garras afiladas de un tigre recién despertado. Finalmente, Tetsu dejó escapar un suspiro y una sonrisa que oscilaba entre orgullo y resignación. —Quién lo diría… —murmuró, con una nostalgia que suavizó sus facciones—. Mi hermano menor, el que buscaba refugio en China… ahora está aquí, exigiendo respuestas con tanta convicción. Se detuvo un instante, acercándose un paso más, con la mirada escudriñando el rostro decidido del joven. —Xiǎo Hǔ… Pronunció el nombre con una suavidad casi reverente, como si evocara un eco del pasado que ahora se manifestaba ante él. —Sí, ese nombre siempre fue perfecto para ti en esos años. Siempre supe que había algo especial en ti. Ahora lo veo con claridad: el tigre ha despertado… Y eso me enorgullece. El hermano mayor apoyó con firmeza una mano sobre su hombro. —Hay cosas que no pude contarte. No estabas preparado… y yo tampoco. Por primera vez, su voz tembló. Las palabras parecían obligarlo a escarbar en cicatrices aún abiertas. —Está bien… —Su voz bajó ligeramente, adquiriendo un tono más solemne—. Si esto calma el espíritu que se está agitando en ti, hablaremos. Pero no aquí. Sin añadir más, el mayor giró con un movimiento decidido, sus pasos resonando con un propósito renovado mientras se dirigía hacia la puerta. —Sígueme. El menor lo observó por un instante, sintiendo cómo el peso de sus propias decisiones se asentaba en sus hombros. La determinación en su mirada no vaciló mientras comenzaba a seguir a su hermano. Sin más palabras, el hermano mayor comenzó a caminar con pasos firmes, el eco de sus zapatos resonando en el pasillo silencioso. El menor lo siguió con la mente invadida por preguntas, mientras una determinación ardiente lo empujaba hacia las respuestas que necesitaba. La figura de Tetsu, avanzando frente a él, parecía más imponente de lo habitual, como si cada movimiento lo guiara hacia algo que trascendía una simple conversación. Cada pisada acercaba el momento en que las máscaras caerían. Cuando llegaron, Tetsu abrió la puerta del despacho. El espacio irradiaba autoridad, con una estantería cargada de libros y documentos que ocupaba gran parte de la pared derecha. Un escritorio de madera oscura, pulido con precisión, dominaba el centro de la habitación. Las ventanas ofrecían una vista impresionante de Kamurocho, con sus luces de neón parpadeando al ritmo frenético de una ciudad que nunca descansaba. —Adelante —indicó el mayor mientras cerraba la puerta tras ellos. Avanzó hacia el escritorio y tomó asiento con una calma deliberada, señalando con un gesto que Ryohei hiciera lo mismo frente a él—. Esto debe quedar entre nosotros. El joven no se sentó de inmediato. Caminó hasta la ventana y se detuvo allí, contemplando las luces que teñían la ciudad con sus reflejos brillantes. Su propia imagen en el cristal le devolvía una expresión decidida, aunque en su interior las emociones se arremolinaban con fuerza: confusión, intriga y una creciente resolución que se negaba a ser sofocada. El aire pareció cargarse de tensión mientras sus labios permanecían cerrados. Luego, habló. Su voz era firme, pero cargada de un peso emocional que delataba la importancia de sus palabras. —Siempre me has protegido, Tetsu. Incluso cuando no entendía lo que estaba pasando a mi alrededor. Hizo una breve pausa. Bajó ligeramente la mirada, como si ordenara sus pensamientos antes de continuar. —Pero eso ya quedó atrás. Levantó los ojos con determinación. —Estoy aquí porque quiero saber la verdad. Otra pausa. Su voz se suavizó, sin perder la firmeza. —Necesito entender por qué Kiryu-san está involucrado… qué significa realmente el Lote Vacío… Inspiró hondo antes de decir lo último. —…y cuál es mi lugar en todo esto. Tetsu lo observó desde su asiento, dejando que las palabras del joven resonaran en la habitación. Durante unos segundos, no respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante. En su mirada se mezclaban el orgullo por la determinación de su hermano y una cautela que no podía ocultar. —Lo sabrás. Pero debo advertirte algo: una vez que escuches lo que tengo que decir, no habrá vuelta atrás. El tono de Tetsu era grave, solemne, como si ya pudiera sentir el peso de la verdad que estaba a punto de compartir. Ryohei se giró al fin, enfrentándolo directamente. Su mirada era intensa, con una determinación férrea que parecía haber despertado en ese instante. Había algo nuevo en sus ojos, algo que sugería que el tigre del que su hermano hablaba estaba listo para liberarse. —No estaría aquí si no estuviera listo —respondió con firmeza, su postura tan sólida como sus palabras. El hermano mayor asintió lentamente, como si evaluara la convicción de Ryohei. La atmósfera en la habitación se tornó densa, como si todo esperara la verdad que estaba a punto de ser revelada. —Sabes que Kamurocho es conocido como una de las capitales de la vida nocturna… —comenzó Tetsu, con una voz serena, pero cargada de intención. Sus ojos se mantuvieron fijos en los de Ryohei, que permanecía de pie, alerta. —Lo que pocos saben —continuó— es que el gobierno planea transformar por completo este distrito. Ryohei frunció el ceño, procesando cada palabra con rapidez. —Leí algo al respecto. ¿Un proyecto de reurbanización? ¿Te contactaron directamente, considerando tu posición en Tachibana Real Estate? Tetsu negó con firmeza. —No exactamente —dijo, cada palabra pesando más que la anterior—. Pero es una oportunidad que no podemos ignorar. Al menos, para el negocio. Midió cada palabra antes de revelarla, como si calculase cuánto decir y cuánto callar. —El problema… es que una gran parte de Kamurocho sigue bajo control de los Dojima. Ryohei alzó una ceja, su mente ya encadenando posibilidades. —¿Pero no todo, cierto? Una leve sonrisa cruzó el rostro de Tetsu, sin suavizar su expresión. —Eres rápido. Pero no hace falta ser un genio para verlo. Sin decir más, se levantó de su silla y caminó hacia la estantería. Tras unos segundos, retiró una carpeta gruesa. Volvió a sentarse y la deslizó sobre el escritorio hacia su hermano menor con un gesto decidido. Ryohei, intrigado, finalmente se sentó. La carpeta, pesada tanto en contenido como en significado, parecía contener respuestas que llevaban años esquivándolo. La observó por un momento, como si supiera que nada volvería a ser igual después de abrirla. Cuando al fin levantó la tapa, se encontró con una pila de documentos. Hojas repletas de cifras, nombres de propiedades, y transacciones turbias que pintaban un mapa oculto del distrito. Entre los registros, destacaban propiedades adquiridas por la familia Dojima y otras en manos de Tachibana Real Estate. Pero algo más, al fondo de la carpeta, captó su atención. Un nombre en negrita le gritaba desde la página. Su respiración se ralentizó mientras hojeaba el contenido, línea por línea, como si cada dato colocara un peso más sobre su pecho. El silencio se hizo profundo, como si incluso el aire esperara su reacción. —Sohei Dojima y sus hombres están revendiendo terrenos al gobierno y a privados a precios inflados —dijo Tetsu finalmente, rompiendo la tensión con voz firme, sin prisa—. Pero hay una propiedad… que no pueden controlar a su antojo. Ryohei detuvo la lectura. Sus ojos se clavaron en el nombre impreso como si acabara de encontrar una verdad oculta entre sombras. Su voz salió baja, casi reverente: —El Solar Vacío… El peso de esas palabras se quedó suspendido en el aire. —También conocido como el Lote Vacío. Volvió a mirar los papeles. Sus dedos hojeaban con más ansiedad, como si esperaran una revelación que calmara el vértigo que empezaba a crecerle en el pecho. Pero cada hoja solo traía más preguntas. —Exacto —confirmó su hermano, con un tono grave que parecía absorber la luz de la habitación. Inspiró profundamente antes de continuar, midiendo bien sus palabras. —Ese sitio… al no estar en sus manos, se ha convertido en un obstáculo crítico. Ryohei lo miró en silencio, atento. —Si no logran asegurarlo —añadió Tetsu, más serio aún—, no solo verán comprometidos sus planes. También podrían perder toda la influencia y el dinero que ya han volcado en esta ciudad. El joven dejó de pasar páginas y alzó la vista, con la mirada cargada de preguntas no formuladas. —Entiendo que quieran ese lote por dinero y poder, pero… —su voz bajó un tono, sin perder firmeza—. ¿Qué tiene que ver Shintaro Kazama en todo esto? Tetsu cruzó los brazos, inclinándose hacia adelante. El gesto llevaba el peso de quien sabe que está por decir algo que cambiará todo. —Sohei Dojima impuso una condición a sus lugartenientes —comenzó, su voz afilada como cuchilla—: quien consiga el terreno… será ascendido a capitán de la familia. Guardó silencio un segundo. Luego añadió, más bajo: —Desplazando a Kazama-san de su posición. Ryohei parpadeó, incrédulo. Cerró la carpeta con cuidado. Sus dedos permanecieron sobre la tapa, como si se aferrara a ella para no perder el equilibrio de sus ideas. —Pero… Kazama-san ya tiene su propia familia. ¿No es así? —Así es, hermano —afirmó Tetsu con gravedad—. Tiene su clan. Pero también es capitán dentro de la familia Dojima. Un yakuza puede liderar su grupo… y aun así estar obligado a servir a la familia de origen. La mente de Ryohei giraba con fuerza. Cada pieza empezaba a encajar, aunque el rompecabezas dolía. —Entiendo esa jerarquía… —dijo con lentitud—. Pero entonces, ¿por qué Kiryu-san? Tetsu bajó la voz, como si supiera que esa pregunta era inevitable. —Porque Kazuma Kiryu… es el principal sospechoso del asesinato en el lote. Ryohei lo miró en silencio, sin pestañear. —Estuvo con la víctima el mismo día del crimen —añadió—. Y aunque no hay pruebas concluyentes… todos los ojos están sobre él. El aspirante a médico alzó la mirada, su mente ya procesando el siguiente paso. —En la familia Dojima, Kiryu-san, al ser un novato, se encarga de trabajos menores… —comenzó el mayor, manteniendo el tono pausado que lo caracterizaba—. Entre ellos, cobrar deudas a los clientes que solicitan servicios. Hizo una breve pausa, como si midiera el impacto de cada palabra. —No es raro que utilice la fuerza si es necesario para garantizar el pago. Su voz seguía serena, pero cada frase era precisa. Como un bisturí cortando tejido sano para exponer la verdad. —Según los informes, golpeó a ese hombre. Y recuperó el dinero. Eso es un hecho. El joven frunció el ceño, analizando cada palabra como si fueran piezas de un rompecabezas. —¿Se encargaba? ¿Ya no lo hace? ¿O tal vez…? —Por ahora, pidió su expulsión a la familia. Ryohei entrecerró los ojos, con los engranajes de su mente girando cada vez más rápido. —Déjame adivinar… —interrumpió, su tono cargado de lógica y suspicacia—. En la escena del crimen encontraron la billetera de la víctima vacía, ¿no es así? Inclinó ligeramente la cabeza, esperando la confirmación de su hermano. —Tiene sentido que lo acusen: golpeó al tipo, tomó el dinero y, según dicen, lo mató. Pero hay algo que no encaja… —¿Algo que no encaja? Aquellas palabras las dijo más para sí mismo que para su hermano. Ryohei desvió la mirada por un segundo, escarbando en su memoria como quien busca un eslabón perdido en una cadena de caos. —¿Tú, con tus contactos... lograste acceder al informe de autopsia? —preguntó sin rodeos, con una voz más firme de lo esperado. —Fue difícil, pero los tengo. —Déjame verlos —exigió el menor, con tono analítico. Tetsu le entregó otra carpeta, sin pronunciar palabra, observando con atención cómo el menor hojeaba las páginas. La pausa que siguió no fue de sorpresa, sino de cálculo. —La hora exacta de la muerte... —murmuró, bajando ligeramente el tono—. A esa hora estaba en el callejón de Taihei, camino al trabajo... El mayor bajó la vista hacia el documento, deteniéndose justo donde el dedo de su hermano marcaba la línea clave. —¿Fue ahí el asalto? —Sí. Y también el momento en que él me salvó. —Su voz, aunque contenida, no dudó—. Si usamos esa declaración, tal vez podamos liberarlo de toda sospecha. Una leve sonrisa se dibujó en el rostro del otro, complacido por la rapidez con que conectaba los hechos. —Esa es, precisamente, la narrativa que están usando en su contra. Tu testimonio ayudaría... pero no basta. —¿Por qué? —Una declaración civil no tiene el peso suficiente para probar su inocencia. Podríamos haber solicitado la del presidente de Toko Credit, pero hay un inconveniente. —¿Cuál? —También está muerto. Kiryu-san quería hablar con él, creyendo que había sido su culpa... —¿Lo encontró sin vida en su oficina? —preguntó, intentando hilar los detalles. —No. Llegaron a hablar. Pero lo encontraron muerto horas después. El silencio volvió un instante, denso pero necesario. —Entonces lo que yo diga no tendría validez —concluyó Ryohei, más que preguntó. —Exacto. Por eso Kiryu-san fue directamente a la sede de la familia y exigió su expulsión —explicó el mayor, con esa calma quirúrgica tan suya—. Pero su plan no resultó como esperaba. —Ahora es un civil, ¿no? —frunció el ceño—. ¿A qué te refieres? —Lo es. Pero al ser el protegido de Kazama-san, están cargando sobre él el peso del “error” de su discípulo. Y con ello, la caída de ambos. Ryohei tamborileó los dedos sobre la carpeta. El silencio se apoderó de la habitación mientras procesaba la información. Finalmente, alzó la mirada. Sus ojos, fijos en su hermano, reflejaban una mezcla de sospecha y claridad. —Sabemos que no fue él... —dijo con tono sereno, aunque cada palabra parecía escarbar más profundo—. Entonces, ¿quién se beneficia al incriminarlo? Sonaba más a deducción que a pregunta. Como si hablara consigo mismo, desarmando un rompecabezas con piezas cada vez más oscuras. —Uno de los lugartenientes —respondió Tetsu, sin rodeos—. Le ofreció espiar a Kazama-san a cambio de que lo exoneraran. —¿Quién? En lugar de contestar, el mayor abrió el cajón de su escritorio. Sus movimientos eran medidos, casi rituales. Sacó una carpeta negra y extrajo tres fotografías que dejó boca abajo sobre la mesa. —Aquí están los que más tienen que ganar con este crimen. Ryohei deslizó la mano hacia la primera imagen. La giró con cuidado. Aparecía un hombre de mirada dura y cicatrices profundas que hablaban de años vividos al filo del abismo. La forma en que se sostenía, con el mentón en alto y los hombros tensos, desprendía arrogancia y amenaza. —Este tipo… —murmuró, sin apartar los ojos de la foto. —Daisaku Kuze —confirmó el otro, atento a su reacción—. Fue quien le propuso a Kiryu-san traicionar a Kazama. —Se ve intimidante. —Y lo es. Es la encarnación de la fuerza bruta. Para él, la lealtad se gana a golpes, y el respeto se impone con miedo. No cree en la evolución del clan, solo en las cicatrices como medallas. El joven asintió sin palabras, reconociendo el patrón en el rostro de Kuze. Había visto ese tipo de expresión antes… en los callejones, en los ojos de quienes creen que la fuerza los justifica todo. Desvió la mirada y tomó la segunda fotografía. Esta vez no esperó indicaciones. La giró con decisión. La imagen mostraba a un hombre de sonrisa despreocupada, traje llamativo, rodeado de mujeres en un club nocturno. Un contraste total con la intimidación cruda del anterior. —¿Y este? —preguntó, arqueando una ceja, entre curioso y desconcertado. —Hiroki Awano —respondió Tetsu, dejando escapar un leve suspiro—. Es más… sutil. No necesita alzar la voz para que se cumplan sus órdenes. Guardó silencio un instante, lo justo para escoger bien las palabras. —Mientras Kuze golpea, él destruye desde las sombras. Maneja dinero, influencias y favores. Nunca actúa solo. Su poder está tejido en una red invisible, pero cuando mueve una ficha… el tablero entero cambia. Ryohei dejó la fotografía sobre la mesa. Su mente giraba en círculos, buscando conexiones, patrones ocultos, pero sus ojos se posaron en la tercera imagen, aún boca abajo. Algo en su instinto le advirtió que esa era la más importante. Y la más peligrosa. —¿Y el tercero? —preguntó sin apartar la mirada de su hermano. Tetsu se tensó. El cambio fue sutil, pero palpable. Sus dedos se entrelazaron con más fuerza sobre el escritorio, como si algo en su interior también se preparara para revelarse. No respondió de inmediato. Solo empujó lentamente la última foto hacia él. —Es el peor de todos. El menor la tomó con cierta vacilación. La volteó con cuidado, como si estuviera desenterrando algo que debía permanecer oculto. La imagen mostraba a un hombre joven, con ojos gélidos y expresión inmutable. No había excentricidad, ni violencia visible. Solo una serenidad artificial que resultaba más inquietante que cualquier amenaza directa. Su porte era impecable. Su rostro, uno que podría perderse entre la multitud. Pero esa aura… esa calma que no encajaba con su edad… congelaba el aire a su alrededor. —Keiji Shibusawa —murmuró el mayor, con una mezcla de respeto y cautela—. No solo juega el mismo juego que los otros... lo redefine. Cada decisión es un cálculo. Cada palabra, una estrategia. No subestimes su silencio. Es lo que lo hace más letal. Ryohei apoyó la fotografía y cruzó los brazos, sin apartar la mirada de su hermano. —¿Por qué me cuentas esto ahora? —preguntó, su tono cargado de tensión, aunque su mente ya comenzaba a hacer conexiones entre los tres hombres y el crimen. El mayor lo miró directamente, sus ojos firmes pero cargados de inquietud. —Porque, te guste o no, ya estás involucrado. Desde que Kiryu-san apareció en escena, todo cambió. Estos hombres aún no saben quién eres, pero cuando lo descubran, no se detendrán. El joven se recargó en su silla, tratando de procesar las palabras de Tetsu. Había anticipado problemas, pero no algo de esta magnitud. Tres nombres, tres hombres que parecían titanes operando en un tablero que él ni siquiera sabía que existía. Su hermano dejó escapar un largo suspiro antes de mirar por la ventana hacia las luces de Kamurocho. —El Lote Vacío no es solo un terreno. Es la llave para controlar esta ciudad. Quien lo posea, dicta las reglas. Por eso, están dispuestos a destruir a cualquiera que se interponga. Ryohei frunció el ceño, no convencido. —¿Todo esto por un terreno? —replicó, incrédulo—. ¿Un proyecto inmobiliario? Tetsu negó con la cabeza, una sombra de cansancio en su rostro. —Lamentablemente si. Dinero, influencia… poder. Si los tres buscan ese terreno, no es solo por la tierra en sí, sino por lo que representa. Y el control de la ciudad. —¿Y por qué no simplemente lo compran? —insistió Ryohei, tratando de entender la magnitud de lo que escuchaba. —Porque uno de los dueños no quiere vender. Y lo peor: ha desaparecido. —¿Desapareció? —Si, nadie sabe dónde está. Mientras no aparezca, ese terreno es un obstáculo. Por eso esos tres están en guerra. El primero que lo encuentre y lo convenza —o lo obligue— será el que gane. El menor frunció el ceño, procesando la información con rapidez. —¿Y por qué nos afecta a nosotros? Tetsu lo miró, su expresión endurecida por la verdad que estaba a punto de revelar. —Porque hay más de un dueño del lote —dijo finalmente, su voz pesada—. Y estamos más cerca de ese terreno de lo que crees. El silencio se hizo más pesado. Ryohei abrió la boca para hablar, pero las palabras no salieron. Aunque no tenía la imagen completa, algo dentro de él sabía que su vida acababa de enredarse en algo mucho más grande de lo que podía imaginar. —Créeme, Ryohei —añadió el mayor, con un tono bajo y firme—, cuanto menos sepas ahora, mejor para ambos. El joven no respondió, pero una maraña de dudas y sospechas comenzaba a formarse en su mente. Sabía que estaba entrando en un juego peligroso, y que ya no había vuelta atrás. Se tomó un momento antes de continuar, dejando que las palabras de su hermano resonaran en su mente. Cada frase parecía abrir un nuevo abismo de preguntas y dudas, como si cada respuesta solo trajera consigo más incógnitas. El ambiente a su alrededor se había vuelto más denso, y Ryohei sentía cómo cada palabra lo arrastraba más hacia un punto del que no podía escapar. —Si uno de los dueños está desaparecido, ¿qué pasa con el otro? —preguntó finalmente, su voz cargada de una duda sutil, pero con una determinación que mostraba que ya no podía dar marcha atrás. Quería, necesitaba, saber más. Tetsu tardó un instante en responder, su mirada oscura y calculadora mientras parecía evaluar cada palabra antes de soltarla. —Nadie lo sabe… —respondió con tono grave y cauteloso—. Lo único que sabemos es su nombre, pero nuestras teorías apuntan a que no están relacionados con la persona desaparecida. Su hermano solo frunció el ceño, incapaz de comprender completamente la respuesta. Algo en la explicación de Tetsu le parecía incompleto, como si una pieza vital faltara en el rompecabezas. —No lo entiendo... ¿A qué te refieres? —preguntó, su voz más baja, cargada de inquietud. El mayor de los Tachibana soltó un largo suspiro y lo miró con una seriedad que no admitía réplica. —Porque creemos que esa persona fue puesta como dueño por error… o por alguna otra razón —comenzó, sus palabras suaves, pero cargadas de una intensidad palpable—. Sé su nombre, pero es mejor que no lo sepas. Si sabes más, podrías poner en peligro a esa persona. Menos involucrados, más seguridad. El aire se volvió denso. Ryohei sintió el hormigueo en su piel, pero no insistió. Algo en su interior le decía que era tarde para presionar, aunque las dudas crecían como sombras en su mente. Desvió la mirada con frustración antes de clavar los ojos en su hermano, percibiendo los pequeños gestos que lo delataban: la rigidez de sus hombros, las arrugas tensas en su frente, la mirada fija en las fotografías del escritorio. Más que calculador, Tetsu parecía estar lidiando con un miedo silencioso. Y lo entendía. En Kamurocho, donde la lealtad se pagaba con sangre, era solo cuestión de tiempo antes de que su vínculo saliera a la luz. El joven se encogió ligeramente de hombros, cruzando los brazos con una mueca de escepticismo. —¿Qué pasa, Tetsu? —preguntó, mezclando preocupación y desconfianza. El mayor desvió la mirada hacia la ventana, donde las luces titilaban como pulsaciones de un corazón herido. —Ryohei… —su voz bajó, casi un susurro—. Quiero que mantengas tu identidad oculta hasta que todo esto termine. El menor frunció nuevamente el ceño. Algo en el tono de su hermano no era solo precaución: era miedo. —¿Es por esos hombres? —señaló las fotografías en el escritorio—. ¿Crees que vendrán por mí? Tetsu se inclinó hacia atrás en su silla, dejando escapar el peso que cargaba. —Ellos no dudarían en usar cualquier debilidad para hacerme caer —admitió, con la voz apenas audible—. Y tú… eres mi punto más vulnerable. Si algo te pasara… —se pasó la mano por el cabello—. No sé qué haría. El aspirante a médico lo observó en silencio. Durante años había visto a Tetsu como un pilar inamovible, pero ahora percibía las grietas en su armadura. Un susurro interno le decía que, aunque intentaran ocultarlo, el lazo con Tachibana Real Estate no podría mantenerse secreto por mucho tiempo. —Tetsu, no soy un niño —dijo al fin, su tono firme—. Entiendo que quieras protegerme, pero no puedes cargar esto solo. Déjame ayudarte. Su hermano cerró los ojos un momento. Al abrirlos, había en ellos una mezcla de resignación y orgullo. —Está bien, Ryohei —accedió con una voz más suave—. Pero prométeme algo: si las cosas se ponen feas, no intentes ser un héroe. —Lo prometo. Pero tampoco me quedaré al margen. No soy solo tu debilidad; también puedo ser tu fuerza. Por primera vez en mucho tiempo, Tetsu sonrió sinceramente, aunque la preocupación persistía en su mirada. —Gracias, Ryohei —murmuró, observándolo mientras se levantaba. El hermano menor se colocó de pie. En el umbral, se detuvo un instante. —Lo que sí, hermano… Es probable que los lugartenientes de los Dojima ya sepan quién soy —advirtió, con un tono firme pero inquietante. Tetsu lo miró un momento, pensativo, y asintió con gravedad. —Lo tengo presente. Pero no harán nada... aún. Por ahora, mantener las apariencias les resulta más útil. Solo mantente alerta. La puerta se cerró con un leve clic. El mayor dejó caer los hombros, arrastrado por recuerdos enterrados. La imagen de un pasado volvió a su mente. El sonido seco de una puerta al cerrarse hizo que Ryohei levantara la vista de su libro de medicina. Tetsu irrumpió tambaleante, pálido y sudoroso, su respiración agitada como si cargara un peso invisible. Dejó el libro y corrió a sostenerlo antes de que cayera. —¡Tetsu! —exclamó, ayudándolo hasta el sofá, ignorando las débiles protestas de su hermano. —Nada... solo un mal día —susurró el mayor, aunque su cuerpo tembloroso decía lo contrario. El joven no le creyó. Lo instaló en el sofá y fue en busca del botiquín. Cuando regresó, encontró a su hermano encorvado, luchando por mantener la compostura. Había una fragilidad en Tetsu que rara vez mostraba. —Tienes fiebre otra vez —diagnosticó, tocándole la frente—. ¿Cuántas veces te he dicho que no ignores los síntomas? Tetsu cerró los ojos, agotado. —No puedo detenerme… Hay demasiado en juego. —Sí, claro, y por eso casi te desmayas en la entrada —respondió Ryohei con calma, aunque sus manos se movían con rapidez y precisión. Sacó una jeringa del botiquín y la llenó con el medicamento adecuado. —Esto te va a ayudar con el dolor y la fiebre. No te muevas. El hermano mayor solo abrió un ojo, tratando de bromear, aunque su tono era débil. —¿Cuándo te volviste tan mandón? —Desde que decidiste actuar como si fueras invencible —replicó el hermano menor, con un tono más seco de lo habitual. Mientras administraba la inyección, su firmeza no dejó espacio para que Tetsu replicara. El medicamento empezaba a hacer efecto, Ryohei se sentó frente a su hermano, cruzando los brazos. La quietud en la habitación fue interrumpida por sus palabras, duras pero necesarias. —A veces me pregunto si realmente quieres vivir —dijo finalmente, su tono cortante—. Porque haces todo lo posible por demostrar lo contrario. El aludido lo miró, su expresión ahora seria, como si las palabras de su hermano lo hubieran golpeado con más fuerza de la que esperaba. —Vivo por ti. Todo esto… es por ti. —Entonces deja que te cuide —respondió, su tono ahora más suave—. Te he dicho muchas veces que no puedes cargar con todo solo. Déjame ayudarte. Por primera vez en mucho tiempo, Tetsu no respondió con sarcasmo ni evasivas. Simplemente asintió, permitiendo que su hermano menor tomara el control, al menos por esa noche. Horas más tarde, el joven lo llevó a su habitación, recostándolo en la cama, por fin su cuerpo estaba relajado, aunque las huellas de la fatiga seguían marcando su rostro. Ryohei lo observó en silencio desde una silla cercana, asegurándose de que estuviera estable antes de retirarse. —Es suficiente por hoy —ordenó, apagando la lámpara de la habitación. Su voz era tranquila, pero firme—. Descansa. Mañana será otro día. El mayor asintió levemente, sin despegar la mirada del techo, como si intentara evadir los pensamientos que lo abrumaban. —Ryohei… ¿Puedes quedarte conmigo esta noche? Por favor. El menor, sorprendido por la petición, lo miró unos segundos antes de asentir. Se acercó a la amplia cama de aquel hombre que siempre intentaba mostrarse imponente ante él. Se quitó la chaqueta mientras Tetsu se movía apenas para hacerle espacio. Pronto, ambos estaban ya recostados. —¿Así está bien? La habitación se llenó de esa calma cómoda que solo existe entre hermanos. Ryohei, aún con el pulso acelerado por la preocupación, se acomodó lo suficiente para que su cercanía fuera un recordatorio silencioso de que, aunque el mundo pesara, no estaba solo. —Gracias, asi está perfecto… —murmuró Tetsu, dejándose vencer finalmente por el sueño, sintiéndose, al menos por esa noche, protegido. El clic de la puerta al cerrarse lo devolvió al presente. El hermano mayor, sentado en su escritorio, dejó caer los hombros mientras el recuerdo de aquella noche seguía vívido en su mente. Había visto destellos de la fortaleza de Ryohei antes, pero entonces los había desestimado, atribuyéndolos a la terquedad propia de la juventud. Ahora entendía cuán profundo era el carácter de su hermano y hasta dónde estaba dispuesto a llegar por él. —Jamás me di cuenta… —murmuró, su voz apenas un susurro perdido en la penumbra—. De cuándo pasaste de ser un niño a un hombre. Sus pensamientos seguían orbitando alrededor de ese momento, como si la respuesta a lo que venía estuviera encerrada allí. Dejó escapar un suspiro pesado. Finalmente, se incorporó de su escritorio y caminó hacia su habitación. A medida que avanzaba por el pasillo, el eco de sus pasos amplificaba la tensión del día. Cuando se recostó, su cuerpo cedió al cansancio, pero su mente seguía atrapada en los desafíos que el amanecer traería. Aunque la noche había terminado, una pequeña chispa de esperanza permanecía en su interior. Quizá, esta vez, no tendría que enfrentarlo todo en soledad. La luz matinal se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras suaves en la habitación. El joven ya estaba despierto, moviéndose con calma, pero con determinación. La noche anterior seguía fresca en su memoria, pero no dejó que eso lo distrajera. Había aprendido que la preparación era clave, y hoy no sería la excepción. Se colocó una camiseta sencilla y pantalones deportivos, ajustando los cordones de sus zapatillas con movimientos automáticos. El zumbido bajo de la ciudad apenas lo distraía mientras preparaba su bolso. Guardó una toalla, una botella de agua y un cambio de ropa. El bolso deportivo, desgastado pero funcional, descansaba junto a la puerta. Ryohei ajustó las correas con cuidado, repasando mentalmente lo que debía hacer. Antes de girar el pomo, el teléfono resonó en la sala, llenando el espacio con su timbre metálico y cortante. Frunció el ceño y caminó hacia el aparato con pasos decididos. Al descolgar, un suspiro antecedió su respuesta. —¿Diga? —Soy yo… —la voz familiar de Kenji rompió la calma matutina. —Kenji —respondió el aspirante a médico, relajando ligeramente el tono—. Qué sorpresa. ¿Otra vez buscando excusas para no estudiar? —Mira quién lo dice, el hombre más ocupado de Kamurocho —bromeó su amigo con su usual sarcasmo, dejando escapar una ligera risa—. Oye, hablando de "ocupado", ¿qué pasó contigo anoche? Te esfumaste del Cabaret Grand como un ninja. Ryohei suspiró, esta vez con algo de dramatismo. —Trabajo de último minuto con mi hermano. Ya sabes cómo es, siempre surge algo que necesita mi atención. Kenji soltó una carcajada. —Ah, claro. Porque tú nunca escapas por motivos más interesantes, ¿verdad? Seguro tu hermano es un cliente muy exigente. —Ya quisieras —respondió el menor Tachibana con una leve carcajada—. Pero no, en serio. Me avisaron que hubo un caos en la oficina cuando estábamos en el karaoke. Un cliente tuvo una discusión acalorada por unos cobros que, según él, no correspondían y, para rematar, terminó borracho en la puerta del apartamento. Se puso violento y Oda-san tuvo que intervenir. Ya te imaginas cómo terminó eso. —¿Qué tan "acalorada" fue la discusión? —preguntó Kenji, con tono curioso y burlón—. ¿Oda-san parecía haber peleado con un oso? Ryohei se permitió una sonrisa mientras apoyaba el codo sobre la mesa. —Digamos que el cliente no estaba en su mejor momento. Por suerte, se resolvió antes de que escalara más. Oda-san aguantó bien y luego se fue a descansar. Se quedó a dormir acá con nosotros. —Claro, porque ahora tú eres el mediador experto de Tachibana Real Estate —ironizó su amigo—. ¿Qué hiciste? ¿Ofrecerle un descuento en su próximo terreno? —Más bien limpié el desastre —dijo el joven con calma—. Aunque no fue tan complicado. El tipo se fue rápido. —Qué conveniente —replicó el otro chico, aún con un deje de sospecha—. ¿Y qué pasa con tu "trabajo inesperado"? ¿Tu hermano no puede manejarse sin ti? —No es eso. Es solo que a veces… —Ryohei hizo una pausa, consciente del rumbo de la conversación—. Bueno, da igual. ¿Dónde estabas tú? Kenji soltó una risa que hizo que Ryohei frunciera el ceño, anticipando algo sospechoso. —Ah, ¿yo? Me fui con Kyomi después de que te largaste. El aspirante a médico dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró profundamente. —¿En serio? Claro, tenía que ser. Y mientras tanto, yo aquí solo, lidiando con problemas. —Oh, ¿te sientes abandonado? —Kenji alargó las palabras con malicia evidente—. Si Oda-san lo "resolvió", seguro encontraste una forma muy creativa de agradecerle, ¿no? —No empieces —replicó su amigo, aunque una leve sonrisa traicionó su intento de mantenerse serio—. Tú no estás en posición de hablar, ¿o acaso Kyomi ya tiene todas tus prioridades bien claras? —¿Kyomi? Bueno, ella tiene… ciertas ventajas competitivas —contestó el otro con una risa descarada. —Ventajas, claro… —bufó el menor Tachibana, dejando escapar un comentario sarcástico—. No te preocupes, no me pongo celoso. Pero si mañana apareces todo adolorido, no vengas llorando a mí. —¿Adolorido? —su mejor amigo fingió indignación—. ¿Quién te crees que soy, un principiante? —Bueno, considerando lo mal que lidiaste con tu última "sesión intensiva"… —dejó caer la frase con una sonrisa burlona—. No es que te tenga mucha fe. Kenji soltó una carcajada, intentando recuperar la ventaja. —Hablas como si fueras un experto. ¿O es que también tienes tus propios métodos… "intensivos"? Seguro que Oda podría confirmar más de una cosa. El joven arqueó una ceja, aunque no pudo evitar reír. —¿Confirmar? Claro que sí. Te sorprenderías de lo "generoso" que puedo ser, sobre todo cuando quiero quitarme a alguien de encima rápido. Su amigo soltó una carcajada estruendosa. —¿Eso fue una confesión, Tachibana? Porque ahora sí tengo razones para preocuparme por tu pobre hermano. —Deberías preocuparte más por ti mismo, Shirakawa —remató, con un tono casual cargado de burla—. A este paso, Kyomi tendrá que llamarme para recogerte cuando ya no puedas caminar. El chico al otro lado de la linea no pudo contener otra carcajada. —Por favor, Ryo. Si alguien va a necesitar ayuda después de una noche así, seguro que no seré yo. Ryohei solo negó con la cabeza, riendo para sus adentros. —Claro, claro… Luego no digas que no te avisé cuando te vea caminando como abuelo. Decidió cambiar de tema antes de que la conversación se alargara más. —Volviendo a lo que realmente pasó anoche. Mi hermano está trabajando en unos contratos importantes y necesita ayuda con la logística. Parece que quedé enlistado como su asistente "voluntario". Entre eso, estudiar para el examen y trabajar en el Serena, no me queda mucho tiempo libre. —Vaya, entonces, ¿ya no te veremos hasta el examen? —Kenji fingió indignación—. Voy a extrañar tus intentos de actuar como el responsable del grupo. —Oh, por favor —respondió su amigo, acompañando sus palabras con una risa suave—. No me extrañarás tanto. Además, alguien tiene que asegurarse de que pases el examen, y ese alguien soy yo. —¡Qué considerado! —exclamó el otro entre risas—. Pero oye, ¿qué pasa si fracaso porque mi mejor amigo se convirtió en esclavo corporativo? Ryohei soltó una carcajada breve. —Siempre puedes culpar a la vida nocturna de Kamurocho por distraerte —comentó, dejando que el doble sentido quedara en el aire—. Mientras tanto, yo me sacrificaré lidiando con contratos y cerrando negocios aburridos. Kenji soltó una carcajada al otro lado de la línea, pero no perdió la oportunidad de contraatacar. —"Negocios aburridos", dice. Seguro lo mencionas para que no me dé celos de tu emocionante vida de burócrata seductor. —No quiero herir tus sentimientos. —respondió el menor Tachibana con una ironía tan afilada como su sonrisa—. Aunque, siendo sincero, no se compara con tus maratones nocturnos… y no precisamente en la pista de atletismo. Kenji dejó escapar un suspiro exagerado, como si pretendiera ocultar un ataque de risa. —Ah, claro, porque tú siempre consigues exactamente la compañía que quieres, ¿no? Seguro hasta tienes que rechazar ofertas por "overbooking". —Anoche, casualmente, me interesaba más saber qué hacías tú con Kyomi… —dejó caer el comentario con falsa inocencia, aunque su tono estaba cargado de intención—. ¿Qué tal estuvo tu "noche de pasión"? Su amigo casi se atraganta con su propia risa, un tanto incómodo. —¡¿Qué?! No fue nada de eso, idiota. Solo la acompañé a casa, como un caballero. ¿Por qué lo preguntas? —Porque me dejaste plantado, cariño. Yo tenía grandes planes contigo, ¿sabes? —Ryohei arrastró las palabras con un tono casi sensual—. Sobre todo después de imaginar lo limpio y cómodo que debe estar tu apartamento ahora. Pero claro, Kyomi tenía prioridad. Kenji rió entre dientes, aunque su tono traicionaba algo de vergüenza. —¡No digas esas cosas, imbécil! La gente podría malinterpretar. —¿Malinterpretar? —repitió Ryohei, fingiendo desconcierto antes de sonreír pícaramente—. Vamos, cariño, no te pongas así. Sabes que siempre serás mi "favorito". —¡Favorito, mis narices! —estalló Kenji entre risas, claramente más avergonzado que molesto—. ¿Tienes que ser tan dramático? —Lo que pasa es que me tienes mal acostumbrado —lanzó el comentario con descaro—. Pero tranquilo, Kyomi no tiene por qué enterarse de nuestra "relación secreta". —¡Cállate, Ryo! —rió su amigo, rindiéndose al juego—. Tus bromas de mal gusto me van a meter en problemas. —Admite que te encanta toda la atención que te doy —remató el aspirante a médico, con una sonrisa que seguramente su mejor amigo podía sentir desde el otro lado de la línea—. Pero bueno, volviendo al tema serio: ¿vas a pasar ese examen de una vez o tendré que seguir molestándote hasta que lo hagas? El otro logró recuperar el aliento entre risas. —Está bien, está bien. Pero si me gano el premio al estudiante del año, más vale que me invites a cenar. Y no estoy bromeando. —Hecho. Pero solo si apruebas. ¿Trato? —Trato. Aunque no prometo dejar de fastidiarte hasta entonces. —Lo estoy contando —dijo Ryohei antes de mirar por la ventana, donde las luces de Kamurocho seguían brillando bajo el cielo gris de la mañana—. Ahora déjame volver al trabajo antes de que Tetsu venga a darme la lata. —Como digas, Tachibana-san. Nos vemos en los libros… o en el Serena. Ah, y por cierto… —¿Qué? —Todavía recuerdo cómo ocultaste tu apellido allá, "Hiratori-san" —añadió Kenji con una última risa burlona antes de colgar. —Idiota… —murmuró Ryohei, negando con la cabeza mientras sonreía. Colgó el auricular con calma, pero permaneció en silencio unos segundos, mirando por la ventana. Su expresión se suavizó, aunque una sombra de melancolía cruzó sus ojos. —Lo siento… No puedo arriesgarme a que te involucres. Esto no es algo en lo que debas estar. Suspiró, su sonrisa transformándose en algo más tenue, más privado. —Además, así tendrás más tiempo para Kyomi… Como si no me hubiera dado cuenta. —¿Quién va a tener más tiempo con Kyomi? —La voz de Tetsu lo sacó de su ensimismamiento. Al voltear, encontró a su hermano apoyado en el marco de la puerta, con una expresión relajada y serena, algo inusual en él. —Ah, hermano… No quería despertarte —respondió Ryohei, incómodo, mientras pasaba una mano por su nuca. Tetsu no respondió de inmediato. En cambio, su mirada se posó en el bolso que colgaba de los hombros de su hermano menor y en la ropa deportiva que llevaba puesta. Una ligera sonrisa cruzó su rostro, mezcla de curiosidad y aprobación. —¿Piensas hacer ejercicio o algo más serio? —preguntó, con un tono que dejaba entrever que ya tenía una idea de lo que ocurría. El joven vaciló un instante, buscando las palabras correctas. Había tomado la decisión de entrenar, pero no estaba seguro de cómo explicarlo sin parecer imprudente. Si esas personas realmente iban a perseguirlo por su vínculo con Tetsu o por lo que sabía del lote vacío, entonces necesitaba estar preparado. No podía permitirse ser una carga. —Pues… verás… —empezó, tratando de armar una excusa convincente, pero su hermano mayor lo interrumpió antes de que pudiera continuar. —Ya veo. Nuestra conversación de anoche te dio algo en qué pensar, ¿no es así? —cruzó los brazos, su tono despreocupado, pero su mirada revelaba algo más profundo—. No es una mala decisión, pero espero que lo hagas por las razones correctas… no solo por miedo. Ryohei lo observó, sorprendido por la percepción de su hermano, pero antes de que pudiera responder, otra voz se unió a la conversación. —Parece que tienes claro lo que quieres hacer, chico —dijo Oda mientras salía de la habitación de invitados. Aunque su paso aún era algo lento, su semblante mostraba que ya se estaba recuperando de la pelea de la noche anterior—. Déjame adivinar: ¿tienes pensado entrenar artes marciales? El joven se quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de Oda y la mirada inquisitiva de Tetsu. Finalmente, se encogió de hombros y dejó escapar un leve suspiro. —Algo así —admitió. Su voz era tranquila, pero cargada de una determinación que no pasó desapercibida para ninguno de los presentes. El mayor intercambió una mirada rápida con su subordinado antes de volver a fijarse en su hermano. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras asentía, aunque sus ojos reflejaban algo más profundo: una mezcla de orgullo y preocupación. —Entonces, más te vale darlo todo. Pero recuerda, hazlo por ti, no por mí. Oda soltó una pequeña risa, rompiendo la tensión que flotaba en el aire. —Vamos, Tachibana. Se le nota en la cara que lo hace tanto por él como por ti. Déjalo que lo haga por las razones que quiera y punto. Ya no es el niño al que sobreprotegías. Su tono despreocupado aligeró la atmósfera mientras sacudía una mano en el aire. Luego agregó con una sonrisa. —Bien, tengo que capacitar al chico nuevo. ¿Me permiten usar su baño antes de salir? Ambos asintieron sin decir palabra. Sin embargo, antes de que el humor pudiera asentarse, Ryohei rompió el breve alivio con una confesión cargada de determinación. —Está bien… será mejor que me vaya —dijo mientras se daba la vuelta hacia la puerta. Su mano se posó en el pomo, pero se detuvo antes de abrirla —Hermano… tengo pensado pasar todo el día fuera. Después de… bueno, entrenar, iré al Serena. —Hizo una pausa, apretando ligeramente el pomo, como si con ese gesto reforzara su resolución—. Tendré cuidado, sobre todo con lo que hablamos. Sin añadir más, abrió la puerta y salió, cerrándola tras de sí con suavidad. Tetsu lo observó alejarse en silencio. En su mirada se entrelazaban orgullo y una preocupación inevitable, conscientes de que Ryohei estaba dando un paso propio hacia un futuro incierto. Sabía que su hermano aún no estaba listo para toda la verdad, pero verlo actuar por decisión propia le daba una chispa de alivio. Oda, que también lo había seguido con la mirada, se acercó y apoyó una mano en su hombro, su expresión más seria de lo habitual. —Supongo que le contaste todo, ¿verdad? El hombre dejó escapar un suspiro, pero su mirada se mantuvo seria. —Solo lo importante… Aún no está listo para lo que se avecina. Su compañero arqueó una ceja, su tono cargado de ligera incredulidad. —Pero lo viste. Quiere ayudarte y planea hacerse fuerte, tanto por él como por ti. ¿Eso no es suficiente para contarle lo más importante de todo esto? El mayor giró su rostro hacia su amigo, su mirada firme como una roca. —Oda-san… —dijo con voz grave y pausada—. Ryohei aún no puede saber eso. Pero con la información que le di, ya tiene suficiente para avanzar. —Hizo una breve pausa, su expresión endureciéndose aún más—. ¿Cómo crees que reaccionará cuando sepa que…? Antes de que pudiera terminar, el otro levantó una mano, interrumpiéndolo. —Tienes razón —respondió con un suspiro, aunque su tono reflejaba más resignación que convicción. Retiró su mano del hombro de Tetsu y dio un paso atrás. —Pero no olvides que no puedes protegerlo de todo, Tachibana. Tetsu no respondió, pero su mirada se perdió por un instante en la dirección en la que Ryohei había desaparecido. En lo más profundo de su ser, sabía que la verdad era un arma de doble filo, y que cada decisión tomada lo acercaba al momento inevitable en el que tendría que confiarle a su hermano el peso completo de la realidad.
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