Capítulo 6
“Secretos Expuestos”
El cielo despejado anunciaba una nueva jornada en Kamurocho. Las calles comenzaban a llenarse de actividad; los locales diurnos levantaban sus persianas mientras las tiendas nocturnas cerraban, preparándose para descansar tras largas horas de trabajo. El sol, demasiado alto para esa hora, lo golpeó de lleno al salir, como si el día insistiera en obligarlo a abrir los ojos al presente. Ryohei entornó los ojos y soltó un suspiro, levantando una mano para protegerse del resplandor. Había decidido que, después de algún tiempo postergándolo, hoy sería el día en que finalmente iría a inscribirse al dojo y comenzaría su entrenamiento. Sin embargo, justo cuando ajustaba la correa del bolso al hombro, se detuvo en seco, su expresión endureciéndose. —Ah, mierda… —murmuró, recordando de golpe un favor que su jefa le había pedido antes de concederle esas preciadas noches libres. Le había prometido cubrir unas horas durante el día para atender a unos clientes importantes. Soltó un gruñido resignado y regresó al apartamento, dejando el bolso a un lado mientras buscaba algo más adecuado para trabajar. Cambió su ropa por una camisa celeste de corte sencillo, cómoda pero apropiada para un entorno laboral, dejando la corbata y la chaqueta descartadas. A fin de cuentas, no planeaba quedarse más tiempo del necesario. Metió la ropa de entrenamiento de nuevo en la mochila. —Tendré que pasar por el dojo después del trabajo —pensó, ajustando el cierre. Ya en la calle, tomó rumbo hacia el Serena con paso ágil, procurando no llegar tarde. A pesar del cambio inesperado de planes, no podía evitar cierta emoción ante la idea de inscribirse más tarde. Era algo que llevaba tiempo considerando, pero nunca encontraba el momento oportuno para dar el paso. —¿Qué tal será? —murmuró para sí, mientras esquivaba a un repartidor que pasaba corriendo—. Espero que no sean demasiado estrictos con los novatos. El bullicio matutino del distrito le daba a Kamurocho un aire diferente al habitual. Los negocios abrían, los repartidores iban y venían, y los autos llenaban las avenidas con el constante rugir de motores. Mientras avanzaba, no pudo evitar una sonrisa apenas perceptible. —Primero el trabajo… después el dojo —se dijo con determinación, ajustándose el bolso al hombro. Aunque el día había comenzado distinto a lo planeado, no pensaba perder la oportunidad de iniciar ese entrenamiento que tanto había postergado. Dobló la esquina hacia la calle Tenkaichi, donde se alzaba el Serena, un refugio discreto entre el bullicio constante de Kamurocho. Cruzó la galería y presionó el botón del ascensor, subiendo hasta el segundo piso. Una vez allí, se detuvo frente a la puerta, acomodando el bolso antes de abrirla con un suspiro. Para su alivio, el lugar estaba tranquilo; Reina limpiaba la barra con movimientos metódicos y no se escuchaban más voces en el local. Se inclinó ligeramente para saludar. —Creo que llegué a tiempo, ¿no? —dijo con una sonrisa, acercándose a la barra y dejando su bolso en un rincón donde no estorbara. La encargada levantó la mirada y le dedicó una sonrisa. —Esta vez sí, llegaste puntual. Gracias por venir tan temprano. —Su tono era cálido, aunque su mirada se desvió con curiosidad hacia el bolso del joven—. ¿Ese bolso es nuevo? El joven dejó escapar una risa nerviosa mientras se acomodaba en el taburete frente a la barra. —Para serte sincero, Reina-san… casi lo olvido. —Se rascó la nuca con cierta vergüenza—. Me estaba preparando para algo completamente distinto esta mañana. —¿Ah, sí? —ella arqueó una ceja mientras seguía limpiando—. ¿Y se puede saber qué era tan importante como para casi dejarme plantada? —Pensaba inscribirme a un dojo. —Apoyó un brazo en la barra, con una sonrisa entre traviesa y arrepentida—. Llevo tiempo diciéndome que lo haría, pero siempre surge algo. Hoy, por fin, decidí que ya era hora… pero olvidé por completo que te había prometido cubrir esta mañana. La mujer dejó el trapo en la barra y lo miró con interés. —¿Un dojo? Vaya, eso no lo esperaba de ti. ¿Es por deporte o hay algo más detrás? —Supongo que un poco de ambas cosas. —Se encogió de hombros—. Es más, por disciplina y para despejarme. Últimamente siento que me vendría bien descargar algo de energía de manera más… productiva. —Bueno, no suena nada mal. —Reina sonrió, aunque su tono tenía un matiz de picardía—. Aunque, conociéndote, no puedo evitar preguntarme si no estás buscando impresionar a alguien. El joven dejó escapar una risa breve, acompañada de un ligero gesto de negación con la mano. —¿Impresionar? Para nada. Si fuera por eso, mejor aprendería a bailar o algo así. —Hmm, bailar definitivamente te vendría bien. —Ella bromeó, riendo con suavidad—. Aunque tampoco te vendría mal esforzarte más en algo… ya sabes, menos práctico y más romántico. —¿Romántico? Lo mío no es tan complicado como crees. —Respondió con una sonrisa, desviando ligeramente la mirada con incomodidad. —Bueno, gracias por no dejarme colgada. Después de esto, mañana puedes correr al dojo si todavía tienes ganas. —Gracias por entender, Reina-san. —El chico sonrió con algo más de confianza—. Prometo compensarte con un café cuando termine este turno. —Hecho. Pero que sea uno de los buenos. —Ella se volvió hacia la cafetera, empezando a preparar algo para sí misma—. Y suerte con tu inscripción. Sólo no llegues al dojo agotado por trabajar aquí. —Descuida, aún me queda energía de sobra. Ambos compartieron una sonrisa antes de que el día en el Serena comenzara en forma, con Reina a cargo de los preparativos y Ryohei listo para cumplir su promesa. Las horas transcurrieron con la calma propia de las mañanas en el local. La suave melodía de un saxofón resonaba desde el tocadiscos en la esquina, llenando el bar con una atmósfera relajante y algo nostálgica. Entre el tintineo de vasos y el eco lejano de las calles, Reina repasaba la barra con su dedicación habitual, lanzando de vez en cuando una mirada al joven. Él trabajaba concentrado, limpiando mesas, atendia a los clientes y organizando el lugar sin quejarse. A pesar de ser una mañana tranquila, lo hacía con la misma precisión que si el bar estuviera lleno. La mujer sabía que podía confiar en él, incluso cuando el turno anterior parecía distraído con otros planes. El sonido repentino de la campanilla de la puerta interrumpió el ambiente. Reina levantó la vista de inmediato, al igual que su ayudante, quienes miraron al nuevo visitante. En el marco de la puerta, con una expresión confiada y su característica chaqueta oscura combinada con una camisa desabotonada, se encontraba Akira Nishikiyama. Su cabello, perfectamente peinado pero suelto, brillaba bajo la luz tenue del bar. Sus pasos resonaron con un aire despreocupado al entrar. Nishiki, como siempre, irradiaba esa mezcla de carisma y elegancia que lo hacía destacar incluso en un lugar tan discreto como el Serena. Mientras se acercaba a la barra con su andar relajado, Reina dejó a un lado el trapo con naturalidad. El saxofón seguía envolviendo el ambiente con su melodía melancólica, pero la presencia del recién llegado alteró sutilmente el aire, como si trajera consigo otra energía. —Vaya, si no es nuestro cliente estrella —dijo el bartender con una media sonrisa mientras terminaba de ajustar un vaso en la mesa más cercana. —¿Estrella? No exageres, hombre —replicó el recién llegado, dejándose caer en un taburete junto a la barra—. Aunque si me tratas así, quizás empiece a creerlo. Anda, Ryohei, sírveme lo de siempre. —A la orden —respondió, acercándose a la barra mientras tomaba un vaso limpio y una botella de licor. Conocía ese pedido de memoria; Nishiki era cliente habitual del Serena desde mucho antes de que él comenzara a trabajar allí, pero se habían llevado bien casi desde el primer cruce de palabras, sin importar que uno fuera un aspirante a médico y el otro yakuza. —Por cierto, te veo más animado de lo usual. ¿Todo bien? —Preguntó el bartender mientras vertía el liquido ambar en el vaso. —Claro, todo va viento en popa. Aunque… —giró hacia él con una sonrisa un tanto burlona—, antes de hablar de mí, dime, ¿cómo vas con tus exámenes de ingreso? —Mejor de lo que esperaba. Aunque siempre hay algo que podría mejorar. —Eso suena bien. Porque te advierto, cuando tenga mi propia familia, te contrataré como médico de cabecera. ¿Qué dices? —bromeó Nishiki, levantando el vaso que acababa de recibir. —¿Médico de cabecera, dice? Solo si me pagas bien. —Claro que te pagaré y muy bien, siempre que no te olvides de quién te apoyaba en tus días de bartender. Ambos rieron suavemente, y Reina, que había estado escuchando mientras organizaba unas botellas detrás de la barra, negó con la cabeza con una sonrisa. —Si Nishikiyama-kun confía en ti tanto como para ponerte al cuidado de su familia, diría que vas por buen camino. —Eso, o tengo demasiada fe en él —añadió el yakuza con una risa ligera, aunque el brillo en sus ojos delataba su sincera confianza en el chico. El ambiente distendido se mantuvo por unos instantes mientras el recién llegado probaba su licor. Tras un sorbo, esbozó una sonrisa de aprobación y, con tono casual, mencionó que su hermano de juramento —de quien ya había hablado en visitas anteriores— había dejado la familia y conseguido un nuevo trabajo. Antes de continuar, volvió a llevar el vaso a los labios, disfrutando del contenido con calma. —Esto sigue siendo increíble. Siempre digo que tienes una mano especial para servir este trago. —Es solo el licor, no te emociones tanto —replicó el bartender con su característico sarcasmo—. Pero mencionaste que tu amigo empezó a trabajar. ¿Qué tiene de malo eso? —Nada, en realidad. Pero lo acompañé a comprarse un traje para su primer día, y déjame decirte… —hizo una pausa, llevándose el vaso de nuevo a los labios mientras alzaba una ceja con un gesto cargado de humor—. Tiene un estilo, digamos, único. —¿Único? —preguntó Reina, cruzándose de brazos mientras lo miraba con interés—. ¿Tan malo es? —No malo, solo… llamativo. Aunque a él parece no importarle en absoluto. Ryohei soltó una risa suave, apoyándose en la barra mientras limpiaba una copa con calma. —Déjame adivinar: algo que hace que se note a kilómetros de distancia, ¿no? —Exacto. Algo así como "mírame, estoy listo para pisar fuerte en Kamurocho" —añadió, riendo entre dientes mientras agitaba el vaso para pedir un poco más. La mujer negó con la cabeza con una sonrisa y volvió a sus tareas, mientras el menor Tachibana rellenaba el vaso del cliente. —Bueno, al menos tiene confianza en lo que hace. Aunque conociéndote, seguro le hiciste algún comentario que todavía está procesando —dijo con una sonrisa burlona. —¿Yo? Jamás haría algo así —respondió con fingida inocencia, aunque la curva de su sonrisa lo delataba. El yakuza giró ligeramente en su asiento, apoyando el codo en la barra mientras observaba a Reina y a su amigo. —Por cierto, le he hablado de este lugar. Siempre me dice que no tiene tiempo para bares, pero un día de estos lo traeré. —¿Ah, sí? —dijo Ryohei, alzando una ceja mientras secaba otro vaso—. Con lo que me has contado de él, suena interesante. Se sirvió un poco de licor en un vaso limpio, dejando la botella a un lado con cuidado. —Aunque, por cómo lo describes, me da la impresión de que se tomaría las cosas demasiado en serio. —Oh, créeme, cuando está relajado puede ser un buen tipo. Solo que últimamente… bueno, ha tenido que lidiar con cosas pesadas. Pero ya verás, tiene su encanto. Reina dejó escapar una ligera risa. —Si lo recomiendas, debe ser alguien digno de conocer. Aunque conociéndote, seguro lo estás metiendo en problemas, ¿no? Nishiki alzó su vaso con una sonrisa despreocupada antes de responder: —¿Yo? Jamás haría algo así. Bueno, al menos no a propósito. El saxofón mantenía su melodía suave y envolvente, sirviendo de telón de fondo para la calidez que se respiraba en el Serena. Las risas se mezclaban con el tintineo de los vasos, mientras las tareas fluían con naturalidad. De pronto, el sonido de la campanilla interrumpió brevemente la armonía. Los tres giraron la cabeza al unísono, y Nishiki esbozó una ligera sonrisa al reconocer al recién llegado. El joven tras la barra también alzó la vista: Kiryu acababa de entrar, vistiendo un impecable traje blanco de dos piezas que destacaba bajo la tenue iluminación del bar. La camisa roja, desabotonada en el cuello, añadía un toque audaz a su estilo habitual, rompiendo con la sobriedad que solía caracterizarlo. Reina, que aún no lo conocía, no perdió tiempo en ejercer su papel. Con una sonrisa cortés, dejó el trapo de limpieza a un lado y se acercó. —Bienvenido… —saludó con amabilidad, en un tono directo y profesional. Kiryu la observó con detenimiento, sorprendido por su porte. Había algo en su elegancia contenida, en la firmeza con la que se mantenía tras la barra, en el peinado recogido y la vestimenta sobria que lo hizo titubear un instante. No era una reacción romántica, sino una mezcla de respeto y ligera incomodidad ante una presencia tan imponente. Desde la barra, los otros dos no pasaron por alto aquel momento. Ryohei, con el vaso aún en la mano y una sonrisa que intentaba parecer despreocupada, se inclinó hacia su acompañante, hablando lo suficientemente bajo para que solo él pudiera escucharlo. —¿Él es del que hablabas? —preguntó con tono casual, aunque el leve endurecimiento en su mandíbula y el brillo contenido en su mirada delataban algo más profundo. Lo había reconocido… y esperaba, con una tensión silenciosa, no ser reconocido a cambio. —Sí, él es Kiryu —respondió sin darle demasiada importancia, apurando lo que quedaba en su vaso y haciendo un gesto para pedir otro. El joven bartender dejó escapar un silbido breve mientras destapaba la botella y servía con precisión, intentando recobrar la compostura. —Vaya, qué pequeño es este mundo —comentó con tono ligero, deslizándole el vaso lleno a su cliente habitual. Pero su mirada seguía fija, vigilante, como si estuviera preparado para cualquier señal que pudiera obligarlo a intervenir. Nishiki entrecerró los ojos, notando algo en el aire, y clavó una mirada inquisitiva en su amigo. —Espera un momento… Me da la sensación de que ya conoces a Kiryu, ¿no? —preguntó, inclinando la cabeza con expresión de falsa seriedad—. ¿De dónde se conocen? Ryohei mantuvo la compostura, pero su sonrisa se tornó más medida. Secó una copa con deliberada calma antes de responder: —Digamos que… las coincidencias existen —dijo, encogiéndose de hombros, sin dar pie a más detalles. La evasiva solo avivó la curiosidad de Nishiki. —Ya, claro —bufó el otro, tomando su vaso con una sonrisa divertida—. Por cierto, ¿qué opinas de su estilo? Entre nosotros, ¿se viste para pelear o para vender contratos de seguros? —Diría que para lo segundo. Pero con ese rojo chillón… capaz que espanta hasta a los clientes. Mientras tanto, Kiryu saludó con cierta timidez, sorprendido por la presencia firme y profesional de la encargada, quien lo observó con una sonrisa tranquila desde su lugar. —¿Es la primera vez que vienes por aquí? —preguntó con tono cordial, manteniendo ese aire de firmeza y control que la caracterizaba. —S-Sí… —respondió, algo incómodo. —Pues siéntete libre de tomar asiento donde gustes —le indicó amablemente, señalando con un gesto el bar que estaba a su disposición. —Gracias, solo estoy esperando a alguien… —añadió mientras comenzaba a dar sus primeros pasos hacia la barra. Sin embargo, una voz familiar rompió la tensión que llevaba a cuestas. —Hombre, relájate un poco… Kiryu alzó la vista hacia el origen de la voz, encontrándose con Nishiki, quien alzó su vaso en un gesto de bienvenida. A su lado, Ryohei dejaba una botella sobre la barra, con la habitual calma que lo caracterizaba. —Nishiki… —murmuró Kiryu, sorprendido al ver a su hermano de juramento—. ¿Qué haces aquí? —¿Y qué crees? ¿No puedo venir a relajarme y tomar un trago? —respondió con su tono despreocupado, apoyando un codo en la barra—. Este lugar es mi favorito de todo Kamurocho. Bebió el último sorbo de su vaso y señaló al bartender. —Además, este chico de aquí tiene un talento especial para servir licor. El joven, sin levantar la mirada, ya acomodaba un par de vasos sobre la superficie pulida. —Ya te dije que no es mérito mío —replicó con sarcasmo—. Es la marca del licor. —Ah, claro —rió Nishiki con una sonrisa burlona—. Pero insisto, tienes la mano para esto. ¿No es así, Reina? La mujer alzó una ceja, cruzando los brazos con una mezcla de curiosidad y sorpresa. —Vaya, Nishikiyama-kun… ¿es amigo tuyo? No me digas que… ¿es el famoso Kiryu-san del que nos contaste? El recién llegado frunció ligeramente el ceño, algo desconcertado. —¿Famoso? —preguntó, mirando a Nishiki con una mezcla de incredulidad y cautela. —No exageres, Reina —se defendió el yakuza, tomando un sorbo de su bebida—. No es como si estuviera repartiendo historias de él por todo Kamurocho. Aunque… no voy a negar que es todo un personaje. Ryohei, que acababa de dejar el último vaso en la estantería, giró la cabeza al oír el nombre. La conversación de la noche anterior aún pesaba en su mente: la alianza con su hermano y la promesa de limpiar su nombre. Dejó la barra y se acercó al recién llegado. —No esperaba verte tan pronto, Kiryu-san —dijo, extendiendo la mano con una media sonrisa—. Parece que Kamurocho es más pequeño de lo que creía. —Sí… demasiado pequeño —respondió Kiryu, estrechándole la mano con gesto neutro. Su voz era tranquila, pero sus ojos reflejaban una tensión contenida—. ¿Qué haces aquí? —Pues verás… Antes de que pudiera continuar, Reina, que no se había perdido el intercambio, intervino con curiosidad. —¿También conoces a Hiratori-kun? —preguntó, sin disimular el matiz de sorpresa mientras se movía detrás de la barra. Ryohei fue más rápido en responder, con esa calma pragmática que lo caracterizaba. —¿Recuerdas cuando te conté que casi me asaltan hace unos días? —dijo, volviéndose hacia ella—. Pues fue él quien me salvó. Me tomé la molestia de averiguar quién era para agradecerle. Reina asintió, recordando la conversación. Una sonrisa cruzó su rostro. —Vaya coincidencia… Dicho eso, regresó a sus quehaceres, dándoles espacio. Ryohei miró nuevamente al recién llegado, bajando el tono de voz. —A todo esto, ¿por qué estás aquí en realidad? Kiryu también moderó su tono, lo suficiente para que solo él lo oyera. —Oda me citó acá, después de una reunión con un cliente. Al parecer, vamos a celebrar algo. —¿Algo importante? —Un desalojo —respondió con seriedad—. Hoy logramos sacar a un okupa del edificio Sugita. Se quedó pensativo un instante más. —El tipo se amparaba en las leyes civiles para alargar el proceso. Tenía el respaldo indirecto de la Yakuza, así que fue todo un problema legal. Lo sacamos sin gastar ni un yen —dejó escapar una media sonrisa seca—, pero los yakuzas acabaron recibiendo una paliza. Ryohei parpadeó, visiblemente sorprendido. —No estaba al tanto de ese caso… —admitió, con los brazos cruzados—. Ya sabes que no me meto en los asuntos de la inmobiliaria. Prefiero mantener las manos limpias de esos tratos. Lo dijo con un tono relajado, pero sus ojos se estrecharon con una chispa de ironía mientras añadía: —Aunque, conociendo a Oda-san… tenía que mandarte a ti. Si necesitaba a alguien que repartiera golpes con estilo, sabía exactamente a quién recurrir. Kiryu desvió la mirada un instante, incómodo pero sin perder la compostura. Sus labios se curvaron apenas, conteniendo una sonrisa que no sabía si era resignación o complicidad. —¿Trabajas aquí? —preguntó entonces, como para desviar el foco de la conversación. Ryohei se encogió de hombros y asintió. —Como puedes ver. Turno nocturno, bartender ocasional y oído atento —respondió con una sonrisa ambigua—. Aunque esta noche, parece que me tocó recibir más que servir. Mientras hablaba, Ryohei empezó a atar cabos: la petición de Reina para cambiar su horario, la mención de clientes importantes… y ahora, la llegada inesperada de Kiryu. Soltó un leve suspiro, resignado. —Así que ustedes eran los “clientes importantes” que mencionó Reina-san —musitó, con una ceja en alto—. Solo te pido una cosa: mi vínculo con la inmobiliaria debe mantenerse en secreto. Aquí, soy solo Ryohei Hiratori. Kiryu asintió con un gesto breve, comprendiendo la importancia de esas palabras, justo cuando Nishiki intervino con tono burlón, observándolos de reojo. —¿Qué tanto cuchichean ustedes dos? —preguntó, girando en su taburete—. Anda, Kiryu, ven a beber algo mientras esperamos a tu famoso acompañante. El bartender esbozó una sonrisa leve, casi filosa. —Tú siempre tan curioso. Mejor disfruta tu trago y deja las teorías para después. —¡Bah! Sirve dos vasos más, y si quieres, te unes —replicó Nishiki, alzando su copa vacía con confianza. Ryohei sonrió de lado y retomó su lugar tras la barra, ajustándose el delantal con una pequeña sacudida de hombros. —Adelante, Kiryu-san. El primer vaso corre por mi cuenta —dijo, ya con la botella en mano, mientras el hielo tintineaba en los vasos como preludio de la velada. El recién llegado, finalmente relajándose un poco ante la atmósfera amigable, asintió y tomó asiento junto a Nishiki, mientras el saxofón continuaba llenando el Serena con su melodía envolvente. Los minutos transcurrieron entre bromas y tragos servidos con precisión. Nishikiyama, con ese entusiasmo casi contagioso que lo caracterizaba, comenzó a tararear una vieja melodía de rock japonés mientras golpeaba suavemente la barra con los nudillos. —¿Saben qué? Esta noche me dan ganas de ir al karaoke —anunció, alzando su vaso antes de dar un trago—. Hace rato que no canto Judgement como se debe… con público. Kiryu resopló por la nariz, como quien ya sabía lo que se venía. —¿Otra vez esa canción? —comentó con fingida resignación—. La última vez me dejaste sordo de un oído, y la dueña de ese bar casi nos echa del local. —¡Eso fue un éxito! Y tú eras mi animador designado, no te hagas el loco —retrucó Nishiki con una sonrisa ancha, señalándolo con el dedo. Ryohei, que secaba vasos con ritmo meticuloso, intervino desde la barra sin perder su compostura. —Paso. Ya canté anoche con un amigo… y terminó llorando —soltó con tono socarrón, como si hablara de un crimen del que no se arrepentía—. No quiero repetir esa escena dos noches seguidas. —¿Tanto poder tienes con tu voz, eh? —bromeó Reina desde el fondo. —Solo cuando canto baladas tristes. La verdad, prefiero que alguien más haga el drama hoy. —Entonces decidido —dijo Nishiki, incorporándose con energía—. ¡Yo abriré con Judgement! Y ustedes dos no se escapan, quiero verlos animando. Mientras Nishiki caminaba hacia el rincón donde estaba la máquina de karaoke, la conversación retomó un tono más íntimo. Se habló de Yumi, de cómo probablemente trabajaría allí pronto junto a Reina cuando terminara sus estudios, y de lo extraño que era pensar que, por un instante, ese pequeño grupo parecía una familia improvisada en medio del caos que era Kamurocho. Entonces, la música estalló en el ambiente. Nishiki cantaba con entusiasmo desbordante, entregado por completo a su interpretación. Kiryu, Ryohei, Reina y algunos clientes del local aplaudían con energía, vitoreando al improvisado cantante como si fuera una estrella de rock en plena gira. Cuando terminó, se dirigió a la barra con una sonrisa orgullosa, todavía recuperando el aliento. —¿Qué tal? —preguntó, pasándose una mano por el cabello ligeramente sudado. —Nada mal —respondió Ryohei con una media sonrisa—. A ver si un día nos aventuramos en un dueto. —Voy a tomar eso como un cumplido. Los minutos pasaron entre tragos, bromas y conversaciones distendidas, hasta que Kiryu consultó su reloj con una mueca de preocupación. —Oda se ha tardado… —No suele llegar tarde —añadió el bartender, cruzado de brazos—. Y tampoco ha llamado. —Hablas como si lo conocieras de toda la vida —comentó el yakuza, alzando una ceja con suspicacia. —Eh… no, simplemente es un cliente habitual. Igual que tú —respondió el joven, restándole importancia con un gesto de la mano. En ese momento, la puerta del Serena se abrió con un leve chirrido. Todos giraron hacia la entrada. Un hombre apareció en el umbral. Avanzaba tambaleante, su rostro hinchado por los golpes, la ropa manchada de sangre. Apenas logró dar unos pasos antes de desplomarse como un saco de carne sobre el suelo de madera pulida. El silencio se apoderó del lugar. La canción que aún titilaba en la pantalla quedó ignorada, suspendida en una especie de limbo mientras la atmósfera se transformaba por completo. La diversión se esfumó, desplazada por una tensión gélida. El juego había terminado. La realidad, brutal como siempre, acababa de cruzar la puerta. —¡Oda! —gritó Kiryu, poniéndose de pie de inmediato, con el rostro desencajado. Pero fue Ryohei quien reaccionó primero. Soltó el vaso que tenía entre manos, lo dejó en la barra sin mirar y se lanzó hacia el herido, ya entrando en su modo clínico, con el pulso firme y el corazón acelerado. —¡Oda-san! —dijo el bartender, agachándose rápidamente y sosteniéndolo entre sus brazos—. ¿Qué te pasó? ¡Resiste! Mirando hacia Reina, que permanecía paralizada por la impresión, alzó la voz con determinación. —¡Reina-san! Necesito el botiquín que está en la bodega. ¡Rápido! La mujer parpadeó y, finalmente, salió corriendo a buscarlo, mientras el joven enfocaba toda su atención en el herido. Este abrió los ojos con dificultad, su mirada turbia encontrando la de quien lo sostenía. —¿Ryo… hei? —susurró débilmente. —Soy yo —respondió con calma, tratando de mantener la compostura a pesar del miedo que lo atravesaba—. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Quién te hizo esto? Oda respiró con dificultad, cada palabra escapando entrecortada y dolorosa. —Tienes que… huir… ellos… ya saben de… ti. Las palabras seguían resonando en la mente de Ryohei, un eco que lo paralizaba mientras intentaba asimilar la gravedad de la situación. El ambiente, ya tenso por el estado crítico del herido, se volvió aún más opresivo cuando el sonido de pasos firmes y coordinados rompió el silencio del bar. La puerta del Serena se abrió nuevamente, y un grupo de cinco hombres vestidos de negro ingresó con una actitud imponente. Sus movimientos eran calculados, y sus expresiones de absoluta seriedad dejaban claro que no habían venido a beber. Ryohei y Kiryu se pusieron alerta al instante, sus ojos siguiendo cada movimiento de los recién llegados. Uno de los hombres se inclinó levemente, como si pidiera permiso para algo que aún no estaba claro. Y luego entró él. El último en cruzar la puerta no solo llenó la habitación: la drenó de aire, de color, de cordura. Donde él pisaba, hasta el saxofón parecía callar. Con su andar relajado pero cargado de autoridad, Hiroki Awano, uno de los lugartenientes más notorios de la familia Dojima, hizo su entrada. Su porte impecable y la despreocupada sonrisa en su rostro contrastaban con la tensión palpable que había dejado en el aire. —¡Ey! Tienes buen aspecto —dijo con una voz desenfadada, como si el ambiente no estuviera cargado de hostilidad. —Awano… —murmuró Kiryu, incrédulo, poniéndose automáticamente en guardia al reconocer al hombre que tenía frente a él. El nombre cayó como una piedra en el subconsciente del bartender, provocando un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Hiroki Awano… el nombre que su hermano había mencionado la noche anterior con una mezcla de cautela y desdén. Uno de los hombres más peligrosos del clan Tojo estaba ahora en el Serena. —Hiroki… Awano… —repitió el aspirante a médico en un susurro casi inaudible, mientras sostenía aún a Oda entre sus brazos, incapaz de apartar la vista del hombre que ahora dominaba la escena. Nishiki, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se levantó de su asiento, claramente incómodo con la situación. —¿Qué está haciendo aquí? —preguntó, su tono firme pero teñido de nerviosismo. Awano alzó una ceja, su sonrisa ampliándose al notar la reacción de Nishiki. Su voz resonó en el bar con un tono que era tan cortés como intimidante. —Siéntate, Nishikiyama —ordenó, con una calma cargada de autoridad. El peso de esas palabras hizo que el joven yakuza obedeciera, aunque su incomodidad era evidente. La tensión en la sala se hacía más espesa con cada segundo que pasaba. El lugarteniente, con su habitual aire de superioridad, desvió su atención hacia el ex yakuza, observándolo como si evaluara su reacción. —¿Te suenan estos hombres, Kiryu? —preguntó, con tono casual, casi burlón, como si disfrutara del ambiente que había creado. Kiryu entrecerró los ojos, su postura claramente en alerta. Uno de los hombres dio un paso al frente, con una sonrisa irónica que desentonaba con la gravedad de la situación. —No te hemos agradecido apropiadamente por lo de hace unas horas, Kiryu-san —dijo con voz cargada de sarcasmo. La expresión del ex miembro de la familia Dojima se endureció al instante. Recordaba el incidente con unos okupas de esa misma noche, y ahora, al conectar las piezas, su mirada se volvió más fría. —Así que son ustedes los que hirieron a Oda —dijo con voz grave, como una afirmación más que una pregunta. La atmósfera en el bar se volvió aún más opresiva. Kiryu se mantenía firme, listo para cualquier movimiento, mientras el grupo de hombres de negro intercambiaba miradas confiadas. Awano permanecía relajado, como si fuera el dueño del lugar, disfrutando del espectáculo que había orquestado. El menor Tachibana apenas podía contenerse. La ira ardía en su mirada, y su postura rígida revelaba la lucha interna por no actuar impulsivamente. Sus manos temblaban, no de miedo, sino del coraje sofocado por la impotencia de tener a los culpables frente a sus ojos. Sin embargo, un débil murmullo lo sacó de sus pensamientos. —Ryohei… no lo hagas… —murmuró Oda, con la voz quebrada, mientras levantaba ligeramente una mano temblorosa hacia él—. No puedes… no estás listo para esto. El joven lo miró sorprendido, sus labios apretados en una línea tensa mientras trataba de calmarse. La debilidad en las palabras de su amigo era un recordatorio de lo que enfrentaban. Aunque la ira aún lo quemaba por dentro, esas palabras hicieron que su pecho se apretara con una mezcla de impotencia y frustración. Bajó la mirada al hombre herido en sus brazos, cerrando los ojos por un segundo para intentar contener la tormenta que amenazaba con desbordarse. El ambiente en el bar era irrespirable. La suave melodía del saxofón parecía una burla frente a la tensión creciente. Awano mantenía su sonrisa altiva, esa que solo un hombre que disfrutaba con la intimidación podía exhibir. Su porte imponente llenaba la habitación, mientras sus hombres observaban a los presentes como depredadores acechando a sus presas. El lugarteniente dio un paso adelante, sacando una tarjeta de presentación que sostuvo con desprecio entre sus dedos. —Esto no hubiera pasado si tú no te hubieras metido en nuestros planes —dijo, dirigiéndose a Kiryu con tono mordaz mientras dejaba caer la tarjeta en la barra con teatralidad—. Tachibana Real Estate lleva un tiempo fastidiándonos a nosotros y al Clan Tojo desde las sombras. Y nada más dejar la familia, ¿tienes los huevos de unirte a ellos? ¿O acaso te falta sentido de gratitud hacia quienes te dieron todo? Kiryu no respondió, pero su mirada se endureció al ver la tarjeta. El nombre de su nuevo lugar de trabajo brillaba como un recordatorio de la decisión que había tomado. Uno de los hombres de negro, con una venda en la mano y una ausencia evidente en su meñique, dio un paso al frente y habló en tono servil. —Jefe, déjenos encargarnos de esto. Awano soltó una carcajada seca y señaló al subordinado con la cabeza. —Él es Okabe, uno de mis hombres. El asunto de los okupas era su responsabilidad. ¿Y mira cómo terminó? —señaló la venda que cubría su mano mutilada—. El pobre bastardo tuvo que cargar con las consecuencias de tu inoportuna intromisión. Desde la barra, Nishiki susurró apenas audible, pero lo suficiente para que Kiryu lo oyera: —¿Qué has hecho ahora? El lugarteniente giró la cabeza con rapidez, su mirada cayendo como un cuchillo sobre el yakuza más joven. —Los lacayos no deben entrometerse. Sin previo aviso, agarró a Nishiki por la cabeza y, con gran fuerza, la azotó contra la barra. El impacto resonó en el bar, y el joven cayó hacia atrás, con un hilo de sangre comenzando a correr desde su frente. —¡Nishiki! —gritó Kiryu, avanzando un paso, pero los hombres de Awano se interpusieron, bloqueándole el camino. El agresor se inclinó sobre el herido, colocando una mano firme sobre su rostro y presionando con una fuerza que le dificultaba respirar. —Escucha, estoy teniendo una agradable charla con este civil de acá, así que mantén tu maldita boca cerrada —dijo con una calma escalofriante, mientras el otro luchaba por recuperar el aliento—. Las perras sumisas como tú deberían aprender a callarse. ¿¡Entendido!? El sonido de los jadeos del joven herido resonó en los oídos de Ryohei, quien aún lo observaba desde el suelo, con Oda recostado en sus brazos. La tensión dentro de él crecía, transformándose en una mezcla explosiva de desesperación. Con cuidado, recostó al hombre en un rincón del bar, asegurándose de que estuviera lo más estable posible. Luego, con pasos decididos y una mirada llena de determinación, se dirigió hacia Awano. —¡Ya basta! —rugió, su voz resonando con una firmeza inusual, mientras sus ojos ardían. Sus puños se cerraron con fuerza, temblando levemente. El lugarteniente levantó la vista hacia él, dejando que Nishiki cayera al suelo con un golpe seco. El joven yakuza trataba de recuperar el aliento, mientras Reina se apresuraba hacia él con una expresión de puro pánico. La sonrisa de Awano se ensanchó al ver la osadía del aspirante a médico. —Vaya, vaya… —dijo con tono burlón, avanzando lentamente hacia él, cada paso cargado de amenaza—. Así que tú eres el hermano del dueño de Tachibana Real Estate. Las palabras cayeron como una bomba. El aire en el bar se volvió pesado. Kiryu se quedó inmóvil, procesando lo que acababa de escuchar, mientras Ryohei abrió los ojos impactado. La sorpresa se reflejó un breve instante en su rostro antes de que la furia lo reemplazara. —Eres interesante… —continuó Awano, su tono impregnado de veneno—. ¿Me pregunto si también eres jefe de este imbécil de acá? Sin previo aviso, alzó una mano y lo agarró del cuello, levantándolo del suelo con una fuerza sobrehumana. —¿Crees que puedes desafiarme? —gruñó, apretando con fuerza mientras la respiración del joven comenzaba a dificultarse. Kiryu dio un paso al frente, pero los hombres de Awano se interpusieron rápidamente, bloqueando su camino. El lugarteniente disfrutaba del espectáculo, saboreando cada segundo como si fuera una broma de mal gusto. A pesar del dolor y la presión en su garganta, Ryohei lo miró con una expresión desafiante, negándose a ceder. mediar. —Ni él ni Nishiki tienen nada que ver con esto —intervino el ex yakuza, tratando de mantener la calma en su tono, aunque la tensión era evidente—. El bartender solo trabaja aquí. Déjalo fuera de esto. Awano soltó una carcajada áspera, llena de burla, mientras lo soltaba. El joven dio un par de pasos hacia atrás, tambaleándose. Kiryu lo atrapó justo a tiempo, ayudándolo a mantenerse de pie. —¡No me hagas reír, Kiryu! —dijo el hombre con una sonrisa retorcida, señalándolo con un dedo acusador—. Como si no supiera que este imbécil es en realidad… Ryohei Tachibana. El nombre resonó en el aire como un trueno, congelando incluso la melodía constante del saxofón. Todos en el Serena quedaron inmóviles, como si el peso de aquella revelación hubiera hundido la atmósfera en un abismo. El ex miembro del Clan Dojima miró a su compañero, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y comprensión, mientras el aludido, aún tambaleante, bajaba la cabeza por un instante. Pero lo que irradiaba no era vergüenza, sino una furia y un orgullo herido que comenzaban a aflorar con fuerza. Reina, con las manos temblorosas sobre los hombros de Nishiki, lo observaba con los ojos muy abiertos, su rostro atrapado entre la incredulidad y la preocupación. La escena ante ella era tan intensa que parecía robarle el aliento, mientras intentaba asimilar lo que acababa de suceder. El lugarteniente mantenía una sonrisa triunfal, como un depredador disfrutando del control absoluto sobre su presa. La atmosfera era casi asfixiante, y cada segundo era un vaso al borde del borde, colmado de una tensión que no admitía un sorbo más. El conflicto, lejos de terminar, apenas estaba comenzando. El Serena pareció contener la respiración colectiva, como si los muros mismos resistieran estallar., atrapado bajo el peso de la presencia dominante de Awano. Una curva en sus labios tan pulida como falsa, una mueca de quien sabe que tiene el control, irradiaba un control absoluto que hacía imposible ignorarlo. Ryohei, aún junto a Oda y Kiryu, respiraba con dificultad, luchando por mantener el equilibrio en su mente. —¡Oiga, jefe! —gruñó Okabe, alzando un cuchillo para añadir un toque de amenaza a sus palabras—. ¿Podemos terminar con ellos de una maldita vez? Solo ver la cara de este imbécil y del tal Tachibana me revuelve el estómago. El hombre de traje oscuro giró la cabeza hacia su subordinado, con ese aire burlón que lo hacía parecer aún más peligroso. —Claro, pero sin problemas para los demás clientes. —Dirigió un gesto desdeñoso hacia Reina y Nishiki antes de volver a fijar la vista en el joven—. Sácalo afuera. Quiero que esto termine rápido. Su sonrisa se ensanchó con malicia. —Mientras tanto, aprovecharé para beber con Nishikiyama y su guapa acompañante… y, por supuesto, ajustar cuentas con este chico. Kiryu avanzó un paso al frente, su postura firme y desafiante, mientras sus ojos se mantenían fijos en Okabe. —Vamos, Kiryu —dijo el subordinado, señalándolo con el cuchillo, un brillo cruel en su mirada—. Tú y yo afuera. El aspirante a médico, sintiendo la situación escaparse de sus manos, se adelantó rápidamente, colocando una mano en el hombro del ex yakuza. —Kiryu-san… permíteme acompañarte —dijo, su voz cargada de determinación, aunque sus manos temblaban visiblemente. El otro lo miró, sus ojos duros pero con un destello de agradecimiento. —No —respondió con calma y firmeza—. Esto me corresponde a mí. Tú quédate aquí, cuida de Oda y gana tiempo. Inclinándose hacia él, susurró en un tono apenas audible: —Confío en ti. No dejaré que esto dure demasiado. El bartender asintió con frustración contenida mientras lo veía dirigirse hacia la puerta, seguido de Okabe y los demás hombres del clan. Con la tensión acumulándose en la sala, el joven se agachó junto a Oda y comenzó a ayudarlo a incorporarse hacia una mesa. —Esto no… —jadeó el herido, su voz débil y ronca—. Esto no es tu lucha. No seas imprudente. —No voy a quedarme de brazos cruzados mientras esto sucede… pero no haré ninguna estupidez. Tú solo respira, Oda-san —respondió con tono firme, ajustando su cuerpo para que estuviera lo más cómodo posible. Desde la barra, Reina observaba con inquietud, sus manos aún temblorosas sobre los hombros del joven de la familia Dojima, quien trataba de reponerse del golpe recibido. La tensión era notoria, y cada movimiento del visitante indeseado parecía dictar el ritmo de lo que estaba por venir. —¿Qué tal si nos divertimos un poco nosotros cuatro? —dijo Awano, rompiendo el silencio con un tono cargado de cinismo—. ¿No, Nishikiyama? La salida de Kiryu y los hombres del clan no disipó la tensión en el Serena. Al contrario, el eco de la puerta al cerrarse pareció intensificar la opresión en el aire, dejando un silencio que pesaba como una amenaza latente. Ryohei observó la escena con preocupación e indignación, mientras ayudaba a Oda a recostarse con cuidado en una de las bancas del bar. Cada movimiento suyo, aunque medido, reflejaba la urgencia de alguien que sabía que el peligro no había pasado. Reina, desde detrás de la barra, se acercó al herido, quien mantenía la cabeza gacha. Su frente mostraba rastros de sangre seca, pero el leve temblor en sus manos traicionaba el nerviosismo que su postura intentaba disimular. El menor Tachibana, por su parte, ajustó la posición de Oda, procurando que estuviera lo más estable posible a pesar de las heridas. —Gracias... Ryohei —murmuró Oda, con voz débil pero clara, mientras su mirada, a pesar del dolor, seguía alerta. El joven permaneció en silencio por un momento, su mirada oscilando entre el herido y la imponente figura del lugarteniente, quien dominaba el centro del Serena con una presencia que parecía absorber todo el aire del lugar. La sonrisa arrogante del hombre no era solo un gesto, sino una declaración de dominio, como un depredador que observa con paciencia a su presa. Finalmente, Ryohei enderezó la espalda y se colocó detrás de la barra, sus pasos deliberadamente tranquilos, aunque sus manos temblaban ligeramente. A pesar de ello, su rostro permanecía estoico, sus ojos clavados en Awano con una mezcla de desafío y determinación. —Vamos, chico, ¿por qué esa mirada? ¿No éramos amigos? —dijo el visitante, su tono, con esa falsa cortesía que ocultaba el veneno habitual entre sus dedos. El sarcasmo no pasó desapercibido. El bartender dejó escapar una leve risa, carente de humor. —No me interesan las amistades con tipos como usted. —respondió, su voz firme aunque su tensión era evidente. El otro arqueó una ceja, claramente entretenido con el desafío que mostraba el joven. Su mirada se desvió momentáneamente hacia Reina, que atendía las heridas del yakuza herido con un trapo húmedo, antes de regresar al joven tras la barra. —Ah, pero eres amigo de Kiryu y Nishikiyama, ¿no? —continuó Awano, su tono cargado de burla—. ¿No es eso un poco hipócrita? Al final, todos son yakuzas, ¿o no? Las palabras golpearon como una bofetada. Ryohei apretó los dientes, sintiendo cómo el peso de su relación con ese mundo volvía a perseguirlo. Sin embargo, no dejó que su expresión lo delatara. En cambio, se inclinó ligeramente hacia adelante y habló con tono controlado. —Tal vez lo sean —replicó, apoyándose en la barra mientras sus ojos no se apartaban del otro—, pero al menos tienen algo que usted nunca tendrá. El lugarteniente entrecerró los ojos, claramente intrigado. Dejó la copa sobre la barra con un golpe leve antes de cruzarse de brazos, su sonrisa transformándose en una línea fina de desdén. —¿Ah, sí? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Y qué sería eso, Tachibana? El apellido se escuchó en el Serena como un trueno. La encargada levantó la cabeza con una mezcla de sorpresa y preocupación, mientras Nishiki fruncía el ceño y Oda, con dificultad, alzó la mirada hacia el menor de los Tachibana. Pero este no mostró reacción alguna. Su rostro permaneció impasible, aunque sus manos apretaban el borde de la barra como si quisiera anclarse en el momento. —Algo que no vale la pena explicar —respondió con tono seco—. Pero no se preocupe, Awano-san. Puede seguir adivinando. El lugarteniente soltó una carcajada baja, seca y carente de humor. Dio un paso hacia la barra, inclinándose más cerca del joven, mientras tamborileaba los dedos sobre la madera pulida. —Tienes agallas, lo admito. Pero está claro que no entiendes en qué clase de juego te has metido. —Continuó el golpeteo de dedos, con un ritmo lento y calculado—. Así que te lo pondré fácil: entrega a tu hermano, Tetsu Tachibana. Ese genio detrás de todo este caos. Hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus ojos clavándose en él. —Porque si no lo haces, los que pagarán el precio serán Kenji Shirakawa y Kyomi Mizuno. ¿Te suenan? La tranquilidad de sus vidas está en tus manos, Tachibana. Piensa bien si estás dispuesto a arrastrarlos contigo. La tensión se hizo palpable. El vaso en las manos del bartender tembló ligeramente antes de que lo dejara en la barra. Sin embargo, cuando habló, su tono mantenía ese filo sarcástico que lo había acompañado toda la conversación. —Vaya, Awano-san, ¿también anotó mi grupo sanguíneo en su lista? Parece que le he fascinado más de lo que esperaba. Aunque, para ser sincero, dudo que mi vida sea tan emocionante como para justificar tanto esfuerzo. El hombre ladeó la cabeza, claramente disfrutando del desafío en las palabras del menor Tachibana, aunque sus ojos comenzaban a reflejar un brillo más oscuro, una mezcla de irritación y diversión maliciosa. —¿Sarcasmo? Eso no te llevará muy lejos. —El tamborileo continuó con una sonrisa torcida, cargada de veneno—. Siempre me he preguntado qué tipo de "hombre" eres. Con ese apellido, pero esos modales tan… delicados, resulta casi cómico. Se inclinó hacia adelante, su tono bajando como si compartiera un secreto cruel. —Quizás tu talento no está en los negocios ni en las peleas, sino en algo más… adecuado para un "adorno" como tú. ¿Me equivoco? El comentario insinuante cayó como una piedra en el ambiente. Nishiki se tensó desde su lugar, frunciendo el ceño, mientras Reina, tras la barra, contenía el aliento. Pero el joven, aunque sus manos temblaban ligeramente, no dejó que su expresión se rompiera. Mantuvo la mirada fija en Awano, una chispa de rabia velada encendía su mirada. —¿Eso es lo mejor que tiene? —replicó, con una sonrisa sarcástica que no alcanzaba sus ojos—. Pensé que los lugartenientes de la familia Dojima eran más creativos. Si está buscando insultarme, le sugiero que intente algo más original. El mafioso soltó una risa seca, pero la irritación en su mirada era evidente. Sus dedos cesaron el golpeteo y se apoyó en la barra, inclinándose hasta quedar a pocos centímetros del rostro de Ryohei. —¿Original? —murmuró con voz baja y teñida de malicia—. No es tan complicado. Convéncelo. Haz que él entregue a Tetsu Tachibana. Después de todo, ¿qué es peor? ¿Perder a tu hermano o ver caer a quienes ahora llamas tus amigos? Ese ex yakuza, Nishikiyama... Tal vez incluso esa encantadora Reina. ¿Crees que podrías cargar con esa culpa? El bartender se mantuvo inmóvil, sus ojos fijos en Awano. La mención de Kiryu y Nishiki lo golpeó como un puñal, pero no dejó que sus emociones traicionaran su semblante. En cambio, permitió que su sonrisa sarcástica se ensanchara, una máscara que ocultaba el torbellino en su interior. —Interesante estrategia, Awano-san. Usar amenazas contra alguien que no puede cumplirlas por sí mismo. ¿Tanto le cuesta encontrar hombres que no dependan del miedo para actuar? —Su tono era afilado, una daga disfrazada de calma—. O tal vez simplemente no tiene las agallas. Awano se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en él como si lo evaluara, como un depredador analizando a su presa. Luego, dejó escapar un suspiro teatral, enderezándose mientras sacudía la cabeza con una sonrisa despectiva. —Eres gracioso, Tachibana. Un poco ingenuo, pero se nota que te esfuerzas. —Desvió la mirada hacia Nishiki, que lo observaba con clara desconfianza desde su asiento—. ¿Y tú, Nishikiyama? ¿Qué opinas? El aludido apretó los dientes, claramente molesto, pero no respondió. Awano dejó escapar una risa burlona antes de volver su atención al joven tras la barra. —Supongo que tendrás tiempo para pensar en esto, doctorcito. Pero no lo pienses demasiado. El reloj está corriendo, y mi paciencia no es infinita. Dejó que sus palabras se asentaran en el ambiente, observando con una sonrisa cargada de malicia cómo el menor de los Tachibana mantenía la compostura. Su postura parecía firme, pero las pequeñas tensiones en sus manos y el ligero temblor en sus dedos traicionaban el control que luchaba por mantener. —¿Qué pasa, chico? ¿Te estás quedando sin respuestas? —preguntó el lugarteniente, tamborileando los dedos contra la madera—. Es curioso, sabes. Uno pensaría que alguien con tus aspiraciones a médico tendría más cuidado con las personas que le importan. El joven no respondió de inmediato. En cambio, tomó un vaso limpio, lo colocó frente a sí y apoyó las yemas sobre el cristal, marcando círculos que parecían hipnotizarlo, su mirada fija en el líquido que aún quedaba en la botella sobre la barra. —No sé a qué se refiere, Awano-san —respondió con un tono calculadamente neutral, aunque su mandíbula se tensó visiblemente. El mafioso soltó una risa baja, cargada de desprecio, mientras inclinaba la cabeza con una lentitud deliberada. —Reflexiona, Tachibana. Tu hermano o tus amigos, alguien debe pagar el precio de tus elecciones. Y créeme, cuando llegue el momento, ya no serás quien decida. Sus dedos se cerraron con más fuerza sobre el vaso, buscando firmeza en un mundo que temblaba, pero no lo soltó. Sus ojos se levantaron lentamente para encontrarse con los del otro, llenos de una determinación que ardía bajo la piel, silenciosa pero feroz. —Responderé a lo que me dice con una pregunta. ¿Es todo lo que tiene, Awano-san? —respondió con una leve sonrisa sarcástica—. Pensé que los lugartenientes de Dojima tendrían algo más que repetir las mismas amenazas. Aunque, viendo su estilo, supongo que ya es pedir demasiado. Awano lo miró en silencio por un instante, su sonrisa ensanchándose como si disfrutara del descaro del muchacho. —¿Creativo? —repitió, ladeando la cabeza con una sonrisa burlona—. No necesito creatividad para hacerte entender, chico. Pero tengo una propuesta mejor: convence a tu hermano de que se reúna conmigo, como los "hombres de negocios" que dicen ser. Se inclinó hacia adelante, su tono más bajo y afilado. —Haz que Kiryu sea quien lo organice. Claro, si crees que puedes manejarlo. Pero no me hagas perder el tiempo, porque cuando decida actuar, los golpes caerán rápido, y no habrá avisos. Nishiki, que hasta ese momento había permanecido sentado en silencio, se puso de pie de golpe, mirando al visitante con una mezcla de furia y confusión. —¿Por qué no dejas de jugar con nosotros? —soltó, apretando los puños—. Si tienes algo que decirnos, dilo de una vez. Awano lo miró con desprecio, dejando escapar un suspiro exagerado antes de dirigirle una sonrisa cargada de burla. —¿Tú también, Nishikiyama? Pensé que al menos tendrías más cerebro que este doctorcito frustrado. Volvió a mirar a Ryohei, ignorando deliberadamente la protesta de Nishiki. —Escúchame bien. Tu suerte no va a durar para siempre. Puedes esconderte detrás de tu sarcasmo y esos aires de valentía, pero todos sabemos que no estás preparado para enfrentar a alguien como yo. El joven respiró hondo, cerrando los ojos por un breve instante antes de abrirlos con renovada calma. Su mano se apoyó en la barra, firme, mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante. —Tal vez no estoy listo, Awano-san. Pero tampoco soy tan ingenuo como para dejar que alguien como usted dicte mis decisiones. —Su tono se volvió más afilado, casi clínico—. Aunque debería preocuparse más por usted mismo. Porque las personas con un ego tan inflado como el suyo suelen caer más rápido de lo que esperan. El otro alzó una ceja, sorprendido por la respuesta, aunque no dejó que esa impresión se reflejara por completo en su rostro. Ladeó la cabeza con lentitud, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente. —Interesante, Tachibana. Muy interesante. Pero recuerda esto: no importa cuánto creas saber o qué tan valiente te sientas ahora. Cuando llegue el momento, ese apellido que llevas no será suficiente para salvarte. Con esas palabras, el lugarteniente se apartó de la barra y comenzó a caminar hacia la salida trasera del bar. Cuando extendió la mano hacia el pomo de la puerta, su sonrisa de superioridad aún intacta, la voz del menor Tachibana lo detuvo en seco. —Con todo respeto, Awano-san, ¿no le cansa repetir siempre lo mismo? Palabras diferentes, misma amenaza. ¿Es parte de su estilo o simplemente le falta imaginación? Supongo que esperaba más de alguien en su posición. El lugarteniente giró lentamente sobre sus talones, su expresión ya no era la de alguien entretenido. Sus ojos se clavaron en el joven tras la barra, quien permanecía firme. Este último inclinó ligeramente la cabeza, su mirada cargada de una mezcla de desafío e ironía. —Dígame algo, Awano-san —comenzó el menor Tachibana, avanzando con calma, pero con una chispa irónica en la mirada—. ¿Siempre se siente tan tenso o es solo hoy? Nishiki levantó la vista, sorprendido por el cambio de tono. Reina, desde la barra, dejó de limpiar la herida en la frente del yakuza y lo observó con creciente inquietud. —Esa rigidez en su postura, ese temblor en las manos… ¿hipertensión?... No soy médico aún, pero el estrés crónico no parece favorecerle. Awano entrecerró los ojos, cruzándose de brazos. —Tal vez lo que necesita no es una reunión con mi hermano —continuó el joven, inclinando ligeramente la cabeza con teatralidad—, sino unas vacaciones. Nishiki dejó escapar una breve exhalación, mitad risa nerviosa, mitad incredulidad. Reina apretó la toalla entre las manos. —¿Ha considerado vacaciones, Awano-san? Algo tropical, tal vez… aunque claro, alguien como usted no sabría soltar las riendas ni en el Caribe. El ambiente se tensó aún más, como si cada palabra hubiera apretado un nudo invisible en la sala. El joven yakuza levantó la cabeza, sorprendido por la audacia del comentario, mientras La encargada entrecerraba los ojos, visiblemente preocupada. Oda, desde su rincón, observó con atención, un destello de algo cercano al orgullo cruzando su rostro. —Es igual a Tetsu… —murmuró el herido, casi para sí mismo. A pesar de las lesiones que todavía lo mantenían debilitado, sus labios esbozaron una leve sonrisa al reconocer en Ryohei la misma mezcla de valentía y cálculo que había definido a su hermano mayor. Awano no respondió de inmediato. Sus ojos se estrecharon mientras sus labios se curvaban en un gesto tenso, apenas curvado, como si se estuviera conteniendo de morder. Dio un paso hacia adelante, acercándose nuevamente a la barra. —Chico, ¿te crees muy listo? Porque no sé si tu audacia es valentía o simple estupidez —dijo con un tono bajo, su voz como un cuchillo que rasgaba el aire—. Me diviertes, pero te daré un consejo: si sigues jugando a desafiarme, no serás tú quien pague, sino quienes estén más cerca de ti. Y créeme, no será algo que tu hermano pueda arreglar. El aspirante a médico mantuvo su mirada fija, sin retroceder ni un centímetro. Su sonrisa era apenas perceptible, pero su determinación era palpable. —Tendré cuidado, Awano-san. Aunque debería preocuparse más por su salud que por mi lengua. Ya debería saberlo: hasta el árbol más grande cae si está podrido por dentro. El ambiente que siguió fue denso, como si el aire mismo hubiera decidido contener la respiración. Awano lo observó por unos segundos más, antes de dar media vuelta con un movimiento brusco. Sin otra palabra, abrió la puerta y salió del Serena, dejando tras de sí una atmósfera pesada y cargada de tensión. Oda, aún recostado, dejó escapar un leve suspiro, entre el alivio y la admiración. — Por un momento, fue como ver a Tetsu de nuevo… ese descaro intacto, esa forma temeraria de plantarse frente al infierno y aún sonreír. El menor Tachibana no respondió. Permaneció tras la barra, sus manos ahora firmemente apoyadas en la superficie de madera. Solo cuando la puerta se cerró tras el lugarteniente, permitió que sus hombros se relajaran un poco. Pero en sus ojos seguía ardiendo una chispa de determinación. —¿Estás bien? —preguntó Reina con suavidad, su voz apenas un murmullo que rompía el pesado silencio del Serena. Asintió, aunque su mirada seguía fija en la puerta por donde el hombre había salido. Sus labios se curvaron en una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos, mientras exhalaba lentamente. —Estoy bien —respondió, aunque el leve temblor en sus manos contaba otra historia. Reina observó sus dedos y dio un paso más cerca, preocupada, pero antes de que pudiera decir algo más, Ryohei soltó un susurro, como si hablara más para sí mismo que para ella. —Ese hombre… es un maldito demonio —murmuró—. No importa cuánto lo intente, es como si todo lo que dijera rebotara en él. Pero… no puedo permitirme ceder. Permaneció inmóvil tras la salida de Awano, como si el eco de sus palabras aún resonara en el Serena, llenando los espacios vacíos con una sombra opresiva. Finalmente, inhaló profundamente y se dirigió al lavamanos del bar. El sonido del agua fluyendo rompió el silencio, un contraste bienvenido al peso que había dejado el lugarteniente. Mientras el agua helada corría entre sus dedos, se miró al espejo, su reflejo mostrando ojos que ocultaban una mezcla de cansancio y resolución. "¿Así es como se siente ser un Tachibana?", pensó, antes de secarse las manos y regresar al centro de la sala. Oda estaba recostado en una mesa, con Reina a su lado, mientras Nishiki permanecía en un rincón, aún sumido en sus pensamientos. —Oda-san… —dijo con voz baja, esforzándose por mantener la calma mientras se inclinaba hacia él. El herido levantó la mirada, ofreciendo una sonrisa cansada, marcada por el agotamiento. —Ryohei… —murmuró, su tono entrecortado y débil—. No tienes que demostrarle nada a tipos como él. No vale la pena. El joven asintió levemente, ayudándolo a recostarse con cuidado en la silla. Aunque sus manos aún temblaban ligeramente, sus movimientos eran precisos y firmes, como si aferrarse al cuidado médico le permitiera recuperar algo de control. Sus ojos se desviaron hacia la puerta por un instante, mientras sus pensamientos seguían atrapados en las palabras del hombre de la Familia Dojima. —Literalmente no logré nada… Mi hermano tenía razón: Awano puede destrozarte con solo hablar —apretó la mandíbula, intentando procesar la intensidad del enfrentamiento. Oda dejó escapar un suspiro débil y una sonrisa irónica asomó en sus labios. —Eres impulsivo, pero tienes agallas. Eso no te lo puedo negar. Por un momento, vi a Tetsu en ti… esa misma chispa de desafío. El herido dejó escapar un quejido bajo al mover el brazo, pero se mantuvo firme, con una mueca que era más resignación que debilidad. —Pero cuidado, chico. La ironía es un escudo útil, lo sé, pero no siempre detiene las balas. No olvides cuándo soltarla y cuándo de verdad protegerte. El bartender detuvo un instante sus manos, como si esas palabras le hubieran tocado una fibra más profunda de lo que estaba dispuesto a admitir. Bajó la mirada, dejando que el silencio hablara por él, y solo después de un largo segundo logró forzar una sonrisa breve, sin convicción. Respiró hondo y se giró hacia la encargada, que estaba cerca de él, observándolo con una mezcla de preocupación y una admiración cuidadosamente contenida. —Reina-san, necesito el botiquín. Está en la bodega. Tráelo, por favor. Ella asintió rápidamente y desapareció por unos segundos, regresando con el estuche en mano. Ryohei lo tomó con un agradecimiento apenas audible, abriéndolo con movimientos prácticos mientras el herido lo miraba, ahora con una mezcla de burla y respeto. —¿Sabías lo que estabas haciendo ahí? —murmuró Oda, observándolo con atención mientras contenía una mueca de dolor al sentir el alcohol sobre la herida—. Desafiar así a Awano es como encender una cerilla en un barril de pólvora. Podría haberte matado al instante. Pero, diablos, chico… lo hiciste retroceder. Eso no lo consigue cualquiera. El menor Tachibana soltó una leve risa, seca, sin rastro de humor. Mientras aplicaba el vendaje con firmeza, evitó mirar a los ojos del herido. —No sé si fue hacerlo retroceder o solo entretenerlo un rato —respondió, con un tono más áspero del que pretendía—. Supongo que la ironía siempre ha sido mi forma de no romperme. Pero esta vez… sentí que no bastaba. Guardó silencio unos segundos antes de continuar, su voz bajando apenas un tono. —Probablemente me metí en más problemas de los que puedo manejar. Cuando Kiryu-san regrese, tendremos que hablar seriamente. Mientras tanto, la encargada se acercó a Nishiki, quien estaba sentado en una esquina con la herida aún visible en la frente. Al notar la gravedad de la lesión, el menor Tachibana se dirigió a ella con un tono práctico, aunque sereno. —Reina-san, encárgate de Nishiki. Su cabeza es dura como una roca, así que solo necesita limpieza para evitar una infección. Ella sonrió débilmente y comenzó a atender la herida del joven yakuza, quien permaneció en silencio durante unos segundos antes de soltar un resoplido bajo. —Con todo lo que pasó, y tú sigues actuando como si todo estuviera bajo control… —murmuró, con incredulidad en la voz. Su mirada se volvió más intensa mientras añadía—: Pero Awano mencionó que eres hermano de Tetsu Tachibana. ¿Es eso cierto? El aspirante a médico levantó la vista brevemente, esbozando una sonrisa irónica mientras continuaba tratando las heridas de su paciente. —Pensaba esperar a Kiryu-san para decirlo, pero ya no tiene sentido seguir ocultándolo. —Tomó aire profundamente, enfrentando la mirada del interlocutor—. Mi verdadero nombre es Ryohei Tachibana. Soy hermano de Tetsu Tachibana. El aire en el Serena pareció congelarse. Reina, que estaba limpiando la frente de Nishiki, detuvo sus manos, visiblemente impactada. El joven de la familia Dojima se incorporó de golpe, ignorando el dolor en su cuello, con incredulidad marcada en el rostro. —¿Qué acabas de decir? —preguntó, con los ojos entrecerrados, buscando confirmar lo que había escuchado. Retrocedió un paso sin querer, como si las palabras hubiesen tenido peso físico. Apretó los dientes, dudando entre la rabia y el desconcierto. Ryohei apretó los labios, desviando la mirada hacia las heridas de Oda, mientras una mezcla de culpa y determinación cruzaba por su rostro. —Lo siento. Mi intención al llegar aquí hace seis meses era mantenerme al margen de todo lo relacionado con mi hermano. Solo quería trabajar, ganar dinero y costear mis estudios. Si les hubiera dicho quién era, habrían asumido que no necesitaba este trabajo… que Tetsu me lo daba todo. Pero no es así. Su voz se quebró levemente, pero no se detuvo. —Cambiar mi apellido fue mi forma de alejarme de Tachibana Real Estate y de los negocios de mi hermano. No quería que pensaran que estaba aquí para manipularlos o usar este lugar en las estrategias de Tetsu. Solo quería mi propia vida… lejos de todo eso. El herido, que había permanecido en silencio hasta ese momento, habló con voz ronca pero firme. —El chico dice la verdad. Nunca usó el nombre de Tachibana para nada, ni siquiera para protegerse. —Sus palabras resonaron en el ambiente, cargadas de un peso difícil de ignorar. Ryohei terminó de curar al paciente, cerró el botiquín y se incorporó, enfrentando a los presentes con una expresión seria y serena. —Si quieres despedirme, Reina-san, lo entenderé. Te mentí desde el principio y, por mi apellido, te involucré en algo que no te corresponde. Quizás lo mejor sea que renuncie. Así, los Dojima se centrarán en mí y no en el bar. La mujer permaneció en silencio unos segundos, con una mezcla de exasperación y ternura en el rostro. Finalmente, se acercó y colocó una mano firme sobre su hombro. Su expresión, aunque severa, tenía un destello de calidez. —¿Despedirte? ¿Renunciar? —repitió, como si la idea fuera absurda—. No seas tonto. Sí, estoy molesta por la mentira, pero no voy a despedirte. Y tampoco voy a dejar que te vayas. Eres uno de mis mejores empleados. Él la miró incrédulo, casi sin atreverse a creerlo. —¿De verdad? Ella le sostuvo la mirada con firmeza, aunque una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. —Claro que sí. Eso sí, no vuelvas a ocultarme algo así. El bartender dejó escapar un suspiro de alivio. Por primera vez en toda la noche, la tensión en sus hombros comenzó a disiparse, aunque su voz volvió a endurecerse levemente. —Gracias, Reina-san… pero los Dojima saben quién soy. Esto podría ser peligroso para todos ustedes. Ella permaneció callada unos instantes, dejando que las palabras calaran en la atmósfera. Sus ojos se suavizaron al observar al joven, que había bajado la mirada como si cargara con el peso del Serena entero sobre sus hombros. Finalmente, avanzó y colocó una mano en su brazo, no como reproche, sino como un recordatorio de que no estaba solo. Su expresión era una mezcla de cansancio y afecto, pero cuando habló, su voz tenía filo protector. —Ryohei, no voy a dejar que cargues con todo esto solo. —Sus palabras eran firmes, pero había una calidez que cortaba la tensión—. Aquí cuidamos de los nuestros, ¿entiendes? No te atrevas a pensar en irte. Él bajó la cabeza, una mezcla de gratitud y preocupación reflejada en los ojos. Se inclinó en señal de agradecimiento; algunas lágrimas rodaron por su mejilla antes de que se las limpiara rápidamente con la manga de la camisa. Al reincorporarse, esbozó una leve sonrisa, aunque el peso de la discusión con Awano aún se sentía en su cuerpo. Notando la emoción en su rostro, Reina se acercó con una mirada cómplice. Se inclinó ligeramente hacia él y, con tono bajo pero cargado de calidez, susurró en su oído: —Si decides irte, dime, ¿quién me escuchará quejarme de lo difícil que es encontrar hombres guapos por aquí? Porque créeme, Ryohei, no pienso hablar de eso con Nishikiyama-kun. El comentario hizo que levantara la vista, una risa breve escapó de sus labios entre lágrimas, mientras veía la sonrisa traviesa de ella. Por un instante, el peso que cargaba pareció aligerarse. Ella no solo lo aceptaba, sino que le ofrecía una especie de refugio en su humor y cercanía. —Gracias de nuevo, Reina-san —murmuró, su voz más firme esta vez, mientras una chispa de alivio cruzaba su rostro. El joven yakuza permanecía sentado, con los puños firmemente apretados sobre sus rodillas, su mirada oscilando entre Ryohei y la puerta. Las palabras de Awano seguían golpeando su mente como un eco persistente, mientras el resentimiento y la confusión se reflejaban en cada línea de su rostro. El hombre que había ganado su confianza en estos meses ahora parecía un extraño. "¿Fue todo esto una fachada? ¿Otra mentira cuidadosamente construida?" pensó, mientras sus nudillos se tornaban blancos por la presión de sus manos. Cada fragmento de la conversación con Awano alimentaba una maraña de pensamientos que no lograba desenredar. Lo único claro para él era que, a partir de ahora, nada volvería a ser igual. La revelación no solo los había expuesto, sino que insinuaba algo más profundo y oscuro que Nishiki aún no alcanzaba a comprender. Pero lo que sí sabía con certeza era que tanto él como Kiryu y Reina habían sido arrastrados al centro de un conflicto peligroso. Esa idea alimentaba una furia contenida que se esforzaba por mantener bajo control, consciente de que su rabia no resolvería lo que estaba por venir.