Capítulo 7
“Pacto en la oscuridad”
Finalmente, tras asegurarse de que las heridas de Oda estaban estabilizadas, Ryohei se dirigió al lavamanos del pequeño baño del bar. Abrió el grifo y dejó correr el agua mientras se quitaba los guantes, arrojándolos al basurero. Sumergió las manos temblorosas bajo el chorro frío, intentando desprenderse no solo del olor metálico, sino también de la tensión que aún se aferraba a su piel. Alzó la vista hacia el espejo. Su reflejo, marcado por el cansancio y una férrea determinación, lo observaba con una mezcla de reproche y duda. Cerró los ojos un momento, dejando que el murmullo del agua lo ayudara a ordenar sus pensamientos. Luego, se mojó el rostro con ambas manos, dejando que el frío renovara su concentración. “¿Realmente fue buena idea enfrentar a Awano?” pensó mientras se secaba con una toalla. “¿O solo fue un intento desesperado de ganar tiempo, como me pidió Kiryu-san?” Suspiró hondo y regresó a la barra. Allí, Nishiki seguía sentado con postura rígida, los puños apretados sobre las rodillas. Su mirada, fija en la puerta, revelaba un conflicto entre el resentimiento y la confusión. El aspirante a médico se dejó caer en un taburete, apoyando los codos y ocultando el rostro entre las manos. Aunque intentaba mantenerse sereno, las emociones seguían latiendo con fuerza bajo la superficie. Reina, que había estado observando en silencio, caminó hacia Nishiki con intención de acercarse. Pero al notar su expresión endurecida y la mirada perdida, se detuvo. Comprendió que era mejor dejarlo solo… por ahora. Con un gesto sutil, cambió de dirección y se aproximó al herido, que intentaba acomodarse en su asiento, aún visiblemente adolorido. Un denso silencio llenaba el Serena, roto solo por los pasos de la mujer y el leve tamborileo de los dedos del bartender sobre la barra. Cada rostro cargaba sus propios demonios, mientras el ambiente se espesaba de incertidumbre. Como una tormenta que nadie se atrevía a desatar. —Oda-san... —susurró Reina, su voz suave mientras tocaba con delicadeza los vendajes en su rostro—. ¿Las vendas están bien? No quiero que se aflojen. El herido soltó una leve risa, que enseguida se convirtió en una mueca de incomodidad. —Oye, mamá... gracias por preocuparte, pero no es necesario tocarme tanto la cara —bromeó, entre gratitud y un toque de incomodidad—. Gracias a Ryohei, estoy bien... más o menos. Ella lo miró con ternura y luego volvió la vista hacia la barra. El menor de los Tachibana seguía allí, tamborileando con aire ausente. Sus ojos reflejaban preocupación, aunque permanecía en silencio. Algo más se ocultaba tras su aparente estoicismo. El chirrido de la puerta interrumpió la tensión. Todas las miradas se volvieron hacia la entrada. Kiryu estaba allí, firme como siempre, aunque algo en sus ojos delataba el peso de lo que acababa de enfrentar. Su mirada se cruzó con la de Ryohei. No fue necesario decir nada. Bastó ese instante para que el entendimiento fluyera entre ambos. —Volviste... —murmuró el joven, con alivio en la voz—. ¿Todo bien? ¿Estás herido? El recién llegado negó con un leve movimiento de cabeza, escudriñando el rostro de su compañero. No tenía heridas visibles, pero el agotamiento se le notaba en cada gesto, en la forma en que evitaba sostener la mirada. —Estoy bien —respondió con calma, aunque su tono se volvió más agudo al añadir—. Aunque veo que tú no tanto. —¿Yo? Supongo que no —interrumpió antes de que continuara—. Pero cumplí lo que me pediste. Gané el tiempo que necesitabas. Intentó esbozar una sonrisa, aunque el cansancio apenas le permitió más que un gesto. —Al menos esa charla me sirvió para leerlo... y hacerme una idea de cómo serán los otros dos. Kiryu asintió. Su expresión se suavizó por un instante, como si quisiera añadir algo, pero las palabras no llegaban. Entre ambos flotaba una conexión densa: gratitud, cansancio, algo más... aún sin nombrar. El silencio se quebró cuando la voz de Nishiki emergió desde la esquina del bar, baja, cargada de frustración y culpa. —Kiryu… —llamó, haciendo que su hermano de juramento se volviera hacia él—. Lo siento. No hice nada allá afuera, ni aquí dentro. No te ayudé con Okabe, ni con Awano. —No tienes nada que disculpar. Si alguien debe hacerlo, soy yo —replicó Kiryu con tono firme, pero sincero—. Te arrastré a esto sin que tuvieras por qué estarlo. Lo lamento. El joven yakuza chasqueó la lengua, desviando la vista al suelo. Las disculpas golpeaban directo a su orgullo, acentuando su impotencia. Había sido testigo mudo mientras los demás enfrentaban el peligro. —Está bien... pero dime. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó, intentando mantener la voz firme, aunque un temblor traicionó su vulnerabilidad. Kiryu no respondió de inmediato. Su mirada se dirigió hacia Ryohei, que al percibirla, dejó de tamborilear y se acercó. —Creo que sé lo que te pidió Awano… —intervino el bartender, con seriedad que tensó aún más el ambiente. Oda, aún adolorido, soltó un suspiro mientras se incorporaba con esfuerzo. —Te pidió que entregues al jefe, ¿verdad? —dijo con voz ronca, afilada. El joven asintió lentamente, pero antes de que pudiera decir más, Nishiki golpeó el respaldo de una silla. —Lo dejó claro cuando discutió con él —gruñó—. La familia Dojima lo quiere con desesperación. El aire se volvió más denso. Ryohei cerró los ojos un instante antes de hablar. —No solo quiere que lo entregue. Me pidió que organizara una reunión con mi hermano. Una trampa disfrazada de “negocios”. El hombre de mirada penetrante, hasta entonces callado, asintió con resignación. —A mí también me lo insinuó —admitió—. Dice que es una solución… pero sabemos bien que busca una oportunidad para eliminarlo. La tensión en el Serena era casi física. Nishiki, con el rostro endurecido, avanzó un paso, impulsado por la rabia. —¡Awano nos puso contra la pared! —gritó, la voz quebrándose—. Quiere que tú o yo convenzamos a Kiryu para que organice esa maldita reunión. ¡Es la única salida que nos dejó! Si no hacemos nada, vamos a morir todos. Oda, rígido a pesar del dolor, frunció el ceño. —¿De verdad crees que el jefe entregará su cabeza como ofrenda? Está haciendo todo lo posible por limpiar el nombre de Kiryu. Pensar siquiera en rendirse es absurdo. —¡Oda, no tienes idea de lo que estás diciendo! —exclamó Nishiki, girando hacia él, fuera de sí. El herido lo enfrentó con una mezcla de ironía y desprecio. —¿Perdón? —replicó, cruzando los brazos—. ¿Crees que esto es un maldito tablero de shogi? Hablas de sacrificios como si fueran piezas intercambiables. —¡Detente, Nishiki! —intervino Ryohei, alzando la voz con firmeza. Su mirada, cargada de cansancio e indignación, se clavó en ambos. —¿Cómo quieres que me detenga? —replicó el otro, temblando de impotencia—. Si no entregamos a Tachibana, ¿sabes quién será el siguiente? ¡Kiryu! ¡Mi hermano! Ryohei no respondió enseguida. Una punzada aguda le atravesó el pecho. Si Kenji estuviera en su lugar... o Kyomi... ¿me comportaría como él? Ya conocía la respuesta. Lo supo en aquella huida por el puerto chino, cuando Tetsu cargó con todo el peso del mundo para protegerlo. Le sostuvo la mirada con intensidad. —¿Y crees que sacrificar a mi hermano resolverá algo? —dijo, firme, aunque las manos le temblaban—. No pienso entregarlo. Tampoco permitiré que Kiryu sea quien pague por todo esto. —¿Y cómo diablos piensas hacer eso? —espetó Nishiki, avanzando un paso, el sarcasmo en su voz como filo expuesto. —¿Con más sarcasmos baratos? Ni siquiera pudiste frenar a Awano. Su mirada era cortante. —Y aún tienes que enfrentarte a tipos como Kuze o Shibusawa. Ellos no jugarán contigo; te destrozarán en cuanto cruces la línea. —Buscaré la forma —respondió el aspirante, firme—. Ni mi hermano ni Kiryu-san serán sacrificados. Si tienes una mejor idea, dilo de una vez. Si no, deja de escupir culpas y enfrenta la realidad. El joven de cabello oscuro soltó una risa amarga; la frustración le torcía el rostro. —Tú y ese imbécil de ahí —espetó, señalando a Oda con desprecio—. Ambos son unos desgraciados. Han metido a mi hermano en este maldito juego sin importarles las consecuencias. —Al menos yo sí lo enfrenté —replicó el menor Tachibana, sin alzar la voz—. No me quedé callado como un cobarde mientras los demás ponían el cuerpo. Nishiki lo miró, mezcla de sorpresa y furia. Dio un paso más, mandíbula apretada, ojos encendidos. —¿Qué dijiste? —Lo que oíste. Te llenas la boca hablando de proteger a tu hermano de juramento, pero hasta ahora solo has repartido culpas desde un rincón. —¡Tú no sabes lo que significa cargar con eso! —gritó—. ¡No sabes lo que darías por alguien que es tu familia! —¿Y tú crees que yo no? —retrucó, acercándose sin miedo—. Habría muerto por Tetsu sin pensarlo. Sigo aquí porque él me enseñó a no bajar la cabeza ante tipos como Awano. —¡No me vengas con discursos de moralidad! —rugió, fuera de sí—. ¡Tú ni siquiera sabes quién eres! ¡Eres un fraude, un cobarde con nombre falso que juega a ser fuerte! Avanzó otro paso, alzando el brazo, a punto de lanzarse. Pero antes de que Ryohei pudiera reaccionar, Kiryu se interpuso con voz autoritaria. —¡Cálmate, Nishiki! Oda está herido, y gritarle no va a solucionar nada —dijo, firme pero sereno—. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a ellos, aunque no esperaba que fuera tan pronto. El aludido chasqueó la lengua con fastidio, bajó el puño y se apartó con brusquedad. Oda, hasta entonces en silencio, soltó un suspiro cansado antes de intervenir. —El chico tiene razón. El jefe siempre quiso ese lote, incluso antes de esta guerra. Y no se detendrá. Sabe que controlarlo podría cambiarlo todo. El Serena cayó en un silencio denso, aunque las miradas seguían cargadas de tensión. Nishiki se cruzó de brazos, el ceño fruncido, la postura rígida. —Subestimaron a Awano —dijo, mirando directo al joven—. Sobre todo tú. Él no es como los demás. Es mucho más peligroso. —Me di cuenta perfectamente —asintió Ryohei—. Y aún estoy aprendiendo a lidiar con eso. El herido desvió la vista hacia el teléfono en la pared. —De todas formas, necesito contactar al jefe. ¿Puedo usarlo? El aludido asintió sin decir palabra. Nishiki, aún con gesto endurecido, no intervino más. La sombra de Awano seguía sobre ellos: una amenaza latente. Esa misma noche, en una oficina de la familia Dojima, el ambiente era igual de denso. La atmósfera, sin embargo, no era de tensión emocional sino de poder contenido. Muebles de madera oscura, lámparas de cristal y un silencio sepulcral apenas roto por el zumbido constante del ventilador del techo. Awano, recostado en un sillón de cuero, cruzaba las piernas mientras tamborileaba los dedos contra el reposabrazos con deliberada calma. Frente a él, Itsuki Murakado, uno de sus subordinados, permanecía de pie, con el expediente en mano y la expresión serena. —Así que este es el famoso informe que Kuze tanto quería —comentó el lugarteniente, hojeándolo con desgano. Murakado inclinó levemente la cabeza, el tono medido y profesional. —Sí. Todo está ahí: antecedentes, vínculos… y, por supuesto, su relación con Tachibana Real Estate. El hombre soltó una risa breve y burlona. Cerró el documento con un golpe seco y lo dejó sobre la mesa. Luego, con parsimonia, sacó un cigarrillo y lo encendió. —¿Relación con Tachibana? —repitió, exhalando el humo—. Vamos, Murakado. ¿De verdad crees que ese mocoso puede ser un problema? Apenas logró sostenerse frente a mí. Su sarcasmo es una broma. Está hecho polvo. Patético. El otro no respondió de inmediato, aunque sus ojos se endurecieron. —Subestimarlo sería un error, Awano-san. Puede ser impulsivo, sí, pero no le faltan recursos. Su vínculo con su hermano lo hace peligroso, incluso si no lo aparenta. El lugarteniente rió seco, inclinándose hacia adelante con una sonrisa venenosa. —¿Recursos? Ese maricón está más preocupado de esconder lo que es que de entender en qué juego se metió. Otra carcajada. Cruel. Sucia. —Todo ese numerito de sarcasmo, la cara de tipo frío... es solo un disfraz barato. Lo huelo. Se le nota. Murakado no replicó. Mantuvo la mirada baja, el rostro neutro… pero tenso. —Seguro hasta se le doblan las piernas si un hombre de verdad le sostiene la mirada. Debería estar sirviendo copas en un puticlub, no jugando a ser empresario. El subordinado apretó los labios. Apenas una chispa brilló en su mirada. Pero su voz, imperturbable. —No lo respeto, pero no es inútil. Tiene determinación. Aunque aún no la sepa controlar. Es más peligroso de lo que aparenta. Awano aplastó el cigarrillo en un cenicero, su sonrisa borrándose. Se puso de pie, caminó hacia la ventana. Miró Kamurocho como si pudiera moldearla con un gesto. —No me hables de peligro, Murakado. Los problemas se resuelven antes de que crezcan. No quiero que ese niño se sienta cómodo. Hazle entender que no pertenece a este nivel. Si se pone valiente… Se giró, mirada de hielo. —…que lo pague con sangre. —Entendido. Me encargaré —dijo Murakado, tomando el expediente. Al salir al pasillo, sus pasos resonaron con eco mientras una tormenta de pensamientos se agolpaba en su mente. “Awano es un imbécil prepotente. Cree que su lugar está asegurado, pero no ve más allá de su ego. Esa manía de subestimar a quien no encaja en su molde terminará costándole caro. Y cuando ocurra, yo estaré ahí para recoger lo que deje caer.” Pasó junto a una secretaria que bajó la mirada al verlo. Apenas inclinó el mentón en gesto forzado y siguió hacia la salida trasera del edificio. “Ryohei Tachibana no será mi obstáculo. Será mi llave.” Una leve sonrisa se dibujó en sus labios mientras ajustaba el expediente bajo el brazo. Giró por la escalera de servicio y bajó con paso firme, contenido. Al llegar al primer piso, se detuvo frente a una ventana con vista parcial a Kamurocho. Sus ojos, duros como acero, escudriñaron las luces de la ciudad como si pudiera leer su futuro entre los edificios. “Ese chico no tiene idea de lo que le espera.” Sin más, siguió su camino, como si cada paso ya estuviera trazado mucho antes de que los demás supieran que el juego había comenzado. De vuelta en el Serena, Oda tomó el teléfono y marcó el número de Tetsu. Su voz grave, cargada de urgencia y pragmatismo, parecía cortar el aire. Hablaba rápido, relatando lo ocurrido y aconsejando que el jefe permaneciera en su escondite. Cada frase era como una herida abierta para el joven yakuza, que escuchaba desde su lugar con la mandíbula tensa y los puños cerrados. Cuando Oda insinuó que ya no era seguro confiar en Kiryu, el aludido apretó los dientes con tal fuerza que casi pareció que iban a romperse. Al terminar, el herido miró a Ryohei y le extendió el auricular. Este lo tomó sin dudar y lo llevó a su oído. —Sí, soy yo... —dijo, con un tono bajo, contenido, mientras una voz apenas audible respondía del otro lado—. Es exactamente como dice Oda-san. Lo enfrenté, aunque sabía lo que me dijiste anoche. Pausó, apretando los labios mientras escuchaba las recriminaciones. Su mirada se desvió al suelo, pero no por culpa, sino por algo más profundo: una mezcla de orgullo herido y determinación. —Lo sé. No fue prudente, pero alguien tenía que hacerlo. —Su voz se volvió más firme—. Tú me enseñaste a nunca retroceder, ni siquiera ante tipos como él. La conversación se prolongó un par de minutos. Asentía de tanto en tanto, pero su expresión se tornaba cada vez más sombría. Finalmente, suspiró y colgó. Guardó silencio antes de alzar la mirada. —Ni Oda-san ni yo sabemos dónde está ahora —dijo con claridad, aunque el peso en su rostro era evidente. Oda, intentando aliviar la tensión, sonrió apenas con ironía. —Exacto. Si no sabemos nada, no hay nada que puedan sacarnos. —Lanzó una mirada de reojo a Nishiki—. No te lo tomes personal, chico. A veces, el silencio también es un arma. Pero el comentario solo avivó la rabia en el joven de cabello oscuro. Respiraba con pesadez, los ojos fijos en ambos hombres. Sus hombros se tensaron. Antes de que hablara, Kiryu le apoyó una mano firme en el hombro. —Cálmate —dijo, sereno pero firme. Aunque hablaba con su amigo, sus ojos se desviaron hacia Ryohei, comprendiendo también el alcance de lo que enfrentaban. El menor Tachibana sostuvo su mirada. El peso del momento era casi físico. Cuando bajó la cabeza, no fue por derrota, sino por reconocimiento silencioso. Compartían la misma carga. —Lamento haberte involucrado en esto, Reina —dijo Kiryu, inclinando ligeramente la cabeza—. Estoy seguro de que todo esto te ha causado miedo. Ella lo miró, cruzada de brazos. Su expresión combinaba preocupación y temple. —¿Preocupándote por mí? Olvídalo. Eso ya no importa. Lo que quiero saber es… ¿qué harás ahora? No respondió de inmediato. Se giró lentamente hacia la puerta. Su postura era tensa, pero decidida. Dio un paso, y el sonido sobre el suelo bastó para que Nishiki alzara la voz. —¡Kiryu, detente! —gritó—. ¿Qué demonios vas a hacer? El aludido apenas giró la cabeza. —Esto estaba previsto desde que dejé la familia Dojima, Nishiki —dijo con calma, en contraste con la tensión del ambiente—. No puedo quedarme esperando. Debo actuar. Atraparé al culpable, limpiaré mi nombre y saldré de esto. Cueste lo que cueste. El otro avanzó, temblando de rabia. —¿Eres idiota? —espetó—. ¿De verdad crees que puedes hacer algo tan descabellado? ¡No estás solo en esto, maldita sea! Kiryu lo miró con una mezcla de tristeza y determinación. —No sé si puedo… pero no tengo otra opción. Salió del Serena, dejando atrás un silencio denso. Ryohei dio un paso hacia la puerta, dispuesto a seguirlo, pero Oda lo detuvo con una mano sobre el hombro. —Espera, chico —dijo con voz baja, seria—. Déjalo ir. Si lo sigues ahora, solo empeorarás las cosas. Nishiki ya está al límite. Lo último que necesitamos es otro enfrentamiento aquí. Miró al joven, que permanecía inmóvil, los puños cerrados. —Yo hablaré con mamá para que te dé unos días libres… pero ahora, ve a despejarte. El menor apretó los labios, dudando. Su mirada buscó la de Oda. Este le devolvió una expresión firme, casi autoritaria. Finalmente, asintió y dio un paso atrás. —Está bien —murmuró. Sin decir más, fue hasta la barra, tomó su chaqueta y su bolso, y salió por la puerta trasera del Serena, dejando atrás la tensión acumulada. Oda lo siguió con la mirada hasta que desapareció. Luego suspiró y giró hacia Nishiki, cuya rigidez no había disminuido. —Esos dos… siempre metiéndose en lo más complicado —murmuró para sí, antes de llamar a Reina con un gesto. El aire frío lo recibió al abrir la puerta trasera. El golpe helado le provocó un escalofrío, pero no disipó la presión en el pecho. Avanzó por el callejón. Sus ojos se ajustaron a la penumbra, y pronto distinguió la figura inconfundible de Kiryu. Caminaba con paso firme, espalda recta, como si el peso del mundo no lo tocara. Pero Ryohei sabía que era una fachada. Inspiró hondo. La necesidad de hablar se volvió urgente. Apretó los puños, sintiendo que no podía dejarlo avanzar solo hacia lo que se avecinaba. —¡Kiryu-san! —llamó al fin, su voz rompiendo la noche con una mezcla de urgencia y resolución. Dio un par de pasos hacia él, y Kiryu, al escucharlo, se detuvo, girando lentamente. —¿Qué pasa? —preguntó, cortante, con expresión seria. Aunque sus ojos reflejaban algo más que simple irritación. Ryohei avanzó un poco más, deteniéndose a unos metros. —Tenemos que hablar. No me importa lo que estés planeando —dijo con firmeza—. Esto es importante, y no voy a dejarte ir sin que me escuches. El ex yakuza suspiró, entrecerrando los ojos mientras desviaba la vista hacia la oscuridad del callejón. —No tengo tiempo para esto. Tú lo sabes. Su tono seco intentaba cerrar la conversación antes de que comenzara de verdad. —Lo lamento, pero tendrás que hacer tiempo —insistió, alzando la voz—. Ambos estamos metidos en esto, y no pienso quedarme de brazos cruzados mientras cargas con todo. Kiryu apretó los labios, bajando la mirada como si buscara las palabras justas. —Debo protegerte, Ryohei —dijo al fin, con voz cargada de un peso que no podía ocultar. Hizo una pausa, y cuando volvió a hablar, fue en un susurro: —No solo porque eres el hermano de Tachibana, sino porque... La frase quedó inconclusa. No necesitaba terminarla. Ryohei lo observó en silencio. Sabía exactamente a qué se refería. —Protegerme no significa alejarme de esto. El comentario removió algo en el fondo del otro. Bajó aún más la vista, cargando con un recuerdo que prefería mantener enterrado. —Sé que no soy fuerte como tú —continuó el más joven—. No soy un peleador, lo admito. Pero puedo ayudarte a mi manera. —¿Y cómo planeas hacer eso? —replicó Kiryu, arqueando una ceja. Una sonrisa cargada de ironía asomó en los labios de Ryohei. —Si tú eres el guerrero que va al frente, yo seré tu healer. Los héroes necesitan a alguien que los mantenga en pie, ¿no? Y no me digas que puedes hacerlo todo solo, porque incluso los mejores caen sin apoyo. El otro dejó escapar un suspiro y bajó la cabeza. Cuando volvió a mirarlo, esbozaba una sonrisa leve. —¿Un healer, huh? —murmuró con un destello de humor—. Supongo que necesitarás tus “suministros”. —Exacto. Pero para eso necesito que me acompañes. Necesito un bolso nuevo, y creo que es hora de visitar una farmacia. Hay una Poppo cerca. Hizo una pausa; su tono se volvió más sarcástico. —Aunque, claro, si prefieres que me abastezca solo y termine olvidando algo… es tu decisión. Kiryu negó con la cabeza, entre la resignación y la aceptación. —No puedo creer que esté considerando esto. Pero está bien. Vamos. —Sabía que entrarías en razón. Andando, que los héroes no deberían salir a pelear sin su soporte. Caminaron juntos, dejando atrás las sombras del callejón y adentrándose en la ciudad que nunca duerme. El silencio se volvió más cómodo a medida que sus pasos resonaban sobre la vereda, envueltos por el frío nocturno. —¿Tienes algún plan en mente? —preguntó Ryohei, con tono inquisitivo—. ¿O solo vas a lanzarte a repartir palizas sin pensar, como buen héroe clásico? —No siempre resuelvo las cosas a golpes —respondió el otro, con un dejo de ironía—. Aunque admito que es lo que muchos creen. —Por eso me necesitas —replicó, encogiéndose de hombros—. Si te lanzas al caos sin alguien que te cubra la espalda, terminarás más como mártir que como héroe. Kiryu se detuvo un instante y lo miró de reojo. —¿Esto te lo pidió Tachibana? El joven bajó la mirada antes de responder. —En parte, sí… —admitió—. No quise decirlo en el bar, pero por teléfono me pidió que no me separara de ti. Aún no sé por qué… pero tampoco quiero ser una carga. —Por eso pensaste en ser mi soporte. —Exacto —asintió con una sonrisa sincera, aunque más contenida—. Supongo que prefiero ser útil a sentir que estorbo. Si eso significa quedarme a tu lado, lo haré a mi manera. —¿Y podrás cubrirme con todo el trabajo que tienes y los exámenes? ¿O planeas fallar en ambas cosas? Rió con suavidad, negando con la cabeza. —Ya arreglé eso. Oda-san habló con Reina y me dieron algunos días libres. Además, enfrentar a un lugarteniente de los Dojima suena como práctica decente para manejar el estrés académico, ¿no crees? —De acuerdo, healer. Vamos al Lote Vacío. Hizo una pausa y corrigió con intención: —Perdón... vamos juntos al Lote Vacío. Asintió. Pero algo se agitó en su interior. “¿Cuándo fue la última vez que alguien me dijo que íbamos juntos a algún lugar... sin condiciones?” Durante años, acompañar significaba cargar con alguien. Protegerlo desde la sombra. Pero esa noche, incluso entre el peligro, Kiryu había dicho “juntos” con naturalidad. No era una orden. No era una obligación. Era un gesto. Uno que dolía por lo inusual. Cerró los ojos un instante, grabando ese momento. Luego alzó la mano y le dio una palmada ligera en el brazo, sonriendo con ironía protectora. —Ahora sí estás aprendiendo a trabajar en equipo, héroe. Vas a ser un excelente tanque. La risa leve que recibió como respuesta bastó para romper la tensión. Ambos retomaron el paso, sus siluetas desdibujándose en la noche de Kamurocho, mientras la ciudad seguía girando sin pausa. La sombra del peligro los acechaba, sí. Pero también lo hacía el vínculo que empezaban a forjar. Por primera vez en mucho tiempo, Ryohei Tachibana sintió que no estaba solo. Su lucha ya no era individual. Ahora, juntos, enfrentaban lo que venía. Ya en las calles iluminadas del distrito, el silencio regresó, pero era distinto. Kiryu caminaba tranquilo, con paso firme. Su acompañante, en cambio, mantenía la mirada baja, atrapado en sus pensamientos. Finalmente, habló con tono introspectivo. —Nishiki está furioso conmigo… El otro no se detuvo, pero giró apenas el rostro para escucharlo mejor. —No es solo contigo. Está frustrado con todo esto. Y no lo culpo. Ryohei se detuvo un momento para ajustar la correa de su bolso improvisado. —Si Kenji o Kyomi estuvieran en tu lugar, yo estaría igual o peor que él —admitió con una sonrisa cansada—. Probablemente perdería los estribos también. Es difícil no reaccionar así cuando alguien que te importa está metido en algo tan peligroso. Kiryu lo miró con una comprensión silenciosa. No hacían falta palabras. Entendía más de lo que decía. —Es complicado para todos —murmuró—. Pero mientras estemos en esto, no podemos darnos el lujo de perder el control. El otro asintió con más firmeza. —Por eso quiero asegurarme de algo antes de seguir. —¿A qué te refieres? Señaló con la cabeza una cabina telefónica al otro lado de la calle. —Necesito hacer unas llamadas. Quiero contactar a mis amigos. Si Awano mencionó sus nombres, no puedo ignorarlo. Necesito saber si están bien. —Haz lo que tengas que hacer —asintió Kiryu—. Pero no te demores mucho. Tenemos que seguir adelante. Ryohei cruzó la calle y entró a la cabina telefónica, cerrando la puerta con cuidado. Sacó unas monedas e insertó el monto justo antes de marcar el número de Kenji. Cada tono se le hizo eterno, tensando su pecho. Al pasar al buzón, dejó escapar un suspiro. Rápido, sacó su beeper, marcó el "Código de Siempre" y dejó un mensaje breve, cargado de urgencia: —Kenji, soy yo. Código de Siempre. Responde este mensaje. No llames a casa, ¿entendido? —dijo con firmeza antes de cortar. Guardó el aparato, respiró hondo y marcó el número de Kyomi. Esta vez, la respuesta fue inmediata. Su voz al otro lado le trajo alivio. —¿Estás bien? —preguntó de inmediato. Ella aseguró que estaba a salvo en su apartamento de Sotenbori y que seguiría alerta tras su advertencia. Al colgar, salió de la cabina con el ceño menos tenso, aunque la inquietud seguía latente. Kiryu, apoyado en una pared cercana, lo recibió con los brazos cruzados. —¿Todo bien? —Kenji no contestó, pero le dejé mensaje. Kyomi está bien, por ahora. Le pedí que se mantuviera alerta. El otro asintió, reanudando la marcha. Pero antes de avanzar mucho, una figura imponente apareció al final de la calle. Sus pasos resonaban como tambores, anunciando peligro. Mr. Shakedown se acercaba. Con un fajo de billetes en mano y mirada desafiante, se plantó frente a ellos. —¡Ustedes dos! —gruñó, señalándolos—. Entréguenme su dinero o prepárense para una paliza. —Otra vez este idiota...—murmuró Kiryu, frunciendo el ceño. —¿Lo conoces? —Un estafador. Anda por Kamurocho golpeando gente y dejándola en la ruina. Ryohei entrecerró los ojos, escaneando al sujeto de pies a cabeza. —¿Esto es real? No sé si estamos ante un matón o un jefe final mal programado. Kiryu cerró los puños. Sabía lo que se venía. —Quédate atrás. Esto no te involucra. —¿En serio? ¿Vas directo contra un tanque con piernas? Espera. Sin frenar su paso, Kiryu giró apenas el rostro. —Míralo. Su postura, la forma en que respira. Tiene un patrón. Si lo sigues de frente, te tritura. Pero si me escuchas, quizá salimos de esta con los huesos enteros. El otro suspiró. —¿Patrón? —Carga su peso en la pierna derecha antes de atacar. Eso hace sus golpes lentos pero pesados. Esquiva hacia la izquierda y podrás contraatacar. —Y si retrocede dos pasos, está preparando algo fuerte. Créeme. Le sostuvo la mirada con media sonrisa. —Vamos, héroe. Deja que tu healer te guíe. Kiryu negó con la cabeza, pero sonrió leve. —Está bien, healer. Más te vale que funcione. Avanzó con calma. Mr. Shakedown soltó una carcajada gutural. —Adelante, chico. Intenta sorprenderme. El primer golpe de Kiryu apenas lo tambaleó. Shakedown respondió con fuerza, pero el estilo Rush le permitió esquivar con agilidad. —¡Eso es! —gritó Ryohei desde el callejón—. ¡Mueve esos pies como si bailaras! Tras varios intercambios, el gigante retrocedió dos pasos. —¡Atrás, Kiryu-san! ¡Va a lanzar algo grande! El suelo tembló con el impacto. El ex yakuza saltó hacia atrás y cambió a estilo Brawler, atacando con patadas giratorias que confundieron al oponente. Luego, al ver que intentaba atraparlo, pasó al estilo Beast, levantó un contenedor y lo estrelló contra el torso enemigo. —¡Ahora! —indicó el joven—. ¡Al costado derecho! Kiryu no dudó. El combo final derribó al coloso, que cayó de rodillas antes de desplomarse. Pero el último golpe le pasó factura. Un dolor agudo le recorrió el costado. Se encorvó un segundo. Ryohei contuvo el impulso de correr hacia él. Su respiración se hizo pesada. Un dedo sangraba. El derrotado soltó un gruñido y dejó caer un fajo de billetes. —Maldita sea... —masculló—. Eres más fuerte de lo que pensaba. Kiryu recogió el dinero en silencio. Su compañero se le acercó, mitad aliviado, mitad divertido. —¿Ves? Te dije que necesitarías a tu healer. Si seguimos ganando así, tal vez logre pagar mi carrera sin endeudarme. El otro le lanzó una mirada de soslayo, con una sonrisita. —¿Siempre eres así de irónico? —Solo con quienes confío. Así que considérate afortunado, Kiryu-san. Él negó con la cabeza, pero sonrió. —Con esto, podemos abastecernos. Vamos por ese bolso nuevo. Caminaron entre las luces de Kamurocho. A cada paso, el lazo entre ambos se afianzaba. No iba a ser fácil lo que venía, pero ya no estaban solos. Una cuadra más adelante, llegaron a una farmacia de fachada modesta. Al entrar, el aroma a desinfectante los envolvió. Estanterías impecables ofrecían gasas, vendas, stamina, taurina y lo esencial. Kiryu esperó a un lado, mientras el aspirante recorría los pasillos con paso firme, seleccionando cada artículo con precisión. —Veo que sabes lo que haces —comentó Kiryu con una leve sonrisa irónica, rompiendo el silencio. El otro alzó una ceja, devolviéndole una mirada burlona antes de esbozar una sonrisa. —Vaya, parece que ya estás aprendiendo a hablar mi idioma —respondió, añadiendo otro paquete de gasas a la cesta—. Si vamos a sobrevivir, necesitamos lo mejor. Además, con lo que ganaste del grandulón, estamos bien cubiertos por ahora. El hombre de traje blanco observó con atención. Notaba cómo su compañero evaluaba cada artículo antes de colocarlo con precisión quirúrgica en la cesta. Su mirada se desvió hacia una estantería cercana, donde un bolso grande y robusto destacaba entre los demás. Lo tomó sin dudar y se lo mostró con una leve sonrisa. —Creo que este te servirá —dijo, extendiéndoselo. El menor de los Tachibana lo inspeccionó con detenimiento antes de asentir, satisfecho. —No está nada mal. Definitivamente mejor que el que tengo —respondió, aprobando con una sonrisa—. Buen ojo. Quizás tengas futuro como comprador personal. Kiryu soltó una breve risa, relajando su semblante. —Solo falta que te pongas a entrenar para ayudar en el frente —comentó con tono levemente provocador. El más joven se cruzó de brazos, devolviéndole una mirada mezcla de determinación y sarcasmo. —Llevaba tiempo considerando eso, pero nunca lo llevé a cabo en serio… hasta ahora —admitió mientras se colgaba el bolso al hombro—. Mañana mismo buscaré un dojo. Hubo una pausa mientras se acercaban a la caja. —No puedo seguir siendo el tipo que solo da instrucciones desde el fondo. Quiero estar listo para lo que venga. —Sonrió con ironía—. Aunque, siendo realista, me tomará años siquiera acercarme a tu nivel. Kiryu rió mientras ambos se dirigían al mostrador. Mientras pagaban, Ryohei comentó con un tono más reflexivo: —Creo que esta es la primera vez que me siento realmente útil en algo tan… fuera de lo normal. Aunque no lo decía, recordaba los años en que no pudo ayudar a nadie. Hoy, aunque fuera con gasas y palabras, se sentía parte de algo real. —No puedo evitar pensar que necesitaré más que palabras y vendas para seguir tu ritmo. Kiryu lo miró de reojo mientras guardaba el cambio. —¿Estás pensando en eso del entrenamiento? —preguntó, mostrando interés. El joven se encogió de hombros mientras organizaba los productos en el nuevo bolso. —Si quiero ser más que tu “healer”, necesitaré algo más de resistencia… y quizá aprender un par de golpes básicos —sonrió levemente—. No prometo nada tan espectacular como tus movimientos, pero unas clases de defensa personal no me vendrían mal. El ex yakuza soltó un leve suspiro, pero su expresión denotaba aprobación. —Es un buen comienzo. Pero no subestimes lo que ya haces. Sin un buen soporte, ni el mejor luchador dura demasiado. Ryohei alzó la vista, algo sorprendido por el comentario. —Tomaré eso como un cumplido —respondió con una sonrisa ladeada. Kiryu negó con la cabeza, mirándolo con seriedad relajada. —No me malinterpretes. Solo digo que, si vas a entrenar, asegúrate de no quemarte antes de empezar. Esto no es un sprint, es una maratón. —Entendido —dijo el menor, ajustándose el bolso—. Además, no quiero quedarme atrás mientras tú haces todo el trabajo sucio. No vine aquí solo para sobrevivir. El otro asintió antes de girarse hacia la salida. —Es hora de seguir moviéndonos. Al salir, las luces de neón y el bullicio de Kamurocho los envolvieron como un río de energía constante. Con el nuevo bolso cargado de suministros, Ryohei lo ajustó al hombro mientras avanzaban por las calles iluminadas. Cada paso era un recordatorio del peso que cargaban, aunque algo en el aire había cambiado. Una energía distinta. Un lazo que se fortalecía con cada obstáculo superado. Mientras cruzaban la calle, Ryohei sacó dos latas de taurina del bolso. Le ofreció una con una ligera sonrisa. —Debes estar agotado después de la pelea con ese gigante. Toma, bebamos esto mientras vamos al Lote Vacío. Abrió la suya y bebió un sorbo. Sus ojos se volvieron más serios. Kiryu aceptó la lata, asintiendo. La abrió y tomó un trago, dejando que el líquido le refrescara la garganta. —Gracias. Lo necesitaba. Sus palabras eran escuetas, pero su mirada revelaba una mezcla de concentración y agotamiento. Avanzaron por las calles cada vez más tranquilas. El aspirante a médico lo miró de reojo, notando su expresión ausente. Finalmente, la pregunta que rondaba en su cabeza escapó. —Kiryu-san, ¿qué esperas encontrar allí? Su tono era lo bastante bajo para evitar atención indeseada. El ex yakuza mantuvo la vista al frente. Su expresión se endureció. —Alguna evidencia que me desvincule del asesinato. Lo que sea que pruebe que yo no tuve nada que ver. Ryohei se detuvo, cruzándose de brazos mientras su mente trabajaba a toda velocidad. —Si buscan incriminarte, eso significa que alguien lo planeó con cuidado —dijo con seriedad inusual—. No quiero sonar paranoico, pero esto lleva la marca de alguien que sabe manipular. Los lugartenientes tienen tanto acceso como motivos. Y lo peor es que también tienen los recursos para ejecutar algo así. Kiryu frunció el ceño. Había barajado varias posibilidades, pero escuchar esa conclusión tan directa lo hizo detenerse a pensar. —Tiene sentido... —murmuró, girando ligeramente la cabeza—. Pero si eso es cierto, entonces no solo estoy enfrentándome a la policía… sino a algo mucho más grande. Ryohei asintió, más pragmático. —Exacto. Si esto fue planeado, el lote estará vigilado. No solo por la policía. Quien lo orquestó también estará cubriendo sus huellas. Ir directo sería un error. Hizo una pausa y lo miró con seriedad. —Mi hermano fue claro. El camino directo no solo es riesgoso por los oficiales. Los Dojima también tienen ojos en esa zona. Están esperando que tú —o yo— nos acerquemos. Ir por ahí sería caminar hacia una trampa. Kiryu dejó escapar un suspiro. Su mirada permanecía fija, como si visualizara el terreno a lo lejos. Finalmente, giró hacia él, los ojos cargados de determinación. —Tachibana siempre piensa en todo —murmuró, antes de asentir—. Muy bien. Confiaré en tu plan. Pero más vale que funcione. No tenemos margen para errores. Ryohei sonrió de lado, orgulloso. —Eso suena bien, Kiryu-san. Después de todo, es más fácil para mí “curarte” si no terminamos metidos en otro lío antes de llegar —bromeó, ajustándose el bolso. Continuaron avanzando, la tensión como un manto que envolvía cada paso. A medida que las luces del distrito quedaban atrás, sus rostros se endurecían. La determinación era palpable. El ambiente se volvió más pesado conforme se acercaban. La vibrante energía de Kamurocho se desvanecía en las calles adyacentes, donde el aire se volvía denso. Luces rojas y azules de patrullas iluminaban la zona, reflejándose en las ventanas de edificios cercanos. Las voces de los oficiales y el crujido de las radios rompían el silencio. Se detuvieron bajo la sombra de un callejón. El terreno estaba acordonado, patrullado por policías con una vigilancia que hablaba de la gravedad del caso. Aunque habían pasado días, ese lugar seguía siendo el epicentro. Kiryu permanecía firme, pero su ceño fruncido revelaba lo incómodo que se sentía. A su lado, Ryohei observaba con concentración. Lo habían anticipado… pero verlo en persona lo hacía más real. Fue entonces cuando el ex yakuza rompió el silencio con una observación cargada de gravedad. —Han pasado días y esto sigue igual de vigilado —murmuró, cruzándose de brazos mientras evaluaba el perímetro. El healer, aún con la vista fija en la escena, asintió en silencio antes de responder. Su tono, aunque tranquilo, cargaba una tensión latente. —Es lógico. Con el asesinato que ocurrió aquí, la policía no soltará esta área tan fácil —dijo con serenidad analítica—. Mi hermano tenía razón. No podemos esperar que esté despejado. Si queremos buscar algo, tendrá que ser sin que nos vean. El ex yakuza frunció el ceño. Su cuerpo permanecía rígido mientras escaneaba el lugar. —¿Crees que encontremos algo útil? Algo que demuestre que no tuve nada que ver. —Si realmente alguien te inculpó, debió dejar algún rastro. Pero con tanta gente revisando… si no lo hallaron, o no saben qué buscar o prefieren ignorarlo. Kiryu lo miró. Su compañero procesaba cada detalle con una concentración inusual. —Entonces... ¿cómo lo hacemos? —Primero, necesitamos un camino alternativo. Habrá que movernos rápido y con cuidado. No podemos fallar. El movimiento constante de los oficiales no dejaba margen para un plan sencillo. Ryohei notó la inquietud en su rostro y, tras pensarlo, dio un paso adelante. —Escucha... yo los distraeré —dijo con determinación, sin dar pie a objeciones. Kiryu giró la cabeza, su mirada estrechándose con duda. —¿Distraerlos? ¿Y qué planeas hacer? —Nada que no pueda manejar —se encogió de hombros, lanzando una ojeada a los policías—. Puedo llamar su atención lo justo para que tú entres por el costado. Hubo un breve silencio. Los ojos del más alto lo escrutaban con intensidad. Finalmente, suspiró. —Esto no era parte del plan. Puede ser peligroso. —Ya lo es desde que llegamos —replicó con una media sonrisa—. Déjame hacer esto. Confía en mí. Tú enfócate en encontrar la verdad. El otro asintió, con reticencia. —Está bien. Pero ten cuidado. No podemos permitirnos errores. —No te preocupes. Solo asegúrate de no tardar. —Lo miró con seriedad, casi como una promesa—. Nos vemos en el Matsuya de Taihei Boulevard. Es discreto. Llegaré sin problemas. —Entendido. No tardes demasiado. Con determinación, Ryohei se acercó a los oficiales fingiendo una actitud relajada. Su compañero, mientras tanto, se escabullía por un callejón, rumbo a la entrada secundaria que Tetsu había mencionado. Antes de acercarse, evaluó el entorno. Divisó a un oficial apartado, de postura relajada. Ajustó su bolso al hombro y se aproximó con expresión confundida. —Disculpe, oficial —dijo con un japonés claro, apenas matizado por un leve acento foráneo—. Perdón si molesto, pero… estoy algo perdido. El policía, de mediana edad, lo observó con ceño fruncido. —¿Qué busca? Esta zona está restringida. No debería estar aquí. Ryohei levantó las manos, inclinando la cabeza en gesto de disculpa. —Lo siento mucho. Soy de Hong Kong, estoy de visita. Me dijeron que por aquí había buenas vistas… pero creo que me desvié. El agente lo escaneó de pies a cabeza, buscando señales de mentira. El otro sintió un nudo en el estómago, pero mantuvo su expresión. —¿Hay algún lugar cerca donde consiga un mapa o indicaciones? No quiero causar problemas, solo quiero regresar a la estación —añadió rápido, antes de que el oficial pudiera intervenir. Por el rabillo del ojo, notó cómo Kiryu desaparecía entre las sombras del callejón. “Vamos, Kiryu-san… muévete rápido”. El hombre suspiró, visiblemente irritado. —Siga por esa calle, doble a la derecha. Verá un puesto de información cerca de Nakamichi Alley. Ahí lo ayudarán. Váyase antes de meterse en problemas. —¡Muchas gracias! —respondió, con una reverencia nerviosa—. Perdón por la molestia. Mientras se alejaba en la dirección contraria al lote, sintió la tensión clavarse en su pecho. No podía saber si Kiryu había logrado entrar, pero cada segundo que mantenía al oficial distraído era una victoria. A la vuelta de una esquina, fingió buscar algo en el bolso. Inspiró hondo. El temblor en sus manos no cedía. —Esto recién comienza. Ahora todo depende de él. Con una última ojeada, se internó en las calles laterales, alejándose del perímetro. Sabía que la maniobra había funcionado. Si Kiryu encontraba algo ahí dentro, todo habría valido la pena. El camino al Matsuya no fue menos tenso. Avanzaba rápido, pero con cautela. Sabía que los hombres de Dojima estaban al acecho. Y no tardaron en aparecer. Al llegar a un cruce, escuchó voces. Se ocultó tras un poste. —¿Todavía no lo encuentran? ¡Un tipo como Kiryu no puede desaparecer tan fácil! —gruñó uno, golpeando el suelo con un bate. —¿Y el hermano de Tachibana? —dijo otro, con tono más ansioso—. Awano dijo que si lo vemos, no escatimemos. También está en la lista. —Con ese será diferente —añadió el primero, malicioso—. A ese imbécil de Kiryu quiero destrozarlo antes de entregarlo. Nadie abandona Dojima y respira tranquilo. Ryohei apretó los puños. Confirmaban lo que ya intuía: eran objetivos. No había margen para fallos. Esperó. Cuando se alejaron por el callejón, se escabulló por un pasaje lateral, cruzando varios recovecos hasta quedar frente al dojo que había visitado el día anterior con Kenji. Esta vez, el lugar parecía más oscuro. Más denso. Frente a la entrada, emergió una figura conocida: el hombre que lo había observado en las canchas de baloncesto, cuando acertó ese tiro de suerte. Lo recordaba. Apenas habían intercambiado palabras, pero la autoridad en su porte y la mirada calculadora lo dejaron marcado. Vestía un hakama tradicional con chaqueta ligera. Lo reconoció al instante. —¿Te conozco? —susurró Ryohei, casi sin darse cuenta. —Eres el chico de ayer, ¿verdad? —respondió el otro con voz firme, aunque tranquila—. Te vi con tu amigo en las canchas. Tienes algo interesante en tu forma de moverte. Cierto potencial. Un escalofrío recorrió la espalda del menor. Aun así, respondió con calma fingida. —Solo estábamos matando el tiempo. Nada serio. El hombre rió suavemente, ajustando su cinturón con gestos deliberados. —A veces, de eso surgen cosas interesantes. Este dojo está abierto para quienes desean mejorar… especialmente en tiempos complicados. Pausó. Lo observó más a fondo. —Si algún día decides intentarlo, pasa por aquí. Podrías sorprenderte de lo que eres capaz. Asintió lentamente, sin comprometerse. —Lo pensaré. —Hazlo —dijo el hombre, girándose hacia el interior del dojo. Su figura se desvaneció entre sombras—. Kamurocho siempre tiene espacio para quienes saben adaptarse. Ryohei se quedó unos segundos inmóvil, digiriendo sus palabras. Había algo en ese hombre que no cuadraba, algo más allá de las artes marciales. Pero no era el momento de analizarlo. Ajustó el bolso al hombro y siguió su camino. Cuando divisó la fachada del restaurante, soltó el aire que llevaba reteniendo. El dojo, los yakuzas, aquel hombre... todo parecía parte de una red invisible que lo rodeaba. Y el juego apenas comenzaba.