ID de la obra: 964

Yakuza Zero - El Latido del Tigre

Gen
NC-17
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 368 páginas, 123.958 palabras, 16 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

La Confianza Del Healer

Ajustes de texto

Capítulo 8

“La Confianza del Healer”

El Matsuya estaba relativamente tranquilo para la hora, con apenas un par de clientes repartidos entre las mesas. El suave murmullo de una conversación lejana se mezclaba con el ruido metálico de los utensilios. Ryohei se dejó caer en una mesa del fondo, eligiendo el lugar más apartado, con la espalda contra la pared. Solo entonces permitió que sus hombros se relajaran, soltando un suspiro profundo que parecía contener toda la tensión acumulada del trayecto. Había esquivado policías, evitado a los hombres de la familia Dojima y cargaba con el peso de lo que estaba en juego. Todo seguía rondando su mente como un eco persistente. Con movimientos automáticos, sacó su beeper y revisó la pantalla, buscando ansiosamente una respuesta. Nada. El vacío que devolvía el aparato solo aumentaba la opresión en su pecho. El "Código de Siempre" seguía sin contestarse, y la preocupación por Kenji era como una espina clavada que no podía ignorar. Su mente se llenó de escenarios posibles —ninguno alentador— mientras tamborileaba los dedos contra la mesa en un intento inútil por calmarse. Miró alrededor, tratando de distraerse con los detalles: los carteles del menú en la pared, el leve tintineo de las puertas de la cocina. Pero nada lograba arrancarlo de sus pensamientos. Volvió a fijarse en el beeper, como si mirarlo otra vez pudiera, de algún modo, forzar una respuesta. Kiryu debía llegar pronto. Aunque sabía que no podía hacer nada por Kenji en ese momento, la espera solo agudizaba el peso de la incertidumbre. Con un último suspiro, apoyó los codos sobre la mesa y se frotó las sienes. La calma del Matsuya era apenas un respiro; la tormenta seguía lejos de disiparse. El sonido de la puerta abriéndose llamó su atención. Alzó la vista justo a tiempo para ver a Kiryu entrar, recortado contra las luces de neón de Kamurocho que se filtraban desde la calle. Caminaba con su paso firme de siempre, escaneando el local hasta que sus ojos dieron con él. Sin decir nada, se acercó y se dejó caer frente a él, soltando un leve suspiro al apoyar los antebrazos en la mesa. —Lo logré —murmuró con gravedad—. Pero hay hombres de Dojima por todos lados. Están buscándonos… a los dos. Ryohei inclinó la cabeza, compartiendo el mismo cansancio, aunque en su mirada aún brillaba una chispa de determinación. —Lo sé. Me crucé con un par en el camino —respondió en tono bajo—. Logré evitarlos, pero están más activos de lo que imaginaba. Tienen la orden de rastrearnos. Kiryu entrecerró los ojos mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa. —Eso significa que no solo vigilan el Lote. Probablemente estén siguiendo cada movimiento en Kamurocho. —No solo te quieren a ti. Me mencionaron directamente. También van tras mi hermano… y usarme como carnada no sería algo que les quitara el sueño. El ex yakuza lo observó en silencio, antes de soltar una revelación inesperada: —Hablando de Tachibana… era él quien estaba esperando en el Lote. Ryohei se irguió de golpe, con los ojos abiertos como platos. —¿Mi hermano estaba ahí? Sabiendo que lo buscan… y aún así se expone. A veces es un idiota que no mide las consecuencias. Masculló: —Todo por ese maldito pedazo de tierra. Le dicen "solar vacío" en los papeles, como si quisieran disfrazarlo de algo elegante. Pero eso no es un solar… es el Lote Vacío. El corazón sin dueño de esta ciudad podrida. Kiryu esbozó una leve sonrisa. —Ya veo que ambos se parecen… en algo. —¿Qué insinúas? —replicó con ironía, aunque enseguida retomó el foco—. ¿Qué te dijo? ¿Encontró algo? —Preguntó por ti primero —dijo, bajando la voz—. Le comenté que me estás ayudando como médico, aunque aún no entras a la universidad. —¿Alguna pista de dónde se esconde? Kiryu dudó un segundo. —No lo dijo. Pero cree que podrías deducir su paradero. Frunció el ceño y luego sonrió apenas. —Claro… porque entre los dos, el que juega al ajedrez siempre fui yo —murmuró—. Aunque tengo una corazonada de dónde podría estar. Si acierto, no va a gustarme. —También cree que Kuze no fue quien me tendió la trampa del asesinato. —Eso lo cree él. Mi teoría es que Kuze te está inculpando… No descartaría que haya matado tanto a ese tipo como al de Toko Credit. —¿Tienes esa sospecha? —Sin pruebas concluyentes es difícil decir si fue él o alguno de los otros dos lugartenientes. Supongo que la policía vació el Lote con todas las pistas… por eso Tetsu te esperó directamente en el lugar. Kiryu asintió, pensativo. —¿Dijo algo más? —Sí. Que por ahora estamos dentro de un margen tolerable. Según él, tenemos algo de ventaja… mínima, pero real. Ryohei soltó un suspiro. —Típico. Siempre encuentra un margen, incluso en el caos. ¿Algo más? —Encontró a los dueños del Lote Vacío. Se tensó de inmediato. —¿En serio? ¿Qué dijo? —Solo que son dos personas. No dio nombres. Pero eso lo motivó a estar ahí, pese al riesgo. Ryohei se recargó en el respaldo y cruzó los brazos. —Dos dueños… Eso complica todo. Si uno coopera con los Dojima, esto podría ser una trampa aún más elaborada de lo que imaginábamos. El aire se volvió más denso. Ambos permanecieron en silencio. —Debemos tener más cuidado que nunca. Esto ya no es solo un juego de supervivencia, Kiryu-san. Si uno de los dueños está con los Dojima, tenemos que adelantarnos a sus movimientos. Kiryu se mantuvo callado, mientras su compañero tamborileaba con los dedos, absorto en sus pensamientos. —Si uno coopera, eso les da ventaja estratégica. Pueden controlar el terreno sin usar la fuerza. Pero hay algo que no cuadra. —¿Qué cosa? —Tetsu me lo dijo una vez, de pasada… algo sobre las leyes de propiedad. Si un terreno tiene varios dueños, todos deben estar de acuerdo para vender. Si uno se opone, la venta no procede. Kiryu asintió lentamente. —Entonces, ¿por qué ir tras ustedes? —Porque necesitan más que un acuerdo legal. Quieren presión, control… y miedo —dijo, bajando la voz—. Si no pueden convencerlos, van a quebrarlos. O eliminarlos. El gesto del ex yakuza se endureció. —Eso explicaría por qué Tachibana se arriesgaría tanto. Está intentando adelantarse a cualquier movimiento de los Dojima. Ryohei asintió, su expresión cargada de determinación, aunque su tono mantuvo un leve dejo de frustración. —Y yo, idiota que soy, no le presté atención cuando mencionó esas leyes. Pensé que solo era otra de sus charlas que no entendería… hasta ahora. Apretó los puños levemente y luego relajó los hombros, dejando escapar un suspiro. —Pero es bueno saberlo. Podemos descartar que solo con uno de los dueños los Dojima puedan tomar el control. Eso nos da un margen, aunque sea pequeño. Kiryu dejó escapar un leve suspiro, inclinándose hacia adelante. —Entonces, si no pueden obtener el control legal, ¿crees que estén buscando algo más en el Lote? —Es posible. Algo que les permita mantener la ventaja o hacer que los dueños pierdan su posición… como documentos falsificados, pruebas incriminatorias, cualquier cosa —se encogió de hombros—. Es una teoría, pero con esa familia, cualquier cosa es posible. Kiryu asintió nuevamente, su mirada fija en Ryohei. No solo veía una mente analítica, sino también a un compañero que estaba creciendo en medio de la tormenta. —Aun así… —hizo una pausa, recordando su conversación con Tetsu—. Tu hermano cree que al tener contacto con esa persona, los Dojima estarán suplicando de rodillas que les cedan el terreno. —Eso es otro asunto a considerar, pero… —Ryohei se detuvo. Su mirada adoptó un matiz más agudo, como si las piezas de un rompecabezas empezaran a encajar en su mente—. Si mi hermano dijo eso, es porque conoce la identidad de ambos dueños, ¿no? El silencio que recibió no fue casual. Aunque el rostro de su compañero permanecía inmutable, la tensión en su mandíbula traicionaba el esfuerzo por contener algo. El joven aspirante entrecerró los ojos, intentando leer lo que no se había dicho. —Qué curioso… sueles ser directo. Pero ahora parece que estás guardándote algo. —comentó sin reproche, con una serenidad inquisitiva. El otro desvió la vista, exhalando con lentitud. —A veces, callar es la mejor manera de proteger lo que importa. La pausa que siguió fue densa, aunque no incómoda. Ryohei no insistió, pero ya comenzaba a unir cabos en silencio. —Lo entiendo. No voy a presionar. Apenas estamos empezando a llevarnos bien, y no quiero echar a perder eso por una sospecha. —añadió con una sonrisa leve que suavizó el momento—. ¿Dijo algo más? Kiryu asintió con un leve gesto, cruzando los brazos mientras dirigía la mirada hacia la ventana. —Se comunicará pronto. Hasta entonces… supongo que deberías quedarte en mi apartamento. La propuesta lo tomó por sorpresa. Ryohei arqueó una ceja, esbozando una sonrisa ladeada. —¿Seguro que eso no será un problema? —¿Por qué lo sería? Una risa baja se escapó de sus labios mientras se frotaba la nuca. —Solo digo que… quizás no soy lo que esperas. El ex yakuza giró la cabeza apenas, manteniéndose imperturbable. —¿En qué sentido? —En que… soy gay. Prefiero decirlo desde ya. No por drama ni por advertencia, simplemente para evitar malentendidos. El silencio volvió, aunque con una carga distinta. Kiryu lo contempló un momento, asimilando sus palabras con serenidad. Al cabo de unos segundos, respondió con firmeza, aunque su tono fue reflexivo. —He visto muchas cosas… tipos que me han coqueteado, travestis que me han parado en la calle sin filtro. Pero tú… no pareces uno de ellos. El aludido alzó una ceja, más intrigado que molesto, esbozando una sonrisa paciente. —¿Y cómo se supone que debería parecer? El otro desvió la mirada por un instante, como si midiera sus palabras. —No lo dije en mal tono. Solo que... pensé que todos los que son así eran más femeninos. O se vestían diferente. —Algunos sí, y está perfecto. Pero no todos entramos en ese molde. —contestó con tranquilidad—. Hay quienes disfrutan su masculinidad y, aun así, aman a otros hombres. El deseo no siempre responde a los estereotipos. Kiryu asintió brevemente, sin necesidad de más explicaciones. Comprendía, incluso si no conocía del todo. —Gracias por decírmelo. Y por no molestarte con mi ignorancia. —No hay molestia. Siempre has sido directo, y eso se agradece. Si quiero tu confianza, tengo que ser claro también. —Pues lo lograste. —dijo con una media sonrisa. Ryohei soltó una risa breve. —Y para que conste: no eres mi tipo. Aunque… aquella vez que te vi en bata no estuvo nada mal. Con eso me conformo. Kiryu resopló suavemente, sacudiendo la cabeza. —Solo asegúrate de no intentar nada raro mientras duermo. —Lo prometo. Mis manos están ocupadas con vendas, pomadas… y con mis ronquidos. Que, para que lo sepas, no existen. Ambos rieron con discreción. La tensión se disipó por completo, y la confianza dio un paso firme hacia adelante. Dos hombres distintos, compartiendo verdades bajo un entendimiento nuevo y sin prejuicios. Después de comer en el Matsuya, salieron al aire fresco de Kamurocho. Aunque la ciudad seguía latiendo con su habitual energía, la pausa brindada por la comida había suavizado, al menos por un momento, el pulso agitado de la noche. Mientras Ryohei acomodaba el bolso al hombro, el más alto escaneó la calle con una mirada instintiva, atento a cualquier señal fuera de lugar antes de acercarse a la zona de taxis. —Al menos tenemos el estómago lleno antes de enfrentar lo que venga —comentó con tono relajado, aunque firme. —Porque enfrentarse a yakuzas, policías y quién sabe qué más con hambre sería una tortura —replicó su acompañante, manteniendo un aire ligero, pero sin bajar la guardia. Un cambio sutil en el ambiente bastó para que Kiryu se detuviera. Frunció levemente el ceño al notar a un grupo de sujetos que se aproximaban desde la esquina, moviéndose con una confianza que no buscaba pasar desapercibida. No necesitaba verles los pines en las solapas: reconocía la actitud. —No te gires —advirtió en voz baja—. Tenemos compañía. El aspirante a médico lo entendió al instante. Bajó el paso, simulando ajustar sus cordones, mientras sus sentidos se aguzaban. —¿Dojima? —susurró sin levantar la vista. —Sí. Uno de ellos no deja de observarnos. Las pisadas se volvieron más marcadas al acortar la distancia. Uno de los hombres, con una sonrisa torcida y un cigarro colgando del labio, se detuvo apenas para escupir junto a sus pies. —Vaya, vaya… si no es Kiryu. ¿Dando vueltas con tu novio después de clase de ballet? Las risas estallaron, cortantes y vulgares. —Mírenlo. El niñito de Kazama ahora se pasea con un maricón elegante —añadió otro, señalando con el mentón al de chaqueta oscura—. ¿Qué pasa, Kiryu? ¿Te gustan más suaves ahora? El silencio cayó de golpe. El antiguo yakuza giró la cabeza con una lentitud glacial. La tensión en sus hombros era apenas perceptible, pero letal. Su voz fue baja, casi contenida. —Repite eso. El matón, confiado por la ventaja numérica, sonrió. —¿La parte del maricón? ¿O la de que te gusta empuñar otra clase de espada? No hubo más palabras. Se lanzó con precisión quirúrgica. El primer golpe quebró la mandíbula del tipo del cigarro, estrellándolo contra un poste metálico con un sonido seco que hizo enmudecer brevemente al resto. El segundo cayó tras un gancho al estómago y un codazo brutal a la tráquea. El tercero apenas alcanzó a sacar una navaja cuando una patada ascendente lo estampó contra la pared. El cuarto retrocedió con torpeza… y tropezó con uno de sus compañeros inconscientes. —¡Hijo de puta…! —balbuceó el último en pie, sacando un tubo retráctil de su chaqueta. Ryohei dio un paso atrás con calma, sin perder de vista el arma improvisada. —Deberíamos irnos —murmuró, la voz baja pero firme—. No vale la pena seguir. —No todavía —respondió su compañero sin apartar la mirada del agresor—. Nadie te llama maricón delante de mí y se va caminando. El tipo blandió el tubo con torpeza, intentando lucir más seguro de lo que estaba. —¡¿Y qué?! ¡¿Ahora eres el guardaespaldas de tu novio?! ¡Un disque hombre con pinta de princesa! ¡No me jodas! No respondió. Corrió. El tubo descendió… y falló. Un rodillazo en el abdomen lo dobló en dos. Luego, un puñetazo al rostro le giró la cabeza con tal fuerza que cayó de espaldas, soltando un gruñido ahogado mientras el metal rodaba por el suelo. Con los puños aún tensos, lo observó sin piedad. —¿Sigues hablando? —espetó con voz baja, como si buscara otra excusa para seguir. —Basta —intervino Ryohei, acercándose con paso medido—. Ya está, Kiryu-san. Dijeron lo que tenían que decir… y lo pagaron. El otro respiró hondo. Se incorporó lentamente, girándose hacia él. —Nadie debería tener que escuchar eso. —Y no lo haré si tú estás cerca —admitió el médico, cruzando los brazos—. Pero no quiero que termines en problemas por mi culpa. Un suspiro nasal fue su única respuesta antes de mirar a los cuerpos desparramados por el callejón. —Lo importante es que entiendan que no voy a permitirlo. Ni ahora, ni nunca. Uno de los caídos gimió algo ininteligible. Kiryu se acercó, lo alzó por la pechera apenas unos centímetros y lo miró directamente. —Si vuelven a acercarse a él… o llamarlo así, no voy a contenerme. Lo soltó. Se limpió los nudillos con la manga, sin perder la compostura, y regresó junto a Ryohei. —Vámonos. Ya se me quitó el hambre. —Técnicamente ya habíamos comido. Pero entiendo lo que quieres decir. —Solo camina —murmuró. Y lo hizo. Ambos salieron del callejón, dejando atrás los insultos pisoteados, los huesos rotos… y una promesa silenciosa. Una que se pronunció con puños, no con palabras. Kamurocho continuaba su danza nocturna, indiferente. Pero en ese cruce fugaz, algo había cambiado entre ellos. Caminar al lado de alguien como Kazuma Kiryu no era poca cosa. Y esa noche, para Ryohei Tachibana, significaba más de lo que podía admitir en voz alta. Mientras avanzaban en silencio tras el enfrentamiento, su pulso comenzaba a estabilizarse, pero la sensación seguía vibrando bajo la piel. Nadie lo había defendido así antes. No con excusas. No con lástima. Sino con acción directa y una violencia tan precisa como protectora. No sabía si era por orgullo, gratitud… o ese calor extraño que le recorrió el pecho cuando escuchó: “Nadie te llama maricón delante de mí”. No era una confesión. No era un discurso. Pero era más que suficiente. Y tal vez, sin saberlo, Kiryu le había recordado que aún existía un tipo de lealtad que no pedía permiso para manifestarse. No dijo nada. No era necesario. Solo siguió caminando, con una expresión serena y una certeza creciendo dentro de sí: La alianza que estaban forjando… ya no era solo una estrategia. Era un vínculo real. Frágil, sí. Pero auténtico. —Oye, Ryohei... —lo llamó Kiryu, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos—. ¿Cómo lograste distraer a esos policías? —Digamos que puse en práctica mi doble nacionalidad. —¿Doble nacionalidad? —Tengo ascendencia china. Me hice pasar por un turista de Hong Kong, acento forzado incluido. Les dije que estaba perdido buscando un mapa para volver a la estación. —Hmm… eso explica el tiempo que gané para entrar. Eres más persuasivo de lo que aparentas. —¿Qué te puedo decir? Es parte del encanto —bromeó, acomodando el bolso al hombro—. No lo uso seguido, pero uno tiene que cubrir a su equipo, ¿no? —Definitivamente. Solo no te acostumbres a engañar policías. —Solo por causas nobles, héroe —replicó con un guiño, antes de señalar un taxi cercano—. Vámonos antes de que aparezca otro idiota con ganas de hablar de espadas. Avanzaron hacia el vehículo, dejando atrás la escena, las luces y los ecos de Kamurocho. La tensión comenzaba a disiparse, pero algo en el ambiente seguía vibrando, como una resonancia silenciosa de lo que había ocurrido. —Kiryu-san… —dijo de pronto, deteniéndose un segundo antes de abrir la puerta del taxi—. Gracias. Por lo de antes. El otro se giró apenas, mirándolo de reojo. —No tenías por qué hacerlo —añadió Ryohei, bajando un poco la voz—. Ya he lidiado con ese tipo de cosas antes. Pero esta vez… no estuve solo. Y eso significó más de lo que imaginas. Kiryu no respondió de inmediato. Solo lo sostuvo con la mirada, seria, firme… y en silencio, como si entendiera exactamente lo que esas palabras cargaban. —Mientras camines a mi lado, nadie te va a faltar el respeto —dijo finalmente, sin dramatismo, pero con convicción. Y sin añadir más, subió al taxi. Ryohei lo siguió con una pequeña sonrisa, sin necesidad de más palabras. Esa noche, no solo se habían defendido mutuamente. Se habían elegido, aunque aún no lo dijeran en voz alta. Ya no eran solo aliados circunstanciales. La confianza, como las buenas cicatrices, comenzaba a formarse bajo la piel. El taxi los dejó frente al modesto edificio donde vivía Kiryu. La subida por las escaleras transcurrió en silencio; ambos digerían aún el peso del día. Al ingresar al departamento, Ryohei se detuvo unos segundos a observar el entorno. Era un espacio sencillo, casi austero. Una cama bien tendida, una mesa pequeña con dos sillas, y nada más. Para alguien acostumbrado a vincular el mundo yakuza con excesos y ostentación, esa modestia resultaba refrescante. —Nada de lujos, como ves —comentó el dueño del lugar al dejar sus cosas junto a la entrada. Se dirigió al armario sin mirar atrás—. Pero sirve para pasar la noche. —Me gusta —respondió el joven con sinceridad, barriendo el lugar con la mirada—. Es práctico. Justo como debería ser. Del armario, Kiryu sacó un futón y comenzó a extenderlo junto a su cama. Sus movimientos eran metódicos, casi automáticos. Lo que captó la atención de Ryohei, sin embargo, no fue la rutina… sino el momento en que el otro, sin previo aviso, se quitó la camisa. Bajo la tenue luz del cuarto, la silueta de un dragón a medio terminar emergió en su espalda: líneas firmes, poderosas, pero aún carentes del color que les diera vida. Luego se cambió los pantalones por unos cortos, sin darle importancia a su desnudez parcial, y al girarse, lanzó su habitual instrucción directa: —Será mejor que te quites la ropa. Dormir con lo puesto no es cómodo. Y estás en tu casa. Relájate. Ryohei parpadeó, más sorprendido por la naturalidad del comentario que por la escena en sí. Una risa suave se le escapó mientras alzaba ambas manos en gesto teatral. —Vaya, Kiryu-san… ni siquiera hemos compartido una copa y ya me estás pidiendo que me quite la ropa. Se cruzó de brazos, arqueando una ceja con tono burlón. —¿Siempre eres así de directo con tus invitados, o soy una excepción? Kiryu lo observó unos segundos, inexpresivo. —Solo digo lo lógico. Dormir con ropa no es cómodo. La respuesta fue seca, sin rastro de incomodidad, como si ignorara a propósito el tono irónico del otro. —Claro, claro. Todo muy lógico —asintió Ryohei con falsa solemnidad mientras comenzaba a desabotonarse la camisa—. Pero si hablamos de lógica, ¿debería preocuparme que estés tan cómodo pidiéndome esto? Se detuvo un momento, inclinando la cabeza con expresión socarrona. —No me vayas a salir ahora con que necesitas un masaje para relajar los músculos. Después del día que tuvimos, no me sorprendería. El suspiro que recibió como respuesta fue tan contenido como el leve rodar de ojos que lo acompañó. —Solo cámbiate y duerme —murmuró Kiryu, pero una curva leve en sus labios traicionó lo que no decía en voz alta: le divertían esas provocaciones. Ryohei terminó de quitarse la camisa, dejándola sobre una silla cercana mientras lanzaba una última broma: —Está bien, está bien. No te emociones, héroe. Soy tu compañero de equipo, no tu terapeuta. Se acomodó en el futón con una sonrisa divertida, estirando los brazos por encima de la cabeza con un suspiro relajado. Kiryu no respondió de inmediato. Se levantó y fue hacia el pequeño refrigerador en la esquina. Abrió la puerta, sacó un par de latas de cerveza y luego, tras una breve pausa, también tomó su cajetilla de cigarrillos y un encendedor del estante superior. —¿Fumas? —preguntó sin rodeos, mostrando el paquete sin mirarlo. —Nah. Nunca he fumado. —respondió Ryohei, girando la cabeza para verlo mejor—. Pero acepto la cerveza. Kiryu lanzó una de las latas en su dirección. El médico la atrapó con reflejos precisos y la sostuvo un momento antes de abrirla. —Gracias. —murmuró con tono más bajo, casi casual… pero que llevaba un trasfondo más sincero del que quería admitir en voz alta. —De nada. —replicó el otro, encendiendo un cigarro con movimientos pausados antes de recostarse en la cama. El sonido de las latas abriéndose rompió el breve silencio. El gas liberado pareció señalar el inicio de una tregua tácita. El ambiente ya no era tenso ni incómodo, sino íntimo a su manera: dos hombres marcados por sus propias guerras, compartiendo una noche en calma. Ambos bebieron en silencio, cada uno en su espacio, unidos por la burbuja compartida que parecía haberse formado sin esfuerzo. Y entonces, con la mirada fija en el techo, Kiryu habló. —Oye, Ryohei… —¿Pasa algo? ¿Debería revisarte por alguna herida que se me escapó? —preguntó con media sonrisa, girando levemente la cabeza hacia él. —No, no es eso. —Kiryu dudó un segundo, bajando la vista hacia la lata en su mano antes de continuar—. Aún le doy vueltas a lo que pasó afuera del Matsuya. —¿Cuando esos idiotas de los Dojima me llamaron…? —intervino él, dejando la frase abierta. —Sí. —asintió Kiryu, apoyando la cerveza sobre el suelo mientras apagaba su cigarro—. Cuando dijeron eso… algo se me revolvió por dentro. Ryohei se lo quedó mirando. No con recelo, sino con una mezcla de ironía y comprensión. Una sonrisa ladeada se formó en sus labios, más cansada que sarcástica. —Si vas a preguntarme algo, hazlo sin rodeos. —dijo con tono claro, pero cercano—. No me ofende que tengas dudas. Solo no te guardes nada por miedo a ofenderme. Prefiero una conversación honesta a quedarme imaginando qué piensas. Kiryu sostuvo su mirada en silencio por un momento. —No pienso mal de ti. En absoluto. —afirmó al fin, con una seriedad serena—. Pero me dio rabia. No solo por lo que dijeron, sino por cómo lo dijeron. Como si tuvieras que pedir perdón por ser quien eres. —Eso pasa más seguido de lo que crees. —respondió su compañero, encogiéndose de hombros—. Lo tengo asumido. No es que me resbale, pero ya no me sorprende. —A mí sí. —Kiryu bajó la voz, como si sus palabras fueran para él mismo más que para el otro—. No quiero que nadie te mire así estando conmigo. El silencio se instaló unos segundos, no incómodo, sino cargado de algo nuevo. Ryohei bajó la vista hacia su lata y la giró entre las manos, pensativo. —Gracias. —dijo al fin, sin adornos—. No estoy acostumbrado a que alguien me defienda así… menos con los puños. El ex yakuza no respondió, pero la expresión en su rostro fue respuesta suficiente. —Y no, nunca he tenido pareja. —añadió, como si anticipara la siguiente pregunta—. Algunas aventuras, claro. Pero algo serio… no. Se recostó de lado, acomodando un brazo bajo su cabeza. —La verdad, no es fácil aquí. En Japón todavía se espera que sigas cierto molde: casarte, tener hijos, guardar las apariencias. Si te sales de ese guion, aunque no te lo digan, te vuelves un problema. Un “tema delicado”. —¿Y por eso lo escondes? —preguntó Kiryu, sin juicio. —Por eso lo cuido. —corrigió, con tono firme pero sin dureza—. No es miedo, es sentido común. Pero contigo… siento que no tengo que esconder nada. Y eso, créeme, no es común. Kiryu lo observó un momento, luego asintió. —Lo entiendo. No sé cómo es vivir con eso… pero te respeto. Mucho. Ryohei sonrió, esta vez de forma más genuina. —A veces, con solo eso basta. Ambos callaron. Afuera, Kamurocho seguía rugiendo bajo la ventana, pero dentro del apartamento, el ruido quedaba lejano. —Eso significa mucho —intervino Kiryu con firmeza, su voz cálida y tranquilizadora—. Y por eso quiero proteger ese secreto. Pero… ¿alguien más lo sabe? Ryohei permaneció pensativo unos segundos. Bebió un sorbo largo de cerveza, bajó la lata con calma y respondió: —Mis amigos cercanos lo descubrieron en la escuela. No fue algo que planeara. Supongo que algunos lo notan sin que uno diga nada. Hizo una pausa y continuó, con un tono más bajo: —Le conté a Tetsu… cuando perdió su mano por protegerme. Fue una noche horrible, pero no podía seguir ocultándole algo tan importante después de eso. Y Oda-san… bueno, él lo dedujo solo. Y mamá Reina… nunca lo dijo en voz alta, pero lo sabía. Lo notaba en su forma de cuidarme, de no juzgarme. —Comprendo… y ahora yo —murmuró Kiryu sin solemnidad, aunque con respeto. El aspirante a médico dejó la lata vacía a un lado del futón y soltó una risa suave, cargada de ironía. —Mucho hablar de mí y mi gran "desviación" —dijo, usando el término con tono burlón, lo que provocó un leve ceño fruncido en su anfitrión—. Tu cara lo dice todo, héroe. Tranquilo, estoy acostumbrado a decirla antes de que otros la usen con veneno. Quita poder. Kiryu negó con la cabeza, exhalando por la nariz. —Ahora es tu turno —añadió Ryohei con una sonrisa más ligera—. Ya que estamos sincerándonos… ¿hay alguna chica que te guste? El silencio se alargó. Kiryu observó el techo unos segundos, hasta que su mirada se suavizó, casi nostálgica. Se giró un poco hacia él. —Sí —admitió—. Se llama Yumi. Crecimos juntos en el orfanato Girasol. Ahora está terminando la escuela. Se graduará pronto. Siempre ha sido alguien especial para mí. —La chica que mencionaron en el bar —dijo el otro, asintiendo como si confirmara una sospecha—. Lo noté en tu expresión cuando Nishiki habló de que podría trabajar en Serena. No era celos, era preocupación. De la sincera. —Quiero protegerla —afirmó Kiryu, directo—. Ha tenido una vida difícil, como nosotros. Si no estoy cerca, quiero que esté con gente en la que confíe. —Si decides que trabaje contigo, te prometo que la cuidaré como si fuera mi propia hermana —aseguró Ryohei, sin pizca de broma en el tono—. Y si alguna vez se mete en problemas, puede contar conmigo. Incluso si tú no estás. —Gracias. No muchos dirían eso tan convencidos. Su compañero se acomodó mejor, entrecerrando los ojos con una sonrisa traviesa. —Y no te preocupes, cuando todo esto pase, tenemos pendiente una cita en un cabaret con Nishiki. Quiero ver qué cara pone cuando le diga que soy gay. Kiryu arqueó una ceja. —¿Aún no lo sabe? —No. Y no porque no confíe en él. Solo… nunca encontré el momento adecuado —se encogió de hombros—. Supongo que una parte de mí tiene miedo. Nishiki es como un hermano para ti, ¿cierto? —Sí. Como Tachibana. Pero incluso así… uno nunca sabe cómo va a reaccionar alguien cuando el tema se vuelve personal.Especialmente con esto. Su voz bajó un poco. —En este país aún hay muchas máscaras. Puedes pasar años fingiendo ser alguien más, solo para encajar. Y cuando te quitas la máscara… algunos se alejan. Kiryu asintió, el ceño levemente fruncido. —No debería ser así. —No. Pero lo es —susurró Ryohei—. A veces me pregunto si podría ser diferente. Si en otra vida… en otro lugar… habría sido más fácil. Kiryu lo miró en silencio. Luego dijo con calma: —Quizás no podamos cambiar todo, pero sí podemos elegir cómo vivimos. Y con quién compartimos lo que somos. Y si algún día encuentras a alguien… un hombre, una pareja, lo que sea… me lo presentas. Quiero saber que está a tu altura. Lo miró, sin ironía ni juicio. Ryohei quedó un momento callado, sorprendido, pero con una ternura nueva en la mirada. —Dalo por hecho. Aunque por ahora, no tengo prisa. La quietud se instaló de nuevo. Esta vez no era incómoda, sino íntima. La ciudad seguía vibrando tras los muros, pero en esa habitación, el mundo parecía suspendido. Kiryu apagó la luz principal. La penumbra los envolvió. —Buenas noches, Kiryu-san —susurró Ryohei. —Buenas noches, Ryohei. La tenue luz del sol comenzaba a filtrarse por las rendijas del barrio, tiñendo las calles de tonos suaves. Dentro del apartamento, el menor Tachibana se preparaba en silencio. Vestía ropa deportiva, la misma que había dejado lista la noche anterior. Frente al espejo, se ató los cordones con calma, aunque su reflejo no ocultaba las dudas que le daban vueltas por dentro. Sobre la mesa, su viejo beeper vibraba débilmente. Lo tomó sin pensarlo y revisó los mensajes, buscando el habitual “Código de Siempre” que usaba con Kenji en situaciones críticas. Pero no estaba. En su lugar, una secuencia distinta apareció: 88108. Inconfundible. Uno de los códigos antiguos de Tetsu Tachibana. De los tiempos en que usaban claves para mantenerse con vida. “Reunión urgente en Little Asia. Ven solo.” Ryohei frunció el ceño. Si Tetsu recurría a eso, no era un capricho. Era algo serio. Guardó el dispositivo, tomó su chaqueta y salió. En el pasillo, ya vestido con su traje blanco, Kiryu lo esperaba. Su semblante era el de siempre: firme, alerta. —¿Listo para tu entrenamiento? —preguntó, cruzando los brazos con su tono habitual. —Sí… aunque surgió algo más —dijo, mostrando el beeper—. Tetsu me citó. Usó un código que no usaba desde hace años. Tengo que ir solo. El rostro de Kiryu se tensó apenas. —¿Estás seguro? —Te lo agradezco, en serio. Pero es mejor que vayamos por separado. Si nos ven juntos, podría levantar sospechas. Tú encárgate de los Dojima. Yo veré qué tiene que decir mi hermano. El otro asintió, entendiendo al instante. —Si todo se complica, nos reunimos en la Calle Tenkaichi. Frente al Serena. Es fácil perderse ahí. —Entendido —afirmó Ryohei, levantando una mano en señal de promesa—. Solo necesito respuestas. Caminaron juntos unas cuadras, el silencio cómplice acompañando sus pasos. Al llegar a una intersección, se detuvieron. Kiryu lo miró con respeto. Ryohei, en cambio, soltó una broma. —Cuídate, héroe —dijo con una sonrisa ladeada. —Tú también, healer. Se estrecharon la mano. Fue más que un gesto. Fue un pacto silencioso. Ryohei se alejó entre las calles que ya comenzaban a despertar. El bolso al hombro, la mirada decidida. Su destino: el dojo. Desde la sombra de un edificio, alguien lo observaba. La silueta de Murakado se delineaba con la luz del amanecer apenas tocando su rostro. Una sonrisa leve, apenas perceptible, se dibujó en sus labios. Todo estaba saliendo exactamente como lo había planeado.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)