Capítulo 14
“Mil Millones y Un Favor.”
El motor del sedán ronroneaba con un ritmo constante, como un metrónomo marcando la cadencia del viaje. Cada vibración del chasis se transmitía por el suelo, subiendo por las suelas hasta las piernas de sus ocupantes. Por la ventanilla, la ciudad quedaba atrás. Las luces de neón se convertían en destellos aislados, como brasas que se enfrían en la distancia. Los rótulos brillantes de Kamurocho se disolvían en un mar de tonos grises, y las calles bulliciosas daban paso a avenidas más anchas, menos transitadas, donde el eco del motor parecía ocupar todo el espacio. Los edificios altos se desvanecían en el retrovisor, reemplazados por fachadas modestas y escaparates apagados. El asfalto, aún húmedo por el rocío matutino, reflejaba el cielo pálido de un amanecer que avanzaba sin pedir permiso. En el interior, la atmósfera era extraña: tranquila… pero cargada. Como si cada uno midiera sus pensamientos antes de pronunciarlos. El leve chasquido del encendedor de Oda y el aroma tenue del tabaco recién encendido rompieron la monotonía. —Parece que nadie nos sigue —comentó el conductor, su voz plana, casi como si hablara consigo mismo. Ryohei, con el codo apoyado en el marco de la ventanilla, dejó que la brisa fría le despeinara el flequillo mientras lanzaba una mirada rápida al espejo retrovisor. —Parece que no… —murmuró, sin ver ningún vehículo sospechoso. Kiryu abrió los ojos, que había mantenido cerrados durante buena parte del trayecto. Se incorporó un poco en el asiento y, con un tono que mezclaba alivio y cautela, comentó: —Se agradece un poco de calma después de pasar la noche bajo una lona. —Su mirada se dirigió al mayor—. ¿Encontraron otro escondite? La pregunta quedó suspendida unos segundos, absorbida por el zumbido del motor y el golpeteo suave de los neumáticos sobre el asfalto. Oda no respondió de inmediato; sus dedos tamborileaban sobre el volante, un tic imperceptible para quien no lo conociera. —No —dijo al fin, sin apartar la vista de la carretera—. Mientras los Dojima sigan vigilando Kamurocho, no hay ningún lugar seguro para ustedes. El de traje azul frunció el ceño apenas, girándose en su asiento con gesto inquisitivo. —¿Entonces? —preguntó, su voz cargada de expectativa—. ¿A dónde vamos? El conductor exhaló con calma, sin que su expresión se alterara. —Sabes que tu hermano es proactivo, chico. Está moviendo sus piezas para que puedan moverse con más libertad. —¿Qué? ¿Qué está planeando? La sorpresa en su tono era genuina. No dudaba de Tetsu, pero la forma en que Oda lo decía sonaba demasiado calculada, como si los engranajes llevasen tiempo girando sin que él lo notara. El mayor no respondió enseguida. Una curva apenas perceptible en su sonrisa bastaba para dejar claro que sabía más de lo que estaba dispuesto a contar. —No te preocupes… —dijo con esa seguridad que podía ser tanto tranquilizadora como inquietante—. Lo sabrán cuando lleguemos. La conversación quedó en suspenso. En el horizonte comenzó a alzarse una silueta monumental. Primero fueron líneas oscuras recortándose contra el cielo, luego destellos en los ventanales tintados, y finalmente, la figura entera de un edificio imponente proyectándose sobre la ciudad que lo rodeaba. Ryohei entornó los ojos, mientras Kiryu se incorporaba ligeramente en su asiento. Oda no apartó la vista del camino; su sonrisa seguía ahí, intacta, como si la estructura misma fuera parte de un plan que solo él conocía. El reloj de pulsera del aspirante a médico marcaba las 14:16 cuando el auto se detuvo frente a la mole arquitectónica. Desde el interior del vehículo, su magnitud imponía. Fachadas de hormigón gris, ventanales opacos, y un trazado sobrio que irradiaba autoridad. La entrada, flanqueada por dos puertas colosales, estaba custodiada por hombres de traje negro cuya mera postura bastaba para disuadir a cualquiera. Ryohei descendió primero. Ajustó la manga del traje y levantó la mirada, recorriendo con atención cada línea de la edificación: las columnas robustas, las pasarelas elevadas que conectaban distintos cuerpos del complejo, y la forma en que la estructura parecía cerrarse sobre sí misma, como una fortaleza. Kiryu se unió a él, en silencio. Su mirada se clavó en la gran pared de piedra que dominaba la entrada. Allí, grabado en oro y reluciendo bajo el sol, se desplegaba el emblema del Clan Tojo el cual destilaba poder y respeto. La comprensión cayó sobre él como un peso físico. —Esto es… —susurró, casi para sí mismo. A su lado, su compañero inhaló hondo, sintiendo el mismo vértigo que trae la certeza. —El Cuartel General del Clan Tojo. Las palabras quedaron suspendidas, pesadas, imposibles de ignorar. Oda, fiel a su calma habitual, cerró la puerta del coche con un golpe seco y avanzó unos pasos antes de girarse hacia ellos. Una ligera curva en los labios fue su única muestra de expresión. —Tachibana está adentro, negociando con el presidente del Clan. El término se clavó en la mente de Ryohei, reverberando con una inquietud que no pudo disimular. —¿Negociando por nuestras vidas? —preguntó, su voz más fría de lo normal—. ¿Las de Kiryu y la mía? El mayor no dudó. Asintió con la misma tranquilidad con la que había anunciado su destino. Avanzaron. La vista de Oda permanecía fija al frente, pero su tono se volvió más grave, más firme. —Él está apostando alto. Si quiere frenar a los Dojima, necesita sentarse con alguien que los supere. Kiryu se detuvo, y Ryohei lo imitó. Escuchar en voz alta aquello que ya sospechaban volvió todo más real. Cada paso en ese lugar era un riesgo… y lo sabían. —Espera… —la voz grave del ex yakuza se endureció—. ¿Te das cuenta de que ellos quierem acabar con Tachibana Real Estate? Ryohei afiló la mirada. —Tú, mi hermano, Kiryu y yo… —prosiguió con tono escéptico—. Si seguimos, estaremos en sus manos. ¿Lo sabes, verdad? Oda no frenó. Sus pasos firmes resonaban contra el suelo de piedra, llevándolos sin pausa hacia la entrada principal. Solo cuando estuvo a pocos metros de cruzar, se giró para enfrentarlos. La expresión imperturbable, la mirada de acero de quien ya conoce el final del juego. —¿Creen que Tachibana no sabe ese riesgo? —preguntó, sin esperar respuesta—. Siempre dice que hay espacio para negociar. Ambos jóvenes cruzaron una mirada silenciosa. No necesitaban palabras para confirmar que sentían lo mismo: desconfianza, expectación y un peligro inevitable. El mayor, en cambio, solo asintió y siguió avanzando, como si el destino que los esperaba adentro fuera un simple trámite. Las puertas gigantes se abrieron. El interior superaba cualquier expectativa. Pasillos interminables, suelos de madera pulida que reflejaban la luz tenue de lámparas tradicionales. El brillo vacilante proyectaba sombras alargadas, dando la inquietante impresión de que el lugar los observaba. Cada rincón respiraba poder e historia, como si las paredes hubieran sido testigos de conspiraciones, traiciones y pactos que moldearon el submundo de Kamurocho. Aunque la madera amortiguaba sus pasos, la presencia opresiva de quienes los rodeaban hacía que cada movimiento pesara como una sentencia. Las miradas sobre ellos no eran curiosas: medían, evaluaban, calculaban. Cada hombre con el emblema del Clan Tojo en la solapa parecía sopesar su valor en la balanza de una negociación invisible. Oda rompió el silencio con un tono demasiado relajado para el contexto. —Cualquier acuerdo comercial conlleva riesgos. La naturalidad de sus palabras resultaba más inquietante al resonar en ese espacio. —Ahora, Kiryu trabajan para los Tachibana, tanto para el jefe como para ti Ryohei. El menor chasqueó la lengua con irritación. —Oye… él no— Oda no lo dejó terminar. Se detuvo en seco y los miró por encima del hombro. —Ryohei… Kiryu… ¿Confían en el jefe? Los dos se observaron de reojo. No hacía falta pensarlo. Asintieron. Una media sonrisa cruzó el rostro de Oda. —Entonces cállense… y vean cómo trabaja. El aire parecía más denso. Los pasos se volvieron pesados, como si la propia gravedad les recordara que entraban en la boca del lobo. Una negociación con el presidente del Clan Tojo podía significar una salida… o una condena. El retumbar de las puertas cerrándose detrás de ellos no fue solo un sonido: fue un veredicto. Cada eco en los pasillos recordaba que habían cruzado un umbral del que quizá no saldrían. Sin otra opción, siguieron a Oda por los corredores interminables, guiados hacia el lugar donde su destino sería decidido. La incertidumbre los envolvía. Y en ese mundo de sombras y pactos, el próximo movimiento decidiría si saldrían caminando de allí… o si nunca volverían a ver la luz del sol. El pasillo se estrechaba conforme avanzaban, la luz cálida de las lámparas de pared proyectando sombras alargadas que parecían seguirlos. Frente a ellos se alzaba una puerta monumental, de madera oscura y vetas profundas, reforzada con herrajes de latón pulido. Dos guardias, trajeados y con el emblema del Clan Tojo en la solapa, custodiaban la entrada con una quietud casi intimidante. Oda se detuvo a un par de pasos. —Como les dije… Tachibana está adentro. —Su voz sonaba igual de serena que siempre, aunque en sus ojos había un destello de urgencia. Kiryu lo miró de reojo. —¿Vas a entrar con nosotros? El mayor negó levemente, antes de dar media vuelta. —Entrarán primero. Yo tengo un asunto pendiente por orden del jefe. —Ya comenzaba a alejarse cuando añadió, sin volverse—. No se preocupen, está todo bajo control. —Oye, espera… —alcanzó a decir Ryohei, pero Oda ya se perdía en el pasillo. Los dos quedaron frente a la puerta, el silencio cayendo pesado entre ellos. Kiryu ladeó la cabeza. —Ya estamos aquí… ¿listo? Su compañero soltó una breve carcajada sin humor. —No tengo ni la más puta idea de qué planean… Vamos, que pase lo que tenga que pasar. Los guardias intercambiaron una mirada breve y, sin una palabra, cada uno empujó una de las hojas. El crujido profundo de las bisagras resonó en el aire, como si la madera misma reconociera la importancia de lo que estaba por suceder. Dentro, una sala amplia se abría ante ellos. Una mesa larga, de madera lacada, se extendía en el centro, flanqueada por sillas perfectamente alineadas. En la más cercana a la entrada, Tetsu Tachibana los esperaba, impecable como siempre. Al otro extremo, presidiendo el espacio, estaba Takashi Nihara, el segundo presidente interino del Clan Tojo. —Ryohei… Kiryu-san. —La voz de Tachibana, firme pero cordial, los invitó a acercarse. Ambos avanzaron, el menor situándose a su izquierda y Kiryu a la derecha, como si aquella disposición hubiera sido ensayada. —Kiryu-san, ya debe saberlo —prosiguió el jefe de la inmobiliaria—, él es Nihara-san, máxima autoridad actual de la organización yakuza japonesa. Los ojos de Nihara, oscuros y penetrantes, se posaron en Kiryu primero. —Así que tú eres Kiryu… —dijo, estudiándolo con calma—. Tienes la misma mirada de Kazama. Luego giró la atención hacia el joven de traje azul. —Y tú debes ser el hermano menor de Tachibana… se nota el parecido. El comentario dejó un breve silencio flotando sobre la mesa. Finalmente, Nihara extendió una mano hacia los asientos vacíos. —Tomen asiento donde gusten. Ambos jóvenes se miraron de reojo. La respuesta estaba clara antes de pronunciarla. —No, señor… —dijo Kiryu con voz firme—. Estaré de pie. —¿Y tú, jovencito? —preguntó Nihara, sin apartar la vista de Ryohei. —Se lo agradezco, señor, pero también prefiero quedarme de pie. Una leve sonrisa cruzó el rostro del presidente interino. —Como quieran. ¿Empezamos? El aire en la sala se volvió más denso cuando Tetsu tomó la palabra, su voz medida rompiendo el silencio con la calma de quien había ensayado cada sílaba. —Como le comenté en un inicio, señor… —dijo, sin apartar la mirada de Nihara—, mi objetivo es que mi compañía y el Clan Tojo coexistan en paz dentro de Kamurocho. El presidente interino dejó escapar un leve asentimiento, como si concediera el gesto por simple cortesía. —Siempre damos la bienvenida a todo aquel que quiera hacer negocios en esta ciudad. —Su voz, grave y pausada, llenó la sala. Hizo una breve pausa antes de añadir. —Es uno de los motivos por los que Kamurocho ha crecido tanto, tan rápido. Sin embargo… —entrecerró los ojos—, quienes no temen el emblema del Tojo son una excepción. Y los movimientos que ha hecho su empresa, Tachibana, parecen ignorar esa regla. El empresario no pestañeó. —Comprendo perfectamente lo que representa el Clan Tojo… y lo que puede significar enfrentarse a él. Uno de mis motivos hoy es presentar nuestros respetos de forma material. Ryohei, a su izquierda, sintió un cosquilleo incómodo en la nuca. ¿Presentar respetos de forma material? ¿A qué demonios se refiere…? ¿Qué está planeando? Nihara ladeó la cabeza. —¿Así que han venido con regalos? —Así es, señor —respondió Tetsu con la misma serenidad—. Y, si es posible, espero que pueda considerar mi humilde petición… presidente interino. Nihara se recostó en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra. —Adelante. Te escucho. El silencio se volvió un muro invisible. La tensión flotaba entre los presentes como una cuerda a punto de romperse. —Por favor… —dijo Tachibana, su tono firme, casi solemne—, emita una orden como presidente del Clan para que la Familia Dojima deje de perseguir a Kazuma Kiryu y a Ryohei Tachibana. El peso de las palabras cayó sobre la sala como una piedra en un estanque. Ambos jóvenes se miraron, asombrados, sin necesidad de decir nada. Tachibana continuó sin apartar la mirada de Nihara. —Puede que haya recibido noticias de que la Familia Dojima pretende asesinarlos a ambos. El presidente interino arqueó una ceja, evaluando cada palabra. —Sohei Dojima no es un tonto. Si ha puesto a su gente tras esos muchachos… debe de tener sus motivos. —No es así —replicó Tetsu, sin titubeos—. Ellos solo buscan llegar hasta mí. Ryohei es mi hermano… y es pieza fundamental para obtener el Lote Vacío. Y Kiryu-san… aceptó trabajar conmigo de forma voluntaria. Nihara apoyó los codos en la mesa, sus dedos entrelazados bajo el mentón. —El famoso Lote Vacío, como le dicen en las calles… —repitió Nihara, su tono medido, casi degustando las palabras—. Ya lo entiendo. Dojima no puede permitir que un forastero se quede con ese terreno. El silencio volvió a asentarse, pesado como el aire antes de una tormenta. —Las ganancias que ese proyecto darían al Clan Tojo son abismales —añadió tras una breve pausa—. No veo razones para ayudarte con esa petición. Ryohei sintió el impulso de abrir la boca… de lanzar una réplica mordaz. Pero se contuvo. En un lugar como ese, una palabra equivocada podía costarle la vida. Mantuvo el ceño fruncido, tragándose las palabras, mientras su hermano permanecía inmutable, como si la respuesta de Nihara hubiera sido parte del guion. —Si me permite cambiar de tema un momento… —dijo Tetsu, con una calma calculada—. Estoy en lo correcto al suponer que la Familia Dojima es su mayor sustento económico, ¿verdad? La pregunta quedó flotando en el aire. Nihara lo observó sin cambiar de expresión. —Si mi intuición es correcta —prosiguió—, no hay nadie en todo el Clan Tojo que tenga el mismo poder que ellos… incluyéndolo a usted, señor presidente. El hermano menor sintió un nudo en el estómago. Reconocía ese movimiento: su hermano tanteaba el terreno, pero lo hacía lanzando un ataque directo. —Dojima entrega una gran cantidad de recursos al clan —respondió Nihara, sin alterarse—. Es un subordinado leal y competente. —Y también —añadió Tachibana, con un leve énfasis en cada sílaba—, el posible sucesor a la presidencia del Clan Tojo hoy en día. No me sorprendería verlo convertirse en el tercer presidente, en un futuro cercano. —¿Y qué con eso? —inquirió el presidente, apenas inclinándose hacia adelante. —Si la Familia Dojima obtiene el Lote Vacío —replicó Tetsu—, acumulará aún más poder y riqueza. Eso supondría el ascenso de un autócrata dentro del clan. Kiryu y Ryohei intercambiaron una mirada breve, pero se mantuvieron estoicos. —Ese tipo de hombres rara vez recuerdan pagar deferencias a los que aún están por encima de ellos —prosiguió Tetsu, sin bajar la voz—. Dicho de forma sencilla… los largos años de ascenso a la cima podrían llevarlo a usted a una jubilación forzosa… e impotente. —¿Perdón? —La voz de Nihara se endureció apenas. —Tachibana… —murmuró Kiryu, casi en un suspiro. —Estás jugando con fuego, hermano… —susurró Ryohei entre dientes—. ¿Qué demonios haces? Tachibana no los miró. —Nihara-san… no permita que Sohei Dojima ni su familia obtengan el Lote Vacío. Si un oficial, por mínimo que sea su rango, adquiere ese poder… el Clan Tojo entero sufrirá un cambio drástico. El presidente interino mantuvo el rostro impasible. —El proyecto de revitalización de Kamurocho que está desarrollando Dojima es un gran negocio. Eso traería ingresos enormes para el Clan Tojo. Nada más. Tetsu dejó asomar un destello irónico, casi recordando el tono habitual de su hermano menor. —Cualquiera cegado por preocupaciones tan a corto plazo… no debería dirigir una organización tan grande, presidente interino. “Eso sí que es algo que yo diría” pensó Ryohei, reprimiendo una sonrisa. —Ten más cuidado al escoger tus palabras, muchacho… —advirtió el anciano. El silencio se extendió, espeso y abrazador, como si el aire mismo hubiera decidido detenerse. Ninguno de los presentes se movió. Kiryu mantenía los brazos a sus costados, su postura firme, pero con la mandíbula apretada. No era ajeno a negociaciones tensas, pero lo que acababa de presenciar… Ver a Tachibana acorralar verbalmente a Nihara con esa calma calculada… le había dejado claro que aquí no se trataba solo de respeto o protocolo. Era una partida de ajedrez, y su jefe estaba moviendo piezas peligrosamente cerca del rey enemigo. A su izquierda, Su compañero no podía ocultar del todo la inquietud. Su pie marcaba un ritmo leve, casi imperceptible, contra el suelo pulido. No era impaciencia, era nerviosismo contenido. Sabía que Tetsu tenía un plan —su hermano siempre lo tenía—, pero no dejaba de pensar que aquella línea de conversación había estado a un paso de convertirse en una sentencia de muerte para los tres. Nihara, por su parte, permanecía inmóvil, con el mentón ligeramente alzado. No se le escapaba nada; sus ojos, oscuros e implacables, iban y venían entre Tachibana, Kiryu y Ryohei, midiendo cada gesto, cada respiración, como un depredador evaluando si la presa merecía el esfuerzo. La tensión en la sala se volvió casi física. Las lámparas de luz cálida proyectaban sombras largas sobre la mesa, y el tic-tac de un reloj antiguo en alguna parte del despacho marcaba cada segundo con la exactitud cruel de una cuenta regresiva. La pausa se prolongó lo suficiente como para que los latidos de cada uno parecieran resonar en la sala. Entonces, sin previo aviso, un golpe seco retumbó contra la puerta. Todos giraron la cabeza hacia la entrada. Tachibana, imperturbable, dejó que una sonrisa leve se dibujara en sus labios. No era la sonrisa de alguien sorprendido… sino la de quien había estado esperando exactamente ese momento. —Parece que el regalo que le prometí ha llegado justo a tiempo. —Que pase. Las puertas dobles cedieron con un lento arrastre, sus goznes de hierro emitiendo un quejido bajo que pareció retumbar en todo el despacho. Los dos guardias que custodiaban el interior se movieron con precisión mecánica, apartándose sin cruzar miradas. Oda apareció en el umbral. Sus pasos eran medidos, casi ceremoniales, el eco de sus zapatos sobre la madera acentuaba el silencio. En su mano derecha colgaba un maletín negro, pesado, que oscilaba apenas con su andar. Ni una palabra, ni un cambio de expresión. Solo la fría formalidad de alguien que sabía exactamente qué papel debía interpretar. Kiryu lo siguió con la mirada, sus ojos entrecerrados como intentando adivinar el contenido. Ryohei, en cambio, sintió un nudo seco en la garganta: una mezcla de presentimiento y alerta. Oda llegó hasta la mesa principal. Depositó el maletín frente a Nihara con un golpe seco, pero controlado, y lo abrió con un clic metálico que pareció cortar el aire. Dentro, fajos impecablemente apilados de yenes relucían bajo la luz tenue. El aroma metálico del papel recién contado impregnó el ambiente, tan palpable como el propio silencio. El subordinado de Tachibana inclinó levemente la cabeza hacia el presidente interino antes de moverse para situarse junto a Ryohei, adoptando una postura firme y vigilante. —¿Qué es todo esto? —susurró el joven, apenas moviendo los labios. —Solo calla —murmuró Oda, sin apartar la vista del dinero—. Escucha lo que tiene que decir el jefe. Tachibana, sentado, se inclinó levemente hacia adelante. —Quinientos millones de yenes —pronunció con calma milimétrica—. Por favor, acéptelos… por la vida de Kiryu-san y la de mi hermano. Kiryu giró la cabeza, incrédulo. —¿Quinientos millones? Ryohei, con el ceño fruncido, bajó la voz. —¿Nos está vendiendo? —Shhh… —repitió el que estaba a su lado, cortante. —Esto es por adelantado —prosiguió Tetsu—. Otros quinientos millones cuando los Dojima cesen su persecución… y un treinta por ciento de todos nuestros beneficios en Kamurocho, directos al Tojo. Hizo una breve pausa, dejando que sus palabras calaran. —Sin embargo —añadió, endureciendo el tono—, necesito algo más. Nihara levantó apenas una ceja. —¿Algo más? —Para llegar hasta mí a través de mi hermano, alguien más se vio involucrado. Ahora está desaparecido. Sospechamos que algún oficial de la Familia Dojima lo retiene. Los hombros de Ryohei se tensaron. Sabía el nombre antes de escucharlo. —Kenji Shirakawa. Veinte años. Si está bajo su custodia, pedimos su ubicación o entrega inmediata. Nihara entrelazó los dedos sobre la mesa, estudiando a Tachibana. —Todo esto por un yakuza y dos civiles… Pagar mil millones. ¿Vale tanto? Tetsu sonrió apenas, dirigiendo una fugaz mirada a su hermano. —Es una suma que puedo recuperar con facilidad. Pero la vida de un amigo… y de mi familia… eso no. —Hermano… —murmuró el menor, sin poder ocultar la emoción. —En lo inmediato —continuó Tetsu—, controlamos el cincuenta por ciento del Solar Vacío. Necesitamos la ayuda de Kiryu-san para el otro cincuenta. El presidente desvió la mirada hacia Ryohei. —Ya entiendo… Él es uno de los dueños. —Mi hermano fue arrastrado a esto sin querer —dijo Tetsu—. No puedo permitir que le pase nada. —Los tienes en alta estima. —Podría rechazar mi oferta y entregarnos a Dojima… —el empresario dejó que el silencio hiciera su trabajo—. Pero así no ganaría mucho. Ni ahora… ni en el futuro. Los ojos de Nihara se entornaron, calibrando cada matiz. —Si pudiéramos contar con su ayuda —remató—, quizá Dojima siga siendo ese “leal subordinado” que usted describe. Ryohei sonrió con orgullo, viendo cómo su hermano manejaba la conversación como un tablero de shōgi. Oda captó ese gesto. —En mi opinión —añadió Tetsu, con filo irónico—, Sohei Dojima encaja mejor en ese rol que cualquiera de los líderes. Una risa grave escapó del presidente interino. —Tu reputación te precede, Tachibana. Sabes doblar a un yakuza y mover dinero. Normal que Dojima no dé abasto. —Es usted muy amable. Nihara giró entonces la mirada hacia Ryohei. La fijeza de sus ojos era un peso que caía sobre el joven como una mano invisible en la nuca. —Has visto cómo se maneja tu hermano. Supongo que estás orgulloso, ¿no? —Siempre lo he estado, señor. Nihara asintió lentamente. —Quiero hacerte otra pregunta. Responde o guarda silencio, tú eliges. Una pausa calculada. —Si tu hermano pudiera venderte para salvar su vida… y lo hiciera… ¿lo odiarías? Kiryu le lanzó una rápida mirada de advertencia, pero Ryohei respiró hondo. No apartó la vista. —Sé que mi hermano jamás haría eso. Y si lo hiciera… sería para proteger a otros. Esbozó una sonrisa breve, pero cargada de firmeza. —No lo odiaría. Nunca. El anciano sostuvo su mirada unos segundos, luego asintió con una mueca casi imperceptible. —El lazo familiar es evidente… Se giró hacia un guardia. —Informa a Dojima: Kazuma Kiryu pasa a formar parte de la sede central del Tojo. Y Ryohei Tachibana gozará de la protección vitalicia del Clan… según lo dispuesto por la presidencia actual. Su tono no admitía réplica. —Por último, entreguen de inmediato la ubicación de Kenji Shirakawa. —¿Eh? —escapó de los labios de Ryohei, sin poder disimular la sorpresa. —A partir de ahora —sentenció el presidente con voz firme—, nadie les pone una mano encima. El peso de la orden se asentó en el aire como un golpe invisible. El guardia más cercano se inclinó en señal de respeto antes de girarse y marcharse con pasos rápidos. —Agradecemos sinceramente su tiempo, señor presidente —dijo Tachibana al incorporarse con calma. Los cuatro hombres realizaron una reverencia breve pero formal, dispuestos a retirarse. El roce de la ropa y el eco de los zapatos sobre el suelo pulido fueron los únicos sonidos… hasta que la voz grave de Nihara volvió a escucharse. —Kiryu… El llamado hizo que todos se detuvieran. El ex yakuza giró hacia él, expectante. —Kazama tuvo tu edad una vez —comentó el líder del Tojo, con una mirada que atravesaba la distancia—. ¿Sabes exactamente qué clase de yakuza era? Hubo un instante de silencio antes de la respuesta. —No específicamente. —Si tuviera que definirlo en una palabra… era incomparable. También fuerte y valiente —hizo una breve pausa—. Hasta yo admiraba lo intrépido que era. Redefinió lo que significaba ser un hombre. Sus dedos tamborilearon suavemente sobre la mesa. —Si pudiera retroceder el tiempo y comprarlo por mil millones de yenes… lo haría sin pestañear. El comentario quedó flotando como una sombra espesa. —¿Acaso tú también vales esos mil millones? —preguntó con una sonrisa enigmática—. Estoy deseando verlo con mis propios ojos. El aludido inclinó la cabeza en una reverencia más, gesto que imitaron los demás. Luego, abrió la puerta y encabezó la salida. El contraste fue inmediato: la galería que daba a la planta baja estaba abarrotada de hombres de negro. Algunos empuñaban bates, otros cuchillos… y más de uno lucía armas de fuego. —Supongo que el dinero no nos compró el derecho de salir caminando —murmuró el de traje blanco, sin apartar la vista del grupo. —Imaginaba una situación así si la negociación fallaba —replicó su socio con serenidad—, pero no si resultaba. —¿Y ahora qué? —preguntó Ryohei, apretando los puños. —Parece que quieren hacerlo interesante —comentó Tetsu, con un matiz irónico. —¡Solo significa que nos apuñalan por la espalda! —protestó Oda. —No es eso… —respondió Kiryu, con la vista fija en la planta baja. —Si no es así, ¿entonces qué? —insistió el subordinado. Fue el de traje azul quien intervino, con una media sonrisa. —Aunque mi hermano resolvió la parte comercial… todavía queda un asunto de protocolo, ¿no? El empresario asintió con un leve gesto. —Solo tenemos que superar este desafío. Cumplirán con su parte del trato. —Esa es la idea —corroboró el ex miembro del clan. —Aun así, estamos en clara desventaja… —observó el joven, calculando el número de enemigos. —Si te refieres a que no has peleado en tu vida, no lo llamaría desventaja —replicó su hermano sin mirarlo. —Pero… —Mira el entorno. Ryohei castaño obedeció. Sus ojos recorrieron la planta baja, analizando posturas, distancias y aperturas. Detectó a dos hombres mal posicionados cerca de una columna, a uno con el agarre flojo en su arma, y a otro distraído conversando. —Claro… —susurró—. Kiryu… —No tienes que decirlo. Ya me diste las indicaciones. Oda los observó, incrédulo. —¿Superar este desafío? Espera… ¡Esto es una locura! Estamos en pleno cuartel general del Tojo. ¿Y qué es eso de que ya le diste indicaciones? El aludido esbozó una sonrisa fría. —Locura o no, así funciona la yakuza. Luego se volvió hacia él. —Quédate con los Tachibana. El fumador apretó la mandíbula. —Mierda… De acuerdo. Yo los protejo. Kiryu se aferró a la baranda y, de un salto, descendió a la planta baja. Aterrizó con la soltura de un depredador, adoptando posición de combate en el mismo instante en que tocó el suelo. Ryohei señaló un punto libre en la galería. —Nosotros vamos por ahí. El otro asintió. —¡Vamos allá! La planta baja era un hervidero de hostilidad. Los miembros del Clan Tojo cerraban el paso en todas direcciones, cadenas y tubos en mano. La luz tenue de los faroles japoneses proyectaba sombras distorsionadas sobre el tatami y la madera pulida. Kiryu no esperó a que se acercaran. Avanzó directo al centro de la sala, esquivando un primer golpe con el estilo ágil del Rush, encadenando un combo de puños rápidos que mandó a su oponente contra una columna. Giró sobre sí mismo, cambiando al Brawler, y atrapó el brazo de un segundo atacante para lanzarlo por encima del hombro, estampándolo contra el suelo con un estruendo sordo. Otro rival cargó desde la izquierda. Esta vez, el atacante optó por el Beast: bloqueó el ataque, levantó una mesa baja de madera maciza y la estrelló contra el torso del yakuza, rompiéndola en astillas. —¿Este es todo su recibimiento? —bufó, ajustando la postura. Mientras tanto, en un ala lateral, Tetsu, Oda y Ryohei bajaban las escaleras a toda prisa. El pasillo los recibió con otra oleada de enemigos, armados con cuchillos, bates y tubos metálicos, bloqueando casi toda la vía de escape. —¡Son demasiados! —advirtió Oda, ajustando la postura y flexionando las rodillas. Sus ojos escanearon a cada adversario como si midiera ángulos y distancias. —¡Abran paso! —gruñó, lanzándose primero. Su puño derecho impactó con tal fuerza que uno salió despedido contra la pared, dejándola marcada con una mancha oscura. Sin esperar a que el resto reaccionara, giró sobre sí mismo y descargó un codazo seco al rostro del segundo, arrebatándole el tubo antes de que pudiera usarlo. Tachibana mayor no se quedó atrás; un giro preciso y una patada alta derribaron a otro, dejándolo inconsciente antes de que pudiera levantarse. Ryohei, por su parte, improvisó: tomó una pequeña escultura de bronce de una repisa y la estampó contra la cabeza de un adversario. Cuando este cayó, aprovechó para arrebatarle un bate metálico. —Si consigo repetir lo que hice anoche en el parque, tal vez salgamos vivos —dijo el menor, sujetando el arma con firmeza mientras retrocedía para cubrir la retaguardia. —¿El qué? —preguntó Tetsu, apartando a otro con una patada baja que lo envió contra el pasamanos. —Si salimos con vida, te lo cuento. ¡Muévete! Oda tomó la delantera, bloqueando un cuchillazo con el tubo que había arrebatado, y con un rápido giro lo estrelló contra la sien del portador. Avanzaban esquivando ataques y contrarrestando con golpes precisos. El empresario respiraba con dificultad, pero no aflojaba el paso. De pronto, una figura familiar irrumpió desde el otro extremo del pasillo. —¡Kiryu-san! —exclamó Tachibana, con evidente alivio. —Estoy bien… y por lo que veo, ustedes también —respondió el recién llegado, sacudiéndose el polvo de los nudillos. —Sí, Oda-san nos abrió camino —asintió Tetsu. —Bueno… supongo que ya no saldremos por la puerta principal —resopló el fumador, visiblemente agotado—. Estos hijos de perra han enviado hasta el último de sus hombres a eliminarnos. —¿Y eso te sorprende? —replicó su jefe, sin dejar de vigilar el pasillo—. Sabíamos el riesgo. —Sí, pero… —Oda se mordió la lengua, evitando discutir más. —Hablen por ustedes… yo debí quedarme en el auto —ironizó Ryohei, girando el bate con destreza. —Oda-san —dijo Tetsu con tono firme—, hemos salido de tormentas peores, juntos, incontables veces. Y ahora tenemos la fuerza de Kiryu-san y la astucia de mi hermano. Saldremos de esta. El luchador asintió una sola vez. —Entonces vamos a terminarlo. —Supongo que olvidé ese detalle… —bufó Oda—. Bien, no dejaré que el novato y el chico sean los únicos que hagan su parte. —Por esa puerta podremos salir al exterior —indicó el ex yakuza. —Pues andando —cerró Ryohei, adelantándose con el bate en alto, listo para la próxima emboscada. En cuanto pisaron el otro lado, las sombras se deslizaron desde las paredes como si hubieran estado esperando. Kiryu reaccionó sin un segundo de duda: su cuerpo se convirtió en un mosaico de estilos, cada transición tan rápida que los ojos apenas podían seguirla, hasta rematar con aquel cuarto movimiento que Ryohei recordaba vívidamente… la noche en que Kuze cayó frente al Serena. —Es lo mismo que vi cuando peleaste con Kuze fuera del Serena. —Ese día estaba inspirado… sigamos. La refriega se reanudó. El aspirante a médico calculaba cada golpe con precisión quirúrgica: impactos secos que no derramaban sangre, pero dejaban inconsciente a quien se cruzara en su camino. Un instante de distracción bastó para que un enemigo le cerrara el brazo alrededor del cuello desde atrás. La fuerza de su adversario causaba que la tráquea se apretara cortando la circulación de aire. —¡Ryohei! —advirtió Tetsu, con el ceño fruncido. —Mierda… —gruñó, intentando zafarse—. Bajé la guardia. —Jejeje… se acabó tu camino —susurró el yakuza, seguro de su presa. Una rendija de espacio fue todo lo que necesitó. El codazo de Ryohei le arrancó el aire de los pulmones al hombre con un sonido hueco, seco, que quedó suspendido en el pasillo como un eco de hueso contra hueso. El agarre se aflojó de golpe; Ryohei se escurrió fuera de su alcance, Oda en el acto sincronizó su andar con el joven y ambos lanzaron una patada que lo lanzó contra el lago artificial, estrellándolo primero contra un pilar de concreto que se agrietó con el impacto. —Vaya… y yo que pensaba que el hermano menor de Tetsu Tachibana solo curaba huesos, no los rompía —ironizó Oda, con media sonrisa. —Servicio completo, Oda-san. Hay que diversificar la clientela —replicó el menor, con idéntica mordacidad. Avanzaron sin detenerse, con Ryohei marcando los ángulos muertos para que el resto descargara sus golpes. En otro frente, Kiryu estampó la cabeza de un rival contra la puerta de madera; el estruendo resonó como un tambor de guerra. Apenas tuvo tiempo de apartarse cuando un hombre irrumpió con una katana. —Oda-san… —el menor apuntó con el bate hacia el brillo del acero—. Dásela. El veterano no dudó: desarmó al portador con un giro y lanzó la hoja al ex yakuza. Kiryu la atrapó al vuelo, girándola entre las manos antes de abrirse paso con precisión letal. El filo silbaba en cada movimiento, derribando obstáculos humanos con cortes limpios y fluidos. Se abrieron paso entre cuerpos inmóviles que alfombraban el suelo. Tetsu, jadeante, trastabilló un segundo; su hermano lo sostuvo antes de que cayera. —Hermano… —¿Se encuentran bien? —preguntó el portador de la espada, sin aminorar el paso. —Estoy bien… —respondió el mayor, forzando el aliento—. Ryohei, ¿heridas? —Nada serio… La salida está cerca. —Pues apresurémonos —añadió Oda, ajustándose la chaqueta. El umbral principal apareció frente a ellos… pero una última barrera de hombres del Tojo bloqueaba la libertad. —Esto no se acaba… —gruñó Ryohei, barrido de sudor—. ¿Cuántos malditos demonios crían aquí dentro? —Más de lo crees, eso es seguro—contestó Kiryu, lanzándose otra vez al combate. Esta vez no hubo pausas ni cambios de guardia: fusionó la fuerza bruta del Brawler, la velocidad del Rush y la potencia del Beast en una corriente devastadora, imposible de contener. Ryohei se filtraba por cualquier resquicio, el bate ya manchado, trazando arcos implacables que derribaban a cualquiera que se acercara demasiado. Oda actuaba como una muralla viva, bloqueando embestidas y devolviendo golpes que abrían pasillos en la marea humana. En un instante crítico, un yakuza se coló por un costado, buscando la guardia baja del ex yakuza. Ryohei lo interceptó en ángulo, Tetsu bloqueó con el hombro y Oda remató con un puñetazo al estómago que lo estampó contra una columna. —Bien hecho, healer —ironizó Kiryu, sin apartar la vista. —Aprendí del héroe —respondió el menor, apenas esbozando una sonrisa. Al desplomarse el último enemigo, un silencio denso se abatió sobre ellos, pesado como plomo fundido. El único sonido era el golpeteo irregular de su propia respiración. Decenas de cuerpos alfombraban el suelo; los cuatro seguían en pie, respirando con dificultad. —¿Todos enteros? —preguntó Oda, repasando a cada uno con la mirada. —No hay que detenerse… andando —ordenó Tachibana mayor. Atravesaron el umbral hacia el exterior. Antes de marcharse, Kiryu y Ryohei se giraron: en lo alto de las escaleras, Nihara los observaba. —Kazuma Kiryu… Ryohei Tachibana… —murmuró, casi para sí—. Puedo ver algo en ustedes… una fuerza que sobrepasa los límites. Inspiró hondo, como si la idea hubiera llegado desde muy lejos. —Ya veo por qué Kazama está interesado… Presiento que algún día… —Nihara dejó que su voz bajara un tono, como si compartiera un secreto— se convertirán en monstruos legendarios. El Tigre… —sus ojos se clavaron en Ryohei— y el Dragón… —la mirada se deslizó hacia Kiryu, como un filo invisible. El reflejo de las luces de neón en Sotenbori se filtraba a través de los ventanales de una habitación lujosa en uno de los hoteles más caros del distrito. Alfombra espesa, mobiliario de caoba pulida y un discreto aroma a incienso costoso impregnaban el aire. La ciudad, más allá del cristal, bullía con vida nocturna, pero allí dentro reinaba un silencio casi ceremonioso. Itsuki Murakado emergió del baño con el vapor aún pegado a la piel. Vestía solo una bata de algodón, ajustada en la cintura, mientras una toalla recorría lentamente su cabello oscuro. Los músculos trabajados de años como instructor de dojo se tensaban con cada movimiento. El teléfono de la habitación irrumpió con un timbre seco. Alargó la mano y levantó el auricular. —¿Diga? Un silencio respondió al otro lado. —Perfecto… pásenme la llamada. —Breve pausa— ¿Shibusawa-san? —¿A quién se le ocurrió la idea del secuestro? ¿Fue Kuze o Awano? —Sí… órdenes de Awano, supongo. La voz del lugarteniente llegó grave y directa: —Al parecer, el presidente Nihara ordenó la liberación inmediata o la entrega de la ubicación del chico… vivo. El subordinado frunció el ceño. —¿Qué? ¿Órdenes directas? —Así es —continuó el lugarteniente—. Tachibana ha comprado la protección de Kiryu y su hermano por mil millones de yenes… y un treinta por ciento de las ganancias de Tachibana Real Estate para el Clan Tojo, a cambio de liberar a Shirakawa. Un chasquido de lengua cortó la línea. —Además —añadió su superior con voz grave—, Ryohei Tachibana ha sido declarado protegido vitalicio del Clan Tojo. Es una disposición presidencial… y no podemos tocarlo. Se hizo un silencio incómodo, pesado. —Sé que tienes retenido a ese chico —prosiguió el lugarteniente—. Libéralo o entrega su ubicación… o pedirán tu cabeza. Es una orden. Un clic metálico zanjó la conversación. El subordinado mantuvo el auricular unos segundos más, como si el eco de la voz siguiera resonando. Luego colgó y caminó hacia la cama, donde su traje negro descansaba perfectamente doblado. De un bolsillo interior extrajo un cigarro. Lo encendió, y la brasa iluminó por un instante la dureza de su mirada. —Si no es el estúpido del menor… es el entrometido del mayor… —exhaló el humo con lentitud—. Y ahora le consiguen inmunidad diplomática sin siquiera ser yakuza… Aplastó el cigarro en un cenicero de cristal, gesto firme, casi irritado. —Al demonio con eso de “protección vitalicia”… —murmuró mientras tomaba la camisa del perchero y la observaba un instante—. Shirakawa es la pieza que necesito para mis planes… si quieren jugar, jugaremos. La bata cayó sin ruido, revelando una espalda que parecía viva: un tigre de trazos feroces, las garras abiertas, atrapado en el instante antes de destrozar a su presa. Un contraste brutal con la figura de Ryohei, casi un espejo de su obsesión. El muelle de la bahía de Tokio se extendía ante ellos, iluminado por un atardecer anaranjado. El mar, en la distancia, murmuraba con oleajes pausados, mientras el aire salado les llenaba los pulmones, cargado con el aroma del pescado fresco y otros olores menos agradables de los puestos pesqueros. Las gaviotas revoloteaban sobre las embarcaciones, sus chillidos secos quebraban el silencio como un recordatorio de que la vida seguía su curso. En el asiento del conductor, Oda trataba de recuperar el aliento tras la huida. A unos pasos, Kiryu se mantenía junto a los hermanos Tachibana, atento a cualquier señal en el horizonte. —Eso estuvo cerca… —dijo Ryohei con un suspiro, girando hacia su hermano—. ¿De verdad te encuentras bien? —Sí —respondió Tetsu con calma—. El viaje hasta aquí me ayudó a recomponerme. —Al fijarse, notó un rasguño bajo el mentón de su hermano—. Eso te va a dejar una marca. El más joven se llevó la mano al rostro con indiferencia. —¿Ah, sí? La escondo fácil con la barba. No me preocupa. Ambos rieron suavemente, como liberando la tensión que aún los atenazaba. Kiryu se acercó en silencio, los observó un instante y luego habló. —Gracias por protegernos en el escape, Kiryu —dijo el menor. —Tus indicaciones me sirvieron —replicó él con serenidad. El mayor, mirando el horizonte teñido de rojo, murmuró apenas audible: —Así que de eso se trata un vínculo inquebrantable… Indicaciones sin decir palabras… —¿Decías algo? —preguntó Ryohei, arqueando una ceja. Kiryu no respondió. En su lugar, cambió el rumbo de la conversación: —¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? Tetsu mantuvo los ojos en el mar, como si respondiera tanto a la pregunta como a sí mismo. —Este es mi primer descanso en mucho tiempo. Un hombre tiene que bajar el ritmo de vez en cuando, ¿no? Se volvió hacia los dos jóvenes y esbozó una sonrisa cansada. —Después de todo, soy un hombre frágil… y más de una vez dependo del cuidado de mi hermano, aunque lo niegue. El de la chaqueta blanca dejó escapar una risa breve. —Je. Si pudiste repartir esas patadas entre tanto yakuza, no diría que estés tan frágil. El empresario desvió la mirada, serio otra vez. —Solo estaba desesperado… —pausó, buscando los ojos de Ryohei—. Tenía algo que proteger. El silencio se instaló entre los tres, cómodo, como si el rumor del agua completara la charla. Kiryu fue quien lo rompió: —Dime una cosa. —¿Sí? —preguntó su jefe. El joven endureció la voz tras una pausa: —¿Por qué pagar tanto por alguien como yo? Entiendo lo de tu hermano… pero además de eso, deberle un favor al Tojo… Tetsu guardó silencio, atento. Kiryu continuó, midiendo las palabras: —Dijiste que tenías dinero de sobra, que podías recuperar ese monto en poco tiempo… —bajó la voz—. También que contabas con poder e influencias para plantarte ante el Clan. Y que por eso querías el Lote. Los hermanos intercambiaron una mirada, sin interrumpirlo. —Entonces, ¿por qué? —insistió Kiryu—. No lo harías sin una razón. Y si la hay… ¿por qué arriesgar el cuello en ese terreno? Su voz adquirió un filo que no había mostrado antes. —¿Hay otro motivo? ¿Incluye eso que Ryohei sea copropietario? El mayor respondió tras una breve vacilación: —Lo de mi hermano y su relación con el Lote Vacío… en parte es un secreto profesional. —La pausa pesó en el aire—. ¿Podemos dejarlo así por ahora? El menor arqueó una ceja. —¿No crees que deberías contarle la razón? Kiryu frunció el ceño. —¿Un secreto profesional que no puedes contarme? ¿Ni siquiera a un empleado? Ryohei bajó la cabeza, incómodo. —Te lo diría, pero… —las palabras se apagaron en su boca. El otro joven soltó un bufido entre dientes. —Vamos. La gente que contratas tiene que ganarse el sueldo. Haces que hasta seguir vivo sea complicado. La tensión se fue aflojando, dando paso a un silencio más cómodo. —Precisamente, por eso, necesito personas como tú… —comentó Tetsu con voz firme—. Y es por lo que Kazama-san te trajo hasta mí. Kiryu alzó la cabeza, esbozando una ligera sonrisa. —Así que era por eso… Estamos cada vez más cerca de obtener el Lote Vacío. Dime, ¿cuál será nuestro próximo movimiento? ¿Qué tengo que hacer ahora? Ryohei se inclinó un poco hacia adelante. —Yo también me lo pregunto… necesitamos saber qué hacer. Y si debemos esperar a que nos entreguen a Kenji. —En lo que respecta a Kenji-kun, tendremos novedades muy pronto —explicó el mayor—. Y con suerte, la información que tengo estará relacionada con todo esto. El menor lo miró sorprendido. —¿En serio? Tetsu asintió con calma. —En cuanto a la otra dueña… anoche, por fin pude localizarla. Está en el distrito del placer de Osaka. —Sotenbori… —murmuró Ryohei. —Exacto. Aunque me temo que no podemos movernos todavía. Una subsidiaria en Sotenbori ya la está persiguiendo. Los puños del más joven se cerraron con fuerza. Conocía la identidad de esa mujer: su propia hermana… y la de Tetsu. El peligro se cernía directamente sobre su familia. —Entonces, esos rumores que me dijiste eran ciertos… —susurró, más para sí mismo que para los otros. Kiryu intervino, frunciendo el ceño. —Entonces, ¿hay más gente que sabe quién es esa persona? —Si tuviera que apostar… —replicó el mayor— diría que son los de la Familia Shibusawa. El silencio se tensó. —…Shibusawa —repitió el de la chaqueta blanca, con un deje de gravedad. El recuerdo golpeó a Ryohei: las palabras de su hermano, advirtiendo sobre lo peligroso que podía llegar a ser aquel lugarteniente. —El verdadero problema —continuó Tetsu— es que… más allá de Shibusawa y sus hombres, la Alianza Omi también ha empezado a moverse. Los ojos del menor se abrieron incrédulos. —¿Qué? ¿La Alianza Omi? Kiryu estrechó la mirada. —¿Ellos también irán tras el terreno? Eso quiere decir que… —Podrían venir por mí… otra vez —concluyó Ryohei, con un hilo de voz. —Así es —confirmó el mayor—. Aunque aún no puedo calcular la magnitud de sus acciones. Una breve pausa acentuó el peso de sus palabras. —Ahora mismo —añadió, con seriedad—, para nosotros Sotenbori es mucho más peligroso que Kamurocho. El silencio raspó el aire. —Por el momento, cualquier acción tendrá que esperar hasta que tengamos una idea más clara del asunto. Kiryu lo observó con dureza. —Esas palabras no son muy propias de ti, Tachibana. —¿Eh? —Es como dijo Oda una vez: “Cualquier trato comercial conlleva de forma implícita ciertos riesgos”. ¿No fuiste tú el que se lo enseñó? El mayor titubeó. Aquella frase, que alguna vez había repetido a su subordinado, ahora lo dejaba sin réplica. —Y con tu estado de salud, no puedes alejarte de Little Asia demasiado tiempo… —añadió tras una pausa—. Yo ya me cansé de estar corriendo de aquí para allá, escondiéndome de los problemas. Tampoco soy de los que se sientan a esperar. Ryohei lo secundó con firmeza: —Kiryu tiene razón… No podemos quedarnos de brazos cruzados si esa persona corre aún más peligro que nosotros. El ex yakuza dio un paso adelante. —Por eso pienso ir a Sotenbori. Lo quieras o no… Un silencio profundo se adueñó del muelle. Por primera vez, Tetsu no encontró palabras para refutar. —En ese caso… —dijo el menor, con la decisión marcada en el rostro—, también iré. —No deberías… —ordenó Kiryu, con el ceño fruncido—. Tú, como copropietario, corres el mismo peligro que ella. Es como entrar en una ratonera con el queso puesto. —¿Me estás comparando con un ratón? —replicó Ryohei con decisión—. Ni lo pienses. Conozco mejor Sotenbori de lo que crees; viví años ahí, ¿recuerdas? Se giró hacia su hermano. —Si quieres, puedo ir antes y preparar el terreno para que no te preocupes. Haré unas llamadas y me quedaré en casa de Kyomi. —Pero… —alcanzó a decir Tetsu. El menor lo interrumpió con firmeza: —Dejaré todo listo para que Kiryu venga y podamos traer a la dueña a Kamurocho. De paso, investigaré si Kenji está retenido ahí, siguiendo las pistas del acertijo y el boleto de tren que me dieron. Mientras más rápido resolvamos esto, mejor para todos. Oda dio un paso adelante. —Ya lo escuchaste… yo también iré. —Clavó la mirada en los tres hombres y añadió—: Lo siento, jefe, pero estoy con ellos en esta ocasión. —Oda-san… —musitó el mayor. —La situación en Sotenbori está demasiado turbia —explicó el subordinado—. Debemos actuar y terminar esto rápido. Si se apropian de ambas partes del terreno, todo será en vano. Solo tenemos que jugar nuestras cartas con cuidado. Ryohei dejó escapar una carcajada sarcástica. —Hasta que piensas con la cabeza y no con los puños, Oda-san. —¡Oye! —protestó el hombre fornido—. Soy la mano derecha del jefe, ¿lo recuerdas? —Más pareces cualquier cosa menos mano derecha… —rió el menor, cargando las palabras de ironía. El mayor observó a los tres, en silencio, como evaluando su resolución. Finalmente habló: —Ryohei… me gustaría que te quedaras. Pero te conozco, sé que irás de todas formas. —¿Se te olvidó que me metí en ese barco a los diez años? —contestó el menor con una media sonrisa—. Puedo escabullirme en la ciudad. Tetsu volvió la vista hacia el otro joven. —Viajar a Sotenbori y asumir ese riesgo… ¿estás seguro, Kiryu-san? —Sí —respondió, con determinación. El mayor sonrió, esta vez con la misma ironía que caracterizaba a su hermano. —Te advierto que esto no es una orden de la inmobiliaria. Así que, si te ocurre algo, no esperes indemnización compensatoria. —¡Oye! Eso fue un golpe bajo —saltó Ryohei. Kiryu devolvió la sonrisa con calma. —Pagaste mil millones por nosotros… Creo que es más que suficiente compensación, jefe. El menor abrió los ojos fingiendo sorpresa. —¿Le devolvió el golpe de ironía? —Supongo que aprendí de un maestro… —replicó el ex yakuza, lanzándole una mirada cómplice. —¿Qué te puedo decir? —rió su compañero—. Supongo que es parte del encanto. Las carcajadas, por fin sinceras, quebraron la tensión. Tetsu las acompañó, más relajado que en toda la jornada. —Entonces —concluyó—, es hora de prepararnos e irnos. Los cuatro hombres subieron al automóvil. Ryohei y Kiryu ocuparon el asiento trasero, mientras Tetsu se instalaba como copiloto y Oda retomaba el volante. El motor rugió suavemente, y el vehículo se internó en las calles iluminadas de Tokio. La carretera los llevó de vuelta a Kamurocho, hasta detenerse frente al edificio Sugita, donde la noche los esperaba, cargada de luces y sombras, y la siguiente jugada empezaría a tomar forma.