ID de la obra: 967

THE PRINCE'S TALES

Mezcla
NC-21
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3
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planificada Maxi, escritos 207 páginas, 73.954 palabras, 10 capítulos
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CAPÍTULO 4. LA LLEGADA A HOGWARTS

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Miércoles 1 de septiembre - 1971

La noche había caído por completo sobre Escocia, y la bruma flotaba sobre el campo con esa densidad mágica que parecía respirar entre los árboles. El aire era templado, con un calor suave que olía a hierba seca y piedras aún tibias, guardando en sus grietas el calor del día. A lo lejos, el lago reflejaba finas brumas que se alzaban como espíritus danzantes, disipándose lentamente en la penumbra antes del banquete. Nadie notó al muchacho delgado que emergió del borde del bosque, con pasos sigilosos, como si la sombra misma lo hubiese dejado atrás. Corvus Prince caminaba en silencio, con la túnica recién puesta y el rostro casi cubierto por el cabello. Su andar era recto, pero los hombros tensos revelaban una incomodidad que no mostraba en el rostro. No llevaba maleta, ni jaula, ni libros visibles. Solo él. Solo su cuerpo pálido, erguido como una línea trazada con demasiada fuerza, arrastrando consigo una ausencia invisible. Nadie pareció advertirlo al fondo del grupo. Delante, ya formados junto al tren, los alumnos de primer año bullían de emoción. Algunos gritaban, otros empujaban a sus amigos recién hechos riendo, y otros más simplemente intentaban no perder el equilibrio entre baúles y jaulas de sapos. El caos era palpable. El rumor de las risas, los chillidos agudos de las lechuzas y los murmullos excitados por el castillo que se adivinaba a lo lejos se mezclaban con la voz potente de alguien que se hizo presentar como el guardabosques, que ya comenzaba con el discurso para todos ellos. —¡Bienvenidos a Hogwarts! —tronó el semigigante, alzando una lámpara que apenas iluminaba su descomunal barba—. ¡Van a dejar aquí su equipaje, no lo necesitan en las barcas! ¡El castillo se encargará de recibirlo por ustedes, así que suelten baúles y jaulas junto al camino! Alzó aún más la voz, con un tono que hacía vibrar hasta las lechuzas en sus jaulas. —¡Ahora sí, vamos a cruzar el lago en barcas! ¡Nada de empujones, ni bromas con varitas, ¿vale?! ¡Y si alguno de ustedes intenta lanzar ranas por los aires, les haré comerse las patas, ¿entendido?! Risas. Voces. Nervios. Hogwarts estaba cerca. Corvus permaneció al fondo, en completo silencio, como si ni siquiera él mismo quisiera delatar su presencia. Entonces, como si lo hubiese olido, Crowley apareció junto a él, ajustando su túnica con elegancia y trayendo el equipaje de ambos, que descansaba ahora con el resto. Los de primer año al fondo, mientras los demás de grados avanzados eran guiados por prefectos, separándolos uno de otros. Su cabello oscuro ya estaba perfectamente peinado hacia atrás, y el broche con el símbolo de los Prince brillaba discretamente en su pecho. Si no lo conocieras, pensarías que siempre había estado impecable. Pero Corvus lo sabía mejor. Había visto la pelea. Había visto la sangre en su cuello antes de que la borrara. Había visto cómo se escondía en el baño del tren para arreglarse. Crowley se detuvo junto a su gemelo, colocándose en paralelo. —Oye —dijo con media sonrisa, manos en la cintura—. Te desapareciste por completo. ¿Dónde estuviste? No me digas que fuiste a investigar tu teoría del pariente desconocido… Te creo muy capaz, ¿eh? Corvus no respondió. Parpadeó apenas. No levantó la cabeza. Crowley inclinó la suya, curioso. —… ¿Estás bien? El silencio que siguió no fue hostil, sino… espeso. Finalmente, Corvus alzó la mirada. Y no fue hacia Crowley. Sus ojos, entre sombras, buscaron en la multitud hasta hallar dos figuras entre las primeras filas: un muchacho de rostro afilado, cabizbajo, con la túnica torcida. Y a su lado, una pelirroja que reía con los ojos, atenta al discurso del guardabosques como si todo fuera nuevo y brillante. Severus Snape y Lily Evans. Corvus cerró los ojos un instante y se llevó dos dedos al puente de la nariz, apretando como si quisiera sofocar un pensamiento intruso. Crowley lo observó. Y entonces lo vio. El rubor. Un matiz mínimo, casi invisible, pero innegable en las mejillas de su gemelo. Una señal fantasmal, un error químico en el frígido que era Corvus Prince. —¡¿Ah?! —exclamó en voz baja, mirándolo casi en shock—. ¿Qué te pasó? ¡¿Qué hiciste?! Corvus suspiró. Se rehusó mirarlo a los ojos. —Después. Crowley lo observó con los ojos bien abiertos; jamás lo había visto así. Y, por primera vez desde que salieron de casa, dudó si quería oír la respuesta. El matiz en las mejillas de Corvus se extinguió tan rápido como había aparecido. La bajada a las barcas fue un torbellino húmedo de pasos, susurros y olor a algas. Dejaron los baúles y las jaulas alineados junto al camino —tal como habían indicado— y la neblina flotaba sobre la superficie negra del lago. Bajo la luna, las siluetas de las embarcaciones esperaban como piezas de un ajedrez silencioso. Apenas abandonaron la arboleda y se acercaron a los muelles, algo cambió en el aire: una nota invisible pareció vibrar desde el fondo del lago. Un estremecimiento colectivo recorrió a los niños. Y entonces lo vieron. El castillo. Elevado sobre un risco de piedra oscura, Hogwarts se alzaba como una corona de torres encantadas. Cada ventana brillaba con una luz dorada, cálida, imposible, como si alguien hubiese capturado cientos de estrellas y las hubiera encerrado ahí para siempre. Las torres subían hacia el cielo como ramas de un árbol de piedra, y la brisa nocturna hacía que las antorchas de las almenas titilaran como luciérnagas eternas. Los murmullos cesaron. Nadie habló. Lily se llevó una mano al pecho, como si quisiera contener la respiración. Sus ojos verdes se abrieron con un brillo febril, reflejando cada chispa de luz como si fueran suyas. Severus, en cambio, se tensó. La fascinación estaba ahí, pero bajo una máscara rígida. Sus ojos recorrían las torres una por una, intentando medir, calcular, poseer con la mirada lo que siempre había escuchado en los relatos de su madre. Sirius se recargó hacia atrás en la barca con un resoplido, el ceño fruncido. Era hermoso, sí, pero su gesto desafiante lo convirtió en un “no me importa” apenas disfrazado. James Potter soltó una carcajada nerviosa y se pasó la mano por el cabello desordenado. No era indiferencia: era puro vértigo de sentirse en un escenario hecho a su medida. Crowley, en silencio, parecía beberse el castillo entero. Sus labios se curvaron en un asombro extraño, casi reverente. Las torres iluminadas, las ventanas titilantes como estrellas atrapadas en piedra… era como si su ambición, por fin, tuviera un hogar. Y Corvus, que hasta entonces había buscado a Severus y Lily entre la multitud, levantó la cabeza. Lo detuvo el castillo. No lo miraba con emoción infantil ni con nostalgia, sino con absoluta atención: cada torre, cada almena, cada reflejo sobre el lago era absorbido como si quisiera diseccionar el hechizo mismo que sostenía aquella visión imposible. La precisión de su mirada no era ternura: era hambre de estructura. Otros alumnos también contenían la respiración, cada uno a su modo. Uno de ellos, ligeramente regordete, se aferró a la madera del bote, erizado, con los ojos al borde del pánico y la maravilla mezcladas. Y otro permanecía callado. De aspecto frágil, con un par de cicatrices en el cuello, casi en el rostro, mantenía las manos sobre las rodillas con rigidez, aunque sus dedos temblaban apenas contra la madera. Sus ojos ámbar recorrieron el castillo como quien contempla algo que no se atreve a tocar, y un estremecimiento leve, secreto, lo atravesó. No sonrió, no suspiró… pero su silencio decía más que cualquier palabra. El agua bajo los botes comenzó a brillar. No era solo reflejo: era como si la corriente misma respirara magia. Las embarcaciones se deslizaban solas, obedeciendo un poder invisible que rozaba la madera con un murmullo húmedo. A algunos les recorrió un escalofrío hasta los tobillos; a otros, un vértigo dulce, como si el lago entero los elevara hacia el castillo que los esperaba. Un resplandor dorado se reflejaba sobre la superficie, y por un instante, todos los niños sintieron que flotaban en el aire. Era como si el mundo entero hubiera guardado silencio para observarlos. Y Hogwarts… Hogwarts parecía mirar de vuelta. Por un instante, el bote de los gemelos pasó junto al de Sirius Black y James Potter. El silencio seguía pesado… hasta que Crowley se inclinó hacia el costado, acercándose lo justo para dejar caer su veneno al pasar. —Ojalá no seas tan torpe y te caigas al lago para que te coma el calamar gigante —murmuró con una sonrisa venenosa. Sirius giró de inmediato, como si le hubieran lanzado una piedra. Su expresión era la de una pelea de taberna a punto de estallar. —Si me voy a caer, me encargaré de volcar tu maldito bote conmigo a puñetazos. ¿Cómo ves eso, víbora? James soltó una carcajada, encantado con el desafío. El bote entero vibró con sus risas, y el muchacho pequeño que iba con ellos —un niño regordete de cabello castaño— se encogió de terror, aferrándose con todas sus fuerzas a los bordes de madera como si el agua fuera a tragarlo en cualquier momento. Los barcos se acomodaron poco a poco en fila. El regordete, temblando, había acabado junto a Sirius y James, lo que no era precisamente un consuelo. El bote entero se agitaba con cada movimiento brusco: Sirius lo empujaba a propósito, James lo acompañaba entre carcajadas, y el chico apenas podía contener un chillido. —¡N-No se muevan tanto! —suplicó con voz aguda. —¡Vamos, no seas lloroso! —rió James, dándole un codazo juguetón. —¡Sí, ríete un poco! ¡Mira, estamos flotando sobre agua encantada! —añadió Sirius, dando un impulso al bote como si comprobara si podía volcarlo de verdad. El niño intentó sonreír, aunque el blanco de sus nudillos delataba que estaba al borde del colapso. Un poco más atrás, en otro bote, Severus y Lily habían tomado asiento juntos. Dos alumnos intentaron unirse a ellos, pero bastó una mirada gélida de Snape para que se echaran atrás de inmediato. Quedaron solos, flotando en un silencio distinto: ella con los ojos verdes bien abiertos, bebiéndose cada chispa del castillo; él rígido, con la barbilla tensa, como si prefiriera ahuyentar intrusos antes que dejar entrar el bullicio de los demás. Los botes tocaron la orilla con un leve chasquido de madera contra piedra. Uno tras otro, los niños descendieron, arrastrando los pasos húmedos sobre la hierba empapada. El aire olía a musgo y a piedra mojada, y cada sombra del castillo parecía inclinarse sobre ellos como si los evaluara en silencio. Un niño tropezó al saltar a tierra y casi arrastró a dos más consigo. El golpe seco de sus zapatos contra la piedra rompió el silencio solemne como un estallido ridículo, y varios se mordieron la risa antes de que el guardabosques los fulminara con la mirada. Él los guió por un sendero que ascendía entre los jardines oscuros. La bruma aún reptaba por el suelo, y las torres, cada vez más altas, imponían una gravedad imposible de ignorar. Al atravesar el arco principal, las antorchas estallaron en un fulgor repentino, lanzando lenguas de fuego que bailaban en sincronía, como si reconocieran a los recién llegados. Los de primer año fueron conducidos hasta una escalinata amplia, justo frente a unas puertas cerradas de madera labrada. La piedra bajo sus pies estaba pulida por siglos de tránsito, y el eco de cada paso resonaba como un recordatorio solemne: estaban entrando en una historia más vieja que ellos mismos. Entre el murmullo expectante, un chiquillo se rascaba con furia el cuello, retorciéndose en la túnica nueva como si lo picaran cien pulgas. Una niña a su lado lo miró con horror, como temiendo que lo fueran a descalificar por arruinar la magia del castillo, alejándose varios pasos del chico. Allí, suspendidos en el aire, se alzaban cuatro relojes de arena colosales. Cada uno brillaba con un color distinto: verde esmeralda, azul zafiro, rojo rubí y amarillo ámbar. Los granos aún dormían en lo alto, esperando caer; y, sin embargo, emitían un resplandor propio, como si guardaran memorias invisibles. El murmullo de su vibración llenaba el aire, semejante al repicar lejano de campanas. Lily se inclinó hacia adelante con los ojos muy abiertos, fascinada. —¿Qué son? Severus hinchó el pecho, ansioso de demostrar lo que sabía. —Son los contadores de puntos de las casas. Cada vez que haces algo valioso, tu casa gana puntos. Si rompes las reglas, los pierdes. Se reinician cada año —dijo, con un aire casi solemne, como si repitiera una herencia. —¡Qué brillantes se ven! —exclamó Lily, casi conteniendo un salto de emoción. Se asomó sobre la baranda como si quisiera ver el mecanismo oculto dentro del cristal—. ¡Mira, Sev, parecen tener partes doradas! Como si hubiera una balanza escondida... Snape parpadeó, confundido, intentando seguirle el hilo. —Es magia. Como si esa palabra explicara y justificara todo. Pero ella rió, sacudiendo la cabeza. —Sí, claro que es magia. Pero nada se sostiene sin estructura, ¿no? Algún engranaje debe haber. Imagínate a papá aquí: lo desmontaría pieza por pieza solo para saber cómo funciona. Y yo le ayudaría. Severus se sobresaltó. —¡No puedes decir eso! Son milenarios, son… tradición. Lily le sonrió con complicidad, como si acabara de confesar una travesura. —Descuida, después lo volveríamos a armar. Severus cerró la boca, sin saber si debía estar escandalizado o maravillado por aquella manera de pensar que nunca lo dejaba descansar. Se preguntó por qué ella no se conformaba con un simple “es magia”. Para él, bastaba. La magia no era un reloj de arena que se desarmara, sino un secreto que se estudiaba hasta hacerlo suyo. Y, sin embargo, esa manía de Lily de preguntar más de la cuenta lo desarmaba… porque él nunca estaba seguro de poder alcanzarla ni de tener todas las respuestas. Y en silencio, seguía luchando por entenderla. Mientras tanto, unos pasos más atrás, Crowley entrecerró sus ojos ante el espectáculo de los relojes, como si los colores brillantes fueran poco más que un teatro innecesario. Corvus, en cambio, se quedó inmóvil, con la mirada fija en el flujo detenido de los granos. No miraba la tradición: miraba el hechizo que los sostenía. Sus ojos parecían pesar cada destello, convencido de que, si lo observaba lo suficiente, el secreto terminaría cediendo. El silencio se quebró de golpe con una exclamación desde el otro extremo del grupo: —¡¿Te has duplicado?! —gritó James Potter, señalando a los gemelos. Las cabezas se giraron en un solo movimiento, y el murmullo se encendió como brasas en la penumbra. —¿De verdad hasta ahora lo notas? —Crowley alzó una ceja con una media sonrisa—. Vaya ojo de halcón tienes. —¡Es la primera vez que los veo en mi vida! —se defendió James, divertido, alzando los brazos como si aquello justificara todo. Sirius Black se adelantó medio paso, con una sonrisa torcida. —No te emociones, Potter —dijo, sin apartar los ojos de Crowley—. Este gemelo malvado no es más que una copia barata del otro. Ni vale la pena. Es de segunda. Crowley giró lentamente hacia él, la sonrisa curvándose con veneno. —Mira quien habla. Tú no necesitas abrir la boca para que se note que odias lo que eres, Black. El aire se tensó como una cuerda a punto de romperse. Algunos alumnos se apartaron instintivamente. James, en cambio, se cruzó de brazos y sonrió, fascinado con el choque. Sirius escupió de vuelta, sin perder la mueca burlona: —Dime una cosa, víbora… ¿cuánto tardaste en tapar el cuello después de la sangre que te dejé en el tren? Por un instante, el brillo de los ojos de Crowley se volvió más afilado. Luego inclinó la cabeza con su burla habitual. —No tardé tanto tiempo como tú que te has pasado toda la vida huyendo de tu apellido, perro acomplejado. —Zorro —le escupió. Los murmullos crecieron alrededor; los relojes de arena parecían vibrar con cada palabra envenenada. Entre la multitud, Corvus no intervino. Solo observaba, como si ya supiera que esa riña estaba lejos de terminar. James no apartaba la vista de uno y otro, con la sonrisa pintada en el rostro. Parecía seguir el pleito como quien se engancha con su telenovela turca favorita. —Bueno… —dijo con voz alta y clara, para que todos escucharan—, ¿qué va a ser al final? ¿Ya se van a matar aquí o prefieren ahorrarnos tiempo y casarse de una vez? El silencio quebró el escenario. Crowley y Sirius giraron al mismo tiempo hacia él. Dos pares de ojos encendidos lo atravesaron como cuchillas. Por primera vez, James se encogió un poco de hombros, aunque la sonrisa no se borró. —¡Eh, eh! —James alzó las manos, fingiendo inocencia—. ¡La pelea es entre ustedes, no conmigo! Pero díganme algo, ya que estamos: ¿de dónde viene tanto veneno? Porque parecen odiarse desde antes de conocerse. Vamos, confiesen. ¡Yo estuve en primera fila en el tren y todavía no entiendo el drama! Sirius se giró hacia él con una mueca de fastidio. —No hay ningún drama que entender. Este es un maldito pesado que se mete en todo lo que no le importa. Muere por ser el centro de atención, pero no es más que un parásito. Crowley dejó escapar una carcajada baja, afilada. —Lo dice quien hizo berrinches en medio del andén, gritándole a su madre a pleno pulmón. Y me vienes a decir a mí que busco el centro de atención… James abrió los ojos, encantado con el giro. —O sea… ¿que sí se conocen desde hace mucho? —preguntó, con fingida seriedad. Sirius chasqueó la lengua con desdén. —Conocerlo es quedarse corto. Lo he tenido rondando desde críos, como una plaga. Y créeme, no mejora con la edad. Crowley ladeó la cabeza, la sonrisa venenosa en su punto justo. —Oh, vamos, Black… no finjas nostalgia. Sabes perfectamente que de niños te encantaba tenernos de tu lado. Sirius se inclinó apenas hacia adelante, la voz cargada de rabia contenida. —¿De lado? ¿Como aquella vez que me lanzaste una vara y en medio de mi mano se convirtió en serpiente? ¿La misma que me mordió el cuello? La sonrisa de Crowley se amplió, orgullosa, sin un gramo de culpa. —Mi primera transformación —dijo, volviéndose hacia Potter como si aquello fuera un trofeo digno de exhibirse—. ¿No es hermoso recordar los inicios? —Hermoso mis cojones… —escupió Sirius, con la mandíbula tensa—. ¿Y qué me dices del cumpleaños de mi hermano, eh? Cuando el maldito raro de tu gemelo me apuñaló con el cuchillo del pastel. James parpadeó, desconcertado, girando de golpe hacia el silencioso. Era como si recién entonces cayera en cuenta de que el otro gemelo no era un mero telón de fondo. Lo miró con mezcla de sorpresa y precaución. Corvus alzó la vista con calma gélida. No dijo nada. Solo sostuvo la mirada, los ojos entrecerrados, como si aquella acusación fuera un recuerdo que no necesitaba palabras. Entonces Sirius, con la voz alzada para que todos escucharan, rugió con rabia infantil y dolor adulto: —¡AÚN TENGO LA CICATRIZ! —No es mi culpa que lo provocaras. Tú sabes perfectamente cómo se pone cuando alguien insiste de más. —Crowley levantó las manos en un gesto exagerado de inocencia, como si él no tuviera nada que ver. Para Severus y Lily, los relojes de arena dejaron de existir en cuanto la discusión estalló. Era imposible no escucharla: las voces de Black y del gemelo Prince se alzaban como si intentaran romper las paredes del vestíbulo. —No me digas que esto es normal… —susurró Lily, mirándolo de reojo. —Normal no —murmuró Severus, con el ceño fruncido—. Es un maldito circo. La narración se alejó de Severus y Lily por un momento, girando hacia el corazón mismo del alboroto. —¡Por cierto, Black! —canturreó Crowley, con una sonrisa impecable, inclinando apenas la cabeza—. Slytherin. Ya escuchaste a tu madre~... ¿Vas a atreverte a contradecirla delante de todos? Sirius dio un paso al frente, encendido. —¡Estoy diciendo que no voy a ir a esa casa de mierda! ¡Primero muerto! ¡¡POCO ME IMPORTA QUE MAÑANA ME LLEGUE UNA VOCIFERADORA!! ¡Así que escúchame bien, zorro asqueroso…! Crowley rió bajo, sin perder la compostura, y se acomodó el broche de la túnica como si la ofensa no le rozara. —Ay, Black… —dijo con burla elegante, la voz clara para todo el vestíbulo—. Si eres lo más Slytherin que he conocido en mi vida. ¿A quién crees que engañas con tanto escándalo? —¡No hay nada magnífico en una casa elitista llena de escoria! —rugió Sirius, los puños cerrados—. ¡Un nido de fanáticos y asesinos! ¡Una sociedad hipócrita que apesta a podredumbre! Crowley dejó que el murmullo colectivo creciera antes de responder, despacio, con veneno medido. —Hipócrita… —susurró con una sonrisa torcida—. Tú lo llamas escoria, y sin embargo sería la misma casa que te lo daría todo. A ti, por encima de cualquiera. Ahí ha estado tu familia por generaciones enteras, desde siempre. Ahí están tus tres primas ahora mismo, llevando con orgullo el apellido que tú te empeñas en escupir. Sirius apretó los dientes, los ojos chispeando furia. —¡¿Y a ti qué tanto te importa?! Crowley sonrió aún más, como si la furia del otro fuera justo el aplauso que esperaba. —No me importa en lo más mínimo, Black. Pero me divierte que a ti sí. Sirius bufó, con esa risa amarga que era casi un gruñido. —Y por eso no te soporto. —¡Un momento ustedes dos! —James levantó la mano como si pudiera detener un duelo con ese gesto—. Ya entendí: tú odias Slytherin —señaló a Sirius. Volteó luego a Crowley. —¿Y deduzco que tú amas esa casa como si fuera tu primera novia? —Es la mejor y la única de las cuatro que vale la pena —dijo Crowley con una sonrisa autosuficiente. —Una casa que solo pare magos oscuros —insistió Black. —Eso… no te lo voy a negar —saltó James, entrecerrando los ojos con gesto burlón. —Y lo que tampoco es innegable… —Crowley alzó la voz, con sonrisa torcida—, es que este Black puede gritar lo que quiera, pero ya tiene reservado un ataúd pintado de verde con su apellido grabado. Bien brillante, con serpientes y todo. Se inclinó un poco, como si contara un secreto a la sala entera. —Seguro ya tienen el moño preparado para ti en el sótano. Solo falta que lo estrenes~ —¡¡QUE JAMÁS IRÉ A ESA MALDITA CASA, ENTIENDE!! —rugió Sirius, enrojecido—. ¡¡PRIMERO MUERTO!! Crowley sonrió con impiedad. —Y ahí es cuando estrenas tu ataúd verde. James se dobló de risa, dándose un golpe en el pecho. —Tienes sentido del humor, no lo niego. Pero ya con que seas una futura serpiente jurada… Hmmm… —hizo una mueca, negando con la cabeza—… lo siento, me va a dar alergia de escamas si te tengo cerca. Crowley se rió más fuerte, disfrutando de que incluso la broma final sonara a triunfo suyo. —Yo sí tengo muy en claro cuál es la casa que me llevará a la grandeza~ Potter, entre divertido y curioso, desvió la mirada hacia el otro gemelo, el que se mantenía en las sombras, observando la escena con aburrimiento contenido. —¿Y este? —dijo James, señalando a Corvus, que permanecía impasible—. ¿Otro más al nido? Crowley parpadeó, con un deje de fastidio. —…Yo creo que él merecería estar en una quinta casa. Una exclusiva para lo jodidamente raro que es. James parpadeó. —¿Cómo? Miró a Sirius, buscando complicidad. Sirius no lo contradijo. Al contrario: asintió con un gesto seco. —Este vino defectuoso de nacimiento. Dudo que encaje en ninguna. James arqueó las cejas, divertido. —Perfecto. Hogwarts y sus criaturas mitológicas. La narración volvió a Severus y Lily. El murmullo en el vestíbulo era imposible de ignorar: risas, exclamaciones, cuchicheos… todos comentaban el duelo verbal que acababa de incendiar el aire. Los relojes de arena parecían palpitar con cada palabra dicha, como si absorbieran la electricidad de las rivalidades recién nacidas. —V-vaya… realmente hay muchas tensiones entre casas… —susurró Lily, todavía impresionada—. Cuando decías “rivales”, nunca pensé que se refería a… esto —señaló con la barbilla hacia Crowley y Black, incrédula—. Y todavía ni siquiera nos asignan. Severus, con el ceño fruncido, no respondió de inmediato. Luego habló, seco: —Deberías venir a Slytherin. Ella parpadeó, sorprendida por lo directo del comentario. Una sonrisa divertida le asomó. —¿Otra vez con eso? Ya te dije que, por lo que leí en el libro de tu madre, no me convence mucho… —Pero… aun así, Lily —su voz sonó firme, casi como una súplica escondida—. Slytherin es la mejor casa de todas. Ahí podríamos estar juntos. Lily rió suavemente, no burlona, sino con esa calidez que usaba para desarmarlo. —¿Y por qué no otra? ¿Por qué no elegimos una que nos guste de verdad a los dos? —Porque Slytherin es la única que vale la pena —insistió él, la voz más dura de lo que pretendía—. Ahí fue mi madre. Y sé que yo encajaré bien ahí. —Eso eres tú —respondió Lily, ladeando la cabeza con una mezcla de ternura y terquedad—. Yo puedo encajar en otro lugar Y no pasa nada, Sev. ¡Siempre nos vamos a seguir viendo, no importa dónde quedemos! Él apretó la mandíbula. —No es lo mismo… podríamos tener problemas si vamos a casas separadas… Ella soltó una risita suave, bajando la voz con complicidad, como si disfrutara provocarlo un poco. —¿Y por qué?~ Snape vaciló. Esa pregunta. Ese maldito “¿Y por qué?”. Era complicado decirlo. En realidad, repetía las cosas como un mantra de lo que ya presumía saber él mismo. Pero escuchar esa palabra, “¿Y por qué?”, Snape sintió algo viejo y familiar retorcerse en su interior. Esa forma que tenía Lily de preguntar siempre… desde que la conociera, desde aquel día en el parque, donde siempre quería saber más. Y nunca aceptaba un “porque sí” como respuesta. Él siempre intentaba explicarle lo mejor que podía, pero ella preguntaba más cosas de las que él era capaz de responder. Y cuando no lo hacía, lo miraba como si aún esperara algo más. Era encantadora, pero también agotadora. Lily no se conformaba con el misterio de la magia; quería saber cómo funcionaba. No solo seguramente conocer sobre un reloj encantado, sino también cómo estaban hechos, si había mecanismos ocultos… Y a veces, Severus se sentía como un libro que ella hojeaba rápido, buscando algo que él aún no sabía cómo ofrecerle. Y cuando él pensaba que finalmente había dado una respuesta satisfactoria, ella cuestionaba aún más intrigada sobre esas respuestas dadas. Y era un no parar. Recordó los días en el parque, cerca de sus casas, cuando apenas eran niños. Ella le hacía preguntas de todo: por qué las nubes cambiaban de forma, por qué los gatos siempre caían de pie, si los árboles tenían memoria... Al principio, él respondía con lo que sabía o creía saber, dándole respuestas que sonaban “maduras” para su corta edad, algo que la impresionaba. Pero con el tiempo, las preguntas se volvieron más… complicadas. Cómo funcionaban los encantamientos… por qué las varitas elegían a ciertas personas… si era posible deshacer una maldición con solo desearlo… Y él ya no tenía respuestas. No para todo eso. Era imposible. Muchas cosas, en el fondo, no tenía ni idea. Así que… a veces, las inventaba. Algo que le sonara coherente… Y mientras lo decía, sabía que no era una respuesta. No era lo que ella buscaba. Era lo único que tenía. Pero eso le generaba a Lily más dudas que respuestas. “¿Y por qué?” Por eso, algunas veces solo callaba. Pero Lily lo miraba fijamente, como si esperara más… Como si él tuviera que saberlo todo. Como si él lo supiera todo. Y eso… Era… … Era complicado. Como si un “no sé” no fuera suficiente. Esa forma suya de preguntar, de querer entenderlo todo… aunque era fascinante, también lo frustraba. Porque era de los que aceptaban que las cosas eran. Ella no. Para Lily, todo tenía un por qué. Y ese “¿Y por qué?” se le clavaba como un alfiler en el pecho. Y le dolía no saberlo todo para ella. A veces, tras inventar algo que le sonara medio coherente y que finalmente la satisfacía un poco… No lograba evitar sentirse un fraude. … Con miedo, esperaba que ella no se diera cuenta. Y… peor aún… ¿Qué pasaría el día que ella se diera cuenta que sus respuestas no eran del todo buenas o correctas…? —Te digo, podrías ir a donde sea, sí… pero… ¡Slytherin es el mejor de todos! ¡Por eso! —exclamó, buscando convencerla por última vez. Un rugido interrumpió desde abajo: —¡OH, POR FAVOR! —vociferó Black, irritado, señalando hacia ellos—. ¡¿De verdad más serpientes?! —Cuidado, que ya muerden~ —añadió Crowley, meloso y cruel, saboreando cada palabra. Sirius lo fulminó primero a él y enseguida a Severus, con desdén acumulado. —¡Lo juro, en cuanto pueda, fumigaré esas catacumbas con todos ustedes dentro! Potter se dobló de risa, carcajeándose con gusto. Entonces, como si de pronto atara cabos, clavó la vista en Snape y Lily. —¡Pero si son la pareja aguafiestas del tren! Snape bufó con desprecio al recordarlo. —El imbécil de cuatro ojos… —El grosero que te golpeó con la maleta —añadió Lily, frunciendo el ceño. James sonrió, despeinándose aún más el cabello como si se coronara a sí mismo. —¡Yo les invité al compartimiento! Si dijeron que no, no es mi culpa. Y tampoco es mi culpa que mi maleta volara a tus costillas… si hubieras sido más rápido en reclamar sitio, habría chocado contra otro. Se inclinó hacia adelante con brillo descarado en los ojos: —La culpa fue tuya por lento. O mía, por ser demasiado genial. Tú dime. Pero algo había en Severus. Quizá el cansancio del viaje, quizá su orgullo malherido. Dio un paso al frente y comenzó a bajar los escalones hasta el descansillo. Lily lo notó y se alarmó. —Sev, no… —dijo, conociéndolo bien. Snape bajó con paso firme. Desde esa altura, parecía más alto que Potter. —¿Tú crees que por tener el pelo despeinado puedes hacer lo que quieras? —lanzó Severus, frío—. ¿O simplemente te crees tan especial que piensas que todos deben moverse para que pases? —¿Y tú crees que porque frunces el ceño y hablas como si fueras viejo te da autoridad? —replicó James, riendo. Snape no se rió. Subió lentamente la varita. Aquello tensó el ambiente. Incluso Black, burlón por naturaleza, se quedó muy quieto. Crowley, a su lado, levantó una ceja. Corvus los observaba en silencio, detenidamente. Snape no temblaba. —Vaya, vaya… Para ser alguien tan pequeño, tienes el ego muy grande, ¿no? —Haz un chiste más sobre mi estatura, y te soldaré las rodillas para que estés aún más bajo que yo… James lo miró con seriedad… y sonrió de lado, provocador. —Por favor… si estás tan enano que seguro tienes que saltar para verte al espejo. Dicho esto, James Potter subió un par de escalones, y ahí se notó aún más la diferencia de altura. Severus era un muchacho malnutrido, pequeño para su edad. Tenía oficialmente 11 años, pero físicamente lucía como alguien de 9. Por otra parte, Potter parecía haber sido alimentado con vitaminas. Severus se tensó, apretando la varita con fuerza. Lily se le acercó con preocupación real. —¡Severus, no…! —susurró, alarmada. Fue entonces cuando la voz cortante de una profesora cruzó el aire como una cuchilla. —¡BASTA! —tronó la profesora, con la capa ondeando tras ella—. ¡Ni se les ocurra levantar varitas antes de la Ceremonia, o los regreso en el tren sin haber pasado por el Sombrero! El silencio cayó como un golpe. McGonagall avanzó hasta quedar entre Severus y James, mirándolos con ojos de acero. —Aquí hay reglas. Y yo tengo memoria excelente para recordar caras y nombres. ¿Quedó claro? Nadie se atrevió a responder. —Bien —enderezó la espalda, solemne—. Ahora, todos al frente. La Selección está por comenzar. _________________________________________________ NOTA DEL AUTOR Esta historia cuenta con traducción bilingüe [ Español / Inglés ]. Puedes encontrar versiones ilustradas, videos y contenido extra de este mismo fanfiction en mis redes sociales: MuninnMasbath [ Wattpad | Fanfiction.net | AO3 | TikTok | Instagram | Reddit | DeviantArt ]
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