⚠️AVISO⚠️ (Dos partes +18, tiene temas de canibalismo, masoquismo y un poco de toxicidad.)
Contexto: Este relato tiene una mezcla de los Creppypastas con Akatsuki + Hidan siendo como Alice en "Alice: Madness Returns", el tema del relato es uno de los miles de conflictos en la mansión, no es el capítulo uno ni de lejos, es alguno intermedio. (Bastante importante XD)
También convertí este OneShot a formato PDF por si alguien quiere leerlo desde allí:
https://drive.google.com/file/d/1XxawjifEIH9QR8Jk35VB7ABX_OnoUkLC/view
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Se podía ver el sol poniéndose en el horizonte; eran aproximadamente las 19:45 de la tarde. Una gran mansión lúgubre se alzaba, parcialmente iluminada por el atardecer. En su interior, varias personas, consideradas "monstruos" por la sociedad y la mayoría de la población mundial, convivían. En una habitación en particular, el albino descansaba plácidamente "dormido" en su cama compartida con su pareja. En contraste, el castaño lo observaba con frustración antes de suspirar y, en silencio, encaminarse hacia la salida, cerrando la puerta tras de sí. Al salir del cuarto, se encontró con el mejor amigo de su novio, quien lo miraba fijamente con el ceño fruncido. —Kakuzu, ¿y esa mala cara? No me digas que otra vez estás celoso del gato ese —comentó el rubio con burla. El castaño desvió la mirada, emitiendo un leve quejido molesto sin disimular su evidente incomodidad. —¿Soy yo o hasta tu máscara transmite enojo? —preguntó el ojiazul, alzando una ceja con incredulidad. El mayor simplemente lo ignoró, pasando de largo hacia la cocina en busca de algo para beber, dejando al rubio con la palabra en la boca. Deidara suspiró largamente. Sabía que intentar calmar al mayor era inútil, especialmente cuando se trataba del albino. Mientras tanto, en el exterior de la cocina, un pelirrojo enmascarado observaba cómo su amigo castaño se adentraba con el mismo humor de perros de siempre, lo que le hizo comprender que el albino se encontraba, una vez más, en el País de las Maravillas, cerca de cierto gato que el sin ojos detestaba. —Dios… la que se va a liar… —murmuró para sí mismo antes de levantar ligeramente su máscara hasta la altura de los labios para comenzar a fumar. Por su parte, Kakuzu encendió la máquina de café para prepararse un espresso, esta vez más amargo de lo habitual. Un poco más lejos de la cocina, los más jóvenes de la mansión jugaban con la mascota que habían recogido de la calle unos días atrás, durante su salida de fin de semana. Se trataba de un híbrido de lobo y zorro de pelaje blanco. Los niños le lanzaban uno de los múltiples huesos que habían conseguido de las incontables víctimas de cualquiera en aquel lugar. Tras haber sido ignorado por el mayor, Deidara se acercó a vigilar a los niños en el gran salón. Una pequeña castaña alzó la mirada al notar su presencia, llamando la atención de los demás menores. —Oh, hola, Deidara-san. ¿Por qué tienes esa cara de preocupación? —preguntó con curiosidad. El ojiazul frunció ligeramente el ceño antes de responder: —El mismo tema de siempre con ya sabes quién… —murmuró, moviendo los ojos en dirección a la cocina. Los niños intercambiaron miradas incrédulas. Conocían bien al albino y sabían que era absurdo que Kakuzu siguiera insistiendo con ese asunto. El animal, al notar que los niños habían dejado de prestarle atención, ladeó la cabeza y luego se acurrucó en el suelo en posición de bolita. —Entonces… ¿Kakuzu-san está en la cocina? —preguntó un niño rubio con marquitas en las mejillas. —Sí. Ya sabéis, es mejor dejarlo solo en estos momentos. Seguid jugando con vuestra mascota —dijo el rubio mayor con una pequeña sonrisa, tratando de calmar el ambiente. Los menores asintieron y continuaron con su juego, mientras Deidara se quedaba vigilándolos de cerca. Tick-tack, tick-tack… El reloj comenzó a sonar, marcando la entrada al País de las Maravillas. Hidan se encontraba en el territorio del Sombrerero, vistiendo su típico atuendo oscuro y tomando una taza de té mientras esperaba a su amigo felino, conocido como el Gato de Cheshire, o como él mismo lo había llamado desde los seis años: チーズ (Chīzu, "Queso" en japonés). Al principio, el azabache no soportaba ese apodo, pero con el tiempo se acostumbró. Después de tantos años escuchándolo de los labios del albino, terminó por encariñarse con él, haciéndolo sentir especial cada vez que el ojivioleta lo llamaba de esa forma. チーズ había estado enamorado de Hidan durante años, pero su corazón se rompió en mil pedazos cuando se dio cuenta de que el castaño había logrado enamorarlo en tan solo cuatro meses. Algo que él, en dieciséis años de cercanía inquebrantable, nunca pudo conseguir. Él había sido la única "persona" o ser que lo apoyó en sus peores momentos. Era quien más lo conocía, hasta que apareció el sin ojos y destruyó todo lo que había construido con el albino. En el fondo, sabía que Hidan ya había elegido a la persona más importante en su vida, pero se negaba a aceptarlo. Le dolía profundamente verlo besado y tocado por el castaño, y lo que más odiaba era que se complementaban a la perfección. Aborrecía con toda su alma que Hidan fuera masoquista e inmortal, y que Kakuzu, casualmente, fuera un caníbal que disfrutaba de la carne del menor siempre que se le antojaba. Tratando de alejar esos pensamientos que lo carcomían, チーズ fijó su mirada en el albino, quien bebía su té tranquilamente. Sus ojos se deslizaron hasta sus labios ligeramente húmedos, y sin darse cuenta, una sonrisa lasciva apareció en su rostro. Imaginó lo exquisitos y dulces que serían esos labios y se relamió con deseo. Se sentó a su lado y, con descaro, rompió su espacio personal. —¿Me estabas esperando, niño~? —preguntó con picardía. —Sí, llevo esperándote un buen rato. ¿Dónde estabas? —le reprochó el menor con un ligero puchero en los labios. —Oh, vamos, tampoco he tardado tanto~ —respondió el azabache, revolviéndole el cabello con cariño. El albino rodó los ojos. —Fuiste tú quien dijo que quería verme. Lo mínimo que podrías hacer es llegar a tiempo a tu propia cita— —Je, je… Sí, lo sé, perdón, niño. Tuve algunos inconvenientes. Pero ya sabes que nunca te haría esperar~ —murmuró, guiñándole un ojo y pasando su pulgar por los labios del menor, limpiándolos con suavidad. Fuera del País de las Maravillas, el castaño tomaba su séptimo expreso ultra amargo, acariciándose el puente de la nariz mientras intentaba calmarse. Se mentalizaba de que nada pasaría entre ese Gato y su novio, pero su mente no dejaba de torturarlo con miles de imágenes del azabache aprovechándose del menor. Mientras seguía perdido en sus pensamientos, la puerta de la cocina se abrió, dando paso a un pequeño castaño. —Kakuzu-san, sabes que Hidan te quiere mucho, ¿no? —preguntó el menor, intentando llamar la atención del sin ojos. —Sí… lo sé… —susurró, tratando de sonar lo más calmado posible para no asustar al de ojos bicolor. —Entonces no deberías tener esos pensamientos tan malos. Sabes que a Hidan no le gustaría que sus dos personas importantes se pelearan —intentó razonar el niño, mirándolo con un rostro entre preocupado y seguro. El moreno solo se quedó en silencio antes de soltar un gran suspiro. Ante su reacción, el menor hizo una pequeña reverencia y se fue, dejando al castaño solo con sus pensamientos. En el País de las Maravillas, el felino comenzó a explicar el motivo de su cita con el albino. —Tenemos que hablar sobre tus “cosas”. Sabes que has retrasado demasiado mi control para deshacerte de los pensamientos de tu padre, ¿verdad? —mencionó con seriedad, incomodando al menor, que desvió la mirada. —Y-yo intento superarlo por mis propios métodos… —tartamudeó con nerviosismo, sintiéndose regañado. Sin poder evitarlo, recordó a su hermana fallecida y bajó la cabeza. El felino, al notar la melancolía del menor, tuvo un fugaz pensamiento retorcido sobre aprovecharse de la situación, pero rápidamente lo desechó. En su lugar, acarició la cabeza del ojivioleta en un intento de animarlo. —Tranquilo, mocoso. Está bien, sabes que solo me preocupo por tu bienestar. Juro que lo haré solo si me lo pides —susurró, levantando el rostro del menor hasta hacer contacto visual. Los ojos de Hidan estaban cristalizados. —Hazlo… quiero olvidar… por favor… —suplicó con la voz rota. El azabache solo asintió y comenzó el control mental. Sus ojos se tornaron espirales rojos, hipnotizando al menor. Bastaron unos segundos para que el albino quedara completamente a su merced, con los ojos vacíos y entrecerrados. El felino volvió a fijarse en sus labios y, aunque sabía que no estaba bien, también sabía que esa era su única oportunidad de probarlos. Sin pensarlo dos veces, se acercó y lo besó. Cerró los ojos, disfrutando del momento. De alguna manera, llegó a acorralar al menor contra la pared, adentrándose en su boca con descaro. Sabía que Hidan nunca recordaría esto. Unos segundos después, el azabache se separó, dejando un hilo de saliva conectándolos. —Mierda, eres tan delicioso… cuánta suerte tiene ese maldito caníbal… —susurró en su oído, lamiendo ligeramente su oreja antes de liberarlo del trance. Los ojos del albino recuperaron su brillo de siempre, y una linda sonrisa apareció en su rostro, como si nada hubiera sucedido. —¡チーズ! ¿Qué tal estás? —preguntó alegremente, tomándole la mano y agitándola. —Estoy bien, mocoso. ¿Y tú? ¿Tienes algo en mente~? —cuestionó el felino con su típica sonrisa escalofriante, aunque a ojos del menor parecía tranquila. —Me encuentro de maravilla, aunque no recuerdo qué estaba haciendo… pero seguro que era algo genial —rió, sacando la lengua. El felino sintió un ligero calor en sus mejillas, pero se obligó a mantener la compostura. —Bien, pues ya va siendo hora de que regreses a tu “realidad”. No es bueno que pases mucho tiempo aquí. Ha sido un placer pasar esta tarde de té contigo, mocoso~ —advirtió, dándole un guiño y una ligera palmadita en la espalda. Hidan asintió, se despidió y, en un par de segundos, despertó en la realidad, en su cuarto de la gran mansión. Se desperezó y miró a su alrededor, preguntándose dónde estarían los demás. Mientras tanto, en otro rincón de la mansión, el castaño estaba encerrado en su “cueva”, devorando unos riñones de forma agresiva. La sangre manchaba su boca, su ropa, el suelo… Sus dientes afilados trituraban la carne con facilidad. Estaba tan concentrado en su festín que no escuchó cuando la puerta se abrió lentamente. —¿Kakuzu? —susurró el ojivioleta al ver a su pareja engullendo y gruñendo como un animal. El moreno giró la cabeza, notando un rayo de luz en la oscuridad. Solo alcanzaba a ver una silueta, y, al no reconocerla, gruñó con molestia. —Odio que me molesten cuando como, y todos lo saben… —habló con voz baja, aterradora para cualquiera… menos para su pareja. Se levantó, acercándose con furia. Sin reconocer de quién se trataba, lo tomó del cuello y lo estampó contra la pared. Un leve quejido escapó de los labios del albino, un sonido entre dolor y placer. El golpe cerró la puerta, sumiéndolos en la oscuridad nuevamente. Kakuzu gruñó, acercando su rostro al del otro. —¿Qué quieres…?— El ojivioleta no respondió. En su lugar, le levantó la máscara, permitiendo que la poca luz iluminara su rostro. Al reconocerlo, el mayor lo soltó de inmediato. —Oh, lo siento, no sabía que— —Jeje, no pasa nada y lo sabes. Me gusta que me trates así —respondió con una sonrisa despreocupada —¿Qué tal has estado mientras no estaba?— El mayor dejó escapar una pequeña sonrisa, sintiéndose más tranquilo al verlo de vuelta. —Digamos que estoy muchísimo mejor ahora que te veo —murmuró, acariciándole la cabeza. El albino rió con felicidad. Mientras la pareja hablaba en la oscuridad, un azabache los vigilaba a lo lejos. Apretó los puños con rabia. No podía hacer nada en la realidad, pero… —Entonces… ¿qué tanto hiciste en el País de las Maravillas? —interrogó Kakuzu, frunciendo ligeramente el ceño mientras salía de la habitación junto con el menor. —Fui a tomar el té con el Sombrerero y チーズ. Me lo pasé genial, y el té estaba riquísimo. Alguna vez deberías venir a conocerlos, ¡sería increíble! —exclamó Hidan con emoción, tomándolo de la mano para guiarlo a su habitación. Desde el pasillo, un rubio los observaba. Al ver que el castaño estaba más calmado, suspiró con alivio. <<Menos mal que su habitación está insonorizada, porque si no…>> pensó, sintiendo un escalofrío al imaginar lo que harían. Al llegar a la habitación, el albino se sentó en la cama y le dio unas palmaditas al colchón. —Venga, Kakuzu-chan, vamos a pasar un rato juntos —dijo, logrando sonrojar levemente al mayor. —Sí, claro —afirmó, sentándose a su lado y quitándose la sudadera manchada de sangre. Hidan, al verlo, se quitó la máscara, queriendo quedar "a la par". Se acercó con curiosidad. —¿Y qué hiciste mientras yo no estaba?— Kakuzu lo miró fijamente durante unos segundos, admirando sus hermosos ojos antes de responder con voz baja: —Nada interesante. Hace unas horas hice un pequeño trabajo, luego volví a la mansión. Como estabas dormido, simplemente te dejé descansar— Hidan asintió y le tomó las manos, atrayéndolo a un abrazo cariñoso. —¡Genial! Entonces… ¿quieres jugar o estás cansado para eso?— El castaño sonrió con picardía. —Yo nunca estoy cansado para jugar~ —susurró en su oído, bajando las manos hasta su trasero, apretándolo suavemente. Sin dudas, estaban a punto de divertirse. El mayor se levanta antes de continuar con su juego, asegurándose de cerrar la puerta para evitar que los interrumpan como la última vez. El albino espera pacientemente a que el ciego se coloque sobre él, dejándolo completamente inmovilizado en la cama. Con una sonrisa de satisfacción, comienza a deslizar sus manos hacia la camiseta del menor, revelando su pecho pálido y sin marcas, testimonio de su inmortalidad. Observa con deleite cómo los botones rosados del ojivioleta se endurecen sin que haya hecho nada aún, y empieza a masajearlos suavemente con sus pulgares, provocando que el menor suelte pequeños suspiros de placer. La habitación estaba bañada por una luz suave del atardecer. El albino mordisqueaba sus labios, sintiendo los delicados toques de su novio que provocaban que su cuerpo se estremeciera de placer. El castaño se acercó al rostro del menor, lamiendo las cicatrices de la maldición, mientras sus manos descendían lentamente para desabrochar los pantalones, revelando los calzoncillos ligeramente húmedos del ojivioleta. Una mano se posó suavemente en la cadera, mientras la otra presionaba la erección del menor. —Ngh~ K-Kakuzu~ —se escaparon pequeños gemidos de los labios del albino, que aferraba las sábanas con fuerza. Ambos habían estado deseando el contacto físico durante días, pero siempre encontraban la manera de tomarse su tiempo, sin sentir la necesidad de apresurarse. —No es justo, tú todavía no te has quitado nada —protestó el albino, con el rostro ligeramente sonrojado al ver que el mayor aún llevaba toda su ropa. Ante esa queja, el sin ojos sonrió y, sin pensarlo dos veces, se quitó la camiseta de tirantes, dejando al descubierto su pecho. —¿Estás satisfecho? —preguntó con una sonrisa traviesa, haciendo que el rostro del menor se sonrojara aún más mientras asentía tímidamente. Para que el menor no se quejara más, el castaño se quita los pantalones, dejando a ambos a la par. Así, continuando con el acto, el menor comenzó a moverse, quedando encima del mayor, besándolo y rodeando sus brazos en su cuello, mientras él, sin ojos, baja sus manos al trasero del albino, apretujándolo a su antojo. Por el contacto, ambos dan unos pequeños jadeos ahogados entre medio del beso, entrelazando sus lenguas. Unos segundos después, se alejan, dejando un leve hilo de saliva uniéndolos, siendo cortado por la lengua del moreno. Las manos del mayor bajaron los calzoncillos, dejando completamente desnudo al albino mientras empezaba a morderle el cuello con la máxima delicadeza para no marcar con sus afilados dientes en la piel blanquecina, haciendo que al ojivioleta se le escaparan más jadeos prácticamente pegados al oído del moreno. Las manos del albino se agarran firmemente a los hombros del mayor mientras el otro seguía mordiendo la piel sensible del albino, causando que tiemble de placer y mueva sus caderas, dando una pequeña fricción con la erección del sin ojos, haciendo que se le escape un pequeño gruñido de placer. Al oír el gruñido del moreno, el menor se sonroja ligeramente, sintiendo la erección crecer aún más sobre los calzoncillos del mayor, manchándose un poco con el líquido preseminal. —Creo que tu “cosa” necesita ser liberada —susurró el ojivioleta, alejando su rostro para mirar al sin ojos. —¿Estás impaciente, verdad? —cuestionó con una ligera sonrisa, apretando el trasero del menor, acercándolo y dando una pequeña embestida, haciendo que se le escape un pequeño jadeo. —Si tanto lo quieres, ¿por qué no empiezas tú con la verdadera diversión? —sugirió nalgueando al menor. Él solo asiente, llevando sus manos hacia los calzoncillos de su novio, sacándoselo lentamente y dejando liberado el gran miembro del sin ojos. La mano del castaño agarra la cabeza del menor, acercándolo a su erección e indicándole lo que quería que hiciera. El albino agarró la erección y empezó dando unas pequeñas lamidas a la punta, haciendo que él, sin ojos, gruñera levemente, disfrutando de la atención y acariciando los cabellos del ojivioleta, dejándolo trabajar en su miembro. —Mierda, nunca me cansaré de tus maravillosos labios… —susurró el moreno mientras su novio lamía lentamente desde la base hasta la punta, sin dejar nada sin explorar. El castaño solo respondía con gruñidos y jadeos de placer, agarrando de la cabeza al ojivioleta y acercándolo aún más, queriendo que él usara toda su boca. Haciendo caso al mayor, el ojivioleta adentra el miembro completamente en su boca, comenzando a succionar con un poco de dificultad por causa del gran tamaño del falo de su novio. Empezó a mover su cabeza lentamente, mientras con sus manos acariciaba lo demás que no podía entrar en su boca. —Oh joder, sí, eres un gran chupa pollas… —gruñó el mayor, sintiendo todo el placer que le daba su albino, agarrándole fuertemente de su cabello, haciendo que mueva más rápidamente su cabeza mientras movía las caderas ligeramente, tratando de follar la boca del menor. Hidan notaba cómo las embestidas en su boca se hacían más fuertes, ahogándolo un poco, pero de repente él, sin ojos, paró de moverse, sacando su miembro de la boca del albino. —Q-qu —no terminó de hablar, siendo interrumpido por un gruñido del mayor. —Gírate. —ordenó al ojivioleta, y él solo asintió, girándose y dándole la espalda. —Buen chico… —susurró el mayor cerca de su oído, dando unos pequeños besos al cuello blanquecino y bajando sus manos al miembro del albino, dando unas leves caricias, siendo respondidas por los jadeos del ojivioleta. Un leve empujón deja al albino estirado de espaldas, dejándolo expuesto ante el mayor, que se dispuso a abrirle las nalgas, dejando a la vista la entrada. Viéndolo, el mayor se mordió los labios y, antes de cualquier cosa, agarró un bote de lubricante, echándolo por sus dedos, metiendo dos de golpe, aprovechándose del masoquismo de su novio. —¡Ah~! —se oyó el gemido de sorpresa del menor al sentir cómo los largos dedos de su novio abrieron rápidamente su estrecha entrada. Viendo cómo el menor se retorcía del placer, eso le indicó al sin ojos que ya estaba listo para algo más grande. Sacó los dedos y, sin poder esperar unos segundos más, con una gran embestida, se adentró en el ano del ojivioleta. Y de ahí empezaron las fuertes embestidas del mayor, haciendo que la cama se mueva al mismo ritmo. Los gemidos del menor se oían en toda la habitación; si alguien pudiera oír esos mismos sonidos, pensarían que lo estaban matando, pero ambos amantes sabían que era todo lo contrario. —¡Ah~! ¡Oh, vamos, tú puedes hacerlo aún más fuerte~! —gritó el menor entre gemidos altos, tratando de provocar al mayor para que no se contenga y use toda su fuerza en él. —Puto masoquista de mierda… —gruñó, mordiendo su cuello agresivamente, dejando una gran marca en él, haciendo que el ojivioleta dé otro grito de placer. —¡Ngh, s-sí, Kakuzu, no te contengas, por favor~! —suplicó entre más gemidos altos, apretando las sábanas, sintiendo cómo las embestidas del mayor aumentan en intensidad y fuerza, sin dejarle ningún descanso, como pidió anteriormente. Cumpliendo con los deseos masoquistas del menor, él, sin ojos, baja su cabeza, mordiendo su espalda blanquecina, dejándola llena de marcas, mientras seguía embistiendo sin piedad, haciendo que sus gónadas chocaran en el trasero del albino. Ambos siempre terminaban manchados de sangre por la gran tolerancia al dolor del menor y el canibalismo del mayor. El ojivioleta solo movía sus caderas para sentir aún más la enorme polla de su novio golpeando su próstata sin parar. Sus ojos ya no podían ver en condiciones, pero no pararía hasta que los dos llegaran a su orgasmo. Mientras el otro seguía follándole por atrás, el mismo movió sus manos a su miembro para acariciarse, multiplicando su propio placer. Ambos cuerpos chocaban sin parar, las paredes anales del menor se contraían alrededor de la polla del mayor, marcando que el orgasmo del ojivioleta se acercaba. Unas cuantas embestidas más hicieron que ambos llegaran al orgasmo, el menor corriéndose, manchando las sábanas y el otro llenando su interior con su semilla, dejándolos satisfechos y cansados. El moreno sale de su interior, dejando salir un poco de su semilla entre las piernas del menor. Con un gran suspiro, se estira al lado, mirando el estado en que dejó a su novio, limpiando unas pequeñas lágrimas de placer. —Kuzu-chan, te amo —murmuró el ojivioleta, aún adormecido por la adrenalina anterior, mientras lo abrazaba. —Yo también te amo —respondió el mayor con una pequeña sonrisa, acariciándole el cabello. —La cama se ha ensuciado un poquito, jeje —rió levemente, jugando con un mechón del cabello castaño del mayor. —Siempre se ensucia, y aún más por tus exigencias. Luego me dicen que soy demasiado agresivo contigo, cuando eres tú el que me pide lo contrario —replicó, recordando los comentarios que solía recibir. —Jeje, sí… Ojalá me lo hicieras con toda tu fuerza. Ya sabes que soy inmortal, no me importa si sangro, a mí me gusta —dijo el albino en un intento de animarlo, dejando pequeños besos en su nariz. —Lo sé… pero a veces me preocupa hacerte daño —gruñó el castaño, un poco inseguro. Aunque siempre tenían una palabra de seguridad por si el moreno se excedía, el sin ojos seguía temiendo lastimar al ojivioleta sin darse cuenta. —Tranquilo, te juro que si algo no me gusta, te lo diré… —susurró el menor, escondiendo su rostro en el cuello del castaño para disipar sus miedos. —Sí… Te creo. Buenas noches, descansa, mi idiota masoquista —sonrió el mayor, acariciando la espalda del albino antes de taparlos con la manta. En cuestión de segundos, ambos se quedaron dormidos, abrazados tras su noche de pasión. A la mañana siguiente, en la cocina de la mansión, los niños desayunaban mientras observaban con curiosidad la ausencia de la pareja sadomasoquista. —Mmm… Sasori-san, ¿sabe dónde están Hidan-kun y Kakuzu-san? —preguntó el pequeño rubio, dejando a un lado su vaso de leche. —Bueno… algo me dice que siguen en su quinto sueño —contestó el pelirrojo con sarcasmo, llevándose un cigarrillo a la boca antes de alejarse, dejando a los menores con su incógnita. Como de costumbre, el sin ojos fue el primero en despertar. Abrió sus "no ojos" y observó a su novio aún dormido, abrazándolo. Su mirada se perdió en la expresión tranquila del menor y, sin darse cuenta, su mano se movió para acariciar su cabello plateado. El contacto hizo que el albino sonriera ligeramente al despertar. —Buenos días, mocoso —susurró el castaño, viendo cómo el menor terminaba de desperezarse. —Dormí muy bien… aunque un poco pegajoso, jeje —rió el albino antes de destaparse de un salto. Kakuzu negó con la cabeza y se levantó también. —Bien, vamos a la ducha —afirmó, cargándolo en dirección al baño. El albino no se quejó y simplemente se dejó llevar. —Entonces… ¿quieres que te limpie la espalda, Kuzu-chaan? —preguntó con tono infantil cuando el mayor lo dejó en el suelo. —Por supuesto… siempre y cuando tú también me dejes limpiarte a ti —respondió con un toque juguetón, guiñándole un ojo. Mientras los dos tortolos disfrutaban de su ducha, en otro lugar un felino tramaba su próxima "travesura". Sabía perfectamente cómo hacer que el moreno perdiera los estribos… al igual que el castaño sabía cómo sacarlo de quicio a él. Esta vez, su idea no parecía demasiado fuerte, solo una simple nota con cierta información que, según él, no causaría gran problema. Lo que no imaginaba era que aquella nota terminaría causando un daño irreparable a todos los involucrados. Unos minutos después, ambos salieron de la ducha ya vestidos. El albino sacó las sábanas para ponerlas en la lavadora, mientras que el otro salió de la habitación para tomar un poco de café amargo, como a él le gustaba. Al entrar en la cocina, se encontró con el mejor amigo de su novio, quien comía una ensalada. —Oh, por fin estáis despiertos. Supongo que ayer fue una noche larga para ambos, ¿no? —cuestionó el rubio, observando cómo el más alto encendía la cafetera. —Bueno, no tan larga como otras veces, pero sí… Y si te preguntas dónde está Hidan, sigue en la habitación, esta vez cambiando las sábanas. Ya te imaginarás cómo quedaron después de eso —explicó, tomando un sorbo de su café, bajo la mirada incrédula del ojiazul. Deidara solo suspiró con alivio al ver al castaño más calmado que el día anterior. Ignoró el resto de la conversación y se concentró en terminar su comida. —Por cierto, ¿qué hora es exactamente? —preguntó el moreno, interrumpiendo el desayuno del menor. —Mmm… ya son las dos de la tarde, ya sabes, la hora de comer para nosotros —respondió rápidamente antes de seguir comiendo. El sin ojos asintió, tiró el vaso de plástico a la basura y salió de la cocina, dejando al fin al rubio solo con su ensalada. Al salir, se encontró con la mascota de los mocosos mordisqueando uno de los huesos de alguna desafortunada víctima, es decir, de alguien que ya no importaba. Una pequeña castaña se acercó y tomó al animal en sus brazos antes de saludar al mayor con una gran sonrisa. —¡Buenas tardes, Kakuzu-san! —exclamó alegremente, moviendo una de las patas del animal como si también saludara. El castaño le devolvió el saludo con una leve caricia en la cabeza y le indicó que volviera con los demás niños. —¡Hasta luego! —se despidió la niña, soltando al animal y corriendo en dirección al salón de juegos, dejando al mayor solo. Antes de que pudiera dirigirse a otro lugar, alguien interrumpió su soledad. Un hombre pelirrojo, también enmascarado, se acercó a él. Era uno de los miembros del trío de enmascarados de la mansión. —Kakuzu, parece que el jefe quiere verte… O el "papá" de todos, si prefieres —anunció con tono bromista. Era normal que todos llamaran al jefe "papá", ya que siempre trataba a los demás como si fueran sus hijos, excepto a su pareja, a quien todos llamaban "mamá", aunque fuera un hombre. —Está bien, ahora voy —murmuró el castaño antes de girarse y dirigirse al despacho del jefe, sin despedirse de su amigo. Un hombre de cabello en punta y ojos marrones caminaba nerviosamente por su despacho. Su mente era un caos y no paraba de murmurar cosas para sí mismo. Sin embargo, su recorrido fue interrumpido cuando la puerta se abrió y el moreno entró, cerrándola tras de sí. Al ver al mayor tan alterado, no pudo evitar preguntar: —¿Qué te pasa? — —B-bueno… Estoy un poco nervioso por algo —tartamudeó el pelirrojo, con un claro nerviosismo en la voz. El sin ojos lo observó con atención. Yahiko rara vez se ponía así, a menos que el tema en cuestión fuera su pareja. —¿Ha pasado algo con Nagato? —preguntó el enmascarado, tratando de entender la situación. Al escuchar ese nombre, Yahiko dio un pequeño salto de sorpresa, lo que dejó en claro que Kakuzu había acertado. El pelirrojo se dejó caer en una silla y suspiró con fuerza. —Sí… Queda muy poco para el cumpleaños de Nagato y estoy hecho un lío porque no sé qué hacer —explicó, revolviéndose el cabello por los nervios. Sabía que si no hacía algo especial para su pareja en ese día tan importante, acabaría durmiendo en el sofá y le asignarían misiones en solitario por "coincidencia". No quería pasar por eso… otra vez. —Bien, necesitas un regalo para tu pareja… ¿Y me llamas a MÍ para eso? —cuestionó el castaño, un poco confundido. Siempre lo retrataban como un "mal novio", aunque la realidad fuera muy distinta. Antes de que el pelirrojo pudiera responder, la puerta del despacho se abrió de golpe, dejando ver a su pareja, lo que hizo que los dos más altos se sobresaltaran. —¿Yahiko? ¿Te falta algo? Lo digo porque Konan y yo vamos de compras —avisó Nagato, clavando su mirada en los dos hombres con cierta confusión. El silencio entre ellos hizo que el ambiente se volviera más tenso con cada segundo que el ojivioleta pasaba mirándolos. —O-oh, Nagato, cariño, mi amor, mi todo… No, nada, tranquilo. Tengo todo lo que necesito, pero gracias por avisar —tartamudeó Yahiko, intentando no sonar nervioso mientras se acercaba a su pareja, le daba un pequeño beso en los labios y lo echaba disimuladamente de la habitación. Cuando finalmente logró deshacerse de él, soltó un largo suspiro de alivio. —Dios… Pensé que nos había escuchado —murmuró, masajeándose la sien, claramente estresado. —Sigo sin entender por qué soy tu primera opción de ayuda. Creo que Konan sería mejor para esto —opinó el sin ojos, cruzándose de brazos. —Bueno, en realidad, estaba pensando en que podríamos organizar algo entre todos —dijo Yahiko, pensativo. —Mientras no sea algo muy caro, me apunto a lo que sea —respondió Kakuzu, observando cómo el mayor rebuscaba entre sus cajones hasta sacar unos papeles extraños. —Bien, todos queremos mucho a Nagato, ¿verdad? No le llamáis "mamá" por nada. Así que me gustaría organizar una operación llamada "La fiesta para Nagamama". Intentaré asignarle una misión solo para él, pero sin pasarme, porque luego soy yo el que paga las consecuencias —explicó, detallando la idea de la sorpresa que estaban por organizar. Para Yahiko, la fiesta debía ser perfecta porque su pareja se merecía todo lo bueno del mundo. Mientras el pelirrojo y el moreno planeaban la celebración, Hidan ya había terminado de cambiar las sábanas y ahora jugaba con los niños. Más bien, los ayudaba a buscar a su mascota, que, por enésima vez, se había perdido jugando a las escondidas. —Creo que ya es costumbre perder a "Rompe Huesos" en el mismo juego —comentó el ojivioleta, rascándose la cabeza con incredulidad. Los niños rieron nerviosos y se hicieron los desentendidos, lo que provocó que el mayor soltara un largo suspiro de resignación. Unas horas más tarde, los niños lograron localizar a “Rompe Huesos” escondido en el jardín de la mansión, entre unos arbustos. Como era de esperarse, el animal estaba mordisqueando otro hueso de quién sabe quién. —¡Pero, Rompe Huesos! No deberías comer cualquier hueso que encuentres por ahí. ¿Y si era de algún malo que estaba enfermo de algo? —dijo una preocupada Sally, quitándole el hueso del hocico. —Sí, es verdad. Solo debes comer cosas que te demos nosotros, que nunca te harán daño en la pancita —añadió el pequeño rubio, ofreciéndole una galleta al animal. —Supongo que debería dejarlos solos con su mascota, ya que veo que se las apañan bien —opinó el mayor con una leve risa al ver lo tiernos que eran con el mitad zorro. Los demás asintieron y se despidieron del ojivioleta para seguir jugando, esta vez asegurándose de no perder a Rompe Huesos en medio del juego. Un poco lejos de allí, el castaño salía del despacho del mayor con un profundo suspiro de cansancio. Los próximos días serían bastante largos según él, y solo quería relajarse antes de que llegaran. Decidió dar un rodeo por la cocina para tomarse su segundo café del día. Uno de los miembros del trío de enmascarados lo observó mientras preparaba su bebida. Tranquilamente, tomó un refresco de la nevera y se sentó junto a él. —¿Qué quería el jefe? —preguntó alzando su máscara para darle un sorbo a su bebida. —El cumpleaños de la mamá del grupo se acerca y quiere que todos le demos un gran regalo —respondió con un tono ligeramente cansado, cruzándose de brazos. —Buf, entiendo… ¿Y qué tal con Hidan? Todo bien, ¿no? —preguntó con curiosidad, sacando otro cigarrillo. —Bien… La verdad, tienes razón, no debería preocuparme. Hidan es el hombre más fiel que he conocido en todo el mundo. Bueno… tampoco es que haya conocido a mucha gente —explicó tras terminar su café, esbozando una pequeña sonrisa que alivió al más bajo. La situación había mejorado desde que el sin ojos se reencontró con su novio. Lástima que eso cambiaría en cuestión de minutos. Mientras tanto, el rubio más específicamente, el mejor amigo del albino escuchaba casualmente la conversación entre los dos hombres mayores en la cocina. Tenía curiosidad por saber cómo iba la relación de la pareja sadomasoquista. Al oír que todo estaba en orden, sonrió aliviado y se alejó del lugar más tranquilo. Tras finalizar la charla, ambos acordaron verse al día siguiente con la tercera integrante del trío de enmascarados y se separaron, yendo cada uno por su lado en la mansión. La habitación de la pareja sadomasoquista se abrió cuando el castaño regresó tras un día agotador. Se dejó caer sobre la cama con cansancio, haciendo que la almohada diera un ligero bote y dejando a la vista un pequeño papel de color negro. —¿Qué es esto? —murmuró, tomando el papel y abriéndolo. Antes de leerlo, se fijó en la caligrafía. Su estado de calma se esfumó al instante cuando reconoció de quién era. —No. Me. Jodas —gruñó con fastidio al notar la letra del felino que tanto odiaba. Sin darse cuenta, arrugó el papel con los dedos mientras comenzaba a leer. Y la nota decía: "Oh, siempre he pensado que tienes mucha suerte, ¿sabes? Pero por una vez en mi larga vida con el mocoso, pude saber cómo es estar en tu lugar. Los labios de Hidan son tan dulces… Me ha encantado saborear esa exquisita miel que tanto le gusta. Su boca es taaaaaan deliciosa, ¿verdad? No puedes negar lo innegable ahora, estúpido sin ojos. Disfruta de tu estancia~" Cada palabra que leía hacía que su rabia creciera aún más. Al terminar de leer, rompió el papel de manera agresiva, respirando de forma entrecortada, dejando en evidencia toda la cólera acumulada. La paz y calma del castaño fueron rápidamente perturbadas por el felino. Una travesura que, en palabras del azabache, no era nada grave, pero la realidad estaba muy alejada de eso. Al final, ninguno de los dos sabía que esta gran rivalidad y odio acabarían dañando a la persona que más amaban. El mayor salió de su habitación dando fuertes pasos en busca del albino. Pasó rápidamente junto a un rubio, quien quedó estupefacto al ver cómo aquella calma se desvanecía en cuestión de segundos. Algo en su interior le decía que Hidan estaba a punto de ser lastimado. Sin perder tiempo, corrió a buscar al menor antes de que el furioso Kakuzu lo encontrara. Pero, lamentablemente, eso no sería posible… Al ver al menor, sin mediar palabra, lo agarró del brazo de manera agresiva, atrayéndolo hacia él. —¿Kuzu? —murmuró el ojivioleta, confundido, viendo cómo el mayor se quedaba en silencio. Aquel mutismo solo le provocó un malestar mayor al menor, temiendo que algo malo hubiera ocurrido. Los minutos se hicieron largos y tortuosos para ambos hasta que, al llegar a su destino, el sin ojos empujó al albino contra la pared con brusquedad, haciéndole daño. —¿Has besado a ese imbécil? Contéstame. ¡AHORA! —gritó, enojado, sujetándolo de la camiseta. —¿Q-qué...? —tartamudeó el menor, confundido y con un dejo de tristeza en su voz ante el grito de su novio. —No te hagas el tonto. Dímelo. —ordenó Kakuzu, acercando su rostro de forma amenazante. El albino negó sin saber a qué se refería. Al ver su silencio, el mayor lo soltó bruscamente, provocando que cayera al suelo. —¿Entonces lo niegas? ¿Vas a mentirme? —cuestionó en voz baja, su tono aún cargado de enojo. —¡Y-yo nunca te mentiría, y lo sabes! —exclamó el menor, con la tristeza reflejada en sus palabras. Kakuzu se giró y fijó su mirada enojada en el confundido albino. —¿Me engañas con ese estúpido felino? —preguntó, apretando los puños. —¿Qué? ¡Claro que no! —negó de inmediato, tratando de calmarlo. —¿Entonces cómo sabe el sabor de tus labios, eh? Solo quien te besa puede saber eso. Hasta ahora, yo era el único que lo conocía. —interrogó, cruzándose de brazos. —¡Él no lo sabe! —afirmó con seguridad. Pero Kakuzu no parecía convencido. Seguía mirándolo con la misma expresión enojada. —Ese estúpido escribió una nota diciendo todo lo que hicieron a mis espaldas, así que no me sigas mintiendo. No sabes lo mucho que me duele esta mierda… Yo confié en ti, pero jamás pensé que me decepcionarías de esta forma. Te puse en un puto pedestal, presumiendo lo “fiel” que eres. Enhorabuena, conseguiste engañarme. —espetó con un tono de decepción mezclado con rabia. Esas palabras destrozaron el frágil corazón del ojivioleta. Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a caer por su rostro. Un nudo en la garganta le impedía decir algo. Se levantó rápidamente y salió corriendo, dejando caer sus lágrimas sin poder contenerlas. Al verlas, Kakuzu comprendió el gran y estúpido error que acababa de cometer. —Kakuzu… —susurró el rubio, un poco enfadado por la escena que acababa de presenciar. —Mierda… soy un idiota… N-no quería… Joder, es demasiado tarde… —murmuró el castaño, atónito por sus propias palabras. Las palabras de Hidan se repetían en su cabeza. Recordó algo que el albino le había explicado, algo que podría dar sentido a lo que había ocurrido con ese beso. —Hidan nunca te sería infiel, y lo sabes. Pero, una vez más, tus celos te cegaron. —dijo el rubio, con un tono dolido por haber visto llorar a su mejor amigo. Tras decir eso, se marchó para consolar a Hidan, dejando a Kakuzu sumido en sus pensamientos. Pero estos fueron rápidamente interrumpidos por un felino. —¡Mira lo que hiciste! —le reprochó el azabache, aún en su forma de felino. No podía cambiar a su forma humana en ese momento. Al oír aquella voz irritante, la cólera del mayor volvió en segundos. —¡¿Lo que hice?! ¡TÚ ERES EL IMBÉCIL QUE DEJÓ ESA PUTA NOTA! —gritó, sujetándolo con fuerza. —¡Sí! Pero yo no le grité al mocoso cosas tan crueles siendo su “pareja”. —replicó el felino, quejándose por el agarre. —Por tu culpa, hice una estupidez. Pero TÚ eres quien besó a Hidan sin su consentimiento. Siempre lo haces cuando está en trance para que no lo recuerde. Me das asco. —lo reprochó Kakuzu, soltándolo bruscamente antes de marcharse para disculparse con su novio. Mientras tanto, Hidan estaba encerrado en su habitación. Sus lágrimas no dejaban de caer. No entendía cómo ni por qué había ocurrido todo esto. Unos golpes en la puerta interrumpieron su llanto. —Hidan, ábreme. Soy yo, Deidara. Por favor, no quiero que sufras solo, y menos por un idiota como Kakuzu, que siempre habla sin pensar— Después de unos segundos, la puerta se abrió, dejándolo entrar. Al ver a su mejor amigo llorando a mares, el rubio sintió cómo se le rompía el corazón. Se acercó y lo abrazó por detrás en silencio, transmitiéndole apoyo sin necesidad de palabras. Sabía que, en ese momento, lo único que Hidan necesitaba era compañía. Permanecieron abrazados durante horas, hasta que el albino terminó durmiéndose en los brazos del rubio. —Descansa… Le diré a Kakuzu que no te moleste. Tú solo duerme… —susurró Deidara, recostándolo con cuidado en la cama y arropándolo con las sábanas. Dio un largo suspiro y salió de la habitación, pero antes de que pudiera alejarse demasiado, se topó con Kakuzu, quien intentaba entrar. —Kakuzu, no. —ordenó seriamente, cruzándose de brazos para impedirle el paso. —Déjame pasar. Tengo que disculparme. —gruñó el castaño, intentando apartarlo. —Hidan necesita descansar. Al menos espera hasta mañana para hablar con él. Hazlo por él… —susurró Deidara, tratando de hacer que Kakuzu comprendiera. Al ver la insistencia del rubio, el mayor suspiró resignado y se alejó, dejando descansar a su “todavía” novio… si es que aún lo era. Al día siguiente, el sin ojos se despertó cansado en uno de los sofás del salón de la mansión. Estaba exhausto mentalmente, pero seguramente no tanto como el albino, quien fue el más afectado por toda la situación. Se arrepentía de todas las crueles palabras que le había dicho; su putrefacto corazón se estrujaba al recordar cómo sus lágrimas caían por su precioso rostro. En vez de seguir lamentándose, se levantó dispuesto a ir a su habitación para disculparse por haber sido un idiota. En unos minutos, ya estaba frente a la puerta. Antes de entrar, se quitó la máscara para mostrar su rostro arrepentido. No quería hacerle más daño. Sin embargo, la puerta ya estaba entreabierta, lo que extrañó al moreno. Entró en silencio y notó la cama vacía, con una tenue luz saliendo del baño, cuya puerta estaba ligeramente abierta. Se oían unos ligeros sollozos. Sabía perfectamente de quién eran; reconocía esos sonidos a la perfección, lo que solo hizo que se arrepintiera aún más. Sacudió la cabeza y, decidido, se acercó al baño. Abrió poco a poco la puerta y vio al albino mirándose al espejo. Sus lágrimas no paraban de caer. Su máscara, la que cubría la mitad de su rostro para ocultar las cicatrices de la maldición, estaba bajada, mostrando aquellas marcas que representaban todo el dolor de su pasado. No sanaban. Eran las únicas cicatrices que siempre quedaban; las otras desaparecían con el tiempo, pero esas nunca se irían. Estaba destinado a recordar a la persona que le hizo su infancia miserable. Pocos sabían la verdad detrás de esas cicatrices, pero él se avergonzaba tanto que siempre las cubría para que nadie preguntara. Su pasado y su presente se mezclaban en un torbellino de dolor, tristeza y culpa, entre otros sentimientos negativos. El mayor se mordió los labios al darse cuenta de que todos los problemas del menor se sumaban a la situación actual. Sin darse cuenta, su cuerpo se movió solo y lo abrazó por detrás. —Hidan, lo siento… —susurró con un tono lleno de arrepentimiento. El ojivioleta abrió los ojos con sorpresa al sentir los brazos del moreno rodeándolo. Solo bastaron esas dos palabras para que se girara y escondiera su rostro en el pecho del mayor. Un grito de dolor ahogado escapó de su garganta, estremeciendo al otro. —Hidan… —murmuró sorprendido y dolido. Aquel grito le llegó hasta lo más profundo del alma. Podía sentir la tristeza, la desesperación, todos los sentimientos del ojivioleta mezclados en un pozo sin fondo. Simplemente reafirmó su agarre, intentando transmitirle al menos algo de consuelo. Los sollozos del menor aumentaron, manchando la camisa del mayor, mientras tartamudeaba palabras difíciles de entender. —L-lo siento tanto… —logró articular entre lágrimas. —No, tú no tienes por qué disculparte —negó el moreno, sintiendo rabia de que pensara así —No sabías nada, y yo, como un estúpido, te lo reproché. Mis celos me cegaron. Y no, tú no eres ningún infiel. Eres todo lo contrario— Tomó aire y continuó con firmeza: —Siempre te he puesto en un pedestal muy acertado, ¿sabes? Eres el chico más fiel del universo entero. Créeme, si hubieras podido evitar que ese idiota te besara, lo habrías hecho. Porque cualquiera que ha intentado tocarte ha acabado muerto o con las bolas reventadas —añadió con una pequeña sonrisa al recordar cómo el menor siempre se aseguraba de dejar en claro su fidelidad. —¿E-entonces no fue mi culpa? —tartamudeó Hidan, cabizbajo, sin saber qué pensar. —No fue tu culpa, Hidan —susurró el mayor, levantándole el mentón para mantener el contacto visual. Antes de darse cuenta, ya estaban besándose con desesperación. Las lágrimas seguían cayendo, como si no quisieran detenerse. Las manos del sin ojos tomaron el rostro del menor, limpiándole las mejillas con suavidad. Unos segundos después, se separaron. —Kakuzu, te quiero… —susurró Hidan, esbozando una pequeña sonrisa forzada. —Yo también te quiero. Deja de pensar en tonterías y bésame —murmuró Kakuzu, acercando sus labios de nuevo. El beso fue correspondido al instante, mientras el menor rodeaba su cuello con los brazos. El contacto se intensificó y, por inercia, las manos del sin ojos descendieron, apretando el trasero del albino. Sin embargo, al sentirlo, Hidan lo apartó rápidamente. —P-para, no puedes tocarme. Estás castigado —dijo, haciendo un pequeño puchero. Al escuchar esas palabras, el moreno arqueó una ceja, cruzándose de brazos. —Espera… ¿Qué? —preguntó incrédulo. —Lo que oíste. Hasta nuevo aviso, quedas castigado —aseguró el albino con una expresión seria. Kakuzu suspiró, sintiéndose como un perro regañado, y solo asintió resignado. Al final, sabía que se lo merecía. Al menos esperaba que su novio no lo obligara a dormir en el sofá otra vez. —Así me gusta, que aceptes tu castigo de buena forma —sonrió Hidan, dándole un pequeño beso en la mejilla, haciendo sonrojar al sin ojos. Al fin y al cabo, aunque por fuera parecían una pareja "agresiva" o poco sana, la realidad era todo lo contrario. Se amaban, y eso era lo único que importaba. Sabían muy bien cómo establecer el equilibrio en su relación. El albino se colocó la máscara antes de salir del baño, acompañado por el mayor, que lo seguía como un perrito. —Debemos explicar que la situación está calmada y más o menos resuelta… por tu castigo —explicó Hidan, agarrando a Kakuzu de la mano y arrastrándolo para buscar a los demás. Al salir de la habitación, se encontraron de frente con sus mejores amigos, quienes parecían preocupados. Sin embargo, su expresión cambió al ver a la pareja tomada de la mano. —¿Eso quiere decir que…? —comenzó a decir uno de ellos, pero fue interrumpido por el asentimiento del albino. Los otros dos suspiraron con alivio. —Oh, qué bien, porque el cumpleaños de Nagato se acerca y el jefe quiere algo grande. O sea, que todos trabajemos juntos —comentó el pelirrojo, estresado, mientras sacaba un cigarrillo para calmarse. El rubio, a su lado, negó con la cabeza al ver su vicio y tomó a Hidan del brazo, llevándoselo y dejando a los dos enmascarados solos. Mientras los menores se alejaban, Kakuzu miró al pelirrojo. —Se nota que al rubito no le gusta el olor a cigarro —opinó. —Sí, lo sé, pero no puedo evitarlo —respondió el otro, rascándose la cabeza con nerviosismo. Todos eran conscientes del problema de tabaco del pelirrojo, pero, al final, cada uno tenía sus propios problemas y era difícil estar pendiente de todos. Por otro lado, los menores hablaban del mismo tema. —Oh, Dios, cómo odio el olor del tabaco. Me recuerda a los idiotas de mi instituto, esos que me hacían bullying. ¿Te acuerdas? —gruñó el ojiazul, apretando los puños. —Sí, es bastante desagradable —afirmó Hidan, dándole la razón. —Dime, ¿hiciste lo que te dije? —preguntó el rubio con tono curioso. —¡Oh, sí! Lo castigué, como dijiste —afirmó Hidan con una sonrisa. —Bien hecho. Cuando tenga pareja, créeme que seré yo quien mande en la relación —aseguró el rubio con orgullo. El menor rió, lo que hizo que el otro arquease una ceja. —¿De qué demonios te ríes? — —Jeje, bueno, es que tu pose fue graciosa —respondió con una risa nerviosa. Y así terminó el día, con una disculpa… y un castigo que comenzaría al día siguiente. Unas horas más tarde, más bien en el País de las Maravillas, el menor se encontraba con su vestido japonés, buscando a cierto felino azabache para pedirle una explicación de todo lo ocurrido. No le gustaba todo lo que había pasado por culpa de una nota escrita por él mismo, a quien consideraba una de las personas más importantes en su vida. Sin embargo, todo lo ocurrido solo podía haber sido culpa del azabache. Después de todo lo que le dijo el rubio, se dio cuenta de cómo se llegó a ese punto. En el fondo, se sentía mal por nunca haber notado que la rivalidad entre su pareja y el felino era tan seria como para ocasionar un problema tan grave. Tal vez, en su interior, siempre lo supo, pero prefería negarlo, porque no podía ni imaginarse tener que elegir entre los dos. Ese era uno de sus mayores miedos. No podía, o más bien, no quería imaginarse teniendo que romper la relación con el felino, pero antes de torturarse con esos pensamientos, primero debía encontrarlo. Justo cuando iba a dar un paso más, el azabache apareció en su forma humana. Su rostro reflejaba arrepentimiento, ni siquiera podía mirar al menor a los ojos por la vergüenza que sentía por todo lo que había causado. —Soy un estúpido enamorado que ha hecho algo muy malo y me arrepiento de todo. Te quiero, Hidan, y odio que estés con Kakuzu. Esa es la verdad —confesó rápidamente sin levantar la vista. Se sentía como la peor mierda del mundo. El albino suspiró y negó con la cabeza. —No quiero que esto vuelva a suceder, y lo primero que quiero dejar claro es que ya no acudiré a ti para olvidar. Lo superaré por mí mismo. No quiero que uses tus poderes para aprovecharte de mí —aclaró con seriedad. El felino solo asintió sin quejarse. Sabía perfectamente que no tenía derecho a decir nada después del desastre que causó. Un incómodo silencio se instaló entre ellos, pero el menor lo rompió rápidamente. —Bien, habiendo aclarado todo, me voy de aquí. No te odio, pero me has hecho mucho daño. Por favor, no me obligues a cortar nuestros lazos —susurró con tristeza antes de abandonar el País de las Maravillas, dejando al azabache atrás. Al volver a la realidad, se encontró con su novio tomando café, sentado a su lado y esperando a que despertara. —Veo que has vuelto. ¿Qué tal con… ya sabes quién? —preguntó Kakuzu, fijando su mirada en el rostro del albino, buscando alguna señal de que ese gato se hubiera aprovechado de nuevo. —Ya se lo aclaré todo. Por ahora prefiero mantenerme lejos del País de las Maravillas un tiempo… —respondió Hidan con la mirada baja, soltando un pequeño suspiro cansado. —Siento que todo haya terminado de esa forma. Juro que te lo recompensaré —susurró el sin ojos, acariciando las manos del menor con delicadeza. Antes de que Hidan pudiera responder, la puerta se abrió de golpe, dejando entrar al rubio. —Parejita, es hora de la comida. Y Hidan, te toca cocinar hoy. Por favor, no dejes que el jefe cocine, ya sabes lo mal que lo hace. No quiero salir intoxicado otra vez —suplicó con nerviosismo. El albino asintió y se dirigió a la cocina, acompañado por el moreno y el ojiazul. —¿Qué crees que debería hacer para comer y que a todos les guste? —preguntó pensativo. —Cualquier cosa que hagas nos gusta. Sabes perfectamente cómo es el paladar de todos, lo cual es bastante sorprendente, la verdad —respondió Kakuzu con desinterés. El rubio rodó los ojos ante la actitud del más alto. Tras decidir qué cocinar, llegaron a la cocina. Los mayores se sentaron en la mesa mientras el ojivioleta se encargaba de la comida. —No entiendo por qué no queréis que yo cocine. La última vez dijisteis que estaba muy bueno —refunfuñó el jefe, cruzado de brazos. —Cariño, ya sabes que hoy le toca a Hidan. Tú ya tienes tu día… lamentablemente —le recordó el pelirrojo menor, poniendo una mano en su hombro y bajando la voz al final de la frase. Los demás asintieron nerviosos, tratando de parecer convincentes. Específicamente, un rubio tenía un pequeño tic en el ojo mientras intentaba ignorar la conversación. Pasaron unos minutos y un delicioso aroma comenzó a llenar la estancia. —¡La comida está lista! —avisó Hidan con una gran sonrisa, contagiando su felicidad a los demás hambrientos, menos a Kakuzu, quien casualmente no tenía hambre. Sirvió la comida en la mesa, asegurándose de que cada uno tuviera su plato “especial”. —¡Itadakimasu (いただきます)! —exclamaron todos al unísono antes de empezar a comer. Incluso el jefe, aunque de mala gana, comenzó a probar la comida del menor. No lo admitiría en voz alta, pero era la mejor que había probado jamás. Al terminar, hicieron que el jefe se encargara de lavar los platos por decisión de la mayoría. —Maldita sea… ¿Hoy estáis todos en mi contra o qué? —se quejó mientras se arremangaba para empezar la limpieza. Su pareja soltó unas pequeñas risas. —No te pongas así, que solo es por hoy. Aparte, no te vas a morir por lavar unos platos —comentó mientras le acariciaba los hombros. Los demás aprovecharon para dejarlos solos y la pareja masoquista volvió a su habitación. La comida había terminado bastante tarde debido a que esperaron a que Hidan volviera a la realidad. Ya eran las seis de la tarde. Kakuzu miró de reojo a su novio, quien doblaba algunas prendas con calma. Al sentir la mirada del sin ojos sobre él, el albino levantó la cabeza y arqueó una ceja, esperando que dijera algo. —¿Por qué me miras tanto? —preguntó, confundido. —¿Mmm? Perdón, me perdí en ti, la verdad… —susurró Kakuzu, saliendo de su trance. El albino soltó unas risitas que al moreno le parecieron demasiado tiernas. —Te despistas por cualquier tontería —bromeó mientras guardaba la ropa en uno de los cajones. Un ligero sonrojo apareció en las mejillas del más alto, un poco avergonzado. Para el moreno, era un lujo poder ver al menor sonriendo, aunque su medio rostro estuviera tapado por la máscara. Por dentro, esperaba que se hubiera olvidado del castigo, así que, sin pensarlo dos veces, se acercó a él, abrazándole por detrás y dándole pequeños besos en el cuello. —A-ah~ K-Kakuzu, e-estás castigado~ —gimió con sorpresa al sentir cómo el mayor comenzaba a bajar sus manos por debajo de su abdomen. Al oír esas palabras, Kakuzu se alejó un poco, frustrado. —Pensaba que te habías olvidado... —murmuró fastidiado, cruzándose de brazos. —No me he olvidado —respondió el albino, haciendo un puchero mientras observaba a su novio sentarse en la cama. Sentía que no habían tenido sexo en meses, o quizás menos. El ojivioleta negó con la cabeza y se acercó a él, dándole un beso en la mejilla. —¿Eres un tonto, lo sabías? —preguntó, acercando su rostro para mantener el contacto visual, aunque el mayor no tuviera ojos. Le acariciaba el rostro con sus manos mientras se sentaba en su regazo. —Pero que estés castigado no quiere decir que dejemos de tener esas cositas que tanto nos gustan... Bueno, más bien lo haremos a mi manera, jeje~ —susurró de forma seductora, besando el cuello del moreno, haciendo que se sonrojara y una sonrisa nerviosa se formara en su rostro. —Bueno, no me quejo. ¿Qué quieres que haga? —preguntó, cambiando su nerviosismo por un sentimiento de deseo y curiosidad. Al escuchar esas palabras, el albino sonrió de forma traviesa, pensando en las miles de formas en las que podría hacer "sufrir" al mayor como castigo. Se le indicó que permaneciera sentado sin moverse, mientras el joven comenzaba a despojarse de su ropa, bajo la atenta mirada de un moreno que ya mostraba signos de excitación. Este se mordía los labios, anticipando el desarrollo de la situación, sin poder apartar la vista del atractivo cuerpo de su pareja. Una vez que el joven estuvo completamente desnudo, se acercó, sentándose cerca del mayor, abrió ligeramente sus piernas y comenzó a acariciar su cuerpo lentamente, provocando una creciente excitación en ambos. Los dedos del albino descendieron hacia su intimidad, rozándola suavemente. —A-ah~ Sé cuánto desearías estar tocándome en este momento, pero ya sabes que está prohibido hasta que yo lo permita, por supuesto… —expresó entre suaves jadeos de placer. El mayor intentaba contenerse; si no cumplía con los deseos de su pareja, podría verse limitado en su capacidad de observar o incluso ser sometido a la abstinencia. Ni siquiera se atrevía a tocarse, esperando pacientemente la señal que le indicara que podía hacerlo. Sin esperar más, el albino ya estaba metiendo tres dedos en su entrada, sacándolos y entrándolos. Sus gemidos eran altos para que el mayor pudiera oírlos a la perfección. Hacía un vaivén con los dedos sin parar ni un segundo mientras se agarraba firmemente de uno de los hombros del mayor. —Ah~ Ngh~ K-Kakuzu~ S-sí~ —más gemidos eran escuchados por el moreno mientras sentía cómo su erección le empezaba a doler. El menor, sin darse cuenta, mueve su mano hacia su miembro, dándose doble placer, masturbándose enfrente de su novio. El sin ojos aprieta las sábanas, tratando de no caer en la tentación de tocarlo o tocarse. Los gemidos y los ruidos obscenos del cuerpo blanquecino no le ayudaban en lo absoluto. Miró cómo el cuerpo del menor se estremecía y las caderas se movían al unísono del movimiento de los dedos. Podía ver cómo su clímax se acercaba; unas pequeñas lágrimas de placer se podían ver en su rostro. Sus dedos se movían más rápido y abrían su estrecha entrada, dándole una magnífica vista al castaño. —K-Kakuzu, c-creo que voy ah~ —no terminó de hablar al ser interrumpido por su propio orgasmo, haciendo que de un gemido alto manchara la sudadera del mayor con su semilla. —Sí, ya lo vi —gruñó, sintiendo cómo su miembro le dolía como el infierno. Al ver la erección del mayor, da unas risitas traviesas, recuperándose rápidamente del orgasmo anterior para toquetear un poco esa erección tan faltosa de atención. —Has sido un buen chico y no has intentado hacer nada; parece que sabes muy bien que estás castigado, ¿eh~? —habló con el mismo tono seductor de antes. El moreno mira al menor con “ojos” suplicantes para que le dé atención. —Okay, no me mires así, sé muy bien lo que quieres —susurró, acercando su rostro al miembro del castaño, dando unas pequeñas lamidas como aviso de que empezaría lo que tanto estaba esperando, pero alejó su rostro, decepcionándolo rápidamente. —Jeje, tranquilo, créeme que esto te va a gustar —dijo, levantando su trasero, agarrando el miembro del mayor, alineándolo con su entrada, y dos segundos después lo metió, dando lugar a un fuerte gemido. —Joder~ —gruñó el sin ojos al sentir cómo el menor empezaba a montarlo, dando leves saltitos. —Ah~ K-Kakuzu, t-tienes permitido tocarme~ —gimió en alto, cerca de la oreja del mayor, indicándole que no se contuviera. Al oír esas palabras, movió sus manos hacia los glúteos del ojivioleta, apretujándolos y abriéndolos aún más para sentir con toda profundidad sus paredes anales. Los saltos aumentaban de fuerza y velocidad por cada bote que daba encima del miembro del castaño; ambos se sentían en el mismísimo cielo. —Ah~ K-Kakuzu, s-se siente tan bien~ —gritó de placer sintiendo cómo los saltos son acompañados por las embestidas del otro. El sin ojos solo gruñía y jadeaba; sin poder controlarse, le dio un gran mordisco a su rostro, sacándole la piel donde estaban las cicatrices que tanto odiaban ambos, ocasionando otro gemido alto del albino. Por fin había vuelto el Kakuzu agresivo en la cama que tanto le gustaba, y si tenía que castigarlo más veces para sacarlo, lo haría sin dudarlo. Con apenas unas embestidas más, ambos llegaron al clímax simultáneamente. El mayor llenó al albino, mientras que el otro manchó de nuevo su sudadera. El semen se derramó y ambos cayeron exhaustos sobre la cama, cada uno desplomándose a un lado. —Dios, echaba de menos al Kakuzu agresivo... —jadeó de forma exhausta, con una sonrisa boba en su rostro. El hombre a su lado solo niega con una pequeña sonrisa, acariciándole la cabeza. —Eres un idiota masoquista —susurró, acercándose a él para abrazarlo por detrás, formando la figura de la cucharita. —Jeje, te quiero mucho, Kuzu. Buenas noches, descansa —dijo, dándole un besito en la nariz y escondiendo su rostro en el pecho del moreno. —Lo mismo digo. Buenas noches, mi pequeño masoquista —le respondió, acariciándole la espalda. Sin más que decir, cierra los ojos para dormir. Y así termina uno de los conflictos más fuertes que han tenido esta hermosa pareja, dejando al caníbal en un castigo indefinido y al felino distanciado. Todo vuelve a la paz en la mansión, al menos hasta que tengan que comenzar con la operación "La fiesta para Nagamama". Pero esa es otra historia que será contada en otra ocasión.