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Capítulo 2: Invitación Algunos días después del encuentro con el demonio pelirrojo. Era de madrugada, cerca del amanecer. Diana se removía inquieta en medio de las sábanas. De repente, se despertó con bastante ansiedad, más de la normal. —Rayos, esto es demasiado, no debería ser tan insistente la sensación— se dijo a sí misma. A pesar de que se masturbaba continuamente, el antojo por sentir la piel de una pareja era constante, y en algunas ocasiones, el deseo se manifestaba con fuerza. Su sensibilidad terminó por traicionarla una vez más y antes de darse cuenta, su mano ya descendía rumbo al vientre, hasta llegar a su entrepierna. La humedad era poca, pero estaba presente, así como la molesta contracción de sus pliegues. Ésta se presentaba a veces, cuando la excitación iba en aumento demasiado rápido. No pudo contenerse por más tiempo, así que, jadeando suavemente, comenzó a recorrer su carne. Su mente divagó a la velocidad de las progresivas sensaciones. De repente, y de la nada, apareció el rostro del Inugami pelirrojo. No con su aspecto disfrazado, sino como ella lo recordaba de su encuentro en el bosque del Oeste. Su sobrenatural atractivo y esos ojos gris metal, eran lo que más le llamaba la atención. La húmeda ensoñación continuó y el clímax pronto estalló en su interior. El orgasmo la recorrió por completo, provocando una sonrisa de satisfacción. Todavía respiraba entrecortado, intentando comprender por qué se manifestó el demonio en sus fantasías. Sin lugar a dudas, era el resultado de su extraña conversación. En lo más profundo de su letargo mental, una extraña idea revoloteó, ¿Acaso el pelirrojo podría volverse algo más que una simple fantasía? … La semana laboral llegó a su fin. Diana caminaba de regreso a su departamento después de salir de la oficina. Ya comenzaba a oscurecer, pero no tenía ganas de llegar a cenar algo recalentado. Así que decidió buscar un lugar donde comer. Miraba distraídamente los letreros neón, cuando su cicatriz pulsó. Entonces oyó una voz a su derecha. —¿Puedo invitarte a cenar? — Ella resopló contrariada y giró el rostro con lentitud. El Inugami estaba sentado en una mesa exterior de un pequeño restaurante, justo lo que Diana buscaba. De pronto, algo llamó poderosamente su atención, el demonio iba vestido con ropa formal y su apariencia era otra. Ahora se veía más atractivo que la vez anterior, su cabello había cambiado de longitud y permanecía sujetado en una coleta baja, con algunos flequillos cayendo sobre su frente. Era todo un ejemplar masculino, de semblante relajado, pero con una presencia que hacía voltear a más de una mujer. Sus llamativos ojos grises eran encantadores y pícaros al mismo tiempo. Quizás para fortuna de él, ese color pasaba más desapercibido para los humanos que el tono ámbar de otros demonios. Seguía viéndose como humano, pero tenía un ligero aire sobrenatural. No era intimidante, pero Diana lo percibía con claridad debido al hormigueo de la marca en su hombro. No sabía si también era un alfa como Sesshomaru, pero lo que, si le quedaba en claro, era que se trataba de un espécimen bastante deseable a la vista femenina. Tanto así, que sintió cosquillas en el estómago y un leve suspiro se le escapó cuando se percató de todos sus atractivos rasgos. —Eres insistente— contestó ella. —No pierdes nada y yo no tengo malas intenciones, es sólo que no dejas de darme curiosidad— le sonrió de nuevo con esa cautivadora mueca. —Además, sé que tienes hambre, puedo escuchar claramente el sonido de tu estómago. — La mujer lo observó con suspicacia. Ella no confiaba en cualquiera, y menos si no era humano. Pero tenía que aceptar que aquel Inugami le llamaba demasiado la atención en éste momento. Recordó el sueño húmedo y su mente comenzó a traicionarla de nuevo con aquella extraña idea. —¿Qué tal si…? — pensó fugazmente. —Esto no parece una buena idea a primera vista, pero vamos, algo me dice que él está buscando algo más… quizás lo mismo que yo. — No era difícil detectar el interés de alguien por otra persona. El sexto sentido de Diana le sugería que el demonio pelirrojo no sólo sentía curiosidad por ella, sino que tal vez tenía otras intenciones. Él le había dado algunas señales, así que, ¿Por qué no tantear la situación y ver qué sucede? —Está bien, ¿Qué me vas a invitar de cenar? — aceptó finalmente. —Lo que tú desees— respondió, sin dejar de mirarla con interés. Acto seguido, se levantó y movió una silla en un gesto cortés, para que tomase asiento. —Te aviso que sólo será una cena y después, cada quien por su lado— explicó la joven, mientras leía el menú. —Que aburrida. — —Eres un demonio, no tienes mi confianza, y aunque fueras humano, tampoco la tendrías— sonrió ella. —Estoy de acuerdo— le regresó el mismo gesto. La convivencia prosiguió tranquilamente. El tema de conversación fue trivial, acerca del trabajo de Diana y de lo que hacía el Inugami en esa ciudad. Ninguno de los dos revelaba más información de la necesaria y la mujer se mantenía en temas comunes. Sin embargo, la curiosidad de saber qué hacía un demonio entre humanos la venció. —Entonces, a final de cuentas, las criaturas sobrenaturales que viven entre nosotros, toman la apariencia de uno más en nuestra sociedad y se desenvuelven como tal, ¿Eso es entretenido para ustedes? — cuestionó. —Es práctico y también lo hacemos para avanzar y ayudarnos a nosotros mismos. Tu especie ha modificado tanto los entornos que, si no buscamos la manera de adaptarnos, podrían exterminarnos por completo— detalló, a la vez que cortaba un pedazo de carne con los cubiertos y se lo llevaba a la boca. Diana lo observó masticar con lentitud y pudo notar sus colmillos. Estos se veían pequeños, pero sobresalían ligeramente más que los de un humano, aunque sin llamar demasiado la atención. Quizás su disfraz no alcanzaba a disimular todos sus rasgos. Pasó saliva, tratando de no recordar las dentelladas de las que eran capaces esos caninos. No obstante, seguía interesada en el comportamiento del Inugami. —¿Cuál es tu fachada ante los demás?, ¿Qué haces? — —En éste momento, nada, estoy de vacaciones— contestó indiferente. —Desde hace siglos, mi familia se adaptó a los humanos y no tenemos que preocuparnos por nada. Somos gente de negocios y así hemos prosperado desde hace mucho. Básicamente, tengo un trabajo, pero decidí tomarme un tiempo libre para pasear, así que vine aquí. — —Suenas demasiado comodino y se me hace raro, ¿A qué viniste específicamente? — interrogó extrañada. Al parecer, solamente había estado rondándola por ociosidad. —A buscarte— soltó de repente, inclinándose hacia ella. —Desde aquella vez que chocaste conmigo en la plaza comercial, te reconocí y decidí seguirte por un tiempo. — La mujer sintió una punzada en el estómago. De un momento a otro, la mirada del demonio se había vuelto más intensa al decirle la verdad. Ahora sabía que su delirio de persecución no era infundado. —No entiendo por qué harías eso, no tengo nada de especial— dijo sorprendida, mientras bebía un poco de jugo. Ahí estaba la nueva señal, en cualquier instante, él diría algo que la pondría inquieta. Estos demonios no se andaban por las ramas y aquellos ojos grises sugerían más intenciones que sólo compartir una cena. —Llamas mi atención y tú aroma me atrae— reveló, sin dejar de mirarla un instante. Diana estuvo a punto de atragantarse, esas condenadas criaturas eran demasiado directas. Se quedó pasmada por un segundo, mientras sus nervios cosquilleaban. No tenía miedo, pero la inquietud empezó a recorrerla. —¿De nuevo con ese tema?, ya te dije que es algo que no puedo controlar, y no veo el punto al que quieres llegar. — —Estás inquieta, puedo olfatearlo— sonrió con descarada malicia. —Desde que me viste, tus pupilas se dilataron, tu corazón se aceleró y tu fragancia corporal empezó a cambiar. — Otra punzada nació en su estómago y bajó hacia su vientre. El demonio había jugado su última carta y ahora le confirmaba lo que buscaba en ella. ¿Acaso quería que se lo dijera con todas las letras? No, lo mejor sería que no continuasen hablando tan francamente en un lugar público y con tanta gente alrededor. —Vaya, sí que eres atrevido, ¿Qué te hace pensar que tienes razón? — tomó otro trago de jugo, pero sabía que eso no la tranquilizaría. —Simplemente es experiencia, una hembra que lleva varios meses de abstinencia, genera ciertas señales para los machos— se acercó un poco más y con voz grave le susurró. —Y yo estoy interesado en responder a ese llamado. — Diana se quedó inmóvil, conteniendo involuntariamente la respiración. Tenía que decidir en éste momento: Huir del lugar, o aceptar la invitación del Inugami. Su cerebro procesó la información rápidamente, pero no podía sopesar todas las posibilidades, dado que no conocía en absoluto a esta criatura. Él continuaba observándola fijamente, esperando su respuesta, con la mirada plateada e intensa. Pasaron un par de tensos segundos, hasta que ella soltó despacio el aire que estaba reteniendo. —Eres muy directo— bebió una vez más. —Pero qué, si te digo que tengo pareja. — El pelirrojo sonrió con más descaro, indicándole con ese gesto que no creía en sus palabras. Tomó su vaso y sorbió lentamente, haciendo una tensa pausa antes de contestar. —Ningún macho humano te corteja en éste momento— soltó, manteniendo su traviesa mueca. —No tienes compañero y lo sé, porque he estado observándote, así que no puedes engañarme. — Nuevamente la joven lo miró atónita. El demonio dejaba muy en claro su intención, y quizás no creería nada de lo que dijese para evadirlo. No obstante, parecía estar esperando algo, ya que tampoco se notaba insistente. Por el contrario, le daba tiempo a ella de continuar la conversación. Diana decidió tantear un poco más la situación. —¿Cómo sé que puedo confiar en ti?, no te conozco y no tengo buenas referencias de tu especie— alzó una ceja en gesto de reproche, intentando controlar la inquietud que sentía. —Si fuera otro, ya habría intentado algo contra ti desde hace tiempo. Sin embargo, en mi familia no se fomenta la agresión hacia otras especies— se reclinó en el respaldo de la silla, acercando de nuevo el vaso para beber antes de continuar. —Pero la decisión es tuya, si no estás interesada, lo respetaré. — La mujer se sorprendió por sus palabras, él era totalmente opuesto a Sesshomaru. Un Inugami particularmente encantador, no sólo en el aspecto físico, sino también en la forma de expresarse y en lo llamativo de su personalidad. Sin lugar a dudas, los seres sobrenaturales eran tan variables en su temperamento como los humanos. Ella pensaba que pocas criaturas podían ser de confianza, como Aki y Jaken. Pero ahora podría intentar averiguar si él también lo era. —Vaya, que interesante, esas palabras finales me agradaron— relajó su expresión totalmente. —Quizás te dé una oportunidad, si te comportas. — Al escucharla, el interés se notó aún más en la mirada plateada del demonio. Entonces, hizo una ligera inclinación con la frente, al mismo tiempo que alcanzaba la mano de ella y colocaba un pequeño beso sobre el dorso. La sonrisa de la mujer fue una respuesta positiva para él. —¿Qué estás haciendo Diana?… aún no lo sé… — No quiso deducir un poco más porqué aceptó su invitación. Una parte de su razonamiento quería ser precavido y la otra, dejarse llevar por lo irreflexivo. Simplemente, ese atractivo ejemplar masculino le inspiraba una extraña confianza y no podía entender a qué se debía. Terminaron de cenar y ella le permitió llevarla a donde, aparentemente, vivía como humano.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
Diana pudo identificar que se trataba de un fraccionamiento de categoría en la parte central de la ciudad. Al entrar por la puerta del departamento, le quedó en claro que el demonio pelirrojo tenía cierto poder adquisitivo. Pero bueno, era de esperarse si su familia ya tenía siglos haciendo negocios con humanos. Recorrió la amplia sala y después se dirigió al balcón principal, la vista era espectacular. Lo escuchó caminar a su alrededor y en ese instante, un nerviosismo le recorrió la espalda. Hasta ese momento, cayó en la cuenta de su situación. Estaba a solas con un sexy Inugami, cuyas intenciones eran las mismas que las de ella. Ésta sería una noche muy interesante. —¿Estás cómoda?, ¿Te puedo ofrecer algo? — preguntó. La mujer se giró hacia él, ya había tomado una decisión y no era momento de dar marcha atrás. —Si te refieres a beber algo, no, gracias. Solamente quiero usar tu regadera, no me siento cómoda después de un día de trabajo si no me baño— contestó. El demonio le sonrió de lado y después señaló hacia un pasillo. —Por allá, todo lo que necesites lo encuentras en la gaveta de la entrada— se acercó y con la mano le hizo una caricia debajo del mentón, ella no se movió. —Y ya que vas a usar mi regadera, al menos dime tu nombre. — —Diana— contestó la joven, al tiempo que se apartaba despacio. —¿Y tú cómo te llamas? — interrogó, caminando al cuarto de baño. —Akayoru. — … Poco después, la mujer terminó de asearse. Miró e inspeccionó su alrededor, al parecer, todo andaba bien. Es decir, su sexto sentido no estaba inquieto por algún mal presentimiento, sino todo lo contrario, la emoción inicial ya se transformaba en inquietud y deseo. Lo escuchó salir de otra habitación y supo que había llegado el momento de divertirse, ya nada más importaba. Cuando se asomó, lo vio caminando rumbo a la alcoba principal. Se mordió el labio inferior al notar que tenía suelto el cabello y que vestía con una bata de baño, igual que ella. Inhaló y exhaló con calma, mientras avanzaba hacia la puerta. Entró y lo vio mirando por el ventanal o, mejor dicho, observándola a ella, a través del reflejo del vidrio. Alzó un poco el rostro, olfateando descaradamente el aire. —Hueles tan delicioso— dijo con voz grave y varonil. De nuevo su mirada se hizo más penetrante. Diana pudo ver aquel intenso iris plateado cuando él volteó. Tragó saliva y una contracción se generó en su vientre. El deseo estaba alterando sus reacciones demasiado rápido y aún no le tocaba ni un cabello. Caminó precavida y se detuvo junto a la cama. Ésta era enorme, decorada con almohadas y sábanas de seda en tonos azulados. Entonces el Inugami se acercó a ella. Su respiración se aceleró y se quedó embobada al notar su elegante porte. A pesar de estar únicamente vestido con la bata, su andar denotaba fuerza y seguridad. Su aura sobrenatural le brindaba un aspecto enigmático y atrayente. —Eres muy atractivo— sonrió Diana, deleitándose con la fresca fragancia que emanaba. —Gracias… — hizo un gesto de sorpresa. —No es común que alguien me lo diga tan directo. — La joven volvió a morderse el labio, alzando lentamente una mano para colocarla sobre el torso masculino. Esto iba a suceder y ella tenía toda la intención de llevar el control de la situación. Con un firme movimiento lo empujó hacia la cama. Él retrocedió y se sentó en la orilla sin oponer resistencia alguna. Buena señal para Diana, si el Inugami le dejaba hacer su voluntad, ganaría puntos con ella. Con dos pasos lentos, la mujer se acercó y le rodeó las piernas, para finalmente sentarse cómodamente a horcajadas sobre sus muslos. Él sonrió, al mismo tiempo que sus manos se posaron con cautela sobre las rodillas de ella. —Me agradas, y no voy a negar que se me antoja hacer algo más contigo que sólo tomar un café— dijo la joven, mirándolo a los ojos. —Me siento honrado por esta oportunidad— respondió, conforme sus manos se abrían completamente sobre los muslos semi descubiertos. Diana sintió el calor de sus palmas y como éstas empezaban a subir muy despacio. Fue ella quien inició el primer contacto, acercando su boca a la de él. No podía negarlo, el macho tenía unos labios muy besables. Antes de tocarlos, pudo notar el brillo de deseo que se desplegó en su mirada plateada. Akayoru permaneció quieto, dándole el control. El primer roce fue suave y la tibieza de sus labios se encontró con la de él, quien jadeó al sentir el contacto de la hembra humana. Casi de inmediato, el Inugami respondió con la misma ansiedad. Ambas bocas se unieron en un beso superficial, el cual fue creciendo a más. No había ningún tipo de nerviosismo en las acciones de ella, por el contrario, escuchó claramente como su corazón se aceleraba y el aroma de su piel cambiaba de nuevo. —Es delicioso— pensó Diana, al notar como respondía a su beso. Quién lo diría, el demonio besaba muy bien. El aliento se les escapó entre respiración y respiración. De pronto, la mujer sintió un cosquilleo más fuerte en la cicatriz, y en ese momento, él detuvo el beso. Se apartaron, y cuando abrió los ojos, pudo notar claramente que algo variaba en el rostro del Inugami. Era como ver el tenue desenfoque de una imagen, la cual modificaba su aspecto. —Estás… ¿Cambiando? — dijo, mirándolo asombrada. Una especie de holograma parpadeaba sobre las facciones de Akayoru. Sólo duró un par de segundos y después se desvaneció por completo. El verdadero aspecto sobrenatural del demonio quedó expuesto. Sus ojos grises resaltaron aún más, como el acero pulido. La longitud de su cabello se extendió totalmente, revelando un color rojo escarlata, largo y lacio, cayendo por su espalda. Ostentaba piel clara, orejas en punta y rasgos faciales sumamente atractivos. No tenía marcas en el rostro, pero sí una encantadora sonrisa que revelaba sus colmillos. Si no fuera por esto último, bien podría asemejarse a una criatura élfica, de las que se describen en la fantasía épica. —No puedo mantener mi disfraz… me distraes demasiado— respondió con lentitud, pensando que tal vez ella rechazaría su apariencia real. La mujer sonrió y acercó sus manos al rostro del demonio. Era muy apuesto y su comportamiento amable provocaba en ella más anhelo de lo que había imaginado. Quizás su reacción se debía al periodo de sequía sexual. Pero, fuera cual fuera la justificación, en éste momento no importaba. Simplemente, se sentía bastante atraída por él. —Bien, tu apariencia no me incomoda en absoluto— con una mano le acarició la mejilla, mientras que, con la otra, se dirigió hacia su puntiaguda oreja, rozándola con suavidad. —Y quiero continuar con esto. — Akayoru liberó una exhalación, ya más tranquilo, así que cerró los ojos, disfrutando del mimo. Entonces, sus manos volvieron a afianzarse a las piernas femeninas, para luego subir hacia sus caderas. La sintió agitarse, a la vez que aproximaba nuevamente el rostro. Otro beso fundió sus bocas y ambas lenguas se encontraron, reconociéndose por primera vez. Diana se apoyó contra el torso de él, por lo que sus senos friccionaron sensualmente, provocando que el demonio se agitara y que su exploración bajo la bata aumentase. Su tacto era suave y lento, familiarizándose con la textura de la piel humana. Entonces notó el toque de sus garras, trayendo a su mente el recuerdo de la sensación que el filo provocaba, un placentero dolor cuando su carne era marcada. Tembló por un instante, pero no hizo nada para detener su avance cuando subió las manos por sus costados y luego por su cintura. No la estaba arañando, pero sí podía percibir el filo de sus zarpas. Inesperadamente, él llevó sus dedos a la parte frontal de la tela, comenzando a deshacer el nudo que la mantenía cerrada. Los pechos de la joven quedaron al descubierto, meciéndose al ritmo de su respiración. Ella deslizó la bata por sus brazos y ésta quedó rodeando su cintura. El Inugami permaneció quieto, deleitándose con la vista que ofrecía el cuerpo femenino. No pudo evitar jadear y percibir como su propia lujuria iba en aumento. Diana cerró los ojos cuando el demonio empezó a tocarla, suave y lánguidamente. Se dejó llevar por la grata sensación y no pudo evitar gemir cuando sintió su cálido aliento. En un instante, la boca del Inugami se había aproximado a su cuello, y después de la fricción inicial de sus labios, su húmeda lengua se deslizó hacia abajo. Las manos de él se posesionaron de la turgencia de sus pechos una y otra vez. Tocando suavemente y después incrementando la presión, al mismo tiempo que iniciaba una sensual libación de sus pezones. Ella jadeó con más fuerza, aferrando mechones del rojo cabello. No quería que el agradable efecto se interrumpiera. Akayoru percibía su agitación escalando rápidamente. Entonces le rodeó la espalda, atrayéndola para mordisquear su carne, consiguiendo otro fuerte gemido de su parte. Era muy placentero tocar su piel canela, respirar su aroma y escuchar cómo se alteraba su corazón. Una oportunidad única que no dejaría escapar por nada del mundo. Para los Inugamis, estaba prohibido acercarse a los humanos. La convivencia con ellos debía ser limitada y precavida. Esto fue establecido un par de siglos atrás, cuando los youkais comenzaron a ser exterminados por esta débil raza. Su gran número y avance tecnológico, sobrepasó a las criaturas sobrenaturales, obligándolas a ocultarse y a no subestimarlos. Debido a esto, las relaciones de cualquier tipo con ellos, estaban restringidas. Es decir, actualmente, era mejor que los humanos creyeran que los demonios y otros entes, eran sólo fantasía y folclor. De lo contrario, su existencia se vería incluso más amenazada que en el pasado. Pero esto no era obstáculo para que algunos youkais interactuasen con humanos usando un camuflaje. Para el Inugami pelirrojo, acercarse a Diana no fue difícil, porque la había conocido en el pasado. No pensó que la situación pasara más allá de la curiosidad que sentía por saber qué había sucedido con ella antes. Pero, si le permitía un mayor acercamiento, él no lo desaprovecharía y tampoco la decepcionaría. El instinto le decía que la hembra estaba sumamente receptiva. Otra exclamación de Diana provocó una punzada en el vientre del macho. El sensual y húmedo recorrido sobre su carne, estaba provocándole excitantes reacciones. Ella se aferró a su cuello, atrayéndolo más, disfrutando de las cosquillas. En ese momento, con un toque más firme, inició una caricia a lo largo de su espalda, llegando al final de la misma y arañándola con sutileza. La hembra se arqueó contra él, sonriéndole voluptuosa. La mujer sintió una contracción en su interior que se deslizó hacia los pliegues de su entrepierna. El placentero calambre le indicaba que su cuerpo estaba hambriento por sentir algo más. Claramente notó la sensación lúbrica escurrir de su flor, y en ese instante, lo escuchó gruñir, alterado por el aroma de su sexo. El saber que el demonio se excitaba cada vez más, le provocaba una absoluta complacencia. Sin poder contenerse, Diana deshizo el nudo de la bata. Para su sorpresa, el marcado torso de Akayoru la dejó sin palabras. Tiró de la tela hacia atrás, haciendo que la soltase por unos segundos, despojándolo completamente de cualquier estorbo. El Inugami continuaba sonriendo ansioso, entusiasmado por su ardiente conducta. Ella se mordió de nuevo el labio inferior, admirando su cuerpo, el cual parecía delineado y marcado por algún tipo de ejercicio. No sabía si los youkais practicaban alguna actividad física, pero su fisonomía no le pedía nada a la de un atleta. En cuanto a su piel, ésta era clara y notoriamente tersa. Casi podría sentir envidia al ver lo perfecta que era la apariencia humana que tomaban aquellas sobrenaturales criaturas. Sin embargo, tenía muy presente que no era verdadera. No podía imaginar la forma real del demonio canino, pero tampoco le interesaba averiguarlo. Bastaba saber que, con aquel espécimen masculino, ella podía tocar, lamer, besar y hacer otras cosas más. Sin siquiera preguntar, sus manos se posaron sobre el pecho, recorriéndolo con avidez. Akayoru le rodeó las caderas y la estrechó aún más contra su cuerpo, provocando que sus vientres se tocaran a pesar de la tela. Ella pudo sentir la hombría del demonio despertándose, lo que incitó una nueva punzada en su entrepierna. Las caricias se reanudaron y el ambiente comenzó a viciarse con los gemidos de ambos. La mujer se aproximó a su mejilla e inició un suave recorrido con la lengua, hasta llegar a su oreja. Aquel gesto era muy placentero para su especie y sabía que lo disfrutaría bastante. El macho clamó y tembló ante la caricia, por lo que Diana continuó lamiendo, besando y mordisqueando su piel. Por su lado, el Inugami secundó sus acciones, recorriendo la silueta femenina y palpando sus contornos con mayor avidez. No obstante, estaba perdiendo la concentración debido a su creciente apetito. De repente, la joven sintió que Akayoru la sostenía con firmeza por las caderas, para luego ponerse de pie. Se giró hacia la cama, subiendo y depositándola sobre las sábanas. Posteriormente, se colocó entre sus piernas, restregando su sexo contra ella sin importar la barrera. Al sentirlo, la mujer volvió a gemir, entrecerrando los ojos, apenas visualizando la cortina roja a su alrededor. El sedoso cabello cayó a los lados de su rostro, haciéndole cosquillas. Cuando lo vio de nuevo, su mirada plateada se clavó en sus ojos, mientras se quedaba quieto, observándola fijamente. —¿Estás segura que deseas esto? — preguntó con un tono de voz que parecía hacerse más grave. —Porque si no me detienes ahora, después no podrás hacerlo— finalizó en una clara advertencia. ¿Qué significaba eso?, ¿Acaso la estaba previniendo de algo?, ¿O simplemente quería estar seguro de que la humana comprendía que estaba a punto de aparearse con un demonio? Diana parpadeó un par de veces, tratando de entender sus palabras. Pero su mente ya estaba mareada por el tremendo deseo que sentía su cuerpo. El anhelo de continuar con las caricias, sentir su piel, escuchar su respiración y buscar más placer, era lo único que ambicionaba en ese instante. ¿Qué problema podría haber?, ¿Existía algún motivo por el cual debía preocuparse? Él no era Sesshomaru, su comportamiento y personalidad eran extremadamente opuestos a los del Lord. Así que, ella quería continuar. —Hablas demasiado— susurró, rodeándole el cuello con los brazos, atrayéndolo. El demonio terminó reclinándose más sobre ella. Un espasmo palpitó en su virilidad al sentir las piernas de la mujer rodeándole la cintura, para luego retorcer su cuerpo contra él. Sabía lo que quería y se lo estaba pidiendo sin palabras. No había duda alguna en sus oscuros ojos, únicamente la lujuria creciendo. Después de besarla una vez más, Akayoru se levantó y le quitó la bata por completo, dejándola desnuda. Ella se estremeció de anticipación, mientras acariciaba con lentitud sus ya endurecidos pechos. Sus muslos temblaban contra los flancos de él, frotándose y compartiendo su suave calor. La humedad filtró desde el interior femenino y el macho gruñó con ansiedad. El aroma de su excitación estaba provocándolo cada vez más. A continuación, se despojó de su propia vestimenta, sin dejar de mirarla con intenso deseo. Disfrutaba verla tocarse a sí misma, a la vez que se humedecía los labios en una clara invitación. Ella no le quitaba los ojos de encima, maravillándose con su anatomía. Entonces, algo llamó su atención cuando el atractivo demonio le dio la espalda por un instante, para arrojar las batas a una silla cercana. Se trataba de un llamativo dibujo carmesí, que nacía de su nuca y bajaba por el centro de su espalda, asemejándose a un elaborado tatuaje tribal. Los trazos se desplegaban en agudas puntas hacia los hombros, y otras rayas más finas, terminaban en su cintura y caderas. Era hermoso el estampado rojo sobre su blanca piel, y por alguna extraña razón, eso la excitó incluso más. Él volteó a mirarla sobre su hombro, advirtiendo su curiosidad. —Son marcas de estirpe— reveló. —Nacemos con ellas e indican la jerarquía a la que pertenecemos. — —Son hermosas— sonrió ella. De pronto, se quedó sin aliento, cuando el Inugami se giró completamente, exhibiendo su espléndida figura. Todo en él era demasiado seductor, todo. La mujer se preguntó si todos los machos de su especie eran así, o simplemente, se aseguraban de tomar la mejor apariencia humana para ser lo bastante provocativos. Tal vez sólo se trataba de una divagación que su febril mente creaba en éste preciso momento. Diana lo llamó con un gesto de la mano y él se acercó a su lado. Ella tomó el mando de inmediato, y con un suave empujón, lo tumbó sobre su espalda. Comenzó a trazar su fuerte pecho con las manos, al mismo tiempo que se incorporaba, para luego sentarse a horcajadas sobre su vientre. El macho jadeó excitado, sujetándola por las caderas, empezando a tocarla de la misma forma. El apetito de Diana estaba desbordado, jamás imaginó que volvería a excitarse por un hombre tan rápido. Quizás porque él no lo era, y porque ya estaba aburrida del celibato. El estertor de su respiración aumentó cuando se apoyó sobre su torso, rozando sus pechos con morboso deleite. Ni lento ni perezoso, el Inugami subió las manos para acariciarla sutilmente con sus garras. No quería lastimarla, así que se esforzó en no ejercer demasiada fuerza con su tacto. Sin embargo, ella no parecía intimidada por sus zarpas, ni por la ansiedad que mostraba, la cual iba en ascenso. Algo dentro de él lo incitaba a apresurar la unión con la hembra. Su instinto se agitaba cada vez más. La humana parecía percibir su apetito, y a modo de travesura, quiso martirizarlo un poco. Bajó una mano hacia su virilidad, tomándola con suavidad. Él soltó un gruñido gutural y sus ojos destellaron con lujuria. El tacto femenino lo recorrió lánguidamente, arriba y abajo, provocando más dureza en su carne. El pelirrojo poseía las dimensiones adecuadas para ponerla nerviosa. Pero sabía que su interior podría recibirlo si prolongaba un poco más el juego sexual. —Quiero sentirte— jadeó Akayoru, tomándola por la cintura. —Aún no— sonrió ella. Levantó las caderas un poco y después se deslizó hacia abajo. Los pliegues de su feminidad rozaron la extensión del endurecido miembro. La lubricación generó una resbaladiza sensación cuando ella se movió contra su vientre, frotándose libidinosa, abandonándose por completo al placer inducido. El Inugami soltó un gemido y apretó los dientes, tratando de controlar la reacción de su cuerpo. La hembra lo estaba provocando, sin embargo, no quería hacer algo que la intimidara, así que le permitió seguir jugando. Por el momento, se concentró en estimular su cuerpo con las manos. Palpaba sutilmente con las zarpas y lamía con insistencia su piel canela, avivando su deseo y preparándola para lo que vendría. —¡Déjame continuar, Diana! — gruñó entre dientes. La mujer sonrió y su goce podía notarse con claridad en los sensuales ronroneos que emitía. El escucharlo pronunciar su nombre con voz grave la hizo sentirse halagada, llevándola más cerca del éxtasis. Su cuerpo onduló con más fuerza y las terminaciones nerviosas de su intimidad empezaron a convulsionar. Akayoru se relamió los labios al percibir más de su delicioso aroma, y notó con gran satisfacción como la hembra se estremecía de sobremanera, únicamente por la carnal fricción contra su miembro. Aquella era la señal de que ahora podía recibirlo en su cuerpo. Sin embargo, para asegurarse de que Diana sintiera el clímax con más potencia, la apresó por las caderas con un movimiento hacia abajo, al mismo tiempo que él empujaba su pelvis en sentido contrario. Ella casi se quedó sin aire al gemir sin control. La pulsante sensación se extendió por su vientre, obligándola a cerrar los ojos con fuerza, permitiendo que la bruma del placer le nublara los sentidos. Su respiración se tornó vacilante y el latir de su corazón retumbó en sus sienes. Se reclinó sobre el pecho del Inugami, tratando de recuperarse. Ese primer estallido había sido fabuloso y su cuerpo lo estaba asimilando despacio. —Muy placentero— musitó Diana, alzando el rostro. —Apenas estamos comenzando— declaró él, con una sonrisa maliciosa. Le otorgó un par de minutos para que se estabilizara. Posteriormente, comenzó a recorrerle la espalda, provocando que se estremeciera por completo. La tomó por la nuca con un movimiento firme y suave, atrayéndola hacia sus labios. Ella respondió al beso con pasión a pesar de seguir agitada. Las caricias se extendieron, delineando sus costados y dejando surcos rojizos sobre su dermis. Cuando se apartaron, la lujuria les enturbiaba la mirada de nuevo. La joven intentó levantarse, pero el demonio la retuvo por la cintura. De inmediato sintió como su virilidad se erguía contra ella, húmeda y pulsante. —¿Quieres que…? — quiso preguntar ella, pero el gesto malicioso le confirmó la respuesta. Diana contuvo el aliento cuando se posicionó sobre él. Con una mano tomó la endurecida punta del miembro y la frotó contra su lubricación. Entonces, comenzó a guiarlo hacia su interior, descendiendo con lentitud. Sus paredes internas todavía palpitaban por la reciente culminación, y al percibir la invasión, se dilataron para recibirlo. Liberó el aire pausadamente, acostumbrándose a su longitud, sintiendo que la llenaba por completo. Un gruñido escapó del macho al sentir el calor femenino rodeándolo. Era sumamente placentero ser abrigado por el cuerpo de una humana. Nunca había tenido tal oportunidad antes, dado que estaba prohibido acercarse a esta especie, y más con intenciones carnales. Tenía la suficiente experiencia acumulada a lo largo de siglos para saber cómo satisfacer a una hembra. Pero, el experimentar la cópula con Diana, era totalmente nuevo y satisfactorio. Quería más placer, y darlo también. La mujer quedó sentada sobre el vientre del Inugami, con su grosor palpitando dentro de ella. La sensación que la invadía era imposible de describir, y el fluir de su lubricación, le permitía disfrutarlo aún más. Permaneció quieta, con los párpados entrecerrados, dándole tiempo a su cuerpo de adaptarse. Mientras, se dejó llevar por los besos húmedos que él depositaba sobre su cuello. —Es mi turno— dijo de pronto. La joven abrió los ojos de golpe al sentir que la abrazaba de nuevo contra su torso, inmovilizándola. Sintió su pelvis moverse debajo de ella y el primer empuje que hizo, la dejó sin aliento. Él ni siquiera había salido un poco de su interior, pero la embestida le provocó un placentero estremecimiento. No pudo hablar cuando el sinuoso vaivén dio inicio. Akayoru apretó la mandíbula, intentando retener un gemido. El placer que nacía en su sexo y luego corría por su espina dorsal, amenazaba con hacerlo perder el control. El abrazo de la hembra le regalaba celestiales sensaciones, incitándolo a empujar con mayor fuerza. Sin embargo, no quería lastimarla, porque desconocía si ella soportaría su sobrenatural frenesí. Así que optó por ir despacio en la estimulación de su ceñido interior. Pausadamente se retiraba de ella, para después volver a penetrarla, sin abandonar por completo su calidez. Con cada movimiento, la mujer clamaba con más fuerza, mientras una sonrisa lasciva se dibujaba en su rostro. Lo estaba disfrutando de sobremanera y no lo ocultaba en absoluto, clavándole las uñas en los hombros una y otra vez. Al demonio no le incomodaban en absoluto las punciones. Él quería que lo gozara y no importaba como ella se expresara, simplemente lo saboreaba. —Cielos… ¿Por qué es tan placentero yacer con estas criaturas? — se preguntó Diana, divagando en el mar de sensaciones que los embates del macho le provocaban. Entonces notó un ardor en sus costados, las garras de Akayoru habían crecido y la marcaban sutilmente. El agudo efecto era tolerable, añadiéndose al regodeo que la consumía en ese momento. Su agitada respiración hacía todo lo posible por llenar sus pulmones, así como el sudor de su piel intentaba disminuir el calor de su cuerpo. Las descargas circularon por su sistema nervioso y estallaron en su mente. La realidad se difuminó por completo y la contracción del éxtasis comenzó a gestarse de forma precipitada. Levantó la vista y pudo ver el rostro del Inugami. Sus finos rasgos se deformaban en una mueca de placer, a pesar de tener los ojos entrecerrados y los colmillos alargados. Ella tragó saliva, deseando que no tuviera la intención de morderla. De repente, una poderosa sensación empezó a dominarla, obligándola a apretar los párpados con fuerza y a gritar ruidosamente. Akayoru aumentó la potencia de sus embestidas al notar el completo abandono con el que la mujer se entregaba. Su cuerpo ya lo aceptaba por completo y la lúbrica fricción alcanzó el límite de la estimulación carnal. Estaban a un paso de la cúspide sexual, por lo que su instinto tomó el control en ese instante. La longitud de su miembro rozó una y otra vez los pliegues femeninos, provocando viciosos sonidos, los cuales completaron el voluptuoso coro de gemidos interpretado por ambos. La sintió arquear la espalda y gritar hacia la nada. La mujer alcanzó el clímax con tal fuerza, que lo arrastró con ella al mismo tiempo. Entonces lo percibió, la convulsión en su vientre explotó furiosa, provocando la tensión de todo su cuerpo. Clamaron al unísono, mientras el poderoso orgasmo los abrumaba por completo, obligándolos a mantener la unión de sus sexos con vehemencia. Él sujetó sus caderas con intensidad, liberando su cálida simiente. Ella se estremeció contra su pecho, marcándole los hombros con las uñas. Placentera y lúbrica sensación explotando en su interior. … El orgasmo los paralizó por algunos minutos. Los jadeos disminuyeron paulatinamente y sus cuerpos fueron relajándose con el sopor del cansancio. Momentos después, el macho la abrazó con suavidad, recostándola en la cama y percatándose de que estaba quedándose dormida. —¿Estás bien? — preguntó, acercándose a su rostro. Ella no respondió de inmediato, lo que le hizo pensar que la cópula había sido demasiado intensa para la humana, y que quizás le había hecho daño. Entonces, la escuchó suspirar con cansancio, a la vez que abría los ojos. —Estoy agotada, pero debo admitir que fue increíble— le sonrió con modorra. Akayoru lamió su mejilla y después le susurró al oído. —Me alegra escuchar eso, pero no creas que esto termina aquí. — Diana bostezó, reposando contra el pecho masculino. —Estoy de acuerdo. — Aquellas fueron sus últimas palabras antes de que el sueño la venciera.***
Continuará…