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Capítulo 5: Revelaciones Diana caminaba de un lado a otro en la acera del edificio donde trabajaba. No sabía qué hacer ni qué decirle a su supervisor respecto a lo acontecido con el Lord del Oeste, por lo que no quería llegar a la oficina todavía. —¿Le diré a mi jefe lo que ocurrió?, algo así como: “El hombre con quien iba a entrevistarme quiso propasarse conmigo, pero no se preocupe, alguien me ayudó”— pensó ella, tratando de explicar su extraño encuentro. —Obviamente, ya no habrá tratos con esa empresa, y quizás yo tenga otra complicación si me piden que levante una denuncia en su contra— volvió a razonar. La situación era compleja desde cualquier punto que se mirase. Si decía que Sesshomaru era una criatura sobrenatural que la estaba amenazando, difícilmente le creerían. Por otro lado, podía simplemente decir que él era una persona desagradable que intentó extralimitarse por quien sabe qué motivo. De esta manera, no tendría que dar más explicaciones, porque le darían la razón. —Tendré que hablar sobre lo sucedido, no puedo dejarlo así nada más— concluyó, marchando a la entrada del edificio. … Ese mismo día por la tarde. La mujer caminaba por la calle rumbo a su hogar con la inquietud recorriéndola todavía. A pesar de que todo había salido bien con su gerente, le había explicado los detalles generales sin hacer mención de que los susodichos eran youkais, la preocupación de Diana parecía ir en aumento. Su jefe le ofreció apoyo total y le dijo que ya no tendrían más comunicación con ese proveedor. Incluso, había hecho la insinuación de demandarlos, pero ella declaró que no era necesario. No obstante, el mal presentimiento que siempre le advertía sobre lo venidero, estaba de regreso y con más fuerza. Su principal inquietud radicaba en que, sin proponérselo, había ido directamente a encontrarse con el demonio plateado, y él la había reconocido al instante. Era de esperarse, si Jaken la identificó al primer vistazo, obviamente el señor del Oeste también lo haría. Esto era malo, Sesshomaru podría tener la intención de buscarla. —Tal vez no suceda nada, quizás se olvidará de mí y continuará con su vida— razonó, y después se reprendió. —No te engañes a ti misma Diana, ¿Después de todo lo que has pasado con él, crees que te dejará en paz? — Sintió un sobresalto al recordar su mirada, se notaba demasiado… hambrienta. La avidez con la que la apresó, sólo indicaba que, a pesar de los siglos, nunca se había olvidado de ella. Ni de los oscuros deseos que le provocaba. Seguramente, su rencor se mantuvo presente desde que escapó de él. —Tú eres mía, me perteneces— recordó su sentencia. El Inugami se mostró posesivo desde el principio y estuvo a punto de lograr mantenerla cautiva en sus dominios para siempre. En esa ocasión, recibió ayuda, pero ahora era poco probable. Le habían dicho que no era la única humana a la cual le sucedía algo como esto, ser la involuntaria pareja sexual de un demonio. Pero, sin lugar a dudas, era la mujer con la peor suerte del mundo, por el hecho de ser el objeto de deseo de un poderoso youkai canino. —Entonces esto podría empeorar, él me buscará y… — tragó saliva con fuerza. —¡Tengo que hacer algo! — Apresuró sus pasos, desviándose por otra calle para evitar la ruta por donde se había encontrado a Akayoru previamente. No deseaba hablar con él en estos momentos. No tenía cabeza para pensar en algo de diversión, aunque quizás, un poco de sexo placentero podría relajarla y hacerla olvidar su preocupación. Detuvo un taxi, lo abordó y se dirigió a su departamento.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
Zona residencial al norte de la ciudad. El señor del Oeste estaba de mal humor. Permanecía reclinado en el barandal de la terraza, mirando las luces de la urbe y el oscurecimiento del horizonte. Había estado toda la tarde en su departamento después de salir gruñendo furioso de su despacho. InuYasha no había querido darle la información del lugar donde trabajaba la humana. Le dijo que no se la proporcionaría hasta que le explicara quién era la mujer y que intenciones tenía con ella. Además, también se había negado a darle más datos acerca del Inugami pelirrojo. Y es que el Lord no estaba dispuesto a decir nada. A pesar de que había hecho las pases hace mucho tiempo con su medio hermano, no tenía intenciones de que InuYasha se enterara de su obsesión por una hembra humana. Simplemente, él era el señor de Occidente, no le entregaba cuentas a nadie y no tenía por qué explicar sus acciones. De repente, sintió un estremecimiento dentro de él. Cerró los ojos por un instante, y cuando los abrió, el azul metalizado reemplazó el falso tono café de sus iris. Su primitivo instinto estaba despierto nuevamente. —¡Ella está aquí, sigue con vida! — rugió desde su interior. —¡¿Por qué no está en nuestro lecho en éste momento?!— reclamó. Sesshomaru apretó los dientes, irritado. La hembra no estaba con él por la intervención de otro macho. Pero eso no lo sabía del todo su bestia interna. Y lo mejor era no hacer mención de ello por el momento, no estaba dispuesto a dejarse llevar por los arranques de su lado más oscuro. —¡Guarda silencio y ten paciencia!, pronto la tendremos de nuevo— dijo en un tono molesto. En ese instante, se escuchó la puerta del ascensor privado, Jaken había llegado por fin. Se tranquilizó y retomó el falso color de sus ojos. La bestia se quedó en silencio de nuevo, esperando. —Amo Sesshomaru— saludó el sirviente disfrazado, acercándose a donde estaba. —Tengo la información que solicitó. — El demonio volteó a mirarlo, disimulando una mueca de satisfacción. Ese pequeño siervo nunca le fallaba, y aunque jamás comprendió porqué un día simplemente comenzó a seguirlo, le quedaba en claro que ahora era prácticamente imposible no depender de su ayuda para moverse en estos tiempos. Sin querer reconocerlo del todo, necesitaba a Jaken para mantener su actual forma de vida entre los humanos. —¿No tuviste complicaciones para obtenerla? — preguntó. Jaken negó con un gesto de cabeza, al mismo tiempo que agitaba un llavero. —Yo tengo la copia de todas las llaves del despacho, no fue difícil buscar en el archivero correcto— dijo, extendiéndole un par de hojas engrapadas. Sesshomaru comenzó a revisarlas con calma. —¿InuYasha se dio cuenta? — —Él se fue temprano también, después de usted. Dijo que aprovecharía la tarde para salir con su esposa— indicó el sirviente, mientras caminaba hacia un sillón de la sala. —Señor, ¿Puedo hacerle una pregunta? — pidió de pronto. —¿Qué? — contestó el demonio sin siquiera mirarlo. Jaken pasó saliva, nervioso, pero era necesario aclarar los propósitos de su amo. Casi podía adivinar sus intenciones y lo que haría más adelante. Sin embargo, ahora intervenía alguien más en esta complicada situación. Más temprano, InuYasha le comentó que el macho de pelo rojo se mostró demasiado protector con la mujer, defendiéndola del Lord agresivamente. Cualquier otro youkai se habría hecho a un lado ante el gran demonio plateado, pero el pelirrojo no lo hizo. Aquello sólo podía significar una cosa: Que tal vez la mujer era su pareja o algo muy cercano a él. Por lo tanto, esto podría convertirse en un conflicto entre machos por una hembra. —¿Piensa perseguir de nuevo a esa humana? — El demonio le dirigió un gruñido bajo. Jaken era el único que estaba al tanto de todo lo que significaba esa mujer para su primitivo instinto de Inugami. Y desde un principio, se había mostrado reacio respecto a lo que había hecho con ella. Quizás no lo entendía porque su especie se regía por otras reglas de acoplamiento. Tal vez se debía a algún tipo de empatía por la joven. Fuera lo que fuera, sabía que de nuevo lo cuestionaría sobre sus intenciones para con la humana. —No te entrometas Jaken, no es de tu incumbencia lo que yo haga con esa mujer— dijo fríamente. —Pero señor… — hizo una pausa, sin saber qué decir. Tal vez su amo seguía siendo un youkai primitivo con ideas de la vieja usanza que no estaba dispuesto a cambiar. —Es un riesgo que haga eso, acosarla podría ser peligroso y comprometería su identidad. — Lo miró sonreír con altivez, como siempre lo hacía. Definitivamente, Sesshomaru continuaba siendo un demonio orgulloso y frío, que siempre obtenía lo que deseaba. A pesar de que transcurrieron quinientos años, su lascivo capricho no había sido descartado. Incluso, si se hubiera encontrado con ella en otra época, o si simplemente ya estuviera muerta, el Inugami no la habría olvidado. Eso podría interpretarse, en el mundo de los youkais, como una extraña compatibilidad. Pero el señor del Oeste no lo reconocería, ni lo aceptaría del todo, no con un ejemplar femenino de tan débil especie. A pesar de haber tenido a otras demonesas atendiendo sus necesidades en las décadas posteriores a la pérdida de Diana, nunca se decidió por ninguna de ellas para que se quedara de forma permanente en su lecho. Y ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que estuvo con alguna hembra. Jaken podía distinguir que el lado salvaje de su amo estaba activo de nuevo. Sin lugar a dudas, se debía a la presencia de la mujer. Probablemente no llegaría a dominar la voluntad del Lord, pero sí le susurraría maliciosas ideas. —Ella me pertenece, así lo decidí desde el primer momento en que la tomé— se expresó amenazante. —Y esta vez, nadie va a entrometerse. — El pequeño demonio tragó saliva de nuevo, aflojándose un poco la corbata. Quedaba en claro que el comentario era en referencia a lo sucedido con su madre. Sin embargo, no había posibilidad de que lady Irasue interviniera de nuevo porque… ella simplemente no se enteraría. La demonesa estaba de paseo por el mundo desde hace unos cuantos años. Aburrida de su palacio y de la monotonía, tomó la decisión de irse a recorrer otros lugares, sólo por entretenimiento y nada más. La última vez que el Lord tuvo contacto con ella fue hace dos años, y desde entonces, nadie sabía por dónde andaba. —¿Y qué hay del otro macho?, el que lo atacó— Jaken preguntó inquieto. De nuevo, otro gruñido y un gesto colérico. El demonio dejó de leer para mirarlo, su expresión reveló que estaba meditando su siguiente orden. —Averigua quién es y a cuál linaje pertenece, necesito saberlo antes de cortarle el cuello. — El sirviente ya no dijo nada más, se levantó e hizo una reverencia antes de retirarse. Esto iba de mal en peor, al parecer, su señor no se daba cuenta de que su obsesión por Diana podría traerle problemas. Ya no estaban en la época feudal, ya no eran las mismas reglas violentas para resolver los conflictos. Si por mera mala suerte aquella mujer lograba exponerlos ante otros humanos, traería consecuencias nefastas para todos los youkais que vivían disfrazados. Por otro lado, el pretender agredir a otro Inugami sin una justificación adecuada, también era una mala idea. Pero no podía hacer nada, ¿Acaso debería importarle?, él era sólo un sirviente y no tendría que interesarle el destino de esa mujer. Ni la suerte de otras criaturas encubiertas si es que se descubría su existencia ante los humanos. Aunque eso también era una amenaza para su propia seguridad. El vivir cómodamente al servicio de su amo, le había brindado muchas ventajas y no le agradaba en absoluto la idea de perderlas. Abandonó el departamento del Lord, pensando en cómo investigar más sobre el InuYoukai pelirrojo.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
Sábado, medio día. Diana caminaba por la plaza comercial, leyendo su lista de compras. Estaba más tranquila después de lo ocurrido ayer, y ahora meditaba cuál sería su siguiente paso. De pronto, una mirada insistente hizo que se le erizaran los cabellos de la nuca, al mismo tiempo que sentía el pulsar de la marca violeta. Se giró despacio para encontrarse con él. Akayoru estaba sentado en una de las bancas junto a la fuente ornamental del lugar, mirándola fijamente con la expresión de, “tenemos que hablar”. Vestía de manera casual y ahora traía el cabello suelto, viéndose encantador y llamativo para más de una persona. Un suspiro involuntario escapó de ella cuando se dirigió a donde se encontraba. —¿Qué haces aquí? — —Hola Diana— saludó con una sonrisa a pesar de todo. —Quiero hablar contigo respecto a lo de ayer. — La mujer se sentó en el otro extremo de la banca y lo miró con gesto paciente. No quería recordar el susto que se llevó, pero lo mejor era aclarar algunas cosas y resolver las dudas que él tenía, puesto que la había ayudado. —Lo de ayer fue… inesperado— comenzó a explicar. —El lunes me enviaron a conocer al representante de aquella compañía, el cual resultó ser Jaken, el sirviente del Lord. Usaba un disfraz como tú y casi me da un infarto cuando se mostró ante mí. — —Sé quién es, un Kappa que ha estado al servicio del señor de Occidente durante siglos— confirmó Akayoru. —Ese pequeño demonio fue quien me ayudó en el pasado, pero jamás imaginé que me encontraría de nuevo con él… ni con su amo— hizo una pausa y exhaló. —Esto es difícil y ahora tengo un mal presentimiento. — Él tomó una postura ligeramente inclinada hacia ella, indicando su interés en lo que decía. Podía notar el nerviosismo de la mujer escuchando su corazón agitado y olisqueando su miedo. —Es comprensible el temor que sientes, los humanos no aceptan tan fácilmente la longevidad de otras especies, y menos la existencia de criaturas sobrenaturales— sonrió un poco antes de continuar. —Supongo que te pasó lo mismo al reencontrarte conmigo, nuestra presentación de primera vez no fue en las mejores circunstancias y yo no estaba en mi momento más lúcido. — Diana alzó las cejas en gesto de sorpresa, el Inugami hacía referencia a su encuentro en el bosque del Oeste. Aunque a ella ya se le había olvidado, lo cierto era que el demonio rojo había insinuado otras intenciones, debido al influjo del estro Inugami. Pero no pasó nada más allá de esa situación y ahora se alegraba de conocerlo un poco mejor. —Ya sé que su naturaleza demoníaca los hace actuar bastante irracionales— se burló sin mala intención. —Pero tú, te has comportado mucho mejor que el señor del Oeste. — Akayoru hizo un gesto de comprensión, quizás Diana estaba a punto de explicarle algo más acerca del demonio plateado. —¿Cuál es tu historia con él? — cuestionó. Ella rodó los ojos, pero decidió revelarle un poco más. Después de todo, si no hubiera llegado en ese momento, no sabía que podría haber sucedido en esa oficina. —Él está obsesionado conmigo y desconozco el porqué. Sólo me quiere tener como su concubina, por el simple hecho de que mis feromonas lo alteran demasiado. Lo atraen como si yo fuera una demonesa de su especie, así como tú lo mencionaste— hizo una pausa y exhaló despacio. —Además, se siente con derecho sobre mí, por eso tengo su marca en mi hombro. — El pelirrojo entornó la mirada. Eso explicaba los rumores que escuchó hace mucho tiempo atrás sobre el gobernante Occidental. Antes de que él y su hermano entraran temerariamente a su territorio, oyeron hablar que Sesshomaru tenía una compañera temporal de apareamiento. No se trataba de una pareja formal y tampoco era una demonesa. Pero nadie hizo más comentarios al respecto, por el temor que le tenían al poderoso Inugami. En pocas palabras, la humana frente a él, había sido la compañera sexual del Lord en más de una ocasión. Era justificable su temor actual al volverlo a encontrar, aquí y ahora. De manera inesperada, un espasmo de celos se retorció dentro de él. Su bestia interna estaba activa y esperando algo. —Sesshomaru es una amenaza para mí y temo por mi seguridad— continuó explicando Diana. —No quiero que me encuentre, porque no sabría qué hacer, nadie me va a creer lo que es y lo que pretende. — —Él no te hará daño, aunque parezca lo contrario— reveló inesperadamente Akayoru. —Un demonio jamás dañaría a una hembra compatible. — La mujer alzó de nuevo las cejas ante el extraño comentario, al parecer, esto se pondría más interesante. Antes de poder solicitar una explicación, él se acercó un poco más y bajó la voz, como si fuese a revelar algo que no debía. —Diana, escúchame con atención— dijo, en un tono más serio. —En nuestro mundo, específicamente en nuestra especie, existen ciertas reglas no escritas respecto a los comportamientos. Cuando un macho encuentra a una hembra y se aparean, ésta puede decidir quedarse con él si ambos muestran compatibilidad sexual. En caso contrario, cada quien tomará su camino. — Se detuvo un instante, midiendo las reacciones de la mujer. Su asombro parecía ir en aumento. —Una demonesa puede ser compatible con varios machos a lo largo de su vida, pero sólo engendrará cachorros con quien ella escoja. En cambio, un demonio únicamente es compatible con unas cuantas hembras, por eso es que, cuando encuentra a una, hace todo lo posible por quedarse con ella. — Diana sintió un escalofrío en todo el cuerpo. Lo que estaba diciendo el pelirrojo no era para nada agradable. Aquellas palabras tan simples, revelaban demasiada información y explicaban de manera escueta los ferales comportamientos de su especie. —Pero tú te refieres sólo a las hembras Inugami, ¿No es así? — interrogó nerviosa. Akayoru negó con la cabeza. —A veces, los humanos también entran en esa compatibilidad— explicó lento, sin dejar de mirar como la mujer palidecía. —Tanto con Inugamis, como con otras especies. Seguramente alguna vez has escuchado historias sobre criaturas fantásticas, mitad humano, mitad algo más… esos son los mestizos de dichas uniones. — La joven soltó el aire, esa información era extraordinaria y tenebrosa. —No puede ser, parece que la realidad supera a la fantasía— dijo desconcertada. —¿Qué implica lo que tú llamas “compatibilidad”? — No estaba segura de querer saberlo, pero su curiosidad era demasiada ahora. —Se refiere a una alta probabilidad de engendrar descendencia con la hembra escogida, y de llevar una vida sexual sumamente placentera en pareja— explicó el Inugami. —En pocas palabras, una hembra compatible, significa una potencial compañera para un macho, con la cual puede asentarse y perpetuar su linaje, si es que logra mantenerla a su lado. — Diana se frotó las sienes y resopló con pesadez, su cabeza intentaba procesar todo aquello. —¿Me estás diciendo que la conducta de Sesshomaru se debe a que soy compatible con él y, por lo tanto, me quiere forzar a permanecer a su lado? — Era una locura. Aunque, si lo pensaba bien, el comportamiento del demonio plateado encajaba con lo dicho por Akayoru, y con lo que alguna vez la curandera Aki le reveló sobre la fijación de Sesshomaru con su sangre, su aroma y el acto sexual. El Lord no parecía interesado en la descendencia. En cambio, respecto al otro tema, nunca ocultó la satisfacción que sentía cada vez que la poseía. Diana se había dado cuenta de cómo se deleitaba con la unión carnal a un extremo obsesivo… arrastrándola a ella también a ese desquiciante placer. ¿Compatibilidad para disfrutar de los placeres sexuales hasta el delirio? Probablemente era verdad. Pero eso no quería decir que ella estuviese dispuesta a aceptarlo así nada más. Tal vez para los Inugamis aquello era suficiente para formar parejas. Sin embargo, para la dinámica humana, se necesitaba de algo más complejo. —Es muy probable— confirmó Akayoru, mirándola con atención. —Y como él es un alfa, en teoría, cualquier hembra estaría encantada de ser su compañera— hizo una pausa al verla fruncir el entrecejo y luego le sonrió abiertamente. —Pero, teniendo en cuenta que tú eres humana, no estás obligada a entender ni admitir nuestros comportamientos. — La mujer rodó los ojos de nuevo y suspiró cansadamente, se había quedado sin palabras. Ambos permanecieron en silencio por algunos segundos. Él esperaba que ella comenzase a despotricar contra su explicación, sin embargo, sólo parecía estarlo meditando. Diana decidió que ya no quería seguir escuchando todo eso, necesitaba despejarse la cabeza con otros pensamientos. Quizás ir a ver una película, perderse un rato en los aparadores de ropa, comer en un local, o caminar por el parque. Lo que fuera para distraerse de lo dicho por el demonio rojo. —Es suficiente, ya no quiero hablar del tema. Tengo cosas que hacer, así que me voy— se levantó y buscó con la mirada el centro comercial para ir por sus cosas. Akayoru también se puso de pie y se acercó a ella. Tenía la intención de revelarle algo más acerca de las conductas Inugami, pero decidió reservárselo para después. —¿Puedo acompañarte?, pareces nerviosa. — La joven lo observó por un momento, quizás debería tomarle la palabra y distraerse con él. Al menos no había dado muestras de tener otras intenciones con ella que no fuese el de diversión sexual, así que tal vez podría aprovecharlo. —Claro, por qué no— le sonrió. —Necesitó que alguien lleve mis bolsas. — … Esa misma tarde, en el departamento de Diana. El agua corría por la espalda del demonio, humedeciendo su piel y abrillantando sus bellas marcas rojas. Ella lo había invitado a cenar después de la agradable tarde que compartieron. Él consiguió hacerla olvidar su preocupación, acompañándola a todos los locales que quiso visitar y platicando sobre temas corrientes. Había aceptado su sutil invitación y ahora planeaba hacer que se relajara en sus brazos. Diana jadeaba contra el muro de azulejos, con las palmas extendidas para sostenerse y no perder el equilibrio ante el delicioso recorrido al cual la sometía Akayoru. El agua templada cayendo sobre su cuerpo le provocaba una placentera sensación por toda la piel. La corriente arrastraba la aromática espuma del jabón hasta sus adoloridos pliegues, los cuales se contraían alrededor de los hábiles dedos masculinos. Estaba tan cerca de la cúspide, que su carne dolía por la liberación. La traviesa lengua del macho recorría su cuello una y otra vez. Su boca mordisqueaba suavemente sus hombros, arrancándole jadeos húmedos. Su largo cabello escarlata se enredaba con los mechones oscuros y las puntas la acariciaban con insistencia, aumentando las sensaciones cutáneas. Ambos permanecían de pie bajo la caída del líquido. Él estaba detrás de ella, abrazándola por la cintura con un brazo, mientras que, con la otra mano, le proporcionaba una lánguida y satisfactoria caricia sobre su flor. Aquel torso fuerte y definido presionaba contra la espalda femenina, al mismo tiempo que sus caderas se pegaban morbosamente a su trasero. Diana podía sentir su endurecida virilidad palpitando ansiosa por unirse a ella. Una convulsión explotó sorpresiva cuando los dedos del demonio se hundieron un poco más, frotando algún pliegue que desencadenó el éxtasis en la mujer. El potente gemido la dejó sin aliento y temblando con fuerza. Su cálido interior liberó más lubricación, indicándole que ya estaba preparada para recibirlo. Cuando su estremecimiento corporal disminuyó, cerró la llave del agua y la levantó en brazos. La sonrisa de la hembra era lasciva y suplicante, aquel primer orgasmo no había sido suficiente. La llevó a su recámara y la tendió sobre las sábanas sin importar la humedad que aún escurría por su piel. Él se quedó de pie, mirándola con deleite. —Ven, quiero sentirte— las palabras se arrastraron en sus carnosos labios, a la vez que sus ojos brillaban con lujuria mientras se acariciaba a sí misma. El macho olfateó su excitación y se relamió los labios, la humana era deliciosa. Subió a la cama, acercándose ansioso por lo que estaba a punto de disfrutar. Se inclinó sobre ella para lamer las gotas de agua sobre sus endurecidos pechos, arrancándole más de un voluptuoso gemido. Sus manos comenzaron a recorrer su figura detalladamente. Sus flancos rozaron contra los muslos internos de ella mientras se colocaba entre sus piernas. Sus pieles irradiaron calor cuando ambas se acariciaron entre sí. Su hombría palpitó sobre el vientre femenino y su humedad seminal se embadurnó con un morboso movimiento. Diana se aferró a sus hombros y empezó a jadear con intensidad. Las caricias del Inugami la encendían de una manera incontrolable, haciendo que su interior se contrajera con fuerza, suplicando por sentir algo más. Ya no deseaba esperar, su nivel de excitación había crecido demasiado rápido. —¡Por favor! — exclamó anhelante, a la vez que sus piernas rodeaban la pelvis masculina. Akayoru sonrió complacido. Había tenido la intención de prolongar sus mimos para prepararla un poco más, pero la mujer ya estaba al borde del deseo. Con una última lamida se alejó de sus pezones y se alzó sobre ella. Sus intensos ojos grises la miraron fijamente cuando se posicionó en la entrada de su intimidad. La humedad filtró, invitándolo a llenar su interior. Un sonoro y lúbrico clamor escapó de la hembra cuando comenzó a empujar su erección en ella. La mujer se aferró a su cuello y la cortina de rojo cabello se derramó alrededor de su ruborizado rostro. Cerró los ojos por un instante, humedeciendo sensualmente sus labios con la lengua. Él se aproximó con la intención de devorarlos una y otra vez, mientras se hundía por completo en su cuerpo. Ella lo recibió sin dudar y ambas lenguas comenzaron a danzar. Las respiraciones se intercalaron y los gemidos aumentaron. El demonio inició su vaivén y la hembra lo aceptó con la flexión de sus muslos y el calor de su feminidad. Al sentir su fuerza, ella se retorció en un gemido de placer, clavando con intensidad las uñas en su espalda. El beso se rompió en busca de aire, forzando la expansión de sus pulmones y la generación de jadeos guturales. La mente de Diana se perdió cuando el regodeo carnal la invadió en su totalidad. Un indescriptible gozo se expresó en forma de impulsos nerviosos que saturaron su columna vertebral. Él embistió con mayor potencia y el espasmo que sintió en sus pliegues, le advirtió que el orgasmo sería tremendo. Abrió los ojos humedecidos por la intensidad de las sensaciones y se percató de algo que la estremeció. Los iris plateados de Akayoru tenían bifurcaciones rojas alrededor. Detrás de sus pupilas, algo salvaje la miraba con intensidad y anhelo. No sintió miedo, pero sabía lo que eso podría significar. —Otra bestia canina me mira con posesividad… — No obstante, el pensamiento se diluyó a consecuencia de la estimulación física y su mente divagó en una sublime ensoñación. La oscilación del cuerpo masculino la obligaba a danzar a su ritmo, cada empuje la acercaba más al cielo. De pronto, el tiempo se detuvo y en el centro de su vientre, una intensa vibración provocó una avalancha de éxtasis sin control. Su médula espinal transportó el placer a cada rincón de su ser, y el grito de su clímax, inundó la habitación. Por un instante sintió que la fuerza de su culminación la haría perder la conciencia. Era tan poderoso el estallido, que sus agitadas inhalaciones apenas eran suficientes para mantenerla en el límite. El macho clamó con lubricidad al sentir la presión alrededor de su miembro. Saboreó cada instante del orgasmo femenino, hasta que la potencia de su propia liberación lo arrastró al punto final. Sus testículos se contrajeron y claramente sintió como su semilla ascendía para derramarse con una última embestida. La presión se liberó en un grandioso éxtasis. Diana estaba a punto de desfallecer, su respiración era descontrolada y el demonio seguía moviéndose despacio sobre ella, jadeando cerca de su cuello. Por un breve instante tuvo la sensación de que lamía su piel y sus colmillos rozaban sutilmente su carne. No pasó de ahí, pero una sensación de amenaza se hizo presente. … Después de algunos minutos, Akayoru se apartó de ella. La sensación de abandono le arrancó otro gemido a la mujer, quien ahora tenía una expresión de complacencia y ligero adormecimiento. No sabía si se quedaría dormida, así que decidió despedirse del demonio por si las dudas. —Cierras… la puerta cuando… te vayas— bostezó con modorra. —¿Me estás corriendo sin darme de cenar? — sonrió travieso, acercándose a su rostro. Antes de que ella pudiera responder, selló sus labios con un suave beso. Cuando la liberó, no pudo evitar sonreír ante sus ruborizadas mejillas y sus humedecidos labios. Las expresiones faciales de la hembra no alcanzaban a reflejar el placer que aún recorría su cuerpo. —Yo… no creo poder… levantarme— apenas pudo pronunciar Diana. —Ya no tengo fuerzas… — El pelirrojo estrechó la mirada, algo le incomodaba respecto al agotamiento de la humana. No era bueno que sufriera estas consecuencias después del disfrute sexual. Quería hacer algo para ayudarla, pero no estaba seguro de que ella aceptase su propuesta, y éste no era el mejor momento para decírselo. —Escucha Diana, la cena puede ser en otra ocasión— aclaró, sin dejar su expresión relajada. —Pero necesito que me digas si en verdad quieres que me vaya. — Ella parpadeó, tratando de mantenerse consciente, pero el cansancio la estaba rebasando. Tal vez no debía permitirle que se quedara en su departamento, pero tampoco le molestaba la idea. Después de todo, el Inugami le inspiraba confianza. —Si quieres quedarte… puedes hacerlo— sonrió, haciendo otro bostezo. —Sólo espero… que no… ronques… — Akayoru iba a responderle con alguna broma, pero la joven ya cerraba los ojos en ese momento. Su respiración se hizo lenta y estable, quedándose profundamente dormida. … Al día siguiente. Diana despertó con lentitud y quiso cambiar de posición. No obstante, se dio cuenta que un brazo la rodeaba por la cintura. Giró la vista, y por un momento dudó que fuera real lo que veía, el Inugami dormía a su lado tranquilamente. —Vaya, no se fue… esto se siente un poco extraño— pensó para sí misma. —En fin, supongo que le debo la cena, que ahora se convertirá en desayuno— sonrió. Se levantó con calma, escabulléndose de su abrazo. Se puso una bata y fue al cuarto de baño. A pesar de haber dormido lo suficiente, aún estaba fatigada. Pero ese era el precio a pagar por retozar con el demonio rojo. Cuando regresó, él ya abría los ojos. —Buenos días, Diana— saludó. —Buen día para ti también— regresó el gesto, sentándose en la orilla de la cama. —Levántate, hoy me toca invitarte a desayunar. — —De inmediato, quiero ver que tan buena cocinera eres— bromeó, mientras se incorporaba. La mujer no dijo nada, pero sonrió pícaramente al verlo pasearse desnudo en busca de su ropa. Era tan atrayente, que no pudo evitar seguirlo con la mirada y quedarse observando el movimiento de las marcas de estirpe en su espalda. Tan fascinantes, que podría pasarse un buen rato delineándolas con sus dedos una y otra vez. —¿Los Inugamis son siempre tan descarados? — se preguntó, al notar su desenvoltura casi provocativa. Él debió sentir su mirada, porque se giró despacio con gesto insinuante. Pero antes de que pudiera decir algo, la mujer se puso de pie y salió del cuarto rápidamente, con las mejillas coloreadas. … Rato después. El desayuno transcurrió con una conversación trivial de nuevo. Finalmente, cuando Akayoru se despedía para retirarse, le dijo algo para que estuviera más tranquila. —Diana, sé que estás preocupada, pero quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que sea— se acercó a ella, abrazándola por la cintura. —Gracias, lo tendré en cuenta— sonrió. Después de un breve beso, el demonio se fue, y ella se puso manos a la obra con sus actividades domésticas.***
Continuará…