ID de la obra: 1270

DIANA

Het
NC-17
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
315 páginas, 129.537 palabras, 23 capítulos
Descripción:
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6. Demonio Plateado

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Buen día: Les dejo el nuevo capítulo antes, sólo por esta ocasión, debido a que se alargó más de lo esperado. Y les aviso que la próxima actualización sí va a tardar, porque tengo atrasados los otros fanfics y debo terminarlos. Pasen a leer, y ojalá me dejen sus comentarios, ya saben que los adoro. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por capricho y para satisfacer las perversiones de algunas(os), incluyéndome.

***

Capítulo 6: Demonio Plateado Tres días después. La joven transitaba despreocupadamente por la calle, iba degustando un helado y caminando junto a sus compañeras de trabajo. Habían salido a comer fuera y ahora regresaban a la oficina. Eso es lo que pudo apreciar el demonio plateado. Desde una altura considerable, en la azotea de un edificio cercano, el señor del Oeste observaba al grupo de mujeres. Con la información proporcionada por su sirviente, logró localizar el lugar donde laboraba la humana y ahora observaba sus movimientos con atención. Decidió dejar pasar unos días para que ella se tranquilizara y no intentara huir. —Puedo olerla— susurraron en su mente. —¿Por qué no vamos por ella? — —Aún no, es necesario esperar— se dijo a sí mismo. —No es tan fácil ahora. — —La deseo, la quiero a nuestro lado, ¡No acepto tus pretextos! — gruñó la criatura en su interior. —Paciencia— finalizó Sesshomaru, dando un último vistazo a la mujer, para después alejarse de ahí. … Al anochecer. Diana tuvo la sensación de estar siendo observada toda la tarde. Pero eso no era posible, ella trabajaba en el octavo piso y por lo regular, las persianas de los ventanales siempre estaban semicerradas. Tampoco podía creer que alguien dentro de la oficina estuviera mirándola, se habría dado cuenta. Tal vez era sólo su imaginación, además, la marca violácea habría cosquilleado si alguna criatura sobrenatural rondara cerca. —Es el estrés— se dijo a sí misma. —Vamos, debes terminar el reporte, si no, el jefe te regañará. — Había tenido que quedarse más tarde, debido a la carga laboral por la que estaba pasando la empresa. Otros de sus compañeros también estaban trabajando horas extras, pero en departamentos diferentes. Ella permanecía sola en esa área y a pesar de que escuchaba su música favorita, no lograba concentrarse. De pronto, se le erizaron los cabellos de la nuca. De inmediato volteó hacia las ventanas cubiertas por las persianas poco entreabiertas. No se distinguía nada más que oscuridad y algunas luces de otros edificios, así como los letreros neón de publicidad. No obstante, la sensación de unos ojos posados en ella, no se disipaba. —Suficiente, me largo de aquí, esto lo terminaré mañana— refunfuñó, mientras apagaba la computadora y tomaba su bolso. … Minutos después, caminaba por el estacionamiento para alcanzar más rápido la calle principal. Había solicitado por teléfono un servicio de taxi, así que el vehículo llegaría por ese rumbo. Sus pasos generaron un eco molesto en el lugar, el cual permanecía casi vacío. Estaba bien iluminado, pero la sensación de soledad era extraña. De repente, una corriente de aire pasó junto a ella, inquietándola bastante. Aquella zona estaba semicerrada y no hacía viento afuera. —¿Qué diablos? — no logró terminar la frase, porque la punzada en su hombro fue bastante dolorosa. La presencia detrás de ella hizo que un escalofrío bajara por su columna vertebral. Sus ojos se abrieron en grande y comenzó a sudar. No quería voltear, porque sabía lo que hallaría a sus espaldas. —No intentes correr o lo lamentarás— se escuchó una voz amenazante. Diana giró despacio, a la vez que su corazón empezaba una loca carrera. La esquina estaba escasamente iluminada. No por un fallo en las lámparas, sino porque algo estaba afectándolas, quizás una energía sobrenatural. Lo primero que vio de él, fueron sus ojos ambarinos, estos brillaban siniestramente en medio de la penumbra. Entonces lo escuchó caminar unos pasos, deteniéndose en donde podía distinguirlo mejor. La parpadeante luz le permitió un vistazo rápido del demonio. Usaba el resto de su disfraz y su elegante forma humana no dejaba de quitar el aliento. El pelo oscuro, corto y con flequillos, acentuaba su rostro, haciendo un juego contrastante con su piel clara. Sus rasgos finos eran cautivadores como siempre, y su mirada no dejaba de ser intimidante. La ropa que vestía se notaba pulcra y de corte formal. Calzado, pantalón y chaleco negros, camisa blanca y corbata gris claro. Sus manos permanecían dentro de las bolsas del pantalón, su posición era altiva y expectante. El aire depredador que emanaba no podía ser disfrazado. Los ojos de ella lo recorrieron de pies a cabeza, y no pudo evitar pensar en lo malditamente bien que se veía, a pesar del miedo que le provocaba. Sesshomaru arrastró la mirada, lenta y maliciosamente sobre la mujer, alzando un poco el rostro, inhalando algo en el ambiente, complaciéndose de ello y quizás, excitándose también. Sus pensamientos eran turbios y la bestia blanca no dejaba de susurrarle su creciente deseo. —Acércate— ordenó. Diana permanecía estupefacta y no podía decir nada. Sólo negó con la cabeza, mientras empezaba a retroceder. La salida del estacionamiento estaba a escasos diez metros, pero aún no había señal del taxi. Tratar de correr fue lo primero que pensó, aunque demasiado tarde. En un pestañeo, alcanzó a notar el borrón deslizándose frente a ella, e inmediatamente después, sintió un tirón. Cuando parpadeó de nuevo, el señor del Oeste ya la tenía pegada contra el muro más cercano. Una de sus manos estaba en su nuca y la otra la sujetaba por la cintura, manteniéndola contra su cuerpo. La había atrapado tan rápido, que fue necesario inmovilizarla contra él para no lastimarla con su velocidad sobrenatural. La mujer jadeó en busca de aire, la adrenalina comenzó a correr por sus venas. Empujó con sus manos hasta que la soltó parcialmente, manteniéndola acorralada con ambos brazos. No podía escabullirse de él y no había nadie a la vista. Sus nervios se tensaron aún más. —Te dije que no intentaras huir— siseó, clavando sus ojos ámbar en ella. —¿Acaso quieres recibir un castigo? — El diablo la amenazaba de nuevo. Entonces, su mente empezó a sopesar las posibilidades: ¿Tenía miedo?, sí; ¿Él la castigaría si trataba de escaparse?, quizás sí, pero era más probable que no; ¿Se dejaría llevar por el pánico en estas nuevas circunstancias?, no. No se rendiría tan fácil. —N-No lo harás— musitó nerviosa. —No te atreverás a lastimarme, lo sé. — El demonio entrecerró los ojos. No esperaba aquella respuesta, pero le encantaba su tono desafiante. Se acercó al lado de su rostro e inhaló cerca de su oreja antes de hablar. —¿Por qué estás tan segura de eso? — sus labios se aproximaron un poco más y su lengua emergió para rozar tenuemente su piel. La humana se estremeció, al mismo tiempo que cerraba los ojos con fuerza y contenía la respiración. No podía permitirse expresar reacciones físicas ante el Lord. Sería su condena. —A-Alguien… me lo dijo— contestó con dificultad y sin mirarlo. Un gruñido se escuchó. Diana tuvo que abrir los ojos de golpe cuando sintió que Sesshomaru enterraba el rostro en el hueco formado por su cuello y hombro. Sintió como su nariz olfateaba más profundo, sin importarle la tela de su ropa, haciéndolo tan insistentemente, como lo haría un sabueso. ¿Por qué reaccionó de esa manera ante su respuesta? Probablemente no le agradaron sus palabras, o quizás había revelado algo más sin querer. Entonces, él se deslizó hacia abajo, husmeando sobre su cuerpo, hasta llegar a su vientre. Antes de alzarse de nuevo, hizo otro gruñido amenazante. El demonio la apresó por el cuello, sin lastimarla, y se aproximó a escasos centímetros de su rostro. Los oscuros ojos de la mujer tenían una mezcla de miedo y burla, pero dudaba que ella fuera consciente de eso. —¡Así que te has apareado con el otro macho! — siseó en un tono casi letal. La joven tembló sin poder evitarlo. No comprendía cómo se había dado cuenta de algo que sucedió días atrás, pero no fue difícil imaginarlo. El olfato super desarrollado de aquellas criaturas, era un arma peligrosa contra las limitantes humanas. Sin embargo, ella no desvió la mirada y de nuevo lo desafió. —No es algo que te importe, señor del Oeste— dijo con seguridad, mientras tragaba saliva con fuerza. Los ojos ambarinos de Sesshomaru comenzaron a teñirse en azul metálico y las marcas violáceas de su rostro se hicieron visibles. Sus zarpas crecieron y los colmillos se le afilaron. Se quedó quieto, mirándola fijamente, pensando con cuidado sus siguientes palabras, mientras lidiaba con la creciente ira de su bestia interna. —¡Asesínalo! — rugió la criatura. —Escucha mujer— su voz se oyó gutural. —Aléjate de él, de lo contrario, lo estarás condenando a muerte. — Ella se estremeció. Sabía que la amenaza era para Akayoru, y probablemente no estaba jugando. Estas criaturas tenían comportamientos demasiado parecidos a los humanos. Sin embargo, tuvo la intención de contestar a su chantaje, pero en ese instante, el sonido de un motor se escuchó no muy lejos. Una camioneta iba entrando al estacionamiento, dirigiéndose hacia donde estaban ellos. Él resopló con furia antes de liberarla y alejarse rápidamente hacia las sombras. Era demasiado el riesgo de ser descubierto, ya que no podía volver a desplegar su camuflaje, debido al arrebato del momento. Desde su sitio, observó que el vehículo se detenía cerca de la mujer. Otros humanos descendieron para acercarse y auxiliarla, ya que, a simple vista, se notaba muy alterada. Decidió retirarse por ahora. Lo que le sobraba era tiempo y sólo era cuestión de ser paciente. Se alejó en silencio, sin ser detectado por nadie, excepto quizás, por la última mirada inquieta de la joven. … Diana llegó a su departamento. Todavía temblaba por semejante encuentro. Afortunadamente, esas personas llegaron en el instante preciso, y después de explicarles que había sido víctima de un “intento de robo”, la acompañaron a esperar su taxi. Ahora que ya estaba a salvo, debía pensar muy seriamente en la amenaza del Lord. —¿Qué haré? — meditó en voz alta, mientras se bañaba. —No quiero que lastime a Akayoru, pero es probable que lo haga si sigo con él. — Salió de la ducha envuelta en toallas y se dejó caer sobre la cama. Estaba cansada física y mentalmente como para seguir pensando en todo éste embrollo. Los párpados se le hicieron pesados y poco a poco, se quedó dormida.

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Jueves, medio día. Sesshomaru estaba en su despacho, hablando por teléfono con alguien. —¿Por qué estás tardando tanto en investigarlo? — preguntó irritado. —Señor, me está tomando tiempo averiguarlo, porque el Inugami no es de clase baja— dijeron al otro lado de la línea. —Además, no es tan fácil encontrar a los contactos adecuados en estos tiempos, recuerde que muchos youkais permanecen ocultos en las partes más aisladas de su territorio. — El Lord de Occidente hizo un gesto de aburrimiento, pero no le quedó más remedio que aceptar el reporte de su sirviente y esperar. —Entonces sigue buscando, quiero esa información— finalizó y colgó el auricular. Jaken llevaba toda la semana fuera, investigando los antecedentes del Inugami pelirrojo. Había tenido que ir a los límites de las tierras Occidentales para averiguar cuál era su estirpe. Sesshomaru tenía la intención de deshacerse de él, pero no podía hacer nada hasta saber quién era. Y es que no podía subestimarlo. El hecho de que logró darle un golpe efectivo, significaba que el macho era fuerte y eso implicaba pertenecer a cierta jerarquía de poder. Por lo tanto, las reglas de los Inugamis entraban en juego, y más si se trataba de integrantes de la nobleza. No creía que pudiera pertenecer a una casa noble, ya que su encuentro en el pasado le dejó en claro que era bastante débil. O eso le hizo creer el joven Inugami. De cualquier manera, tampoco se arriesgaría a un incidente diplomático. Ya era suficiente lidiar con la hostilidad de los humanos como para también buscar peleas injustificadas entre criaturas sobrenaturales. Exhaló fastidiado y dirigió su mirada al escritorio cuando escuchó un timbre, su teléfono móvil había recibido un mensaje. Sonrió complacido al leer el aviso enviado por una empresa de logística y paquetería: Su pedido ha sido entregado.

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Diana tenía la mirada clavada en el sobre sellado que acompañaba el extraño ramo de rosas rojas. No había motivo para que alguien le enviara un presente de ese tipo, y ciertamente, no era fanática de las flores. El mensajero de la oficina había repartido la correspondencia a todos, sin siquiera prestar atención al llamativo envoltorio, garabateado sólo con su nombre. Ningún dato más. —¿Qué significa esto? — pensó desconcertada. —Menos mal que no están mis compañeras, si no cómo rayos explico esto— suspiró, mientras abría el sobre. Palideció al leer el mensaje. El texto, críptico para cualquier otra persona, era sumamente claro para ella. “Edificio B, nivel 3; Sala de juntas 2; 10:00 pm. Si no te presentas, él morirá” Una trampa, sin lugar a dudas. No era para nada sutil el señor de Occidente, era frío y directo con su amenaza. La mujer sabía perfectamente a que se enfrentaba con esa invitación. Un nuevo chantaje por parte del obsesivo demonio plateado. —¡No puedo creer que haga esto, es un demente! — masculló con enojo, después exhaló resignada. —Pero… no deseo que lastime a Akayoru. — Tomó el ramo de rosas y olió su agradable aroma. No eran sus favoritas, pero las flores no tenían la culpa. Así que se puso a repartirlas anónimamente en todos los cubículos, aprovechando que los demás estaban en una junta. … Esa misma noche, 9:55 pm. Diana llegó a la recepción del edificio donde se encontró con Jaken la semana pasada. No traía un plan bajo la manga, pero había decidido hacerle frente al Lord. Era consciente de lo arriesgado que era esto y sabía lo que podría suceder. Pero era tiempo de buscar una solución, no quería pasar el resto de su vida bajo éste tipo de acoso. Y teniendo en cuenta lo explicado por Akayoru, quizás podría intentar algún tipo de negociación. Sí, esto parecía una estupidez. Pero no perdía nada con intentarlo, excepto quizás, su libertad sexual. La puerta del elevador se abrió en el piso 3. El vestíbulo permanecía solo, pues a esa hora, ya no había empleados. Caminó con precaución, pero el eco de sus zapatos rebotó en el pasillo sin poderlo evitar. Finalmente, llegó a la puerta de la sala indicada, deteniéndose al sentir el cosquilleo de su cicatriz. —Maldición, siento que voy a mi ejecución— tragó saliva con dificultad. Tomando una profunda inhalación, sujetó la manija de la puerta, y liberando el aire después, empujó la hoja. Al fondo de la sala, sentado en la silla principal, Sesshomaru la contempló fijamente. Detrás de él, la gran ventana permitía ver la noche iluminada por las luces de la ciudad y una luna menguante asomándose en el firmamento. Aquel condenado satélite acentuando la escena parecía una mala broma. Caminó un par de pasos adentro y lo observó hacer un ademán con dos dedos de la mano. La puerta se cerró de golpe detrás de ella y cuando escuchó el giro del cerrojo, un sudor frío perló su frente. Claro, también tenía habilidades telequinéticas que no había demostrado antes, nada raro en un demonio. Pudo sentir su mirada recorriéndola de arriba hacia abajo. Ella vestía con el traje común que utilizaban las mujeres oficinistas: Blusa blanca con una pañoleta azul cielo, falda y saco azul marino, medias naturales y calzado negro. —Siéntate— ordenó con voz tranquila, demasiado tranquila. Diana contuvo el aire, mientras avanzaba unos pasos y tomaba asiento en la silla más alejada. Su corazón aumentó en latidos y la adrenalina empezó a correr. No lo perdió de vista, vigilándolo como quien observa a un animal peligroso. Permanecía con su camuflaje, pero sus ojos delataban su verdadero tono ámbar. Su aire de nobleza permanecía natural en él. Asimismo, sus gestos corporales se mantenían igual de engreídos que en el pasado. Quizás fue una tontería haber venido, pero, ¿Qué podía hacer? No tenía manera de localizar a Akayoru y no estaba segura si la ayudaría en esto. Además, existía otro riesgo latente: Él podría amenazarla con dañar a alguien más. No había riesgo por su familia, ellos estaban muy lejos, pero ya tenía una vida social aquí, así como amistades. El Lord sabía dónde localizarla, por lo tanto, también a sus conocidos. No quería arriesgar a nadie más ante una criatura sobrenatural, así que ella lidiaría con esto. Ya estaba aquí, y fuera lo que fuera a pasar, no daría marcha atrás. El demonio se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa, al mismo tiempo que entrelazaba los dedos y apoyaba su mentón en ellos. Parecía estar maquinando alguna oscura intención, tardándose algunos segundos en afinarla para ponerla en marcha. El silencio momentáneo se hizo pesado y ella no quiso esperar más. —¿Qué… es lo que quieres? — soltó la pregunta. Sesshomaru no dejaba de mirarla con esos ojos ambarinos, que por instantes parecían fríos y luego maliciosos. Entonces, sus labios se curvaron en una sonrisa inquietante. —A ti… — Su contundente respuesta generó un escalofrío en la mujer. De inmediato comprendió que no valía la pena intentar buscar una explicación en el comportamiento de una criatura como él. Ya se lo había dicho Akayoru, y ella comenzaba a temer que fuera cierto. Simplemente, el jodido destino parecía estar en su contra. —Debes estar bromeando— murmuró Diana entre dientes, segura de que la escuchó claramente. —¿Recibiste mis flores? — preguntó de la nada, ignorando su comentario. —Recibí tu amenaza, por eso estoy aquí— pasó saliva de nuevo. Él la estaba evaluando, midiendo sus reacciones. La mujer no parecía tener la intención de huir, aunque podía olfatear su miedo. Al parecer, estaba planeando algo, tendría que esperar eso de ella, debido a la situación en la cual la obligó a entrar. —¿Cuánto tiempo ha pasado para ti? — La joven parpadeó ante su pregunta, pero de inmediato entendió a qué se refería. —Medio año— exhaló despacio. El demonio entornó los ojos, seis meses no eran nada comparado con el tiempo que él había soportado. Tantos siglos transcurridos sin imaginar que volvería a encontrarse con esta mujer. Un periodo tan largo, en el cual otras demonesas no fueron capaces de satisfacer su potente deseo. Obligando a su instinto a quedarse en letargo permanente, sin dar más muestras de actividad que unos simples susurros esporádicos. Hasta ahora. —¿Qué sucedió entre tú y mi madre? — Aún tenía cierto rencor contra su progenitora por haber intervenido. Pero ahora quería conocer lo que pudo haberle dicho a la humana. Entonces, notó su nerviosismo, al parecer, no quería hablar de ello. —No creo que… — quiso responder la mujer, pero fue interrumpida. —¡Contesta ahora! — ordenó amenazante. El señor del Oeste aparentaba calma por instantes, pero enseñaba los colmillos sin disimulo. Así que, tomando aire, ella decidió contestar sus dudas. —Simplemente, me permitió bañarme, me proporcionó ropa y me llevó a la cueva para dejarme ir. — Sesshomaru alzó una mano y chasqueó los dedos. De inmediato, la joven dio un respingo de miedo, pues el condicionamiento de su control sobre ella, continuaba presente. Sin embargo, no sucedió absolutamente nada, lo que provocó un gruñido frustrado de su parte. —¡¿Qué hizo mi madre contigo?! — alzó la voz. —Me dio… de comer frutas… venenosas— habló con lentitud, sus nervios se tensaban. —Ya no… tienes control sobre mí. — Era eso. Su progenitora la había liberado de su sangre sobrenatural con frutos tóxicos. Ahora no podía someterla ni por su marca, ni estimulando su deseo carnal. Simplemente, habían vuelto a las mismas circunstancias de cuando la conoció la primera vez. Se incorporó de su silla con lentitud. —El que mi sangre ya no esté dentro de ti, no significa que has dejado de pertenecerme— siseó, mientras caminaba hacia ella. Al verlo, la mujer se arrepintió de haber dicho lo último. Lo había provocado y ahora habría consecuencias. Se quedó inmóvil, hundiéndose contra el respaldo de su asiento, provocando que éste retrocediera sobre sus ruedas, distanciándose un poco de la mesa. El demonio se movió rápido y en un par de zancadas, ya estaba frente a ella. Colocó las manos sobre los reposabrazos, encerrándola, al mismo tiempo que se inclinaba, aproximando su rostro a escasos centímetros. —¿Piensas que no puedo someterte de otra manera? — la lujuria comenzó a nacer en sus pupilas. La escuchó sostener la respiración, mientras su corazón seguía golpeteando. El olor de su miedo aumentó, pero sus ojos no lo demostraban. Al contrario, le sostuvo la mirada con firmeza. En ese instante, su bestia interna se agitó, relamiéndose los bigotes por ella. —Hambre… — susurró. —Escucha mujer, no vamos a extender esto más de lo debido— con una mano la tomó del mentón, obligándola a levantar la cara. —Sabes por qué estás aquí, y será mejor que cooperes. — De repente, Diana utilizó sus pies para impulsarse hacia atrás. La silla retrocedió, liberándola de su cercanía. Exhaló el aire retenido y se puso de pie para encararlo nuevamente. Él se enderezó, mientras sonreía burlón. —Escucha, no son necesarias las amenazas— dijo, intentando mantener la compostura. —Por qué no llegamos a un acuerdo, es decir, son otros tiempos y… — Antes de que pudiera decir algo más, el Lord acortó la distancia otra vez, atrapándola de un brazo. —No hay tratos mujer, tú eres mía y deseo tenerte en éste momento— la acercó a él con cierta brusquedad. Por inercia, Diana levantó la otra mano en su contra. El sonido se escuchó seco y aquel fino rostro quedó ligeramente volteado. Otro cosquilleo se percibió en su cicatriz, cuando observó que el camuflaje empezó a parpadear sobre él. Tragó audiblemente al darse cuenta de lo que había hecho: El demonio estaba enojándose. Los ojos de Sesshomaru tuvieron un momentáneo destello al escarlata, mientras ladeaba el rostro para mirarla de nuevo. El disfraz se desvaneció por completo, revelando su verdadera naturaleza. Las orejas puntiagudas resaltaron entre su largo cabello plateado. Las rayas violetas se hicieron intensamente notorias. Las garras crecieron y los colmillos se asomaron entre sus labios, los cuales ya formaban una mueca perversa. Con un sólo movimiento, la hizo girar para que le diera la espalda, sujetándole las muñecas por detrás. Entonces la llevó hacia el borde de la mesa, obligándola a doblar medio cuerpo encima de ésta. Su rostro quedó de lado sobre la superficie, limitando su campo de visión. —¡Eso duele! — se quejó por el firme agarre, no pudiendo moverse debido a su fuerza. Él se acercó un poco más, cerniéndose sobre ella en una obscena posición, repegándose descaradamente contra las caderas femeninas. Pudo sentir su temblor corporal y su limitada resistencia, lo que incitó aún más su lujuria. —Esta situación se me hace familiar— le habló con malicia cerca de la nuca, a la vez que su peso la mantenía inmovilizada. —Como te lo dije aquella primera vez, tú escoges… dolor o placer— sentenció. Diana estaba desconcertada, apenas asimilando lo sucedido. Podía sentir la adrenalina constriñendo sus músculos, su respiración saturando sus pulmones y el miedo apretando su estómago. Sin embargo, no podía enfrentarlo, no como quisiera hacerlo, porque era imposible ponerse al tú por tú con un Inugami. —¡Eres un desgraciado! — gritó, intentando zafarse sin éxito. —¡No puedes hacer esto aquí, hay muchas personas! — Sesshomaru sonrió con cierta diversión, realmente disfrutaba la rebeldía de la hembra. —Soy el dueño de éste edificio, nadie vendrá a interrumpirnos— se acercó a su oreja para susurrarle. —Y todas las áreas de reunión, están completamente insonorizadas— su matiz fue sumamente morboso. La mujer abrió los ojos en grande al comprender que nadie, fuera de la sala, escucharía lo que el demonio le haría. Ni las libidinosas reacciones físicas que le obligaría a expresar. Bien, ahora sí estaba condenada. La única alternativa que le quedaba, era aceptar su ofrecimiento de placer, y así evitar su posible ira. Era la opción más lógica, ya pensaría en algo después. Respirando pausadamente, aflojó su cuerpo y dejó de resistirse. Era momento de cambiar la estrategia. —Está bien, será como tú quieras— le sonrió con sorna. —Demuéstrame que eres mejor que él. — El demonio plateado se congeló por un instante. La humana nunca dejaría de desafiarlo y, al parecer, era consciente de algo que podía utilizar en su contra. Probablemente el Inugami pelirrojo le reveló demasiada información sobre su especie. En su interior, la bestia blanca sonrió malévola. —Por ahora, tómala… y después asesina al otro macho frente a ella… — El Lord se incorporó, liberándole las manos. Entonces la tomó por la cintura, levantándola con facilidad, para luego sentarla en el borde de la mesa nuevamente. Sus caderas se abrieron paso entre sus rodillas, haciendo que la falda se plegara hacia arriba. Diana se quedó sin aliento cuando sintió su abultada hombría contra ella. A pesar de la barrera que formaba la tela, su empuje fue demasiado obsceno, dejándole en claro que no se detendría para poseerla de nuevo. Entonces, la sujetó por el cabello de la nuca y la obligó a mirarlo a los ojos. —No deberías provocarme, mujer— siseó, acercándose a sus labios. —O podrías arrepentirte— atrapó su boca en un dominante beso. La joven quiso rechazarlo, pero no pudo moverse. Sus labios empezaron a ceder, y de repente, sintió la lengua del demonio invadiéndola. Aceptó el beso a regañadientes, permitiendo que sus respiraciones se entremezclaran. Y es que, si no cedía, podría lastimarla a pesar de moderar su fuerza. No le quedó más remedio que dejarse llevar. Después de todo, las sensaciones no eran desagradables. Segundos después, la liberó con un jadeo de excitación. Se apartó de ella, sonriendo malicioso ante el sonrojo de sus mejillas y la furia en sus oscuros ojos. —Desnúdate, si no quieres que use mis zarpas en tu ropa— ordenó, mientras se aflojaba la corbata y desabotonaba el chaleco y la camisa al mismo tiempo. Diana sintió otro espasmo en el estómago al verlo desnudar su torso ante ella. Si es que estas criaturas envejecían lento, no había muestras de ello. Prácticamente su marcado físico se mantenía igual que como lo recordaba, y esas llamativas rayas violetas continuaban resaltando sobre su piel. Entonces, sin permitirse distracciones, empezó a quitarse el saco y a soltar los botones de su blusa. Dejando a la vista la turgencia de sus pechos semicubiertos por la prenda de encaje. Colocó su ropa sobre la mesa, pero no se quitaría la falda. Únicamente liberó el broche y la subió hasta su cintura. Estaba a punto de retirar su ropa interior, cuando lo sintió acercase de nuevo, sin darle tiempo de nada. El macho ya estaba desnudo, exhibiendo su fascinante figura con total descaro. Sesshomaru la atrapó de los hombros y la obligó a recostarse sobre la superficie de madera, quedando encima de ella. Su cabello plateado le hizo cosquillas, al mismo tiempo que su boca empezaba a recorrer con húmeda ansiedad la piel de su cuello. Un rápido corte de su garra liberó sus pechos de la tela. La oyó quejarse y después jadear cuando sus manos tocaron su carne. Claramente sintió su temblor corporal cuando su virilidad palpitó sobre su vientre, provocando más reacciones de la hembra al empezar a mecerse contra ella. Notó que apretaba los párpados, en un intento por disimular la grata sensación que le provocaba. Sonrió complacido ante su lenta rendición. La mujer no pudo controlar su traicionera sensibilidad, la cual se volvió en su contra. Ya que ésta, respondía con rapidez y sin importar cuál macho era el que encendía su deseo carnal. Más caricias en los lugares correctos y más lamidas insistentes contra su piel, hicieron mella en su concentración. Sus nervios pasaron de estresarse por el miedo, a tensarse por el creciente placer. —¡Concéntrate Diana!, ¡No dejes que sus caricias te seduzcan tan fácilmente! — pensó, aunque era imposible no reaccionar. El movimiento de sus caderas contra su vientre provocó que su intimidad se contrajera y comenzase a lubricar. Un ligero entumecimiento en sus pliegues la hizo pronunciar otro llamativo gemido sin poderlo evitar. La bestia blanca se agitó revoltosa, encantada de olfatear la excitación de la hembra. No podía tomar el control para apresurar la unión, pero sí podía incrementar el hambre del Lord. Un gruñido escapó a modo de confirmación. Necesitaba que la humana estuviera lo suficiente preparada para recibirlo, y sabía exactamente cómo conseguirlo. Sin liberarla por completo, su boca inició un descenso, desde sus pechos, hacia su vientre. Esquivó la tela arrugada en su cintura y llegó a su monte de Venus. Con cuidado, dos de sus garras alcanzaron los bordes laterales de la prenda por debajo del material, y con un sólo movimiento, la cortaron. Ella dio un respingo y sus piernas se tensaron para cerrarse. Pero antes de siquiera intentarlo, el demonio arrancó los restos de la tela y le inmovilizó los muslos con firmeza. Su sexo húmedo quedó expuesto ante su malvada lengua. Quiso decir algo, pero en ese instante, lo sintió hundirse entre los pliegues de su flor. El obsceno jadeo de la hembra se escuchó con fuerza, dejando sus pulmones sin aire. Aquella profunda caricia estimuló su interior a un grado enloquecedor. Sin poder contenerse, sus manos aferraron el plateado cabello y sus caderas ondularon en busca de más placer. El macho respondió a su petición y sus lamidas se intensificaron. El señor del Oeste sonrió complacido, la mujer estaba a su merced. Continuó recorriéndola una y otra vez por algunos minutos. Deleitándose con su sabor, hasta que las contracciones de su interior, le provocaron un estallido feroz. El cuerpo femenino convulsionó, arqueándose de placer, mientras sus entrecortadas respiraciones intentaban llenar su agitado pecho. Diana tenía la mirada clavada en el techo y resollaba sin control. Aquel orgasmo había sido demasiado bueno. El sudor perlaba su frente y su cuerpo se sentía ligero. El cansancio aún no llegaba, pero sabía que el Lord tomaría su recompensa en cualquier momento. Alzó un poco el rostro para verlo. Sesshomaru la miraba con altivez, sabiéndose responsable de su regodeo. Se relamió los labios con avidez, mientras pasaba un par de dedos por la punta húmeda de su hinchada virilidad. Se aproximó a ella y se colocó entre sus piernas. Su miembro palpitó contra la cálida entrada de su feminidad. Entonces, la hembra le rodeó las caderas, en una clara invitación. La joven aún temblaba por los restos del clímax que seguía pulsando en su interior, lo que facilitaría que su cuerpo recibiera al Lord. Tomando aire de nuevo, lo espoleó para que se hundiese en ella. El macho comenzó a empujar, al mismo tiempo que un gutural gruñido emergía de su garganta. La bestia blanca se agitó, sonriendo con satisfacción al percibir la entrega de la hembra. El instinto obligó al demonio a oscilar con más ímpetu, perdiéndose en el cálido y húmedo abrazo femenino. Su voluptuoso clamor llenó sus oídos y no pudo evitar cernirse sobre ella con más fuerza. Diana se dejó arrastrar por su apetito carnal, aceptando cada una de sus embestidas. Los efectos del placer empezaron a correr por su columna vertebral. Las contracciones de sus paredes internas se incrementaron al paso de los segundos. Podía sentir que el señor de Occidente estaba en el borde, y teniendo en cuenta su frenesí, no tardaría demasiado en culminar. Cerró los ojos, concentrándose únicamente en sentir y disfrutar. Sus manos se aferraron a la espalda masculina, clavando sus uñas conforme la creciente convulsión en su vientre aumentaba más y más. Lo escuchó jadear entrecortado cerca de su oído, y en ese instante, su propio cuerpo se tensó. La fricción sobre su botón de placer la hizo alcanzar la cima del éxtasis por segunda vez. El estremecimiento de la hembra, aunado a su intenso grito, generó una potente presión alrededor del miembro de Sesshomaru. El espasmo se retorció en su vientre, y como un impulso incontrolable, el orgasmo explotó en su interior. Su semilla se derramó con fuerza, y el bramido final, no logró reflejar las sensaciones del sublime deleite que saturó su espina dorsal. … —Es nuestra, no pienso compartirla— susurró la bestia. El sudor brillaba en la piel de la mujer y su mueca de satisfacción era innegable. El demonio se mantuvo meciéndose pasivamente sobre ella, hasta que finalmente lo detuvo. —Es suficiente… ya no puedo más— murmuró cansada. La liberó, no muy convencido. Ahora que por fin había vuelto a poseerla, no estaba seguro de querer permitirle marcharse, pues su instinto le exigía mantenerla cerca. Recogió su ropa y fue al otro extremo de la sala. Comenzó a vestirse, mientras revisaba su teléfono ubicado en un estante cercano. Diana se sentó con lentitud. Estaba agotada, pero tenía que irse de inmediato, antes de que cualquier otra cosa sucediese. Se colocó la blusa y luego el saco, cerrándolo para que no se notara su falta de brasier. Saltó de la mesa y se bajó la falda, alisándola lo mejor que pudo. La sensación de humedad filtrándose la hizo apretar los muslos. Con un suspiro de fastidio, tomó los restos de sus prendas cortadas y los guardó en su bolso. Quizás debería cobrarle la ropa. Lo miró de reojo, ya tenía puestos los pantalones, pero no había desplegado su camuflaje todavía. Iba a pedirle que abriera la puerta para marcharse, cuando entró una llamada al dispositivo que revisaba. —Te escucho— indicó Sesshomaru. —Señor… le tengo malas noticias— dijo el sirviente al otro lado de la línea. —El Inugami pelirrojo… pertenece a la familia de la casa Roja. — El Lord se quedó en silencio un instante, a la vez que su gesto se tornaba feroz. —¡¿Qué has dicho?! — preguntó con evidente enojo. —Si señor, es verdad. Akayoru es el segundo en la línea de poder, su hermano es el líder de la casa Roja y dominan parte del territorio Sur— explicó Jaken. Se hizo un pesado silencio por un par de segundos, después, se escuchó otro gruñido. La mujer lo miró colgar la llamada abruptamente. Entonces, volteó a verla, percatándose de que sus iris ambarinos se rodearon ligeramente de carmesí. —¿Ahora qué diablos le pasa? — se preguntó. —Ya me tengo que ir… podrías liberar el cerrojo… por favor— pidió nerviosa. Él comenzó a caminar hacia ella. —¡Es nuestra! — rugió la criatura en su interior. —Tú no vas a ir a ningún lado— sentenció el demonio plateado.

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Continuará… Muchas gracias por su tiempo de lectura y sus comentarios.
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