***
Capítulo 11: Insolente Zona residencial al norte de la ciudad. Luego de que el demonio se fuera, Diana se distrajo con el panel del ascensor nuevamente. Intentó una y otra vez averiguar el código de seguridad para llamarlo. Pero media hora después, se aburrió, por lo que se dirigió a la terraza. Por un breve instante tuvo la intención de hacer otra travesura, sin embargo, decidió no arriesgarse por el momento. Observó la alberca, pero como no sabía nadar muy bien, pasó de largo. Se recostó en un camastro a la sombra y se quedó admirando la vista de la ciudad. Pasó algo más de una hora y creyó que el día sería sumamente largo hasta el regreso de Sesshomaru. Pero estaba equivocada. Se escuchó la llegada del ascensor y claramente sintió el dolor de la cicatriz en su hombro derecho. Un escalofrío la recorrió cuando distinguió su silueta caminando por la estancia. De inmediato supo que estaba enojado y la marca violácea se lo confirmaba con notorias punzadas. —Que no venga— pidió mentalmente. Lo perdió de vista, al parecer, había tomado asiento en uno de los sofás. De pronto, oyó su imperativa orden. —¡Ven aquí! — Diana percibió un nuevo estremecimiento bajando por su espalda. Por su tono de voz, comprendió que no era conveniente desafiarlo. No sabía porque llegaba con ese humor, pero tendría que capotear la situación. —Maldición, tengo que manejarlo de la mejor forma, pero si él quiere otra cosa… — pensó preocupada. Respiró profundo y se levantó del camastro. Caminó con precaución por el interior de la sala, hasta que lo vio. El demonio estaba sentado en una posición semi relajada a la mitad de un sillón. Mantenía su apariencia humana, pero con el rostro tenso y sus iris oscilando por instantes entre el café y el ámbar. Él la miró acusatoriamente. —Siéntate— ordenó de nuevo. —Vas a contestar algunas preguntas y más te vale decir la verdad. — La mujer asintió y caminó hacia el otro sofá, sin quitarle la vista de encima ni un momento. Estaba intrigada por lo que había sucedido en aquella corta salida. ¿Qué hizo enojar al Inugami?, ¿Quizás la laptop se dañó de forma irreparable? —¿Cuánto tiempo ha estado cortejándote el otro macho? — preguntó molesto. Ella hizo un gesto de extrañeza, ahora el Lord comenzaría a cuestionarla. Probablemente para amenazar a Akayoru. —No tengo porque hablar de eso— respondió Diana con seriedad. —Me tienes aquí y no es necesario que sepas algo más de él. — Sesshomaru le sonrió, sus colmillos ya comenzaban a revelarse notoriamente. —No voy a atacarlo por ahora, pero debes hacerte a la idea de que ya no lo volverás a ver. — La mujer sintió temor al escucharlo. Pero intentó disimularlo cruzándose de brazos y desviando la mirada, como si no le importara, negándose a dar mayor información. —Olvídalo, no hay nada que decir de Akayoru— se expresó indiferente. —Sólo era un… pasatiempo. — Un gruñido se escuchó por parte del Inugami. Ella lo miró de nuevo y pudo notar el desenfoque de su disfraz, su enojo no había menguado en absoluto. Sólo intentaba mantenerlo a raya, pero, ¿Por cuánto tiempo? —No trates de mentirme, el olor de tu estrés te delata— advirtió antes de volver a preguntar. —¿Te ha dicho que eres compatible con él? — Diana palideció al recordar las palabras del pelirrojo, quien le explicó lo que implicaban las costumbres de las criaturas sobrenaturales respecto a los instintos y el apareamiento. Akayoru le dijo que quizás el Lord la veía como una potencial pareja. Pero no había hecho mención de que él mismo sintiera el llamado también. Quizás no le dijo la verdad por algún motivo. Aunque eso ya no importaba en éste momento. —¿Y qué si me lo dijo? — rodó los ojos, ocultando su inquietud. —El hecho de que tu especie tenga creencias de ese tipo, no quiere decir que yo deba aceptarlas sólo porque— hizo comillas con los dedos. —Soy “compatible con ustedes”. — La mueca fue exagerada, evidenciando su renuencia. —La mayoría de los humanos no creemos en parejas predestinadas, ¿El hilo rojo?, es una verdadera tontería, ¿Almas gemelas?, por favor, que absurdo, ¿Instintos y compatibilidad?, definitivamente no, y menos en estos tiempos. En otras palabras, no soy una mujer que pueda corresponderte, ni a ti, ni a ningún ser sobrenatural. — El Lord entornó la mirada, pues la rebeldía de esta mujer le encantaba, aunque no lo quería reconocer abiertamente. Entonces sonrió con malicia, sus iris se quedaron en el ámbar y las marcas faciales de su rostro se hicieron presentes. Su disfraz parpadeó por un segundo, y luego se desvaneció por completo. —¡Cállate Diana, estás provocando al diablo! — se regañó al ver su transformación. —No es necesaria la aceptación inmediata— se levantó del sillón. —Pero tendrás que acostumbrarte a mí. — Sesshomaru era consciente de que la humana no quería aceptar que su aroma natural era una poderosa señal que jamás pasaría desapercibida para cierto tipo de demonios. Simplemente, la mujer era compatible con ellos y eso no cambiaría nunca. Podía renegar todo lo que quisiera y no creer en absolutamente nada, pero después de haberse involucrado con Inugamis, ya no había marcha atrás para ella. Diana contuvo la respiración al verlo aproximarse, por lo que se arrinconó contra el sofá, quedándose quieta ante su intimidante cercanía. Él se inclinó sobre su rostro. —Deberías olvidar al otro macho, porque él mismo se ha condenado a muerte— dijo con indiferencia. —¿Se ha condenado?, ¿Akayoru ya está enterado de mi situación e intenta hacer algo al respecto? — razonó esperanzada, pero sin poder evitar sentir preocupación por él. El Inugami pudo olfatear el miedo de la hembra, pero a pesar de ello, la joven le respondió. —¡Déjalo fuera de esto!, me tienes aquí, por lo tanto, no es necesario que lo agredas. — Con un rápido movimiento, la inmovilizó del mentón, obligándola a levantar la cara hacia él. —¡Pero yo quiero hacerle daño por acercarse a ti! — siseó amenazante. —No olvides que me perteneces, eso no ha cambiado a pesar del tiempo, así que el imbécil merece un castigo. — Ella contuvo la respiración sin dejar de mirar sus sobrenaturales ojos, que poco a poco, empezaban a reflejar otras intenciones. En ese momento se dio cuenta que de nuevo debía jugar con sus reglas si quería salir de tan complicada situación, y distraerlo de su oscuro propósito para con el Inugami pelirrojo. —¡Basta de amenazas, señor del Oeste! — habló con firmeza de pronto. —¡¿Tanto te importa lo que tuve con Akayoru?¡, ¡Bien, entonces será mejor que te esfuerces para superarlo! — su tono fue desafiante. Sesshomaru gruñó con furia y sus colmillos se mostraron por completo. Su mano atenazó el cuello femenino con algo de fuerza, pero sin llegar a lastimarla, a la vez que su fiera mirada se clavaba en los ojos de ella. —¡No me agrada que me compares, y menos con él! — advirtió, mientras una zarpa de su otra mano acariciaba la mejilla de la mujer. La humana no se inmutó, a pesar de sentir el filo rozando su piel. —¿Y qué harás al respecto? — hizo una sonrisa burlona. —¿Piensas lastimarme para que lo olvide? — Diana sabía de sobra que el demonio plateado no le haría daño en ningún sentido… o al menos eso esperaba. El Inugami bufó colérico, pero se quedó quieto cuando algo se removió en su interior. Su mirada comenzó a teñirse de escarlata y la bestia dentro de él se relamió los bigotes con ansiedad. —Déjame castigarla… a mi manera… — La expresión del Inugami se volvió perversa y en sus ojos se reflejó la lujuria. Era tiempo de continuar con lo que se quedó pendiente en la mañana. Ella se estremeció una vez más al notar el color rojo, e inmediatamente supo que el lado salvaje del Lord estaba tomando de nuevo el control. Sintió como su mano aflojó el agarre sobre su garganta, al mismo tiempo que se acercaba a su oído. —No voy a lastimarte— susurró con la voz distorsionada. —Pero sí te haré gritar… — Diana ya no tuvo tiempo de pensar en nada. El demonio la empujó sobre el amplio sofá y sus garras hicieron varios cortes a lo largo de la satinada bata. Arrebató los pedazos, arrojándolos al suelo, dejándola desnuda en un instante. La respiración se le detuvo cuando le inmovilizó las muñecas por encima de la cabeza con una sola mano, mientras se posicionaba junto a ella, sin dejar de mirarla con malicia. —¡Eres un maldito! — replicó indignada, forcejeando contra su agarre. —¡Quédate quieta! — alzó la voz, colocando las otras zarpas sobre su vientre. —O no lo disfrutarás… — Se relamió los labios de forma insinuante, dejándole en claro a la joven que ahora la bestia blanca se divertiría con ella… sin ninguna interrupción. La mujer tembló cuando notó la presión de los dedos masculinos descendiendo hacia su entrepierna. Las garras se retrajeron por completo en un santiamén. No le haría daño, eso era seguro, pero ya presentía lo que se avecinaba. Su exploración manual comenzó con la caricia de sus muslos, acercándose poco a poco a su centro. Cerró los párpados, tratando de mantenerse enfocada. Sus piernas se mantuvieron juntas, reusándose a admitir el toque del Lord. Él se inclinó sobre uno de sus pechos y su lengua se apoderó del pezón. Su mano continuó delineando su vientre y sus muslos, sin forzar la separación. La presión sobre su dermis comenzó a inquietarla, la boca del demonio se deleitaba recorriéndola pausadamente, humedeciendo el contorno de su carne. Diana se fue relajando dócilmente. No le gustaba someterse, pero en éste caso, era una ventaja para ella. Quizás el Inugami pensaba que tenía el control absoluto, pero no era del todo cierto. La mujer había logrado distraerlo para que no hiciera más preguntas sobre Akayoru. Y ahora continuaría con el lascivo juego, dándole lo que quería y, de ser posible, manipulándolo también. Sesshomaru la escuchó jadear con suavidad. Su forcejeo se detuvo, ya no intentaba liberar sus muñecas, pero aún mantenía restringido el acceso a su intimidad. Entonces su lengua se movió en busca del otro pezón, transitando por en medio de la turgencia de sus senos. Sabía cómo estimularla, sólo era cuestión de tiempo para que la hembra comenzara a responder. La sintió arquearse cuando su boca devoró hambrienta su piel. La joven apretó los labios, pero no pudo evitar que parte de otro jadeo escapara. La caricia húmeda del Inugami lograba perturbar sus terminaciones nerviosas, provocándole deliciosas cosquillas. Su concentración se fue diluyendo más rápido de lo que tenía planeado. Pero, ¿Para qué retrasar lo que él quería?, si el macho deseaba sentirse el amo, ella le seguiría el juego. Liberó un gemido cargado de deseo, al mismo tiempo que separaba los muslos despacio. El demonio sonrió complacido y sus finos dedos iniciaron una delicada exploración entre los pliegues femeninos. La bestia olfateó ansiosa, le apetecía probarla con urgencia más allá del tacto. Pero primero necesitaba que su cuerpo respondiese, para poder torturarla como pretendía. Un roce lento, un toque firme y un estremecimiento. Claramente sintió la palpitación de su flor y el inicio de su lubricación. Diana abrió los ojos de golpe al sentir la primera contracción en su interior. Sus caderas ondularon hacia arriba y otro morboso clamor se escuchó, atrapando la atención del Lord. Notó su creciente agitación y sintió como su estimulante fricción aumentó. Un par de sus dedos inició una pausada penetración. Movimiento rítmico y suave, cuya única intención era empaparla incluso más. Una sonrisa vanidosa se dibujó en su rostro sonrojado, ya que Sesshomaru respondía a sus incitaciones sin darse cuenta. La bestia gruñó agitada por el intoxicante aroma de la hembra y ya no pudo contenerse. Retiró los dedos de su feminidad para después lamerlos con gula. El sabor le provocó más excitación y sus colmillos se mostraron en una expresión hambrienta. Entonces liberó sus muñecas y las garras de esa mano también se retrajeron. La tomó por las caderas, acercándola a él. —¡Esto va demasiado rápido! — pensó inquieta, sin embargo, se mantuvo concentrada. Lo observó inmovilizar sus muslos con firmeza, mientras los mantenía separados, para después comenzar a besarlos. Sintió sus cálidos labios recorrer con paciencia la parte interna, bajando gradualmente y subiendo de nuevo. Pasó a la otra extremidad, repitiendo la misma acción. La sensación dérmica era deliciosa y las cosquillas iban en aumento conforme se aproximaba a su intimidad. El señor del Oeste percibió una dolorosa punzada en su bajo vientre. Su cuerpo ya respondía al llamado de la hembra, pero todavía no era el momento para poseerla. Su recorrido inició el descenso, buscando llegar al centro de su cuerpo. La sintió temblar de anticipación, así que le dio un rápido vistazo y pudo comprobar que la mujer ya lo miraba con cierta tolerancia. Un poco más y pronto lograría que suplicara. Diana clamó obscenamente cuando la lengua del Inugami tocó su carne. La primera lamida presionó sobre sus pliegues, provocándole una potente sacudida. Sus uñas arañaron el forro del sofá mientras su cabeza caía hacia atrás, los jadeos no se hicieron esperar. El macho concentró su lengüeteo en el centro de la mujer, complacido de escucharla gemir. Sin embargo, no era suficiente, así que procedió a profundizar directamente en su cavidad. La escuchó gritar con lascivia hasta casi quedarse sin aire. De nuevo, levantó la mirada para calibrar su reacción. —¡Tan delicioso! — divagó la mente de Diana. Su cuerpo se arqueó en busca de más y sus caderas comenzaron a ondular. Claramente sintió que su humedad se incrementaba, y cuando advirtió aquella insistente mirada, no pudo evitar enderezarse sobre sus codos para confrontarlo. La lujuria brillaba en sus oscuros ojos, enviándole un mensaje claro: No te detengas. La bestia sonrió, esa hembra era todo lo que deseaba y nada más. Las manos del Lord se deslizaron para seguir acariciando el interior de sus muslos, al mismo tiempo que su fuerte lengua subía rumbo al vértice femenino. Su botón de placer estaba inflamado y necesitado de pronta atención. El órgano bucal comenzó a masajear muy despacio, hasta que otra sacudida estremeció a la humana. Entonces, las suaves lamidas, se volvieron feroces en un instante. Diana se sintió enloquecer. Su cabeza se agitó violentamente de un lado a otro contra el respaldo del sillón, y sus pechos temblaron a causa de su alterado estertor. Simplemente, no podía hablar, no podía pensar y por un instante, creyó que ahora sí perdería la razón. Era imposible detener el creciente placer, él la haría gritar una y otra vez. El señor de Occidente continuó su húmeda libación, disfrutando de sus sensuales quejidos, los cuales le indicaban que su culminación estaba muy cerca. Pero su propio deseo ya punzaba en su vientre, la dureza de su miembro ya empujaba contra la tela de sus pantalones una vez más, lo cual era bastante doloroso. Entonces, la criatura en su interior sonrió con crueldad. —¡Castígala! — Él se detuvo. La mujer sintió un espasmo de dolor, pues su intenso regodeo se vio bruscamente detenido. En el interior de su cuerpo, la presión no liberada empezó a lastimarla. Sus ojos se clavaron en el techo y después comenzaron a humedecerse. —¡No!, ¡No me dejes así, por favor! — se quejó con un agónico sonido. Sesshomaru se levantó sobre ella y se aproximó a su rostro, relamiéndose los labios con gesto burlón. —Grita para mi… — Diana lo miró fijamente. Un verdadero demonio gobernado por su lujuria, cruda y voraz, el cual quería escucharla suplicar, deseaba que implorara por más. ¿Eso quería?, eso tendría… pero no como se lo imaginaba. Las manos de ella se dispararon al rostro del Lord, atrapando los mechones laterales de su platinado cabello. Tiró con fuerza, hasta hacerlo alcanzar sus labios. Él respondió a su frenesí y sus bocas se unieron en un violento beso. Ambas lenguas lucharon entre sí, robándose el aliento. De pronto, ella cambió su movimiento, intentando morderlo para hacerlo sangrar. Una fracción de segundo le tomó a la bestia darse cuenta de su intención. Se apartó de ella en un santiamén, antes de que consiguiera rasgar su labio. No podía permitirle probar de nuevo su sangre. La hembra lo miró desconcertada por un instante y después le gritó con furia. —¡Ven, señor del Oeste!, ¡Termina lo que empezaste! — exigió alterada. —¡Quiero sentirte, quiero que me des más placer! — entonces, su tono se volvió insolente. —¡¿O me vas a decepcionar?! — El Inugami le enseñó los colmillos y su gruñido fue amenazante. Sus zarpas retraídas crecieron de nuevo, y sin dejar de mirarla fijamente, empezó a desgarrar sus costosas vestiduras. En unos cuantos segundos, los jirones de tela cayeron al suelo, revelando la tez clara de su cuerpo. La mujer le dirigió una sonrisa cínica, mientras comenzaba a tocarse los pechos de forma provocativa. —¡Humana atrevida, adoro como nos desafía! — susurró excitada la bestia blanca. El cuerpo masculino quedó desnudo, exhibiendo su espléndida anatomía. Su platinada melena cayendo dividida entre espalda y pecho, sus rayas violetas resaltando en costados, muslos y brazos. Su orgullosa virilidad pulsando casi amenazante. Diana ronroneó complacida. A pesar del doloroso estado en que la dejó, ella se mantenía equilibrada para manipularlo. Pero no sería por mucho tiempo, en verdad necesitaba terminar, su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. Con un último pellizco a sus pezones, las manos se encaminaron a su entrepierna. La palma de una, inició la fricción sobre su monte de Venus, y con los dedos de la otra, estimuló su húmeda cavidad. El lascivo gemido de la hembra hizo que el miembro del Lord punzara otra vez. ¿Fue una provocación?, eso ya no importaba ahora. Con un movimiento de su mano, la mesita de noche que estaba a sus espaldas, fue arrojada un par de metros más allá, rompiendo en pedazos lo que estaba encima. La mirada de ella se clavó en la mullida alfombra negra que quedó al descubierto. No era un tapete común, sino la afelpada piel de algún animal que no pudo identificar. Bien, al demonio canino se le antojaba poseerla encima de aquella suave superficie. Sesshomaru se acercó de nuevo, y tomándola del brazo, la arrastró fuera del sofá. Notó el temblor de sus piernas, pero la sostuvo con firmeza hasta dejarla encima de la piel, haciendo que se hincase frente a él. Pensó que ella mostraría algo de renuencia a sus intenciones. Pero la humana únicamente le sonrió, bajando luego la mirada por su cuerpo hasta llegar a su hombría. —Te equivocas si crees que vas a intimidarme— pensó la mujer, humedeciéndose los labios, mientras observaba con atención la primera gota seminal. Él entornó la mirada, intuyendo su siguiente movimiento. La hembra se acercó lento, con la punta de la lengua fuera de su boca. Su húmedo toque rozó la corona de su miembro en un gesto encantadoramente obsceno. La descarga eléctrica que subió por su espina dorsal lo sacudió con fuerza. La joven sonrió para sus adentros, él estaba en sus manos. Se retiró un poco y su lengua emergió plenamente. De nuevo se aproximó a la palpitante masculinidad y su extensa lamida lo hizo temblar. Sus manos se deslizaron al interior de sus propios muslos para acariciarse, al mismo tiempo que besaba la longitud del Lord. Su feminidad se contrajo anhelante, y un hilillo de lubricación escapó. La sutil felación estaba trastornando al demonio plateado. No se dio cuenta en qué momento ella volteó la situación. Pero le agradaba lo que sentía, así que por un instante no le importó ver como se autocomplacía. Cerró los ojos, disfrutando plácidamente… hasta que ella se detuvo con brusquedad. Diana interrumpió la caricia oral porque su propio éxtasis comenzó a crecer. Y sin importarle las consecuencias, ignoró por completo al macho, tirándose de espaldas sobre la oscura piel. Apretó los párpados y sus gemidos aumentaron, al mismo tiempo que sus dedos se hundían en su intimidad. Sus sentidos se nublaron y ya no pudo escuchar el feroz gruñido de la bestia. —¡Hembra insolente!, ¡No deberías provocarme! — siseó. El señor del Oeste apretó la mandíbula por el nuevo dolor que se retorció en su zona genital. La mujer había colmado su paciencia. Así que, gruñendo amenazante, comenzó a agacharse sobre ella. Su respiración se alteraba cada vez más y sentía que perdería el control de un momento a otro. Le Sujetó ambas muñecas con fuerza, arrebatándola toscamente de su delicioso momento. La joven abrió los ojos de golpe al sentir que el demonio la inmovilizaba y se abría paso entre sus piernas con un agresivo movimiento. Parecía un depredador a punto de atacarla. Entonces, le liberó las manos para tomarla de las caderas y arrastrarla más cerca de su endurecida virilidad. Sus garras le arañaron la piel, arrancándole un grito. —¡Eso duele! — se quejó por el escozor provocado. El rostro del demonio se acercó al de ella y algunos mechones de pelo le hicieron cosquillas al caer sobre sus hombros. Parecía tener la intención de decir algo, pero su entrecortado resuello no lo permitía. Ella quiso empujarlo con ambas manos, pero dicha acción resultaba inútil contra un ser como él. Una vez que se posicionó para penetrarla en una sola embestida, de nuevo le inmovilizó las muñecas contra la afelpada superficie. —¡Espera! — pidió agitada, a pesar de sentir la humedad empapando sus muslos. Lo miró sonreír hambriento, a la vez que su mirada se tornaba más salvaje. En ese instante comprendió que el instinto lo dominaba y no se contendría. Sintió la tentativa oscilación de su pelvis, haciendo que el inicio de su grosor friccionara contra la entrada de su feminidad, provocándole un espasmo que la obligó a gemir ahogadamente. Todos sus puntos nerviosos estaban al límite, listos para recibir estímulos y convertirlos en señales de placer o dolor. No obstante, su nivel de excitación era demasiado alto, así que no había razón para temer. —¡Me perteneces! — la bestia rugió, enterrándose en su cuerpo. La rígida erección se abrió paso y sus paredes se ensancharon para amoldarse, arrancándole un grito de lujuria contenida. La sensación fue tremenda al principio y su cuerpo se cimbró violentamente. El aire abandonó sus pulmones, perdiendo el aliento por unos segundos. Cerró los ojos con fuerza ante la desquiciante sensación que comenzó a crecer en su vientre. El macho apretó los dientes al sentir el húmedo calor rodeándolo, mientras una descarga sensorial arañaba su columna vertebral. El poderoso efecto le nubló la mente por un breve instante, cerrándole los párpados para dejarse arrastrar por el placer. Momentos después, sus caderas iniciaron un poderoso embate, obligándola a gritar nuevamente. Diana recuperó el aliento sólo para perderlo otra vez. El cuerpo masculino se reclinó sobre ella con más fuerza, empujando vigorosamente contra su carne. El morboso sonido de su unión se incrementó y más jadeos obscenos se pronunciaron. La incomodidad inicial fue desapareciendo al paso de los segundos, y las sensaciones eléctricas en su médula espinal se aceleraron a un grado enloquecedor. Abrió sus humedecidos ojos hacia la nada, mientras gemía descontrolada. Sus piernas entreabiertas temblaban, sus pechos oscilaban en un hipnótico movimiento y su respiración se entrecortaba. La bestia la poseía ferozmente, pero sin dañarla a pesar de su voraz apetito. Notó su mirada engreída sobre ella, sabía que se sentía triunfante, pero esto, sólo era un empate. El juego de poder iba y venía de uno a otro, pero el éxtasis era igual para ambos. La roja mirada del Inugami se embelesó con los lujuriosos gestos de la hembra. La danza de sus cuerpos se volvió demencial, el regodeo creció imparable y en su mente no había espacio para nada más. Sin embargo, su lado salvaje no desaprovecharía esta oportunidad. —¡Reclámala! — ordenó. Sesshomaru se resistió. La bestia blanca bufó colérica. Aunque sólo era cuestión de tiempo, aquella insolente mujer sería suya. De repente, una vibración empezó a nacer en su vientre, el frenesí sexual estaba alcanzando la cúspide rápidamente. Entonces, volvió a incitar al Lord. —¡Quiero su sangre! — La mujer clamó con lubricidad, disfrutando de sobremanera el acto carnal. La presión sobre su botón de placer comenzó a regalarle sublimes contracciones, pues el clímax se avecinaba imparable sobre ella. De pronto, escuchó el estertor del macho demasiado cerca de su oído izquierdo, y antes de que pudiera reaccionar, sintió un colmillo cortando sutilmente la piel de su hombro. Las gotas de sangre fueron lamidas con ansiedad. La esencia humana provocó el estallido final. El demonio embistió más profundamente. Diana sintió que su realidad se esfumaba, dejándose arrastrar al borde final. Todo en ella se estremeció, al mismo tiempo que el celestial orgasmo nacía en su centro. El placer hizo erupción, extendiéndose por todo su cuerpo, retorciendo sus nervios sensitivos hasta la locura. Su mente se diluyó, conforme liberaba un gemido entremezclado de agonía y satisfacción. El Inugami la siguió al abismo. Las contracciones femeninas lo aprisionaron vigorosamente, robándole el aliento, obligándolo a colapsar en un éxtasis demencial. Su semilla se derramó con fuerza y su conciencia se atenuó hasta quedar en blanco. La bestia en su interior rugió satisfecha por tan potente liberación, quedando aturdida en el mismo sopor. … Únicamente sus alteradas respiraciones se escucharon por largos minutos. Sesshomaru se mantenía sobre ella, con el rostro enterrado en el hueco de su hombro y cuello, sosteniéndose con los codos flexionados. Diana miraba al techo con gesto aletargado, mientras los dedos de sus manos, ahora libres, se entretenían rizando algunas hebras plateadas. —Rayos, esto va a dejarme más fatigada que antes— pensó con un leve bostezo. La relajación comenzó a adormecerla, su cuerpo ya quería descansar. Aún no era medio día, pero sabía que dormiría por largo rato. Le inquietaba esta situación del agotamiento, y probablemente al demonio no le importaba, pues en esta ocasión, no le dio de su sangre. Quiso razonar por qué no lo había hecho, pero en ese momento, lo sintió moverse. El Inugami alzó la cara, revelando un semblante más relajado. Sus ojos ya no tenían la coloración carmesí y su ira había disminuido. Ahora mantenía su natural gesto frío, observándola fijamente. Ella le regresó la mirada sin titubear. —¿Satisfecho? — reprochó Diana. No contestó, pero un ligero tic en su mandíbula insinuó una sutil sonrisa. Se apartó de ella con lentitud y un jadeo involuntario de ambos escapó. La humedad de su unión impregnó la oscura piel, mientras se sostenía sobre sus rodillas. Diana pensó que ahora se iría, dejándola ahí. Pero se retractó cuando sintió sus brazos pasando por debajo de su cuerpo, para después cargarla. No se resistió, y era mejor así, porque ni siquiera sabía si podría ponerse de pie luego de semejante actividad. Otro bostezo la hizo cerrar los ojos, apenas notando que llegaban a la habitación principal. Entreabrió los párpados cuando sintió el agua tibia cubriéndola. Un alivio la invadió al percibir las manos del Lord recorriéndola con algo suave. El delicioso aroma de alguna sustancia llenó sus fosas nasales y un sopor onírico la relajó incluso más. Estaba a nada de quedarse dormida, pero claramente notó las atenciones que el demonio le daba. Llevarla hasta la recámara, luego preparar la tina de baño, y ahora estar aseando su cuerpo, no podía pasar desapercibido para ella. Era un gesto amable, pero no era natural en Sesshomaru. No podía confiarse, aunque por el momento, ya no tenía fuerzas para pensar en ello. El sueño la abrazó por completo y no supo nada más.***
Continuará… Bueno, espero que con estos capítulos me perdonen por la tardanza. Ya estoy bosquejando el siguiente, pero antes debo actualizar la “Reina de Plata”, así que les pido paciencia. Gracias por leer.