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Capítulo 14: Distracción II Tratando de dominar un poco su miedo, Diana llegó a la conclusión de que lo mejor sería continuar con su plan. —Entonces dile lo que quiere escuchar— pensó rápidamente. —Esto es un juego de dos, así que, déjame jugar primero— ronroneó con una repentina sonrisa. Se acercó a la mejilla del Inugami y su cálida lengua hizo una lúbrica caricia que se extendió hacia su puntiaguda oreja. El macho tembló y jadeó sin ocultar el placer que sentía. En ese instante, notó la palpitación de su virilidad, despertando contra su intimidad aún cubierta por la tela. Se enfocó en sus sobrenaturales ojos, sin inmutarse ante su macabra tonalidad. Sus brazos se movieron lentamente, rodeándolo por el cuello. Humedeció sus labios con morbosa lentitud y después se aproximó a la bestia. Ésta correspondió de inmediato. Sus bocas se encontraron en una cálida y húmeda unión. El beso se profundizó, induciendo sensaciones que comenzaron a correr, dando inicio al placer. El demonio plateado sonrió excitado, aquella hembra sabía cómo complacerlo. Sin romper la fusión de sus bocas, la tomó de las caderas y la levantó del escritorio. Ella le rodeó la cintura, haciéndole sentir el calor de su feminidad contra el vientre. Caminó algunos pasos, hasta el amplio sofá de la oficina, tomando asiento y manteniéndola a horcajadas sobre él. Diana se quedó sin aliento cuando se apartaron. No podía creer que, a pesar de estar en semejante situación, disfrutara de los perversos comportamientos de la sobrenatural criatura. Quizás no debería sorprenderse tanto, siempre había sido así desde el principio. Sesshomaru no dejaba de ser un sensual íncubo, cuyas acciones siempre conseguían incitar su deseo carnal. Tal vez había algo mal con ella por responder a su tacto. Pero eso ya no tenía importancia, porque, a final de cuentas, sólo era placer físico. No tenía caso negar el instinto natural de buscar satisfacción sexual. Alguna vez la curandera Aki se lo dijo: Ningún ser vivo rechaza los estímulos placenteros. Y ella no podía negar que, con los Inugamis, experimentaba muchos de ellos. Así que sólo quedaba tomarlos y disfrutarlos. Y a pesar de saber que era el lado salvaje del demonio el que deseaba tomarla, no se sentía amenazada, después de todo, la quería como compañera. Diana no podía corresponderle, pero sí le daría lo que deseaba en éste momento. Y es que su libertad era lo más importante para ella. —Bien, señor del Oeste— dijo, con otro ronroneo. —Déjame ponerte cómodo— acto seguido, desanudó el albornoz oscuro y comenzó a deslizarlo. Las únicas expresiones en el rostro de Sesshomaru eran las que provocaba la bestia con su dominio. Respiraba cada vez más rápido, jadeaba de deseo y enseñaba los colmillos por momentos. Sin embargo, no se comunicaba a través de él, ya que no era necesario. —Eres deliciosa mujer— le habló mentalmente. —Compláceme como más te apetezca. — Diana se rio para sus adentros. La bestia no podía leer sus pensamientos, eso lo comprobó desde el principio, cuando llevaba en mente la intención de distraerlo de su descanso. Y eso era un alivio, porque no era buena idea que se enterara de todo lo demás. Su meta era evitar que durmiera menos tiempo y haría lo que estuviese en sus posibilidades para conseguirlo. Incluso si terminaba más agotada que antes. —¿Complacerte?, sí que eres arrogante demonio— pensó, asintiendo despacio, sin dejar su sonrisa coqueta. —Claro que lo haré— jaló la túnica por un lado y la arrojó lejos. Se acomodó sobre sus muslos, apartándose un poco de su vientre. Sus manos se posaron sobre su marcado pecho y luego descendieron lánguidamente, haciendo que las yemas de sus dedos le provocaran un erizamiento al recorrerlo. Le dio una última mirada y después bajó la vista. La hombría del demonio se alzaba endurecida y palpitante. La mujer tragó saliva con nervios, mientras sus manos alcanzaban la ingle masculina. Sus tibias palmas abrazaron la base del órgano viril, haciendo un recorrido firme y constante. Lo escuchó jadear con fuerza, al mismo tiempo que sentía sus brazos rodeándola. Ya no percibió el filo de las zarpas, las había ocultado para empezar a tocarla libremente. —Espero que te guste lo que hago— susurró ella, acercándose a su oído. El demonio resopló al sentir de nuevo la lengua humedeciendo su piel. Entonces, aquellos tibios labios se posaron en su cuello, iniciando otra deliciosa estimulación. De igual forma, podía sentir sus pechos, aún cubiertos por la bata, rozando insinuantes contra su torso. Él deseaba acariciarla sin estorbos, pero antes de siquiera pensar en usar sus garras para cortar la tela, ella se apartó de su regazo. Diana se puso de pie en medio de sus piernas entreabiertas, pero sin apartarse por completo y sin dejar de estimularlo. Escuchó un leve gruñido, que de inmediato se apaciguó cuando incrementó sus besos y lamidas. Le dirigió una mirada rápida, comprobando que el Inugami se quedaba quieto, sin intentar sujetarla, sólo cerrando los ojos y disfrutando de sus atenciones. Su sensual besuqueo descendió lentamente y sus manos estrujaron un poco más la tensa virilidad. Fue agachándose, dejando en claro lo que haría. Pudo notar el calor corporal con la sutil fricción de su cuerpo, conforme se arrodillaba frente a él. Entonces hizo una pausa para mirarlo de nuevo. La bestia blanca abrió los ojos y le sonrió con lascivia, respondiendo a la provocativa mueca que la hembra le dirigía. —Hazlo— se relamió los labios con ansiedad. Despacio, la mujer se acercó a su miembro, y con un gesto travieso, permitió que de su boca goteara un hilillo transparente sobre su carne. La lengua emergió y con voluptuosos toques, extendió la humedad por toda su sensible corona. El macho se estremeció por completo, gozando ante semejante estimulación. Su mirada carmesí se clavó en ella cuando la vio aproximar sus carnosos labios. Era una escena delirante que jamás olvidaría, y que siempre evocaría debido a la increíble satisfacción que le provocaba. Calor y humedad lo envolvieron, generando en su vientre una contracción de éxtasis. La joven lamió con morboso placer, rodeó y succionó con vehemencia para incitar sus reacciones físicas. Sus manos friccionaron a lo largo de su longitud, subiendo y bajando en un cálido masaje por algunos momentos. Después, una de ellas se desplazó más abajo, estimulando suavemente su área testicular. El demonio dejó escapar un gemido gutural. —Eres… maravillosa… — masculló con los dientes apretados y los párpados entrecerrados. Diana sonrió por el cumplido. No porque quisiera que la halagase por su habilidad oral, sino porque con esto, sabía que el Inugami se desfogaría prontamente. Ella era consciente de que no se cansaría tan rápido, pero, sin lugar a dudas, la bestia estaba dispuesta a gozar sin importarle nada más. Los jadeos del macho se tornaron ardientes, provocándole cierto grado de excitación. Ella debía prepararse para lo que vendría, así que se dejó llevar por la situación. Su lengua continuó libando una y otra vez la pulsante hombría, junto con el recorrido de una de sus manos. La otra, se deslizó sobre su vientre, bajando hacia su feminidad. Cerró los ojos y comenzó a disfrutar. El Inugami entreabrió los párpados de nuevo, olfateando el aroma de la hembra, escuchando su ronroneo entremezclado con los sonidos húmedos de la felación. Pudo notar como se acariciaba suavemente, saboreando su propio auto placer. Eso le encantaba, mirar cómo se tocaba, percibir cómo su lubricación se generaba y saber que su cuerpo se preparaba para él. Apretó la mandíbula cuando un potente espasmo comenzó a vibrar en su vientre. La humana se había esmerado demasiado en su caricia bucal, llevándolo rápidamente al borde del clímax. Pero no tenía intenciones de derramar su semilla si no era en el interior de ella. Su sonrisa se volvió inquietante y sus pensamientos se tornaron oscuros. Tenía la intención de hacer algo perverso, pero sabía que no podría lograrlo si su lado racional no estaba despierto. Sin embargo, no le importaba, porque era una criatura avariciosa, que pretendía asegurarse de que la hembra sería suya de forma permanente. Entonces lo intentaría, sin esperar el consentimiento de su otra mitad. Diana sintió una inesperada interrupción. El demonio detuvo la fricción de su mano y la hizo retirar sus labios, para después tomarla de los hombros y hacer que se levantara. La atrajo de nuevo hacia su regazo, sentándola sobre sus muslos entreabiertos. —¿Por qué me detienes?, ¿No te agradó? — preguntó inquieta. Sin dejar su sonrisa maliciosa, la bestia deshizo el nudo de la bata blanca y la deslizó hacia atrás, exponiendo sus hombros. Con una mano le sujetó el cabello de la nuca y la hizo ladear el rostro levemente, dejando expuesto su cuello. Se aproximó y olfateó con insistencia el aroma de su piel. —Disfruto mucho con tu lengua, pero no tengo prisa por terminar— susurró. Nerviosa, la mujer volvió a tragar saliva, mientras un escalofrío bajaba por su espalda al sentir la punta del colmillo rozando su hombro. Apretó los párpados cuando el filo dibujó una línea roja. Notó el ardor del corte y luego la suavidad de su lengua, apoderándose de las gotas de sangre. Claramente oyó su gemido de placer. Permaneció quieta, tolerando aquel primitivo capricho. Podía soportarlo mientras no la mordiera. Entonces, escuchó su respiración alterándose un poco más, al mismo tiempo que la despojaba de la bata por detrás de la espalda. Luego la mano se posó encima de su muslo y comenzó a deslizarla hacia su entrepierna. Diana abrió los ojos de golpe cuando percibió su tacto acariciando pausadamente sus pliegues. Palpó la humedad que comenzaba a filtrar de su interior, extendiéndola en lentos círculos en torno a su sensible entrada. Un gemido entrecortado escapó de su boca, erizándose ante la deliciosa sensación. Instantes después, una punzada se propagó por sus paredes internas cuando la exploración se hizo más profunda. Poco a poco, el Inugami introdujo sus dedos en un vaivén pasivo para incitar más humedad y prepararla para recibirlo. Terminó de disfrutar su sangre, dejando parcialmente cicatrizada la incisión. Era tremendamente satisfactorio su sabor, exacerbándolo al grado de querer hundirse en su cuerpo de inmediato. Pero antes, era necesario que su constreñido interior se ensanchara un poco más. Su estertor ya se escuchaba como el de un animal salvaje y su corazón continuaba agitándose. No obstante, el macho sabía que era necesario mantener cierta mesura en sus acciones, de lo contrario, podría despertar a su lado racional. Y no tenía ganas de pelear por el dominio. No en éste momento, cuando la hembra estaba delirando con la mirada perdida en el techo. —Un poco más… por favor… no te detengas— murmuró entre jadeos la joven, al sentir los dedos masculinos moviéndose y distendiendo sus pliegues íntimos. El demonio se relamió los labios, encantado de escuchar sus quejidos. Ahondó un poco más, al mismo tiempo que el talón de su mano friccionaba suavemente contra su botón de placer. La sintió sacudirse con fuerza y clamar en abandono total. La sensibilidad de la hembra era bastante, llevándola al límite en poco tiempo. Notó sus uñas enterrándose sobre sus hombros, aumentando la presión conforme se incrementaban las contracciones dentro de ella. Un grito de placer estalló en la garganta de Diana. Las sacudidas se retorcieron en su vientre y subieron por su espina dorsal. Los músculos internos presionaron los dedos del Lord y su lubricación goteó en mayor cantidad. El aliento la abandonó por algunos instantes, hasta que sus pulmones volvieron a llenarse. Sin poder evitarlo, se apoyó contra el pecho masculino, temblorosa y con una mueca de complacencia en el rostro. —Demasiado… si esto sigue así… — divagó su mente aturdida. —¡No!, ¡Sé que puedo continuar! — se forzó a sí misma con esa idea, a pesar de sentir el entumecimiento del éxtasis aletargando sus sentidos. El problema era que, todavía arrastraba el cansancio de los encuentros anteriores. Probablemente el Inugami tenía la intención de saciar su apetito carnal acumulado en los últimos siglos. Pero ella no podría soportarlo por mucho tiempo, era demasiada la exigencia para una simple humana. Sin embargo, estaba dispuesta a intentarlo, si con ello lograba escapar de sus garras. Levantó el rostro, regalándole de nuevo otra insinuante sonrisa. El macho la miró con mayor apetencia, aproximándose a su mejilla. Inhaló profundo contra su piel, al mismo tiempo que su lengua recorría la comisura de sus labios. Ella le permitió el acceso a su boca con un sutil gemido. La sintió temblar conforme el beso se intensificaba y sus respiraciones se entremezclaban. Liberó su cabello, para luego acariciar su espalda, subiendo y bajando por el canal de su columna vertebral, provocando que se arqueara hacia él. Sus senos friccionaron contra su torso, percibiendo la dureza de sus pezones. Entonces, su mano se deslizó en medio de ambos, para pellizcarlos con perverso deleite. El quejido de ella se ahogó entre sus alientos. Una punzada vibró de nuevo en el vientre del demonio, recordándole que debía continuar. Retiró los dedos del interior femenino y frotó lascivamente su rígida erección, embadurnando su carne con la lubricación de la hembra. No esperaría ni un minuto más, deseaba sentir el calor de su cuerpo ya. —Abre las piernas— gruñó excitado, liberándola de sus labios. Diana tomó una bocanada de aire tan pronto el beso se rompió. La solicitud resonó en su cabeza y no pudo evitar estremecerse. Asintió despacio y se aferró a sus hombros mientras elevaba las caderas. Sus pies se hicieron de soporte en el sofá, facilitándole separar los muslos. Su respiración se aceleró una vez más al sentir la presión contra su entrada. Un voluptuoso gemido acompañó su descenso. Cerró los ojos para dejarse arrastrar por la intensa sensación que le provocaba la penetración. Sintió las manos masculinas aferrándose a sus costados, al mismo tiempo que su feminidad se amoldaba a él. La criatura canina se quedó inmóvil, permitiéndole tomar su virilidad poco a poco. Apretó los dientes conforme lo rodeaba por completo, deleitándose con el abrazo de sus paredes íntimas, y la resbaladiza sensación de su humedad. Todas las reacciones físicas viajaron por su sistema nervioso hasta explotar en su mente. La joven tembló de nuevo, acostumbrándose a las poderosas descargas eléctricas que transitaban por su columna vertebral. Quiso permanecer un momento más así, pero las manos del demonio empezaron a forzar sus caderas, indicándole que debía complacerlo. Inhaló y exhaló un par de veces, al mismo tiempo que iniciaba la ondulación de su cuerpo. Una profunda y sensual exclamación acompañó las consecuencias del movimiento. La hombría del Inugami comenzó a estimular sus pliegues, convocando de nuevo al placer. La bestia blanca liberó un sonido gutural cuando la hembra inició su vaivén. La presión alrededor de su miembro se intensificó y el goce obtenido cimbró todo su cuerpo. Sus sentidos se embriagaron con los poderosos estímulos. La visión de la humana en sensual oscilación. Su enervante aroma sexual desplegándose. Sus intensos gemidos de goce contra su oído. El sabor de su sangre persistiendo en su lengua. Y finalmente, la suavidad y el calor de su piel canela rozando contra su torso. El agarre de sus manos comenzó a desestabilizarse. Trataba de mantener cierto nivel de presión sobre el cuerpo de la mujer, pero el golpe sensorial estaba minando su autocontrol. Las zarpas de ambas manos comenzaron a crecer. Diana sintió que el aliento la abandonaba cuando notó que el demonio ejercía más fuerza alrededor de ella. Sus garras la marcaron ligeramente en los costados, arrastrándose después hacia sus caderas para obligarla a mecerse con más ímpetu. Examinó su rostro y se inquietó al ver que la mirada escarlata se enturbiaba en cruda lujuria. Él comenzó a embestirla. El gemido de la joven se oyó como una libidinosa mezcla de dolor y placer. El Inugami sonrió con perversión, disfrutando de la desquiciante sensación que empezó a gestarse en el centro de su vientre. Sin percatarse de las posibles consecuencias, ejerció más fuerza en sus acometidas. El interior femenino se adecuó a su exigencia, pero la hembra comenzó a resollar de forma entrecortada. —¡D-Demasiado… intenso! — exclamó en un agónico quejido. Cerró los ojos con fuerza y su boca continuó con el obsceno coro de jadeos discontinuos, mientras sus uñas arañaban con rencor la blanca piel del macho, trazando profundas líneas rojas. No podía seguir el ritmo de la bestia, ya que eran excesivas las descargas eléctricas que circulaban por sus nervios sensitivos. Su lubricación le permitía recibirlo por completo, pero no estaba segura de poder soportarlo hasta el final. De pronto, el tiempo se detuvo para ella. La intensa penetración y el insistente roce contra el vértice de su sexo, provocaron un súbito y violento orgasmo. La tremenda convulsión nació en su centro y se propagó por sus pliegues internos. Estallando con potencia, para luego subir a lo largo de su espalda y finalmente, extenderse por todo su cuerpo. El frenético grito de la hembra desconcertó al demonio plateado por un instante. Buscó su rostro para encararla, al mismo tiempo que apretaba los dientes con irritación y gruñía más alterado que antes. Se dio cuenta de que la expresión femenina se deformaba en un rictus de éxtasis total. La fuerza de su culminación era bastante y con claridad pudo sentir sus paredes interiores comprimiéndose con brusquedad, apresando su hombría de golpe, obligándolo a detenerse. No quería lastimarla, así que se vio forzado a realizar una estresante pausa. Nuevamente rechinó los dientes ante el dolor que se generó en su endurecido miembro, el cual se extendió hacia abajo, provocando una aguda punzada en sus testículos. Maldijo para sus adentros, apenas logrando controlar sus alteradas reacciones. Estaba a poco de alcanzar su propia cúspide, pero no se derramaría en ella hasta lograr su oscuro propósito. Y para eso, necesitaba que la mujer lo liberara. —¡Hembra problemática! — gruñó frustrado por el malestar. —¡En qué momento alcanzaste ese grado de sensibilidad! — Sus garras ejercieron mayor presión, acercándola más a su cuerpo, manteniendo la profundidad de la penetración. La escuchó clamar ahogadamente contra su torso. Sabía que, al efectuar dicho movimiento, prolongaría las convulsiones de su intimidad, haciéndola temblar hasta la locura. No podía evitar querer torturarla debido a esta interrupción. Diana sintió que estaba a punto de morir. Alcanzar la cúspide carnal de esa manera había sido agonizante. Incluso ahora sentía que estaba al borde del desmayo. Los espasmos de su sexo todavía se mantenían latiendo, al mismo ritmo de su desbocada respiración. Su corazón estaba a nada de sufrir un infarto y las consecuencias del orgasmo no parecían querer disminuir. Era muy parecido a lo que sentía cuando la sangre de Sesshomaru transitaba por su cuerpo. No comprendía cómo es que había llegado a semejante nivel de reacción física. Sin factores externos que incrementasen las sensaciones, u otra explicación para dicho escenario, sólo quedaba la respuesta más natural: Su cuerpo estaba adaptándose al placer que ofrecía una criatura sobrenatural. Pero no sabía si eso era bueno o malo. Los espasmos en su vientre disminuían con lentitud y claramente pudo sentir la dureza masculina palpitando apretada en su interior. Lo escuchó respirar agitado y gruñendo por lo bajo. La cicatriz en su hombro derecho hormigueaba con intensidad, avisándole de su irritación. Ella no podía moverse, pero era obvio que esto aún no terminaba. Apenas un minuto después, las manos del Inugami se arrastraron por su piel de nuevo, provocándole un sobresalto. Sintió que la tomaba del cabello para levantarle el rostro y forzarla a enfrentarlo. La bestia sonrió ante la delirante expresión de la hembra: Su frente perlada de sudor. Sus ojos humedecidos y brillantes. Sus mejillas completamente sonrojadas. Sus labios entreabiertos con hilillos de saliva en las comisuras. Su respiración sin lograr estabilizarse todavía, agitando algunos mechones de cabello negro que le caían por delante de la cara. No podía negar que disfrutaba verla de esa manera, tan sensual y extasiada. Se acercó a sus labios para devorarlos pasivamente, robándole el aliento a propósito. Ella se quedó quieta, demasiado embelesada para responder, relajándose por un instante y liberando la presión alrededor de su hombría. —Esto aún no termina— le habló mentalmente, apartándose de su boca. La mujer tembló y sus manos se aferraron a los largos cabellos plateados, mientras intentaba protestar. —¡Por favor… déjame descansar… un poco más! — pidió en un murmullo entrecortado. El demonio hizo un gesto de negación. —No puedo detenerme ahora, si él despierta del letargo… — bufó con leve irritación, para luego aproximarse un poco más, hasta que ella pudo reflejarse en sus pupilas. —Escucha mujer, que te quede claro: Serás mi compañera, te guste o no. — La joven sintió un vuelco en el corazón y su estómago dolió de sobremanera. Aquella era la sentencia que más temía escuchar. Simplemente, no se podía razonar con una criatura sobrenatural. Se trataba de puro instinto, sin racionalidad, cuyo primitivo deseo era mantenerla a su lado sin importarle nada más. Ya no pudo pronunciar palabra alguna cuando fue tomada por la cintura y alzada en vilo, deshaciendo la unión de sus sexos. Jadeó con fuerza al sentir el abandono, debido a las sensaciones que aún persistían en su vientre. Él se levantó con un movimiento fluido, para luego colocar a la mujer encima del sofá, obligándola a sostenerse del respaldo con ambos brazos, mientras la posicionaba con las extremidades inferiores flexionadas. Evidentemente, su intención era terminar la cópula en la posición que aludía a su especie. —Estoy agotada… — pensó Diana, exhalando despacio y sin oponer resistencia. —Pero sé que él no está mejor que yo… — sonrió para sí misma, sabiéndose victoriosa en su meta. Ella estaba en lo correcto. El semblante del Inugami se notaba demasiado agitado y su respiración era cada vez más pesada. A pesar de ser la parte salvaje del demonio canino, se notaba que tener el control de todo, requería de un gran esfuerzo mental. En especial para no despertar a su lado racional. Era innegable que ese día resultó muy estresante para él, pues tuvo que mantener la barrera, usar su disfraz humano y tolerar que el macho pelirrojo desafiase su jerarquía. Necesitaba reposar, era cierto, pero su obsesivo deseo lo rebasaba por mucho. Diana sintió las zarpas sobre sus caderas, inmovilizándola y arañándola sin contemplación. Tomó una bocanada de aire para intentar mantener la calma e ignorar el ardor. Sabía que no perdería el equilibrio, porque él no se lo permitiría. Pero era inevitable temer a sus intenciones. Entonces, percibió su cercanía detrás de ella, cubriéndola parcialmente con su cuerpo. La bestia blanca estaba impaciente y su miembro dolorosamente ansioso por liberar su semilla. Gruñendo de forma gutural, se aproximó a la cavidad femenina. Ésta se contrajo cuando rozó la lubricación que se filtraba hacia sus muslos. La escuchó clamar cuando sus garras la marcaron. Ya no podía contenerse, así que comenzó a hundir su erección con martirizante lentitud. Un profundo gemido en ambos se pronunció. La humana entrecerró los ojos, gimoteando por la invasión, clavando las uñas en el respaldo del sofá, mientras su garganta expresaba en morbosos jadeos el deleite que la abrumaba una vez más. Sintió el empuje del macho en progresiva evolución, primero lento, hasta llenarla, retirándose un poco y volviendo embestir. Repitió la acción y luego otra vez, aumentando su potencia y celeridad. Las consecuencias no se hicieron esperar. Su intimidad volvió a pulsar y su sistema nervioso cosquilleó, transportando la sensorial información. Su mente divagó por los placenteros efectos, yendo y viniendo de la realidad, obedeciendo la cadencia masculina. En esos precisos momentos, cuando estaba a punto de desfallecer, su propio instinto se encargó de mantenerla consciente, exigiéndole un esfuerzo final. La criatura de roja mirada gruñía con intensidad, manteniendo a la mujer apresada, deleitándose al notar su humedad y calor, encantado de sentir la compresión de su miembro. Osciló las caderas una y otra vez, sintiendo olas de placer en cada vaivén. Pero quería más, necesitaba culminar para poder reclamarla. Diana escuchó la respiración del macho demasiado cerca. Sintió su cabello cayendo sobre su espalda y hombros. Percibió la temperatura de su piel sobre la propia y notó el agarre de sus manos sobre las de ella, cuando la cubrió por completo. Atrapándola para el embate final. Ella respiró hondo, tratando inútilmente de prestar atención a sus acciones. Pero las sacudidas que sufría su cuerpo, no paraban de estremecerla. De repente, notó que él interrumpía sus movimientos, quedándose inmóvil por un instante. —¡¿Qué estás haciendo?! — se oyó un reclamo desde el subconsciente del Inugami. El demonio canino sonrió con perversión. Aún tenía el control, así que se mantuvo dominante. Nada lo detendría en su intento de reclamar a la humana. Así que, ignorando por completo a su lado racional, y sin dejar de resollar alteradamente, reinició sus embestidas. La hembra gritó en delirante agonía. El acoplamiento sexual alcanzó la cúspide en cuestión de segundos. La unión de ambos se volvió un baile demencial, donde las sensaciones físicas fustigaron una y otra vez sus espinas dorsales. Movimiento y fricción, desencadenando la convulsión final. Gemidos y sollozos, derivaciones del regodeo carnal. La mente de la humana se nubló por completo, el nuevo orgasmo estaba llegando de forma brutal. Su cuerpo reaccionó por instinto, dejándose arrastrar por el clímax celestial. Todo en ella se cimbró ante el creciente placer que la embargó. Su calor aumentó, su lubricación escurrió y sus paredes íntimas se constriñeron con ímpetu una vez más. El aliento la abandonó por completo al clamar su cruda culminación. El macho entró en frenesí al escucharla gritar. Su propio éxtasis comenzó a crecer y justamente aquel era el momento elegido para concluir con el ritual. El instinto lo controló y sus colmillos crecieron, para luego aproximarse a la unión del cuello y el hombro de la mujer. La sintió temblar con fuerza, presa todavía de las sensaciones corporales. Estaba a punto de dar su mordisco, pero una dolorosa punzada en la cabeza lo frenó súbitamente. —¡No lo harás! — amenazó Sesshomaru con un siseo, haciendo un intento para recuperar el control. Aquello fue suficiente para detener la dentellada. Los filosos colmillos quedaron a escasos milímetros de la piel de la hembra, dejándole sentir únicamente el calor de su aliento. Todo sucedió en un segundo. Con el impulso final de sus caderas, el clímax estalló, anulando toda acción. Su sistema nervioso se estremeció violentamente y provocó una tremenda conmoción, que dejó ambas mentes, racional y salvaje, aturdidas por completo. Su simiente inundó el interior de la mujer, al mismo tiempo que su rugido animal llenaba el lugar. … Los minutos pasaron lentos. Diana apenas se sostenía del sofá. Tenía los ojos medio abiertos, delineados por las lágrimas resultantes de tan potente estimulación sexual. Su respiración era lenta, intercalándose con su boca entreabierta y humedecida por hilillos de escurridiza saliva. El macho aún no la liberaba y tampoco la dejaba caer, meciéndose mansamente todavía contra sus caderas. Escuchaba su pesado resuello, sentía el temblor de su cuerpo y notaba el roce de su virilidad dentro de ella. Claramente percibió que permanecía duro y palpitante. Casi podría asegurar que incluso más abultado que antes. Su lubricación, entremezclada con su semen, goteaba y se deslizaba por el interior de sus muslos hasta humedecer la superficie del sillón. Pero, sinceramente, ya no era consciente de eso, ni de todo lo demás. Ahora sus sentidos permanecían ofuscados por una gran satisfacción, plena y casi perfecta. Estaba a punto de caer al mundo onírico, pero antes de ello, se percató de como el Inugami por fin reaccionaba. Aflojó el agarre de las garras, liberando sus manos y rodeándola con un brazo por la cintura al mismo tiempo. Un sutil gemido se le escapó cuando lo sintió retirarse despacio de su intimidad, provocándole un último espasmo, que derivó en una mueca lasciva sin proponérselo. Lo escuchó respirar más cansado que antes, y a pesar de todo, no la dejó caer a ella. Con cuidado la sostuvo, recostándola despacio a lo largo del mueble. No obstante, Diana había llegado a su límite, pero antes de quedarse dormida, alcanzó a escuchar un reclamo dirigido a la bestia blanca. … Sesshomaru despertó por completo una vez que la criatura de ojos rojos se retiró. El clímax había sido tan poderoso, que anuló el poco dominio que le quedaba, devolviéndole todo el control a él. Ahora era totalmente consciente de lo ocurrido. —¡¿Qué has hecho, maldito idiota?! — vociferó. Sus zarpas permanecían entintadas de carmesí. Sus colmillos continuaban crecidos y la esencia metálica de la sangre humana aún no se diluía. Todo su cuerpo estaba sumamente cansado y sudado. Su respiración era algo errática y su miembro todavía pulsaba con húmedos restos escurriendo. No era necesario preguntar para saber lo que su bestia interna hizo. Ver a la joven tendida y sin sentido, le reveló toda la información. En especial el intento de reclamarla. Su lado salvaje había ejercido el libre albedrío sin tomar en cuenta la situación en la que se encontraban. Y, al parecer, no le importaba en absoluto, debido a su cínica respuesta. —Dijiste que la reclamarías más adelante— sonrió con burla, recostándose sobre su espinazo, revolcándose de satisfacción. —Yo sólo quise adelantarme un poco— se relamió el hocico con malicia. —Y aunque me detuviste, fue muy placentero intentarlo. — La criatura se carcajeó, indiferente al problema que había ocasionado. El señor del Oeste resopló, sumamente enojado. Sabía que debía haber encadenado a su lado bestial antes de aceptar el desafío. Pero no creyó que fuera necesario, a pesar de sentir la fuerza con la que había despertado después de que la humana apareció de nuevo en sus vidas. —¡Sabías perfectamente que no lo conseguirías!, ¡El reclamo debe ser realizado por mí, con plena conciencia y disposición para ello! — explicó furioso. —¡Pero, si le has hecho daño con tu intento! — amenazó el Lord, mientras examinaba a la mujer. —¡No seas imbécil! — ladró el canino, mostrando los colmillos. —¡Jamás haría algo así, recuerda lo que representa para nosotros!, ¡Una hembra compatible de su tipo no se encuentra tan fácil ahora! — El Inugami volvió a gruñir ante la rebeldía de su bestia interna. Pero también comprobó que no mentía, la joven no parecía haber sido lastimada, excepto por los zarpazos en varias partes de su cuerpo. Exhaló despacio y se acercó a sus caderas, pasando la lengua sobre las marcas. Su saliva comenzó a cicatrizarlas y repitió el proceso en otras áreas lesionadas. —Mejor preocúpate por la pelea, ¡Estoy ansioso por matar al escarlata! — Sesshomaru no contestó, simplemente continuó lamiendo los rasguños. Ya no quería discutir con su lado feral, y menos tratar de explicarle que, al haber tomado el control y copulado con la hembra, provocó un mayor desgaste de su energía youkai. Y el tiempo que les restaba para reponerla antes del amanecer, no era suficiente. Terminó de curar las heridas y se sentó en la orilla del sofá. —Quiero que duermas, es una orden— amenazó con voz gélida. La criatura volvió a reír maliciosa, asintiendo con indiferencia. Bostezó un par de veces antes de dejarse caer en letargo. El demonio plateado sintió el vértigo indicativo de que, esta vez, su bestia sí reposaba completamente. —¡Maldición! — se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que le punzaban las sienes. Alzó la mirada al escritorio y vio el desastre de sus cosas en el suelo. Volteó hacia la mujer y en ese momento se preguntó a qué había ido a la oficina. O quizás él mismo fue por ella a la habitación y no lo recordaba. De cualquier forma, eso ya no tenía importancia ahora. Lo hecho, hecho estaba, y no había marcha atrás. Se levantó y salió del despacho, encaminándose al comedor. Necesitaba consumir alimento, mucho alimento, para recuperar más rápido su energía, ya que sólo dormir no bastaría.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
InuYasha estaba a punto de llegar a su departamento. Pero antes de bajar del automóvil, hizo una llamada. —¿Señora?, habla InuYasha— explicó rápidamente. —Sólo para avisarle que ya está declarado el duelo, mañana al amanecer, en el parque Sur, ya le mandé la ubicación— hizo una pausa, escuchando a su interlocutor y después asintió. —Sí, ya está todo listo… espero que realmente funcione lo que me dijo… — —Funcionará, orejitas, no te preocupes— alguien respondió tranquilamente al otro lado de la línea. —Bien, entonces hasta mañana— se despidió el mestizo, finalizando la llamada. Aquel apodo no le gustaba para nada, pero solamente a ella le permitiría llamarlo así por ser quien era. Y porque también les había dado toda la información necesaria respecto a las reglas InuYoukai. Ahora ya no le parecía tan desquiciada la idea de que Akayoru hubiese desafiado a Sesshomaru. No estaba en contra de su hermano, para nada. InuYasha no tenía intenciones de entrometerse en la pelea. Pero eso no quería decir que se quedaría de brazos cruzados respecto a la pobre mujer. Exhaló cansado, ahora sólo era cuestión de tiempo para solucionar esta problemática situación.***
Continuará… De nuevo, gracias por leer.