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Capítulo 21: Aceptación Departamento de Diana. La mujer permanecía sumergida en su regodeo, acariciándose lánguidamente, aproximándose al placer final. Sin embargo, cuando más cerca estaba de la cúspide, la cicatriz en su hombro punzó con fuerza, cortando de tajo su concentración y obligándola a abrir los ojos de golpe. Se quedó quieta, desconcertada por la sensación de escozor, la cual iba creciendo. Se sentó rápido, mirando en todas direcciones con evidente nerviosismo, pues una criatura sobrenatural rondaba muy cerca de ella. —Me pregunto quién… — su frase quedó inconclusa cuando escuchó un ruido desde el exterior. El corazón le brincó en el pecho y las cosquillas que sintió en la nuca la asustaron. Entonces, se tomó un segundo para razonar dicha sensación, la cual había comenzado a percibir sólo con la cercanía de Akayoru. No obstante, desconocía si se trataba de él, dado que la marca en su hombro aguijoneaba con insistencia. Otro sonido se oyó en la estancia, lo que fuera, ahora se encontraba dentro de su departamento, y no era humano. La aprensión creció dentro de la mujer, mientras tomaba su teléfono móvil para pedir ayuda. —Diana… — escuchó su nombre vibrar dentro de su mente. Se quedó estupefacta al reconocer el tono gutural. Era la voz de la bestia roja que le habló en el primer sueño. —No puede ser— murmuró, al mismo tiempo que se ponía de pie y se vestía con un albornoz. Caminó despacio y abrió la puerta de su habitación, encontrándose con la sala en completa oscuridad. Avanzó despacio, acostumbrando su vista a la falta de luz. De nuevo las cosquillas le acariciaron la nuca y descendieron por su espalda, algo la observaba desde la esquina más apartada. Diana enfocó su mirada, pero fue muy poco lo que logró distinguir. El demonio escarlata permanecía quieto entre las sombras, mirándola con brillantes ojos grises. —Akayoru— pronunció su nombre con total seguridad, sabía que era él. Pudo notar su confirmación en medio de la penumbra, pero sin pronunciar palabra alguna. Sintió que su corazón se tranquilizaba después del sobresalto inicial. Dio un rápido vistazo a la derecha, la ventana principal estaba abierta, por lo que no le fue difícil intuir que el Inugami había usado sus habilidades sobrenaturales para llegar al departamento y escabullirse por ahí. —¿Qué haces aquí? — regresó a mirarlo, extrañada por su comportamiento sigiloso. Dio unos pasos hacia donde estaba parado, pero él la detuvo con una advertencia. —No te acerques Diana… — dijo con voz grave. —No sé si pueda contenerme… — resopló por lo bajo. Su respiración se notaba muy inquieta y se escuchaba como si estuviese haciendo un gran esfuerzo. —¿De qué estás hablando? — —Tú me has llamado… a través del vínculo de sangre… — pronunció guturalmente. La mujer abrió los ojos en un gesto desconcertado al oír esas palabras, y en un instante, supo lo que estaba sucediendo. Tragó saliva con dificultad al comprender que, el demonio rojo estaba aquí y ahora, porque probablemente ella lo invocó en medio de su delirio carnal. ¿Cómo pudo olvidarse de ello? Muy fácil: Su necesidad postergada había hecho que omitiera ese “pequeño”, pero importante, detalle. —¡Bien hecho Diana!, ¡Y ahora qué harás con éste Inugami ansioso! — se regañó mentalmente. Caminó unos pasos a su izquierda, hasta alcanzar el interruptor de la luz. La lámpara principal se encendió, obteniendo una mejor perspectiva de él. Se dio cuenta de que su camuflaje parpadeaba, a punto de desvanecerse y que, al mismo tiempo, mantenía los ojos cerrados, evitando mirarla. —¿Qué sucede?, ¿Por qué no me miras? — preguntó. —No quiero asustarte— aclaró, volteando el rostro hacia otro lado. Ella soltó una exhalación, ya comprendía lo que estaba sucediendo. El Inugami rojo era más reservado con sus reacciones instintivas, seguramente lo hacía para no proyectar una imagen desagradable que la intimidara. —Tu lado feral está despierto, ¿Verdad? — dijo Diana serena, mientras se aproximaba despacio. —No te preocupes, no me das miedo, ya te he visto en mis sueños. — Akayoru percibió su delicioso aroma corporal como un golpe olfativo. Su bestia interna se relamió los bigotes, ansiosa al olfatear su humedad sexual. Respiró con lentitud, intentando calmarse al oír que se acercaba a él. Su disfraz humano desapareció por completo, al mismo tiempo que su atención regresaba a ella. Con lentitud, fue abriendo los ojos. Escucharla decir que lo había visto en sueños, representado como la bestia escarlata, le provocó un gran alivio. Después de todo, la mujer nunca lo vio antes en un estado de ansiedad como en el que estaba ahora, y temía que fuera contraproducente. Pero con sus palabras, eso quedaba descartado. Sus acerados iris se mostraron, rodeados de un profundo color negro, dándole una apariencia bastante atemorizante a su mirada. La joven lo observó detenidamente, el Inugami no perdía su elegante y soberbio encanto, a pesar de sus feroces rasgos. Por el contrario, eso lo hacía incluso más atractivo. Una hermosa y seductora criatura sobrenatural. Los pensamientos de Diana revolotearon rápidamente. Dejando de lado la sorpresiva visita, su mente comenzó a divagar en qué podría hacer con Akayoru. Es decir, todavía no se cumplía el plazo solicitado por ella. Pero eso no quería decir que fuese inoportuno en éste preciso momento, y más teniendo en cuenta la interrupción de su caricia manual. Claramente sintió la contracción de su feminidad, resintiendo el deseo acumulado. Entonces lo comprendió de inmediato: Ella lo llamó porque sabía que el placer solitario no sería suficiente para saciarse. —¿No tienes miedo de mi aspecto? — preguntó. La mujer negó serena, al mismo tiempo que se detenía. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios y su mirada lo recorrió de arriba a abajo, deleitándose con su imponente presencia. De un momento a otro, su estampa se le hizo irresistible. Era como si pudiese notar algo salvaje en él, llamándola. —Akayoru, a estas alturas de la situación, ya me he acostumbrado a las características sobrenaturales de tu especie— sus manos se posaron despacio sobre su pecho. —Y tus ojos grises me encantan, me agrada mucho el color acero que proyectan. — El demonio olfateó con descaro sin poderlo evitar, la piel de la humana desprendía una fragancia imposible de resistir. Sin embargo, estaba haciendo un esfuerzo supremo por no caer encima de ella y poseerla con ímpetu animal. La bestia en su interior permanecía quieta, agazapada, esperando el momento de atacar. Sabía perfectamente que sólo tendría una oportunidad y no la desperdiciaría con la impaciencia. Los brazos de Diana se deslizaron alrededor de su cuello y la sonrisa en su rostro se amplió. El mensaje estaba casi declarado. —¿Sabes una cosa? — ronroneó, apoyándose insinuante contra el torso masculino, no pudiendo evitar disfrutar de la reacción que provocaba su aroma natural en el macho. —Me interrumpiste… y ahora quiero que me recompenses… — Eso fue todo lo que Akayoru necesitó escuchar. El consentimiento de la hembra había sido pronunciado y la criatura dentro de él sonrió con desvergonzada lujuria, incitando su crudo apetito. Sus colmillos se mostraron en una mueca hambrienta y sus brazos la rodearon por la cintura en un instante. —Tus deseos son órdenes, Diana… — susurró, sujetándole el cabello de la nuca con suavidad, y cierto grado de posesividad, haciéndola exponer su cuello ante él. —Pero, te advierto que esta vez… no me voy a contener… — Su lengua húmeda emergió, posándose con avidez sobre la piel de la mujer para comenzar a devorarla. Ella no opuso resistencia a su agarre, sintiendo una punzada de excitación ante dicho comportamiento. Sin lugar a dudas, su lado feral estaba haciéndose con el control de sus acciones. Esto no le daba miedo, después de todo, ya tenía experiencia manejando bestias Inugami. Entonces, una descarga eléctrica sacudió a Diana cuando el órgano bucal ascendió, lamiendo suavemente hasta llegar a la comisura de sus labios. Se acercó y posó su boca sobre la de ella, incitándola a responderle. El intenso beso dio inicio, primero con un roce ligero, después con la unión de sus alientos. Ambas lenguas comenzaron a danzar en un lúbrico baile difícil de ignorar. —¿No te vas a contener?, ¿Debería preocuparme? — divagó la mujer en medio de las sensaciones que le provocaba el delicioso ósculo. —Quizás ya no importa— un gemido escapó en medio de su agitación. La lengua del demonio era tan suave y traviesa, que no se dio cuenta en qué momento comenzó a jadear por el roce que sentía en el interior de la boca. Aquellas descargas se intensificaron y su deseo carnal empezó a remontar velozmente. Su vientre se contrajo y los pliegues de su flor punzaron con ligero dolor. Akayoru liberó sus labios, permitiendo que un hilillo de transparente saliva escurriera entre ambos, impregnando de lujuria el sencillo acto. La miraba fijamente, complacido de su respuesta corporal, manifestada en el color encendido de sus mejillas, en el incremento de su respiración, y en el olor de sus feromonas, expresándose con sugerente lubricación. La hembra estaba respondiendo tal y como él lo deseaba. —¡Quiero escucharte! — murmuró excitado. La joven exhaló entrecortado, intentando en vano moderar sus jadeos. Las cosquillas en su nuca habían aumentado y sabía perfectamente que todos los estímulos se incrementarían, debido al vínculo sobrenatural. Pero ya no había marcha atrás, ella deseaba continuar hasta el final. —Akayoru… deseo sentirte— ronroneó con la voz impregnada de deseo. El Inugami sonrió complacido. Sus manos descendieron, rodeando el trasero de la mujer, haciéndola sentir el toque de sus zarpas. La levantó en el aire e hizo que le rodeara la cintura con las piernas. Claramente percibió que se estremecía al sentir su hombría palpitando duramente por debajo del pantalón. Se encaminó a la recámara, al mismo tiempo que su rostro se hundía en el hueco de su cuello y hombro, besando y lamiendo con ansiedad. Diana sintió de nuevo la punzada en su intimidad al rozar la muy notoria erección. Su deseo creció con fuerza, el apetito sexual se había desbordado en un instante por todo su cuerpo. Comenzó a temblar, aferrándose a los hombros masculinos, sujetando mechones de su cabello escarlata. Jaló un poco para llamar su atención, y cuando él levantó el rostro, ella lo besó una vez más. Llegaron a la cama y Akayoru la depositó sobre las sábanas, rompiendo el besuqueo. Se incorporó agitado, quitándose las vestimentas, casi rasgándolas sin darse cuenta. Diana sonrió con satisfacción, su amante apenas si estaba logrando controlarse. Decidió que lo ayudaría un poco, así que deshizo el nudo de su bata, quitándosela en un par de movimientos, sintiendo que la sensibilidad de su piel aumentaba. Estaba a punto de retirar la pequeña camiseta que cubría sus senos, cuando sintió al demonio subir sobre ella de forma precipitada, sin darle tiempo de nada. Con una mano, le sujetó ambas muñecas contra las sábanas por encima de la cabeza, al mismo tiempo que su fino rostro quedaba muy cerca del suyo. El macho estaba agitado, demasiado excitado. —¡Quieta! — dijo, casi como una orden, mientras que las garras de su otra mano se deslizaban sobre la tela. —Oh, vamos— Diana rodó los ojos. —Sé que quieres cortar mi ropa, pero créeme, no tengo suficientes piezas en mi armario— se quejó cuando lo vio rasgar el material. En ese instante, le quedó en claro que todos los Inugamis tenían una malsana fijación por desgarrar las prendas femeninas. Akayoru la miró con gesto seductor, mientras se aproximaba al lóbulo de su oreja. —Te compraré toda el área de ropa interior de la boutique más lujosa que tú escojas— lamió despacio el borde de su oreja, acentuando sus palabras con sensualidad. —Pero, por el momento, no me voy a detener. — Un gemido ahogado fue la única respuesta que escuchó. El filo cortó la tela en un santiamén, dejando al descubierto la cálida redondez de los senos. Se deslizó lánguidamente por su cuello, empleando una vez más la lengua, marcando la piel femenina con humedad y deseo. Llegó a la dureza de los pezones y comenzó a libarlos sin perder tiempo, gozando de los estremecimientos de la mujer. La respiración de la joven se volvió irregular, dejándose llevar por las cosquillas sobre su piel. El sistema nervioso comenzó a transportar las sensaciones cutáneas de forma acelerada, provocando que su exaltación se intensificara. Entonces sus muñecas quedaron libres. Él se enfocó en recorrer sus pechos, al mismo tiempo que los devoraba una y otra vez, enfatizando sus caricias para excitarla incluso más. Diana se dejó hacer, sumergiéndose en el goce que le brindaba el demonio rojo. Su mente entró a un estado de placentero letargo, y de pronto, tuvo la sensación de que algo comenzaba a vibrar en su interior. La sangre de Inugami había despertado, provocando que su cuerpo se arqueara ante la brusca convulsión que sintió. —No te asustes… — dijo Akayoru, entre beso y lamida. —Sólo déjate llevar. — Los gemidos de la hembra se volvieron más intensos y enervantes, provocando una punzada en el bajo vientre del macho. Esto trastornó un poco más a la bestia de su interior, quien se relamía el hocico impaciente. —Continúa así… — gruñó por lo bajo. —Hazla clamar un poco más… — Él aceptó la solicitud, desviando lentamente su libación. Sin dejar espacio libre, sus manos abandonaron los pechos femeninos, para luego descender por sus costados, recreándose con su cintura y llegando a sus caderas. Todo ello sin disminuir su húmedo lengüeteo. Continuó acariciando el cuerpo femenino, con la precaución de reducir el tamaño de sus garras. Su toque se volvió insistente y preciso, sabiendo dónde trazar para hacerla disfrutar. —¡Por favor!, ¡No te detengas! — pidió ella. Las descargas eléctricas se estaban volviendo insoportables. La piel de la mujer se había sensibilizado bastante, recogiendo cada estímulo, acrecentándolo un poco más, haciendo que su espina dorsal se saturara de sensaciones increíblemente gratas. Entonces notó que la lengua del macho alcanzaba el sur de su vientre, al mismo tiempo que una sola de sus zarpas crecía de nuevo, con la intención de cortar. Diana abrió los ojos cuando su ropa interior fue rasgada y retirada con algo de brusquedad, permitiendo que Akayoru tuviera acceso completo a su intimidad. Quiso pedirle que fuera delicado, debido a lo sensible que sentía los pliegues de su flor. Pero no logró articular palabra alguna cuando él tomó sus muslos y los separó casi con impaciencia. La lubricación escurrió como una tentadora invitación, y la nueva contracción en su interior, la dejó demasiado aturdida. Lo miró olfatear y relamerse los labios, al mismo tiempo que emitía un sutil bramido. Ahora el demonio escarlata tenía la expresión de una bestia hambrienta. Tuvo una sensación de miedo, pero antes de siquiera procesarla, el macho hundió su lengua en ella sin contemplación. El Inugami no perdió el tiempo en más preliminares. Estaba al tanto de que su sangre sobrenatural había acelerado la excitación de la humana, preparándola para él. No obstante, deseaba escucharla clamar al ritmo de sus lamidas. Así que se deslizó sin prudencia alguna dentro de su cavidad, rozando de forma desquiciante su interior. Él sabía cómo ejecutar la caricia oral para hacerla enloquecer, dado que ya conocía muy bien cuáles puntos estimular. El grito de Diana se entremezcló con los gemidos discontinuos de su respiración. Por un instante, sintió que se desmayaría ante la poderosa ola de sensaciones que la golpeó. Su espalda se arqueó con violencia y sus manos se aferraron a las sábanas con fuerza. Los sinuosos movimientos del órgano lingual eran más de lo que podía soportar. No estaba segura de lo que percibía, pero casi podría jurar que la lengua del Inugami era más larga de lo normal. Ésta tocaba pliegues íntimos sumamente sensibles, rosando con insistencia algún punto celestial que empezó a llevarla hacia la locura. El tiempo se pausó, y por un momento, no supo cuántos interminables segundos estuvo gimiendo y desvariando ante semejante estimulación. Súbitamente, sintió que se derretía por dentro y su cuerpo empezaba a convulsionar. Sus músculos internos se contrajeron con fuerza en frenéticos espasmos, que la hicieron perder el aliento en un clamor imparable. Y apenas era el primer clímax de la noche. Akayoru sonrió para sí mismo, entusiasmado de sentir los estertores del interior femenino, al mismo tiempo que los sonoros jadeos alimentaban su propia lujuria. La humana había alcanzado un grado de sensibilidad increíble, debido a su experiencia sexual. Un delicioso premio que sólo él reclamaría como suyo. No por nada, los youkais consideraban descomunalmente valioso el encontrarse con una hembra compatible con ellos. Poco a poco fue disminuyendo el movimiento de su lengua, permitiendo que la mujer se perdiera en el éxtasis de su culminación. Dándole un respiro temporal antes de continuar con el ritual de la carne. —¡Es… demasiado! — pensó Diana, presa todavía de las sacudidas en su vientre. La caricia oral había sido tremenda. Claramente pudo sentir que la sangre de Akayoru, sin ser hostigante, recorría su cuerpo de forma impetuosa. Esto provocaba que sus nervios se estresaran aún más, y que las descargas incrementadas, transitaran por su espalda sin detenerse. Un momento después, notó que el órgano lingual se retiraba con lentitud, arrancándole un último jadeo, mientras sentía escurrir la humedad por sus muslos. No quiso mirarlo, sabía que la observaba con el apetito desbordado, ansioso por continuar. Así que mantuvo los ojos cerrados, intentando controlar su respiración. —¡Espera… dame un momento… por favor! — solicitó ella. Tenía que pensar en algo, no quería que le diera un infarto por exceso de placer. Aunque sabía que eso no sucedería, debido a la sangre de Inugami en su interior. No obstante, ya sabía con antelación que los machos de esta especie eran todo, menos pacientes en pleno acto sexual. La confirmación de ello quedó a la vista, cuando sintió que Akayoru se movía sobre el lecho, acomodándose junto a ella, mientras se recostaba sobre las almohadas. —No es necesario esperar tanto, puedes soportar esto y más— susurró con sutil malicia. Diana se estremeció cuando él la arrastró hacia su torso, haciendo que le diera la espalda. Sus brazos la rodearon, reiniciando las caricias sobre su abdomen, para luego subir despacio y apresar sus endurecidos pechos una vez más. Traviesos besos se plantaron en sus hombros, recorriendo después su cuello, incitando el erizamiento de sus poros. —¡Eres un tramposo! — jadeó, presa de las sensaciones. —Lo soy, te lo dije desde un principio— soltó una risita, sin dejar de besar su piel. —Pero si deseas que te dé tiempo, quiero algo a cambio. — La intención en su voz fue tan libidinosa, que la mujer no pudo evitar sonreír con el mismo deseo. Sólo le tomó un par de segundos decidir qué es lo que haría para distraerlo. —Creo que podemos negociar— contestó, a la vez que su mano se arrastraba sobre el vientre del demonio. —¿Te gustaría sentir mi lengua? — ronroneó con obscenidad, rozando la longitud de su erección. El macho gruñó excitado, deteniendo los besos, resoplando inquieto ante la proposición. —Sería un honor recibir semejante dádiva de tu parte— dio una última lamida cerca de su oreja, para luego liberarla de su abrazo. Diana se giró, apoyándose contra su pecho. Hizo un poco de fuerza, obligándolo a recostarse boca arriba, mientras subía encima de él. Akayoru no opuso resistencia, contento de tenerla así, deleitándose con la vista de su cuerpo y la mueca lujuriosa plasmada en su rostro. La mujer se agachó sobre el marcado torso, humedeciendo sus labios despacio. Primero acercó la lengua sobre sus pectorales y comenzó a recorrer cada centímetro de piel con suavidad. Lo sintió temblar, su sensibilidad era igual que la de un humano. Ella prosiguió con el húmedo beso, deslizándose por su estómago, haciendo pausas traviesas con su boca para arrancarle un par de sonoros jadeos. … La bestia escarlata se dejó caer, retorciéndose en su propio regodeo, encantada con las atenciones de la humana. Sabía que ella era la compañera adecuada y la quería a su lado de forma permanente. La mayor parte de su acercamiento ya estaba hecho. Su lado racional se había encargado de ganarse su confianza y estaba seguro de que continuaría cortejándola todo el tiempo. Pero también era consciente de que no podía, ni debía, reclamarla en éste momento. A pesar de que su anhelo por la mujer iba en aumento. Diana era suya, se la había ganado a pulso, y esa idea no cambiaría en absoluto. Incluso si ella lo rechazara. Entonces, una tremenda convulsión de placer hizo que se olvidara de todo, concentrándose únicamente en sentir. … La joven alcanzó el vientre del macho, bajando por su cuerpo, deslizándose hasta quedar arrodillada entre sus muslos, con el endurecido miembro palpitando frente a ella. Hizo un gesto travieso, insinuando el querer torturarlo un poco. Su mano se acercó a la ingle, rodeando con suavidad la base del órgano viril, provocando que se estremeciera con fuerza. Levantó la vista y pudo notar que la lujuria se encendía incluso más en su fiera mirada. Ella le sonrió, al mismo tiempo que su mano lo rodeaba con firmeza. Se relamió los labios en una mueca provocativa, consiguiendo que el Inugami le enseñara los colmillos en un gesto impaciente. Akayoru maldijo para sus adentros. La hembra era demasiado sensual y lo estaba atormentando a propósito. Sintió la mano recorrer con lentitud todo su tallo, haciendo que el calor de su palma le provocara palpitaciones casi dolorosas. Si ella continuaba demorándose en probar su carne, no sabía que es lo que sería capaz de hacerle. Y ella lo hizo, tentarlo de nuevo. Despacio, la joven se aproximó a la corona de su miembro, y con un etéreo toque de la lengua, acarició su sensible piel, robando las gotas preseminales que ya se filtraban. Él casi bramó ante la punzada que recorrió su virilidad. Contuvo la respiración, mientras la observaba alejarse un poco y volver a humedecer sus labios. Nuevamente se acercó para depositar un suave beso y sonreírle con malicia. Por un momento, parecía no ser ella misma. —Vaya expresión que tienes… — divagó la mujer en sus pensamientos. —Me gusta… — se sintió emocionada. El macho gruñó irritado ante su comportamiento. La cruel travesura tendría consecuencias si continuaba incitando su apetito. Pero la bestia dentro de él le susurró que fuera paciente, que podía soportarlo y que pronto conseguirían su recompensa. La joven enseñó su lengua y la onduló de forma inquietante, al mismo tiempo que su cálido aliento lo acariciaba. El contacto no se retrasó por más tiempo, pues la hembra empezó a lamer codiciosa el contorno de su endurecida carne. La presión se intensificó en lo más sensible de su piel. El Inugami jadeó con sumo placer, cerrando los ojos para perderse entre los suaves labios de Diana. Sintió que su vientre se contraía por las sensaciones, al mismo tiempo que el firme toque de la mano femenina se volvía perfecto. Tanto así, que ella podría hacerlo culminar con rapidez. La mujer puso toda su atención en la voluptuosa felación, enfocándose en saciar al demonio escarlata, para tener algo de tiempo y así recuperar el aliento. Era consciente de que esta vez, el sexo con Akayoru alcanzaría otro nivel, así que necesitaba estar completamente lúcida. De pronto, lo sintió estremecerse, dándole a entender que iba por buen camino. Con otro gesto lascivo, ella permitió que el rastro lúbrico escurriera a lo largo del miembro, consiguiendo que la fricción fuese más delirante. Ahora ambas manos acariciaban gloriosamente aquella virilidad y el pesado saco seminal. Casi pudo intuir que el macho permaneció célibe todas estas semanas, sin siquiera practicar el placer solitario una sola vez. Quizás esperándola a ella, posiblemente con la finalidad de liberar su apetito carnal sólo con su compañera. ¿Compañera? De nuevo esa idea revoloteó en su mente. Bien, tal vez debería darle una oportunidad a dicho concepto. Después de todo, era bastante placentero ser su pareja sexual, así que, por qué no intentar algo más. Aquel pensamiento le agradó. Levantó la mirada para darle un vistazo, comprobando que el Inugami estaba perdido en el regodeo resultante de la libación. Tenía los ojos cerrados y respiraba muy agitado. Sus garras habían crecido de nuevo y ahora destrozaban las sábanas, debido a la fuerza con la que las sujetaba. Lo sintió sacudirse aún más, su clímax estaba construyéndose de forma precipitada. Entonces, le regalaría un gusto más. Un sonido resbaladizo y un gemido encantadoramente impúdico, invitó al demonio rojo a separar los párpados. La hembra lo contemplaba con una sensual mueca, quizás lo más excitante que había disfrutado hasta ahora. Sus carnosos labios tenían un vivo color rojizo, que acentuaba el roce contra su piel. Su lengua se movía lento alrededor de su grosor inicial, y su mano ahora apresaba con fuerza la base de su erección. Su expresión facial le prometió el cielo y sus palabras casi lo aturdieron. —Quiero probarte… — Una vez más, Diana lo envolvió en su calor y humedad. Su lengua lo constriñó con ansiedad y su toque se deslizó para el final. Las consecuencias de la succión no se hicieron esperar. Las descargas de placer arañaron su espina dorsal y una aguda punzada lo hizo clamar. El delicioso orgasmo estalló en Akayoru, obligándolo a rugir con ímpetu casi animal. La mujer se apartó sólo un poco, permitiendo que la cálida semilla se derramara incontrolable, resbalando con hipnótica facilidad por las comisuras de su boca, escurriendo sobre su piel y deslizándose hacia sus pechos. Su mano continuó presionando la dureza masculina, facilitando la persistencia del éxtasis. Se relamió los labios con lentitud, probando el sabor del macho. La degustación alegró sus papilas gustativas de forma inesperada. No podía discernir su sabor, pero sí el agrado que le provocaba. Entonces sus ojos se arrastraron por todo el arrobado semblante de Akayoru. Sonrió con suficiencia, encantada de tenerlo a su merced. Aquella sensación de poder era muy agradable, y más si se trataba de una poderosa criatura sobrenatural como un InuYoukai. Y el agregado extra era que, también el vínculo le permitía sentir lo que el Inugami disfrutaba. Esto hizo que el deseo palpitara en los pliegues de su feminidad y que el fuego en su vientre ardiera una vez más. Se recostó junto a él, entreteniéndose con sus gestos adorablemente perfectos. El demonio escarlata sintió que el aire lo abandonaba. Esa culminación había sido increíble. Diana era la mujer perfecta para él, y sabía de antemano que su compatibilidad con ella era algo que debía valorar como el más preciado tesoro. Muy raras veces sucedía en su especie youkai, y una hembra de su tipo, se debía conservar y proteger sin dudar. —¡Debemos reclamarla! — resopló aturdida la bestia en su interior. Akayoru enseñó los colmillos, mientras gruñía por lo bajo, perdido en el resuello de su recuperación. Mantenía un brazo cubriendo sus ojos, intentando estabilizarse. El deseo aún no menguaba y temía que su lado salvaje quisiese tomar el control, así que debía concentrarse. —¡Contrólate!, ¡Estamos a un paso de su aceptación total, así que ni se te ocurra intentarlo! — reprendió. La idea era tentadora, pues la mujer estaba sumamente receptiva, pero no podía arriesgarse. Todo a su tiempo, esa fue la conclusión final. Pasaron un par de minutos, en los que ambos se estabilizaron, hasta que sintió la caricia de la mano femenina. Diana permanecía embelesada, admirando los finos rasgos del Inugami, los cuales eran cautivantes. El hecho de verlo tan jadeante, conseguía que su propio ego se hinchara demasiado. Éste macho sobrenatural estaba en ese estado por ella, y sólo por ella. Su mano se deslizó con toda la intención de tocarlo y llamar su atención. Deseaba ver sus ojos grises y ese brillo de lujuria que la inquietaba. Las yemas de sus dedos rozaron su mentón. Él retiró su brazo, girándose hacia ella para mirarla. Sus ojos acerados aún se notaban hambrientos, con la bestia carmesí asomándose detrás de sus pupilas. Le devolvió el mismo gesto, palpando con delicadeza su mejilla. —Eres increíble Diana— halagó con sinceridad. —Pero creo que es momento de continuar— se aproximó a ella y comenzó a besarla. La mujer respondió de inmediato, percibiendo que el calor ardía en su interior, notando que la lubricación volvía a filtrarse, llamándolo otra vez. La punzada de su flor íntima la hizo jadear contra sus labios, perdiendo el aliento entre beso y beso. Ambas lenguas volvieron a luchar una contra la otra, estimulando el deseo. De pronto, ella se inquietó cuando el macho gruñó contra su boca, haciéndole sentir el crecimiento de sus colmillos. Akayoru rompió el beso súbitamente, para luego tomarla de los hombros y tumbarla sobre las almohadas. Se levantó sobre ella, sujetándole las manos contra la cama, respirando descontrolado, sin dejar de observarla con intensidad. La bestia incitaba su comportamiento más feral, y la mueca de su rostro se vislumbró casi como la de un depredador. Se inclinó un poco más y su largo cabello escarlata se derramó a los lados, enmarcando sus salvajes rasgos. De nuevo venteó con avidez, relamiéndose los labios, ya sin disimular sus afilados caninos. —¡Necesito poseerte, ahora! — declaró agitado, haciendo que la mujer separara las piernas con una de sus rodillas. —¡Diana, ya no puedo esperar más! — La joven sonrió con satisfacción, sin el menor rastro de temor ante su conducta. Sabía que el Inugami estaba en una especie de celo, debido al vínculo de sangre y al deseo que ella misma sentía. En otras palabras, su instinto de macho le gritaba que debía satisfacer a la hembra. Y ese efecto de poder sobre él, era demasiado excitante. Removió una de sus manos para que la liberara, llevándola después hacia su mejilla, acariciando con sutileza, tomándose su tiempo para contestar. Akayoru se frotó contra su palma, disfrutando del mimo, casi impaciente por escuchar su aprobación. —Entonces ven— musitó con lubricidad, al mismo tiempo que sus muslos se abrían para él. La bestia carmesí se estremeció y casi aulló de alegría. La respuesta de la humana tenía mucho valor para el Inugami, pues claramente podía sentir las emociones de ella a través del enlace sobrenatural. Sabía que su entrega era sincera y completa. Entonces no demoraría más, ya que ambicionaba escucharla gemir entre sus brazos. Le dio un último beso en los labios y luego comenzó a descender por su cuello, mientras se abría paso en medio de sus extremidades. Su lengua de nuevo marcó la piel canela, extasiándose con su sabor. Llegó a la redondez de sus senos y empezó a mordisquear los pezones con delicadeza, procurando mantener a raya sus colmillos. La escuchó jadear y la sintió arquearse contra él, incitando a su propio cuerpo a responder. La respiración se aceleró, la sensibilidad de su tacto aumentó y su virilidad se endureció al punto del dolor. Haciendo un último esfuerzo para contenerse, colocó los brazos a los lados de la mujer, mientras olisqueaba la humedad sexual que se deslizaba por sus pliegues. Se posicionó, y lentamente hizo que la corona de su miembro friccionara contra su carne. Pudo apreciar como latía, suave, tibia, pulsante y necesitada. Ella estaba lista para recibirlo, pero quería prolongar esto un poco más. Diana se sacudió ante los espasmos de su intimidad, la sensación en su interior estaba enloqueciéndola y pronto se dio cuenta que no tenía caso intentar mantenerse enfocada. El deseo acumulado a lo largo de las últimas semanas ahora estaba dominándola, nublando sus pensamientos, invitándola a dejarse llevar por el instinto de apareamiento en su más puro estado. El macho hizo un poco de presión contra su entrada y eso fue todo lo que necesitó. Algo se desconectó en su mente, y antes de razonar qué fue, lo espoleó con fuerza en la parte posterior de los muslos, incentivándolo a hundirse en ella. Akayoru sonrió con malicia, quedándose quieto a propósito, al mismo tiempo que sus ojos grises la observaban fijamente, esperando algo. —¡Por favor! — gimoteó ella en un hilo de voz. Pero al demonio rojo no le importó demasiado su súplica, ni sus insistentes espoleos. Tenía que ir con calma para mantener el control de su lado salvaje. Algo realmente difícil de lograr cuando estaba a nada de sentir el calor de la hembra que más deseaba. Tomó aire en una gran bocanada y luego lo soltó despacio, al mismo tiempo que comenzaba a empujar su erección en ella. La mujer le sostuvo la mirada con los párpados sutilmente pesados, sintiendo como su longitud la llenaba poco a poco. Su sistema nervioso reaccionó bruscamente, sus paredes internas se dilataron y constriñeron, iniciando un delicioso tormento. Su cuerpo aceptó al invasor en un suave abrazo, mientras la respiración se le detenía por completo y los impulsos eléctricos se precipitaban a lo largo de su médula espinal. Akayoru entró en ella con lentitud, disfrutando de la presión alrededor de su masculinidad, enloqueciendo gradualmente en su ardiente humedad. Sus caderas se deslizaron hasta que la unión de sus vientres se volvió perfecta. La respiración se le detuvo por un instante y su desarrollada audición escuchó el golpeteo de ambos corazones en una inesperada sincronía. La sintió temblar. El gemido de Diana no pudo contenerse por más tiempo, liberándose como una melodía endemoniadamente voluptuosa. Tolerar la lentitud con la que el Inugami se hundía centímetro a centímetro en su interior, casi la trastornó, dejándole en claro que estas criaturas tenían el malévolo hábito de martirizar a su compañera sexual. Pero eso dejó de tener importancia cuando sus pliegues volvieron a palpitar y el placer inició su crecimiento, sosegado pero firme, contenido pero inevitable. De nuevo el clamor escapó de su garganta en otra erótica entonación. Para el macho, escuchar eso fue como una invitación, que lo hizo retroceder las caderas y de nuevo embestir con parsimonia. Los efectos físicos se precipitaron en forma de temblores y sonoros jadeos. Él cerró los ojos ante la sublime presión alrededor de su miembro, al mismo tiempo que exhalaba entrecortado. Ella se aferró a sus hombros con fuerza, pinchando con sus uñas y tratando inútilmente de conservar el aliento. Sin embargo, la cadencia del cuerpo masculino no era suficiente para Diana. Su apetito carnal había terminado por desencadenarse y la sangre de Inugami sólo empeoraba las sensaciones corporales. Necesitaba sentirlo aún más. —¡No te contengas! — Akayoru sonrió complacido, eso era algo de lo que más disfrutaba, sus lúbricas palabras. Se acercó hasta quedar cara a cara, permitiendo que su cabello se precipitara cual sedosa cascada, creando un curioso entorno privado. Se perdió en los oscuros ojos de la hembra, que lucían empañados de lujuria. No era necesario que dijese algo más, todo lo expresaba en una sola mirada. Otro beso los unió brevemente, para luego impulsar su pelvis, ahora sí, con mayor fuerza. La humana cerró los ojos y su mente se perdió en una bruma sensorial, producto de todos los impulsos eléctricos que se propagaban desde su sexo. Él apenas había comenzado a penetrarla un poco más rápido, y ella ya sentía que la cúspide se avecinaba imparable. De nuevo apreció su lengua y sus labios aferrándose a su cuello con deliciosas succiones que sólo incrementaban la celestial agonía. Ambos cuerpos ejecutaron con perfección la más primitiva danza sexual. Ambos instintos se dejaron arrastrar hacia la culminación final. Súbitamente, se desencadenó. Primero en Diana, cuando el orgasmo inició un turbulento crecimiento, extendiéndose por su vientre, obligándola a abrir los ojos hacia la nada, mientras su descontrolada respiración intentaba llenar los pulmones. Sus brazos se deslizaron, atrayendo al demonio hacia ella. Se aferró a su espalda, gimiendo ahogadamente, arañándolo al mismo tiempo que rodeaba sus caderas con fuerza, dándole una clara señal. El macho dejó de lamer su cuello, tratando de mantenerse en el límite de la cordura. El regodeo que estaba sintiendo amenazaba su autocontrol, y percibir que ella se aferraba con sus uñas, no ayudaba para nada. Por un breve instante, tuvo el deseo irrefrenable de morderla, pero logró contenerse cuando clavó su atención en el rostro femenino. Su largo cabello negro, derramado por toda la almohada, enmarcaba las expresiones faciales que apenas si lograban reflejar el éxtasis que inundaba su cuerpo. Quizás era demasiado para ella, pero sabía que su sangre le permitiría soportarlo y disfrutarlo a la vez. Él se encargaría de que fuera lo suficientemente prolongado. Tomó un profundo respiro, sosteniéndose sobre sus codos, para después sujetarla por debajo de los hombros. Enterró el rostro en su oscuro pelo, permitiendo que el peso de su cuerpo descansara un poco más sobre ella, a la altura de su vientre, para acentuar la estimulación completa de sus pliegues. Entonces, aceleró sus embestidas sin contenerse, profundizando en su interior. La escuchó liberar un potente grito y después sollozar angustiada. No por sufrimiento, sino todo lo contrario. Oscilar las caderas de forma casi violenta, provocó que el orgasmo le llegara con fuerza abrumadora, sintiéndolo en su propia piel con el filo de sus uñas surcándole la espalda. Diana clamó enérgica, imposibilitada para hacer otra cosa que no fuera sentir. Todo en su interior se contrajo furiosamente, percibiendo que su humedad se liberaba con cada celestial espasmo. Sintiendo una fuerza arrolladora que le aguijoneaba todo el sistema nervioso, obnubilando su mente por completo, y sacudiendo su cuerpo en un clímax casi irreal. Se dejó arrastrar por los sublimes efectos carnales, perdiéndose por completo de su entorno y de lo que sucedía con el demonio escarlata. Akayoru apretó la mandíbula con fuerza al notar la brusca presión alrededor de su miembro, forzándolo a casi detener el impulso de su vaivén. La hembra estaba en completo trance, entregada a su frenético apogeo, así que mantuvo la presión suficiente para prolongar sus enervantes gemidos. Sin embargo, con el paso de los segundos, sintió que su propia liberación crecía apresurada. La tensión comenzó a generarse en su bajo vientre y los espasmos iniciaron el recorrido de su virilidad. Cerró los ojos, y en ese breve instante, el tiempo dejó de fluir, mientras una vibración mental lo dejaba en trance, liberando a su lado salvaje. —Has dicho que no la reclamaremos hasta que nos acepte— murmuró la bestia roja. —¡Entonces, degustemos su sabor vital! — gruñó con excitación. Él no se opuso, permitiéndole suficiente libertad. Después de todo, llevaba tiempo deseando lo mismo: Probar el sabor de Diana. Dicho ritual era parte también de los comportamientos primitivos de su especie. El libar un poco de la sangre del compañero o compañera, reafirmaba el vínculo establecido entre ambos. No obstante, se había abstenido de mencionarlo ante la joven, dado el historial que tenía con el Lord. Pero ahora, justo en éste momento de algidez sexual, no se detendría. Abrió los ojos de nuevo, su lado feral vislumbrándose en sus pupilas. Medio levantó el rostro, llevando la boca hacia la piel del hombro femenino. Lamió con ansiedad, para después acercar su colmillo y cortar muy finamente. La escuchó quejarse, pero su regodeo la mantenía en el letargo del placer, así que procedió a beber del hilo rojo que se deslizó, brillante y delicioso. Su instinto alcanzó el punto más alto de exacerbación al notar la tibia sangre deslizándose por su garganta. Los espasmos en la base de su miembro se aceleraron en el instante que sus caderas reanudaron la frenética oscilación, sintiendo que el interior de ella continuaba recibiéndolo con lúbrica estrechez. Las sensaciones se agolparon cuando el orgasmo comenzó a estallar, remontando por su columna vertebral. La respiración se le detuvo por un instante, para luego liberar un bramido animal, que fue secundado por la nueva tanda de agónicos gemidos pronunciados por Diana. La cálida simiente se liberó con fuerza, derramándose en el interior de la hembra, regalándole el éxtasis final. Los segundos se volvieron interminables y la unión de sus sexos se mantuvo constante, permitiendo que los remanentes del placer corporal siguieran atenuándose con mansa lentitud. Los pensamientos de ambos se quedaron en blanco, sumergiéndose en un relajante vacío. Una serenidad increíblemente perfecta. … Diana miraba hacia un punto inexistente en el techo cuando Akayoru levantó la cara. Su expresión era muy relajada y sus ojos habían vuelto a la normalidad. Entonces le sonrió de una forma tan encantadora, que ella sintió un sobresalto en el pecho. Intentó contestar con la misma mueca, pero el Inugami no le dio tiempo, besándola de repente. Se apartaron con calma, al mismo tiempo que él se retiraba de su cuerpo. La sensación de abandono los hizo jadear de satisfacción por última vez. El Inugami se recostó a su lado y la atrajo hacia su pecho en un cariñoso abrazo. —Deberías ver tu cara— dijo, rozando su mejilla con el dorso de la mano. —Estás completamente ruborizada. — Ella alzó una ceja y luego sonrió. —Es tu culpa, haces que me agite demasiado, recuerda que soy humana. — El demonio rojo asintió. —Yo te advertí que no te acercaras a mí, y lo primero que hiciste fue abrazarme— sonrió coqueto, sin dejar de acariciar su sonrojada piel. La mujer rodó los ojos y luego subió una de sus manos, sujetándole el mentón para delinear sus encantadores labios con el pulgar. —Mira, que conveniente, sólo porque pensé un poco en ti, aprovechaste para venir antes de tiempo. — Él hizo un repentino gesto de seriedad al escucharla. Era cierto, el vínculo de sangre había hecho que su invocación se sintiera demasiado fuerte, incitando un deseo precipitado y difícil de controlar. Sus ojos acerados la miraron fijamente antes de responder. —Eso se debe a que eres una potencial compañera para mí, se trata de la compatibilidad entre especies de la que te hablé en aquella ocasión— su mirada recorrió el rostro femenino y luego regresó a sus oscuras pupilas. —Diana, no fue mi intención desobedecer tu solicitud de esperar, pero tú me llamaste y… simplemente no pude resistirme. — La mujer le sostuvo la mirada, era auténtico lo que decía, y de nuevo sinceraba sus emociones ante ella. Podía notarlo, sin saber cómo, pero lo hacía. Al parecer, la compatibilidad con el Inugami escarlata en verdad iba más allá de un deseo físico. Se trataba de un verdadero enlace entre ambos, que se sentía natural y no forzado. Y eso era lo último que necesitaba para aceptarlo. Le daría, y se daría a sí misma, la oportunidad de intentar una relación más allá de lo carnal. Quizás podría funcionar. —Está bien, creo entenderlo— sonrió ella, acariciando ahora su puntiaguda oreja. —Tal vez no sea tan difícil acostumbrarse a la vinculación con un demonio canino. — Akayoru hizo un gesto de sorpresa y sus ojos se abrieron en grande. Aquellas palabras insinuaban una posible aceptación. Pero decidió mantenerse relajado, a pesar de que la bestia dentro de él comenzó a brincar sumamente emocionada. —¿Hablas… en serio? — preguntó inquieto. Ella asintió, rodeándole el cuello con ambos brazos. —Sí Akayoru, creo que te daré una oportunidad, pero… — se acercó a sus labios. —Quiero que vayamos con calma, y que me des la oportunidad de adaptarme a esto— le dio un beso lento y suave. Él sintió cosquillas en el estómago, pues le encantó oír eso. Respondió con la misma sutileza al ósculo, sonriendo contra su boca sin proponérselo. En su interior, el perro carmesí agitó alegre la cola, percibiendo las mismas emociones que su lado racional. —Será como tú desees— la estrechó más. Se miraron detenidamente, sintiendo una emoción conjunta en el pecho. Fue por un breve instante, pero lo que vieron en los ojos del otro, fue suficiente confirmación. Esto podría funcionar, claro que sí. De repente, Diana notó la palpitación del órgano masculino contra su muslo. Hizo un gesto de sorpresa, bajando la mirada. —Ustedes, los InuYoukai— regresó a verlo, alzando una ceja. —Son bastante ardientes, ¿Verdad? — La vanidad se notó en el semblante del macho y su sonrisa no pudo ser más engreída. —Aún no te he contado todo sobre mi especie— rodeó su cintura, atrayéndola por encima de su abdomen, mientras se recostaba por completo. —Nosotros dependemos de las épocas del estro Inugami cuando tenemos compañeras de nuestra especie. Pero, es muy diferente si se trata de una hembra de otro tipo, en especial, si es humana. — Arrastró las manos sobre su trasero, haciéndole sentir el filo de las garras parcialmente crecidas. Diana se erizó por completo, entendiendo la insinuación de sus palabras. Entonces pensó en su propio estado físico, realmente se sentía plena y dispuesta. No estaba cansada y no le molestaba la pequeña laceración en su hombro, la cual ya había cicatrizado. Sí, el encuentro previo fue muy intenso, y quizás la sangre sobrenatural influía en ella, pero sabía que también su propio apetito era parte de todo esto. Y ahora deseaba continuar. Se acomodó sobre él, meneando las caderas de forma provocativa, ofreciendo una vista encantadora de sus senos cuando colocó las manos sobre el delineado torso. —¿Así que soy especial para ti? — le sonrió coqueta, elevando un poco las caderas por sobre la ingle masculina. El demonio se relamió los labios, ansioso por lo que estaba a punto de hacer la mujer. —Lo eres, más de lo que te puedes imaginar— jadeó al notar que se sentaba sobre su creciente erección, pero aún sin permitirle entrar en su cavidad, ejerciendo una deliciosa presión. —Ya te lo dije, emparejarse con una hembra compatible, implica poder disfrutar de su experiencia de vida en todos los sentidos. — La joven alzó las cejas, sorprendida e interesada en lo que decía. —Entonces, ¿Qué hay de las hembras sin experiencia?, ¿No llaman la atención de los InuYoukai? — El demonio rojo soltó una risa serena, mientras negaba despacio con la cabeza. —Sólo a los machos humanos les preocupa algo tan estúpido como la virginidad, si es eso a lo que te refieres— ella asintió, manteniendo un gesto de interés en sus palabras, y él sonrió con travesura antes de continuar. —Te lo explicaré con un ejemplo simple: Un deporte, sea cual sea, sólo puedes disfrutarlo si sabes cómo practicarlo. Los jugadores sin experiencia son inútiles, por eso se debe practicar… practicar mucho para saborearlo en toda su plenitud— elevó sutilmente la pelvis contra ella. Diana jadeó entrecortado al sentir la fricción, el Inugami estaba listo para continuar con otra ronda de sexo. Entonces, el interior de su feminidad palpitó súbitamente, notando que sus fluidos se liberaban para facilitar un nuevo acoplamiento. Se mordió el labio inferior, ya no podía negarse a la lujuria que comenzaba a envolverla de nuevo. —Estoy de acuerdo contigo— ronroneó ansiosa, levantándose un poco sobre él. Una de sus manos se deslizó hasta alcanzar el endurecido miembro, masajeando toda su longitud. Akayoru gruñó, mientras cerraba los ojos y sus zarpas se clavaban un poco en la piel de la mujer. Ella no se resistió al tenue dolor, por el contrario, aumentó su estimulación manual. —¡D-Diana… deja de… hacer eso! — resopló alterado, sintiendo que su lado salvaje volvía a inquietarse con bastante fuerza dentro de él. —¡O no r-respondo! — Los labios de la joven se torcieron en una sonrisa ladina. En verdad no sabía por qué lo hacía, pero disfrutaba excitando al InuYoukai. Una sensación de poder que sólo ella tenía sobre él. Entonces descendió un poco, permitiendo que la hinchada corona hurgara en la entrada de su cavidad. Echó la cabeza hacia atrás y liberó un profundo gemido, al mismo tiempo que se deleitaba con la estimulación, prolongando la agonía del macho por varios segundos más. —¡Es suficiente, hembra traviesa! — siseó la bestia carmesí, tomando inesperadamente el control sobre su lado racional. El nuevo gruñido se escuchó más gutural y profundo. La mujer no tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió que el Inugami la tomaba de los brazos. Hizo que lo soltara, para después jalarla por encima de su torso, y sin perder tiempo, llevó de nuevo las manos hacia sus caderas, inmovilizándola sobre su miembro. Ella levantó la cara para mirarlo y sintió nervios al darse cuenta que sus iris estaban rodeados de oscuridad una vez más. Akayoru hizo una mueca ligeramente perversa cuando clavó un poco más sus zarpas en la piel canela. Sus muslos se flexionaron despacio, logrando que separara aún más las piernas. Comenzó a ejercer una fuerza mayor, consiguiendo que descendiera sobre su pulsante virilidad. La hembra clamó con lasciva incomodidad, pero no se resistió. Su constreñido interior lo recibió en su totalidad con cierta facilidad, debido a la copiosa lubricación. En ambos las respiraciones se aceleraron y los impulsos nerviosos circularon a lo largo de sus cuerpos. El instinto ordenó, y ellos obedecieron. Diana inició la parsimoniosa danza de sus caderas, contemplándolo sin mostrar miedo alguno, a pesar de saber que era el lado feral quien la observaba con ansiedad. Sabía que deseaba dar rienda suelta a su deseo… y ella estaba dispuesta a consentirlo. Akayoru aferró la cintura femenina con insistencia, manteniéndose enterrado en ella, permitiéndole moverse de forma limitada. Aquella sensación de compresión sobre su dureza era demasiado placentera como para perderla. No obstante, el frenesí del momento lo rebasó, así que, gruñendo más intimidante, su pelvis arremetió con mayor potencia. Al paso de los segundos, el clamor de la hembra llenó la habitación, secundado por los resoplidos del InuYoukai. El acoplamiento se volvió excesivamente intenso, haciéndola perder el aliento con cada espasmo que se generaba en la unión de sus sexos. Su vientre y sistema nervioso estaban tan sensibles, que el orgasmo inició un nuevo crecimiento, escalando mucho más rápido que antes. Un par de segundos después, el clímax estalló, arrastrándola hacia la gloria. El demonio rojo la escuchó gemir ruidosa contra su cuello, advirtiendo las contracciones sobre su endurecida carne y el estremecimiento de todo su cuerpo. La culminación de la mujer había sido precipitada de nuevo, y esto lo hizo sonreír con cierta vanidad. Para un Inugami, saber que su compañera quedaba totalmente satisfecha, era un aliciente importante en una relación de éste tipo. Sin embargo, su lado feral todavía no estaba saciado, así que era su turno para disfrutar. Permitió que el orgasmo de Diana se disipara por varios segundos, moderando el empuje de sus caderas. Pero tan pronto la escuchó suspirar más despacio, la tomó por la cintura, para luego retirarse de su cuerpo y recostarla boca abajo sobre las sábanas. Su virilidad palpitó dolorosamente urgida por liberarse, percibiendo una necesidad calcinante de concluir con el ritual de la carne. —¡D-Diana…! — jadeó entrecortado. —¡N-Necesito… necesito tomarte…! — La joven lo entendió de inmediato, cuando se percató de la posición en que la sujetaba, levantándola para que se sostuviera sobre sus rodillas y brazos. Típico comportamiento de los InuYoukai. Sin embargo, permanecía aturdida por los efectos físicos y no pudo contestar más que con un asentimiento de cabeza y una sonrisa cargada de lujuria. Después de todo, el placer aún no terminaba. El resoplido de Akayoru se volvió discontinuo y la bestia roja clamaba por tomar lo que era suyo. Tan sólo mirar como la hembra le sonreía, posicionándose para recibirlo, era demasiado enervante como para controlarse. Así que ya nada le importó, dejándose dominar por el comportamiento más primitivo. Se acercó a la mujer, apenas controlando el impulso de penetrarla con urgencia. La sujetó con posesividad de las caderas, manteniéndola quieta con las garras clavadas. La dureza de su carne volvió a doler cuando rozó la húmeda flor. Tensó la mandíbula y apretó los párpados, al mismo tiempo que su erección se adentraba en ella. La hembra gimió libidinosa al percibir como la llenaba una vez más. Lúbricos hilos resbalaron por su carne, facilitando el ajuste perfecto. Lo sintió palpitar apretadamente en su interior, provocándole un lascivo deleite. Las paredes internas se crisparon a su alrededor, estrechándolo con avidez. Sabía que el demonio canino estaba a punto de terminar y su respiración cerca del oído fue la confirmación. —¡Diana… necesito… hacerlo! — dijo casi trémulo, gruñendo ferozmente. —¡Por favor… resiste un poco! — El Inugami comenzó a embestirla con frenesí. Diana se aferró con fuerza a las sábanas, tolerando la exigencia del InuYoukai, al mismo tiempo que jadeaba con obscenidad. Su espina dorsal convulsionó ante las poderosas sensaciones eléctricas que la recorrieron. Sus sentidos se nublaron y la sangre sobrenatural circuló frenética, brindándole el soporte necesario para no colapsar. La bestia roja clamó, extasiándose con los impulsos nerviosos que subían por su espalda y le sacudían todo el cuerpo. Sus garras arañaron la piel canela, marcándola con crueldad. La hembra no protestó, por el contrario, su voluptuoso quejido sólo se acrecentó. Para el demonio canino, aquello fue una sólida confirmación: Ella lo había aceptado por completo, con todas las implicaciones que significaba su unión. Esto lo comprobó desde un principio, cuando vio el color de la cicatriz que portaba en el hombro derecho. Ya era carmesí, lo que significaba que ahora Diana le pertenecía. Y, por lo tanto, deseaba reclamarla como suya. Los espasmos en su vientre empezaron a crecer con fuerza, el momento había llegado. Sin detener su vaivén, colocó los brazos a los costados de ella, sosteniéndose por encima. Se agachó un poco más, permitiendo que su largo cabello le hiciera cosquillas en hombros y espalda. Entonces, sus colmillos se afilaron peligrosamente, acercándose a la curva del cuello femenino. La danza sexual llegó a su cúspide final. —Diana, te reclamo… — comenzó a pronunciar la bestia, pero algo la interrumpió. —No lo hagas… — dijo con seriedad el lado racional, dudando hacer la reclamación. —Ella no lo ha confirmado con las palabras necesarias… — La criatura carmesí sonrió con evidente satisfacción. —No es necesario que lo escuchemos, tan sólo mírala, ya nos ha otorgado su aceptación. — A pesar del éxtasis que comenzaba a embargarlo, pudo concentrarse en la mujer. Ella estaba perdida en su mundo de placer, pero incluso así, le brindaba una clara señal. Diana se erizó al percibir el aliento del macho muy cerca de su cuello, mientras escuchaba su gutural jadeo llenándole los oídos. En vez de asustarse, ladeó la cabeza con un movimiento, impulsando los mechones de su pelo hacia el otro lado, dejando libre el camino. Sabía cuál era su intención y no lo rechazaría. —¡Hazlo! — susurró sin aliento. Aquella fue la palabra más satisfactoria que Akayoru pudo haber escuchado de ella. Y por fin, dejó de titubear, acelerando sus acometidas finales. —¡Diana…! — permaneció a escasos milímetros de su piel, notando el palpitante calor. —¡Te reclamo como…! — separó los labios y abrió lo suficiente la boca. —¡Mi compañera! — Los colmillos se hundieron en una sola y profunda mordida. La escuchó quejarse de dolor por unos segundos, para luego sentirla temblar con intensidad. Después, no supo más de sí mismo. Lo que percibió Akayoru al traspasar la carne humana, lo hizo explotar furiosamente. El orgasmo se retorció en su vientre, creciendo con fuertes espasmos que se propagaron por todo su cuerpo, dispersándose en olas de placer. La mente del Inugami colapsó en una celestial ensoñación. La bestia en su interior aulló rebosante de dicha, la reclamación había sido consumada y el éxtasis que los embriagaba, era insuperable. Se dejó arrastrar al cielo, derramando su abundante semilla una vez más. La mujer gritó al sentir la mordida, realmente había sido doloroso en los primeros segundos. Pero casi de inmediato, la molestia desapareció con súbita rapidez, siendo reemplazada por una sensación increíblemente grata. No sabía de qué se trataba, pero le quedaba en claro que el demonio rojo había culminado y su embestida final, le regaló un último espasmo de placer. Podía notarlo con claridad, su interior palpitaba enérgicamente, el tibio semen goteaba por sus muslos y el abultamiento del miembro viril presionaba contra los pliegues de su entrada. Sin embargo, ya no pudo concentrarse en aquel particular detalle. Unos instantes después, tan pronto la liberó de sus colmillos, la parte superior de su cuerpo colapsó sobre la cama, denotando, ahora sí, un evidente agotamiento. Necesitaba un respiro, así que mantuvo los ojos cerrados, quedándose quieta, disfrutando de los restos del éxtasis que aún se disipaba por todo su ser. Akayoru se mantuvo unido a ella, resollando descontrolado todavía. Poco podía hacer al respecto, así que solamente se concentró en sosegar su mente. La unión carnal que acababa de experimentar con la humana, jamás la sintió antes, y sabía que ya nunca podría alejarse de ella. Ahora, Diana era su compañera. … Pasaron los minutos y poco a poco, ambos cuerpos se fueron relajando. Las respiraciones se normalizaron, pero la sensación de complacencia aún persistía. Él se apartó de ella, sosteniéndola con un brazo, para después recostarla suavemente. La escuchó exhalar con cansancio, mientras observaba su cuello. La marca de sus colmillos todavía era visible, y así se mantendría hasta el día siguiente, cuando ya hubiese cicatrizado. Sonrió para sí mismo, se sentía feliz. Quizás esto era suficiente para una criatura sobrenatural como él. Pero era consciente de que, para un humano, la situación podría ser muy diferente. Así que, de ahora en adelante, se enfocaría en consentir a su nueva compañera en todos los sentidos. Le explicaría lo que ella quisiera saber y le enseñaría cómo era la convivencia con un InuYoukai del linaje escarlata. Diana continuaba aturdida, pero notó que Akayoru se recostaba a su lado y la abrazaba, al mismo tiempo que depositaba un beso en su frente. —¿Estás bien? — cuestionó. Ella lo miró con ojos somnolientos antes de hablar. —Sí… — sonrió un poco, para luego bostezar. —Eso fue increíble… no sé cómo describir lo que siento— suspiró. Él le acarició la mejilla, apartando también los mechones de cabello negro que le caían por enfrente. —Descansa Diana, mañana será un nuevo día. — La mujer asintió despacio y se acurrucó contra su pecho, quedándose dormida en menos de un minuto. El demonio rojo estuvo mirándola con adoración por largo rato, notando que su lado salvaje también expresaba la misma emoción. Poco después, se relajó hasta quedarse dormido también.***
Continuará… En verdad, muchas gracias por leer y comentar. Ojalá los que leen desde el anonimato, se animen a dejarme saber su opinión. Saludos.