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Capítulo 22: Compañera Nankín, China. Ya habían pasado dos semanas desde el enfrentamiento con el Inugami beta. Catorce días desde que su madre le entregó la hermosa pluma blanca. Lamentablemente, Sesshomaru aún no encontraba a la dueña. El poderoso señor del Oeste había estado encaprichado con una humana por la sencilla razón de que era compatible con su especie InuYoukai. Y eso le trajo problemas, porque simplemente, ella no era la compañera más adecuada para él. Luego, su progenitora le arrojó un balde de agua fría. La revelación de que Kagura estaba viva, fue un golpe a su memoria y emociones pasadas, enterradas por siglos desde la guerra contra Naraku. Ese despreciable ser, que lastimó a humanos y demonios por igual, había osado herir a su propia extensión, dejándola moribunda y sin la posibilidad de sobrevivir. El Lord no pudo hacer nada y tuvo que tragarse su dolor. Ahora, quinientos años después, existía la posibilidad de volver a encontrarla. Todo gracias a las habilidades de su especie elemental y a los paseos de Lady Irasue, ya que fue ella quien tropezó con la domadora de los vientos en la ciudad de Nankín. Con la pluma que le entregó, Sesshomaru pudo hacerse con un rastro para seguir. No obstante, localizarla sería complicado. Las viejas tierras chinas eran extensas, y la demonesa de los vientos podría haberse marchado a otro lugar. Al menos eso es lo que pensó el demonio plateado después de andar rastreándola en las últimas dos semanas por toda la urbe, y sólo obtener muestras sutiles de su aroma. —Ella está aquí, no se ha ido todavía— susurró la bestia blanca. —Sí, también puedo percibirlo, pero al parecer, se ha escondido a propósito— gruñó Sesshomaru. —Si madre la asustó aquella vez que la encontró, es posible que ahora nos tenga miedo. — —No creo que sea por nosotros— negó sereno. —En esta ciudad habitan muchos youkais, puedo olerlos en cada esquina, algunos son viejos y fuertes, por lógica, los demonios más jóvenes o débiles, deben mantenerse ocultos y a distancia para no convertirse en sus presas. — El Inugami plateado prosiguió su camino por la acera. Ya llevaba días recorriendo todas las vías principales de la ciudad, marchando por calles y lugares donde la presencia de criaturas sobrenaturales era alta. Sin embargo, no había rastro de Kagura en esos sitios. Entonces, ahora se dedicaría a buscar en donde más se concentraban los humanos. A veces los demonios preferían esconderse con ellos, porque, paradójicamente, estaban más seguros en medio de tan débil especie, que entre sus propios congéneres. Claro que esto sólo era posible si tenían un sello especial para disfrazarse, o si contaban con el suficiente poder sobrenatural para mantener un camuflaje. —¡Espera! — ladró la bestia. —¡Puedo oler algo! — Sesshomaru siguió caminando, pero ladeó el rostro a la derecha, olisqueando el aire. Del otro lado de la avenida, estaba la entrada principal a la zona turística conocida como el jardín Xuyuan. De inmediato se encaminó al sitio, evadiendo a los muchos visitantes que paseaban por ahí. Afortunadamente, había numerosos extranjeros de exóticos perfiles, por lo que él mismo, con su camuflaje humano, no llamaba tanto la atención como otros. El clima general del jardín era refrescante, pero para su desarrollado olfato, el olor del agua semi estancada que fluía por sus canales, era sumamente molesto. No obstante, en medio de aquel tufillo y el de los propios humanos, pudo distinguir el mismo aroma que poseía la pluma blanca. —¡Es ella! — expresó ansiosa la criatura de ojos rojos. —¡Está en el centro de éste jardín! — El Lord Occidental apresuró su marcha, en busca de aquella suave fragancia. Avanzó a lo largo de los caminos de piedra, ocultando por completo su aura sobrenatural. Llegó a la zona del pequeño lago central y fijó su atención en la otra orilla. En medio de al menos ochenta personas, pudo distinguir a la youkai de los vientos, que caminaba tranquilamente a lo largo del corredor hecho de madera que se levantaba sobre el agua. Un doloroso estremecimiento se retorció en su pecho. Kagura tenía exactamente la misma apariencia que en la época feudal. Excepto que su disfraz la hacía verse como una humana común, con ropa casual y un aire de turista distraída. —¡Es la domadora de los vientos! — brincó de alegría la bestia canina. La emoción de su lado salvaje le provocó una fuerte contracción en el estómago al Lord. Olfateó el aire para captar la esencia y llenar sus fosas nasales. Sus sentidos se inundaron de información, provocándole una sensación de relajación inmediata. La fragancia de Kagura era tan suave y limpia, que de inmediato comprendió que nunca pudo apreciarla en todo su esplendor en el pasado. Sin embargo, también se percató de que dicho perfume, lo llamaba con intensidad. Su instinto reaccionó con vehemencia, confirmándole su corazonada: Ella era otra hembra compatible con él, y posiblemente, su compañera correcta. —Has vuelto… — susurró en voz baja. Entonces, notó a la distancia que ella detenía sus pasos y empezaba a buscar algo con la mirada. Giró lentamente el rostro hasta ubicarlo, Kagura se había dado cuenta de su presencia. Sesshomaru se quedó quieto, conservando una expresión neutral, intentando mantener su aura sobrenatural poco perceptible. La domadora de los vientos parpadeó un poco, tratando de dilucidar si estaba frente a un peligro. Entonces dio media vuelta y comenzó a alejarse con rapidez en medio de la multitud. Al parecer, se había asustado. —Debemos seguirla, ella no debe temernos— murmuró su lado salvaje. El Inugami asintió, marchando en su dirección. En un parpadeo, su velocidad sobrenatural se hizo presente, deslizándose por otro camino, volviéndose un borrón imperceptible para los humanos. … La domadora de los vientos se escabulló entre los visitantes, dando uno que otro empujón para evadirlos. La presencia de aquel demonio canino la había sobresaltado. —¿Quién es ese Inugami?, ¿Por qué está en un lugar como éste? — se preguntó, mirando sobre su hombro. Podía sentir su presencia muy cerca y temía que quizás tuviera intenciones agresivas. Después de todo, en ese país existían demasiadas criaturas sobrenaturales que eran muy poco tolerantes con algunas especies. Y es que no era la primera vez que se enfrentaba a un monstruo carnívoro, que la veía como un posible alimento. Hace poco más de un mes, se topó con una demonesa de la misma especie. Una elegante dama InuYoukai que andaba paseando por la plaza comercial en la que ella trabajaba y que, por extraños azares, cuando la miró directo a los ojos, pareció reconocerla de algún modo. Sin embargo, sus instintos se pusieron en alerta, dada la fuerte energía demoníaca que emanaba la Inugami. Se sintió amenazada, a pesar de que la mujer no hizo absolutamente nada para asustarla o agredirla. Sólo se acercó a ella, quizás con la intención de decirle algo. Pero su miedo natural la superó, y cuando intentó huir, perdió una de sus valiosas plumas de vuelo. De pronto, su olfato la puso en sobre aviso. Sin dejar de caminar, volteó a su derecha y pudo notar la silueta del demonio canino, quien avanzaba sigiloso, adelantándose a ella. —No me atraparás— pensó, al mismo tiempo que modificaba su ruta, adentrándose por otro sendero del jardín. Marchó velozmente, sorteando los arbustos y las piedras del lugar. No se dio cuenta que aquella zona estaba apartada, y casi no había humanos caminando por ahí. Recorrió un poco más, hasta llegar a un sendero sin salida, flanqueado por tupidos árboles. —¡Maldición! — rumió Kagura. Cuando quiso regresar sobre sus pasos, se dio cuenta que ya era demasiado tarde. El Inugami la había alcanzado y ahora la observaba fijamente, a escasos metros de distancia. Por un momento se le detuvo la respiración, no podía creer que aquel youkai la atrapó en un instante. De inmediato se puso a la defensiva, extrayendo su abanico de un bolso que llevaba. Lo miró fijamente, tratando de adivinar sus intenciones. —¡Aléjate o lo lamentarás! — advirtió, desplegando su arma. Él se quedó inmóvil, sin decir palabra alguna, solamente observándola con detenimiento. Para Kagura fue extraño que no la atacase de inmediato, cosa que le dio un par de segundos para poner más atención a su llamativa presencia. Aquel disfraz humano era elegante, atractivo, y al mismo tiempo, seductor. Su rostro era hermoso y sus ojos tenían una mirada muy afilada. Era probable que su color natural fuese inquietante, así como todo su aspecto real. Inesperadamente, su memoria cosquilleó con insistencia, y por un breve instante, tuvo la sensación de haberlo visto antes. … Sesshomaru la alcanzó en un santiamén, rebasándola por otra vereda, ubicando fácil la ruta que seguía. No podía permitir que se fuera, pensando que quizás deseaba hacerle daño. La bestia dentro de él estaba ansiosa, alegre y muy inquieta. No obstante, ahora se quedaba en total silencio, únicamente observando. Esta vez no haría nada en absoluto, permitiendo que su lado racional se encargase de todo. Y no podían estar equivocados ahora, la domadora de los vientos era la correcta y no la perderían de nuevo. El Lord observó a Kagura con detenimiento. La youkai conservaba su mismo aspecto: Cabello castaño oscuro, recogido en una simpática coleta, atada con una cinta negra y el broche que sostenía las plumas blancas que utilizaba. Aunque sólo tenía una por el momento. Sus ojos, antes de color granate, ahora estaban disimulados en un tono café claro, como el de otros humanos. Su piel continuaba siendo clara y sus labios estaban delineados por labial carmesí. Conservaba los mismos pendientes de esferitas verdes en sus orejas, también disfrazadas. Su atuendo era casual, compuesto por un pantalón capri color vino, blusa blanca de manga corta y tenis deportivos del mismo color. Para cualquier persona, sería una chica guapa y común, que podría encontrarse en la calle de una gran ciudad. Pero, para el señor del Oeste, era una bella memoria que se volvía realidad una vez más. Sin embargo, al escuchar su advertencia y ver su reacción defensiva, Sesshomaru comprendió que ella no lo reconocía, y eso significaba que tampoco recordaba su vida pasada. Ya se lo había dicho Irasue, los youkais del tipo elemental podían reencarnar. Pero, evocar sus vidas pasadas, era una cosa muy distinta. Esto no sería tan fácil. —No tienes porqué temer, jamás te haría daño— dijo con voz tranquila. Kagura estrechó la mirada en desconfianza. —¡Como si fuera a creerte! — esgrimió el abanico, y con un movimiento, lanzó su ataque. —¡Danza de las cuchillas! — El señor del Oeste gruñó molesto. Lo que menos quería era llamar la atención de los humanos, y si ella no se detenía, podría ser riesgoso. Pero también entendía que Kagura reaccionase de esa manera. Los youkais jóvenes, o con poco poder, siempre eran recelosos de los más antiguos y fuertes. Por fortuna, no había curiosos en ese instante, así que Sesshomaru desplegó parte de su energía sobrenatural, proyectándola en forma de un látigo nacido de su mano derecha. Con un sólo movimiento, anuló el ataque de viento. Decidió no perder tiempo, debía ser directo y hacerle entender que no era su enemigo. Antes de que ella hiciese otro ataque, él buscó en el interior de su saco y extrajo el estuche negro que su madre le había entregado. La domadora de los vientos se quedó atónita. El InuYoukai había detenido su ataque con una sola mano. Eso significaba que era sumamente poderoso y, por lo tanto, no podría enfrentarlo. Tragó saliva con nervios, resolviendo que lo atacaría con algo más fuerte para distraerlo, y así poder escapar. No obstante, se quedó inmóvil al ver lo que él le mostraba. Un estuche abierto, y en su interior, una pluma blanca. —No soy tu enemigo— habló el Lord. —Y para demostrártelo, te devolveré esto. — El desconcierto aumentó en ella. —¡Pero, ¿Cómo…?! — Sesshomaru hizo un ademán con su otra mano, usando su telequinesis para elevar el suave objeto en el aire. —Mi madre se encontró contigo hace algunas semanas, una Inugami de cabello plateado y frío semblante. Ella quiso acercarse a ti, pero tú huiste, dejándola caer— explicó, mientras dirigía la pluma hacia ella. —Y también debes saber que… tú y yo nos conocimos en el pasado, hace quinientos años. — La youkai levantó su otra mano con la palma extendida para recibirla. Su mirada se estrechó, no podía equivocarse, era imposible no identificar el objeto de vuelo que también formaba parte de su propia naturaleza elemental. ¿La Inugami recogió su pluma?, ¿Por qué se la entregó a él?, ¿Acaso era verdad que ambos se encontraron en otra época? Todo esto resultaba ser una sorpresa inesperada. Y es que, aunque no quería reconocerlo, Kagura tenía lagunas mentales acerca de su vida pasada. A pesar de que ya había cumplido doscientos años, todavía no lograba recuperar las memorias completas de su existencia anterior. No es que le preocupara demasiado, pero era consciente de que su especie elemental poseía la habilidad de reencarnar, así como la capacidad de recordarlo todo. Sin embargo, no había querido insistir en ello, porque presentía que su encarnación previa no tuvo una vida agradable. Pero el cosquilleo en su mente se volvió más insistente al escuchar al Inugami. Él formaba parte de su pasado, entonces podría decirle algo más. —Tú viviste en la época feudal de Japón— reanudó su explicación. —Y me conoces, soy Sesshomaru, el señor del Oeste. — De nuevo el hormigueo en su memoria. Sesshomaru. Ese nombre era tremendamente familiar para Kagura. —Yo… no sé si creerte— regresó su mirada a él, después de colocar su pluma de regreso en el broche de su cabello. —Podrías estar mintiendo, y yo no confió en nadie tan fácilmente. — El Lord asintió despacio. —Comprendo, pero quizás esto pueda ayudar— la energía demoníaca se desplegó con fuerza, esta comenzó a revolotear a su alrededor. —Como te lo dije antes, no pienso hacerte daño, no soy tu enemigo y en verdad deseo que me recuerdes. — Kagura se inquietó de nuevo cuando percibió aquel poder, lo que le provocó un erizamiento por toda la piel. No obstante, debía tomarse un segundo y analizar lo que estaba sucediendo. Si él realmente hubiera querido dañarla, lo habría hecho desde un principio, así es como actuaban los youkais depredadores. En cambio, el Inugami se tomó la molestia de mostrarse con su verdadero aspecto sobrenatural, eso implicaba una demostración de buenas intenciones. Un devorador, no expondría su verdadero rostro. El disfraz humano desapareció, quedando a la vista su fisonomía real. Ella se tomó un par de segundos para observarlo con atención. Usaba vestimenta y armadura de diseño antiguo y una blanca estola ondeaba detrás de su espalda. También pudo apreciar el largo cabello platinado que caía por sus hombros, revelando parte de sus orejas puntiagudas. En el rostro, se le notaban unas llamativas marcas de color violáceo. Y el iris de sus ojos era de un intenso color ambarino. Parpadeó un poco, al mismo tiempo que su memoria volvía a escocer con mayor fuerza. —Es… muy atractivo… — tuvo que reconocerlo, aunque sólo para sí misma. —El señor del Oeste… Sesshomaru… — Los recuerdos se removieron desde lo más profundo de su subconsciente. Se llevó una mano a la frente, sintiendo como una punzada le atravesaba el cráneo. Su pasado, impregnado en su ADN, comenzó a dar chispazos de lucidez que se transformaron en imágenes mentales de una vida lejana y antigua. Se vio obligada a masajearse un poco y cerrar los ojos, permitiendo que una obscuridad mental rodeara específicamente cada escena para resaltarla. Y con cada evocación, comenzó a percibir diversas emociones que le tensaron los nervios por breves instantes: Molestia ante un hombre de largo cabello negro y ojos siniestros. Furia por tener que obedecerlo. Diversión cruel por el sufrimiento de una manada de lobos. Curiosidad por un demonio de cabello plateado. Preocupación por un niño humano. Intriga por el secreto de un Hanyo en noche de luna nueva. Odio por la tortura de su corazón apresado. Felicidad al saber que él fue a buscarla. Paz y tranquilidad al sentirse libre como el viento. Kagura retrocedió unos pasos y bajó el abanico. Permanecía con la cabeza semi agachada y los párpados cerrados, respirando un poco agitada por lo que estaba remembrando. Su vida anterior había sido breve y dura, al servicio de un ser despreciable y con un triste final. O tal vez no lo fue del todo. Ella había luchado por su libertad, y en más de una ocasión, se atrevió a burlarse de su creador. Todavía no recordaba del todo el nombre de aquel monstruo, pero ahora no tenía importancia. Mucho de lo vivido inundó su memoria, como piezas de rompecabezas recién acomodadas, de las cuales, le faltaban muchas todavía. Pero sabía que, tarde o temprano, los huecos se llenarían de nuevo. Lo que ahora le intrigaba, era el Inugami parado frente a ella. Su recuerdo era nítido e importante, no sólo por las veces que se encontró con él en la época feudal, sino también por la sensación de afinidad que la embargó en cada una de esas ocasiones. Ahora que su mente estaba más despejada, la memoria genética le susurraba algo que antes no pudo comprender. —Sesshomaru, el señor del Oeste— dijo en voz baja, sin levantar el rostro todavía. El demonio plateado permanecía en silencio, mirándola atentamente, esperando su reacción al verlo tal y como era hace quinientos años. Notó su agitación y escuchó con claridad como el corazón le retumbaba sin parar. Al parecer, mostrarse sin su camuflaje, había tenido un efecto importante en ella. —Pregunta lo que quieras— respondió él, intuyendo que algo había cambiado. Kagura hizo una pausa e inhaló un poco de aire, intentando calmar su agitación. —La última vez… que nos vimos… — pronunció despacio, ese recuerdo era el que con más fuerza había retornado. —¿Por qué fuiste a buscarme? — Sesshomaru entornó los ojos y de nuevo se le contrajo el estómago. Ella por fin había recordado, así que respondió con sinceridad. —Porque eras importante para mí… — su voz tuvo una ligera vacilación, la sensación dentro de su pecho se agitó con tal fuerza, que lo hizo estremecerse. Reconocer sus sentimientos en voz alta no era tarea fácil. —Aunque me di cuenta demasiado tarde… y no pude salvarte… — La respuesta fue clara y concisa, el contexto era evidente y no necesitaba explicación alguna. Ella había evocado el momento de su muerte por una razón, y esa pregunta la hizo para confirmar algo importante. Él lo intuyó con claridad, así que respondió con la verdad. La demonesa del viento continuaba con la cara agachada, pero en el instante que escuchó esas palabras, su corazón dio un vuelco doloroso. El señor del Oeste había sido alguien importante en su pasado, pero por alguna razón, jamás pudo corroborarlo. Probablemente el grillete de esclavitud que su creador puso en ella, lo impidió. Pero ahora, reencarnada y libre, podía sentirlo con claridad. El InuYoukai parado frente a ella, era afín a su naturaleza elemental. Tal y como lo pregonaba una antigua leyenda, donde se decía que los Inugamis plateados eran los guardianes del viento del Oeste. Nada más acorde y sincero a lo que estaba sintiendo en éste momento. En otras palabras, un posible compañero. Tragó saliva con nervios ante dichos pensamientos. Kagura, la domadora de los vientos, jamás creyó que algo así pudiera ser cierto. A pesar de que su propio ADN de youkai, perteneciente al elemento aire, se lo confirmaba con los rastros del pasado, heredado desde tiempos remotos. Pero, ¿Por qué dudar ahora? Si existía una cosa en la que confiaba ciegamente desde que renació, eso era su instinto. Siempre fue consciente de que algo se quedó incompleto en su vida anterior, a parte de su libertad. Pero no lo pudo recordar hasta éste momento, cuando el Inugami se mostró ante ella. Y no podía estar errada, pues sus sentidos sobrenaturales casi se lo gritaban. Entonces, debía confirmarlo. Levantó el rostro y dirigió su mirada hacia Sesshomaru. La energía demoníaca vibró en todo su cuerpo y el disfraz que usaba se distorsionó hasta desaparecer. La verdadera imagen de Kagura quedó al descubierto. Sus ojos granates brillaron con intensidad y el delineado natural sobre sus párpados los hacía resaltar incluso más. Las orejas en punta seguían luciendo los aretes verdes y su piel, blanca y tersa, contrastaba bellamente con el carmesí de sus labios. Con, o sin camuflaje, ella era hermosa. El Inugami sintió que su instinto se alteraba con intensidad al verla tal cual era. La bestia en su interior casi sonrió de felicidad. Por fin podía percibirla en su totalidad, su belleza etérea, su aura tranquila, su aroma dulce y suave. Ella era su verdadera compañera. La vio caminar hacia él con paso precavido, guardando su abanico, al mismo tiempo que le daba un vistazo de arriba abajo, evaluándolo. Así que se quedó en su sitio, sin moverse y esperando el momento adecuado. Esta vez, dejaría que las cosas fluyeran por sí mismas, sin prisas y sin errores. La domadora de los vientos se acercó lo suficiente al Inugami plateado, admirando su porte y presencia, casi sin ser consciente de que sus ojos estaban clavados en él. El Lord le sostuvo la mirada hasta donde su campo de visión lo permitió, dado que empezó a caminar a su alrededor. Con lentitud y en silencio, ella observó, escuchó, olfateó y percibió todo lo que sus agudos sentidos necesitaban saber y confirmar. —Hay algo en él que me agrada… que me atrae… — pensó Kagura, dejándose llevar por la sensación que le provocaba su cercanía. —No sólo se trata de su rango como demonio poderoso… es como si estar a su lado, fuera lo más natural del mundo… — Podía sentirlo en la piel, el aura del Lord la envolvía amigablemente. Conseguía escucharlo en sus oídos, el latido masculino se sincronizaba con el suyo. Alcanzaba a distinguirlo con la mirada, aquellos ojos ambarinos eran sinceros. Lograba percibirlo en su esencia particular, el Inugami poseía el aroma perfecto. Todo era tan correcto en Sesshomaru, que su instinto casi se regocijó al confirmarle que él era compatible con ella. Ya no tuvo dudas: Estaba frente a su compañero. Detuvo su marcha y lo miró a los ojos. —En el pasado… tú eras mi… — se quedó en silencio y no pudo continuar, un nudo en la garganta se lo impidió. El señor del Oeste alzó despacio un brazo y llevó su mano a la nuca de ella, para atraerla con suavidad. Kagura no se resistió, ya no tenía miedo. Le permitió acercarla a su pecho para que se apoyara, resultando en un gesto inesperado y tierno. Ella por fin lo recordó, y ahora su instinto lo estaba reconociendo. Tal y como pregonaban las costumbres de emparejamiento en los youkais. —Sí, lo era— contestó sereno, a pesar de toda la avalancha de emociones que se estaba liberando dentro de él. — Y aunque el destino conspiró en nuestra contra— su otro brazo la rodeó por la cintura. —Ahora, nos ha dado una segunda oportunidad. — La domadora de los vientos tembló y cerró los ojos, pues no sabía cómo reaccionar ante la sensación que la embargaba. Era un sentimiento difícil de procesar, ya que pocas veces los youkais demostraban reacciones emocionales. Sin embargo, era tan agradable escuchar su latido y su voz, que quiso permanecer así por más tiempo. No necesitaba contestar, él ya sabía lo que estaba sintiendo y ella no requería de más explicaciones. Ambos ya sabían la verdad desde hace quinientos años. Ahora todo estaba claro. Ahora todo estaba bien.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
Departamento de Diana. Los primeros rayos del sol ya se filtraban por las cortinas, iluminando la habitación. La mujer abrió los ojos despacio, y con gesto adormilado, retiró el brazo que le rodeaba la cintura. El Inugami rojo parecía dormir tranquilamente, así que bajó de la cama y se dirigió al cuarto de baño para atender su necesidad fisiológica. Momentos después, se miraba al espejo. Tenía el cabello alborotado, los ojos entrecerrados, y en general, parecía un poco cansada. Yacer con un Inugami siempre traería consecuencias físicas, pero por suerte, la sangre de Akayoru le ayudaba bastante. Su mirada se enfocó en la marca de su cuello, donde se notaba con claridad la dentellada que le había dado. —Rayos, espero que no quede cicatriz— se quejó, tocándose con los dedos superficialmente. La herida dolía un poco y parecía estar en proceso de sanación todavía, a diferencia de los zarpazos en sus caderas, los cuales ya habían sanado por completo. Se le quedó mirando por unos segundos, tratando de entender lo que significaba. No había sido una mordida común para probar su sangre o estimular su deseo. Dicha acción implicaba otra cosa, algo más profundo. Y ella lo aceptó sin razonarlo demasiado. —Es una marca parecida a esta— se tocó el hombro derecho, donde se podía apreciar la raya, ahora rojiza, sobre su piel. Su mente regresó atrás, recordando el momento previo a la mordida. Él había pronunciado unas palabras que se escucharon como una declaración final: Diana, te reclamo como mi Compañera. —Supongo que esto significa que… — suspiró lento. —Ahora eres mi compañera— contestó Akayoru detrás de ella. Diana respingó por la sorpresa, no lo había escuchado acercarse. Se giró despacio y pudo notar algo raro en él, parecía inquieto. Akayoru la observaba fijamente, reclinado en el marco de la puerta. Sus ojos estaban buscando algo en la expresión de ella. El demonio permanecía desnudo, con el cabello escarlata cayendo por su pecho, hombros y espalda. Las marcas de su estirpe se alcanzaban a notar por los costados de su cintura. Tenía los brazos cruzados, manteniendo un aire sensual, a pesar de la sutil seriedad de su rostro. —Me asustaste— dijo la joven, para luego hacer una pausa y preguntar. —¿Sucede algo? — —¿Te arrepientes? — inquirió él. La mujer ladeó la cabeza un poco, insinuando con ese gesto que no entendía su pregunta. El Inugami descruzó los brazos y empezó a caminar hacia ella. Sus ojos acerados se mantuvieron fijos en los de Diana cuando quedaron frente a frente. —Te arrepientes de… — señaló la mordida en el cuello de la mujer. —Esto… — Diana se quedó en silencio por un momento, intentando comprender la connotación de sus palabras. La mirada de él parecía intensificarse, como si esperara con nervios su respuesta. No le fue difícil comprender que dicho gesto insinuaba algún tipo de recelo. —¿Arrepentirme de recibir una mordida por parte de un InuYoukai? — sonrió de medio lado. —Creo que necesitas explicarte mejor, así que dime, ¿Qué te preocupa? — Akayoru levantó la mano y la tomó con suavidad del mentón, recorriendo su labio inferior con la punta de su garra, teniendo la precaución de no lastimarla. —Creo que te quedó claro lo que sucedió anoche— respondió con calma, pero sin dejar ese matiz de inquietud. —Diana, tú me aceptaste como compañero, y yo te he reclamado como mía… — La mujer levantó ambas cejas y parpadeó por un par de segundos, luego, sonrió abiertamente. —¿Y temes que ahora me arrepienta? — soltó una risita, al mismo tiempo que sus manos subían, sujetándole algunos mechones del cabello. —Vamos Akayoru, respira y tranquilízate, que yo no he cambiado de parecer, ni siquiera había pensado en dicho tema. — Tiró suavemente, logrando que se acercara para besarlo. El Inugami no se resistió, por el contrario, de inmediato le rodeó la cintura y la atrajo hacia él. El beso se hizo más profundo, pasando del suave toque de sus labios, al intenso contacto de sus lenguas. Momentos después, se apartaron con la respiración agitada. —Ahora que lo mencionas— Diana hizo una expresión de duda. —¿Existe algo parecido al divorcio en tu especie? — El demonio rojo la miró fijamente por un segundo, notando que sólo preguntaba por curiosidad, y no con la intención de molestarlo. Era lógico que preguntase acerca de dichos temas. Teniendo en cuenta sus aventuras con criaturas sobrenaturales, el interés por sus costumbres no desaparecería pronto. —¿Apenas me aceptaste ayer, y ya estás pensando en divorciarte de mí? — sonrió de medio lado. —Eres demasiado caprichosa. — Diana hizo una expresión coqueta y de nuevo sus manos lo tomaron del rostro para atraerlo hacia sus labios. El beso fue suave y corto, pero cargado de emoción. —Es sólo curiosidad— mencionó, luego de separarse. —Además, no estamos casados, te dije que estoy dándote una oportunidad, pero no debes olvidar que tus leyes, no son mis leyes— acarició su mejilla. Su delicado roce le provocó cosquillas al InuYoukai, generando una sensación afable y cariñosa. Pero manteniendo aquel sutil toque de manipulación, que a él no le molestaba en absoluto. —Me queda claro tu punto de vista—la mano que estaba en su cintura, subió por la espalda hasta llegar a su cabello negro. —Y, como te dije antes, emparejarse con una humana, es muy diferente a tener una compañera Inugami— la sujetó con sutileza, consiguiendo que ladeara un poco el rostro. —Por lo tanto, si tú quisieras alejarte de mí, podrías hacerlo— se acercó y empezó a recorrerle la piel con los labios. Un abrupto escalofrío se deslizó por la espalda de Diana, haciendo que sus manos se aferraran a los hombros masculinos. Escuchar el matiz de la voz grave, aunado a su caricia húmeda, comenzó a inquietarla de repente. —Pero eso sería solamente si te doy un motivo— prosiguió Akayoru, ahora lamiendo con su tibia lengua, incitando el erizamiento cutáneo. —Y no tengo planeado darte ninguno para que tengas esa idea— le rodeó la cintura con el otro brazo y la levantó en el aire. La mujer respingó al sentir que sus manos bajaban y la sujetaban posesivamente de las caderas, para después elevarla y apoyarla contra el muro cercano. Hizo que le rodeara la cintura con las piernas, mientras dejaba de lamer y la miraba con intensidad. —Y otra cosa que debes saber, es que los machos de mi especie, no renuncian tan fácilmente a una hembra— aproximó su rostro al de ella. —Y menos, si la han reclamado— gruñó por lo bajo. Diana le sostuvo la mirada, notando que la excitación y el deseo se retorcían en su interior. El comportamiento del demonio escarlata se había vuelto demasiado sensual y dominante, quizás fustigado por su comentario de divorcio. Sonrió para sí misma, encantada de provocarlo y de sentir como respondía a su llamado. Acortó la distancia y sus bocas se fusionaron una vez más. El macho respondió con ansiedad, repegándose contra ella, rozando su creciente erección sobre el vientre femenino, incitándola a responder con su propia humedad. Y así fue, pues en cuestión de segundos, pudo olfatear su deseo, lo que incrementó su propia lujuria. La punzada en su flor hizo que Diana gimiera contra sus labios. Se apartaron en busca de aire, pero no se detuvieron. La mujer empezó a besar y lamer su cuello, mientras sus manos recorrían y estrujaban su marcado torso. El Inugami la sostuvo con un sólo brazo, al mismo tiempo que bajaba su otra mano hacia la cálida feminidad. Sus dedos, con las garras retraídas, comenzaron a palpar con parsimonioso cuidado, arrancando un par de jadeos entrecortados. —¡Akayoru! — arrastró el nombre con un sensual ronroneo. Esa fue la única confirmación que necesitaba él para proseguir con su toque, lento y preciso, distendiendo sus pliegues para recibirlo. La mujer clamó sonoramente, apoyando su cabeza contra el muro. Cerró los ojos, dejándose llevar por la deliciosa ola de sensaciones que nacía en su interior. En un instante, todo su cuerpo comenzó a temblar de ansiedad, notando que la sangre de Inugami magnificaba el placer. —¿Quieres que continúe? — inquirió él, mordisqueando el lóbulo de su oreja. Otro gemido escapó de Diana. Sabía que el demonio rojo ya estaba familiarizado con sus puntos débiles, y los explotaría una y otra vez para hacerla gritar. —¡Sólo hazlo! — Akayoru sonrió complacido, sin detener el lánguido movimiento de sus dedos, extendiendo la humedad por los pliegues para facilitar su unión. En su interior, la bestia carmesí se regocijaba, satisfecha por haber encontrado a una compañera tan especial. La humana era todo lo que su instinto deseaba: Pertenecía a una especie que le agradaba, tenía el carácter necesario para tolerar y comprender su mundo sobrenatural, poseía valiosa experiencia para disfrutar de los placeres de la carne, y finalmente, su personalidad era fuerte y afable, al grado de poder congeniar con la suya. Diana cumplía con sus expectativas, y Akayoru se esforzaría por corresponderle de la misma forma. Su lengua dio una última lamida al cuello de la mujer, al mismo tiempo que retiraba sus dedos empapados. Su miembro palpitaba endurecido, con la humedad seminal deslizándose ya. No la haría esperar más, así que se aproximó a su intimidad. La joven sintió como los estímulos eléctricos se dispersaban a lo largo de su espalda, llegando a su mente para hacerla delirar. El macho se hundió en ella despacio, pero sin detenerse, hasta tocar sus más sensibles paredes. Una mueca arrobada se dibujó en su cara, a la vez que otro voluptuoso jadeo se pronunciaba desde su garganta. Él comenzó a moverse y Diana sintió que sus músculos internos comprimían aquel grosor, provocando que sus propias terminaciones nerviosas registraran un intenso goce. Su cuerpo se sacudió por completo y no pudo evitar que la locura empezase a consumirla. Sus manos acariciaron su espalda, mientras su lengua lamía traviesamente su puntiaguda oreja, obligándolo a jadear con sensualidad. El InuYoukai aceleró sus embestidas, consciente de que la mujer ya podía soportar su frenesí. Así que aferró sus caderas con fuerza para enterrarse a mayor profundidad, haciéndola clamar hasta quedarse sin aire, disfrutando de la voluptuosa respiración contra su oído. El ritmo carnal se impuso y el baile sexual se intensificó. Ambos estaban quedándose sin aliento, notando como sus cuerpos sudaban y se estremecían ante cada espasmo que nacía en la unión de sus sexos. La cúspide final se avecinaba y el clímax comenzó a latir con fuerza. En cuestión de segundos, el acople de sus vientres alcanzó la perfección y el orgasmo estalló con violencia. Diana sintió la convulsión constreñir poderosamente su interior, para luego dispersarse por todo su ser a través de su médula espinal. La realidad desapareció, dejándose llevar por una bruma celestial. Akayoru gruñó, cual animal en celo, en el mismo instante que la culminación le robaba el último aliento. Su virilidad pulsó con fuerza, vertiendo la cálida semilla, mientras su mente se diluía en un éxtasis divino. … Al paso de los minutos, sus respiraciones se hicieron más relajadas, manteniendo sus frentes una contra la otra. Aún tenían los ojos cerrados y su unión persistía como prueba del satisfactorio acto. Ella se aferraba a su cuello y él la sostenía de las caderas sin moverse en absoluto, apoyados parcialmente contra el muro. —Oye… — susurró Diana. —Sólo espero que no me quede una cicatriz enorme. — El Inugami comprendió que se refería a la mordida en la curva de su cuello. Se apartó un poco para mirarla, a la vez que negaba despacio. —No será muy visible, para los humanos se verá como una tenue marca— se acercó y lamió la herida. —Únicamente los youkais serán capaces de distinguirla y saber su significado. — La mujer jadeó suavemente, sintiendo un ligero escozor que poco a poco desapareció. Al menos ahora sabía que la cicatriz no se notaría. —Y también hay algo que debo pedirte, Diana— dijo él, apartándose del muro para luego caminar rumbo a la habitación. —No puedes decir absolutamente nada de lo que yo te revele acerca de mi especie u otros youkais, eso sería inconveniente— se sentó en la orilla de la cama, con la mujer todavía sobre su regazo. Ella sonrió y asintió. —Nunca he dicho nada al respecto, obviamente pocos me creerían que existen demonios paseándose por la ciudad, disfrazados y vistiendo ropa de marca. — Akayoru se le quedó mirando por un par de segundos y luego asintió, sabía que podía confiar en ella. —Hablando de eso, ¿Qué te parece si salimos a desayunar fuera?, y si lo deseas, pasamos a la tienda de ropa femenina que más te guste. — A Diana le agradó la propuesta. Después de todo, no tenía ganas de cocinar, y si su nuevo novio le iba a cumplir sus caprichos, entonces no podía dejar pasar semejante oportunidad. —Sí, me parece muy buena idea— lo besó una vez más.***
Continuará… Gracias por leer.