ID de la obra: 1271

OBSESIÓN

Het
NC-17
Finalizada
1
Fandom:
Tamaño:
90 páginas, 38.597 palabras, 10 capítulos
Descripción:
Notas:
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3. Obsesivo Apetito

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Buenas noches: Empecemos con el Lemon, y de antemano, gracias por leer. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 3: Obsesivo Apetito Tan pronto dejó a la mujer en la habitación principal, Sesshomaru abandonó la residencia del Oeste una vez más. Necesitaba despejarse y tratar de recuperar fuerzas. De nueva cuenta, sufrió las extrañas consecuencias de haber atravesado el túnel de aquella gruta. Las cuales se manifestaban como sensaciones de debilidad que poco a poco drenaban su energía. El Lord cardinal era demasiado poderoso, pero no estaba exento. Cuando cruzó el portal tiempo/espacio, sabía perfectamente que el vínculo con la humana se había debilitado hasta casi perderse. De algún modo, ella puso la suficiente distancia de por medio para que no pudieran “percibirse”, afectando el sobrenatural enlace. Por lo tanto, sería muy difícil tratar de buscarla, e imposible encontrarla si ella hubiera huido a otras tierras. Pero no lo hizo. La mujer solamente se alejó del territorio de la cueva, aunque no lo suficiente para evitar ser rastreada. Tan pronto Sesshomaru traspasó hacia la realidad actual, el vínculo volvió a establecerse, logrando percibirla por el rastro de su propia sangre, la cual permanecía dentro de ella. Habilidad sobrenatural que sólo un Inugami sabe usar. Inmediatamente después de encontrarla, regresó a la cueva de la Luna. No hubo tiempo que perder, debido al poder de afectación de ésta. Tuvo que usar su habilidad de teletransportación. Sin embargo, llevarse a la mujer de dicha forma, podría haberla afectado. Aunque no tardó en darse cuenta de que el vínculo seguía otorgando ciertas ventajas, haciendo que la traslación únicamente indujera un desmayo más profundo en la humana. De regreso en su territorio, volvió a desplazarse de igual manera. La debilidad ya le pesaba cuando llegó a su morada y dejó a la joven bajo la vigilancia del fiel sirviente. Momentos después, salió a cazar de nuevo para distraerse y tratar de calmar el ansia del estro, intensificada por la cercanía de la hembra. Aunque su autocontrol iba y venía, sabía perfectamente que no soportaría por mucho más tiempo. El apetito era demasiado, pero deseaba que ella estuviera completamente despierta y con todos los sentidos enfocados en él.

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Diana se acercó a la ventana y abrió un poco la cortina. Era de noche, el cielo estaba oscuro, sin estrellas y sin luna. La única luz que se distinguía, provenía de algunas antorchas ubicadas a lo largo del gran patio y el pórtico de salida. Sus ojos recorrieron el lugar, creyendo que podría ver la llegada del Lord, pero no ocurrió. Entonces caminó hacia la puerta, pensando en qué hacer y dudando si debía abandonar la habitación. El escenario era preocupante. Había sido secuestrada por el demonio plateado y aunque no lograba entender cómo éste cruzó el portal, sí podía intuir sus oscuras intenciones. Incluso, en ese mismo instante, una sensación de gran ansiedad la invadía por completo. Se alejó de la puerta y se sentó en la cama, siendo muy consciente de que debía digerir rápido esta situación. Pasó alrededor de una hora, en la cual estuvo meditando sobre lo que podría suceder. Intentaba pensar en una manera de detener semejante sentencia, de lo contrario, nunca volvería a llevar una vida normal. Sin embargo, no estaba preparada para lo que vendría. —Debí haberme alejado de la ciudad después de aquella ocasión, cuando lo llamé sin darme cuenta— se reprochó. —Esto no puede continuar así, debo hacer algo al respecto. — De repente, un nuevo escalofrío le recorrió la espalda y su atención se dirigió a la puerta. En ese instante, sintió como la suave estola se aflojaba, dejándola en libertad. Ella la apartó de inmediato, mientras escuchaba unos pasos acercándose a la entrada. Contuvo el aliento cuando la hoja de madera se deslizó, permitiendo el paso del Lord. Súbitamente, la sensación de inquietud se convirtió en miedo cuando lo vio. Sesshomaru emanaba un aura pesada. Su apariencia, de por si sobrenatural, se volvía más tenebrosa a la luz de los farolillos. El brillo rojizo de sus ojos resaltaba en demasía, contrastando con el color de su cabellera y el tono de la vestimenta que lo cubría. No portaba armadura ni katanas, solamente una túnica marfilada. El Lord la observó con malicia y sus ojos la recorrieron atrevidamente, al mismo tiempo que se relamía los labios en un gesto hambriento. Olfateó el aire y jadeó por lo bajo, el aroma de la hembra lo llamaba sin parar. Ya había esperado demasiado y su presencia lo tenía estresado. El instinto ahora dominaba por completo y la orden final era satisfacer su apetito carnal. —La necesito… deseo poseerla… quiero saciarme de ella— el monólogo se pronunció en lo más recóndito de su mente, interactuando en descarada complicidad lo primitivo y lo racional. Diana casi entró en pánico cuando él avanzó hacia ella. Se había impresionado demasiado y su instinto de conservación le pidió huir. En un instante se alejó en sentido contrario, rumbo a la habitación de aguas termales. Sesshomaru gruñó exasperado ante su reacción. Pero era consciente de que, si la atemorizaba demasiado, no correspondería a sus deseos. Sin embargo, esto no le importaba a la bestia blanca, ya que no tenía intenciones de ser paciente con la hembra. Si bien, la interacción de ambas personalidades oscilaba constantemente y el demonio canino era quien tenía más poder en ese momento, en verdad no deseaba que la mujer se desmayara de nuevo por su fiero aspecto. Inhaló profundo y cerró los ojos, para después liberar el aire. El color de su mirada tomó una falsa tonalidad ambarina. Caminó hasta el baño termal y pudo verla al fondo, arrinconada en la esquina más alejada de la habitación. Con claridad podía escuchar el latido de su corazón y olfatear su miedo. Aquellas señales únicamente lo incitaban, asemejándose a un cazador atraído por la presa. —¡Aléjate de mí! — dijo asustada al verlo entrar. A pesar de notar el cambio de tono en sus ojos, ella sabía que algo andaba mal. Claramente percibía la amenaza en el aire, él no era el señor del Oeste, al menos no por completo. —Sólo aplazas lo inevitable mujer, no deberías hacerlo más difícil— contestó con un tono de voz más grave de lo normal. Esas palabras le confirmaron su temor a la humana, no sabía quién era el que estaba frente a ella y temía averiguarlo. —¿Quién er…? — quiso preguntar, pero fue interrumpida. —¡Silencio! — ordenó imperativo. Intentando controlar su respiración, Diana se repegó aún más contra el muro al ver que se aproximaba. Permaneció inmóvil, sabía que cualquier intento de alejamiento sería atajado en un santiamén. Cuando el demonio quedó frente a ella, el temor estrujó su estómago dolorosamente. Lo observó alzar una mano y dirigirla pausadamente hacia su cara, pasando de largo por un costado. Respingó asustada al sentir que la aprisionaba por la nuca. Tragó saliva cuando el ligero tirón la obligó a levantar el rostro y exponer su cuello. Su falsa mirada ámbar era hipnótica y atemorizante. En ella se reflejaba el insano placer que le provocaba el sentirla temblar. El Lord se inclinó un poco más y su cálida respiración le acarició la garganta. Sin poder controlar su desconcierto, la joven soltó un gemido de temor cuando percibió la lengua humedeciendo lentamente su piel. El recorrido ascendió centímetro a centímetro hacia el lóbulo de su oreja, degustando algún sabor que provocaba la fascinación del demonio. —Deliciosa… — murmuró por lo bajo con ansioso tono. La mujer comenzó a temblar, y en un movimiento inconsciente, intentó apartarlo con sus manos. No pudo hacerlo, y sólo incitó al señor de Occidente a que la aprisionara contra el muro aún más. Una de las garras le sujetó ambas muñecas por encima de la cabeza. La otra la inmovilizó por la barbilla, indicándole que no debía resistirse a él. La zarpa del pulgar recorrió con morbo sus labios, delineándolos a detalle, mientras que su mirada se clavaba en ellos, evocando algún lascivo antojo. Diana volvió a tragar saliva y no pudo evitar el resuello de temor que provocaba su acelerado corazón. Cerró los ojos cuando el rostro del demonio se acercó una vez más. Creyó que la besaría por la fuerza, pero con un movimiento la hizo ladear la cara, dejando expuesta su yugular. Percibió el aliento de nuevo y finalmente, sintió la mordida sobre su carne. Los afilados colmillos cortaron la piel y los labios se aferraron con fuerza, libando a placer y robando más sangre que la última vez. El dolor que sintió la hizo estremecerse y aunque era tolerable, quiso soltarse, pero fue imposible. Aguantó la respiración por largos segundos hasta que él la liberó. Entonces lo vio alzar el rostro despacio, tenía los ojos entrecerrados y se le notaba una mueca de absoluto deleite. Para el demonio, una sutil probada de su sabor era suficiente para exacerbar sus sentidos. ¿Por qué continuaba sintiendo aquella placentera sensación por la sangre de tan extraña humana? No tenía la respuesta y no estaba interesado en conocerla. Lo único que deseaba, era seguir probándola por simple adicción. —N-No me muerdas… p-por favor— pidió Diana en un susurro, que se apagó cuando él abrió los ojos de nuevo, el escarlata brillaba en ellos. El señor del Oeste ya no disimuló la tonalidad de sus ojos, no le importaba su reacción. Sin soltarla del mentón, se acercó nuevamente y le gruñó en el oído con frialdad. —Silencio… — La mujer tembló todavía más, ahora ya no tenía duda, había algo diferente en el Lord. Y a pesar del miedo que la invadía, deseaba saber qué era lo que estaba sucediendo. Así que se arriesgó a ir en contra de la orden dada. —¿Q-Quién eres? — Por un instante Sesshomaru enseñó los colmillos con ligera irritación. Sin embargo, la bestia parecía tener más intención de explicar, a pesar de su ansiedad. —Sabes quién soy y conoces el motivo de porqué estás aquí, te necesitamos— contestó en baja modulación. Ella trató de sostenerle la mirada, haciendo un gran esfuerzo para controlar la sacudida de su cuerpo. Quería volver a preguntar, a pesar del peligro que implicaba el hacerlo enojar. —¿P-Por qué me necesitas? — —El estro Inugami ha llegado… — dijo con lascivia el Lord, a la vez que pasaba la lengua sobre su mejilla. —Y tú me vas a saciar… — Diana se quedó sin habla. El escalofrío nuevamente atenazó su nuca y descendió por su columna vertebral. Su corazón se detuvo por un instante, mientras su mente se concentraba en aquella palabra. —¿Estro?… ese término se refiere a la época de celo en los animales… ¡El periodo de celo Inugami!… ¡Y él quiere… él quiere…! — el pánico aumentó y ya no pudo disimular su temblor corporal, empezando a removerse en otro intento de escape. El señor de Occidente sonrió con burla, esa insignificante muestra de forcejeo no representaba ningún esfuerzo para él. Físicamente, los humanos son débiles y es muy placentero provocar su miedo. Otro sonido gutural la hizo quedarse quieta, pero no limitó su protesta. —S-Se supone que d-deberías… tener una pareja para… e-estas situaciones… — gimió asustada. Los colmillos del Lord se mostraron nuevamente en una perversa sonrisa. —No la requiero— declaró impasible, mientras su roja mirada la intimidaba. —Te tengo a ti y eso es más que suficiente— la cálida lengua volvió a humedecer la tez femenina. —Eres un delicioso capricho que no pienso dejar, me perteneces— se relamió los labios con satisfacción. —¡E-Es la hembra quien escoge! — reprochó ella de nueva cuenta, sin medir las consecuencias. El gruñido no se hizo esperar, la bestia blanca ya no quería hablar, sino algo más. No obstante, había un efecto morbosamente placentero en las reacciones de la mujer, que invitaba al Lord a contestarle con maldad. —¡Soy un alfa!, ¡Puedo tomar a la hembra que desee y ésta no puede negarse!, ¡Ya deberías entenderlo! — expresó irritado. Diana se agitó inquieta y asustada. El demonio continuó con su amenaza, aproximándose intimidante hacia su rostro. —A menos que quieras negarte a mí… — su mirada se afiló incluso más. —Dime mujer, ¿Te vas a negar a complacerme? — Ella tragó saliva con dificultad, la mirada del Lord no ocultaba su intención. Fuera cual fuera su respuesta, el demonio la tomaría quisiera o no. Después de todo, fue capaz de cruzar el puente temporal, rastrearla a pesar de la distancia y finalmente, secuestrarla en contra de su voluntad para satisfacer su necesidad estral. —Esto es irreal, no puede ser cierto— pensó angustiada, la situación era peor de lo que imaginaba. El demonio jadeó ansiosamente, sin dejar de sonreír ante su expresión atemorizada. La imagen sumisa de la hembra le encantaba. Esta vez la bestia blanca no permitiría insolencias, así que desde un principio la mantendría sometida. —Deja de temblar, y hazte a la idea de que te tomaré, una y otra vez, hasta que el estro Inugami termine— sentenció. Sin soltar sus muñecas, movió la otra mano para acariciarle el rostro con una zarpa, descendiendo por su cuello hasta alcanzar la blusa que vestía. El filo dejó un ligero enrojecimiento sin llegar a lastimar, pero cuando tocó la tela, ésta se rasgó con pasmosa facilidad. Un segundo después, el Lord tensó las cinco garras y con un veloz movimiento, lanzó algunos cortes al aire. Tal y como sucedió aquella primera vez, los girones de la ropa comenzaron a caer. —¡Detente! — El demonio hizo caso omiso a la protesta. El torso femenino quedó casi al descubierto, excepto por la ropa íntima que aún cubría sus pechos. Si bien, el Lord no entendía la razón de ser de esta tela, si comprendía el agrado que sentía al verla comprimir la carne de la mujer. El movimiento de su respiración y la llamativa vista que ofrecía la extraña prenda, provocaba más que excitación en él, sin saber bien porqué. El placer aumentó cuando una de sus garras se posicionó en medio de la oscura pieza y ésta comenzó a ceder. El filo nuevamente profanó el material, cortándolo pausadamente, para dejar al descubierto la redondez de sus senos. La mujer se agitó ante la sensación de vulnerabilidad y de nuevo se quedó sin respirar por un instante. Un par de cortes más y los fragmentos de tela cayeron al suelo. Diana quiso emitir alguna queja, pero todavía no conseguía salir del asombro por la forma lenta y dominante a la que estaba siendo sometida. Un gemido escapó de sus labios al sentir la libidinosa caricia sobre su piel. El señor del Oeste comenzó a recorrer sus pechos con un morboso masaje. Cuando sintió el peligroso filo cerca de sus pezones, se agitó en un vano intento de resistencia. El sonido gutural se escuchó, intimidándola y forzándola a quedarse quieta. El nerviosismo aumentó y su pecho comenzó a subir y bajar más rápido. Por un instante no supo si era por la acción de sus pulmones o por el efecto sobre su dermis. De repente, la sensación de cosquillas y el posterior endurecimiento de sus senos, amenazaron con hacerla jadear nuevamente. Sin embargo, hizo todo lo posible por contenerse. El demonio la miraba con burla, disfrutando de sus reacciones. Era perfectamente consciente de que esta vez la humana se resistiría más que en las otras ocasiones. Sin embargo, esto podría jugar en contra de ella, porque la bestia sabía cómo someterla y obligarla a reaccionar por las malas. Entonces, sin previo aviso, presionó con más fuerza las muñecas femeninas al comenzar a levantarla. La joven se quejó por el dolor, pero eso ya no importó cuando percibió la lingual caricia sobre ella. Había sido elevada del suelo con bastante facilidad, permitiendo que el rostro del Lord se aproximara con libertad a sus senos para lamerlos con descarada lujuria. De repente, sintió la irritación en uno de sus pezones y el quejido no se hizo esperar. El colmillo había cortado ligeramente su piel y una gota de sangre quiso escapar, pero de inmediato la lengua del demonio la atrapó con lascivo deleite. —M-Me estás lastimando… n-no me muerdas— gimió la mujer. Él no respondió, simplemente continuó humedeciendo el contorno de su carne, permitiendo que su saliva se impregnara y al mismo tiempo cicatrizara la herida. La agitación de la mujer aumentaba al paso de los segundos. El escozor desapareció, pero eso no la tranquilizó cuando Sesshomaru comenzó a bajar su mano por el costado de su cintura, hasta llegar a sus caderas. De nuevo la punción de las zarpas cortó su vestimenta inferior, quedando únicamente con la prenda que cubría su feminidad. El pánico la hizo sacudirse, tratando de evitar lo imposible. La garra acarició la curva de sus caderas, subiendo lentamente hacia el inicio de la tela. El filo pasó por debajo del material, rasgándolo en su avance y deleitando en demasía al gran demonio. La pieza cayó mientras las piernas de Diana se retrajeron en un reflejo de autoprotección. De repente, percibió un fuerte malestar cutáneo, la punta de otra zarpa había lacerado su muslo derecho. El Lord gruñó amenazante, opacando su quejido de dolor. No había tenido intención de lastimarla, pero su resistencia ocasionó el corte sobre la piel. La mujer se quedó quieta, apretando los párpados con temor. En ese momento, sintió que él liberaba sus muñecas, al mismo tiempo que la sostenía por la cintura con poca delicadeza. La llevó hacia la otra habitación y ella gritó cuando fue arrojada sobre el mullido lecho. Al enfocar de nuevo su atención, se percató de que Sesshomaru la tenía apresada por un tobillo. Contuvo la respiración e intentó no moverse cuando se inclinó a la altura de sus piernas. Se aproximó a la superficie lastimada y pasó su cálida lengua sobre ella, lamiendo la sangre y sanando de nuevo la herida con su saliva. —No me provoques— advirtió con frialdad, mientras se incorporaba y comenzaba a despojarse de la túnica. Diana ya no pudo hablar, el shock emocional la invadió por completo. No había nada que hacer y su única reacción era el temblor corporal y el acelerado estertor de su respiración. El último intento de protesta se ahogó en su garganta cuando nuevamente miró el desnudo cuerpo masculino. Imponente y soberbio, el gobernante Occidental exhibía su marcada anatomía sin pudor alguno. Lo que más atrapó la atención de la mujer, era la nueva cantidad de líneas violetas que le cruzaban la piel. Ella recordaba que anteriormente sólo había visto las marcas en pares cruzándole brazos, costados y piernas. Pero ahora, había tres pares recorriendo sus flancos hacia el centro de su espalda, dos pares bajando de sus hombros hacia la flexión de los brazos y dos pares más abrazando sus caderas. El color violáceo resaltaba demasiado sobre su blanca piel y ella tuvo el extraño razonamiento de que era un cambio físico debido al estro. Pero esto dejó de tener importancia cuando el demonio comenzó a subir sobre el lecho, aproximándose peligrosamente. La mirada de la bestia la paralizó y no supo que sintió en el momento en que su cuerpo quedó aprisionado debajo de él. El cabello plateado cayó alrededor de ella en el instante en que acercó su rostro. Diana cerró los ojos, era demasiado intimidante y no sabía si soportaría lo que estaba a punto de suceder. Una exhalación escapó cuando los labios del demonio se posaron sobre los suyos, rozando sutilmente. De nuevo pensó que la besaría. Entonces, su lengua empezó a lamer con morboso placer, dejándole en claro que no eran las caricias de un demonio en sus cabales, sino los primitivos arrumacos de una sobrenatural criatura en celo. La mujer se estremeció por la sorpresa y por la intensidad del recorrido. El órgano bucal inició un firme y húmedo camino hacia su mejilla, bajando luego por la oreja. Un instante después, el mimo se convirtió en un suave mordisqueo en la curva de su cuello. Los colmillos estaban presentes, pero la fuerza que ejercían no lastimaba su carne, al menos no por ahora. Era extraña la sensación sobre su dermis, la cual provocaba el erizamiento de los poros. Sin embargo, no sabía si era por reacción física o por los nervios. Lo que, si le quedaba en claro, era que al señor del Oeste le encantaba saborearla una y otra vez. Probablemente un comportamiento común en su especie. Y aunque en anteriores ocasiones disfrutó del sensitivo recorrido, esta vez la tensión la distraía en exceso. Una nueva sacudida se generó, las manos del Lord comenzaron a acariciar su anatomía. Ella se tensó y el temor aumentó, no estaba segura si esta vez su cuerpo reaccionaría ante él. Era muy estresante la situación y el demonio actuaba con mucha avidez. —No puedo concentrarme, me asusta demasiado— recapacitó preocupada. El olor del miedo en la hembra se extendió aún más, llamando la atención del Lord. Sus caricias no se detuvieron en ningún momento, su apetito ya estaba desatado y nada lo detendría. Sin embargo, le irritaba no escuchar los gemidos de ella, sólo percibía la agitada respiración y su temblor. A su instinto realmente no le importaba, pero una parte de él lo anhelaba. Entonces, una mano dejó de tocarla y el chasquido de sus dedos se escuchó. Diana abrió los ojos de golpe y liberó un gritó por la poderosa sensación que la hostigó. Algo dentro de ella se removió, retorciéndose frenéticamente en el centro de su ser. La reacción la hizo arquear la espalda y arañar las sábanas. —¡No!, ¡No de nuevo! — razonó fugazmente al entender lo que estaba sucediendo. La sangre de demonio empezó a correr desbocadamente por el cuerpo de la hembra, provocando una sobrenatural reacción en los nervios sensitivos. El golpe de adrenalina estrujó su pecho y su corazón dolió por el repentino esfuerzo. No podía hacer nada ante semejante situación y de inmediato comenzó a sentir las consecuencias. La lengua del demonio se posó ahora sobre su hombro e inició el descenso. La piel de Diana registró la estimulación y envió las señales a través de su espina dorsal, rápida e intensamente aumentadas. Apretó nuevamente los párpados y de su boca escapó un intenso gemido, embriagante y placentero para la bestia, quien no dejaba de mirarla con apetencia. Sin dejar de lamer y mordisquear sus senos, las manos continuaron estimulando el resto de su cuerpo. Su blanca piel friccionó contra la de ella, transmitiendo calor y provocando una mayor descarga de sensaciones. La reacción de la hembra era todo un disfrute para el demonio canino, así que no toleraría su resistencia. La obligaría a sentir por la fuerza. Diana respiraba alterada, su pecho subía y bajaba a toda prisa en un intento por llenar sus pulmones con más oxígeno. Pero la avalancha de descargas que corría por su columna vertebral saturó su mente y colapsó su razonamiento. Por un segundo, anheló sentir la invasión de su interior. Aunque sabía perfectamente que ese pensamiento era en contra de su voluntad y que el sobrenatural apetito no era genuinamente suyo. El vínculo de sangre la estaba hundiendo en un mar de sensaciones exacerbadas, tal y como la bestia lo deseaba. —No tiene caso que te resistas— susurró con lujuria. La mujer no pudo contestar, y súbitamente, su temblor se convirtió en otro tipo de agitación. Su mueca de nerviosismo desapareció y el aroma del miedo se transformó en una nueva señal olfativa. Sesshomaru se relamió los labios al percibir el cambio mientras aumentaba la intensidad de su lasciva actividad. El cuerpo de la hembra convulsionó aún más cuando el demonio descendió, arrastrando la lengua sobre su abdomen. Sus manos seguían tocándola y el filo de sus garras se intensificó. El tenue dolor se mezcló con el placer de la lúbrica caricia, obligándola a jadear con mayor fuerza. Ella abrió los ojos de golpe cuando el órgano alcanzó el sur de su vientre. El primer roce sobre la flor femenina fue lento y sinuoso, pero tan intenso, que ella gritó por el potente placer que se registró en sus terminaciones nerviosas. El interior de su feminidad empezó a escurrir de inmediato. El estertor la dejó sin palabras, obligándola a aferrar con fuerza las sábanas. Nuevamente sus párpados se juntaron, su espalda se arqueó y la percepción se le nubló cuando el demonio continuó recorriendo sus pliegues. Sesshomaru no se detuvo ni un instante y con morboso regodeo prosiguió con la estimulación de la hembra. Quería escucharla gemir, llorar y explotar de placer antes de poseerla. Debido al vínculo sensorial, cada descarga que la recorría era percibida por el Lord con gran satisfacción. Incluso ya sentía el temblor de su propio cuerpo, el deseo acumulado estaba llevándolo al límite de la cordura. Aunque la bestia ya necesitaba saciarse de ella, también disfrutaba insanamente al verla delirar. Diana se sentía perdida en una deliciosa agonía. Sus ojos entrecerrados estaban semi húmedos y su cuerpo no lograba asimilar el placer que lo abrumaba. De repente, una contracción en su vientre se retorció con fuerza, recorriendo su médula espinal y cimbrando todo su cuerpo. El clímax provocado por la caricia oral estalló con tremenda fuerza, haciéndola clamar hasta quedarse sin aliento. El demonio respiraba entrecortado, su paciencia había acabado y el olor de la fémina lo llamaba sin cesar. La punzada de su virilidad liberó la lubricación inicial. La dureza de su carne ya palpitaba anhelante por hundirse en la hembra. Así que, sin importarle nada más, comenzó a subir de nuevo sobre ella. Sintió su temblor corporal, producto del clímax que todavía persistía en su interior. Y también pudo notar la resistencia de sus manos, empujando contra su pecho. —¡E-Espera… p-por favor! — suplicó la humana entre gemidos. Eran demasiados los impulsos nerviosos que corrían por su cuerpo. Diana necesitaba recuperar el aliento y tener unos minutos de relajación. Pero cuando escuchó el alterado jadeo de la bestia, entendió que no se lo permitiría. Sus muñecas fueron aprisionadas contra las sábanas, mientras el cálido aliento recorría su torso hasta llegar a la oreja. El peso del macho la asfixió por un momento y se tensó al sentir como sus muslos eran separados por la pelvis masculina. —Quiero escucharte clamar aún más— declaró con excitación. Entonces, acercó el grosor inicial de su hombría, rozando lascivamente contra la humedad de la joven. El goce obtenido lo hizo agitarse en demasía, estando a punto de penetrarla en una sola embestida. Sin embargo, no había prisa, así que despacio comenzó a empujar su erección, obligando la separación de los pliegues para recibirlo. Un sonido primitivo escapó, delatando el placer de la bestia blanca al poseerla otra vez. La joven sintió una punzada en sus paredes internas. La entrada de su feminidad se contrajo palpitante, resistiéndose a la penetración por un instante. Entonces, la lubricación intervino y su cálido interior cedió ante la invasión. Sus muslos se tensaron cuando la pelvis del Lord comenzó a ondular, haciendo que su miembro se hundiera aún más. El quejido de la hembra no se hizo esperar. A pesar de los anteriores encuentros, ella no terminaba de acostumbrarse a su tamaño. La humedad era suficiente, pero la tremenda sensación era difícil de soportar, debido a todas las señales acrecentadas que la embargaban. Su cuerpo ya no resistía el cansancio que éstas generaban, a pesar de que todo su ser continuaba sobre estimulado por la sangre de demonio. A cada momento se sentía más débil, y aunque el placer era inmenso, sospechaba que no llegaría a la cima final. La anatomía del demonio envolvió por completo a la mujer. Entonces liberó sus muñecas y los brazos se flexionaron a sus costados, sosteniendo parte de su peso, pero al mismo tiempo reclinándose sobre el torso femenino. Su boca de nuevo comenzó a besar y morder los endurecidos senos. Su pelvis continuó el vaivén con más intensidad, percibiendo al paso de los segundos como la cavidad femenina abrazaba su grosor. Diana ya no era del todo consciente, tenía la mirada perdida y su percepción estaba nublada por la bruma sensorial que la envolvía. Su boca solamente jadeaba al ritmo de las embestidas y la respiración estaba a punto de colapsar sus pulmones. Su cuerpo se estremecía a cada segundo y la vibrante sangre de demonio continuaba incrementando el placer que le brindaba Sesshomaru. De pronto, distinguió el plateado cabello derramándose sobre su frente, haciéndole cosquillas en la piel. Sintió la húmeda lengua marcar su cuello y subir hasta alcanzar sus labios. Entonces, la fiera mirada se clavó en ella, como la de un animal codicioso que no se saciaría hasta devorarla por completo. Diana entendió lo que ese gesto significaba. El frenesí del macho aumentó al mismo tiempo que mantenía el contacto visual con ella. Deseaba deleitarse con la lujuria y el placer reflejados en sus oscuros ojos. La lubricación resbaló, mejorando el roce de sus vientres y su pelvis continuó empujando vigorosamente contra la hembra. Sus brazos ahora la aferraban con fuerza, imposibilitándole cualquier movimiento propio, obligándola a recibir cada una de sus poderosas acometidas. La mujer perdió lo último de su cordura en aquel momento. La presión aumentó sobre su vientre y los gemidos se volvieron más delirantes. Las corrientes de placer se aceleraron, explotando en su mente. La hombría del demonio la invadía una y otra vez, provocando palpitaciones cada vez más intensas en sus paredes internas. Cada embate aumentaba la fricción del botón femenino, desencadenando el espasmo final. Diana dejó de respirar por unos segundos, estaba a punto de culminar. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos, ya que su cuerpo no hallaba otra forma de liberar las consecuencias de la sobrenatural estimulación. El orgasmo explotó en el centro de su ser. Las terminaciones nerviosas de su vientre convulsionaron en un clímax delirante y feroz. Ella gritó con lo último que le quedaba de fuerza y sus uñas se clavaron con crueldad en los brazos del Lord. El macho recibió con agrado la ruda caricia, al mismo tiempo que la mordía nuevamente en el hombro. La presión alrededor de su miembro lo llevó de inmediato a la cúspide final. El éxtasis recorrió su columna vertebral en forma de placenteras olas, explotando en su mente, extendiéndose por todo su cuerpo y estimulando la liberación de su semilla con el último jadeo animal. … Permaneció encima de la hembra sin quererla liberar, hasta que sintió su completa relajación corporal. Diana perdió por completo el estado de vigilia, hundiéndose en el desmayo después del intenso orgasmo. Su cuerpo apenas logró soportarlo y su mente se rindió por completo ante el anhelado descanso. Ya no se percató de la maliciosa mueca de Sesshomaru ni escuchó el susurro de la bestia. —Eres tan deliciosa y eres completamente mía…

***

Continuará… ¿Y bien, que les pareció?, díganme su opinión por favor.
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