ID de la obra: 1271

OBSESIÓN

Het
NC-17
Finalizada
1
Fandom:
Tamaño:
90 páginas, 38.597 palabras, 10 capítulos
Descripción:
Notas:
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8. Salvación

Ajustes de texto
Buenas noches: Les traigo el octavo capítulo. También les informo que ya está por terminar el fanfic. La verdad, no sé por qué me extendí tanto, pero no voy a negar que me ha encantado escribir esta historia. Gracias por sus comentarios. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 8: Salvación Jaken caminaba inquieto por el patio después de dejar libre al dragón bicéfalo para que comiera en los alrededores. Pasaba nervioso el báculo de una mano a otra, preocupado por lo que había hecho y el riesgo que esto implicaba. Sin embargo, nada en la mansión, ni en los demás sirvientes, delataba que alguien se hubiera dado cuenta de su misteriosa desaparición por un rato. Y aunque así fuera, nadie diría absolutamente nada. Exhaló con lentitud, tratando de serenarse para continuar con sus actividades, como si nada hubiera sucedido. Incluso si su amo lo llamaba, él debía actuar servilmente y sin cuestionar. Recorría el pasillo que llevaba hacia el comedor, cuando de pronto, percibió la cercanía de su señor. Sesshomaru marchaba en dirección a la alcoba principal por el otro extremo del jardín. El pequeño demonio tragó saliva, preocupado por la humana. Esperó algunos segundos y después se acercó cauteloso, escuchando con claridad el grito de la mujer. Era una situación inevitable en la que nada podía hacer, así que solamente se dio media vuelta para alejarse. Súbitamente, se estremeció al sentir la poderosa presencia de lady Irasue, quien ya se acercaba con rapidez. —Esto ya no me incumbe… es mejor que me aparte— pensó, redirigiendo sus pasos rumbo al otro extremo de la mansión.

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Diana continuaba sumamente nerviosa, a pesar de que el demonio abandonó los aposentos. Escuchó como el viento serpenteó por un momento más y después cesó, en el mismo instante en que los pasos de Sesshomaru se detuvieron. Dado que la puerta fue dejada abierta, ella hizo un esfuerzo por incorporarse. Prestó atención y afinó el oído, intentando averiguar quién había llegado. Entonces, lo que parecía ser una conversación, dio inicio. Lo primero que oyó fue un reclamo por parte del Lord. —¡¿Qué estás haciendo aquí?!— preguntó enojado, al mismo tiempo que un hosco gruñido se intercalaba en su pronunciación. —¿Qué forma de recibir a tu madre es esa?, Sesshomaru— contestó seriamente una voz femenina. La joven se quedó atónita. —¿M-Madre? — repitió mentalmente la palabra, ¿En verdad había escuchado eso? En ese instante, el bufido de la bestia comenzó a disminuir, pero no su evidente irritación. El reclamo de la recién llegada se asemejaba a una burla premeditada. Como si supiese que lo había interrumpido en algo importante. —¡No deberías estar aquí! — volvió a reclamar él. Desde el primer instante en que lo miró a los ojos, Irasue se percató de que Sesshomaru le había dado rienda suelta a su lado bestial. Aquella mirada escarlata y la falta de tacto para dirigirse a ella, le dejó en claro que aún sufría los síntomas del celo Inugami, ya que en los machos era común la conducta agresiva. No obstante, se le hizo extraño que su bestia interna tuviera tanta fuerza precisamente ahora, siendo que, en ciclos pasados, se mostraba indiferente o en letargo. Entonces, un aroma llamó su atención, tal vez el motivo de la exaltación de su hijo y, por lo tanto, obscena conducta. Y esa era la razón por la cual había venido, para confirmar, aunque decidió disimular un poco más. —¿Por qué estás tan descontrolado?, querido hijo— habló de nuevo la demonesa, mientras sus pasos comenzaron a resonar en el pasillo. —Corrige tu forma de dirigirte a mí, no olvides quién soy— regañó fríamente. De nuevo el señor de Occidente gruñó por lo bajo. El imperativo tono de su madre era algo que no debía rebatirse. Y aunque eso también lo sabía la bestia de ojos rojos, su inquieto ir y venir revelaba que no estaba a gusto con su presencia. —Sesshomaru, modérate— ordenó Irasue ante sus sonidos. —Recuerda que sigo siendo la viuda del gran InuTaisho y tengo todo el derecho de visitar éste lugar cuando yo quiera, ¿O tienes algún problema con eso? — El Lord desvió un poco la mirada. Ella tenía razón, después de todo, aún era la señora del Oeste, a pesar de que ya no ejercía su poder sobre el territorio. Siendo la “reina madre”, gozaba de ciertos privilegios inherentes a su jerarquía. Realmente no podía impedirle visitar ese lugar, ni ningún otro en las tierras occidentales. De repente, la aristócrata dejó de mirarlo y dirigió su atención hacia los aposentos principales. Levantó ligeramente el rostro y empezó a olfatear el aire. Sin decir absolutamente nada, empezó a caminar. Sesshomaru aún no terminaba de asimilar la inesperada llegada de su progenitora, cuando ésta se encaminó a sus habitaciones. Había detectado a la mujer y seguramente quería averiguar qué estaba sucediendo. En ese instante, la bestia erizó el lomo y enseñó los colmillos de forma amenazante. Sin embargo, el Lord la obligó a contenerse. Todavía no recuperaba el dominio completo sobre ella, pero era necesario negociar la lucidez de sus siguientes palabras, ya que su madre lo cuestionaría. No estaba acostumbrado a responder ante nadie, por algo era el alfa gobernante. Pero, a pesar de ello, la presencia materna tenía demasiado peso todavía. —Detente— solicitó, refrenando el enfado de su interior. La aristócrata lo ignoró por completo, escuchándolo bufar una vez más. Evidentemente, esa reacción indicaba que algo ocultaba. Y a pesar de que ya lo sabía, quería verlo delatarse. —Veamos qué es lo que has hecho, querido hijo… — Diana se había mantenido en silencio, escuchando atentamente. De pronto, los nuevos pasos acercándose le provocaron un total desconcierto. Comprendió el significado de la petición del Lord cuando vio aparecer la elegante silueta femenina en el umbral de la entrada. Se quedó sin palabras al verla. Era una mujer o, mejor dicho, una demonesa de rasgos finos, marcas faciales violetas, cabello plateado y ojos ambarinos, tan fríos como los de Sesshomaru. Definitivamente, aquella apariencia, aunque joven, confirmaba que era su madre. Irasue entró en la habitación y se acercó a donde permanecía la mujer. Su desarrollado olfato le brindó toda la información necesaria. Podía percibir la sangre sobrenatural de su hijo en el interior de la humana, así como la esencia de otros fluidos impregnados en su piel. Las marcas cutáneas evidenciaban lo que había hecho con ella, y la angustiada mirada que la joven le dirigió, no le dejó ninguna duda. Su primogénito se estaba comportando como un vulgar animal, presa de sus más bajos instintos. —Es suficiente— pronunció él desde la entrada. —¡Silencio! — ordenó autoritaria. Intentaba no irritarse más al confirmar lo que había dicho el pequeño sirviente. Aunque ya se lo esperaba, no creyó que realmente esto le fuera a molestar en exceso. Sin embargo, después de olfatear el miedo y el estrés de la humana, se percató de que era demasiado. Tan sólo con verla, se notaba que estaba a punto del colapso emocional. —¡¿Qué significa esto Sesshomaru?! — inquirió, mientras llegaba frente al lecho. —¡No es algo que te incumba, madre! — gruñó nuevamente. La bestia sentía que algo amenazaba su lasciva diversión. —¡Tal vez no me concierne, pero tampoco tienes el derecho de hacer esto! — reclamó la demonesa, volteando a mirarlo. Diana seguía muda, observando la inverosímil escena. Apenas lograba asimilar lo que estaba sucediendo frente a ella. Pero no tuvo duda alguna, esa era la ayuda que mencionó Jaken. —¡Tú no puedes decirme qué hacer o qué no hacer en la época estral!, ¡Recuerda que soy el gobernante del Oeste! — contestó desafiante, manteniéndose junto a la puerta. —Querido hijo, yo sé que la etapa de celo es muy estresante, pero debiste haber buscado a una hembra Inugami— dijo ella con seriedad. —Sabes que no tienes permitido éste tipo de diversiones, ya que perteneces a la nobleza. — La burlona sonrisa en los labios de su vástago sólo confirmó su soberbia. A él no le importaba el protocolo social por el cual se regían los InuYoukais. —Si quiero algo, simplemente lo tomo— masculló. Irasue alzó ligeramente las cejas, Sesshomaru era digno heredero de su arrogancia. Si a esto se le agregaba la fuerza obtenida de su padre, acrecentada por habilidad propia, todo en conjunto, le confería una posición de absoluto poder para hacer y deshacer. O casi. —Me doy cuenta de que te consentí demasiado de cachorro— dijo, haciendo un gesto de reproche. —¡Pero éste capricho se termina ahora! — habló imperativa. Sesshomaru volvió a gruñir incluso más colérico. A su madre no le interesaban los humanos y no comprendía porqué intervenía en éste preciso momento, cortando de tajo su perversa diversión. Eso le irritaba en demasía y no estaba dispuesto a seguir escuchando sermones, menos frente a la hembra humana. Así que empezó a caminar hacia ella. La elegante dama le dirigió una sonrisa irónica antes de posar la mano sobre el medallón de su cuello. Ella ya esperaba esa reacción por parte de su hijo. No por nada la experiencia rebasa a la juventud. Lo que Diana observó, superó cualquier escena de ficción que haya visto o leído en algún momento de su vida. En el suelo, y de la nada, una extraña “hendidura” se abrió, justamente en el sitio del próximo paso del Lord. Su tamaño era lo suficientemente amplio como para “devorarlo”. No pudo reaccionar a tiempo, no se lo esperaba, así que cayó en la fisura hasta desaparecer, e inmediatamente después, ésta se cerró. Probablemente su cerebro procesaría rápido semejante suceso. Es decir, después de ser testigo de varias cosas en aquel tiempo y lugar, una más, no sería difícil de asimilar. De lo que no estaba segura, era de cómo digerir la situación de estar frente a la madre del demonio que la secuestró. Irasue dirigió de nuevo su atención a la mujer, manteniendo una expresión gélida, mientras la observaba detenidamente por un par de silenciosos segundos. —Eres bastante diferente de las humanas que he visto a lo largo de los años, tu raza no es de estas tierras, ¿Verdad? — cuestionó enigmática. —N-No… — fue lo único que pudo decir Diana. No estaba segura del contexto de su pregunta, pero tampoco le importaba demasiado. Simplemente, agradecía su intervención y quería darle las gracias, pero la demonesa no le dio tiempo de hablar. —Bien, dejemos las preguntas para después. Mi hijo tardará un poco en regresar, pero no querrás estar aquí cuando eso suceda— prosiguió, acercándose y tomando la parte final de la blanca tira que aún la apresaba. Dio un par de suaves tirones y la estola se aflojó por completo, liberando a la joven, quien hizo otro gesto de asombro. Estaba claro que jamás comprendería las habilidades de aquellas criaturas, ni su sobrenatural control sobre los peludos atuendos que los acompañaban. Sin decir nada más, la aristócrata le dio la espalda y comenzó a caminar rumbo a la salida. La joven intentó procesar todo de forma rápida, comprendiendo que debía seguirla de inmediato. Así que, haciendo un doloroso sobreesfuerzo, obligó a su cuerpo a levantarse de la cama e ir hasta donde permanecía tirada su túnica desde el día anterior. Torpemente comenzó a andar, mientras se vestía y trataba de no quejarse con cada paso que daba. En el pasillo, se escuchó la apresurada llegada de alguien. Cuando ella salió de la habitación, pudo ver a Jaken reverenciando a la mujer de pelo plateado como si fuese una reina. —Pequeño demonio, Sesshomaru está en los límites más alejados del territorio, así que cuando vuelva, seguramente lo hará muy enojado— explicó Irasue. —Te recomiendo que desaparezcas por un rato. — —Sí, mi lady— agradeció. Entonces volteó hacia Diana, percatándose del gesto de malestar en su rostro. Sabía que, a pesar de su estado físico, se había librado del nuevo acoso de su señor, porque la señora Irasue lo había evitado a tiempo. No obstante, Jaken presentía que le costaría trabajo recuperarse, y faltaba algo más: La sangre de demonio permanecería dentro de ella. Pero él ya no podía hacer nada respecto a eso. —Gracias— dijo la joven con una leve sonrisa. El sirviente solamente asintió. Irasue hizo un gesto de indiferencia antes de volver a tocar la joya de su collar. Una nueva grieta en el espacio frente a ella se abrió, revelando una terraza y algunas nubes alrededor. Comenzó a caminar hacia ella, adentrándose en su interior. Diana dudó por un segundo en avanzar. Era ilógico lo que veía, según su razonamiento. Pero Jaken, haciendo un gesto de apresuramiento con las manos, le confirmó que debía seguirla sin dudar. Avanzó con algo de dificultad y atravesó el extraño portal. La sensación fue parecida a la brisa que se percibía en la cueva de la Luna.

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El rugido de la bestia ahuyentó a todas las aves y a muchas criaturas alrededor de aquella zona boscosa. El gobernante del Oeste estaba enojado, muy enojado. La furia de su interior amenazaba con transmutarlo a su forma de gigantesco perro blanco. Gruñendo alteradamente, escudriñó su alrededor, tratando de identificar dónde lo había arrojado el portal de su madre. Era intolerable esta situación y su ira quería liberarse contra algo… o contra alguien. Risas burlonas se escucharon. Una manada de enormes y oscuros ogros hizo acto de presencia, atraídos por el alboroto de la parvada huyendo. Las criaturas pensaron que tal vez podrían tener algo de comida fácil y diversión. Pero no esperaban encontrarse con un demonio desplegando su pesada energía. —¿Qué tenemos aquí? — dijo confiado, el que parecía ser el líder, sin saber a quién se enfrentaba. —¡Hey tú, voltea! — Sesshomaru se mantenía de espaldas, bufando cada vez más alterado. Al percibir la llegada del grupo, no pudo evitar sonreír siniestramente. Ladeó el rostro y su roja mirada alertó a los visitantes. Para cuando su instinto de supervivencia les avisó del inminente peligro, ya era demasiado tarde. El Lord ya caminaba hacia ellos, con las garras extendidas y la bestia blanca rugiendo iracunda desde su interior. Ese arranque de furia debía ser sofocado, de lo contrario, no tendría la suficiente lucidez mental para encarar a su madre. … A unos cuantos kilómetros de ahí, alejados de los límites occidentales, un par de Inugamis percibieron la densa energía del demonio plateado. Eran los mismos que habían cometido el error de atravesar el territorio del Oeste. —Lord Sesshomaru está sumamente alterado— dijo uno de ellos. —Seguramente algo lo irritó bastante y ahora está desquitándose contra lo que se atraviese en su camino. Será mejor alejarnos, podría ser peligroso permanecer aquí— respondió el mayor. Los Inugamis de castas menores saben que, cuando un alfa está furioso, lo mejor es apartarse y dejarlo lidiar con su propia ira. De lo contrario, podrían pagarla sin deberla.

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Diana se asombró ante el panorama. Era un palacio enorme, rodeado por las nubes y demasiado fantástico para asimilarlo de inmediato. Miró a la aristócrata tomar asiento en el enorme diván magenta. Ella se acercó e hizo una reverencia, sin saber a ciencia cierta si era correcto aquel gesto, ya que no conocía las costumbres del lugar. —Gracias, yo… — —Reserva tus palabras para cuando esto haya terminado— interrumpió Irasue con tono serio. Entonces, alzó una mano y chasqueó los dedos. Un par de segundos después, alguien subió rápidamente por las enormes escaleras, hasta llegar ante la demonesa y reverenciarla. —Ordene, mi señora— dijo una criatura femenina de marcados rasgos felinos. —Llévate a esta humana y aséala, también proporciónale vestimenta— ordenó, para luego mirar a Diana. —No hay mucho tiempo, así que haz lo que te digo, rápido y sin preguntar. — La joven asintió, dejándose llevar por la sirvienta. No tenía muchas ganas de cuestionar, estaba demasiado cansada física y mentalmente. Si bien, no comprendía del todo el comportamiento de la Inugami, agradecía su intervención. Y si había posibilidades de librarse de Sesshomaru, estaba dispuesta a obedecer sin rechistar. … La sierva condujo a Diana a través de un jardín, hasta llegar a un área delimitada por unas mamparas bellamente decoradas. Era una zona de termas al aire libre. Con calma, retiró la túnica que portaba y después la ayudó a entrar al agua. Comenzó a frotar suavemente su piel con una esponja, mientras la miraba con algo de curiosidad. No había tenido la oportunidad de interactuar antes con una humana. La mujer temblaba por el ardor de las cicatrices y la dolencia general de su cuerpo. Mantenía los ojos cerrados en un gesto de incomodidad, tratando de no quejarse. Podía sentir la mirada de la felina, seguro se preguntaba qué le había sucedido. Pero no tenía intenciones de hablar, así que se mantuvo en silencio. … No muy lejos de ahí, a cierta distancia, la demonesa observaba a la humana. Podía notar su sufrimiento y darse una idea de lo que estuvo viviendo. Definitivamente, su primogénito se había dejado llevar por sus instintos de manera vulgar y obsesiva. Así que sería necesario hacer algo al respecto. Se alejó, caminando hacia el extremo opuesto del lugar. Un gran huerto de llamativos arboles le dio la bienvenida. Avanzó un poco más, hasta llegar a uno de ellos, que se distinguía por sus llamativas y coloridas flores. En algunas ramas de aspecto maduro, pendían unos frutos con caprichosa forma y un intenso color amarillo. Comenzó a cortarlos uno por uno. Momentos después, recorría lo que parecía ser un despacho. Se dirigió específicamente a un estante empotrado en la pared. Tenía múltiples divisiones, donde se almacenaban decenas de rollos, debidamente plegados con rojos cordones y su respectivo emblema, el cual indicaba su contenido. —Hace tiempo que no reviso nada de esto, espero que sea el correcto— pensó, tomando un rollo de extraña tonalidad opaca. Abrió despacio el papiro, notando que los símbolos se mantenían claros y casi brillantes, debido a la tinta empleada para su creación. De acuerdo a lo indicado por su difunto marido, aquello era un sello restrictivo muy antiguo que requería cierto nivel de poder para su uso. La demonesa se quedó observando los trazos fijamente, mientras recordaba las indicaciones de InuTaisho.

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Ella miraba con desgano el pergamino que su esposo había estado buscando por largo rato. No tenía humor para escuchar sus aburridas preocupaciones por simples humanos, pero InuTaisho había solicitado su apoyo. —Ya te lo dije Irasue, esa cueva es un problema— comentó él, mientras retiraba el cordón rojo y lo desenrollaba. —Ya son varias veces las que he encontrado restos de hombres en sus cercanías, todos devorados por las bestias del monte. — —¿Y eso qué?, ellos tienen la culpa por meterse donde no deben— contestó indiferente. —Sabes que no me agrada la idea de que se diga que en el Oeste desaparecen humanos. No deseo tener conflictos con ellos, y como no estoy seguro del alcance que tiene ese lugar, será mejor sellarlo, porque a final de cuentas, es un peligro para cualquier criatura— explicó el gran demonio. —No es nuestro problema, no podemos restringir a los monstruos que viven en el territorio, ellos sólo se alimentan y los humanos se reproducen rápido— volvió a decir con frialdad. —Por favor, sólo hazme éste favor por esta ocasión. Estoy ocupado con los otros Lores cardinales y no tengo tiempo para ir a la cueva de la Luna, además, eres la única con el suficiente poder para usar el sello— finalizó. La aristócrata suspiró con flojera y se acercó para tomar el manuscrito, al mismo tiempo que su compañero le revelaba la forma de cómo activar y emplear semejante artilugio. Sin embargo, el encargo no se pudo realizar en aquel momento, quedando pendiente. Después se fue postergando debido a otras situaciones que se presentaron en las tierras occidentales y el asunto quedó en el olvido por un tiempo… hasta ahora.

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Si hubiera ido a cerrar esa cueva cuando me dijo, no estaría lidiando con esto ahora— pensó molesta. —Bien, no me queda de otra, no quiero que Sesshomaru siga haciendo estupideces. — Plegó y amarró el papiro nuevamente, para luego salir del despacho y encaminarse hacia su terraza. … Después del relajante baño que le había dado la criada, Diana terminó de fajarse el cinto del atuendo. Las prendas que vestía eran como las de la felina, un poco áspera la tela, pero cómoda. A pesar de sentir la fricción contra su irritada piel, hizo todo lo posible por no quejarse. Posteriormente, se encontraba de nuevo ante la Inugami. —Escucha humana, sé que mi hijo te ha tenido como concubina y que te hizo beber de su sangre. No puedo compensarte por lo que has pasado, pero puedo ayudarte a evadirlo para que no vuelva a buscarte— habló con calma. —¿Por qué paso esto?, ¿Por qué yo? — cuestionó tímidamente Diana. —Simplemente, es un instinto que no se puede controlar a veces. También las criaturas sobrenaturales podemos llegar a tener apetitos inadecuados. Tú no eres la única humana que ha vivido esto, y lo mejor para ti, es que intentes superarlo— respondió Irasue. —¿Qué debo hacer? — —Come esto— indicó, entregándole un pequeño cuenco con frutos sumamente amarillos. Eran muy parecidos a las zarzamoras, pero de mayor tamaño. Su color era demasiado llamativo, casi preventivo, por lo que la joven quiso saber qué eran. —¿Qué son? — —Sólo comételos— dijo Irasue. La mujer no tenía muchas opciones, así que masticó y tragó las tres frutas. Segundos después, sintió que la garganta le ardía, impidiendo el paso del aire. Entonces, comenzó a atragantarse, por lo que intentó vomitar, pero su faringe no respondía. Seguidamente, un potente espasmo en la boca del estómago la hizo doblarse sobre sí misma. Cuando alzó la vista hacia la demonesa, se dio cuenta de que la observaba atentamente, pero sin mostrar ninguna reacción. Pasaron un par de tensos segundos, y de pronto, la sensación de asfixia comenzó a disminuir. Por fin el oxígeno empezó a llenar sus pulmones, provocando un leve silbido en su respiración. El dolor estomacal también disminuyó, sin embargo, la mueca de pánico se mantenía en su rostro. —¿Por… qué? — cuestionó. —Esos frutos son sumamente tóxicos para cualquier ser vivo— reveló Irasue con frialdad. —Pero no te asustes, no morirás. Te di la cantidad exacta para que actúe como medicina, no como veneno. La sangre de Sesshomaru será anulada y desechada, eliminando el vínculo que te liga a él. — Diana la observó incrédula, los raros comportamientos de los demonios no le daban confianza en absoluto. La aristócrata pareció entender su gesto, así que le dijo algo más. —No creas que, por ser criaturas poderosas, somos inmunes a lo que hay en la naturaleza. Muchas cosas podrían dañarnos, pero no todo el mundo las conoce— indicó, haciendo una extraña sonrisa. —¿Y la marca en mi hombro?, ¿Y la cueva de la Luna? — volvió a preguntar despacio, tratando de asimilar la desconcertante información. —No puedo hacer nada al respecto, las heridas sanarán y las cicatrices permanecerán, pero no volverá a tener control sobre ti, la toxina afectará eso también. Respecto a la cueva… creo que puedo hacer algo, pero primero debes marcharte— finalizó. La joven no preguntó más, no era necesario. Al menos podría librarse del vínculo con el Lord, y si la demonesa se encargaba del portal, a ella sólo le quedaba alejarse de la ciudad y del parque donde estaba dicha caverna. Irasue se levantó del diván y tomó de un mueble cercano el pergamino enrollado. Pasó la mano sobre la piedra Meido una vez más, consiguiendo que otra fisura en el espacio frente a ella se abriera. Del otro lado, se distinguía perfectamente la entrada a la cueva de la Luna. La aristócrata atravesó el portal y Diana la siguió de inmediato. … La misteriosa gruta permanecía semi cubierta en su entrada por la vegetación. Pasaba del mediodía, así que el ambiente era claro y despejado, facilitando un poco de iluminación dentro del túnel. —Ahora márchate y no vuelvas a acercarte a éste sitio— indicó la Inugami. —Le agradezco lo que ha hecho— dijo Diana, haciendo otra reverencia. —Adiós. — La elegante dama se mantuvo impasible, haciendo sólo un leve gesto de asentimiento. Sabía que la humana no tenía la culpa, simplemente, la suerte jugó en su contra. En cuanto a su hijo, era probable que su berrinche tuviera consecuencias para los que estuviesen a su alrededor. Tal vez habría reclamos hacia ella, pero tarde o temprano, él deberá renunciar a su obsesión. Diana caminó lento hacia el fondo del túnel, suplicando mentalmente que el portal estuviese abierto. La suerte le sonrió cuando la brisa sopló, agitando un poco su cabello y haciéndola cerrar los ojos por un segundo. Alcanzó a notar el leve destello del cambio de luz y, al mirar de nuevo, el pasadizo ya era diferente. Tuvo la sensación de que lloraría en cualquier momento, pero la fatiga era tanta, que sólo mantenía la idea de alejarse rápido de la cueva. No miró hacia atrás y salió lo más rápido que pudo, sin importarle que alguien la descubriera. … Fue necesario pedir ayuda en el área de servicios del parque, diciendo que había perdido su bolso y dinero. Poco después, tuvo que repetir la mentira nuevamente con el portero de su edificio, para que le abriera la puerta del departamento con una llave maestra. También debía pensar en cómo justificar la ausencia de estos días, pero eso ya lo haría después, ahora sólo quería descansar. Ingresó a su hogar, colocó el cerrojo principal, aseguró el ventanal del balcón y se dirigió como sonámbula a su recámara. Cayó pesadamente sobre la cama, y tan pronto tocó la almohada, se sumergió en un profundo sueño.

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Diana caminaba por un pasillo a medias luces. Tenía la sensación de haber pisado antes ese lugar, pero la niebla alrededor, le daba un aspecto extraño y dificultaba el poder reconocerlo. De repente, se detuvo cuando escuchó ruidos más adelante. Algo parecía estar gruñendo, pero no se acercaba a donde estaba ella. Sin saber bien porqué, se aproximó despacio hasta llegar a un área más amplia. Su sorpresa se convirtió en miedo cuando distinguió al sobrenatural perro blanco de su primera pesadilla. El gran canino estaba agitándose con fuerza, peleando contra una cadena oscura que nacía del suelo. El grillete alrededor de su cuello era de tosco aspecto y extraño diseño. En ese momento, la bestia blanca volteó hacia ella y empezó a gruñir cada vez más iracunda. La mujer tragó saliva y retrocedió unos pasos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que la criatura estaba encadenada por completo. Y aunque se notaba furiosa y le ladraba directamente, no podía alcanzarla. —Tranquilízate Diana, no puede hacerte daño— se dijo a sí misma. Entonces, notó que poco a poco, el perro blanco disminuía sus ladridos y se echaba en el suelo. Instantes después, comenzó a bostezar con pesadez, a la vez que su roja mirada se tornaba somnolienta. La joven apenas podía creer lo que estaba viendo, la bestia parecía estar entrando a un estado de sopor. Finalmente, su respiración se estabilizó y cerró los ojos, quedándose quieta. —Vaya, al fin se durmió— suspiró con tranquilidad. De repente, un terrible escalofrío le acarició la espalda. Volteó de inmediato, encontrándose con el pasillo vacío. De la nada, unos pasos empezaron a resonar detrás de ella, al mismo tiempo que escuchaba una gélida voz. —Él está durmiendo ahora… pero yo no… — Para cuando Diana se giró, una sombra ya la cubría por completo.

***

Continuará… Soy mala con Diana, lo sé.
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