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Capítulo 12: Obediencia III —Mmm, que deliciosa sensación— susurró su mente. —Es tan suave y cálida. — De pronto, una caricia húmeda en su hombro la arrancó de su letargo. Diana abrió los ojos, sólo para encontrarse con el rostro de Sesshomaru. El demonio se encontraba sobre ella, aprisionándola contra el lecho. Fue tan sigiloso, que no lo escuchó llegar, no lo sintió moverse hasta que comenzó a acariciarla. No se dio cuenta de su presencia, hasta que su lengua la despertó. Su extraña sonrisa y hermosos ojos le daban los buenos días. —Estoy soñando— musitó la mujer, sin querer asimilar la escena. —Es la realidad y es hora de disfrutar— respondió él con tono sensual, mientras la desnudaba. Diana trató de protestar, pero sus labios fueron aprisionados en un suave y húmedo beso. Ella quiso apartarlo, pero fue traicionada por su propio deseo. Para cuando se dio cuenta, era demasiado tarde, su boca ya respondía al dulce ósculo. En ese momento, se percató que las caricias previas, percibidas entre sueños, ya habían comenzado a tener efecto sobre su cuerpo. El Lord la liberó para que respirara, mientras su boca se dirigía hacia su cuello. Sus manos se posesionaron de sus senos y empezaron a recorrerlos. Ella tembló por la atrevida caricia y sin darse cuenta, su respiración se incrementó. —No puede ser, ¿Qué me ha hecho para que comience a desearlo tanto? — se preguntó Diana, tratando de buscar una respuesta a su tan repentino e inquieto estado. Las caricias eran suaves y cálidas, con la clara intención de excitarla. Sin prisa, las manos bajaron por su cintura, distrayéndose con sus caderas, mientras los labios se entretuvieron con sus pezones. Suave recorrido iba y venía, refrescando la piel, erizando los poros y transmitiendo señales celestiales a la mente femenina. Ella se dejó llevar y su rostro se contorsionó en una expresión de goce que no pudo reprimir. Las manos de él continuaron el camino hacia los muslos. Sin detenerse, comenzó a estimular la parte interna de ellos. Inconscientemente, Diana trataba de mantenerlos unidos, pero fue distraída por húmedos besos recorriendo su vientre. El torso masculino se interpuso entre sus piernas, quedando expuesta ante el lascivo macho. Aquel bucal recorrido no se detuvo, dirigiéndose al sur del cuerpo femenino. La mujer liberó un profundo gemido ante la tremenda sensación de la lengua masculina humedeciendo su flor. Una punzada de placer la invadió y su columna vertebral se arqueó cuando el órgano labial la recorrió sin consideración. La reacción instintiva de autoprotección la impulsó a querer cerrar sus extremidades, pero las manos del demonio se lo impidieron en un instante. Sesshomaru le sujetó ambas piernas con fuerza, nada interrumpiría su lúbrica actividad. Sin contemplación, lamía una y otra vez la entrada de la joven, provocando húmedas consecuencias y fragantes deseos. Su olfato se colmó del aroma femenino, su instinto se desbocó y la bestia de su interior se liberó. La hembra se retorció en frenético placer. Nada la preparó para semejante tortura y casi sintió que perdía la cordura. Arañando las sábanas del lecho intentó sujetarse a la realidad, pero el roce sin mesura la descontroló al final. Sintió a la bestia colocarse sobre ella, así que abrió los ojos para contemplar su escarlata mirada, a la vez que percibía la dureza masculina tocando su entrada. La penetró en una sola embestida, sin contemplación ni piedad. La abundante lubricación amortiguó el dolor, mientras sus paredes internas abrazaron su longitud. Diana clamó con mayor fuerza, clavando ahora sus uñas en los hombros del macho, como respuesta a la brusca unión. El demonio empezó a mover las caderas en una oscilación feroz, obligándola a gemir, haciéndola temblar y exigiendo que le marcara la piel una vez más. La respuesta de ambos cuerpos no se hizo esperar. Entre agitadas respiraciones y salado sudor, la ola de sensaciones se derramó en su interior. La poderosa convulsión del orgasmo los invadió en su totalidad. Sesshomaru permaneció sobre ella, con su respiración acariciándole el cuello, dejándose llevar por el reposo final. Diana, todavía agitada, lo abrazaba por la nuca, mientras contemplaba sus uñas matizadas de carmesí. Ambos se quedaron quietos, hasta que la serenidad llegó. —Que delicioso despertar, es demasiado placentero después de todo— aceptó ella con una sonrisa. Trató de moverse, pero el peso de él se lo impedía. —Oye, no me dejas respirar. — El Lord alzó el rostro con una expresión somnolienta y satisfecha, al tiempo que la dejaba en libertad. Se recostó al lado, dejándose llevar por el sopor del sueño. —Quién lo diría, tiene una cara de satisfacción que no disimula— meditó Diana al verlo reposar. Probablemente era la única humana que tenía el privilegio de contemplar al señor del Oeste en tan íntimo escenario. Con calma, se retiró del lecho, se vistió y salió de la habitación. … Rato después, terminaba de desayunar mientras Aki preparaba otro té curativo. —¿Sigues cansada? — preguntó la anciana. —Un poco todavía, es culpa de tu amo por visitarme a cualquier hora— dijo la joven con algo de queja. —Ya veo, Lord Sesshomaru parece estar encaprichado contigo, a pesar de que ya finalizó tu periodo de celo— comentó con reserva la curandera. —¿Ya no percibes la señal olfativa en mí? — quiso saber Diana. —Ayer en la noche disminuyó hasta desaparecer. Pero veo que a mi señor no le importó— reveló. La mujer resopló fastidiada. —Es lo que insinuaste, sólo se trata de deseo y capricho por parte de tu amo. — —Lo lamento jovencita, no puedo hacer nada por ti. Pero puedes confiar en que el amo Sesshomaru respetará el trato que tiene contigo— finalizó Aki. Diana hizo un gesto de afirmación y terminó de beber. … El día avanzó un poco más, así que decidió recorrer los pasillos por curiosidad. Dado que no se le prohibió andar por la estancia, se entretuvo observando las decoraciones y las bellas pinturas del gran salón. En especial una de ellas, donde se mostraba un gran perro blanco sobre un risco y con el cielo nuboso como fondo. —Vaya, que bella pintura— comentó Diana, admirándola. Estaba tan distraída, que no percibió la llegada de alguien. —Mujer, presta atención. — Ella se sobresaltó, al mismo tiempo que volteaba para encontrarse con Sesshomaru mirándola indiferente. Estaba vestido con su atuendo completo, terminando de colocarse las espadas. Diana permaneció en silencio, esperando cualquier extraña petición por parte del Lord. —Puedes ir y venir dentro de estos muros, puedes pedir lo que quieras en el comedor y la curandera te atenderá en lo que requieras. Pero no trates de irte, sabes que te encontraré. No olvides que me perteneces hasta el día de mañana— declaró sin inmutarse. Diana no dijo nada, solamente hizo un gesto de molestia por la última frase. Cuando Sesshomaru se dio la vuelta y se retiró del salón, ella le dedicó varios gestos de disgusto. —¡Estúpido! — Para distraerse, decidió seguir recorriendo el lugar. Jaken no la vigilaba, por lo que supuso que había salido con su amo. En cuanto al resto de los habitantes, exceptuando a la anciana zorro, se mantenían a distancia de ella. … Llegó la noche. Para ese momento, ya estaba muy inquieta, pensando en el día siguiente y el posible regreso a su época. También estaba preocupada por lo que haría el Lord del Oeste. No lo había vuelto a ver desde lo acontecido en la mañana, pero eso no era garantía de que no la visitaría más tarde. Ella sabía que no podría marcharse sin volver a pasar antes por los brazos del soberbio demonio. Con algo de aburrimiento, terminó de cenar, se despidió de Aki y se retiró para darse una ducha. Necesitaba aliviar la sensación de calor que sentía, así como la molestia del encierro. Ya en la habitación de aguas termales, sentada sobre la piedra lisa, comenzó a humedecer su piel con calma, dejando que la esponja la acariciara suavemente. Cerró los ojos, se mojó el cabello, la cara y el cuello, permitiendo que su nariz se distrajera con el aroma del ambiente. En ese momento, tuvo la sensación de que la observaban. A pesar de tener agua en el rostro, abrió los ojos y trató de enfocar su vista a la entrada del lugar. La puerta estaba abierta. —Recuerdo haberla cerrado— dijo sorprendida. De pronto, sintió una presencia a sus espaldas, la misma que le indicaba la cercanía de Sesshomaru. Ella volteó despacio, sólo para confirmar que era el Lord quien la miraba. —Vaya, has vuelto después de todo— habló Diana con calma. El demonio permanecía sentado sobre una de las piedras de la orilla, observándola con una sutil sonrisa. La cual resultó extraña para la mujer, ya que sus muecas eran de otro tipo y reflejaban otras emociones. —¿Por qué no haces un poco de ruido al llegar? — preguntó con algo de confianza. —Continúa, quiero ver cómo te acaricias a ti misma— pidió él. Diana abrió los ojos con asombro, sabía que algo así podría suceder. Soltó un suspiro y obedeció, ya no había espacio para el pudor, no después de que él ya conocía su cuerpo. Con lentitud arrastró la esponja, haciéndola recorrer su cuello, pasar por sus hombros, bajar por sus costados, avanzar sobre su estómago y finalmente, subir por en medio de sus pechos. Nuevamente la empapó en el agua y, volteando a ver al demonio con gesto pícaro, la exprimió sobre cada uno de sus senos. Sesshomaru no perdía detalle, era un espectáculo encantador que le hacía relamerse los labios sin darse cuenta. Le gustaba verla recorrer su piel, observar como la espuma bajaba por su cuerpo, cual lenta caricia. Por un instante, su respiración se agitó cuando ella volteó a mirarlo, haciendo caer el agua sobre sus pechos. Eso lo alteró y su bestia le susurró con lujuria. —Está provocándonos, ¿No te gustaría que nos acariciara con su esponja? — El Lord sonrió complacido, bajó de su ubicación y comenzó a deshacerse de su atuendo. Diana lo miraba sin perder detalle, quería grabar en su mente cada parte de su anatomía, en especial las hermosas marcas violetas que le cruzaban brazos, costados y piernas. Una vez desnudo, entró al agua, acercándose a la mujer que permanecía sentada. Por un segundo, Diana sintió un ligero espasmo en el estómago, aún no se acostumbraba a la cercanía de tan magnífico ejemplar masculino. Queriendo evadir la mirada ámbar, dejó que el agua cayera sobre su cara, cerrándole los ojos. El demonio llegó frente a ella, tomó la esponja de sus manos y comenzó a acariciarla con la misma. De nuevo recorrió su agitado pecho, bajando suavemente por los costados, pasando por el lateral de sus caderas y surcando despacio sus muslos. Una por una, ambas piernas quedaron cubiertas con la aromática espuma. —Date la vuelta, mujer— solicitó Sesshomaru. Lentamente Diana se puso de pie y le dio la espalda, aún con los ojos cerrados, dejándose llevar por tan sensuales atenciones. La suave esponja siguió liberando espuma, la cual caía con total libertad desde su nuca y hombros, recorriendo el canal de su columna, hasta perderse en el comienzo de su trasero. La mujer entró en un estado de relajación, disfrutando del momento. El Lord amplió su sonrisa, complacido con lo que provocaba. Era una experiencia única que disfrutaba, a pesar de que ella fuese humana. Jamás lo aceptaría ante nadie, sólo para sí mismo lo admitiría. —Quiero sus caricias— susurraron de nuevo en su mente. Sesshomaru la tomó de los hombros y la hizo voltear. —Es tu turno— dijo, colocando la esponja en las manos femeninas, mientras tomaba asiento. Diana, un poco agitada, volvió a remojar la esponja y la dejó escurrir sobre el plateado cabello del demonio, quien cerró los ojos con suma confianza. Repitió el proceso una vez más y después comenzó a acariciar su rostro, admirando las rayas de sus mejillas y la luna de su frente. —Bonitas marcas, ¿Serán tatuajes? — pensó vagamente. Entonces, su atención se desvió a los hombros, espalda y brazos, donde se percató de las cicatrices en su piel. Eran los rasguños que ella le había hecho en los anteriores encuentros. Le pareció extraño, ya que, al ser una criatura sobrenatural, su habilidad de curación debería haber borrado las marcas. Decidió no preguntar, era mejor seguir deleitándose con el espectáculo visual. El Lord del Oeste permanecía relajado con los ojos cerrados, aceptando los mimos y permitiendo que la mujer lo tocara con total libertad. Las manos acariciaron su pecho, recorrieron su marcado abdomen y subieron por sus costados. Se percató de que ella se entretuvo con su espalda, recogiendo su cabello plateado sobre su hombro izquierdo para seguir palpando su piel con la esponja. Subía y bajaba como un beso húmedo, reconociendo cada músculo y vértebra de su columna. Sintió ligeras cosquillas en la nuca, hechas por los dedos femeninos que jugaban con la cascada de su pelo. Podía percibir su mirada, examinando los rasguños dejados por ella misma. Sabía que se cuestionaba porqué seguían ahí, sin embargo, él no respondería sus dudas. La mujer terminó de enjabonar, volvió a colocarse frente a él y empezó a recorrer su pecho y abdomen. De repente, dudó al tocar sus fuertes muslos. El demonio abrió los ojos, sonriéndole con burla. —¿Qué sucede?, ¿Te da miedo tocarme un poco más? — le dijo, tomándola de la barbilla. —Yo no… — trató de contestar la joven, pero sus palabras fueron silenciadas por la boca del Lord, quien se posesionó de sus labios con un profundo beso. Entonces lo sintió acercarse mucho más. Las manos masculinas le rodearon la cintura, impidiendo su escape. Ella sintió que todo su cuerpo tembló con intensidad, mientras su piel se erizaba con un fuerte escalofrío, a pesar de la temperatura ambiental. Ambos se separaron, con la respiración traicionándolos ya. Sesshomaru comenzó a besar el cuello femenino, sujetándola ahora por la espalda, obligando la caricia de los senos contra su torso. La sintió estremecerse y después corresponderle con el abrazo de su nuca y el agarre de su cabello. Ambas pieles resbalaron una contra la otra debido a la espuma, a la vez que el calor de sus cuerpos se incrementaba. En un momento inesperado, él la levantó con el mismo abrazo, para luego caminar hacia una pequeña caída de agua, donde fueron cubiertos por el líquido, dejando limpia cada parte de su dermis. Diana mantenía los ojos cerrados, disfrutando de las caricias. De repente, notó el despertar del miembro masculino. En ese instante, su interior se contrajo con un lúbrico espasmo, indicándole que su cavidad ya se preparaba. La lujuria del Lord aumentó, así que sus manos aferraron las caderas de la joven, levantándola en el aire, obligándola a separar las piernas y colocarlas en torno a su cintura. —¡Espera, todavía no estoy lista! — habló Diana con el rostro empapado. —Mi olfato me dice otra cosa— el demonio sonrió con malicia, mientras la sujetaba con más fuerza contra su abdomen, manteniéndola muy cerca de su virilidad. Se dirigió a la orilla, sosteniendo a la hembra, a la vez que hundía el rostro entre sus senos. La mujer se sujetó de sus hombros, mientras era llevada a la otra habitación, sin embargo, no llegó al lecho. Su espalda fue recargada contra la pared, revelándole las intenciones del macho, quien la miraba con ávido deseo. El cuerpo masculino se acercó y el grosor de su miembro se abrió paso en su húmeda flor. Diana se estremeció al sentir la penetración. Sus pliegues fueron separados lenta y suavemente, al mismo tiempo que Sesshomaru aprisionaba sus caderas, arañándole la piel, haciéndola gemir de dolor y placer. El movimiento de su pelvis se hizo lento y cadencioso. La lubricación facilitó la profundidad y ambos vientres se tocaron en perfecta armonía. Diana comenzó a sentir una ola de placer creciendo en su interior. Sus jadeos se hicieron más fuertes, su corazón se aceleró y su cavidad palpitó alrededor de aquella hombría. En ese momento, el macho dejó de moverse, arrancándola de su lascivo delirio. Ella suspiró con queja al sentirlo abandonar su feminidad. —¿Por qué…? — susurró anhelante en su oído. —Calma, esto aún no termina—respondió agitado, mientras la llevaba al lecho. La joven mantuvo los ojos cerrados, respirando con dificultad y frustración. El actuar del demonio había sido cruel, ya que su interior clamaba por el éxtasis acumulado, esperando explotar en todo su ser. Sintió las sedosas sábanas acariciarla, así que extendió su cuerpo, esperándolo. Pero no percibió su cercanía, por lo que abrió los ojos, encontrándolo arrodillado frente a ella. Él la contemplaba con un gesto que delataba su deleite al hacerla esperar un poco más. —Eres un desgraciado, ¿Por qué me haces esperar? — pensó con enojo. Sesshomaru disfrutaba verla tan suplicante, sin embargo, una punzada en su sexo le ordenó continuar. Se acercó a ella y, sujetándola por un brazo, la hizo girar boca abajo. La mujer trató de protestar, pero él la tomó por las caderas y la hizo levantarse para quedar sobre sus extremidades. Diana se sorprendió ante el rápido movimiento y sin poder reaccionar, lo sintió colocarse sobre ella. Sus brazos se posicionaron junto a los suyos, su torso le acarició la espalda, su pelvis se repegó con descaro a su trasero y su poderosa erección, rozó la entrada de su cavidad. —¡Despacio, por favor hazlo despacio! — suplicó nerviosa, al verse en tan repentina posición. —Relaja tu cuerpo, no quiero lastimarte— jadeó en su oído el ansioso Lord. La hembra lo sintió entrar muy despacio. El grosor del miembro se fue abriendo paso entre sus pliegues y la humedad permitió de nuevo el acceso a su feminidad. Las uñas se clavaron en las sábanas al recibirlo en su totalidad, alterando su respiración incluso más. El macho gruñó de placer al sentirse abrazado y su bestia se agitó ansiosa, esperando la libertad. Se quedó quieto por unos segundos, disfrutando las descargas de placer que ya corrían por su espina dorsal. La mujer parecía perder la razón ante semejante estimulación. Su interior escurrió, humedeciendo sus muslos con lúbricos hilos. El vaivén inició lento y moderado, los gemidos de ella escaparon. La respiración de Sesshomaru acariciaba el oído femenino, su piel blanca frotaba la tez canela y en su mente bailaba una idea. Diana estaba entregada al delirio, su cuerpo se estremecía y la realidad ya no percibía. Él la sujetó con un brazo por la cintura, al mismo tiempo que su pelvis comenzó a embestirla sin mesura. Ambos cuerpos danzaron al ritmo del deseo, perdiéndose en las convulsiones del placer, exudando anhelo y gimiendo a más no poder. Carnal unión de macho y hembra en antiquísimo ritual, buscando la cumbre final. La bestia se regodeó de alegría, tomando el control. Con su húmeda lengua el hombro derecho lamió y con ansiedad, lo mordió. Ella gritó de dolor, su sangre era robada nuevamente. En ese instante, el salvaje orgasmo les llegó, imparable y sin control, estallando en su interior. Macho y hembra clamaron a la par, mientras sus cuerpos liberaban la húmeda recompensa final. Diana dejó caer la parte superior de su cuerpo sobre el lecho, respirando agitadamente, a punto del colapso. Sesshomaru se mantuvo sobre ella con ambos brazos, jadeante y sin moverse un palmo. La relajación llegó pausadamente y el cansancio general se hizo presente. El sopor del sueño los abrazó y la oscura noche su marcha prosiguió.***
Continuará…