Chapter 7: Traición emocional
9 de diciembre de 2025, 15:13
Pudo sentir el temblor involuntario de la mujer y aquello solo avivó su entretenimiento.
Cuando se vio acorralada en esa esquina del balcón, de espaldas a la caída segura del décimo piso de ese bunker, pegada a la barandilla y sin más salida que enfrentar a su capitán, Christine se aterrorizó. Su corazón ya estaba acelerado desde que se quedó a solas con su capitán, pero ahora, sus latidos amenazaban con ser escuchados.
Ya sabía que esto no era lo correcto, ir directamente con Kirk había sido una mala idea, no solo porque éste hombre no dejaba cabos sueltos y su nerviosismo era cosa de risa para él, sino porque estaba ahí, apretado contra ella, esperando su respuesta. Sus ojos le escrutaban y ella tuvo la sensación de que su ropa se volvió transparente para su mirada.
—¿Por qué me tienes miedo?
—No lo sé... —musitó.
—¿No sabes por qué me temes? No te haré daño —sus dedos acariciaron su mejilla y la línea de su mandíbula con sumo cuidado, despertando sensaciones nuevas en Christine.
Ella tragó con dificultad— Señor… yo no pretendía ir tan rápido… —intentó justificarse.
Kirk soltó una leve carcajada, condescendiente y segura— Creo que lo mejor será hacerlo de una vez. ¿Por qué no hacer las cosas y ya?
Con delicado gesto pasó su mano de la mejilla a la nuca de la enfermera, atrayendo el rostro de piel nacarada hacia el suyo uniéndose en un penetrante y apasionado beso que pasó de ser dulce y calmado a desesperado y ardiente en segundos. Christine, aún con un incierto temor, solo se dejó llevar, ya que esto era lo que debía hacer. Se preguntó si cerrando los ojos podría acabar más rápido.
Las manos eran expertas, sin mucho reparo quitaron de en medio el vestido de tela vaporosa que ella portaba, rasgándolo con presteza por sobre sus hombros hasta hacerlo caer en pedazos. Jim se separó de ella, tomándose un momento para verla en ropa interior, pero su sorpresa fue comprensible al encontrarse con que Christine no traía sostén.
—Tan nerviosa, y ya estabas preparada. —le sonrió divertido, atrapando sus manos antes de que ella intentara cubrirse.
—Un descuido... —confesó ella, ruborizada.
—Uno exquisito, que pienso aprovechar al máximo —murmuró antes de inclinarse y plantar un beso tibio entre sus pechos.
El contacto la hizo estremecerse. Se echó hacia atrás instintivamente, pero el escalofrío de placer fue inmediato. Kirk sonrió, saboreando cada reacción, cada titubeo. Volvió a acercarse, con lentitud felina, recorriendo su piel con labios y lengua, dejando a su paso un rastro de ardor que la consumía. Christine jadeó, sorprendida por la intensidad de la sensación. Por un instante, se permitió pensar que este hombre era suyo y que el cielo podía tocarse con caricias.
Kirk descendía con deleite, explorando su vientre, su ombligo, sosteniéndola con firmeza por la cintura mientras amenazaba con continuar su viaje a lugares más íntimos. Pero cuando su lengua rozó la piel más baja, Christine sintió un chispazo de vergüenza y reaccionó de inmediato.
—Capitán… —su voz fue apenas un susurro entrecortado.
Kirk no se detuvo de inmediato, pero alzó la mirada hacia ella, dedicándole una expresión tan candente como sus acciones.
—Por favor, deténgase… No quiero que haga eso.
Jim ladeó la cabeza con una sonrisa torcida— ¿Estás segura de que no quieres? —murmuró, deslizándose apenas por sus caderas, dejando que su aliento ardiente rebotara contra su piel, arrancándole escalofríos.
Christine tragó en seco— No ahora, por lo menos…
Kirk no insistía cuando no era necesario. Prefería que fueran ellas quienes pidieran, quienes lo desearan. Solo sonrió con suficiencia y volvió a ascender por su cuerpo con la misma lentitud calculada, reclamando su piel una vez más. Volvió al centro de su pecho, dedicándole un trato especial a cada curva. Christine se arqueó bajo él, gimiendo sin reparo, enredando los dedos en su cabello.
—Es… muy considerado, Capitán —musitó, cerrando los ojos para disfrutar de las sensaciones que la abrumaban.
Jim no respondió con palabras. Solo la besó de nuevo, con mayor intensidad. Christine sintió que su propio cuerpo reaccionaba, que su voluntad cedía. En un beso prolongado, lleno de caricias, Kirk se deshizo lentamente de su propia ropa hasta quedar completamente desnudo ante ella. Christine, para sorpresa de ambos, siguió su ejemplo y dejó caer su última prenda.
—Eres hermosa —susurró Kirk en su oído, abrazándola con fuerza—. Y esta noche… serás mía.
Christine sonrió, aturdida por todo lo que sentía— Lo deseo completo, señor.
Kirk no esperó una segunda orden. Se habían olvidado de que estaban en aquel balcón, de que en cualquier momento alguien de la tripulación podría pasar por allí. Nada importaba más que el ardiente momento que compartían.
Con un movimiento hábil, Kirk posicionó su miembro entre los muslos de Christine y la abrazó con fuerza, atrapando sus caderas en un gesto posesivo, su piel ardiendo contra la de ella. No había prisa, solo el lento y rítmico roce que arrancaba jadeos y estremecimientos.
Se miraron a los ojos, las pupilas dilatadas por el deseo. Kirk se movió con precisión, conociendo el efecto que cada roce tenía en ella. Frotando con cuidado, en un oscilante juego de placer que estaba acabando con la cordura de ambos.
—Estás tan húmeda… —su voz era un susurro rasposo, un siseo cargado de hambre—. Tan sedienta de amor, Christine.
Ella dejó escapar un suspiro tembloroso, apenas capaz de sostenerle la mirada— Nadie… me había hecho esto…
Kirk esbozó una sonrisa victoriosa y descendió de nuevo, atrapando un pezón entre sus labios mientras sus manos se aferraban a su cintura.
—Desde hoy, te haré esto y mucho más... —su rostro volvió a perderse entre los pechos de la mujer— Cada vez que lo desees.
Christine ahogó un gemido, refugiándose en el cuello de Jim, temblorosa bajo el vaivén lento, tortuoso, que la volvía loca.
—Capitán... —rogó, la súplica cargada de necesidad, dejándose llevar— Por favor...
Kirk disfrutaba escuchar ese tipo de dulces súplicas. Otro movimiento que solo él sabía hacer y alzó en sus brazos a la joven mujer y la posicionó sobre la mesita en la que aún estaban las copas de vino, vacías ya. La miró a los ojos antes de preguntarle, con una sonrisa levemente altanera pero seductora.
—Dime qué es lo que quieres —susurró, mirándola con desafío.
Christine se mordió el labio, envalentonada por el deseo y el ardor en su mirada—Quiero que el capitán me haga sentir que no fue un error haber venido.
Él no rompió el contacto visual cuando dejó escapar una carcajada baja, ronca, cargada de satisfacción.
Christine sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Por un instante, un pensamiento intruso se filtró entre el placer y la excitación: lo que él le prometía en ese momento—con toda la dulzura con la que la tocaba, con cada movimiento calculado para desarmarla—se lo prometería también a Uhura y a Rand. Su deseo no era un privilegio, era un deber. Este momento, precioso y excitante, no era más que una parte del bizarro plan al que los seis debían someterse. Spock, el adorable doctor McCoy… todos estaban atrapados en la misma red.
Quiso decir algo, pero su boca quedó entreabierta en un intento fallido de formular palabras. Un segundo después, la inhalación aguda delató su sorpresa cuando Kirk la penetró con lentitud, su mirada fija en la expresión de ella mientras el dolor inicial se reflejaba en su rostro. Se quedó inmóvil, dándole tiempo para acostumbrarse, para que su cuerpo lo aceptara sin resistencia y el ardor doloroso fuera sustituido por el placer.
Con lentitud retrocedió saliendo de ella para después volver a empujarse dentro. Solo cuando sintió que el ardor menguaba, cuando su cuerpo lo rodeó con más facilidad, Kirk comenzó a moverse.
—Te prometo hacerte el amor cada vez que quieras —susurró contra su oído—. Hacerte gritar mi nombre en el mejor orgasmo de tu vida. Y cuando te deje —enfatizó la palabra con una embestida más profunda, robándole el aliento— soñarás con volver a estar conmigo y ser uno solo.
Christine ya no escuchó lo último dicho, porque su propia voz eclipsaba cualquier otro sonido. Si Kirk era bueno en los juegos del inicio, había que admitir que era un dios de la atracción principal. El capitán se dejó caer sobre ella, pegando su pecho al suyo y escondiendo su rostro en el cuello de la enfermera mientras se seguía deslizando dentro y fuera de su apretado interior.
Ella, a pesar de todo cuanto ocurría, y de que sabía con certeza quién era el hombre que estaba sobre y dentro de ella, su mente y el excesivo placer, le jugaron una mala pasada. Con los ojos cerrados, escuchando la respiración fuerte y masculina en su oído y sus palabras y promesas obscenas, se imaginó que esto sería mil veces mejor si se tratara del señor Spock.
Recordaba con cierta tristeza aquel incidente en que aquellos hijastros de Platón los obligaron a besarse frente a todos y que, en medio del contacto más humillante de su existencia, Spock le transmitía sensaciones de calma a través de su mente. Mil veces se había imaginado un desenlace diferente para esa terrible escena, y ahora, no podía evitar hacerlo de nuevo.
Cuando el capitán la alzó nuevamente en sus brazos para llevarla a su cama, sin dejar de penetrarla, ella sólo sintió la fuerza que el vulcaniano tenía, sus firmes músculos y su boca al cubrir la suya.
—Christine… —su nombre se deslizó en un murmullo grave cuando Kirk la acostó de lado, acomodándose tras ella. Su aliento caliente rozó su oído mientras su brazo se deslizaba bajo su pierna levantándola hasta donde fue preciso—. De haber sabido lo que escondías bajo ese uniforme, McCoy no te habría dejado salir de la enfermería. Hubieras pasado el resto de tu estadía en la nave metida entre mis sábanas.
Kirk regresó a su tarea, entrando en ella. La desesperación de ambos era increíble, pero ella se movía hacia el recuerdo del vulcaniano que, en su mente, no tenía problemas para hacerla suya. Cada embestida, cada roce ardiente, cada aliento entrecortado, ella los proyectaba en la imagen de otro hombre.
A Kirk le gustaba pensar que poseía un talento especial para descubrir el momento para aumentar la velocidad y la intensidad de sus embestidas, podía sentir cuando las mujeres estaban por llegar al orgasmo y consideraba siempre un logro hacerlas acabar él mismo. Por lo que cuando Christine se separó del último beso que compartieron esa noche, y pegó su rostro a la almohada, Kirk la cambió de posición y, dejándola boca abajo.
Sus penetraciones se volvieron salvajes, duras, profundas y frenéticas hasta que solo el gemido extasiado de la enfermera se escuchó en toda la sala además de los sonidos húmedos.
Kirk sonrió, hasta que la escuchó— Oh... Oh, Señor Spock...