Chapter 10: El Capitán y la Teniente
9 de diciembre de 2025, 15:15
—Buenos días, teniente —Jim le devolvió el saludó, recostado en tres almohadas que lo mantenían sentado.
Las mantas, blancas como casi todo en esa habitación, le hizo sentir a Uhura fuera de lugar. Los ventanales de la terraza estaban abiertos de par en par y por ahí se escapaba el humo del puro que Kirk fumaba a caladas lentas y profundas, exhalando volutas y carrizos de humo perfumado, entre las cuales, sus ojos tropezaban con ella.
Nyota se obligó a mirar a cualquier sitio que no fuese el torso desnudo del capitán, ni sus ojos penetrantes. Él sabía para que se encontraba ahí, ella también lo sabía, ¿por qué entonces seguían en silencio ambos?
—Un buen puro —comentó Kirk— los seres de este planeta lo cultivan por generaciones, comprimiendo hoja tras hoja en un delicado tubo que al final solo vale media moneda terrestre del siglo veintiuno.
Al ver que la teniente no comentaba nada, continuó.
—Tome asiento, Uhura.
Por fin la aludida alzó los ojos.
—¿En dónde?
Kirk palmeó, divertido, una zona de la cama justo a su lado que la obligaría a tener que acercarse demasiado y antes de tiempo a su capitán.
Dudosa pero decidida a no demostrar temor, Nyota, se sentó en la esquina opuesta a la que el capitán le había indicado, de espaldas a él para no tener que ver por más tiempo su torso desnudo y el bulto que sobresalía entre sus piernas bajo las mantas. Tampoco quería que Kirk viese que lo deseaba casi tanto como a Spock, pero que con el vulcaniano no iba a poder conseguir más que una mirada y, su material genético en una probeta.
—¿Por qué estás nerviosa? —preguntó con un dejé de diversión en la voz— la noche anterior me dijiste que no eras virgen.
—No es así de simple, capitán. —suspiró ella— para una mujer que solo ha conocido a otro hombre en su vida... Entregarse no es tan fácil.
—Más si es con un hombre que no amas. —Kirk dejó sobre el cenicero el puro, para concentrarse plenamente en Nyota, en su figura y su recogido de cabello— ¿no sientes nada por mí, Uhura? ¿Ni siquiera deseo?
El tono de voz, tan sugestivo, tan atrayente, la obligó a echar una tímida mirada por encima de su hombro, solo para encontrarse con los ojos felinos que James Tiberius Kirk tenía sobre ella. Nyota se mordió disimuladamente el labio al ver la piel de su capitán frente suyo.
—Le tengo... Mucho aprecio —confesó, pero no fue capaz de decir nada más.
Volteó hacia el ventanal, hacia las estrellas que ya casi desaparecían, con la esperanza de que no hubiese visto el rubor que crecía en sus mejillas.
—Yo si siento algo, más profundo que el aprecio. Esa vez, cuando fuimos tomados esclavos en aquel planeta lejano y escondido... —comenzó a decir el capitán— cuando fuiste separada de Chekov y de mí, cuando te encerraron con aquel instructor y me era imposible ayudarte... Lo supe.
La mujer se paralizó en su sitio, tensos los hombros, conteniendo la respiración. Lo recordaba. Y no era su mejor experiencia, sin embargo, tenía presente como el capitán se había interpuesto entre el castigo y ella. Como se había obligado a seguir adelante, cuando el látigo restallaba en su espalda, solo por salvarla.
¿Lo hizo por ella? ¿Por qué sintiese algo y no porque fuera su responsabilidad dar la cara por su gente?
La voz de su capitán surgió tras ella de nuevo, más sugestivo y confidencial que nunca.
—la noche en la que quisimos escapar por última vez, te pregunté si confiabas en mi. ¿Sigues manteniendo tu respuesta?
Antes de pensarlo, Uhura respondió afirmativamente.
—Confío en usted. Mil veces hemos estado en peligro y mil más nos ha salvado... Pero esto es diferente, capitán.
Cuando menos se dio cuenta, las manos cálidas de Kirk se cerraron en sus hombros y ella dio un respingo.
—No es diferente, Uhura. —Las manos bajaron de sus hombros hasta sus codos, acariciando la fina piel desnuda y desatando explosiones eléctricas al contacto— te deseo desde hace mucho tiempo y sé que yo no te soy indiferente. Tú confías en mí y yo en ti, así ha sido desde que inició nuestra misión. Siempre tan cerca, y fuiste una de las mejores e inalcanzables... Mujeres...
Para este punto, el capitán se había refugiado en el hueco entre el hombro y el cuello de Uhura, aspirando el aroma de su piel. Ella se estremeció de placer, temiendo caer tan fácilmente en brazos de un hombre como aquel. ¿Tenía que recordarse a sí misma que esto mismo le había hecho a Christine solo para echarla de su cama al instante siguiente?
—¿Solo eso soy para usted, una más? —quiso escapar de su contacto, pero el capitán la sostenía posesivamente por los hombros.
—No te resistas. Tú también me deseas. Somos esposos ahora, está bien, estará bien siempre que me desees.
Y sus labios pasaron a depositar besos silenciosos en su piel oscura a la vez que sus manos acariciaban ahora con urgencia su cintura. Era un hecho, Kirk era un seductor de primera y Uhura era más pura de lo que admitiría nunca. Por eso su contacto la enloquecía.
—¿Confías en mi, Nyota?
—Si...
Entonces él separó su rostro de su piel para besarla en los labios, atrayéndola completamente contra su cuerpo, pegando la femenina espalda a su pecho.
Uhura sintió que tocaba el cielo, cuanto había fantaseado con un beso de su capitán. Puras fantasías, nada real y concreto como lo que deseaba con Spock, pero no podía abandonar tampoco éste momento de absoluto placer en el que Kirk deslizaba sus manos por sus caderas y hasta sus hombros una y otra vez, con una paciencia que se desgastaba por momentos y lo llevaba a subir hasta el principio de las copas de su sostén.
Aún de espaldas a él, Uhura separó sus labios y el beso se intensificó mucho más, quemándolos a ambos en ese limbo de placer que los alocaba de maneras irreales.
—Capitán... —exclamó con voz ahogada, cuando no le dio tiempo de prepararse y ya sus manos acariciaban sus senos a través de la ropa.
—Te recuerdo que estamos casados y a nada de consumar nuestra unión, llámame James... O Jim... —le instó entre jadeos de vivo deseo— ¿Cómo es que tu piel es tan delicada?
Kirk no se conformó con tener que tocar con la tela interponiéndose, por lo que, entre un renovado beso, la liberó de la blusa con movimientos estudiados. Lo mismo ocurrió con el sostén y algo parecido con el pantalón de tela. Cuando Uhura se encontraba casi a su completa disposición, Kirk se detuvo unos minutos a acariciarle los senos con un hambre y una pasión que hacían a la mujer retorcerse de placer.
—Oh... Jim... —gimió ella y Kirk supo que era el momento.
Con esa fuerza que lo mantenía siendo un capitán de nave estelar, la tomó por la cintura y la alzó para ponerla sobre la cama mullida.
—¿Sigues confiando en mí, Nyota? —murmuró cuando se retiró por fin las mantas de la entre pierna, liberando ese símbolo de su virilidad.
—Ahora más que nunca. —admitió, con un rubor suave pero visible y con el cabello hecho un desastre sobre la almohada.
Kirk se situó a su lado, ella acostada y el sentado. Se inclinó sobre Nyota y unió sus labios de nuevo. El ardor que les recorrió fue en aumento hasta que las manos inquietas bajaron a la cadera de Uhura y a sus muslos. Cuando llegaron al límite de la lencería, siguieron, otra vez, sobre la tela que ocultaba su vientre plano y suave, Kirk gruñó entre los besos, bajando hasta el tesoro que su mujer casi le había negado.
—Oh, Jim... Jim... —suplicaba ella, incorporándose hasta quedar semi incorporada a su lado para que su mano llegase al punto correcto.
En eso, el capitán se detuvo y cambió de posición, de pronto, se hallaba entre las piernas de Nyota, y dos segundos después la lencería voló fuera de su cuerpo.
—Señor... Yo... Yo... —quiso detenerlo, cuando vio esa llama en sus ojos— hace... Casi diez años que no estoy con nadie.
—Lo haremos suave, por esta vez —consintió Kirk, sonriéndole y depositando otro beso más en los labios antes de regresar entre sus piernas— ¿Aún quieres que me detenga?
Y tan pronto salió esa frase de sus labios, su rostro desapareció entre los muslos de Uhura. Ella arqueó su espalda y gritó sin poder contenerse, su capitán sabía bien que hacer para hacerla rogar por más. Una voz en su cabeza le decía que no podía dejarse seducir, solo debía aguantar. Pero Jim sabía exactamente dónde y cómo tocar, de manera que todos sus sentidos se sumieran en un estado alterado de consciencia.
—Jim, por Dios, no te detengas.
La lengua de Kirk era una maravilla al igual que su inalcanzable fuerza. No podía creer que hacía pocas horas otra mujer hubiera estado en su misma cama y le hubiera hecho quizá estas mismas torturas. Ella apretaba con locura las sábanas arrugadas con las manos, intentando prolongar ese momento, cerrando con fuerza los ojos y abandonándose al placer absoluto.
Cuando el primer orgasmo sacudió su cuerpo en espasmos deliciosos, su capitán le dio un descanso y se tendió a su lado, yendo a sus labios para robarle el aliento de nuevo. Con ternura la rodeó con sus brazos en un estrecho abrazo en el que ambos jadeaban.