ID de la obra: 1462

Una unión de seis

Het
NC-17
En progreso
3
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planificada Mini, escritos 64 páginas, 22.817 palabras, 20 capítulos
Descripción:
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Chapter 12: DESEO

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Cuando se abrió la compuerta, el doctor hizo acto de presencia con una chaqueta casual y unos viejos jeans que lo hacían ver aún más empolvado de lo que ya parecía. Venía con el aura de quien se encuentra desorientado, era obvio que no entendía por qué Kirk lo había llamado. Un capitán más renovado y fresco le estaba esperando, vestido por fin y tan de buen humor como siempre, si no es que mejor. —Qué bueno verlo, Bones ¿Cómo le fue en la fiesta? ¿vio los fuegos artificiales? —Así es, y no por la ventana como usted. —se atrevió a ironizar el doctor, calibrando su sensor y sus aparatos médicos— ¿es una de las chicas quien me necesita? —Uhura. —asintió Kirk, llevándose un pequeño shot de tequila a los labios. El doctor alzó una ceja y volteó los ojos hacia otro lado, asintiendo. —Una noche de mucho movimiento, supongo. —se atrevió a suponer, caminando tras Kirk hasta el dormitorio de la suit. —Amm... Digamos que, ya ha tenido suficiente de mi. —la sonrisa que le dio expresaban todo lo que el doctor ya sabía. —Es de esperarse. —Este hizo un gesto de resignación que implicaba un tácito reconocimiento a lo afirmado por Jim. —Oh vamos, doctor. —se rió Kirk, abriendo la puerta del dormitorio para él— tengo que hablar del tema, pero será después. Lo invito a unas copas en el balcón. Spock dice que se pueden ver las montañas rosas y al atardecer, cuando la niebla dimite, y la cúpula del cielo es visible al completo, hay vista hacia algunas de nuestras estrellas. Tras la aceptación y un comentario sobre unos estimulantes para el cansancio y la fatiga de una noche de extenso y laborioso "trabajo" para la humanidad, McCoy se despidió de Jim, quien iba a la piscina, mientras el doctor entraba en el dormitorio. El aroma tibio le golpeó inmediatamente y la imagen de unos ojos oscuros entre las mantas lo hicieron reconsiderar muchas cosas antes de dar el primer paso hacia adelante. —Señorita Uhura. —saludó, haciendo el amago de que debía recalibrar su equipo, como si no lo hubiese hecho ya, como excusa para evitar el contacto visual. —¿Cómo está, Doctor? —Mejor que usted, eso es evidente. —bromeó con una sonrisa tranquila y alzando el sensor para tomar las lecturas mientras se acercaba a ella— vamos a ver qué demonios le hizo Kirk ahora... —¿Christine está mejor? —preguntó entre un bostezo. —Si, ella se curó sola así que no tuve tiempo de examinarla, pero ahora está perfectamente gozando de su descanso… Micro desgarres en varios de los músculos principales. Hematomas subcutáneos e hinchazón en... Se aclaró la garganta, dejando el aparato de lado para limitarse a sacar las inyecciones y demás medicamentos. No era grave, pero sí se notaba que a Kirk se le había pasado la mano con Uhura. —Las cosas van bien ¿no? —¿Bien? —repitió ella. Se había estado estirando trabajosamente bajo las sabanas y la pregunta del doctor la trajo de vuelta a la realidad. —Bueno, ustedes y el capitán se han adaptado muy rápido a esta desfavorecida situación. Y según escuché Spock ha planteado la inseminación artificial. Se ve que lo tienen resuelto. Ella hizo una mueca leve. —Al capitán no le molesta que más mujeres se unan a su harén personal —debatió con un gesto que denotaba que no era de las cualidades que más apreciaba de su capitán— y Spock... —El señor orejas es más listo que nosotros —alzó una ceja el doctor— si pudiera, suprimiría hasta el último sentimiento humano que pasa por su corazón. En el silencio que ella hizo, se escuchó a la perfección el líquido de la inyección al ser administrada en su piel oscura. —Esto calmará el dolor muscular, pero para la hinchazón necesito que se descubra para evaluar los daños —habló con la voz más neutral que le fue posible, mirando hacia otro sitio, como si no importase— y aplicarle el ungüento. Uhura procesó esa demanda con lentitud y sus mejillas se tornaron más oscuras de lo normal. —¿No puedo aplicármelo yo misma? Ese fue el primer momento en que conectaron sus miradas y en la de Leonard McCoy había cierta irritación. Siempre le desencajaba que sus pacientes quisieran llevar la contraria. —Hay lugares a los que usted misma no podrá acceder. La fijeza de esa mirada profesional e irascible le hizo ceder. —Está bien... Se descubrió de manera que la manta cubriese aún su pecho, pero dejando el resto de la cintura hacia abajo descubierta. El doctor, como siempre que hacía en casos femeninos, intentó que su mirada fuera de total indiferencia, cosa que en éste caso no era. La cintura pequeña, el vientre plano, los muslos y caderas rellenas. La piel de Uhura era suave, sin imperfecciones, sin bello. Pero había hematomas en zonas concretas en las que se imaginó por un instante a Kirk disfrutando deliberada y salvajemente. Incluso habían marcas de dedos fielmente impresos y una hinchazón que sólo podía ser consecuencia de una noche intensa... O una violación. Leonard se permitió sentir envidia por unos segundos, los suficientes antes de darse cuenta de que no había traído paletas de madera para poder palear el ungüento. Se enfrentó al verdadero problema: debía usar sus propios dedos. Leonard evitó mostrar su creciente incomodidad sentándose al lado de la mujer en la cama, cosa que vino a empeorar todo. La belleza de Uhura era innegable y estaba por tocarla. Se juró ser breve y profesional, mientras tomaba una buena porción de la pomada blanca con dos dedos enguantados en los guantes de látex. —Prepárese —advirtió, pero casi sintió que era para sí mismo dicha advertencia— está fría. Uhura, que había estado mentalizándose para no tener una reacción muy clara de cuán adolorida se encontraba, al contacto del ungüento frío, su piel amoratada experimentó un alivio que se extendió a todo su cuerpo. Cuando ya había soltado el suspiro, se tapó la boca. —¿Dolor? —murmuró Leonard, con un temblor extraño en su propia voz, asombrado con la dulzura de ese gemido. Horrorizado, se dio cuenta de que quien más respondía a éstas acciones, era su propio cuerpo. —Alivio. —se ruborizó ella, sin poder verlo a la cara. McCoy supo entonces que esta sería una de las tareas más difíciles de ser médico. Con renovada timidez, se decidió a seguir. Sus manos temblaban demasiado, teniendo muy poca precisión, pero siendo bastante aceptable. —Procuraré hacerlo rápido. —le prometió. Ella no replicó nada, sino que simplemente cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación, apretando los labios para evitar que otro sonido revelase que seguía sensible tras las últimas horas. McCoy no había tocado a otra mujer desde su segundo matrimonio, el cual había sido hace ya tres años, y durante esos pocos días, nunca el contacto fue tan explícito. Por eso ahora sus manos temblaban visiblemente. Esto no era como con aquellas mujeres embarazadas que habían tenido que palpar en el vientre o ayudarlas en el parto o las cesáreas que cada vez eran menos necesarias. Porque por ninguna de aquellas mujeres había sentido algo. Lo que sea que sentía por Uhura, había empezado como cariño. Ella iba a verlo una vez al mes por tampones, cosa normal, y compartían algunas bromas y cosas nimias. Pero, aquella vez en que la habían traído ante él con la mente vacía, con los ojos fijos en el aire y el cuerpo inerte, le rompió el alma. Cuando descubrió junto con Chapel, que la información seguía ahí y que sólo era cuestión de desbloquearla volviendo a enseñarle todo, se pusieron ambos a la obra. Fue como enseñar a una niña pequeña y eso lo hizo apegarse más a Uhura, tanto que, cuando llegó a nivel universitario y rebasaron los resultados deseados, su ausencia en la Bahía médica le perturbó por semanas. Volviendo al presente, logró embadurnar el exterior con movimientos torpes, observando atentamente como la piel oscura desaparecía bajo la blanca pasta. Tuvo que esparcir las capas del ungüento por toda el área, llegando a acariciar más de lo debido en varias ocasiones, muy a su pesar y a la vez, muy a su gusto. Cuando se dio cuenta de que la hinchazón se extendía incluso al interior de Uhura, procuró mantener la vista en otros sitios, la ventana, por ejemplo, mientras se introducía en ella. El cenicero sobre la mesita de noche fue su aliado cuando introdujo el primer dedo y un adorno de madre perla lo apoyó al escuchar el suspiro de la mujer ante el segundo. El interior de Uhura era como seda tibia y líquida. Leonard se mordió los labios al sentir tal tentación de acariciar vivamente a la mujer que tenía en sus manos. Empezó a desear que esa manta desapareciera de sobre los pechos de la mujer. Se imaginó entre ellos, suaves, redondos y tan tibios como su interior. Para cuando esto sucedía, Leonard se hallaba tan cohibido, como acaloradamente excitado. El deseo recorría con rapidez sus músculos, llevándolo a tener una fantasía con lo que deseaba hacer si esto no fuera el necesario tener que ayudarla tras la desastrosa noche que tuvo con Kirk. En su cabeza la acariciaba porque lo quería así, porque su piel lo llamaba imperiosamente y ella se lo permitía porque también deseaba ser tocada por él. Cuando por fin cerró el bote y pudo bajar los ojos a su obra, su fantasía se terminó y la realidad del deseo que había estado creciendo en él se convirtió en incendio. Tarde descubrió que su boca estaba seca y que toda su hidratación se traducía en el sudor de su frente y la erección de su entre pierna. Su cara debía ser todo un poema, ruborizado y con los ojos fijos, si Uhura se preocupó por preguntar que ocurría. —De pronto —confesó, tragando en seco y sin pensar— me han entrado antojos de comer pastel. E inmediatamente y dándole la espalda a Uhura, tomó rumbo al baño para deshacerse de los guantes de latex y lavarse las manos de la misma forma. No quiso dejar que Uhura tradujera la verdad en esa frase. Al irse, pasó casi de largo por ese dormitorio, con la esperanza de que la mujer no viese nada, deteniéndose solo a aplicar una segunda inyección de reconstrucción de tejido en el cuello a Uhura, que le agradeció, adormecida por el alivio. —Que Jim no reanude sus andadas con usted antes de que pasen un par de días. Será suficiente tiempo para que descanse y que haga efecto en... Yo vendré a verla por la noche... No, quizá por la mañana… ¿sabe qué? Llámeme si tiene molestias. Uhura no pudo responder más que un suave tarareo afirmativo para mostrar que había comprendido. Cuando McCoy ya se encontraba en sus habitaciones, sentado en su cama y, con la vista algo nublada y las manos aún temblando, decidió tomar una ducha fría.
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