Chapter 14: LA BELLEZA VULCANA
10 de diciembre de 2025, 0:54
El jardín del bunker era tan grande como todo una llanura. Los andorianos son seres bastante pueblerinos, a pesar de haber colonizado sus lunas en sus primeros miles de años de evolución. Aún con la escasa luz nocturna que se colaba por los tragaluces que combinaban la luz de las estrellas con la de lámparas tenues, Spock contempló las múltiples flores con forma de campana que había en cada árbol o seto a su paso.
Las había tan grandes como él mismo y flores tan pequeñas como granos de arena y copos de nieve. Había sido construido en el techo un sistema de filtración y amplificación de luz que creaba zonas de oscuridad por momentos en ciertas áreas, como un decorado que hacía ver aún más vivo el jardín, con las estrellas en movimiento, por la traslación rápida del planeta alrededor de su estrella más que su rotación.
Era en definitiva el lugar perfecto para que una mujer en conflicto emocional se escondiese, el jardín E de la planta tres, el más grande y solitario, de noche y con poquísima iluminación.
Christine tenía que estar por ahí y Spock lo sabía. El temperamento encantador de la enfermera, tan delicada e inclinada más hacia la belleza y lo pacífico de un instante a solas que el resto de la tripulación o los pasajeros de la Enterprise. Algo de lo mucho que ambos tenían en común y que Spock había descubierto sin proponérselo.
Buscar a una humanoide entre tantas plantas, árboles y flores sería como perseguir una aguja en un aro de deshechos subespaciales, si no tuviera el tricorder consigo. Las señales de vida humana pululaban frente suyo, tras unos árboles de lo que parecía mimosa, por sus flores peludas como de cabello de bebé.
Christine había estado moviéndose de un lado para otro, inquieta, hasta que por algún impulso que le era desconocido a su observador, decidió trepar el árbol y tomar una rama especialmente gruesa como asiento para sus cavilaciones.
Spock, que la observaba desde atrás mientras se acercaba en silencio, pensó que el contraste del cabello grisáceo de la enfermera, que tenía reflejos lilas cuando la luz nocturna se enfocaba en un espectro específico, combinaba a la perfección con las flores de la mimosa.
Los vulcanos apreciaban la belleza, eso era un hecho, aunque no les resultase tan sencillo reproducirla como a los humanos, puesto que estos tenían más desarrollado su sentido artístico. Pero Spock se dijo que si esta noche al capitán no se le ocurría plantear una partida de ajedrez o un juego de mesa convencional, retrataría ésta escena tal y como la recordaba.
Pero habrían cosas que omitiría en su obra. Los hematomas que mellaban la piel de Christine, por ejemplo, a la altura de las muñecas y la que saltaba a la vista, bajo la oreja izquierda.
Spock reprimió su impulso de ira hacia su capitán. El doctor tenía razón, Jim era un hombre demasiado apasionado y, hasta cierto punto, un loco cuando se trataba de mujeres. Lo que había dicho de ellas lo había hecho sentir enfermo y, por más que intentó, no pudo evitar pensar que hubiera preferido ser él el primer elegido.
Para éste punto, el vulcaniano se hallaba frente a la mujer, que había cerrado los ojos. Si la imagen anterior lo había cautivado, la presente era avasalladoramente atrayente. El vestido de la enfermera era discreto y sin mucho color, seguro que cualquiera lo calificaría de plano e insulso, pero Spock reconoció el corte, la tela y estilo Vulcaniano. Nunca la había visto con otra cosa que no fuese su tan típicamente sobrio uniforme azul, y ahora daba la casualidad que la encontraba vistiendo como vulcana.
Esto se podía explicar si, al momento de entregarle su maleta con ropa, uno de los vestidos haya sido ese, sino el único, ya que Spock no se detuvo a buscar en el interior de la maleta ni tampoco esperó a verla salir de esa habitación en la que se encontraba Jim, con un puro de magnífico aroma y desnuda hasta donde le cubrían las sábanas.
Recordaba haberse quedado paralizado al ver a la alta y elegante enfermera convertida en esa cohibida mujer rechazada, cubierta en toallas doradas, antes de que ella le diese un tímido gracias y regresase al interior de la habitación con la maleta. Porque eso tuvo que ser lo que ocurrió, que Jim la rechazara ¿por qué otra razón Kirk no la ayudaría trayéndole él mismo la ropa, siendo como era el responsable de haberle rasgado el vestido antes? Su capitán era verdaderamente ilógico.
La imagen estaba impresa en su mente y, aunque podía sonar irrisorio, había más belleza en esa mujer que abrió la puerta de las habitaciones de Kirk, con el cabello revuelto y cayendo por sus hombros en ondas suaves, con la tela de la toalla de baño amarrada y pegada a su cuerpo, que todas las más hermosas princesas vulcanianas que él había conocido en su vida.
Y ahí estaba ahora, vistiendo cómo una de ellas, con telas metálicas de fibras trenzadas y frívolas sobre su anterior desnudez. Era algo para contemplar por mucho mucho tiempo, si tan solo hubiera tenido el tiempo.
Christine separó sus pestañas y lo vio, de pie, frente al árbol, a unos centímetros por debajo de ella. Al momento, se puso tensa y la relajación que había habido en su rostro desapareció para dar lugar a la incomodidad.
—¿Señor Spock? ¿Pu-puedo ayudarle en algo?
Él se obligó a mantener el contacto visual incluso cuando sus mejillas se ruborizaron, mientras la luz atravesaba sus pupilas de modo que parecían brillar, el único brillo en esa oscura sala. Spock recuperó con prontitud su actitud de siempre, escondiendo las manos tras su espalda bajando la mirada. No quería que ella notase que la había estado contemplando ni de que muy probablemente se veían reflejados sentimientos en su mirada.
—Así es, enfermera. Conociendo el estado en el cual el capitán Kirk despachó al resto de las mujeres éste fin de semana... Y dada su profesión y conocimiento en el tema, necesito un informe completo de su estado actual.
—¿Me está... Preguntando como me encuentro? —parpadeó ella y de pronto su rostro se volvió más oscuro que antes, lo que evidenciaba un rubor.
Spock asintió sin mucho más que decir. Christine hizo el ademán de bajar del árbol para mantener la conversación al nivel del suelo pero él la detuvo.
—Solo necesito ese informe y después me iré, no se moleste en abandonar su posición. Se de buena fuente que le puede ser doloroso.
Ella, aún más confundida, asintió.
—Solo son moretones y micro desgarres en los músculos. Más allá de eso, me encuentro perfectamente.
Spock se enfrentó entonces a un dilema, no quería separarse de la compañía de la mujer ni del aura de belleza y relajación que la envolvía.
—Gracias, enfermera. Estoy consciente de que dije que debía irme, pero... ¿Le molesta si la acompaño por unos minutos más?
Christine, aturdida y extrañada, sonrió.
—No es ninguna molestia, señor Spock. ¿Ahora si me permite bajar?
Él, por toda respuesta, alzó su mano hacia ella para ayudarla mientras en secreto observaba a la tenue luz el vestido y a la misma enfermera Chapel.
—Su vestido...
—Si —se apuró a cortarle ella, visiblemente incómoda— es vulcaniano. Desde que lo conocí a usted, sentí enorme curiosidad por su raza. Espero que no lo tome como un insulto... Es solo que... Muchas estilos de su vestimenta, comida y costumbres me gustan mucho.
—¿Porqué habría de tomarlo por un insulto? —alzó una ceja.
—Porque no soy vulcaniana, sino una... Simple y emocional humana. —guardó silencio un momento y, después— sólo poseo este y, es la primera vez que lo uso. Si le molesta puedo guardarlo y usarlo en mis habitaciones.
Ambos bajaron la vista al mismo tiempo y, para su sorpresa, sus manos seguían entrelazadas. Los ojos de Christine y sus manos se alejaron instintivamente de él y Spock se sintió entre aliviado y contrariado. Solo podía recordar una vez en la que un contacto le produjo tales sensaciones, cuando se despidió de su madre por primera vez, para no verla por más de dieciocho años, cuando se alistó a la flota estelar.
—Nada más lejos de la realidad. El hecho de que usted admire mi raza es suficiente elogio para mi y todos los míos. Y, su condición humana, no es en ningún sentido nada malo.
—Creí que detestaba a los humanos.
—¿Qué le hace creer tal cosa?
—Pues... El doctor McCoy ha hecho varios comentarios al respecto de...
—Una conducta típica del doctor —sonrió apenas, casi con un aire divertido— no tengo nada en contra de nadie, mucho menos por usted o ese doctor. Las emociones me son aún indescifrables, a veces incluso imposibles de remitir. Pero, a veces, son...
Sus ojos volvieron a ella y los suyos a él y, por un momento, nada más que ellos existió.
—Yo... lo veré mañana, por la mañana en el desayuno. Ya es muy tarde.
—¿Puedo preguntarle algo antes?
Christine Chapel seguía sorprendiéndose por el repentino interés que el señor Spock tenía en ella, pero su curiosidad le impedía desconfiar de este hombre.
—Por supuesto. —suspiró.
—¿Porqué razón está aquí esta noche?
Se mordió el labio y sus manos se agarraron con nerviosismo entre ellas.
—En el turno de hoy he practicado quince pruebas de embarazo. —comenzó a decir— solo hubo una positiva...
Los ojos de Spock, inquisidores, listos y misterios, dieron con la respuesta antes de que ella siguiese hablando. Una sonrisa genuina relampagueó en los labios del vulcaniano y éste agradeció la repentina oscuridad de las ventanas por ocultar su debilidad.
La voz de Christine surgió de entre las tinieblas, con un deje roto por el cansancio de quien se está desmoronando por dentro.
—Tantos años de buscar mi propio camino y aquí estoy, casada con tres hombres. Con la tarea de parir nueve hijos en nueve años o darle la espalda a mi raza.
Él, en silencio, pasó sus dedos por la superficie de un moretón ubicado en la muñeca de Christine, mostraba el sitio donde Kirk la había agarrado sin piedad la otra noche. Spock conocía a su capitán, sabía lo inclemente, emocional y apasionado que llegaba a ser cuando se lo proponía. Pero nunca supo lo que ocurría tras las paredes cuando él se escondía para amar a una mujer, ahora comprendía que no tenía nada que ver con el amor.
—Existe un enorme propósito en lo que está haciendo, enfermera. —habló con cuidado, separándose de ella unos pasos, para no tener la tentación de volver a tocarla— puede que usted sólo vea la conducta reprobatoria del capitán ahora. Pero ninguna guerra se ha ganado sin sacrificios.
—No es por el capitán. —suspiró ella, de nuevo— es que... Yo amo a otro hombre, antes incluso de la guerra con los Klingons, antes de esto. Esta situación me aleja de él... Y aunque pueda ser que llegue a estar en su compañía... Nada cambiará.
Y, antes de que el señor orejas pudiese decir algo, sintió la mano de ella en la suya al darle un apretón y seguidamente, la luz regresó a su ubicación, mostrándole que Christine se había ido.
Un extraño vacío se extendió en el interior de Spock. Nuevamente se preguntaba como cuando era niño las mismas preguntas que nunca respondió, ¿Qué es amar real y desinteresadamente? Era evidente que lo que Kirk sentía por las mujeres no era amor, solo deseo. Lo suyo era una obsesión de semejanza animal ¿En ese caso podría ser lo que sentía el doctor McCoy por Uhura al protegerla? Tal vez, puesto que no era el mismo aliciente que el que movía a Jim a las mujeres. El doctor se preocupaba por su bienestar físico y emocional.
Y fuera de sus dos mejores amigos ¿Qué hay del aprecio que él profesaba hacia la enfermera? Porque ya se había dado cuenta de la inclinación que experimentaba ante ella y como su amabilidad le resultaba agradable, por muy emocional que fuese. ¿Era esto amar? No, no podía ser. Él debía reprimir sus sentimientos a toda costa. Los sentimientos eran debilidades humanas que él rechazaba continuamente.
Pero ¿Qué hay de malo en amar a una mujer para la que después de todo estás destinado?