ID de la obra: 1462

Una unión de seis

Het
NC-17
En progreso
3
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planificada Mini, escritos 64 páginas, 22.817 palabras, 20 capítulos
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Chapter 17: Gratitud

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Lo que tenía delante lo hizo dar un paso hacia atrás. Había visto bibliotecas antes, como la de su padre en la Tierra, pero nada nunca se había comparado con esto. Había repisas y estantes por todos lados, tantos que ni siquiera podía ver hasta dónde llegaban. El techo era lo suficientemente alto como para que, al subir a las escaleras, su cabeza no golpeara contra él y, a la vez, las estanterías lo rozaban por poco. En ellos reposaban los innumerables volúmenes, todo olía a madera recién cortada. Llegaban hasta arriba, hasta el techo de color azul caoba, del que pendían lámparas diminutas como estrellas encadenadas. Ante las estanterías se veían estrechas escaleras de madera provistas de ruedas, dispuestas para llevar a cualquier lector ansioso hasta los estantes más altos. Había atriles sobre los que descansaban libros abiertos, atados con cadenas de latón dorado. Había vitrinas de cristal en las que libros con páginas manchadas por el tiempo mostraban a todo aquel que se acercase las estampas más maravillosas. —Dios... —resolló. —Y sólo ha visto la biblioteca. —casi se había olvidado de que esa mujer seguía ahí. —Esto es más magnífico que en mis sueños más retorcidos. De hecho, es demasiado bueno para ser verdad. Seguro están la mitad en vulcano, romulano o andorian ¿me equivoco? Ella chasqueó la lengua. —No se equivoca. Él meneó la cabeza, decepcionado. —Nada es perfecto. —Pero yo sé todos esos idiomas, doctor. —repuso, Uhura— y puedo leerle si lo desea. Leonard podría haberla besado ahí mismo si no supiera que ella tenía aún algo en marcha con Jim. El recuerdo casi debilitó su buen humor, pero entonces, Nyota lo tomó otra vez de la mano, guiándole a través de la jungla de estanterías y conduciéndolo a una especie de salón con espacio libre. Había extraños sofás que daban la impresión de ser mullidos y confortables, las paredes estaban adornadas con pinturas de culturas que él apenas reconocía, y otros objetos que parecían atesorar historias desconocidas. Todo en aquel lugar tenía un aura de dulce retiro, de paz y quietud. Cosas maravillosas que McCoy aún no terminaba de creerse. —Mire esto. —Uhura soltó su mano y accionó una perilla. Ante sus ojos, una parte de la pared se deslizó hacia arriba con un leve zumbido, revelando una chimenea oculta. La suave iluminación del refugio se reflejó en el cristal pulido de la estructura, como si el rincón entero estuviera diseñado para hacer olvidar que el mundo exterior era una ruina. McCoy soltó una carcajada baja, incrédulo. —Bueno, admitiré que nada es perfecto… pero esto sí que lo es. Uhura sonrió, complacida con su reacción— Sabe, también hay libros en inglés y en español. Así que mientras usted lee, yo podría tocar algo de música. Leonard frunció el ceño con curiosidad—¿Música? —se enderezó, sorprendido— ¿Hay instrumentos aquí? Ella hizo una mueca, como si le pesara la respuesta— No… y créame, si los hubiera encontrado, ya serían míos. Pero por eso traje uno propio. —Y, con un aire travieso, se inclinó sobre su caja de herramientas y sacó un violín plegable. McCoy parpadeó— Me está tomando el pelo. —Oh, doctor… si lo hiciera, se lo haría saber. —Uhura sonrió con picardía mientras desplegaba el pequeño instrumento con la precisión de quien ya lo había hecho incontables veces— Póngase cómodo. Le debo al menos una melodía. Leonard la miró, embelesado un instante. La luz suave del lugar resaltaba los tonos cálidos de su piel, el brillo de sus ojos oscuros llenos de vida. Ella sostenía el violín con naturalidad, con una confianza tranquila que él siempre había encontrado fascinante en ella. —¿Qué? —susurró ella, notando su mirada fija en su rostro. McCoy carraspeó y apartó la vista, fingiendo revisar los títulos de los libros más cercanos. —Nada… solo me sorprende. He visto a muchos tocar el violín, pero no a alguien que lo lleve en una caja de herramientas. —Ella rió con suavidad, mientras apoyaba el instrumento en su hombro y posicionaba el arco. —Los camisas rojas siempre estamos preparados para cualquier eventualidad, doctor. Él sonrió, dejando que el sonido de su risa se le quedara grabado en la memoria. Él sonrió, en esa sonrisa había más luz que en todas las que había expresado quizá en toda su vida. Y ella lo entendió al instante. —No tiene que darme las gracias, doctor. —Tengo. Vaya que si —siguió sonriendo, solo que esta vez, su voz expresó emoción antes que paz— ¿ha leído algunos? ¿Puede recomendarme uno de...? —¿Aventura, ciencia ficción y historia así como los de Julio Verne? —ella también se estaba emocionando— si, están aquí. Al preparar todo para usted, me tomé la libertad de recopilar los que más se le parecían. Solo he leído un par que son de un poeta romulano, pero los de los Andorianos son mis favoritos. Como sabrá, Vulcan no tiene libros desde hace más de tres siglos, así que también busqué audiolibros. —de una caja escondida entre los tomos de colores, sacó unos ocho paquetes de información cuadrada— ellos literalmente graban sus pensamientos y los convierten en documentos audiovisuales. Había, sobre una mesita, cinco docenas de libros. A Leonard le brillaron los ojos. Leonard recorrió con la vista el tesoro frente a él y, en un intento por no dejarse llevar por la emoción, entrecerró los ojos con suspicacia. —Y… ¿No se molestarán los andorianos porque estemos aquí tocando estas cosas? Uhura soltó una risa baja, divertida— ¿Siempre busca algo malo cuando todo parece perfecto, doctor? McCoy bufó— La vida me ha enseñado que la perfección siempre tiene un precio. —Tal vez. —Uhura se cruzó de brazos—. Pero en este caso, el único precio es disfrutarlo mientras podamos. Leonard la miró, como si quisiera encontrarle fallas a su lógica. Pero no las había. Suspiró, rindiéndose. —Bueno… en ese caso, señorita Uhura… —tomó un libro al azar y se dejó caer en un sofá— sorpréndame. — Con todo gusto, doctor —Ella sonrió y, con su violín en mano, tomó asiento a su lado. La serenata fue delicada y dulce, tan dulce que McCoy sintió cómo su cuerpo entero se relajaba, como si cada músculo tenso por la rutina y la resignación finalmente se rindiera ante la paz de aquel momento. Cuando la última nota flotó en el aire, se miraron en silencio.
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