Una Deuda Cobrada
13 de septiembre de 2025, 10:51
Los ojos de El Reclutador se abrieron al mismo tiempo que las vías hacia sus pulmones se cerraban.
¿De verdad estaba allí?
¿O era otra vez su jodida imaginación haciendo de las suyas?
No.
Esta vez no.
—¿Te diviertes? —le preguntó In-ho, su voz sonando con una genuina y divertida curiosidad.
Se encontraba justo al borde la cama, bloqueando con su cuerpo la vista hacia el espejo. Aunque aún llevaba el traje de Líder, su cara no se encontraba cubierta por aquella horrible máscara que tanto odiaba, por lo que sus facciones se presentaban libres y claras frente a sus ojos.
Estaba sonriendo.
No se trataba de una sonrisa de alegría o una sonrisa apretada por la rabia.
Era algo mucho más oscuro, cruel y peligroso.
Satisfacción.
—¿Esto es lo que entiendes tú por "portarte bien"?
Los ojos de El Reclutador se movían frenéticamente de arriba hacia abajo, inspeccionando cada rincón del cuerpo de In-ho como si aún no creyera lo que estaba viendo.
Y es que no se lo creía.
Su mente aún continuaba sumergida en la neblina que el placer y la excitación habían creado en su cerebro y sus pensamientos estaban tratando en vano de abrirse paso entre las espesas capas de semi inconsciencia en las que se había sumido.
Y la presencia de su pareja, tras lo que le había parecido una eternidad de espera, le turbaba los nervios y le hacía desconfiar de que en realidad se tratara de él.
—¿Tanto me has echado de menos?—cuestionó In-ho, alzando una ceja con arrogancia.
Aquello le hizo convencerse: era su In-ho.
Solo alguien como su pareja podía ser tan soberbio y prepotente como para preguntarle algo así.
Aún así, El Reclutador no se dignó a decir ni una sola palabra.
En cambio, se limitó a entrecerrar los ojos y enarcar también una ceja de forma desafiante. No iba a darle la satisfacción a In-ho de contestarle a aquellas preguntas que formaban parte de un claro intento por marcar la línea de poder.
No era justo.
Había llegado tarde, después de abandonarle por uno de aquellos estúpidos VIP's y ahora pretendía mover la primera ficha en su maldito tablero de ajedrez; pero él no se lo iba a permitir.
Iba romper cada una de sus jodidas piezas.
—Te estoy hablando —insistió In-ho.
Antes de que El Reclutador pudiera siquiera pensar en responder algo, tan mordaz y sarcástico como merecía la ocasión, una fuerte vibración le recorrió todo el cuerpo, golpeándole como un rayo.
La sorpresa le hizo imposible reprimir la serie de gemidos que, de forma incontrolable, comenzaron a escapar de su garganta y su cabeza cayó hacia atrás, chocando directamente contra la almohada, al mismo tiempo que sus piernas se desplomaban sobre el colchón.
Podía sentir la piel de su cuello estirada y su mandíbula apretada con una fuerza que parecía capaz de partirle los dientes.
Todo su cuerpo estaba en llamas y su cerebro intentaba desesperadamente entender que era lo que estaba ocurriendo.
Porque no se trataba de dolor.
No había nada en aquella sensación que le estaba embargando que le hiciera sentir mal.
Se trataba de puro placer.
Oleadas y oleadas de placer que le mordían los músculos con fiereza, haciéndole temblar y obligándole a gemir sin ningún tipo de control.
Y de pronto, todo se detuvo.
Una pausa tan repentina y brusca como había sido la aparición de la misma sensación que le había inundado de un momento a otro.
Ante aquella súbita calma, El Reclutador trató de recuperar la normalidad su respiración, que se había visto alterada y cuyo ritmo errático le había dejado sin aliento, boqueando con la necesidad imperiosa de obtener algo de oxígeno que inyectarse en los pulmones.
Luego, lentamente, comenzó a abrir de nuevo sus ojos, que había cerrado en un acto reflejo.
El mundo se convirtió en un escenario vidrioso a través de sus ojos llenos de pequeñas lágrimas impuestas por la estimulación experimentada. Pronto, volvió a encontrar a In-ho, que mantenía su mirada fija en él, con aquella sonrisa altiva aún impresa en el rostro.
El Reclutador volvió a entrecerrar los ojos, retándole una vez más pero también exigiendo una explicación que, dada la expresión que reinaba en las facciones de su pareja, sabía que podía obtener de sus labios.
La sonrisa de In-ho se amplió y, sin decir nada, alzó su mano izquierda, revelando un pequeño objeto de color rosa.
El Reclutador entrecerró los ojos, enfocando su mirada para intentar ver a través de las lágrimas y por fin lo entendió: se trataba del control remoto que habían configurado para que se alineara con el vibrador del juguete que tenía en su interior.
De inmediato, volvió a dirigir su atención hacia su pareja, ahora con la indignación floreciendo en lo más hondo de sus costillas.
—Más te vale empezar a responder —le amenazó burlonamente In-ho.
El Reclutador apretó su mandíbula; no quería contestarle.
Ante esto, In-ho ladeó un poco la cabeza y movió el dedo hacia uno de los botones que el control remoto tenía en su superficie.
—N-no han sido c-cinco minutos... —jadeó al fin El Reclutador.
Aquel dedo se acercó más al botón.
—¡Es culpa tuya por irte!
Por fin, In-ho bajó la mano y El Reclutador pudo suspirar de alivio, aunque no apartó la vista de su pareja en ningún momento para poder vigilar cada uno de sus movimientos.
—¿Qué es culpa mía? —preguntó con genuina sorpresa—. No puedo estar ocupándome de ti cada vez que tienes uno de tus calentones. Algunos somos personas responsables y...
—Enhorabuena por ti, Líder —le interrumpió El Reclutador—. Pero aquí sigues teniendo una responsabilidad que atender.
Gracias al pequeño descanso que había obtenido, sus fuerzas se habían restaurado lo suficiente como para poder volver a hablar con cierta normalidad.
Si In-ho quería pelea, le iba a dar pelea.
—¿Es que no puedes estarte ni cinco minutos sin algo metido en el culo? —le cuestionó In-ho, alzando su mentón y expandiendo su sonrisa en una clara mueca de arrogancia.
—¿Y por qué tendría que poder hacerlo? —preguntó a su vez El Reclutador—. Casi pareces insinuar que tú no estás cachondo siempre que yo lo estoy...
—Tú me provocas... —protestó In-ho.
—Y eso te encanta.
In-ho apretó los labios con fuerza.
No podía desmentir aquella afirmación. Cada vez que su pareja se le insinuaba lo más mínimo parecía estar a punto de caer de rodillas frente a él... y poco le faltaba para hacerlo.
Porque cada una de las curvas de su cuerpo le hacía temblar hasta perder el equilibrio. Su mirada le llenaba la piel de escalofríos. Y cada uno de los sonidos que emitía, ya fueran palabras o gemidos, le hacían caer directamente en el éxtasis.
No había forma de que no le deseara hasta la locura.
—¿El Líder se ha quedado sin palabras? —canturreó El Reclutador.
—Eres un... —trató de decir In-ho, pero sus palabras murieron pronto en su garganta.
Una sonrisa llena de satisfacción apareció en los labios de El Reclutador.
—¿Qué soy qué, In-ho?
Ante el silencio de su pareja, El Reclutador hizo un movimiento que descolocó por completo a In-ho: aún con sus piernas temblando ligeramente por la estimulación recibida antes, tomó con fuerza el juguete que tenía dentro y volvió a moverlo, lenta y suavemente.
—¿A-acaso me vas a... ah... decir que no disfrutas esto...? —le preguntó burlonamente entre gemidos.
In-ho observó con atención como aquel falso pene, que contaba a la perfección con todas sus características físicas, era introducido una y otra vez dentro de la sonrosada entrada de El Reclutador.
Dentro de aquel cuerpo que le pertenecía.
—Basta —le ordenó.
Pero El Reclutador no se detuvo.
En cambio, pareció adquirir una mayor fuerza en sus empujes. Había vuelto a alzar sus piernas, haciendo que la vista fuera mucho más clara que ante sus ojos, y todo su cuerpo se retorcía encima del colchón, al compás de los múltiples gemidos que no dejaban de fluir por su garganta.
—¡He dicho que basta! —exclamó In-ho con desesperación.
Había tratado de que su voz sonara firme y autoritaria pero, en su lugar, había sido emitida con algo que tan solo podía ser reconocido como unos celos patéticos y salvajes.
—Oblígame... ah... —gimió burlonamente El Reclutador, aún mirándole fijamente a los ojos en una expresión marcada por la provocación.
In-ho apretó la mandíbula con fuerza y, rápidamente, volvió a alzar el control remoto que sostenía en su mano izquierda.
—Te lo advierto... —amenazó.
Pero antes siquiera de que pudiera terminar la frase, El Reclutador empujó de nuevo el juguete hasta lo más profundo de su cuerpo, arrancándose un gemido que retumbó por toda la habitación.
Entonces, In-ho apretó el botón del control.
Al instante, los gemidos de El Reclutador se intensificaron y comenzaron a rebotar por las paredes.
El juguete estaba pegado a la próstata.
En un acto reflejo poco perspicaz, las manos se soltaron simultáneamente de sus lugares de agarre para enredarse en las sábanas que tenía justo bajo su cuerpo. En el mismo movimiento, sus piernas cayeron sobre el colchón una vez más.
In-ho permaneció expectante, observando cómo el cuerpo de El Reclutador se cubría de espasmos y los gemidos seguían saliendo incontrolablemente por su boca, con una intensidad tan profunda que, por momentos, podía ver incluso el inicio de su garganta.
El sudor comenzó a brillar en la piel mientras los músculos continuaban temblando.
Parecían a punto de estallar.
Pronto, El Reclutador pareció perder el control de sus acciones, demasiado perdido en el placer que estaba experimentando.
Su boca a veces se encontraba abierta, tratando de obtener algo de oxígeno, a través de las oleadas de gemidos y mediante respiraciones entrecortadas y superficiales. En otros momentos, se encontraba cerrada, con los dientes apretando en su interior tratando de reprimir inútilmente los sonidos.
Sus dedos seguían aferrados a la suave tela de las sábanas, tirando de ellas como si con ello pudieran minimizar en algo la abrumadora sensación.
La columna se le había comenzado a doblar hacia arriba de forma instintiva, formando un arco casi perfecto.
Sus ojos permanecían cerrados, con los párpados apretados generando ligeros pliegues en las comisuras, para evitar cualquier tipo de estimulación visual.
Y su piel, ahora roja por la excitación y el calor, casi había hecho desaparecer las líneas que había creado anteriormente con sus uñas.
Hermosamente destrozado.
Por fin, In-ho volvió a presionar el botón y el zumbido de la vibración desapareció del aire.
Cómo reemplazo, los jadeos entrecortados de El Reclutador, que sonaban terriblemente desesperados y ahogados por la falta de aire, llenaron el espacio con su ritmo irregular.
—Te lo advertí —dijo sencillamente In-ho, dejando sobre el borde de la cama el control remoto.
—V-vete a... a la mierda.... —resopló con sumo esfuerzo El Reclutador, aún retorciéndose en su lugar.
Aunque la estimulación había desaparecido de su cuerpo, todavía podía sentir los pequeños remanentes de placer explotando en sus músculos. Su cuerpo seguía estando alerta, como preparándose para hacer frente a un nuevo ataque por parte de In-ho.
Podía sentir su entrada contrayéndose alrededor del juguete y su pene completamente erecto latiendo por la presión de encontrarse desatendido de caricias y atención.
Aquello era una jodida tortura.
—¿Tanto te ha enfadado que me haya ido? —preguntó de pronto In-ho, su voz sonando con un ligero tono de arrogancia.
El Reclutador suspiró con pesadez.
—¿En serio quieres volver a sacar el tema?
—Estoy tratando de ayudarte a justificar porque me has desobedecido —respondió In-ho.
Un bufido divertido escapó de la nariz de El Reclutador.
—Seguro que te ha sorprendido muchísimo que no te haga caso —se burló.
Y, tras sus palabras, se estableció un pequeño silencio.
Un silencio inquietante y peligroso, que no parecía anunciar nada bueno.
En un pequeño gesto de alarma, El Reclutador abrió los ojos y buscó información en la figura de In-ho.
Temía encontrarlo con el control en la mano, esperando a que le observara de nuevo para encenderlo y reanudar las vibraciones del juguete que continuaba instalado en el fondo de su trasero.
Pero aquello no fue lo que encontró; sino algo mucho mejor.
In-ho se había deshecho de su traje de Líder, dejando expuesto su torso y brazos.
Rápidamente, su atención se centró en sus hombros definidos que enmarcaban las curvas de su cuello, tan fuerte y grueso como el acero.
Luego, su mirada bajó por los brazos, admirando las líneas que formaban los bíceps y las venas que se marcaban como enredaderas por sus antebrazos hasta llegar a las manos, ahora también libres de los guantes de cuero que solía llevar.
Por último, sus ojos se asentaron en el pecho, admirando la firmeza de sus pectorales, y en su vientre, donde se entremezclaban numerosos trazos que dibujaban los límites y formas de sus prominentes abdominales.
In-ho, consciente de la atención que le estaba prestando, no pudo evitar sonreír. Le gustaba sentirse deseado por aquel cuyo cuerpo también le invitaba a desear y caer en pecado de lujuria.
Bajo la atenta y vidriosa mirada de El Reclutador, movió sus manos para comenzar a desabrochar la hebilla de su cinturón.
—¿Estás enfadado con el Oficial? —preguntó mientras deslizaba el cuero por las cintas de su pantalón y lo dejaba caer al suelo.
La mirada llena de fuego de El Reclutador conectó directamente con sus ojos.
—Un día voy a usar su jodida sangre como lubricante —dijo éste fieramente, con los dientes aún apretados.
—¿Eso es un sí? —preguntó burlonamente In-ho.
—No sé por qué estás tan tranquilo —le regañó El Reclutador—. Ese imbécil solo estaba cumpliendo órdenes para que tú no termines matándolo. Pero tú eres el idiota que se ha ido y me ha dejado solo en esa sala.
—Y tú has venido a nuestra habitación a masturbarte sin mí.
—Me dijiste que te esperara...
—Y que te portaras bien —le interrumpió In-ho bruscamente.
Mientras hablaban, se había deshecho ya de su pantalones y ahora solo se encontraba cubierto por la molesta tela de su ropa interior, que reflejaba un pequeño bulto donde su pene semi erecto estaba comenzando a despertarse.
—Pero me he portado bien —dijo El Reclutador con convencimiento.
Y, sin permitir a In-ho responder, volvió a alzar las piernas para mostrar una vez más su pequeño y sonrosado agujero, que palpitaba frenéticamente contra la silicona del juguete. Luego, agarró el juguete con su mano derecha y lo sacó de un solo tirón.
Entonces, los ojos de In-ho fueron testigos de cómo la entrada de El Reclutador se cerraba sobre el aire, buscando ansiosamente algo que volviera a llenar la plenitud que el estiramiento había generado en sus paredes.
Un torrente de sangre le bajó directamente hacia la polla mientras observaba como aquel pequeño agujero rogaba por ser rellenado de nuevo.
El Reclutador por su parte, dejó el juguete a un lado y colocó sus manos en ambas nalgas, abriéndose más como si estuviera presumiendo su trasero.
—Mira —volvió a hablar, esta vez con mucha más picardía—. Me he preparado para ti.
—Eres un maldito hijo de puta... —respondió In-ho con los dientes apretados.
Rápidamente, se deshizo de su ropa interior y la lanzó a un rincón sin siquiera mirar hacia donde caía. Eso no le importaba lo más mínimo. Luego, cerró la pequeña distancia que le separaba de la cama y escaló por ella —llevándose consigo el pequeño control remoto— hasta encontrarse con el cuerpo semi tumbado de El Reclutador.
En cuanto le dio alcance, se situó entre sus piernas aún levantadas y las tomó con fuerza, reclamándolas como parte de su pertenencia.
—¿Ahora quién es el que ha echado más de menos a quién? —se burló El Reclutador, consciente del además posesivo que estaba dominando a su pareja.
In-ho chasqueó la lengua pero, justo antes de que pudiera responder a aquella provocación, una idea le cruzó la mente. Una media sonrisa, cargada de peligro, apareció en su rostro.
Sin que El Reclutador fuera aún consciente de lo que ocurría, In-ho se inclinó hacia su lado izquierdo, donde su pareja había dejado abandonado el juguete y le dio alcance. Luego, soltó el control remoto y tomó la botella de lubricante, que había permanecido olvidada en el lado opuesto.
Armado con ambos objetos, y bajo la mirada curiosa de El Reclutador, In-ho se dispuso a embadurnar el juguete con una nueva capa de lubricante que dejó la superficie deliciosamente reluciente y brillante.
—Me sorprende mucho que seas capaz de aguantar esto —dijo socarronamente, dejando el bote de lubricante a un lado y mirando de nuevo a los ojos de su pareja.
—Eres un creído —fue la rápida respuesta de El Reclutador.
In-ho apretó los labios, evitando que una fuerte carcajada escapara de su boca.
Luego, se inclinó hacia delante e instintivamente, las piernas de El Reclutador se encajaron sobre sus hombros. Aquello hizo que las caderas de su pareja se alzaran un poco, exponiendo aún más su cuerpo frente a él.
La erección de In-ho casi podía rozar la entrada de El Reclutador, que continuaba palpitando con ansia ahora que sus cuerpos se encontraban a tan poca distancia.
In-ho se inclinó un poco más, y El Reclutador pudo sentir como su aliento se entrecortaba.
Por fin iban a hacerlo.
Cuando los labios de In-ho chocaron bruscamente contra los suyos, el pulso se le disparó, carcomido por las ganas de que sus cuerpos volvieran a encontrarse en una explosión de placer y pertenencia que solo ellos podían provocar.
Rodeó con sus brazos el cuello de In-ho y, usando aquel agarre como palanca, movió un poco sus caderas hacia adelante, facilitando con ello el acceso mientras sus labios continuaban siendo devorado por los de In-ho.
El movimiento hizo que el glande se apretara contra su entrada, incendiando sus nervios y convirtiendo su mente en un torbellino de fuego y cenizas.
Estaba ahí.
Por fin.
Estaba tan cerca...
Pero, repentinamente, la pelvis de In-ho retrocedió, alejándose de su cuerpo aunque el beso aún les mantuviera conectados.
Un gemido lastimero escapó de su garganta y, al instante, pudo notar como una pequeña sonrisa se formaba en los labios de In-ho. Poco después, éste también rompió aquel encuentro entre sus bocas y pudo ver cómo sus ojos brillaban con burla.
—Definitivamente, tú me has echado más de menos —dijo socarronamente.
El Reclutador frunció el ceño.
—No puedes ser tan...
Pero no pudo terminar aquella frase porque, de pronto, algo comenzó a penetrarlo.
Su cabeza cayó hacia atrás y sus músculos volvieron a tensarse fruto de la creciente estimulación que comenzaba a aparecer en su piel, atacándolo con fiereza y sin mostrar un ápice de piedad.
A pesar de la confusión, se dio cuenta rápidamente de algo: aquello que le estaba penetrando, no era el pene de In-ho.
Lo que estaba entrando en su cuerpo tenía una forma demasiado rígida y lineal como para pertenecer a In-ho. Aunque podía notar el relieve de las venas, no sentía como la sangre que las atravesaba y las hacía latir contra sus paredes.
No existía humanidad ni movimiento que acompañara la penetración.
Era demasiado... artificial.
«El juguete» pensó y, automáticamente, dirigió su mirada hacia delante, donde un In-ho sonriente le observaba.
Sus piernas continuaban ancladas en los hombros de In-ho pero solo una de las manos de éste se encontraba apoyada sobre el colchón, aferrada a las sábanas y soportando todo el peso del cuerpo. La otra mano, la izquierda, había continuado sosteniendo el juguete y ahora lo empujaba hacia adelante, enterrándolo poco a poco en su interior.
—No, no lo soy —respondió In-ho, retrocediendo una vez más, sin apartar su mirada.
Y, antes de que El Reclutador pudiera decir algo, volvió a empujar el juguete dentro, con un golpe seco y profundo que hizo chocar la punta con la próstata.
El gemido lleno de placer que emitió su pareja retumbó por toda la habitación.
—Soy mucho peor —añadió con burla.
Y tras aquellas palabras, apretó más su mano derecha sobre el colchón, accionando el botón del control remoto que había escondido allí.
Ahora, los gemidos se sucedieron a raudales impidiendo al Reclutador controlar su cuerpo, que se llenó de espasmos y escalofríos.
In-ho llevaba la ventaja ahora.
Pero él no iba a demostrárselo.
En un acto reflejo, El Reclutador apretó más sus brazos sobre el cuello de In-ho obligándole a caer hacia adelante y, una vez le tuvo a su merced, atrapó sus labios en un beso.
Aquella era su pelea.
Podía sentir como sus labios temblaban por la estimulación en la próstata y sus oídos eran perfectamente conscientes de cómo sus gemidos ahogados se entremezclaban con el suave zumbido del juguete que vibraba en su interior.
Pero aquello no importaba, aún tenía fuerzas y pensaba hacer todo lo que estuviera en su mano para no ponerle las cosas fáciles a In-ho.
Se había marchado, dejándole solo y cachondo, así que debía esforzarse para ganarse su perdón.
Apretó más los brazos, impidiendo que su pareja escapara de su agarre y profundizó los besos, moviendo sus labios con ferocidad sobre los de In-ho, quien rápidamente respondió con la misma brutalidad.
Pronto, su lengua rozó los labios de In-ho, exigiendo que éste abriera la boca. Para su sorpresa, su pareja obedeció; pero, lejos de lograr dar el primer paso en aquella dirección, pronto se vio atacado por la lengua ajena, que irrumpió en su boca bruscamente, como si buscara reclamar también aquel lugar como de su propiedad.
O, más bien, recordarle cuánto le pertenecía ya.
Los húmedos chasquidos de la saliva corriendo de un lado a otro por sus bocas llegó hasta los oídos de ambos, uniéndose al coro que los gemidos, el zumbido del vibrador y el sonido viscoso que emitía el lubricante en el roce entre el juguete y la piel habían creado.
Se mantuvieron de aquel modo durante unos minutos, peleando con la boca contraria por la posesión y el control hasta que, tal y como había ocurrido cuando estaban en la sala de El Líder, la falta de oxígeno les obligó a separarse.
Una vez que sus miradas reconectaron, separadas tan solo por la neblina que el deseo y sus alientos parecían generar en el hueco entre sus rostros, ambos se hicieron conscientes del aspecto destrozado que ambos poseían.
Miradas relucientes que hablaban de anhelo.
Labios rojos e hinchados que reflejaban su ansia.
Pieles enrojecidas que vislumbraban sus esfuerzos.
Respiraciones entrecortadas y erráticas por el deseo.
Y, ante todo, sus cuerpos chillando el amor que por ambos fluía, desbordándose en ruidosas cascadas por cada uno de sus poros y en cada una de sus expresiones y movimientos.
—¿Esto era lo que querías? —susurró In-ho sin aliento.
El Reclutador sonrió, recordando cómo su mente había adivinado mientras se masturbaba y deliraba con su voz, que aquello era algo que In-ho diría bajo circunstancias como aquellas
—No —respondió, de la misma forma en la que lo había hecho contra su propia imaginación—. Te quiero a ti...
—¿Podrás soportarlo? —se burló In-ho, mirando descaradamente hacia abajo, donde su pene enrojecido y duro parecía a punto de explotar por la tensión acumulada—. Pareces estar al límite...
—Mira quién fue a hablar —le interrumpió El Reclutador, con una sonrisa cansada mientras observaba el pene de In-ho, que no había parado de gotear sobre las sábanas. Luego, volvió a mirarle a los ojos y añadió—: ¿No será que tú no te crees capaz de aguantar sin correrte cuando la metas?
In-ho entrecerró los ojos, tal y como si estuviera tratando de ganarle en algún tipo de batalla mental e intimidarle o decidiera cuál debía ser su siguiente movimiento. El Reclutador, por su parte, le sostuvo la mirada sin inmutarse, dispuesto a aceptar cualquier cosa que viniera.
De pronto, el juguete se detuvo y El Reclutador jadeó.
Se había acostumbrado tanto a la sensación que el hecho de perderla tan de repente había creado un vacío horroroso en su cuerpo. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de recomponerse y asimilar aquel nuevo estado cuando In-ho, comenzó a sacar el juguete de su cuerpo.
La silicona resbalaba con facilidad contra sus paredes gracias al lubricante, aunque eso no le generaba ninguna satisfacción: era consciente de que aquel retroceso no sería seguido de un nuevo empuje y el camino de salida le estaba quemando las entrañas como un incendio.
Cuando por fin In-ho extrajo por completo el juguete, lo colocó frente a su rostro, mostrándole una superficie reluciente de lubricante y sus propios fluidos.
—Te vas a arrepentir de haberme provocado —dijo, justo antes de lanzar el juguete a un lado.
Luego, sin apartar la vista, hizo retroceder su cuerpo, dejando al Reclutador con una sensación fría en la piel. Al llegar al borde de la cama, se bajó de esta y cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una actitud firme y rígida.
Autoritaria.
—Agarra una de las almohadas y túmbate boca abajo, colocándola justo bajo la pelvis —le ordenó, en un tono serio.
El Reclutador esbozó una media sonrisa.
Estaba seguro de que In-ho no lo había percibido, pero su voz había sonado terriblemente desesperada a pesar de las capas de indiferencia que había tratado de colocar sobre sus palabras.
Le estaba ganando.
Sin esperar un instante, El Reclutador se deslizó por la cama, llevándose consigo una de las almohadas que se encontraban junto al cabecero de la cama y que le habían servido de apoyo hasta el momento, para colocarse más cerca del borde.
Una vez allí, se dio la vuelta, apoyando sus rodillas y manos, y dejando su trasero perfectamente expuesto frente a In-ho. Luego, situó la almohada bajo su cuerpo a la altura de su pelvis.
Pero, justo cuando iba a doblar sus codos para tumbarse, una fuerte presión en el centro de sus omóplatos le hizo caer de bruces contra el colchón.
Antes de que pudiera entender qué es lo que estaba ocurriendo, ya tenía a In-ho apoyando todo su peso sobre sus nalgas.
—¡Hey! —protestó.
Sus manos comenzaron a moverse en todas direcciones, tratando de zafarse, pero In-ho pronto las agarró y las situó por encima de su cabeza, apoyadas en el colchón y atrapadas tan solo por su mano derecha.
Aquello, aunque no detuvo la lucha de El Reclutador al momento, le hizo consciente de que se encontraba en una situación de evidente desventaja. Trató de forcejear por unos segundos más hasta que, de forma repentina, detuvo el movimiento.
Aún así, permaneció alerta, con los músculos de sus brazos tensos contra la presión ejercida por In-ho.
De pronto, notó como éste se inclinaba hacia adelante, apoyando poco a poco su cuerpo sobre su espalda, hasta que pudo sentir su respiración junto a la oreja izquierda.
—¿Necesitas tu palabra de seguridad?
Aquella pregunta, colocada en sus oídos con una ternura desmedida, le hizo estremecerse.
Ddakji.
Esa era la palabra que había escogido para detener sus encuentros en el momento en el que se sintiera incómodo. Porque con aquella palabra, aquel juego de niños que tan inocentemente les había reunido, había dado inicio su historia.
Una historia marcada por la sangre y la violencia, que El Reclutador siempre amó y que In-ho aprendió a amar gracias a él.
—No —susurró por fin El Reclutador.
In-ho le plantó un suave beso en la sien.
—Bien —dijo, justo antes de levantarse.
Una vez estuvo erguido de nuevo, hizo retroceder sus caderas un poco —cuidando que su agarre en las manos de El Reclutador se mantuviera firme— hasta dejar su pene justo por encima de la línea que marcaban sus nalgas.
—Sé lo que has intentado hacer —declaró, comenzando balancear sus caderas para que pudiera sentir su descarada erección—. Pero has tenido mala suerte, porque te he descubierto y ahora tú vas a rogarme para que te la meta.
—O-oblígame —tartamudeó El Reclutador.
Ahora había sido su voz la que le había traicionado.
Quería mantenerse firme y tratar de desquiciar a In-ho, pero su cercanía le estaba alterando los nervios. Podía sentir el calor de su piel. Los músculos de las piernas tensándose y relajándose sobre sus muslos con cada balanceo. Y su pene tentando continuamente su entrada.
Sabía que estaba perdiendo, pero aquellos eran los últimos coleteos de su ansias por entorpecer las acciones de In-ho.
Un movimiento suicida.
Su respuesta provocó una carcajada ahogada en In-ho quien detuvo repentinamente el balanceo de sus caderas solo para estirarse hacia adelante.
Desde su posición El Reclutador pudo ver lo que hacía: había recuperado la botella de lubricante.
—Como quieras... —le susurró In-ho, colocándose de nuevo en la posición en la que estaba antes.
Luego, mordió la tapa de la botella para poder abrirla y la giró sobre el trasero de El Reclutador, donde también se encontraba su pene. Un fino hilo transparente comenzó a caer de forma constante y, mientras lo hacía, In-ho reanudó el balanceo de sus caderas, embadurnándoles a ambos con el lubricante.
El Reclutador jadeó al contacto con el líquido, cuya temperatura contrastaba de forma violenta con la elevada temperatura de su cuerpo.
Poco a poco, mientras las embestidas continuaban haciendo que la erección de In-ho y su necesitada entrada se rozaran, fue sintiendo como los muros de su poca cordura y serenidad iban cayendo, como las enormes murallas de un castillo que se derrumban sobre el mar.
Llevaba demasiado tiempo ansiando su contacto y su cuerpo se encontraba derrotado.
No era solo que la posición y la fuerza de In-ho le estuvieran restringiendo e imposibilitando contraatacar. Sabía bien que su pareja también se encontraba cansada y, de quererlo, seguro que podría ejercer un poco de presión para zafarse.
Pero no quería.
—Me perteneces... —habló de pronto In-ho—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí...
Sin pretenderlo, en una demostración de la pérdida de control que estaba sufriendo, eso es lo que había respondido El Reclutador, con una voz débil y ahogada en la frustración.
—Dímelo —insistió In-ho, dando un golpe seco hacia adelante—. Dime que eres mío.
—S-soy tuyo... joder... —tartamudeó El Reclutador, retorciéndose ligeramente.
—¿Quieres que la meta?
Al escuchar aquella pregunta, la mente de El Reclutador pareció volver a despertarse, junto con sus instintos que le suplicaban un poco más de aguante aún sabiéndose agotados.
Apretó los labios, impidiendo que su boca contestara con lo que tanto deseaba decir.
—Jodido masoquista... —susurró In-ho.
Acompañando sus palabras, alzó un poco sus caderas, recolocándose de tal forma que su glande, brillante por el líquido preseminal y enrojecido por la excitación, se alineara perfectamente con la entrada de El Reclutador.
Una vez así, utilizó su mano izquierda, para mantenerse recto y comenzó a embestir hacia adelante, haciendo chocar su glande contra El Reclutador pero sin permitir nunca que éste entrara.
Una
Y otra.
Y otra vez.
—¿Sigues creyendo que mandas sobre mí? —cuestionó, apretando los dientes en un intento por mantener el control—. Vamos, pídeme que la meta.
El silencio se mantuvo, roto tan solo por los ligeros gemidos ahogados que emitía El Reclutador. Los dedos de sus manos se aferraban con fuerza a las sábanas, tratando de hacer frente a las oleadas de desesperación que lo estaban atravesando.
Tenía su cara apretada contra el colchón y sus piernas se movían descontroladamente por la frustración.
—Vamos —insistió In-ho, continuando con sus rebotes—. Pídeme que te folle.
—In-ho... por favor...
—Por favor, ¿qué? —dijo éste, empujando una vez más su glande contra la entrada.
—Por favor, fóllame...
Una amplia sonrisa apareció en los labios de In-ho.
—Eso está mucho mejor... —susurró.
Cuando su glande volvió a apoyarse sobre la entrada de El Reclutador, permaneció quieto allí, sin volver a retroceder ni alejarse de ninguna forma. Con su mano derecha aún enredada en el pene, hizo que la punta rozara contra aquella apertura llena de nervios cuyos movimientos espasmódicos reflejaban el ansia que la rodeaba.
Justo cuando El Reclutador iba a protestar, expulsando pos su boca todos los insultos y súplicas que conocía...
El glande entró.
El chispazo que ambos experimentaron bien parecía capaz de iluminar ciudades enteras —incluso el mundo en su totalidad— y la intensidad de aquella electricidad que les conectaba fue aumentando conforme el pene iba avanzando en su recorrido.
Los gemidos de ambos se entremezclaron en el aire, desahogándose mutuamente por todo el tiempo que habían esperado aquel ansiado momento. El Reclutador arqueó la espalda, presa de las sensaciones de placer y alivio que comenzaban a invadirlo.
El camino se sucedió en cámara lenta para ambos pero con una fluidez espléndida gracias a la presencia del lubricante, hasta que, de forma brusca, la pelvis de In-ho chocó contra las regordetas nalgas de El Reclutador, que se mecieron suavemente con el encuentro.
El Reclutador se desplomó sobre el colchón y ambos jadearon, tratando de recuperar el control de sus respiraciones que, instintivamente, se habían vuelto un caos.
—Ahora quién es el que manda, ¿eh? —resopló In-ho, cuando recuperó un poco el aliento.
Pero, en lugar de una respuesta, no recibió más que un gélido silencio.
Entonces, volvió a inclinarse hacia adelante, y usó su mano derecha —ahora libre— para agarrar el pelo desordenado de El Reclutador. Con un fuerte tirón, le obligó a alzar la cabeza y posicionó la boca junto a su oído.
—Más te vale empezar a portarte bien si quieres correrte —amenazó, balanceando sus caderas para penetrarle con una suavidad y lentitud desquiciantes.
El Reclutador emitió un gemido ahogado.
Su garganta estirada y expuesta tragó saliva con dificultad mientras su oídos seguían captando la respiración de In-ho junto a su oreja y su cuerpo comenzaba a colapsar frente a las cuidadosas embestidas que In-ho estaba realizando.
—¿Quién manda? —repitió éste.
Nuevamente silencio.
Una embestida brutal, discordante con el ritmo ejercido hasta el momento, hizo que el pene de In-ho chocara directamente contra la próstata de El Reclutador, arrancándole un fuerte gemido.
—T-tú... —balbuceó sin aliento.
—Más alto —ordenó In-ho, embistiendo de nuevo.
Una vez más el silencio cubrió el aire.
El Reclutador continuaba con su cara alzada e In-ho pudo ver que apretaba los labios.
—Te lo advierto... —le susurró al oído.
Un par de estocadas, tan firmes y duras como las anteriores pero mucho más rápidas, se encajaron en lo más profundo de El Recluatador, quien abrió la boca para emitir un fuerte gemido.
—Dilo más alto o te juro que te voy a tener toda la noche con tu jodido juguetito enchufado al culo —amenazó In-ho.
Un estremecimiento atravesó el cuerpo de El Reclutador como una descarga eléctrica.
—Suena interesante... —susurró, con sus labios esbozando una sonrisa agotada.
Una fuerte embestida le golpeó directamente la próstata, haciéndole temblar.
—Joder... e-está bien... está bien... —jadeó entrecortadamente—. Tú mandas...
—Repítelo —ordenó In-ho.
Sus caderas habían comenzado a moverse en un pequeño ritmo, mucho más constante que el anterior, pero cuidando siempre que la punta de su polla rozara con la próstata de su pareja.
—T-tú mandas, In-ho... —gimió El Reclutador, sintiendo como los músculos de su cuello llegaban al límite de su estiramiento.
—Eso es —le susurró In-ho al oído—. Eres un buen chico...
Acto seguido, permitió que la cabeza de El Reclutador fuera descendiendo hasta que su mejilla quedó pegada al colchón. Luego, In-ho liberó sus manos por unos instantes solo para que, segundos después, pudiera agarrarle ambas y colocárselas a los lados de la cabeza, aún pegadas a las sábanas y bajo la presión de las propias manos de In-ho.
Los dedos de In-ho se entrelazaron con los suyos, en una pequeña muestra de ternura y amor.
Estamos juntos.
Eso es lo que parecía susurrar aquel ligero gesto.
Ya en esa postura, In-ho utilizó sus puntos de apoyo para mantener el ritmo que ya había iniciado y, poco a poco, conforme se aseguraba de que el deslizamiento de sus pieles seguía manteniéndose fluido, comenzó a endurecer las embestidas.
—In-ho... j-joder... —jadeó El Reclutador, retorciéndose de puro placer.
Podía sentir la pelvis de In-ho chocando contra sus nalgas, avisándole de que éste se había introducido una vez más hasta el fondo de su cuerpo.
El placer estaba aturdiendo sus sentidos, sumergiendo sus mente en mares llenos de deseo y calor.
Los gemidos y jadeos habían convertido su respiración en algo errático, demasiado superficial como para realmente llenar de oxígeno sus pulmones y podía sentir como estaba al borde de ahogarse.
Pero no importaba.
Escuchaba el aliento descontrolado de In-ho que parecía cortarse por unos instantes cada vez que volvía a encajarse hasta la pelvis.
Ambos estaban al límite de sus fuerzas.
—Joder... siempre has... ah... has sido tan hermoso... —gimió entrecortadamente In-ho.
El Reclutador esbozó una pequeña sonrisa.
In-ho siempre trataba —cuando sus pulmones lo permitían— de halagarle cuando se acostaban para hacerle entender que no se trataba solo de eso.
Que no solo le importaba su cuerpo ni el placer que pudiera producirle, aunque también disfrutara de ello tanto como él lo hacía.
Se trataba de algo mucho más poderoso, como miles de galaxias explotando en el universo.
Admiración.
Cariño.
Respeto.
Amor.
—In-ho... no pares... —suplicó El Reclutador, con su voz estrangulada.
Su pene, atrapado entre su cuerpo y la almohada se estaba rozando continuamente contra la tela, uniendo el placer que aquello le provocaba a las continuas embestidas que In-ho estaba haciendo chocar contra su cuerpo y que, en los últimos minutos, se habían endurecido hasta un nivel insoportable.
—¿Vas a correrte? —preguntó In-ho, al borde del desmayo.
La adrenalina, la excitación y el cansancio se habían apoderado de los músculos de sus brazos, que ahora temblaban sin ningún tipo de control, esforzándose por mantener el ritmo que había marcado.
—S-sí... —respondió El Reclutador.
—Córrete conmigo —le interrumpió In-ho, su voz sonando tremendamente desesperada—. Vamos, córrete conmigo...
Tras aquellas palabras, reunió en sus músculos toda la fuerza que aún le quedaba y comenzó a embestir de una forma brutal, demasiado salvaje y animal.
Los gemidos fluyeron por sus gargantas, entrechocándose en el aire de forma descontrolada, creando un coro de voces que se superponían la una a la otra, como si lucharan por ver quien estaba disfrutando más.
—In-ho... n-no puedo más...
Y, sin dar tiempo a una respuesta, un gemido mucho más alto que los demás explotó en su garganta, precediendo la salida de su semen, que rápidamente empapó la almohada bajo su pelvis.
Los espasmos de su entrada, provocados por el fuerte orgasmo, hicieron que la polla de In-ho chocara con unas paredes que iban empequeñeciendo por momentos, cerrándose sobre él.
Eso fue demasiado.
Pocos segundos después de El Reclutador, In-ho emitió un fuerte gemido que retumbó por las paredes de la habitación, acompañando la salida de su propia eyaculación, que comenzó a rellenar cada rincón en el cuerpo de su pareja.
Y entonces, sus brazos se doblaron, desplomándose encima de su pareja para juntar sus pieles calientes y sudorosas.
Los pulgares de In-ho acariciaron con ternura las manos de El Reclutador.
—Siento haberme ido —le susurró suavemente—. Pero sabes que te amo, ¿verdad?
—Más te vale hacerlo —jadeó El Reclutador, con una sonrisa divertida en los labios—. No me gustaría que el sentimiento no fuera mutuo.
Ante aquella respuesta, In-ho empujó sus caderas, embistiendo una vez más con su pene ya flácido y blando, pero logrando que El Reclutador gimiera por la sobreestimulación.
—Cabrón... —gimió éste, con los dientes apretados.
—Sabes que yo te adoro —le interrumpió In-ho, besándole con suavidad la nuca.
El contacto hizo que El Reclutador se estremeciera y emitiera un suave jadeo que hizo sonreír a In-ho.
—Voy a salir —anunció éste y, poco a poco, comenzó a separarse.
Una vez adoptó una postura más cómoda, hizo retroceder sus caderas hasta que su pene salió, con un pequeño hilo de su propio semen aún pegado al glande. Al partirse en el aire, éste cayó sobre los testículos de El Reclutador y comenzó a deslizarse hacia abajo, hasta caer sobre las sábanas.
Luego, se inclinó hacia adelante y repartió ligeros besos sobre la piel de los omóplatos de El Reclutador, que aún continuaba enrojecida por el esfuerzo y la excitación, llenándole de pequeños temblores y gemidos ahogados de satisfacción.
—Yo siempre voy a cuidar de ti —le susurró In-ho—. Lo sabes, ¿verdad?
Y El Reclutador, sumido en el placer que le proporcionaban las atenciones de su pareja, asintió.
Jaque mate.